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Universidad de La Habana

versión On-line ISSN 0253-9276

UH  no.280 La Habana jul.-dic. 2015

 

ARTÍCULO ORIGINAL

 


El Quijote entre Cuba y las nubes

 


Don Quixote between Cuba and the clouds

 

 


Maximiliano Trujillo Lemes

Facultad de Filosofía, Historia y Sociología, Universidad de La Habana, Cuba.

 

 

 


RESUMEN

El Quijote y su contexto se convierten en pretexto para pensar sobre su vigencia e impacto en los ámbitos cubanos y latinoamericanos; sobre las circunstancias en que fue escrita esta obra fundamental de la literatura y el arte hispanos, y sobre las diferencias e identidades de sus personajes protagónicos, verdaderos íconos no solo de la alta cultura renacentista española, sino además de los imaginarios de la cultura popular en toda Hispanoamérica. Se establecen simbiosis entre estos personajes y situaciones o grandes figuras de la política y la vida más contemporánea en Cuba, y se llega a la conclusión que desde el Quijote aún América Latina tiene que hacer y pensarse.

PALABRAS CLAVE: quijotismo, España, América Latina, Cervantes, Jorge Mañach.


ABSTRACT

Don Quixote and his context become pretext to go over his authenticity and impact on the Cuban and Latin American spaces, in terms of the circumstances in which the great novel was written, this fundamental play of the Hispanic literature and art, and to think about the differences and identities of its leading characters, true icons not only of the superior Spanish Renaissance culture, but also of the imaginary of the popular Hispanic American culture. A symbiosis is established among these characters and situations, or great personalities of the most contemporary life in Cuba, and it is concluded that, from Don Quixote, Latin America has to do and to think itself.

KEYWORDS: Quixotism, Spain, Latin america, Cervantes, Jorge Mañach.


 

 

Alonso Quijano, el ingenioso hidalgo, o don Quijote de la Mancha ¿son el mismo personaje?, ¿se refieren a las mismas actitudes humanas estos patronímicos diferentes para referirse a un mismo hombre, por demás irreal? Si se lee con detenimiento la monumental obra de Miguel de Cervantes, podrá confirmarse que las respuestas a tales preguntas terminan por ser conceptualmente antípodas, pero no es intención de este breve texto ni responderlas, ni indagar en los múltiples análisis que ello conllevaría.

Sobre el Quijote se ha escrito hasta la saciedad, y por cierto no solo en el mundo hispano. Se trata de un clásico de la literatura y el pensamiento renacentista europeo y universal. Por ello, en latitudes inimaginables siempre se vuelve al Quijote, como volvemos a los recuerdos gratos, para reafirmar que la vida vale el esfuerzo de vivirla y que no se pueden esquivar los múltiples retos que implica enfrentarla.

Cuando se lee el Quijote en profundidad, se descubre que, tras cuatro siglos, los valores éticos que atesora, sus enjuiciamientos ontológicos y sus virtudes estilísticas no han perdido la lucidez. Esto es porque el hombre y el mundo son otros, pero son los mismos, y no es juego de palabras, ni siquiera es reverencia a la tesis nietzscheana sobre el eterno retorno y la existencia en círculo o a la suposición acendrada en muchas escuelas filosóficas alrededor de la incapacidad humana de evolucionar moralmente. ¡Nada de eso! Tengo certeza de que el hombre trasmuta en valores -los últimos veinticinco años lo confirman con creces en Cuba-, pero este siempre tendrá la necesidad de afincarse en otros asertos morales que parecen impolutos, que solo adaptamos a las épocas y los espacios en que habitamos para no sucumbir como individuos y sociedades a la total podredumbre a las que nos compulsan, y nos han compulsado desde tiempos inmemoriales, seductores cantos de sirena.
El individualismo, la insolidaridad, el desamor, la anteposición del valor al valor de uso no son actitudes nacidas en el hombre vinculado al mundo del capital y la universalización espasmódica del mercado; están ahí por lo menos desde que la sociedad humana transitó a estructuras crematísticas de gestionar su producción y reproducción de vida. El capital y el mercado universalizado solo
han puesto esas actitudes como condición de éxito, y el éxito lo han ubicado en el pedestal de valor supremo, sin explicarle a los atontados individuos que el mercado los enajena de sí mismos y de su condición de sujetos, y que solo ese éxito es posible sobre el fracaso de muchos.

