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Revista Cubana de Medicina Militar

Print version ISSN 0138-6557On-line version ISSN 1561-3046

Rev Cub Med Mil vol.38 no.3-4 Ciudad de la Habana July-Dec. 2009

 

TRABAJO ESPECIAL

 

Luis Díaz Soto: Capitán Médico de las Brigadas Internacionales

 

«Luis Díaz Soto» Captain: Physician of International Brigades

 

 

Fuente: Publicado en el folleto Semblanza de Luis Díaz Soto. Impreso por la Sección de Servicios Médicos de la Dirección de servicios del MINFAR en el año 1964 en la fábrica 205-00 Osvaldo Sánchez del Combinado de Artes Gráficas.

José López Sánchez


 

 

Cuba, como consecuencia de la derrota sufrida por el movimiento popular durante la huelga de Marzo de 1935, vivía una situación verdaderamente crítica, tanto en lo político como en lo social, cuando en España se produjo la sublevación de los generales africanista apoyada por Hitler y Mussolini. Imperialismo Yanqui, temeroso ante el creciente y progresivo movimiento revolucionario que se desarrollaba en todo el país, después del derrocamiento de la Tiranía machadista, intervino directamente por intermedio de su Emperador Jefferson Caffery para mediante el terror desatado por el sanguinario a Batista-Pedraza, aplastar todo vestigio de democracia y legalidad constitucional. Dirigentes obreros y destacados representante de los elementos progresistas de la burguesía y de la pequeña burguesía habían tomado el camino del exilio.

En estas dificultades condiciones de persecución y falta de garantías, el movimiento avanzado de la obrera tenía planteada con urgencia la tarea de reconstruir sus órganos de dirección política y el movimiento sindical, así como la de ayudar a las organizaciones de la juventud y de los estudiantes. La agitación se verificaba por manifiestos impresos secretamente y demás por mítines y otras acciones que se efectuaban en las fábricas, talleres y en las calles. ¡Sólo se contaba con los periódicos para orientar a los revolucionarios: Bandera Roja! Fue en estas dramáticas circunstancias que llegó a Cuba el llamado ardiente de los patriotas republicanos españoles y de la Internacional Comunista en las palabras de Jorge Dimitrov, y desde ese mismo instante la clase obrera cubana levantó la bandera de la solidaridad internacional y llamó a nutrir las filas de los combatientes «Voluntarios de la Libertad». Hacia España comenzó a afluir una ayuda multiforme y continua desde todos los rincones del orbe y la más valiosa, la de los heroicos hijos de la clase obrera, la de los hombres honrados y progresistas en quien se anidaba la conciencia de que en esas tierras se libraba una batalla de universal significación y de histórica transcendencia. Una batalla que podía influir en los destinos de la humanidad. Y así fue. Meses después el Nazi-fascismo desencadenó la segunda guerra mundial gracias a la política de la traición de los gobiernos imperialistas de Inglaterra, Francia y Estados Unidos. Una política representada por la No Intervención y el Pacto de Munich, cuyo principal objetivo era el de alentar y estimular un ataque para destruir la Unión Soviética. Una guerra que costó decenas de millones de vidas y la destrucción de inmensos valores materiales y culturales acumulados por la humanidad durante siglos.

Hoy, a la perspectiva de veinte y cinco años, cuando grandes acontecimientos han tenido lugar en el mundo, la guerra de España permanece como un ejemplo vivo e inolvidable, de fe, de heroísmo y de orgullo proletario. Los hombres que allí combatieron, españoles e internacionales, que murieron o viven fieles a la causa por la que pelearon o amaron, son y serán siempre merecedores del recuerdo y la gratitud de los pueblos. Unos de estos hombres es el Capitán Médico del Batallón Lincoln de la XV Brigada Internacional: doctor Luis Díaz Soto.

Díaz Soto fue uno de esos profesionales, un intelectual honrado, que se sintió atraído a la órbita de la ideología de la clase obrera. Consecuente luchador contra la tiranía machadista, pronto se convenció de que el derrocamiento de Machado las cosas no habían cambiado sustancialmente en la dirección que anhelaba, y en un rápido proceso de maduración política se hizo militante comunista.

La guerra de España le hirió hondo. Seguía los quehaceres de la guerra con escrupuloso cuidado. Su mapa de España lleno de puntitos y fechas era su documento más preciado. Cada avance victorioso de las tropas del pueblo, lo explicaba ante sus amigos como si hubiese estado presente en la acción. Con su natural honestidad se mostraba como un fervoroso y apasionado luchador por la causa de la república. Alvares Tabío, médico sagaz, carácter franco y alegre, corazón noble y leal, revolucionario de cuerpo entero y amigo entrañable de Díaz Soto, que sí conocía del arte militar, hacía burla del «Flaco» -como la llamaba- diciéndole:-Luis, ¿por qué no te vas a dirigir la guerra en España?, y Díaz Soto le contestaba impertérrito:-«Mira, Tabío, a dirigirla no, pero a servirla sí. Un día cualquiera es estos me voy a juntar con Pablo -se refería a Pablo de la Torriente Brau- en las trincheras y desde allí te daré una respuesta más cabal».

