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Universidad de La Habana

versión On-line ISSN 0253-9276

UH  no.281 La Habana ene.-jun. 2016

 

ARTÍCULO ORIGINAL

Las singularidades del liberalismo martiano

 

Marti's Liberalism Particularities


 

FABIO FERNÁNDEZ BATISTA

Departamento de Historia de Cuba de la Facultad de Filosofía e Historia, Universidad de La Habana, Cuba

 

 


RESUMEN

El presente artículo busca definir los puntos de ruptura entre el pensamiento martiano y el ideario liberal hispanoamericano del siglo XIX, pues si bien la obra de José Martí puede insertarse dentro del amplio espectro del liberalismo decimonónico continental, son detectables dentro de esta ciertos tópicos que evidencian los disensos del prócer cubano respecto a esta corriente ideológica. La percepción sobre los Estados Unidos, la crítica a la apropiación mimética del paradigma civilizatorio occidental, la promoción de la unidad latinoamericana y la propuesta de subversión de las estructuras sociales de raigambre colonial demuestran que Martí fue un liberal singular.

PALABRAS CLAVE: ideología liberal, América Latina, ruptura, José Martí.


ABSTRACT

The present article is aimed at defining the breaking point between Martí's thought, 19th century Hispanic American liberal ideas, for, though José Martí's works can be inserted within the wide 19th century liberalism, certain issues evidencing disagreement of the Cuban illustrious personality as to such ideological trend are evident. The perception about the US, the critic towards the mimetic appropriation, the western civilizing paradigm, the promotion of the Latin American unit, and the subversion proposal of social structures of colonial origins, show that Martí was a very particular liberal.

KEYWORDS: José Martí, liberal ideology, Latin America, rupture.


 

Hay hombres excepcionales que rebasan el horizonte de su tiempo. Son tales personajes los que logran ver, con sagacidad singular, más allá que sus contemporáneos. Las claves del pensamiento de estos precursores resultan, casi siempre, ignotas para sus compañeros de ruta, por los que estos devienen pues, visionarios, soñadores, profetas. Sin duda alguna José Martí fue uno de estos individuos. El ideario martiano no halla parangón dentro del universo ideológico hispanoamericano de la segunda mitad del siglo XIX. El Apóstol de la independencia de Cuba fue capaz de analizar con claridad meridiana fenómenos del más diverso signo, por ello sus reflexiones resultan hoy palabra viva y no vestigio arqueológico de un tiempo pasado.

Ideológicamente el pensamiento martiano debe enmarcarse dentro del amplio espectro del liberalismo latinoamericano.(1) Los conceptos clave del paradigma liberal: dígase los derechos individuales, la soberanía popular, el contrato social, el equilibrio de los poderes públicos, etc., son rastreables dentro de la producción intelectual de Martí. Sin embargo, no fue el patriota cubano un liberal clásico, en él, los principios del liberalismo quedaron reconfigurados por una singular percepción de la realidad social sustentada en su compromiso con la suerte de "los pobres de la tierra". Por esta razón José Martí, adelantado de su época, se quedó solo en disímiles aspectos.

En función de una mejor compresión de la excepcionalidad de las concepciones martianas es imprescindible esbozar algunas ideas en torno al universo liberal hispanoamericano de finales del siglo decimonono. El liberalismo, entiéndase su línea hegemónica, era para esta fecha el soporte ideológico de las burguesías primario-exportadoras atrincheradas en la cima de la pirámide clasista latinoamericana. Desde el dogma liberal se defendía la inserción de las naciones del subcontinente en el mercado mundial, al tiempo que se legitimaba el status subalterno de las capas populares y la conformación de un modelo estatal de claro sello oligárquico. En abigarrado nexo con las concepciones positivistas, los liberales hicieron suyos los presupuestos biologisistas del darwinismo social. La "excepcionalidad" de la raza blanca justificaba la asunción de lo indio, lo negro y lo mestizo como lastres en el desarrollo de las noveles repúblicas. Paralelamente, se exaltaba el paradigma civilizatorio de Occidente, asimilándose de forma acrítica los patrones culturales provenientes de Europa y los Estados Unidos.