¿Es la historia de don Quijote una historia de éxitos o de fracasos? Pues examinemos su devenir: era un hombre de pocos recursos aunque de cierta prosapia noble, que pierde el juicio por el mucho leer y el mucho imaginar o poco dormir, que según Saramago, como efecto, es lo mismo:

Quien lee, imagina, y si, por mucho leer, poco duerme, es evidente que va a tener más tiempo para imaginar. Verdaderamente, no creo que conste en los registros psiquiátricos memoria de que alguien se haya vuelto loco por haber leído, aunque mucho, y por haber imaginado, aunque en exceso. Al contrario, leer e imaginar son dos de las tres puertas principales (la curiosidad es la tercera) por donde se accede al conocimiento de las cosas. Sin antes haber abierto de par en par las puertas de la imaginación, de la curiosidad y de la lectura, (no olvidar que quien dice lectura, dice estudio) no se va muy lejos en la comprensión de uno mismo y del mundo.(1)

Si el conocimiento es poder, afirmación que repiten hoy hasta las grandes transnacionales, aunque sea conocimiento trastocado en una imaginación febril, entonces Quijote fue un individuo exitoso, solo que en una dimensión diferente a como el pragmatismo contemporáneo a la usanza lo entiende. El ingenioso hidalgo fue un ¿sujeto? exitoso porque en un contexto represivo, donde lo trascendente aún dominaba las construcciones de subjetividad común, optó por el camino del hacer justiciero. Por cierto, no entendiendo literalmente la justicia como justicia divina, sino como aquella que emanaba de su propia percepción de lo justo o lo injusto, muchas veces más allá de las convenciones jurídicas o sociales de la época, y que Cervantes solo podía justificar desde el halo de locura, que no es igual a demencia, desde donde comprendía el mundo su personaje central. Paradójicamente, cuando el Quijote fue desengañándose de su mundo de fantasía, fue terrenalizándolo y, por tanto, retornando al estado de "lucidez". Entonces comienza sincrónicamente su paso a la muerte. Deduzco que en la lógica cervantina, como en la de muchos otros, la lucha por la justicia, sea cual sea la concepción que se tenga de ella, es siempre vinculante a la locura, al desatino.

Por ello cuando el Quijote fue a elegir escudero, tal como era usanza entre los viejos caballeros, solicitó "a un labrador vecino suyo, hombre de bien -si es que ese título se puede dar al que es pobre-, pero de muy poca sal en la mollera",(2) para que lo acompañara en los desvaríos de sus aventuras. ¿Y cómo consiguió convencer a este ser que le siguiera, un ser tan distinto de él? Pues apelando a la principal debilidad del otro, la pobreza. Prometió no solo aventuras, prometió posibilidad de riquezas, de poder; posibilidad de ascender, y aquí se subvierte unos de los viejos estigmas del pensamiento medieval: los pobres lo son por voluntad divina y están condenados a ello. Por tanto, no deben aspirar a la movilidad social, que no sería necesaria porque el orden existente responde a voluntad trascendente; y se subvierte con toda "discreción" apelando a uno de los mitos del modelo civilista burgués de sociedad, que a duras penas estaba en ciernes: el lugar de los individuos dentro de la totalidad no está restringido al origen de clase, sino a sus capacidades para cambiar condiciones de vida.

Al elegir a Sancho Panza, que así es su nombre, no pensó en un acto de justicia, entiéndase por ello redimirlo de la pobreza. Creyó que era una elección conveniente, en tanto los pobres "cuando son considerados por sus amos", suelen ser agradecidos y fieles. El plan caballeresco de don Quijote requería compañía con fidelidad para garantizar el sostén humano que posibilitara los futuros actos de entereza, sobre todo en relación con todos los demás, que le depararara el camino. Mientras, Sancho pensaba en otro plan: iba sobre su burro "como un patriarca, con sus alforjas y su bota, y con mucho deseo de verse ya gobernador de la ínsula que su amo le había prometido".(3)

Se está aquí ante dos concepciones de relacionamiento diferentes, vinculadas a la pertenencia de clase de cada quien, actitudes que siguen reciclándose en los complejos vericuetos de las conexiones interpersonales contemporáneas y de las que ya tampoco escapa la sociedad cubana.

