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Economía y Desarrollo

versión On-line ISSN 0252-8584

Econ. y Desarrollo vol.167 no.2 La Habana jul.-dic. 2023  Epub 01-Jul-2023

 

Artículo original

Retos históricos de la izquierda latinoamericana en tiempos de coleteo imperial y reemergencias

Historical Challenges of the Latin American Left in Times of Imperial Tailgating and Reemergences

Lázaro Díaz Fariñas1   
http://orcid.org/0000-0002-5794-4681

Nila Marisol Plaza Macías2 
http://orcid.org/0000-0003-1671-1635

1 Facultad de Economía. Universidad de La Habana, Cuba.

2 Universidad Técnica de Manabí, Ecuador.

RESUMEN

En el artículo se analizan algunos problemas enfrentados por la izquierda latinoamericana en los últimos años, así como los retos que ellos representan para la nueva izquierda emergente y los progresismos. A partir del acervo teórico de la variante marxista de la teoría de la dependencia y otras teorías contemporáneas sobre el Estado, se destacan las principales contradicciones enfrentadas por los gobiernos en el terreno económico y político. Por último, se argumentan algunos retos de Cuba en ese escenario, su relación con la nueva izquierda y el progresismo.

Palabras clave: dependencia; imperialismo; nueva izquierda; subdesarrollo

ABSTRACT

The article analyzes some problems faced by the Latin American left in recent years, as well as the challenges they represent for the new emerging left and progressivisms. From the theoretical heritage of the Marxist variant of the dependency theory and other contemporary theories about the state, the main contradictions faced by these governments in the economic and political field are highlighted. Finally, some challenges for Cuba in this scenario are discussed in its relationship with the new left and progressivism.

Keywords: dependency; imperialism; new left; underdevelopment

INTRODUCCIÓN

A Ruy Mauro Marini A Marta Harnecker

El fracaso de la mayoría de los movimientos guerrilleros para asegurar la transformación de la sociedad latinoamericana -largo proceso desarrollado desde finales de los años 50 del siglo XX hasta el presente- ha sido uno de los elementos más importantes para entender el carácter de clase de la izquierda emergente. A ello habría que añadir el genocidio vivido por los sectores más revolucionarios, auspiciado por el imperialismo a través, por ejemplo, del Plan Cóndor llevado a cabo por las dictaduras militares; así como los actos donde estas no progresaron a manos de gobiernos venales, como fue el caso mexicano y su crimen del 68, en el que asesinaron jóvenes universitarios comprometidos con otra sociedad.

Si bien la Revolución cubana continuó siendo un faro de aliento para la revolución en América Latina, la izquierda de la región fue modificando la percepción de cuál sería la ruta crítica para llegar al poder; se fue desligando de la opción cubana motivada, entre otras causas, por lo anteriormente expuesto.

La experiencia histórica de inicio de una transición pacífica, a partir de la iniciativa de la Unidad Popular en Chile, puso al desnudo su precariedad para sostener proyectos de transición socialista en el continente en la década de 1970. Esta idea reemergió a finales de los años 90 del pasado siglo con un nuevo contenido, bajo la influencia del fin del socialismo histórico.

Los problemas económicos enfrentados en su devenir histórico por el socialismo cubano, también influyeron en el distanciamiento crítico con relación a la experiencia cubana; aparecen en el contexto otras visiones de cómo llegar al poder y construir nuevas realidades, incluidas el socialismo. No obstante, la izquierda latinoamericana y el progresismo, como regla, no le restaron importancia a la relación estrecha con la dirigencia política de Cuba; lo cual se evidenció, en formas de solidaridad militante, debido a su experiencia de antimperialismo y enfrentamiento a graves problemas sociales.

Los anteriores factores hicieron posible que emergiera una «nueva izquierda» en la región, de una matriz heterodoxa, heterogénea y difusa, opuesta a la contradicción social, generada por los paquetazos del neoliberalismo y distinguida por movimientos sociales y partidos políticos pluriclasistas que aportan una mayor complejidad a la problemática de la transformación revolucionaria de un escenario socioclasista, distinto de la clase obrera como fuerza dirigente.

Cualquier reflexión en torno a la izquierda latinoamericana debe entender esa dinámica y desafiar las posiciones dogmáticas e intransigentes ante las nuevas realidades. Debe reconocer el descrédito de la izquierda militante ortodoxa, difuminada y fragmentada ante la emergencia de nuevos actores políticos y movimientos sociales que reconfiguran el escenario hacia una variante acuñada como «alternativa posible» (Pérez, 2009).

El cuestionamiento al dogmatismo intransigente y a los problemas históricos del socialismo comenzó a fines de la década del 70 del siglo XX. Fue la obra de un grupo de pensadores latinoamericanos sui géneris que compartían una militancia política a toda prueba, así como un trabajo científico y político, para guiar la movilización anticapitalista a partir de una lectura crítica del marxismo, distante del estalinismo dominante. Esa intelección estuvo orientada a desentrañar lo particular de las relaciones capitalistas de producción en el continente, a partir de interpretar lo particular de las relaciones de producción capitalistas, tomando como punto de partida lo esencial y general expuesto por Marx (1973).

