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Economía y Desarrollo

versión impresa ISSN ISSNversión On-line ISSN 0252-8584

Econ. y Desarrollo vol.165 no.1 La Habana ene.-jun. 2021  Epub 15-Dic-2020

 

Artículo Original

La competencia y los tentáculos del capital en la era neoliberal

Competition and the Tentacles of Capital in the Neoliberal Era

1Departamento de Economía y Gestión, Universidad de Brescia, Italia.

RESUMEN

En este trabajo se analiza cómo la competencia es la fuerza coercitiva que impone las leyes del capital a los individuos y a la sociedad en su conjunto. Su existencia no depende de la política económica sino de la organización capitalista de la economía y sus efectos son una serie de tendencias económicas en el desarrollo capitalista. Sin embargo, la competencia es también una herramienta poderosa en la lucha de clases. El punto de inflexión neoliberal ha liberado esta fuerza y la ha dirigido contra la clase obrera, desarrollando procesos de globalización y comodificación que han reestructurado completamente las relaciones económicas y sociales según las exigencias de la acumulación capitalista. Al mismo tiempo, se explica cómo el incremento de la competencia a valor universal ha producido una transformación política y cultural en la sociedad que hace que, hoy en día, la lucha contra el capital y la competencia parezca irracional y sin base científica.

Palabras clave: acumulación de capital; competencia; comodificación; era neoliberal; globalización; Marx

ABSTRACT

In this paper we analyze how competition is the coercive force imposed by the laws of capital on individuals and society as a whole. Its existence does not depend on economic policy but on the capitalist organization of the economy, and its effects are a series of economic trends in capitalist development. However, competition is also a powerful tool in the class struggle. The neoliberal turning point has liberated this force and directed it against the working class, developing processes of globalization and commodification that have completely restructured economic and social relations according to the demands of capitalist accumulation. At the same time, it explains how the increase in competition to universal value has produced a political and cultural transformation in society that makes the struggle against capital and competition seem irrational and unscientific today.

Keywords: capital accumulation; competition; commodification; neo-liberal era; globalization; Marx

INTRODUCCIÓN

El desarrollo del capital es un proceso complejo que al que concierne diferentes dimensiones: económica, política, jurídica, ideológica y cultural. Este artículo plantea como tesis fundamental que el mecanismo que dirige este proceso es esencialmente económico: es la competencia, la que Marx (1867, cap. 22) llama la ley coercitiva externa del capital.

La competencia obliga a los capitalistas individuales a expandir su capital como condición para permanecer en el mercado. A través de ella, la necesidad de que el capital se expanda y se acumule se convierte en el imperativo del capitalista en la vida económica diaria. Al mismo tiempo, la competencia separa a los trabajadores y los pone a disposición del capital. Al igual que con los capitalistas, requiere que los trabajadores sirvan al capital de la mejor manera posible, al ritmo impuesto por el proceso de acumulación. En este caso, sin embargo, su fuerza coercitiva no se limita a condicionar las opciones de inversión del capitalista, sino que reestructura y reorganiza la vida del trabajador. En este proceso, la competencia se afirma como una forma de regular las relaciones sociales, va más allá del estrecho ámbito de las relaciones económicas y transforma todas relaciones sociales y hasta nuestra forma de pensar.

Comprender cómo opera la competencia en el proceso de acumulación capitalista no es una cuestión de pura academia, sino un momento necesario de crítica de este modo de producción, con el fin de superarlo. Ahora, en el pleno desarrollo de la era neoliberal, la competencia se ha impuesto como un criterio de racionalidad en las relaciones sociales y como un instrumento de la burguesía en la lucha contra el proletariado, enmascarado tras el mito del bien común. Entender el desarrollo histórico del proceso de acumulación capitalista e intervenir sobre las tendencias en curso es imposible sin una plena comprensión del papel desempeñado por la ley coercitiva externa del capital.