En una de las primeras aventuras que enfrentan juntos, don Quijote lucha denodadamente contra unos gigantes, solo que donde su demencial percepción del mundo ve gigantes, Sancho visibiliza molinos de viento con toda certeza. El primero queda maltrecho y el segundo advierte que solo podía ver gigantes en los molinos quien llevara en la cabeza tales percepciones. Sancho demuestra durante toda la obra que, si bien no es arrojado y heroico como su amo, tampoco es un desalmado; tiene valor suficiente para no permitirse atropellos a su persona y, aunque un tanto iluso, es al mismo tiempo escéptico y realista: "Las quimeras de don Quijote lo abocan a un constante titubeo: unas veces piensa que son sandeces sin pie ni cabeza, otras cree en las ventajas y beneficios que le pudieran reportar".(4)

La relación entre este Quijote caballeresco y desvariado, pero íntegro y temerario, y su escudero glotón, torpe y refranero es de equilibrio, próxima a la que se genera entre ciertos jefes militares, sean regulares o no, y muchos de sus subordinados. Mientras los primeros piensan que hacen la guerra por fines excelsos, los otros o no comprenden por qué se guerrea o solo esperan de la guerra utilidades, hasta que el vínculo se estandariza, se regulariza entre ambas totalidades, y se permean mutuamente. El soldado, por tanto, que en principio veía la contienda como un asunto ajeno, termina por implicarse en ella, hasta incorporarla a su subjetividad como un conflicto propio, y acaba por no estar dispuesto a abandonarlo, incluso más allá de que hayan fracasado los objetivos primarios de su azarosa aventura y el utópico jefe comience a cansarse de la quimera. Por tanto, no siempre es una relación de antípodas las que se dan entre ambas integridades; suele ser común el proceso de infección mutua.

Cuando era adolescente allá por principios de los ochenta y estudié el Quijote en los excelentes pero controvertidos programas de literatura del preuniversitario, recuerdo con toda nitidez que me presentaban a los personajes de este relato como antípodas. El hidalgo era un idealista y el escudero, materialista; no sabíamos muy bien qué podía significar aquello porque la explicación que se daba era oscura, confusa, solo se nos inducía a aceptar que el primero no era capaz de apropiarse, de entender la realidad, mientras el segundo sí, por contrario. Lo cierto es que el hidalgo, cuando no se trataba de asuntos relativos a su monotonía caballeresca, admiraba la cordura y la agudeza de los demás. Entonces, tenía una riqueza tremenda como personaje para lidiar con el mundo exterior y fue progresando con el propio relato cervantino.

¿Es idealismo estéril procurar favorecer y ayudar a los menesterosos y desvalidos, tal como el Quijote hace saber a Sancho a propósito de su intencionalidad caballeresca? De haberlo sido, muchos discursos y proyectos de todo tipo que se han pensado desde este país, que, por cierto, es también una ínsula, no se hubiesen llevado a efecto, sin cuestionarnos ahora parcial u holísticamente sus resultados. Ello indica que la locura del Quijote también camina en nuestra prosapia.

Nos abocábamos en aquella indagación de la obra a las lógicas maniqueas del realismo socialista, que devenía soporte interpretativo y único esquema de pensamiento posible para que el estudiante procurara la comprensión de cualquier texto literario, fuese la excelsa obra que nos ocupa y que es tan cara a nuestro destino, o las primerizas canciones de trabajo, de las que, se decía, eran las obras orales primigenias de la literatura universal. Todo pasaba por ese tamiz que terminaba por deformar la aprehensión de cualquier obra de arte, o por lo menos de una gran parte de ella.
Hoy no sé si El destino de un hombre, de Mijaíl Shólojov, merecía la lectura y análisis que hicimos entonces. Solo tuve certeza después, como la reafirmo ahora retornando sobre el Quijote, que tendría la obligación de revisitar muchas viejas lecturas de entonces para no dejar en mi disfrute de estos textos una mirada sesgada, empobrecida y quizás demasiado terrenal de escritos cuya grandeza sobrepasa el tope de las nubes.