El resultado de esta lucha política y teórica fue la variante marxista de la teoría de la dependencia, en especial la obra de Ruy Mauro Marini y de otros intelectuales dedicados a explicar los problemas fundamentales de la lucha de clases en el continente; lo cual, aún con el tiempo trascurrido, es pertinente para la izquierda contemporánea y su lucha frente al imperialismo.

Por esta razón, en este trabajo se pretende reflexionar acerca de los problemas de la izquierda en América Latina y el progresismo para lograr una verdadera trasformación socioeconómica revolucionaria, tomando como base el acervo teórico de los dependentistas, poner en perspectiva otras consideraciones relacionadas con la teoría del estado, la praxis política y la transformación revolucionaria en Nuestra América. El trabajo se centrará en lo general de la izquierda latinoamericana, debido a que obras precedentes abordan lo particular de las experiencias de países y regiones, en especial el ensayo de Francisco López Segrera (López, 2016).

Se han tomado en consideración algunos aspectos positivos del escenario actual de la lucha de clases, como la victoria del Movimiento al Socialismo en Bolivia después de un golpe de Estado. Además, se tuvo en cuenta la influencia de una importante fracción de «la nueva izquierda norteamericana» en la victoria de Joe Baiden en las elecciones, la cual no solo capitalizó el descontento popular contra el trumpismo, sino que posee una orientación política socialdemócrata auto-asumida como socialista.

LA NUEVA IZQUIERDA EMERGENTE

A fines del siglo XX e inicios del XXI emergió en la región una variante de izquierda que logró hacerse, en algunos casos, con el poder político y llegó a asumir, en ocasiones alguna variante del socialismo del siglo XXI. Influidas por el pensamiento libertario -el socialista pequeño burgués- las nuevas emergencias del marxismo y otras alternativas realizadas al neoliberalismo desde el pensamiento neoinstitucionalista y el neoestructuralismo cepalino, exponen la idea del desarrollo de un capitalismo con rostro humano.

En todos los casos, tanto en las experiencias resistentes como en las fallidas, se apostó por una política social inclusiva y una mirada acuciosa al problema de la pobreza. En ellos emergió o reemergió una clase media producto de las políticas redistributivas, mayores accesos a servicios básicos o una mejor posición frente a los medios de producción. Tales resultados fueron logrados a partir de las políticas soberanas aplicadas a los recursos naturales nacionalizados, parcialmente en algunos casos.

El fracaso o el estancamiento de las experiencias ligadas a la nueva izquierda se manifestaron a partir de la crisis sistémica iniciada en el 2008. Una de las causas radica en la caída abrupta de los precios de las materias primas; otra, en la política de confrontación del imperialismo norteamericano con la avanzada de China y otras potencias en la región; por lo que la sostenibilidad de estas experiencias ha impactado desde la geopolítica. Emergieron dos tipos de problemas recurrentes: por una parte, los viejos problemas estructurales de larga data; y por otra, los problemas políticos planteados por la reemergencia de la derecha se convirtieron en un bumerang para la sostenibilidad política de los proyectos reformistas.

ECONOMÍA, DEPENDENCIA Y SUPEREXPLOTACIÓN

La mayoría de las experiencias gestadas en América Latina no lograron realizar transformaciones sustantivas en la estructura socioeconómica de la sociedad. Apoyadas en un escenario de esplendor del ciclo capitalista, impulsado por China, exaltaron el rentismo típico de la exportación de materias primas. Esta bonanza creó las condiciones para una redistribución de la renta que alcanzó todos los sectores de la sociedad hasta el estallido de la crisis de 2008, inicio de las primeras contradicciones al interior de esas alternativas.

En la etapa de esplendor ocurrió una disminución significativa de la pobreza, el ensanchamiento de la clase media y el surgimiento junto a la burguesía tradicional trasnacionalizada de nuevos elementos de clase burguesa1 (nueva derecha), a partir fundamentalmente, del proceso de redistribución. Una posición más favorable ante los medios de producción resultante de las discretas nacionalizaciones dio como resultado una nueva clase: la boliburguesía. 2 En este proceso se destacan nuevos ricos, emergentes de la burocracia, la meritocracia y empresarios con posiciones corruptas, que en momentos que el sistema deja de reproducirlos se convierten en enemigos de la revolución. Esta situación se hiperbolizó, pues las ganancias del capital aumentaron en una proporción mucho mayor que los beneficios que se promovieran por el lado del trabajo. La emergencia de la crisis y su prolongación hizo fuerte mella en las asistencias sociales, pudiendo llegar incluso a la congelación salarial (Plaza y Díaz, 2019); se realizaron ajustes con políticas ambidiestras, a veces encargadas a tecnócratas neoliberales.

La flexibilización de la inversión extranjera no benefició la trasformación estructural; las inversiones siguieron produciéndose principalmente en el sector primario exportador, ligadas a la dinámica de corruptelas, y creando serios desafíos para los gobiernos nacionales. Esta situación fue particularmente impactante en Ecuador; afectó la gestión exitosa del gobierno, lo cual fue expuesto por Rafael Correa en CAITISA (2017).