Si bien no son pocos los tópicos que denotan la singularidad de la reflexión martiana dentro del ideario liberal, esta resulta especialmente destacable en cuatro líneas fundamentales: la percepción sobre la realidad norteamericana, la apuesta por la búsqueda de caminos propios para enrumbar a los pueblos de "Nuestra América", la urgencia de dinamitar las estructuras sociales heredadas de la colonia y la promoción de un proyecto unitario para las repúblicas al sur del río Bravo. (2)

Las entrañas del monstruo

Dentro del imaginario liberal hispanoamericano de finales del ochocientos y principios del siglo XX los Estados Unidos emergían como un paradigma. La república norteamericana era vista como prototipo del ordenamiento político, a lo que se sumaba la admiración que despertaba su acelerado desarrollo económico. Junto a los viejos imperios de la Europa Occidental, la Unión Americana era el cénit para buena parte de intelectualidad del subcontinente. Según Domingo Faustino Sarmiento (1984), correspondía a la nación de Washington "la más alta misión que la Providencia haya confiado a un gran pueblo [...], la de dirigir a los otros por este nuevo sendero abierto a la humanidad para avanzar con paso firme hacia sus grandes destinos" (p. 284). A tono con tales ideas Rubén Darío (1950), quien escribiera en su momento palabras condenatorias frente al expansionismo yanqui, se dejaba vencer por la seductora imagen que emanaba del Norte:


Bien vengas, mágica Águila de alas enormes y fuertes / a extender sobre el Sur tu gran sombra continental, / a traer en tus garras, anillas de rojos brillantes, / una palma de gloria, del color de la inmensa esperanza, / y en tu pico la oliva de una vasta y fecunda paz.
[...]
E pluribus unum! ¡Gloria, victoria, trabajo! / Tráenos los secretos de las labores del Norte, / y que los hijos nuestros dejen de ser los retores latinos, / y aprendan de los yanquis la constancia, el vigor, el carácter.
[...]
¡Salud, Águila! Extensa virtud a tus inmensos revuelos, / reina de los azures, ¡salud! ¡Gloria! ¡Victoria y encanto! / ¡Que la Latina América reciba tu mágica influencia / y que renazca nuevo Olimpo, lleno de dioses y héroes! (pp. 55-56)

A contracorriente de tal percepción se alzó la visión martiana sobre los Estados Unidos, nunca quedó el Apóstol seducido por el progreso de la "América sajona". Sin desconocer las indudables conquistas del ascendente vecino, Martí fue capaz de percibir los síntomas que apuntaban a la erosión de los mejores valores de la nación norteamericana. Su permanencia en el país norteño le permitió ser testigo privilegiado del tránsito de la sociedad estadounidense hacia la fase monopolista del desarrollo capitalista. La concentración de la producción y el capital, la formación de los trusts, el surgimiento de una oligarquía financiera empoderada en lo político, la acumulación de productos invendibles necesitados de la conquista de mercados foráneos y los devastadores efectos sociales generados por la acumulación de la riqueza nacional en mano de una cerrada élite fueron algunos fenómenos sobre los cuales la sagaz pluma del prócer cubano dejó referencias.

Martí comprendió los riesgos que para la nación de Washington implicaba el crecimiento desbordado de las fuerzas del capital. En su criterio, la sociedad estadounidense vivía un cambio de paradigmas que acarreaba trágicas consecuencias. De forma cada vez más acentuada, se visibilizaba la conformación "de un público enfermizo que ha aprendido a mirar sin dolor las lastimaduras de los pies, y las del alma" (Martí, 1963-1973d, t. 9, p. 265). El pueblo norteamericano se "metalizaba" al compás del arraigo de las ansias de poder y caudal. El enriquecimiento era símbolo de triunfo y soporte de la felicidad; la vida no iba teniendo en esa tierra "más objeto que el amontonamiento de la fortuna" (Martí, 1963-1973c, t. 10, p. 39).