En este artículo se discute sobre el desarrollo de la competencia durante el proceso de acumulación capitalista y se insiste en el punto de inflexión neoliberal que esta ha impuesto como un valor universal. Sin embargo, la competencia es sobre todo una fuerza económica que impulsa el desarrollo del capital. Su existencia no depende de las políticas económicas, sino de la organización capitalista de la economía. El neoliberalismo no ha hecho otra cosa que utilizar esta fuerza en la lucha de clases contra los trabajadores. Engels (1845, cap. 3) advirtió hace un siglo y medio que «la competencia de los trabajadores entre sí es [...] el arma más afilada contra el proletariado en manos de la burguesía». Al desencadenar la fuerza de la competencia, el neoliberalismo ha permitido que el capital desarrolle sus tentáculos de manera extensiva e intensiva, buscando nuevos mercados en los que expandirse y nuevos aspectos de la vida social a transformar en mercancías.

En la era neoliberal, la competencia se generaliza en la economía e invade las esferas social, jurídica, política, ideológica y cultural, asumiendo el papel de regulador universal de las relaciones sociales, imponiendo la ley del capital en las relaciones sociales y remodelando la sociedad según las necesidades de la acumulación capitalista.

El artículo se estructura en cuatro partes. Se inicia con el análisis de la concepción marxiana de la competencia y luego, desde un punto de vista histórico y teórico, las tres trayectorias principales -desarrollos interno, extensivo e intensivo- a través de las cuales la competencia impulsa los tentáculos del capital en la sociedad.

1. COMPETENCIA Y DESARROLLO DEL CAPITAL

Como sugiere el título, El Capital de Marx (1867) trata de manera sistemática la crítica del capital, de sus necesidades de desarrollo y de las tendencias económicas que genera. La otra cara de esta medalla, frecuentemente olvidada o subestimada, es la crítica de la competencia, el vehículo del dominio del capital sobre la sociedad y el artífice de la visión mistificada del libre mercado.

Inicialmente, Marx había planeado escribir un tratado exhaustivo sobre la competencia. Como explica en los Grundrisse (Marx, 1857-1861), tenía la intención de tratar tal tema después de la crítica de «El capital en general» y «Competencia» que son, de hecho, las dos primeras secciones del primer libro, titulado Sobre El Capital, de un proyecto de investigación en seis libros. Sin embargo, esa primera sección no aparece en El Capital, lo que ha levantado una controversia en la erudición marxista (Arthur, 2010). Algunos autores sostienen que sus tres volúmenes tratan, de hecho, de esta categoría general y contienen solo los aspectos de la competencia que son estrictamente necesarios para tal fin (Wilbrandt, 1920; Kuruma, 1962). Por lo tanto, no hay esperanza de encontrar un análisis sistemático de la competencia en la propia obra de Marx, ya que en su vida ni siquiera tuvo tiempo de terminar los volúmenes 2 y 3 de esta obra.

No obstante, Rosdolsky (1977) argumenta que Marx gradualmente revisó su plan científico y finalmente abandonó la noción de «El capital en general». Esta sección se amplió progresivamente y se convirtió en el grueso de El Capital: la mayor parte del material relativo al tema como entidad integral se incluyó en los dos primeros volúmenes, mientras que sus expresiones más concretas y las demás secciones del libro -incluida la sección sobre la competencia- se incorporaron en el tercer volumen.

Rosdolsky (1977) concluye que El Capital no es, en absoluto, el desarrollo de la primera sección del primer libro del plan definido en los Grundrisse (Marx, 1857-1861), sino que es más bien el resultado de un reordenamiento general del proyecto científico de Marx, guiado por su progreso en la comprensión ontológica de la naturaleza del capital (y de la competencia).

Según Moseley (1993), no es la insuficiencia de una noción holística, sino la necesidad de desarrollarla con mayor precisión, lo que llevó a Marx a reestructurar su trabajo en términos de una separación conceptual más precisa: la distinción entre el capital social total, definido al hacer abstracción de las relaciones entre los elementos individuales que lo forman, y la competencia entre capitales. Marx desarrolla esta distinción dialécticamente como un movimiento de lo abstracto a lo concreto (Rosdolsky, 1977; Pilling, 1980; Heinrich, 1989; Smith, 1990).