Asimismo, fue impactada la recompuesta clase media, la cual, en su mayoría, una vez que pasa el momento dorado del rentismo, sucumbe a los encantos ideológicos del neoliberalismo; consciente o inconscientemente se convierte en un lastre para la transformación política.

Siguiendo a Marini, las clases medias siguen arrastrando los problemas históricos que la enfrentan a una disyuntiva contradictoria en la lucha de clases. La realidad de la economía latinoamericana poco cambió. En los años 90 del siglo XX la ola de privatizaciones y la desindustrialización neoliberal profundizaron las causas de su diatriba. Al decir de Marini (1974), las clases medias siguen…

[…] enfrentándose ellas mismas a la dificultad para ubicarse dentro del sistema de producción, sus reivindicaciones tendieron, en el mejor de los casos, a coincidir con las reivindicaciones de trabajo del proletariado industrial, mas, nada representaron en el sentido de fundar esa aspiración en el análisis científico de las condiciones que la motivaban, es decir, de la tendencia inevitable del sistema a expulsar de las actividades productivas a masas crecientes de la población. Más que esto: la clase media, participando objetivamente del proceso de marginalización que afectaba al subproletariado, coincidió muchas veces con este en sus reivindicaciones de consumo y confundió inclusive el movimiento propio del subproletariado con la lucha de clase de los trabajadores industriales, con lo que se constituyó ella misma en otro soporte fundamental del populismo. (p. 21)

El hecho de privilegiar el consumo sobre la acumulación, especialmente la falta de una política de diversificación económica y la creación de nuevas industrias distintas de las relacionadas con el rentismo, generó la incapacidad de contar con más actores de la clase obrera consciente para profundizar la revolución. Se recrearon las condiciones objetivas y subjetivas para ahondar la preeminencia de la aristocracia obrera, desligada de verdaderos sentimientos de clase en muchos escenarios del continente, especialmente en Venezuela. Además, en estos procesos, en general, no se realizaron transformaciones sustantivas de las relaciones de propiedad, en especial de la tierra; por lo que se mantienen las condiciones objetivas para el intercambio desigual y la superexplotación del trabajo -una de las más importantes demandas al Partido del Trabajo (PT) de Lula hecha por el Movimiento de los Trabajadores sin Tierra (MST) que lo había acompañado en las elecciones anteriores.

Con la contracción del ciclo capitalista emergieron los viejos problemas estructurales que se reflejaron en la estructura socioeconómica, manteniendo la base fundamental del capitalismo dependiente. Las inversiones de capital extranjero coligadas al rentismo; si bien aumentan la productividad del sector rentista, profundizan la dependencia. A ello se añade el resultado negativo que sobre el desarrollo social tienen las exenciones fiscales al capital extranjero y los límites que ello supone para una política social inclusiva desde el Estado (CEPAL-OXFAM, 2019).

Estudios recientes relacionados con Ecuador señalan que los procesos de cambio, en su lucha contra la pobreza y la pobreza extrema, no solo profundizaron la superexplotación del trabajo de la clase trabajadora del sector exportador, sino de otros sectores que tienen que ver con la producción de bienes salarios para la reproducción de la fuerza de trabajo local (Díaz, Plaza y Medina, 2020). Ello aconteció en condiciones de trabajo precario y con formas de explotación donde se utilizan formas de plusvalía absoluta que se manifiesta en bajos precios, apropiada por la clase burguesa local y los inversores extranjeros en una sui generis forma de plusvalía relativa derivada de aumentos de productividad en condiciones de pobreza y atraso secular. La izquierda si bien redistribuyó hasta donde fue posible no logró detener la concentración de la riqueza (Acosta y Cajas, 2018).

Los bajos precios relativos permitieron el congelamiento de los salarios sosteniendo el ciclo de la dependencia y la forma predatoria en que es apropiada la ganancia por los sectores que se oponen, incluso, a la idea de un capitalismo con rostro humano. Esta situación fue particularmente observable en Ecuador en tiempos de Rafael Correa, mientras se defendía la denominada economía popular y solidaria que transfiere plusvalía relativa al capital mediante los bajos precios de las mercancías agrícolas y otros, sosteniendo la congelación de los salarios y la dolarización de la economía (Díaz, Plaza y Medina, 2020).

Por lo general, aunque existieron algunos intentos de la izquierda de transformar la estructura de la economía, esto no se reflejó sustancialmente en la sociedad, manteniendo inalterable el ciclo de la dependencia y la superexplotación capitalista y encadenando la emergencia y la reemergencia de la izquierda al ciclo del capital dependiente. Las inversiones de capital rara vez alcanzaron la inversión productiva más allá del rentismo. No hubo un avance en términos de producción de bienes de capital que rompieran los nudos gordianos de la dependencia aún en los marcos del capitalismo, tal como se verifica en el sudeste asiático donde aparecen márgenes importantes de soberanía tecnológica.