No encontró a Pablo, porque cuando Díaz Soto llegó a España, ya Pablo había caído en Majadahondo para honor de Cuba y gloria de la solidaridad internacional.

Díaz Soto tomó la decisión de ir a España y de inmediato recibió la aprobación del Partido, que estaba organizando el envío a aquél de algunos contingentes, en su mayoría cuadros obreros, no obstante la situación tremendamente difícil por las que se atravesaba, la carencia de recursos y la severa vigilancia y cruel represión que sobre esta actividad se ejercía. Pero la empresa no era difícil en lo tocante al reclutamiento de voluntarios porque la causa de la República contaba con un fuerte apoyo en la clase obrera y entre los intelectuales progresistas, quienes tenían clara conciencia del carácter de la lucha que libraba el pueblo español, y estaba persuadido además de que luchando por España peleaban por Cuba. Por otra parte el Partido comunista, fiel a loas enseñanzas de Mella, había sabido, desde su fundación, no sólo educar sus cuadros en el espíritu del internacionalismo proletario, sino una propaganda seria y eficaz que caló en la conciencia de los trabajadores.

¡Cuántas dificultades tenía que vencer quien se propusiera llegar a España para servir la causa del gobernador legítimo del pueblo! Lo acechaba el peligro de ser asesinado alevosamente por algún espía al servicio de Franco o ser detenido por los vigilantes del cínico Comité de No Intervención. Pero ningún obstáculo pudo arredrar a los hombres que marcharon a pelear por la libertad y la paz. Díaz Soto, no obstante ser hombre de frágil salud, atravesó los Pirineos. Su viaje fue azaroso en extremo, pero recorrió los angostos y escabrosos caminos por entre las montañas hasta llegar al castillo de Figueras, con la indomable voluntad del que va a cumplir, por plena convicción, una misión.

Su llegada a España coincide con la primera gran ofensiva del Ejército Popular de la República, desatada en Brunete y en la que este logra una brillante victoria gracias a la disciplina, combatividad, sentido de la organización y eficaz utilización del material de la guerra moderno enviado generosamente por la Unión Soviética.

Hace su bautismo de fuego en Quinto, en el frente de Aragón. Allí participó la XV Brigada Internacional con las fuerzas del 5to Regimiento que comandados por Lister y Modesto, habían combatido victoriosamente en Brunete. Con la llegada de estas fuerzas se liquidó la inercia y el desorden instaurados por los fascistas (anarquistas). Después de Quinto, Belchite, plaza fuerte en el camino de Zaragoza, donde los enemigos opusieron una encarnizada resistencia que obligó al Ejército Popular a llevar a cabo una acción corajuda teniendo que tomar la ciudad casa por casa y calle por calle.

En este período hay una ofensiva sostenida en todos los frentes. Díaz Soto se ha entrenado como Cirujano Jefe del Batallón Lincoln-Washington con el grado de Teniente el 17 de septiembre de 1937. Su labor resultaba ímproba. En la ambulancia se le ve ir de un lado para otro; es infatigable tesonero. Entre la metralla que desborda furia, se le ve acercarse al herido transportarlo. Su lema es: «ni un solo herido abandonado». Evacuar rápidamente y con la mayor seguridad a todos los heridos. Un oficial alto, flaco, sin gorra, con cortos cabellos rubios que el aire no puede batir, pistola a la cintura, un pequeño maletín de cuero en la mano y el estetóscopo en el bolsillo. Así se presentó en su nido de heridos antes Joaquín Ordoquí, delegado del Comité Central del partido Comunista de Cuba en España. En más de una ocasión Joaquín ha referido la enorme impresión que le produjo Luis Díaz Soto: lo vi salir desde debajo de la húmeda arcilla, del hueco donde yacían los heridos, de un hueco silencioso del que no salía ni el rumor de una queja, porque allí el dolor se había sometido a la entereza del hombre. Luis había estado operando, llevaba muchos días sin poderse bañar y todo sudoroso, se excusó diciendo:¨son cosas de la guerra¨.

Cuando Luis Díaz Soto retornaba del frente, se daba a la tarea de resolver políticamente los problemas de los cubanos ubicados en distintas unidades de combate. Cuidaba de la disciplina, de la moral de los compañeros. Los incitaba al estudio y les mostraba la gran significación que para la lucha revolucionaria en Cuba significaba su comportamiento en la guerra, la necesidad de superarse política y militarmente. Actuaba con toda energía contra los débiles y los que mostraban espíritu de aventurerismo. Díaz Soto era querido y respetado por los cubanos combatientes, como de la tropa del Batallón Lincoln.