Para Martí la peligrosa ruta que tomaba la "Gran República del Norte" se hacía explícita en la conformación de un modelo civilizatorio sustentado en la ruptura del equilibrio entre el hombre y la naturaleza. El individuo solo preocupado por la acumulación de bienes materiales se encontraba en las antípodas del "hombre natural" defendido como paradigma dentro de la reflexión martiana. El camino que escindía al hombre de la naturaleza constituía, en opinión del patriota cubano, la vía hacia la pérdida de los valores fundamentales del género humano (2009a).

En la perspectiva martiana, la crisis a la que se abocaba la sociedad estadounidense estaba íntimamente vinculada al surgimiento de los monopolios. Estos gigantescos consorcios devenían responsables de la deformación de la economía norteamericana mediante el estrangulamiento de la pequeña producción independiente. Con sus vívidas imágenes, Martí (1963-1975c) relataba el fin de la libre concurrencia:

Un trabajador lleva a cuestas, como carga que lo abruma, al Monopolio, representado en la caricatura de Jay Gould [.…] -él lo representa bien, que ha centralizado en enormes compañías, empresas múltiples, las cuales impiden con su inaudita riqueza y el poder social que con ella se asegura, el nacimiento de cualquier otra compañía de su género, y gravan con precios caprichosos [….] el costo natural de los títulos y operaciones necesarias al comercio.
Donde un sembrador, allá en el Oeste, siembra un campo, el monopolio se lo compra a la fuerza o lo arruina: si vende barato su cosecha el sembrador, el monopolio que tiene grandes fondos a la mano, da la suya de balde: y si decide el sembrador luchar, al año muere de hambre, mientras que el monopolio puede seguir viviendo sin ganancia muchos años. (t. 10, p. 84)

Con sagacidad Martí percibió el influjo de las grandes compañías en el ámbito político. Ante el empuje de los trusts, la democracia norteamericana crujía como una rama podrida. El gran capital extendía sus redes y colocaba a los servidores públicos en la simple condición de testaferros a su servicio. Los representantes de la voluntad popular se trasmutaban en "siervos de las empresas colosales y opulentas que deciden, en pro o a favor, con su peso inmenso en la hora del voto, la elección del candidato" (Martí, 1963-1975g, t. 9, p. 382).
Con la fuerza de su prosa, Martí (1963-1975c) daba cuenta de la muerte de la república norteamericana ante la voracidad teratológica de una indetenible bestia:

El monopolio es un gigante negro. El rayo tiene suspendido sobre la cabeza. Los truenos le están zumbando en los oídos. Debajo de los pies le arden volcanes. La tiranía acorralada en lo político, reaparece en lo comercial [...] Este problema, apuntado aquí de pasada, es uno de aquellos graves y sombríos que acaso en paz no puedan decidirse, y ha de ser decidido aquí donde se plantea, antes tal vez que termine el siglo. (t. 10, p. 85)

El ascenso de los emporios monopólicos encontraba correlato en la pauperización de las condiciones de vida de los sectores subalternos. El compromiso con los humildes hacía a Martí lamentarse de la desdicha que agobiaba a esos millones de hombres condenados, día tras día, "a volver a su trabajo, con el alma torva, con la miseria enconada, con el decoro ofendido, rumiando venganza" (1963-1975k, t. 11, p. 339). Una profunda brecha separaba a las clases sociales en Norteamérica. La pobre vida de los proletarios contrastaba con la creciente opulencia de los más ricos. Se abrían las puertas de un escenario marcado por el contraste entre "ganadores" y "perdedores". Al compás de la creciente estratificación social, el sueño democrático de la república norteña era secuestrado por unos pocos afortunados:

Estamos en plena lucha de capitalistas y obreros. Para los primeros son el crédito en los bancos, las esperas de los acreedores, los plazos de los vendedores, las cuentas de fin de año. Para el obrero es la cuenta diaria, la necesidad urgente e inaplazable, la mujer y el hijo que comen por la tarde lo que el padre trabajó para ellos por la mañana. Y el capitalista holgado constriñe al pobre obrero a trabajar a precio ruin. (1963-1975b, t. 9, p. 322)