Allí donde la izquierda se abocó a cambios estructurales profundos e inclusivos, logró sostenerse e incluso vencer un golpe de Estado, como es el caso boliviano. Ese país, con un modelo socialista adaptado a las condiciones de la comunidad ancestral y la cultura andina, ha logrado en medio de fuertes tensiones con la burguesía rentista santacruceña, crecimientos absolutos de su producto interno bruto (PIB) superiores al 5 % anual por varios años, con excepción del período relacionado con el golpismo (CEPAL, 2022). Ello se entrelazó con una política social inclusiva pero no asistencialista, que ha allegado recursos a los sectores más pobres de la sociedad, para hacer sostenible y sustentable su desarrollo como clase, sobre todo de las comunidades agrícolas y mineras. Por esto se lograron altas cuotas de soberanía y seguridad alimentaria, a la vez que impulsó una política soberana y anticolonial de desarrollo y trasformación de sus recursos naturales, entre estos el gas y las nuevas inversiones en la minería del litio (Estado Plurinalcional de Bolivia, 2022).

Otro país que ha logrado una impresionante estabilidad económica y social, e incluso detener una ola de inseguridad y vandalismo impuesta por los sectores de la derecha y el imperialismo, es Nicaragua. Ha logrado también la movilización positiva de su población, se aprecian importantes indicadores de desarrollo y de prosperidad, sobre todo, de su población campesina, la reversión de las políticas neoliberales que trastocaron el desarrollo cooperativo, así como avances importantes en la producción agrícola y el desarrollo rural (CEPAL, 2022), a pesar del cuestionamiento a la fórmula de gobierno actual.

Destaca la complejidad del caso venezolano, país que ha desarrollado una profunda revolución social, acompañada de una de las redistribuciones de la renta más grande en la historia del continente, sin que ello signifique un cambio estructural. Un plan millonario de construcción de viviendas, educación y salud universal, gratuidades de todo tipo fue puesto en peligro y amenazado seriamente por la caída abrupta de los precios del petróleo, el bloqueo imperialista y las acciones desestabilizadoras de la derecha, ante la abatida que sufriera su sector petrolero.

En términos macroeconómicos, el país no ha podido cumplir sus metas de desarrollo expuestos en el Plan de la Patria (República Bolivariana de Venezuela, 2018). El aporte de la economía no petrolera al PIB no superaba el 4 % en el 2014 (Díaz, 2015), lo que ha provocado una crisis económica y social acompañada de una hiperinflación de la que apenas se empieza a recuperar a partir del 2021 (CEPAL, 2022).

Venezuela es una típica economía subdesarrollada (hipersubdesarrollada) por los fuertes contrastes de su estructura económica, esencialmente rentista, a pesar de su enorme riqueza natural. El boom de las exportaciones tradicionales hasta aproximadamente el 2005 le permitió no solo una gran redistribución de la renta sino, además, liderar mecanismos de integración.

Todo eso se logró principalmente a través de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), de muy discreta trascendencia en términos estrictamente económicos, de la UNASUR y Petrocaribe; este último posibilitó el acceso de los estados insulares del Caribe al petróleo con precios preferenciales.

Venezuela padece una crisis de inversión productiva que la hace vulnerable frente al imperio. La sostenibilidad del proyecto está soportada por el apoyo popular y la unión cívico-militar, coligada a una estrategia de resistencia que incluyó, como en ningún otro momento histórico, el desarrollo de su agricultura y de su producción minera no petrolera.

Estas dos actividades productivas le han permitido al país hacer frente a la fuerte envestida del imperialismo a su economía, a lo que se unió una nueva recomposición de sus relaciones internacionales en un momento histórico de cuestionamiento de la hegemonía imperialista basada en la unilateralidad del eje Estados Unidos-OTAN.

Al igual que en otros países, en el caso venezolano, la batalla por el desarrollo socioeconómico requiere de un gran esfuerzo inversionista que le asegure superar el rentismo; ahí está la clave para que esta Revolución pueda acometer el liderazgo en la contrahegemonía del continente frente a las aspiraciones del imperialismo.

En la Figura 1 se ilustra el desarrollado del ciclo de la dependencia y su relación con la emergencia de la nueva izquierda y la reemergencia de la derecha en ciclos que tienen larga data en la región.

Figura 1 Ciclo de la dependencia y la nueva izquierda. 

LA SUPERESTRUCTURA DEL ESTADO

En la región, la mayoría de las alternativas al neoliberalismo realizaron importantes cambios desde el Estado, manifiestos en varias reformas constitucionales. Sobresalen por el alcance las realizadas en Venezuela, Ecuador y particularmente, en Bolivia. Todas supusieron importantes transformaciones en las estructuras del Estado; se observa un sentido nuevo de este, un nuevo contrato social, en un intento más o menos de transformación de la idea del desarrollo del capitalismo nacional e incluso del socialismo, de carácter innovador, al reconocerse nuevos derechos como los laborales, de la naturaleza, las minorías, los pueblos originarios, entre otros.

