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Cuadernos de Historia de la Salud Pública

Print version ISSN 0045-9178

Cuad Hist Salud Pública  no.102 Ciudad de la Habana July-Dec. 2007

 

Notas clínicas y etnográficas sobre un caso de empacho*

No obstante el silencio absoluto de los autores europeos y a pesar también de la incredulidad de algunos de nuestros comprofesores, creo es indiscutible la existencia de la afección conocida entre nosotros  con el nombre de empacho.

 Doctor Manuel Gutiérrez, México, 1875.

El empacho es una enfermedad gastrointestinal ampliamente conocida por algunos sectores sociales de México y América Latina, sin embargo, la medicina académica actual no ha reconocido sus características propias y distintivas con respecto a otras enfermedades digestivas semejantes. Tal negación apenas se remonta -para el caso mexicano- a principios de este siglo, momentos en el que se aceptan (por compromisos y convenios internacionales) las clasificaciones de morbilidad y mortalidad elaboradas en Europa donde, por supuesto, es desconocida la existencia de una entidad patológica denominada popularmente como empacho, ahito o "jaito".

El trabajo que a continuación presentamos, pretende describir con cierto detalle las estrategias establecidas por una familia ante un cuadro de enfermedad.  El estudio del caso, pese a sus rasgos específicos y particulares, nos permite construir algunas reflexiones de tipo general, no sólo en relación con la denominada "carrera del enfermo", entendida como el conjunto de conductas, recursos y procedimientos técnicos utilizados ante una determinada enfermedad hasta lograr un resultado, sino también un seguimiento observacional de una serie de cambios ideológicos que se suceden a partir de tales  experiencias.

Por respeto a la informante y a su familia, no revelamos su identidad, y aclaramos que los datos clínicos anotados en nuestro diario de campo y aquí reproducidos se obtuvieron exclusivamente por la información aportada por la madre de familia, sin existir nuestra intervención como terapeuta.

Exposición del caso

Un paciente de cinco meses de edad, hijo de M. O., trabajadora de base en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), desde el domingo sufrió fiebre de hasta 38.5 °C.  Pensando en un problema de garganta, la mamá le aplicó por su cuenta gotas de Tempra, junto con una infusión de hierbabuena. Al continuar con la hipertermia, su suegra le recomendó que siguiera con la tisana, pero que lo llevara al médico privado, al cual se le tenía confianza, y que se encontraba disponible a pesar de ser día de descanso.  Desechó la asistencia al servicio  de urgencias de un hospital cercano: "no les tengo fe a los del Seguro [Social]".

El médico particular recetó Lincocin® inyectable y continuar el suministro del antipirético.  Al día siguiente, en ausencia de tos o catarro, pero con inquietud y "como que  le hervía el pechito",  a instancias de una compañera de trabajo el bebé  fue revisado por un médico general institucional, quien diagnosticó bronquitis, suspendió el antibiótico previo y recetó Penprocilina® de 400.000 u., vaporizaciones con eucalipto y dosis de Neo-melubrina® al elevarse la temperatura corporal hasta a 39.5 °C.

La mamá empezó a desesperarse por el efecto de los tratamientos y el aumento del cuadro patológico: diarreas con moco, sin sangre, y vómitos inmediatamente después de la ingestión de alimentos.  Esa noche tuvo pérdida del sueño, incremento de la irritabilidad y amaneció aún con diarrea, vómitos y fiebre, Regresó con el mismo médico institucional, que cambió a Cloromycetin® inyectable.  (Tanto el cloramfenicol como la lincomicina son medicamentos de patente contraindicados en lactantes).  No hubo modificaciones, y al intensificarse el cuadro clínico aparecieron los primeros datos compatibles con deshidratación, que fueron combatidos mediante la ingestión de tisanas de tila y menta, así como refresco de Tehuacán® con gotas de limón y azúcar.

A estas alturas, M.O. tenía ya problemas laborales por los requerimientos extraordinarios de cuidado que necesitaba su hijo.  Sus propias compañeras de trabajo le indicaron:

- Oye, ¿no tendrá ojo?
- Tiene su cara muy bonita, a lo mejor te lo chulearon el sábado que lo sacaste.
- ¡Límpialo y cúralo de ojo y de empacho!

A causa de su desesperación, inicia esos tratamientos a pesar de que ella "no creía en eso".  Su hermana le llevó un preparado especial para el empacho. En forma sorprendente el bebé fue tomándolo íntegramente  "cuando antes no quería nada", y se lo suspendieron en el momento que eructó.  Voltearon al niño, la hermana "le agarró la piel del pulmón, le dio golpecitos y le jaló el pellejito, escuchándose el tronido".  En las siguientes horas y días se dio el restablecimiento total. Dos semanas después, en San Angel, se le compró un amuleto de ojo de venado (para prevenir el mal de ojo), que tiene además un coral y una pequeña mano "que sirve para (evitar) el aire".