Ontológicamente, la existencia del capital social total es una consecuencia directa del divorcio de los trabajadores de los medios de producción, que subordina la existencia misma de los trabajadores a su capacidad de establecer una relación con el capital. Por supuesto, en cada relación salarial concreta el trabajador pone su fuerza de trabajo bajo el control de un solo fragmento del capital social total; pero si tiene que aceptar estas condiciones -si tiene que vender su fuerza de trabajo- es por su relación con este. En el capitalismo, el trabajador no está obligado a intercambiar su fuerza de trabajo con el salario de un capitalista, sino con el de un capitalista en particular. Como individuos, el trabajador y el capitalista parecen encontrarse en igualdad de condiciones; sin embargo, como miembros de diferentes clases sociales, el primero debe dar al segundo una parte del valor que produce. Por eso, en el capitalismo, la explotación es esencialmente una relación social, no interpersonal: la explotación es una relación entre el capital social total y la clase obrera, no una relación entre un capitalista y un trabajador.

Hasta ahora (en los dos primeros volúmenes de El Capital), no se trata propiamente de la competencia. La explotación de clase es una consecuencia de las relaciones de clase, no de los medios económicos que la traducen en la práctica. Solamente en el tercer volumen -después de haber demostrado que la plusvalía es trabajo no remunerado y que la acumulación de capital es el resultado de una creciente explotación-, Marx discute las relaciones entre muchos capitales individuales que compiten entre ellos y que concretamente se dan cuenta del proceso de explotación. Pero no se trata en absoluto de un análisis ajeno a los dos primeros volúmenes; por el contrario, el análisis de la competencia en el tercero está vinculado a los resultados obtenidos en los dos primeros sobre las leyes de desarrollo del capital social total: la tendencia al aumento de la composición orgánica del capital y la caída de la tasa de ganancias no son procesos erráticos causados por la competencia, sino que definen las condiciones generales en las que esta se desarrolla entre los capitales individuales.

La competencia no causa la explotación, simplemente fija su magnitud. Al regular los salarios, las horas de trabajo y el proceso de producción, ella impone a la sociedad una tasa de explotación precisa, que debe ajustarse en el tiempo en función de las exigencias impuestas por la dinámica de la tasa de ganancia.

Entonces, la competencia no tiene nada de natural. Únicamente es el mecanismo operacional del capital, la fuerza económica que regula la distribución, somete el proceso de trabajo al capital y obliga a la sociedad a organizarse para facilitar la acumulación de capital. No es una fuerza neutral, es la fuerza del capital. Para el capitalista y el trabajador individuales, es la ley coercitiva externa del capital; pero para el propio capital, entendido como capital social total, es el motor interno de su continua expansión. No es posible separar la crítica del capital de la de su mecanismo operativo porque son dos caras de la misma moneda. Lamentablemente, bajo la hegemonía cultural del mercado, la crítica marxiana de la competencia ha sido progresivamente abandonada y, hoy en día, incluso algunos marxistas creen que los problemas del capitalismo -y por qué no también los del socialismo- se resuelven abriendo las puertas al mercado y a la competencia.

Para Marx, la competencia, tan exaltada por los apologistas del libre mercado, es en realidad el medio a través del cual el capital impone sus leyes. La mano invisible de la competencia, como la llama Adam Smith, no es más que el brazo armado del capital.

Según Engels (1844), la competencia nace con la propiedad privada y en el capitalismo adquiere una dimensión de clase, al dividir al trabajador de sus compañeros y hacer de los capitalistas hermanos-enemigos, con intereses de clase comunes e intereses individuales opuestos: los trabajadores se ponen unos contra otros en la búsqueda de un capitalista dispuesto a explotarlos y los capitalistas se ven obligados a invertir masas crecientes de capital para no ser sacados del mercado.

En las sociedades precapitalistas, el pleno desarrollo de la competencia se ve obstaculizado por un sistema de normas que delimita la propiedad privada y la libre contratación, y excluye la fuerza de trabajo de la esfera de las relaciones de mercado. Únicamente con la conquista de las libertades individuales y el auge del modo de producción capitalista puede desarrollarse plenamente la competencia. Con la generalización de las relaciones de propiedad y la comodificación de la fuerza de trabajo, la competencia se convierte en el principal mecanismo de regulación de la reproducción de la economía, la fuerza motriz esencial de la clase burguesa (Marx, 1857-1861).