En Bolivia sobresale la cosmovisión de una sociedad socialista correlacionada con las aspiraciones de la comunidad ancestral de las nacionalidades indígenas. En Ecuador se observa un constitucionalismo de gran altura e innovación, influido por un socialismo pequeño burgués que no reconoce la lucha de clases, que potencia el romanticismo económico. En Venezuela se superponen elementos nacionalistas con los del marxismo, el socialismo libertario y otras escuelas, que le dan a la constitución un carácter muy particular y contradictorio con su visión del socialismo del siglo XXI; sin embargo, lo más importante de esta última es el reconocimiento de la unión cívico militar como elemento de sostenibilidad política y militar frente a las agresiones imperialistas. El pecado original de estas experiencias consiste en no haber podido superar el democratismo burgués en el escenario de la lucha de clases, aun con el grado de innovación existente en todas.

En una lectura crítica e innovadora del concepto marxista de la relación dialéctica base- superestructura, Poulantzas (1979) señala la importancia de las relaciones político- ideológicas en la reproducción de las nuevas relaciones de producción, porque se encuentran presentes desde que se incuba el nuevo modo de producción, si de transformación socialista se trata. El proceso de explotación es al mismo tiempo proceso de reproducción de las relaciones de dominación/subordinación política e ideológica. De este dato fundamental deriva la presencia específica en cada modo de producción del Estado, que concentra, condensa, materializa y encarna las relaciones políticas-ideológicas en las relaciones de producción y su reproducción, remarcando la esencialidad de la política en la construcción de las nuevas relaciones sociales de producción.

Por ello, a las tareas de la producción y reproducción por parte del nuevo Estado, se tendrían que imponer otras relaciones que aseguren su hegemonía ideológica, las nuevas concepciones sobre el nuevo modo de producción que, según estos preceptos constitucionales, se pretende construir. Esto supone desconstruir la ideología contenida en la coloniedad del poder, expresión política fundamental de la dependencia. A ella habría que imponer la nueva ideología de la trasformación revolucionaria -socialista si fuera el caso-, aun cuando esta se encuentra en constante desarrollo.

Por su parte, Poulantzas (1979) indica algunos elementos a considerar por la izquierda vinculados a la relación Estado-gobierno. El Estado, como encarnación de la superestructura política, tiene gradaciones y relaciones perceptibles e imperceptibles incrustadas en la estructura socioeconómica. El gobierno, como expresión de una relación más dinámica que expresa la relación mediada de la acción política, avanza en los procesos del desarrollo, que son entorpecidos por otras formas menos visibles prácticamente inmutables de las relaciones políticas-ideológicas; entre estas últimas, la educación de clases, la religión, las tradiciones intangibles, y otras tangibles como los organismos de seguridad, el ejército y la policía que son portadores de la ideología del modo de producción dominante. Sin una trasformación radical de estos ámbitos es imposible hablar de transición a una nueva sociedad o de sostenibilidad de políticas inclusivas.

Esta problemática guarda una estrecha relación con el concepto de subimperialismo formulado por Marini (1977). Las posiciones dominantes de la oligarquía, como expresión de clase fundamental en la conformación del capitalismo dependiente, hacen que el tratamiento de esa categoría cobre una importancia extraordinaria para entender la dialéctica entre la sostenibilidad del proyecto, la resistencia a los ataques externos y la dinámica nueva del desarrollo que se pretende fomentar.

Por su propia naturaleza, la oligarquía y la burguesía trasnacionalizada emergente necesitan del exterior para su desarrollo, debido a las posiciones que defienden ante una mejor posesión de los medios de producción, o el desplazamiento hacia la producción manufacturera que produce fricciones, no solo intraclase burguesa local sino con el imperialismo. Ello origina una nueva dinámica, contradictoria, en la relación imperialismo-subimperialismo, donde el segundo, en tanto aspira a hegemonía en la subregión, tiene que relacionarse con viejos y nuevos actores de las fuerzas imperialistas.

Esto es particularmente visible en Brasil, Argentina y México; este último, con una incidencia extraordinaria en los planes desestabilizadores de Centroamérica a través de la Iniciativa Mérida, muy especialmente influyente como organizador y promotor en tácticas de insurgencia, de la «disidencia» en la denominada guarimba venezolana. Esta dinámica impone un enorme reto a los gobiernos progresistas de Andrés Manuel López Obrador, en México y de Alberto Fernández, en Argentina. El primero, enfrascado en el adecentamiento del Estado, la pacificación del país y el enfrentamiento a la pobreza, en un país cuyos organismos de seguridad tiene una larga data de relaciones «cordiales» con sus pares norteamericanos. El segundo enfrenta una situación similar, a lo que se suma el justo reclamo de soberanía sobre las islas Malvinas. En ambos casos, con fuertes lazos de integración y de dependencia de sus oligarquías con el imperio, lo que impone cotas a los intentos soberanos de relacionamientos con los nuevos actores emergentes: China, Rusia e India, fundamentalmente, que pueden ser elementos dinámicos en el desarrollo de un capitalismo nacional más soberano y portador de políticas inclusivas para las mayorías.

A continuación, en la Figura 2 se visualiza la relación dialéctica existente entre la superestructura del Estado -como expresión suprema de las relaciones de clase y las relaciones político-ideológicas de que son portadoras- y las tareas destructivas para el logro de las nuevas relaciones sociales de producción.