Todos estos tratamientos fueron hechos "a escondidas del doctor", pero también del esposo porque ellos "no creen en eso", Incluso este último le había dicho desde el primer día: "Tú nunca le hagas tratamientos, llévalo inmediatamente al médico". La madre también reconoció: "No le he dicho a mis compañeros de trabajo porque temo que se burlen de mi”.

Meses después, el niño presentó un nuevo cuadro enteral y, a pesar del episodio previo  en que se pensó en un empacho, se le llevó nuevamente con el médico privado: "Parece que no aprendí de lo pasado".  El médico diagnosticó infección del estómago.  Prescribió furazolidona en suspensión, así  como Neo-melubrinaâ para la hipertemia.  Siguió mal: "Le di Kaopectate® y continuó igual.  Entonces otro familiar le hizo el tratamiento para el empacho: sobada con pan puerco en su abdomen, y se le pellizcó en la piel de la espalda, en todo el trayecto vertebral, “ y tronó en varias ocasiones".  Se le dio un  preparado a base de rosa de Castilla junto con bismuto, ayuno y a esperar a que "arrojara algo".  Al expulsar abundantes gases y algunas heces fecales, se observó la presencia de un chicle, el cual sus primos le habían dado sin que se diera cuenta la tía.  El niño se compuso.

(Diario de campo, mayo de 1986). 

Reflexiones

Este caso sirve para que podamos realizar varios comentarios. En primer lugar, ejemplifica que las estrategias ante la enfermedad no son al azar ni representan conductas caprichosas e irracionales, sino que es precisamente la búsqueda de la eficacia el hilo conductor que les da coherencia y lógica a los comportamientos.  La eficacia pragmática es el núcleo alrededor del cual giran las estrategias para el restablecimiento de la salud y la neutralización de las enfermedades.  El objetivo principal es la curación, sin que importen (ideológicamente) los medios o recursos empleados para obtenerla, aunque sí influyen las condiciones concretas que favorecen o entorpecen su acceso y uso.

Lo que resalta en esta “carrera” del enfermo y sus familiares es la complejidad de recursos utilizados ante un evento patológico común entre los niños de esa edad.

Contra la extendida noción (que los propios médicos divulgan) de que son la última etapa del ciclo curativo, y que los enfermos ya no regresan porque están curados, siendo que no asisten por falta de dinero o de tiempo, en este caso, los médicos constituyen etapas intermedias y permanecen ignorantes de la situación porque existe el temor de los familiares del enfermo a que se les ridiculice en sus prácticas y/o creencias. En esta relación con los médicos se revela la ausencia de confianza, tanto si son privados como institucionales.  Algo similar sucede con los hombres, que ven estos acontecimientos desde una posición casi externa, pues descargan en la esposa/madre la resolución de los problemas y no viven con la misma intensidad los resultados positivos o negativos de los tratamientos empleados: "llévalo al médico"; pero no: "llevémoslo".  La posición del padre se mantiene en el terreno de las ideas, de lo ideal, y carece de los elementos concretos suficientes para la toma de decisiones diferentes.  Por ello la medicina "doméstica" y la medicina  "tradicional" en general son cuestión de mujeres: la esposa, la hermana, la suegra, la abuela, la madre, la amiga, etcétera. Por eso pensamos que hay más curanderas que curanderos.           

En segundo lugar, este caso ilustra a la perfección la confrontación y el cambio ideológico que sufren las personas ante las evidencias observadas. En una primera etapa es la negación ("yo no creo en eso"). En una segunda, la recriminación ("parece que no aprendí de lo pasado"), y finalmente, en una tercera, se da la modificación práctica e ideológica: "yo no creía en eso", y nosotros completamos: "En casos similares ya no voy al médico, sino con alguien que sepa de esto". Esos cambios no se dan en el vació o en ausencia de problemas específicos, más aún, sostenemos como hipótesis para futuros trabajos que es precisamente el inicio de la etapa reproductiva de la mujer la principal etapa de aprendizaje de los contenidos ideológicos, teóricos y técnicos de la medicina tradicional en su versión doméstica, es decir, que en el embarazo se escuchan toda clase de creencias referidas a su mejor desarrollo, a los alimentos que lo favorecen o que lo dañan, la calidad fría o caliente de los mismos, la importancia en el cumplimiento de los "antojos", el reconocimiento del sexo a partir de datos externos, la influencia de la luna y los eclipses, etcétera.  Durante el parto y el puerperio, la selectividad de los alimentos, las prohibiciones de la actividad sexual, los rituales purificadores  del cuerpo, el incremento de la lactancia, etcétera.  Con respecto al niño, la prevención del empacho, del "mal de ojo", de la caída de mollera, de los alimentos buenos y malos, fríos y calientes, crudos y cocidos, naturales e industrializados.  El aprendizaje de las estrategias "tradicionales" es primero con aquellas que saben, después será la propia mamá, ésta a su vez con sus amigas y familiares y, una vez con la experiencia previa, con las gentes que se lo soliciten, o sea, ya dentro de una relación curadora-paciente que rebasa los límites domésticos.  Más adelante, serán sus hijos o sus nueras, y se completará esta reproducción técnico-ideológica, al convertirse en la experimentada abuela que "sabe de esas cosas".