Según las palabras de Marx (1867, cap. 22):

El desarrollo de la producción capitalista vuelve necesario un incremento continuo del capital invertido en una empresa industrial, y la competencia impone a cada capitalista individual, como leyes coercitivas externas, las leyes inmanentes del modo de producción capitalista. Lo constriñe a expandir continuamente su capital para conservarlo y no es posible expandirlo sino por medio de la acumulación progresiva. (p. 713)

Así, el capital tiende a concentrarse no tanto como resultado de las elecciones subjetivas de los capitalistas, sino como consecuencia de la ley coercitiva de la competencia, que impone a cada capital individual crecer para no morir: «¡Acumulad, acumulad! ¡Esto es Moisés y los profetas!» (Marx, 1867, cap. 24, p. 891). La concentración del capital se refuerza aún más por la tendencia a las fusiones y adquisiciones que acompañan al proceso de acumulación capitalista. Al analizar este proceso, Marx (1867, cap. 23) señala el papel activo que desempeña el sistema crediticio y la aceleración provocada por la crisis. El efecto de estos procesos de concentración y centralización es que un número decreciente de capitalistas controla una cantidad creciente de capital. Por lo tanto, el proceso competitivo se caracteriza por una tendencia hacia el poder de mercado y el monopolio.

Sin embargo, estas tendencias puestas en marcha por la competencia son una solución racional solo para los capitalistas individuales, no para el capitalismo en su conjunto. Aunque estos obtienen más ganancias de sus decisiones innovadoras, fusiones y cárteles, el aumento de la composición orgánica del capital que acompaña a estos procesos reduce la tasa media de ganancia que prevalece en la economía, por lo que el mismo motivo de ganancia que está detrás del éxito de las empresas innovadoras se convierte en la causa de la crisis sistémica. La racionalidad individual y la irracionalidad sistémica son dos aspectos del mismo proceso.

Además de estas tendencias objetivas, la competencia tiende a imponer su lógica también a nivel subjetivo; pone a un individuo en contra de otro y obliga a todos ellos a luchar por la supervivencia, que, por supuesto, dentro de cada clase no es lo mismo: «allí en donde tanto el obrero como el capitalista sufren, el obrero sufre en su existencia y el capitalista en la ganancia de su inerte Mammón» (Marx, 1844, p. 3). El resultado general de estos procesos es la individualización y atomización de las relaciones sociales dentro de cada clase y la aparición de la competencia como un modo universal de interacción dentro de la sociedad entera.

Este largo camino crítico desarrollado por Marx muestra que la competencia, en última instancia, es solamente el mecanismo operativo del capital, es la fuerza concreta que impulsa la expansión del capital y somete todas las relaciones sociales a su dominación. El capital es un monstruo que debe crecer para no morir y la competencia es el mecanismo a través del cual este monstruo se desarrolla concretamente en la sociedad.

A nivel histórico-teórico, se pueden identificar tres trayectorias principales a través de las cuales se produce este proceso: desarrollos interno, extensivo e intensivo.

1.1. Desarrollo interno

La forma más inmediata en que se desarrolla el capital es a través del crecimiento de la producción de mercancías en todos los sectores de la economía. Si inicialmente se producen diez carros, la competencia obliga a los capitalistas a producir cien, mil, diez mil carros, hasta que el mercado se satura. Y así sucede en todos los sectores. Por esta razón, el capital necesita rendir obsoleto el carro ante su muerte material, por lo que llevarán al consumidor a comprar uno nuevo cuando ya tiene uno que funciona perfectamente.

Y si esto no es suficiente, el estado burgués interviene con nuevas reglamentaciones que, fingiendo proteger la seguridad personal o el medio ambiente, imponen tirar el viejo carro, hasta hace poco seguro y no contaminante, para comprar uno nuevo.

En lugar de ampliar el acceso al consumo a sectores más amplios de la población, el capital fuerza la tasa de absorción de mercancías por parte de las personas ricas; porque al fabricante de carros, ropas y teléfonos no le importan las necesidades de la sociedad, sino las ganancias que se obtienen de la venta de sus productos. Eso es el capitalismo.

El desarrollo interno no es solamente un fenómeno cuantitativo, sino también cualitativo, que se logra mediante innovaciones de productos y de procesos: el viejo carro es sustituido por un carro más moderno con mejores prestaciones o con la invención de nuevos medios de transporte y el proceso de producción está sometido a continuas revoluciones en la búsqueda espasmódica del menor coste. Esto sucede no como un efecto del deseo subjetivo de lucro de los capitalistas individuales, sino como condición objetiva de supervivencia en el mercado, según la ley coercitiva de la competencia.