Figura 2 Relación dialéctica entre la superestructura del Estado y las tareas destructivas. 

NUEVOS Y VIEJOS ENEMIGOS DE LA IZQUIERDA

Sin dudas, la izquierda comprometida con la trasformación social tiene como principal enemigo el imperialismo. Para la solución de los problemas de la dependencia y, en especial, la comprensión de la relación dialéctica desarrollo-subdesarrollo, la izquierda debe abocarse a un desarrollo alternativo a la lógica del capital norteamericano, aun en los marcos del capitalismo, aún más si se trata del desarrollo de la revolución socialista.

Una lección a aprender por los luchadores sociales en el continente es que, aun cuando desde los centros de poder aparezca un discurso supuestamente más humano con relación al comportamiento del capitalismo, su esencia es imperialista. El llamado combate a la pobreza es un ejemplo; tras el énfasis del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional en el enfrentamiento a la pobreza, subyace la idea de la disfuncionalidad de esta con relación a la acumulación capitalista, en tanto limita la capacidad de consumo que requiere el sistema para su reproducción, frena el desarrollo de las fuerzas productivas, afecta la gobernabilidad, entre otros efectos (Medina, 2018).

Es posible situar también una serie de enemigos históricos desde el lado de la izquierda ortodoxa. Entre estos, especial mención tiene una tendencia presente en el marxismo académico y sus lecturas manualísticas propias de las herencias de las concepciones difundidas por la degeneración burocrática soviética. El rescate crítico de la teoría de la dependencia y su nuevo desarrollo es un desafío frente a esta tendencia que se empalma con una visión etapista, positivista y subjetiva del proceso de desarrollo. Se necesita con urgencia una actualización de la crítica de la economía política, que permita con objetividad, el combate a las formas de pensamiento dominante para encausar científicamente su proceso de liberación económico-social.

Gran importancia reviste la búsqueda de una salida partidista y revolucionaria a una versión del marxismo académico presente en las universidades latinoamericanas de alto vuelo y rigor teórico, pero incapaz de superar el carácter pequeño burgués que les proporciona su estatus socioeconómico. Ello les impide ejercer en profundidad la relación dialéctica entre cientista social y luchador social, característico de la tendencia marxista dependentista. Ya Marx en sus elocuentes Tesis sobre Fouerbach alertaba, específicamente en la XI, que «los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo» (Marx, 1845); he aquí el reto más importante de las ciencias sociales latinoamericanas.

En este escenario es muy importante distinguir el papel retardatario del socialismo pequeño-burgués para la transformación, pues no reconoce el papel de la violencia en la historia. Esto último le impide a esta izquierda mantener relaciones dominantes en el largo plazo y, en consecuencia, resulta aplastada por la violencia capitalista. A ello se suma su incapacidad para, al menos, atenuar las contradicciones fundamentales del sistema, al estar muy marcados por el romanticismo económico, sin que el individuo se articule con una propuesta de transformación de la sociedad más allá de gestionar su propia pobreza; es decir, que su transformación se articule en un verdadero poder popular que enfrente los apetitos imperiales y de la oligarquía a su servicio.

La liberación económica de amplios sectores populares y su expresión en la militancia política en defensa de sus intereses anticapitalistas podrían estar señalando una parte importante del éxito del pueblo boliviano en su lucha contra el golpe de Estado. La construcción de un verdadero poder popular es la lección más importante a aprender y aprehender de esta experiencia, especialmente para los que quieren retomar la senda del socialismo del siglo XXI en Ecuador.

Una singularidad que se debe estudiar mucho más se relaciona con una parte de las iglesias protestantes y la difusión que estas hacen de la denominada teología de la prosperidad. Ha sido junto a las noticias falsas en las redes sociales uno de los elementos más polarizantes en las actuales circunstancias históricas. La guerra mediática tiene que ganarse con los argumentos científicos que demuestren cada vez más cómo se produce el proceso de enajenación del trabajo por el capital; que esclarezcan, en la perspectiva de la lucha de clases, el beneficio de una nueva sociedad alternativa; que articule la protesta social contra la corrupción, el crimen político, la violencia de género, racial, la exclusión social de las muy diversas orientaciones sociales, con la lucha anticapitalista. Ello es especialmente impactante en las relaciones de la nueva izquierda con los pueblos originarios, las cuales de manera general no gozan de buena salud.

En este sentido, la lucha contra el neoliberalismo -como expresión política e ideológica del capitalismo contemporáneo- debe ser transformada en una lucha anticapitalista; en los tiempos que corren la contradicción existente entre el capital y el trabajo, adquiere una nueva dimensión. La emergencia mundial del fascismo, como la solución a esta contradicción por el lado del capital, es la recreación contemporánea a la disputa entre el imperialismo y el leninismo, ahora dirigida hacia China, aun cuando en ese país no fuese el fundamento ideológico de los comunistas chinos.3

El patrón de acumulación del capital en esta etapa está cada vez más marcado en la región por una crisis de inversión motivada por la reticencia de los sectores tradicionales, influido por el lugar que estos ocupan en una división capitalista del trabajo cada vez más excluyente y competitiva. La alternativa del capital a esta crisis de inversión y rentabilidad es gestionada por estos sectores desde la especulación financiera propia de un capital rentista, imposibilitados y/o desinteresados en una nueva industrialización. Además, desde el punto de vista ideológico los medios de comunicación, que responden a los intereses del capital, venden la ilusión de la cuarta revolución industrial en una región con millones de hambrientos creando un fetichismo de futura prosperidad (Medina, Díaz y Plaza, 2022), por demás inalcanzable con la trayectoria neoliberal fascista.

