Estimado editor;
De gran valor resulta el artículo original publicado en esta revista, por Rodríguez Perón,1 tanto por el significado que tiene proporcionar estimadores de riesgo con la precisión adecuada, como por el resultado de la investigación realizada en el contexto cubano.
La enfermedad cardiovascular aterosclerótica es la principal causa de morbilidad y mortalidad en Cuba y en todo el mundo.2 El aumento alarmante de los comportamientos no saludables y los factores de riesgo entre los niños, amenaza con tener un impacto negativo adicional; se conoce que los lípidos en niños y adolescentes, desempeñan un papel en el desarrollo de la aterosclerosis. Muchos investigadores se han centrado en si la detección de los niveles de lípidos en sangre en los jóvenes, podría contribuir a la prevención de enfermedad cardiovascular en adultos. Estudios longitudinales recientes indican un mayor riesgo de miocardiopatía, insuficiencia cardíaca, mortalidad cardiovascular y mortalidad por todas las causas en la edad adulta, para los adolescentes con obesidad, en comparación con aquellos no obesos.3,4
La detección y control de los factores de riesgo cardiovascular, como hipertensión arterial, diabetes mellitus, obesidad, dislipidemia, tabaquismo, y la poca actividad física, sigue siendo la estrategia fundamental para prevenirlas. Se concuerda con que una de las mejores herramientas para establecer prioridades en prevención primaria, es la estimación del riesgo de desarrollar una enfermedad cardiovascular en los próximos 10 años.3
La estratificación del riesgo cardiovascular mediante escalas es un pilar fundamental para tomar decisiones terapéuticas en la atención primaria de salud, aunque mantener la salud cardiovascular en la población, ha cambiado el enfoque mundial hacia la promoción de la salud y el control del riesgo, sin enmarcarse solo en la prevención y tratamiento de las enfermedades. Estos aspectos, en la opinión del autor, enaltecen que el conocimiento del estado de salud cardiovascular de la población, es primordial para implementar estrategias dirigidas a reducir la prevalencia de estas enfermedades. Las investigaciones efectuadas reafirman la necesidad de comenzar estas acciones desde la primera infancia, con la instauración de medidas dirigida a dotar a los niños, de las herramientas necesarias para adoptar estilos de vida saludables, los cuales puedan desarrollar a lo largo de la vida.4
Es crucial el papel que pueden desempeñar junto a los profesionales de la salud, los educadores y la familia, cuando se involucran activamente en los diferentes programas de prevención y estrategias de intervención. Estas deben incluir acciones que capaciten e instruyan sobre el control de los factores de riesgo de las enfermedades cardiovasculares, a partir de los conocimientos básicos sobre salud y medios necesarios para solucionar la problemática.
Los programas de promoción de la salud que comienzan en la primera infancia, tienen el potencial de reducir la carga global de enfermedad; para lograr efectos sostenidos, deben ser repetidas en múltiples etapas, buscar estrategias que mejoren la adherencia y tengan un impacto positivo en el comportamiento de salud a largo plazo. Los estudios intervencionistas de este tipo, requieren un diseño longitudinal para una mejor observación, a largo plazo, del impacto de estas intervenciones en la rutina diaria de los niños, así como en la prevención de futuras enfermedades cardiovasculares. Es de destacar que el uso de tecnologías digitales para la promoción de la salud infantil es factible, a través de un enfoque lúdico, el uso de la repetición que facilite la comprensión de los contenidos, la interacción que promueva la socialización, con el objetivo final en el desarrollo consciente y responsable del cuidado de la salud individual.5
En Cuba, el sistema de salud está diseñado sobre una estrategia en la cual la promoción de salud y la prevención de enfermedades son pilares básicos, y todas estas propuestas son viables de ejecutar.