En este proceso, el capital toma progresivamente el control del proceso de trabajo y lo reestructura según sus necesidades. Marx (1864) distingue entre subsunción formal y real del proceso de trabajo bajo el capital. La primera se produce cuando el capital reestructura procesos laborales preexistentes no capitalistas sin transformar la actividad concreta del trabajador: el capital impone su lógica al proceso laboral y permite a su propietario apropiarse de la plusvalía producida por el trabajador. Este tipo de plusvalía proviene de un excedente de trabajo que ya existía antes de la transición a la producción capitalista. Aunque el trabajador sigue realizando concretamente el mismo trabajo, su plusvalía pasa ahora a un capitalista y no a un señor feudal: la subsunción es meramente formal. La segunda se produce cuando el capital pone el trabajo concretamente bajo su mando, es decir, reorganiza el proceso de trabajo de acuerdo con los principios capitalistas y remodela las tareas del trabajador y su manera de trabajar.

Marx (1864) observa que la subsunción formal tiende a hacerse real con el tiempo en el desarrollo del modo de producción capitalista. Solo bajo condiciones de simple reproducción puede el proceso de trabajo repetirse perpetuamente.

El capitalismo, sin embargo, es un sistema intrínsecamente dinámico que requiere expansión, lo que produce una serie de consecuencias bien conocidas: la tecnología se innova constantemente; los procesos de producción más baratos reemplazan a los menos competitivos; los grandes capitales explotan las economías de escala, mejor que los más pequeños. En estos procesos regidos por la competencia, las tareas de los trabajadores evolucionan para ajustarse a los principios organizativos del capital. Su trabajo concreto se reforma de varias maneras posibles. En algunos casos, el trabajador se convierte en un apéndice de la máquina o de un algoritmo informático. Para los trabajadores, la acumulación de capital no es solamente un problema de cantidad de mercancías a producir, sino de reorganización del trabajo y de la vida misma.

Contra estas tendencias, los trabajadores individualmente no tienen medios eficaces de resistencia. Pueden destruir o sabotear la máquina -la mercancía concreta que les dicta las tareas y el ritmo de trabajo- pero no pueden abolir la competencia, la fuerza externa que rige estos procesos, a menos que, colectivamente, tomen el control directo del proceso de producción.

1.2. Desarrollo extensivo, imperialismo y globalización

La segunda forma de desarrollo del capital es la conquista de nuevas áreas geográficas, de nuevos mercados, de nuevos países, lo que los economistas burgueses llaman globalización y que, en la tradición marxista con mayor precisión científica, se trata bajo el título de imperialismo.

El proceso de concentración y centralización del capital puesto en marcha por la competencia es también un proceso de internacionalización y lleva a la desaparición gradual de la forma de mercado competitivo y al desarrollo de relaciones competitivas a un nivel más alto, entre los bloques imperialistas. Esta transformación de la competencia paralela a la transformación del capital constituye una de las principales líneas de desarrollo de la crítica de Marx después de su muerte.

Autores como Rudolf Hilferding, Karl Kautsky, Nikolai Bucharin, Rosa Luxemburg y Vladimir Lenin han analizado el desarrollo histórico de la competencia y las tendencias empíricas hacia el poder de mercado y el monopolio. Según Lenin (1917, cap. 1), «esta transformación de la competencia en monopolio es uno de los fenómenos más importantes, si no el más importante, de la economía capitalista moderna» (p. 13). En Europa, este proceso ha transformado radicalmente la estructura industrial y, desde principios del siglo xx, los cárteles y los monopolios son ya las formas de mercado dominantes.

Al igual que las empresas industriales y comerciales, los bancos están sujetos a los mismos procesos de concentración y centralización. Estas tendencias hacia el poder de mercado en la industria y las finanzas se refuerzan con una tendencia a la penetración recíproca entre ambos sectores: a través de la adquisición cruzada de acciones y de los nombramientos cruzados de directores en el consejo de supervisión de bancos y empresas, los capitales tienden a unirse bajo una dirección centralizada. La planificación y la coordinación explícita de las actividades económicas sustituyen al antiguo sistema de decisiones empresariales descentralizadas. En esta etapa, los bancos asumen un papel de coordinación explícita en la política industrial; sus estrategias ya no se limitan a cobrar una renta a las empresas individuales. Ahora es posible coordinar y planificar la actividad de sectores industriales enteros o incluso de toda la economía.