No solo era el médico del batallón, ni tampoco un comisario político, sino el compañero mayor de los combatientes. El que prestaba auxilio y salvaba vidas. El que acurrucado en la Chabola les hablaba de política, explicándoles las causas y el porqué de las luchas de los hombres por la libertad y la construcción de una vida superior y feliz. Díaz Soto era un gran conversador, se le podía escuchar durante horas sin que la atención y el interés decayeran, tenía una gran cultura general y el privilegio de exponer con sencillez y producir en el momento oportuno la frase feliz, el concepto fácil y claro. Se expresaba en inglés con cierta timidez, no lo hablaba fluidamente. Sin embargo era capaz de hacerse entender de norteamericanos y canadienses con quienes convivía, porque sabía decir las cosas de modo sencillo.

En las Navidades del 37, en el cuartel general de la Brigada, en Albacete, celebrándose la tradicional fiesta de Noche Buena se hicieron brindis por los oficiales del batallón, todos se sentían optimistas, a pesar de que las operaciones en Teruel, en las que habían participado, resultaba adversas para las tropas republicanas. Era una noche en que nevaba copiosamente, los hombres afuera comían, cantaban y jugaban. A través de los cristales de la ventana del comedor un espectáculo inusitado se presentaba ante los ojos de todos, hombres de distintas nacionalidades que hablaban distintos idiomas, entonaban canciones españolas bajo la dirección de un joven adolescente. Díaz Soto, con un tono solemne, dijo: ¡Mi más grande experiencia en España es cuan real es el sentimiento de solidaridad internacional!. Viva el internacionalismo proletario. El comunismo vencerá en la tierra! Hubo un momento de recogimiento, los hombres apretaron sus músculos y las caras y los puños se disputaron la contracción más fuerte. De pronto fuera y dentro, con absoluta espontaneidad, las notas de la internacional se escucharon. Dejó de nevar y el cielo apareció el tintineo luminoso de las estrellas.

Díaz Soto padecía de una enfermedad ulcerosa. Su precaria salud se quebraba en las trincheras. Pero permanecía asido a su ambulancia como el combatiente a su fusil. En más de una ocasión se le propuso trasladarlo para un hospital de la retaguardia y siempre se negó, si otros mueren por una bala enemiga, yo también sé morir por el agravamiento que de mi enfermedad pueda hacer el enemigo. Solo una orden del estado mayor de la Brigada, refrendada por el Partido, pudo lograr arrancarlo de su puesto médico del batallón. Ascendido a Capitán el 29 de marzo de 1938 por «comportamiento ejemplar y heroico»; fue al hospital no a ingresar como enfermo, sino a ser su director.

España exaltó los rasgos propios de su carácter. Humano, generoso, afable y modesto. Le brindó un calor apasionado de sus convicciones ideológicas y desarrolló sus capacidades creadoras. De él decía que no se sabía que admirar más, si su devoción al herido o a sus dotes organizadores para la evacuación de heridos. Podría afirmarse, sin exageración que de las dos mil vidas del batallón Lincoln compuesto en su casi totalidad por norteamericanos que se inmolaron en España, ni una sola se perdió por quedar en el campo de batalla o no recibir el auxilio necesario en el momento oportuno.

Estas características de su actuación como médico militar hiciéronle concebir principios éticos médicos distintos. Su ensayo comenzó en un Hospital de España, y su aplicación práctica la realizó en el centro benéfico de Trabajadores de Cuba. Le repugnaba la ética médica de la sociedad capitalista que antepone el interés del médico con el cliente, al del deber del médico para con el enfermo.

Proclamó: «El enfermo es la persona más importante del hospital», «todos los que trabajan en un hospital trabajan para servir al enfermo». Y añadía: «todos los recursos de la ciencia a favor del enfermo, la responsabilidad por la vida del enfermo es la de un médico de cabecera, pero él deberá, en cada caso, discutir con los compañeros médicos del servicio su criterio diagnóstico y su proceder terapéutico». Esta nueva Ética Médica hoy podemos comprender que es la Ética Médica Socialista. Esta definición de la Ética Médica hace de Díaz Soto un precursor de la nueva concepción médico-asistencial que ya postula la salud Pública de Cuba.

Pocos han hablado de las hazañas de Díaz Soto en España. Porque pocos la conocen. Luis jamás habló de ello. Era de una modestia tal con su persona que se borraba a sí mismo. Escribía bien y no escribió ni una línea sobre la participación de los cubanos en la epopeya del pueblo español, para no aparecer él como uno de los más destacados. Pero es natural que si de la guerra de España se habla, hay que mencionarlo no solo como un médico de batallón, un glorioso Voluntario de la Libertad, sino además como un buen organizador de la Sanidad Militar de Campaña, como responsable de cuadros políticos, como hombre pleno de ideales y capaz de todos los tiempos. Vivió y murió como un hombre de pueblo, al servicio del pueblo. Como un hombre que abrazó los ideales de la clase obrera y permaneció fiel a estos ideales hasta la muerte. España, su Ejercito Popular Republicano, lo educó y lo templó en la lucha por el Socialismo y a esta causa dio lo mejor de su talento y ofrendó toda su vida.

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