Y su lugar en las nubes queda legitimado una vez más en aquel monólogo quijotesco del capítulo XVIII donde asegura: "El miedo que tienes [...] te hace, Sancho, que no veas ni oigas a derechas; porque uno de los efectos del miedo es turbar los sentidos y hacer que las cosas no parezcan lo que son".(5) Tesis tremebunda para cualquier tiempo o edad oscura. Piénsese en las Españas aún medievales de principios del siglo XVII: tras el Concilio de Trento y el punto final a todo examen teológico y filosófico, la España, por miedo, cerró sus puertas académicas a ciertas lecturas de Erasmo incorporadas durante el siglo XVI, que habían funcionado en la Universidad de Salamanca y un tanto menos en la de Alcalá de Henares como dosis aireantes a un mundo en decadencia, y habían permitido las grandes polémicas de ese siglo entre pensadores de la península o entre estos y los transterrados en América, y que, hacia 1555, dieron al traste con la esclavitud amerindia y les posibilitó a los oriundos habitantes del Nuevo Mundo el reconocimiento de la existencia del alma humana; seres a los que la disparidad técnica los hizo sucumbir ante el colonizador hispano, pero
que habían legado en otros órdenes del conocimiento, la producción y la imaginación un capital cultural inapreciable aún en Europa.

Aquel estado de cosas del seiscientos le había posibilitado a la dogmática escolástica peninsular, de pocos aires nominalistas y casi todo posicionamiento realista, la entrada de un vendaval limitado de Renacimiento, quizás para reafirmar que entonces, y tan solo entonces, España era la primera potencia del mundo. Su militante catolicidad podía permitirse ciertas libertades dentro del estado confesional, pero la derrota de la llamada Armada Invencible en 1588 ante el poderío británico desplazó al régimen monárquico hispano al lugar desde donde nunca más ha podido salir, a un posicionamiento segundón en Europa, que al decir de Marx en el siglo XIX devino cadáver y no hizo más que transferir a otros los múltiples recursos que esquilmó a América, para posibilitar en esos lares la acumulación originaria del capital y quedarse solo con la carroña de lo ganado.

Esta situación la hizo atrincherarse en el miedo y que los limitados aires de lucidez acabasen en la llamada neoescolástica, de estricto corte aristotélico, pero de un Aristóteles también sesgado y censurado para no permitirse desvaríos e inestabilidad según la percepción de Felipe III y su equipo de gobierno. Por consiguiente, toda clarividencia estaba prohibida en los años en que se publica el Quijote, generándose entre los nobles españoles el terror al cambio, al contacto con los otros, a casi todo, mientras Cervantes tenía la osadía de decir a través de su hidalgo que el miedo turba lo sentidos y desdibuja la realidad. Así le dice el personaje al presunto cobarde Sancho: "y si es que tanto temes, retírate a una parte y déjame solo; que solo basto a dar victoria a la parte a quien yo diere ayuda".(6)

Sabemos que la individualidad del héroe no basta para la victoria, pero muchas veces es suficiente para el ejemplo movilizador, historia una y otra vez repetida en el devenir de Cuba y de América Latina. Nadie fue más quijotesco que Martí en la preparación de la Guerra del 95, quizás porque en su espíritu gravitaba el alma española aventurera y sagaz. No era contra ese espíritu que Martí pretendía luchar.

Quizás enfrentar el miedo del que alertaba el Quijote sigue siendo un adeudo nuestro con las estructuras de identidad que hemos construido y sigue garantizando la pertinencia de la lectura de esta obra maestra. Aunque Mañach afirme no sin razón:

América es una vocación de libertad, y no hay dignidad verdadera que prospere sin ella. Lo que prospera justamente es la deformación o la negación de ella: el quijotismo providencialista, que humilla a la sociedad arrogándose su redención y asumiendo toda su justicia; y el dogmatismo fiero, que en nombre de una pretensa salvación humana seca esa fuente de conciencia crítica que es la condición misma del espíritu, el acicate de la voluntad y el blasón de la inteligencia.(7)

Al ir concluyendo, me detengo en un pasaje de la novela que es paradójico: el Quijote, que impugnó tantas veces a su escudero la manía de hablar con refranes o desde ellos, y desfigurar muchas veces el idioma, termina por aceptar: "Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas".(8) Con ello no solo está trastocando identidad con su siervo, está jugando con el espíritu de la época. No habla de verdades de la fe, al decir de Santo Tomás, verificables siempre sensorialmente; habla de la ciencia porque ya para el siglo XVII, tras Galileo, se cree tener la certeza de que la verdad tiene la fuente de su producción, tabulación y confirmación en la actividad empírica y, por tanto, se convierte en actitud imprescindible para la modernidad recién estrenada. Ello condiciona que don Quijote no crea absolutamente, como Sancho, en el rey como fuente de todo derecho, por ser además de supuesta inspiración divina; cree que hay que comprobar, verificar el hipotético aserto.