La expansión de los monopolios y la fusión de los bancos y la industria caracterizan el surgimiento del «capital financiero», que históricamente ha transformado el funcionamiento ordinario del capitalismo, poniéndolo bajo la supervisión de una oligarquía financiera. El monopolio y los cárteles son ahora la regla y el capitalismo ha alcanzado su «etapa más alta» -el imperialismo-, en la que el capital financiero impone su dominio sobre la economía (Lenin, 1917, cap. 1).

Las consecuencias de esta transformación en el modo de coordinación de los capitales individuales han sido largamente debatidas dentro del marxismo. Kautsky (1914) interpretó este proceso de monopolización como una tendencia a terminar con la rivalidad económica y política. En su concepción «ultraimperialista», sugiere que, después de la monopolización de la economía, la tendencia de la competencia para crear el monopolio llevará a las grandes potencias imperialistas a federarse y a poner fin a su carrera armamentista. Sin embargo, es Hilferding (1910) quien desarrolla con mayor precisión los aspectos económicos de esta concepción. En su opinión, los procesos de concentración y centralización del capital conducirán inevitablemente a la formación de un «cártel general». En ese momento, un solo organismo regulará conscientemente la totalidad de la producción capitalista y el volumen de producción en todas las ramas de la industria, lo que de hecho abolirá la competencia y su papel coordinador en la economía. En el debate marxista, esta idea de que el monopolio elimina la competencia y altera los mecanismos de acumulación de capital ha sido muy influyente, en particular dentro de la escuela del capital monopolista (Sweezy, 1942; Baran, 1957; Baran y Sweezy, 1966; Foster, 1986). Sin embargo, como reconoce Sweezy (2004), empíricamente no hay ninguna tendencia a «la formación de cualquier cosa que se acerque siquiera remotamente al cártel general de Hilferding».

El problema no es solo empírico. La competencia, en la concepción marxista, no es una simple forma de mercado, sino una fuerza coercitiva. Como observa Lenin (1917, cap. 7), «los monopolios, que han surgido de la libre competencia, no eliminan a esta, sino que existen por encima y al lado de ella» (p. 52). El monopolio y el imperialismo no son la prueba de que la competencia ha desaparecido, sino más bien lo contrario. Son la manifestación del desarrollo de la competencia como un mecanismo coercitivo, que impone a los capitales individuales crecer, fusionarse y luchar con otros en niveles cada vez más altos de concentración de capital. La competencia no es un rasgo temporal o accidental del capitalismo, sino su mecanismo de coordinación esencial. El imperialismo reduce el papel de los mercados competitivos, pero no elimina la competencia como relaciones entre capitales individuales; ella, como forma de mercado, se convierte en una excepción, pero su papel como mecanismo de coordinación y coerción se desarrolla en una etapa superior.

Lenin también advierte sobre los riesgos científicos y políticos de una concepción mistificada de la competencia como mera forma de mercado. Monopolio e imperialismo no aparecen como productos intrínsecos de la acumulación capitalista, sino como molestas violaciones de la competencia. El capital financiero no se entiende como una etapa superior de la acumulación de capital, sino como un detrimento de la acumulación de capital industrial. Esta concepción mistificada sugiere una defensa de la competencia y de la industria y una condena del monopolio y de las finanzas. Lenin (1917, cap. 1) declaraba: «basándose en esto, los críticos pequeñoburgueses y reaccionarios del imperialismo capitalista sueñan con volver atrás, a la “libre”, “pacífica” y “honesta” competencia» (p. 17). Pero, «el objetivo de la política proletaria no puede ser hoy el ideal de restaurar la libre competencia -que se ha convertido en un ideal reaccionario-, sino la eliminación completa de la competencia mediante la abolición del capitalismo» (Lenin 1917, cap. 9, p. 69).