En tercer lugar, esta carrera del paciente va a depender del tipo y la duración de la enfermedad.  En este caso, se trata de una patología de instalación rápida, es decir, aguda, que con facilidad lleva a complicaciones que ponen en peligro la integridad vital del infante. En un inicio surgen diagnósticos que involucran las vías respiratorias; los tratamientos se dirigen en ese sentido.

Existe acuerdo entre la madre y el curador médico, pero al prolongarse el cuadro clínico y añadirse datos gastrointestinales, se varía el tratamiento hacia la corrección digestiva. Aquí entran otras posibilidades diagnósticas diferentes de las nosologías aceptadas científicamente. Son sus compañeras de trabajo quienes operan la ideología “tradicional” y la convierten en una práctica más, en un “último y desesperado recurso”. El resultado positivo, afirma la existencia y aceptación de la enfermedad y el tratamiento “tradicional”, las futuras experiencias relatadas vendrían a confirmarlas.

Esto nos explica la continuidad y persistencia del empacho como un proceso morboso, y que se ha transformado de una existencia mítica en una presencia real, generadora de inquietud y angustia (pues puede evolucionar hacia la muerte del lactante) y también de respuestas curativas con un alto grado de especificidad.

No es de extrañar que investigaciones históricas de tipo documental emprendidas por el autor de estas líneas, permitan detectar el empacho probablemente desde épocas hispánicas; y con toda seguridad, desde la época virreinal hasta nuestros días. En otras palabras, podemos afirmar su presencia desde hace aproximadamente 450 años con base a los escritos de misioneros, protomédicos, boticarios, médicos titulados, y en el siglo pasado, a partir de los testimonios de los antropólogos.

Pero ¿por qué sólo antropólogos? ¿Y los médicos académicos?  Sin duda, los conjuntos sociales tienen al empacho como una enfermedad más del aparato digestivo. Los médicos universitarios, desde el siglo XVI hasta el XIX, estuvieron de acuerdo en considerarla como un proceso patológico, sin embargo, en el último tercio del siglo XIX, tal vez con el descubrimiento de las bacterias en la etiología de las diarreas y la aprobación de esquemas internacionales de clasificación de enfermedades, se menospreció y olvidó incluir el empacho dentro de las posibilidades causales de las diarreas. Ahora los textos médicos especializados en pediatría la ignoran casi completamente.**

Tal omisión, ha servido para que los estudiantes de medicina y futuros médicos vean en el empacho, una superstición más de los conjuntos sociales, quienes en su “ignorancia”  inventan, crean y recrean enfermedades y técnicas imaginarias. Sirve también para que, al igual que anteriores generaciones, nieguen la enfermedad en función de que los textos ni la mencionan, desde el falso argumento de autoridad (“si lo omite el libro o así lo dice el maestro, así es), y se continua diciendo a la gente: “Ya déjese de eso, el empacho no existe” (Campos-Navarro y Joel Cano, 1979).

Se parte en forma equívoca del prejuicio de inexistencia, sin contarse con alguna investigación que demuestre la presencia o no de la enfermedad, la utilidad o inutilidad de las técnicas curativas empleadas, o bien, si se acepta es como una simple gastroenteritis, sin aceptarse su especificidad causal de tipo popular.

Entonces  -dicen algunos médicos-  ¿existe el empacho? Nuestra posición es que no se trata de una enfermedad imaginaria. Es necesario realizar investigaciones médicas para probar sus efectos patológicos a nivel orgánico, su patogenia, su epidemiología (frecuencia y distribución), su impacto en la morbimortalidad infantil y la valoración de los criterios terapéuticos hasta ahora utilizados.

En cuarto lugar, respecto de la disponibilidad y acceso de los servicios médicos, aparece la autoatención como el primer nivel curativo, y en forma secundaria, los servicios “formales” de atención médica.

Para el caso que estamos analizando, después de la autoatención se vislumbró la asistencia al servicio médico privado, a pesar de que el paciente y la familia tenían derecho a los servicios médicos proporcionados por la seguridad social. El factor monetario no fue tomado en cuenta, mientras que la rapidez, el acceso y la confianza son variables determinantes en la toma de decisión. Recuérdese además que era un domingo, día que no funcionan los servicios médicos institucionales ordinarios. 