Estos elementos hacen imposible una vuelta al estado de bienestar keynesiano, como referente de un capitalismo con rostro humano, ilusión de las clases medias de todo el mundo como antídoto al neoliberalismo; esa posibilidad ya no existe en el sentido histórico. Hay que soñar un nuevo mundo, no queda de otra; así lo demuestran los efectos del cambio climático y de la pandemia por COVID 19, la agudización de la pobreza, la amenaza latente de las guerras, por solo mencionar algunos ejemplos, que en definitiva, son expresión de la agudización de las contradicciones del sistema capitalista. Esta realidad no puede transformarse sin la emergencia de una nueva sociedad, distinta al capitalismo en su coleteo histórico. Esa debe ser la esencia de la ciencia del socialismo como sustantivo ideológico de la nueva emergencia histórica.

El desgaste de los liderazgos históricos golpea la izquierda latinoamericana; la no superación del caudillismo y del populismo típico del reformismo latinoamericano impide la renovación de los liderazgos y la profundización de las políticas por actores jóvenes y otros más conscientes. Además, la falta de operatividad política de los partidos, los intereses mayoritariamente difusos, interclasistas, influyen en que estas entidades no se consoliden y su lugar sea capturado por la atomización social de los múltiples movimientos sociales, incapaces de articular una resistencia ante la contraofensiva imperial, y terminan cediendo a las posiciones más conservadoras.

CUBA EN EL ESCENARIO ACTUAL

El desgaste, anquilosamiento y falta de perspectiva teórica provenientes de más de 30 años de enfrentamiento a la crisis del Período Especial, apenas ha empezado a reordenarse en el caso de Cuba, al calor de la Reforma Constitucional y el nuevo liderazgo de Miguel Díaz-Canel, tras un largo e intenso debate político muy centrado en la economía sin resultados positivos. Ello obligará a una necesaria reflexión en torno a la praxis y la teoría de la transición socialista y su lugar en la lucha de clases en la sociedad cubana actual, marcada además, por el hecho de ser el país el único sobreviviente del socialismo histórico en el occidente. Particularmente en este frente, hay que realizar una batalla histórica para la derrota política e ideológica de la deformación burocrática en el seno de la sociedad cubana, por lo que ello significa para el imaginario socialista del continente.

En el plano de las ciencias sociales significa trascender el apriorismo racionalista del neopositivismo imperante en la ciencia, la teoría del capital humano, el discurso sensacionalista en torno a la innovación y otras categorías del pensamiento burgués contemporáneo que han entrado en el escenario de nuestras ciencias sociales, en especial las económicas (Medina, 2021). Estas se han utilizado, sin una adecuada recepción crítica, asimilación e innovación para servir a la praxis, desarrollándose un proceso similar a la copia del modelo estalinista en desconstrucción, 4 en desmedro del electivismo propio del pensamiento cubano.

Habría que reconsiderar, además, la función que Cuba tendría que asumir en un escenario de recomposición y fortalecimiento de la integración regional; su participación en el diseño de una agenda de integración productiva y social con sectores emergentes orientada hacia la lucha anticapitalista, con un contenido nuevo, distinto al formalismo actual.

La tarea fundamental de los comunistas cubanos como guía de la nación está relacionada con el desarrollo de un socialismo que termine con la enajenación del trabajo. Se deberá asegurar el desarrollo socialista como alternativa al neocolonialismo, y a la derrota económica y no solo política del bloqueo norteamericano. Incluye superar los constructos ideológicos, propios de una versión de socialismo inexistente, fracasada, e ir a la raigambre más profunda del pensamiento de Marx y de Martí; el desarrollo de un socialismo donde el trabajo asalariado dé paso al trabajo asociado, frente a la tendencia privatizante. Ello profundizaría su influencia histórica en otras experiencias de transformación en la región. Urge incorporar a las masas crecientes de jóvenes interesados en un país que les ha enseñado a formase un pensamiento propio y diverso, manteniendo como brújula el socialismo frente a tendencias desmovilizadoras y burocratizantes; esto solo es posible en una sociedad cada vez más productiva, democrática e inclusiva, atributos más anhelados de cualquier sociedad socialista.

El escenario actual es un importante símbolo de cambio, caracterizado por una imposibilidad manifiesta de resolver la grave pandemia de la COVID-19 por los gobiernos de la derecha en el continente, la crisis socioeconómica y de gobernabilidad enfrentada por los gobiernos en muchos países del Cono Sur, especialmente en Chile, Perú y Colombia, y la respuesta de los pueblos. En ese contexto, aparecen rostros nuevos y una pujante manifestación popular que necesita del apoyo y la solidaridad militante de los hombres de buena voluntad de este continente.