En la fase imperialista del desarrollo capitalista, el capital financiero tiende a tomar posesión de la maquinaria estatal y a transformar el gobierno burgués de la economía en imperialismo. El Estado se convierte en un instrumento del capital financiero para expandirse territorialmente. A través de los acuerdos de libre comercio y la conquista de nuevos mercados, los países imperialistas imponen la competencia como regulador general de las relaciones internacionales, no por la fuerza, sino en nombre de la libertad, la libertad del capital de explotar el trabajo en cualquier parte del mundo.

El proceso de globalización neoliberal iniciado por Estados Unidos y el Reino Unido en la década de 1980 forma parte de esta lógica de expansión del capital bajo la presión de la competencia imperialista mundial. Sin embargo, el inicio del programa neoliberal está precedido por algunos acontecimientos significativos de la crisis del capital norteamericano y de su necesidad de expansión en el extranjero.

En 1971, Estados Unidos rompió unilateralmente los acuerdos de Bretton Woods -el mayor default en la historia del capitalismo- y pusieron fin a la convertibilidad del dólar. Más tarde, durante la década de 1970, Estados Unidos promovió e impuso políticas de liberalización de los movimientos de capital, obligando a todo el mundo a abrir sus fronteras al capital financiero made in USA. En este punto, la agenda neoliberal podría desarrollarse plenamente, primero en el Reino Unido y Estados Unidos, y luego a nivel mundial, con políticas de privatización, liberalización y desregulación diseñadas para satisfacer la necesidad de expansión del capital financiero internacional.

1.3. Desarrollo intensivo o comodificación

La tercera vía de desarrollo del capital es la comodificación de las relaciones sociales. Si en el frente político, los principales actores del programa neoliberal fueron Ronald Reagan y Margaret Thatcher, en el frente económico los protagonistas indiscutibles fueron Milton Friedman y Friedrich von Hayek, dos premios Nobel, dos verdaderos campeones del libre mercado, pero también dispuestos -si fuera necesario- a apoyar a las dictaduras fascistas, como en el caso de Pinochet en Chile. Según su concepción, todas las relaciones sociales deben someterse a la lógica del mercado. Todas las cuestiones morales y políticas pierden entonces su significado porque en la sociedad del capital solamente hay un valor: la competencia económica.

En nombre del libre mercado, todos los bienes y servicios se convierten en meras mercancías y pierden su propia naturaleza, porque en el mundo de las mercancías, los libros y las medicinas no se producen para satisfacer las necesidades culturales y sanitarias de las personas, sino la sed de ganancias del capital; este, gradualmente, invade todos los ámbitos sociales: la salud, el deporte, la cultura. En cada territorio, en cada país, en cada área geográfica, su presencia se hace más intensa, se insinúa en toda relación social, anula los derechos y los transforma en mercancías.

Las relaciones sociales se convierten en relaciones de mercado y los derechos, incluso aquellos que por razones políticas y morales se consideran inalienables, reciben un precio, al que finalmente pueden ser alienados. Muchos opinan que la salud no tiene precio, sin embargo, cuando se crea un mercado para la atención hospitalaria o los medicamentos, se fija un precio para la salud y los que no pueden pagarlo se ven privados de su derecho a la salud. La libertad (de unos) para obtener ganancias aumenta y (la de otros) para crecer sanos o morir con dignidad disminuye.

Esta tercera vía de desarrollo del capital es aún más sutil que las anteriores porque se esconde tras el velo mistificante del mercado. El desarrollo de las relaciones de mercado aparece como un factor de inclusión social y, en cambio, es exactamente lo contrario.

La competencia se impone como criterio de racionalidad y permite un nuevo salto cualitativo en el proceso de subsunción de la sociedad bajo el capital. Ya no se trata de una cuestión de derecha o izquierda, sino de eficiencia o ineficiencia, racionalidad o irracionalidad. La racionalidad del capital y sus principios de eficiencia se convierten en valores absolutos y el propio intento de contrarrestarlos parece ilógico y sin base científica. La competencia se impone culturalmente levantando la tierra de debajo de los pies de aquellos que creen que otro mundo es verdaderamente posible porque el reino ideal de la competencia es simplemente el capitalismo.