El Quijote replica a su fiel súbdito: "Con todo eso, querría saber de cada uno de ellos en particular la causa de su desgracia",(9) refiriéndose a un grupo de presos con los que topan por el camino. El hidalgo supone que debe preguntar y lo hace, para concluir contra la lógica del poder: "De todo cuanto me habéis dicho, hermanos carísimos, he sacado en limpio que, aunque os han castigado por vuestras culpas [...] me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y la naturaleza hizo libres".(10) Y decide liberar a los apresados en relación con su concepto empírico-racional de justicia, diferente al estipulado estrictamente por ley. Este se supone por voluntad divina, pero sin contravenir explícitamente la presunta voluntad de Dios, todo lo contrario, dice reafirmarla, demostrando que se ha adscripto a un concepto de libertad próximo a la aprehensión renacentista naturalista de ella, que la consideraba imbricada a la "necesidad natural", donde Dios quedaría diluido, y no como ente estrictamente trascendente a la usanza neoescolástica.

Esta lección quijotesca sigue teniendo vigencia desde las perspectivas que condicionan los nuevos tiempos en nuestro contexto continental, donde muchas veces el pueblo, que sería la totalidad, asume como inapelable la voluntad política devenida en ley de las clases hegemónicas, como si fuese mandato divino y por tanto inapelable, quizás dándole de nuevo razón a Mañach cuando en el cierre de su excelente ensayo sobre el quijotismo sentencia:

América está necesitada de un idealismo más sobrio en las palabras y más efectivo en los hechos. El quijotismo se ha prestado en exceso para echar una capa -la capa raída del hidalgo toledano- sobre nuestras sordideces, embaucándonos en la idea de que, por ser gente de tradiciones literarias y de factura ardiente y sentimental, somos más idealistas que los rubios pragmáticos, entre quienes la voracidad material y la hipocresía ideológica (de que nosotros no carecemos) siquiera se compensan a menudo con generosos desvelos, nobles instituciones privadas y afanes sinceros de mayor dignidad espiritual.

Tenemos, efectivamente, que afincarnos en nuestra propia raíz y defender nuestra personalidad, pero no con desdenes resentidos ni con sublimaciones retóricas. La genuina esencia de nosotros mismos está en aquel realismo ilustre de España que ponía, como ya dije, el ala en el talón, sin que por eso fuese mercurial -el realismo a que Cervantes aspiró cuando quiso que don Quijote y Sancho viviesen juntos y no se separasen sino para hundir respectivamente su destino en la oscuridad de la muerte y en la oscuridad de la aldea-. Y nuestra América no quiere ni morirse de tradición ni quedarse reducida a provincia. Aún tiene por delante todo su futuro, que es del tamaño del mundo.(11)

 

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS


CERVANTES, MIGUEL DE: Don Quijote de la Mancha, Editorial Santillana, Caracas, 2005.

MAÑACH, JORGE: Examen del quijotismo (Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1950), en José Antonio Baujin (coord.), Del donoso y grande escrutinio del cervantismo en Cuba, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2005, pp. 417-495.

 

 


RECIBIDO: 6/3/2015
ACEPTADO: 12/ 5/2015

 


Maximiliano Trujillo Lemes. Facultad de Filosofía, Historia y Sociología, Universidad de La Habana, Cuba. Correo electrónico: csmaxt@ffh.uh.cu

 

 

NOTAS ACLARATORIAS

1. José Saramago: "Prólogo a la edición venezolana Don Quijote de la Mancha", en Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, pp. 21-22.

2. Miguel de Cervantes: Ob. cit., p. 56.

3. Ibídem, p. 58.

4. Ídem. P 385.

5. Ibídem, p. 86.

6. Ídem.

7. Jorge Mañach: Examen del quijotismo, p. 494.

8. Miguel de Cervantes: Ob. cit., p. 97.

9. Ibídem, p. 103.

10. Ibídem, p. 112.

11. Jorge Mañach: Ob. cit., pp. 494-495.

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