Por otra parte, hay falta de confianza en el médico del IMSS (a pesar de su cercanía, disponibilidad y acceso). Sólo por sugerencia de una tercera persona, se asistió al médico institucional, quien tampoco logró solucionar, o por lo menos disminuir, la intensidad del cuadro. Vino entonces la "otra opción": el uso del recurso "tradicional". Surge así la interrogante: ¿cómo encontramos a alguien que sepa curar el empacho (o el "susto", o el "mal de ojo")?  ¿A quién o a quiénes se recurre? En este caso, se resolvió dentro del circulo familiar, puesto que la hermana del esposo, la suegra e incluso la propia abuela y su madre sabían cómo curar el empacho (de hecho fue la primera curación de empacho, la realizada por la cuñada).  Pero si no hubiera tantas posibilidades,  ¿qué es lo que pasa?  Es simple: si después de preguntar quién los hace dentro de la familia no hay respuesta, se pregunta a los amigos y vecinas.  En la medicina popular-tradicional existe una red subterránea de servicios, y ante la necesidad -- "Mi hijo está empachado. ¿A quién conocen que sepa "tronar" el empacho?" - no faltarán nombres y direcciones de señoras vecinas que lo saben curar e incluso algunas de ellas ejercen curanderismo más allá de las paredes del hogar y se dedican ya profesionalmente a curar esta y otras muchas enfermedades. El cobro no aparece cuando es dentro de la estructura familia; si es fuera, por lo general funciona un donativo más que tarifa.

En quinto lugar, podemos observar y analizar las apropiaciones terapéuticas que se dan en este caso.  El uso del Tempraâ y el Kaopectateâ significan una apropiación popular de los recursos de la medicina científica.  El té de hierbabuena, tila, menta, etcétera, son tomados de la rica herbolaria medicinal que existe en nuestro país, e incluso, uno de los médicos realiza una apropiación que no corresponde a las medidas terapéuticas expresadas en sus textos, pero cuya  legitimidad descansa en los resultados empíricos  favorables y que es el uso de vaporizaciones con base en las hojas del eucalipto (Eucaliptus globulus).

Finalmente, a la vez que se da una transformación ideológica desde la no creencia hasta la positiva  creencia, ocurre una mayor sensibilización en nuestra informante hacía las prácticas tradicionales, en especial aquellas en que hay un manejo religioso intenso, que sobrepasa las capacidades e interés individuales. No seria de extrañar que en un futuro no muy lejano participe de las actividades de uno de los movimientos curanderiles más extendidos en nuestro país, tanto a nivel rural como urbano, nos referimos al espiritualismo trinitario mariano, movimiento que ha sido estudiado por diversos investigadores.  (Lagarriga, 1975; Ortiz Echaniz, 1978).

A manera de epílogo

Hace más de 130 años, el doctor Gregorio Vargas, discípulo de los renombrados médicos mexicanos Miguel F. Jiménez y Eduardo Liceaga, en su tesis de grado dedicada al problema clínico del empacho reconoce que: 

A las madres de familia se debe quizá en México el conocimiento del empacho, o al menos, la conservación de este hecho tradicional que ha llegado a ser tan vulgar en nuestro país, que no hay señora que no crea conocer el empacho y que no se precie de saber curarlo.  (1873:

Nosotros añadimos: honor a quien honor merece.

Bibliografía

1. Campos-Navarro, Roberto (comp.), El empacho en la medicina mexicana. Antología (siglos XVI-XX), Instituto Nacional Indigenista, México, 2000.

2. Campos-Navarro, Roberto y Joel Cano, Medicina popular-tradicional y automedicación en familias asistentes a la clínica 25 del Instituto Mexicano del Seguro Social, tesis para obtener el grado de especialidad en medicina familiar, IMSS/UNAM, México, 1979.

3. Gutiérrez, Manuel, "El vómito y sus indicaciones en la primera infancia", en El Observador Médico, núm.21, vol. III, México, 1875.
Lagarriga, Isabel, Medicina tradicional y espiritismo: los espíritualistas trinitarios marianos de Jalapa, Veracruz SEP (Sep-Setentas, 191), México, 1975.

4. Ortíz-Echániz, Silvia, "La relación médico-paciente en el espiritualismo trinitario mariano", en Carlos Viesca (ed.) Estudios sobre etnobotánica y antropología médica, III, IMEPLAM, México, 1978.

5. Vargas, Gregorio, "'¿Existe el empacho en los niños?", tesis para el examen profesional de medicina y cirugía, México, Imprenta de Ignacio Escalante, 1873.

* Publicado en Historia de la salud en México, (Malvido y Morales, coords.), Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 1996:191.
** Por primera vez se ha incluido un capítulo especial sobre la medicina popular en el libro El niño sano, publicado por el Manual Moderno / JHG editores, México, 2000. El texto corresponde al capítulo 1.2 de este libro.

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