El hecho sin precedentes de la «alternativa socialdemócrata de la lucha de clases» liderada por Bernie Sander en Estados Unidos -decisiva en la elección demócrata- abrió a su vez el camino a una alternativa antisistémica en el corazón del imperio, tras la unión de una nueva generación de jóvenes anticapitalistas a la renovada organización Democratic Socialists of America (DSA). Esta última puja por profundas reivindicaciones sociales en ese país desde dentro del establishment del Partido Demócrata, al que pretende superar. Se les unen nuevas organizaciones nacientes de distinto signo y grado de madurez pero con una clara vocación anticapitalista (Gong et al., 2019). Ello obliga a mirar no solo al sur, sino también al norte -si de alternativa se trata- y articular un gran movimiento panamericano por la liberación social y la justicia, de modo que socave desde adentro las bases del imperio y haga más viable la alternativa en el continente.

CONSIDERACIONES FINALES

Desde el punto de vista económico el reto mayor de la izquierda latinoamericana radica en tener una visión prospectiva del lugar que ocupa en el mundo. Ello significa el desarrollo de una nueva economía que venza el subdesarrollo y asegure la reproducción ampliada de la sociedad, distinta de la coloniedad del poder propio del rentismo, base latente del neocolonialismo imperante en la región y de las condiciones de superexplotación del trabajo, al no realizarse cambios sustantivos en la estructura socioeconómica de la sociedad latinoamericana.

Un reto no menor es la movilización social contra el capitalismo dependiente. Ello pasa por recomponer un discurso ideológico que empalme cognoscitivamente con la comprensión científica de la necesidad de trascender el capitalismo, fuente principal de enajenación económica y social. Todo esto precisa de nuevas tácticas para allegar la voluntad de las mayorías, en especial de las clases medias abrumadas por el discurso consumista del neoliberalismo. Significa desarrollar, en el sentido estricto, una nueva superestructura que asegure políticamente los cambios deliberados a realizar en la base económica de la sociedad latinoamericana.

La Revolución cubana puede ser un buen referente de resistencia anticapitalista y antimperialista para la izquierda, si avanza en su agenda de desarrollo, derrota el imperialismo y el subdesarrollo en el terreno económico para beneficio de sus mayorías, y aporta desde lo ideológico la experiencia del desarrollo socialista en un proceso de profundización de la democratización de la vida de la sociedad, que asegure un contenido real y aleje a los trabajadores de la tendencia a la enajenación del trabajo.

En la actualidad existe una potencial posibilidad de una reemergencia de la izquierda en el continente, marcada especialmente por la impronta de los jóvenes. Estos, aunque desarticulados aún, están mostrando claramente una tendencia anticapitalista que debe dar una fisonomía nueva a los cambios operados en los últimos veinte años, con un marcado carácter democrático y anticapitalista, que debe ser enrumbado por la senda de la transformación revolucionaria del continente.

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Notas aclaratorias:

41 Esa nueva clase burguesa en algunos casos se ha apropiado del discurso de la izquierda, ha capitalizado el descontento popular por actos de corrupción y fallas en las políticas económicas y sociales; como regla se mantiene servil al imperialismo norteamericano (López, 2016).

52 Este calificativo fue tomado del economista argentino Katz (2018) al referirse a la nueva burguesía surgida a partir de las políticas del gobierno de Chávez en Venezuela. Este término podría emplearse en otros contextos similares de la izquierda latinoamericana.

63 Los cuatro pilares básicos del modelo chino son el marxismo-leninismo, el camino socialista, la dirección del Partido Comunista y el pensamiento de Mao Zedong. Sin embargo, China se apartó de la lucha de clases como forma de desarrollo, poniendo en el centro de su acción la construcción económica, y el desarrollo económico, político, social y cultural como eje central al nivel de ley fundamental de la construcción socialista, según la visión de Deng Xiaoping. (YíngkuÍ, 2008).

74 En el seno del PCC y de la sociedad cubana está pendiente un debate sobre la influencia negativa del «positivismo» estalinista y su pervivencia, en especial en sus relaciones económicas y políticas. Ello significa superar el dogmatismo del marxismo-leninismo y recuperar el debate del pensamiento crítico de profunda raigambre marxista que marcó toda la década de 1960 hasta la Zafra de los Diez Millones en 1970. A pesar de los errores cometidos en esa etapa, se pudiera considerar esta, como la más innovadora de la Revolución cubana (Dos Santos, 2002).

Conflicto de intereses

1El autor declara que no existen conflictos de intereses.

Contribución de los autores

2Lázaro Díaz Fariñas: concibió la idea original del artículo, dirigió el proceso de investigación y redactó la versión final.

3Nila Plaza Macías: realizó la revisión bibliográfica y sintetizó ideas centrales de la literatura consultada.

Recibido: 24 de Abril de 2023; Aprobado: 27 de Mayo de 2023

Autor para la correspondencia: lazarodf@fec.uh.cu

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