Aunque Marx se centró en la subsunción del proceso de trabajo, el proceso de acumulación y sus procesos conexos de globalización y comodificación generalizan el papel del capital en la sociedad. Ya no es dentro de los límites estrictos de la producción de plusvalía que la competencia impone las leyes coercitivas del capital, sino dentro de la vida social en general. De ser un mecanismo coercitivo de la relación capital-trabajo, se convierte en el mecanismo coercitivo general de la sociedad capitalista.

En este proceso, la competencia tiende a imponerse también a nivel subjetivo: a medida que se desarrolla el espectro de relaciones sociales regidas por la competencia, esta tiende a aparecer como una fuerza natural, una forma de interacción que siempre ha existido, una consecuencia de la naturaleza humana. De esta manera, el desarrollo de la competencia tiende a producir una imagen distorsionada incluso de sí misma: el hecho de que se desarrolle fuera de la esfera económica no aparece como consecuencia del creciente papel del capital en la configuración de las relaciones sociales, sino como la demostración de que la competencia preexistía a la economía y que, lógicamente, no tiene nada que ver con el dinero y el cálculo económico.

En esta apariencia mistificada, la competencia económica es exclusivamente una aplicación de la «competencia natural», un caso especial en el que la batalla -de todos contra todos- toma una dimensión monetaria. Como mecanismo universal, la competencia parece independiente del desarrollo del dinero y del mercado. Solo cuando su desarrollo se pone en relación con el del capital se puede comprender la verdadera esencia de esta apariencia: no es el desarrollo de la competencia natural en la esfera económica lo que produce la competencia económica; es más bien el desarrollo de la competencia económica en todos los ámbitos de la vida social lo que transforma la propia naturaleza humana en un sentido competitivo.

CONSIDERACIONES FINALES

Según Marx, el desarrollo histórico de la competencia no es más que el proceso a través del cual la acumulación de capital se convierte en una fuerza independiente, separada de los objetivos de los individuos y de la sociedad. En este proceso, la competencia actúa como una fuerza coercitiva externa, que impone la lógica del capital -y sus contradicciones- sobre los objetivos políticos y los valores morales de la sociedad, rige la reproducción de las relaciones de clase y define los márgenes de las opciones subjetivas. Como una mano invisible que lleva el puño de hierro del capital, la competencia impone la acumulación de capital como único objetivo de la sociedad.

Con la inflexión neoliberal, el capital financiero la ha utilizado como arma en la lucha de clases para impulsar el desarrollo del capital de manera extensiva e intensiva, produciendo procesos de globalización y comodificación de la sociedad. En estos procesos, la competencia ha traspasado progresivamente los confines de la esfera económica que la generó, para convertirse en el regulador general de la sociedad entera, por lo que ha pasado a formar parte de la naturaleza humana de este modo de producción.

La competencia se ha convertido así en una norma social, un principio jurídico, un valor moral, una referencia universal en todos los actos de la vida social, mucho más allá de la esfera de la producción de mercancías. Competir en la escuela, en la actividad física, en el arte y en la escritura de artículos científicos deviene algo natural. Y para el economista burgués y el político neoliberal, al fin se hace posible concebir y desarrollar un mundo totalmente regulado por la competencia, en el que el conjunto de la sociedad no es más que un instrumento de valorización del capital.

Luchar contra los tentáculos del capital significa, en primer lugar, luchar contra el motor que los mueve e impulsa su desarrollo. El problema es que, tanto en la derecha como en la izquierda, la competencia no se concibe de forma crítica. Por el contrario, su visión mistificada desarrollada por el neoliberalismo también contamina parte del marxismo y de los procesos hacia el socialismo que se combaten en el mundo. Pero la causa teórica de este problema es simple: no es posible entender la naturaleza de la competencia fuera de la lógica de la acumulación capitalista. Por eso, siguiendo a Marx, en este artículo se ha desarrollado la crítica de la competencia como parte de la crítica del desarrollo histórico del capital. Y como conclusión, he aquí una advertencia política: en una sociedad cada vez más sujeta al capital, el mercado y la competencia no son las soluciones, son parte del problema.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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Recibido: 17 de Diciembre de 2019; Aprobado: 03 de Febrero de 2020

*Autor para la correspondencia. giulio.palermo@unibs.it

El autor declara que no existen conflictos de intereses.

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