Junto a la definición de los graves conflictos que conmovían en el plano interno a la sociedad estadounidense, José Martí divisó el peligro que para los pueblos al sur del río Grande implicaba la voracidad del naciente imperialismo norteamericano.(3) En tiempos de "nordomanía", al decir de Rodó, la prédica martiana alertó acerca del diseño hegemónico que entrañaba el ideal panamericano promovido por los círculos de poder de la "nueva Roma". Sus palabras eran claras:

Jamás hubo en América, de la independencia a acá, asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos potentes, repletos de productos invendibles, y determinados a extender sus dominios en América, hacen a las naciones americanas de menos poder, por el comercio libre y útil con los pueblos europeos, para ajustar una liga contra Europa, y cerrar tratos con el resto del mundo. De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia. (Martí, 2007b, t. 2, p. 393)

Debe hacerse resaltar aquí la aguda reflexión del prócer cubano acerca de la singularidad del proceso expansionista de la Unión Americana, cuya clave se hallaba en la dinámica económica del capitalismo estadounidense. La economía monopolista en crecimiento no encontraba ya dentro de las fronteras nacionales espacio para su realización, de lo que se desprendía el afán por el control de nuevos mercados. Bajo las banderas de la reciprocidad, se buscaba encadenar a las repúblicas hispanoamericanas a las ingentes necesidades del capital norteamericano:

¿pueden los Estados Unidos convidar a Hispanoamérica a una unión sincera y útil para Hispanoamérica? ¿Conviene a Hispanoamérica la unión política y económica con los Estados Unidos? Quien dice unión económica dice unión política. El pueblo que compra, manda, el pueblo que vende, sirve. Hay que equilibrar el comercio, para asegurar la libertad. El pueblo que quiere morir, vende a un solo pueblo, y el que quiere salvarse, vende a más de uno. (Martí, 2007b, t. 2, p. 393)

La necesidad de tomar providencias para detener la ofensiva del coloso del Norte llevó a Martí a reubicar el papel de la independencia de Cuba dentro del contexto continental. No era ya el vetusto colonialismo español el principal enemigo, ahora el peligro encarnaba en el nuevo y voraz imperio. La emancipación de la Isla resultaba esencial en la contención del avance estadounidense hacia las tierras meridionales. En la manigua cubana se decidía el destino de todo el continente: "Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber -puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlos- de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos de América. Cuanto hice hasta hoy y haré es para eso" (Martí, 1963-1975a, t. 3, p. 612).

La imagen de la Unión Americana como la tierra de los sueños fue sistemáticamente impugnada por Martí, pues para él no estaban en los Estados Unidos las claves del progreso para la América hispana y las naciones latinas del hemisferio no debían sucumbir ante el resplandor de una modernidad corrompida. Por demás, la potencia creciente en el Septentrión del Nuevo Mundo era, ante todo, una colosal amenaza para nuestros pueblos. Más de un siglo de historia refrendan tan preclara visión.

La aventura de crear

El liberalismo hispanoamericano se vio entrampado por la desmesurada admiración del modelo civilizatorio occidental y su profunda vocación antipopular. De Europa y los Estados Unidos provenían los referentes para un proceso de modernización "desde arriba" que no daba espacio a los reclamos de los sectores subalternos. En el elitista proyecto liberal de las burguesías primario-exportadoras, el Nuevo Mundo era visto como un "gran continente abandonado a los salvajes incapaces de progreso" (citado por Fernández Retamar, 2006, p. 50). La América hispana debía ser cada vez más parecida a la "América europea". La meta era clara: "Alcancemos a los Estados Unidos [….] Seamos Estados Unidos" (citado por Fernández Retamar, 2006, p. 52).

Faustino Sarmiento, vocero del desprecio liberal frente a la autoctonía americana, hablaba sin ambages: "Colocolo, Lautaro y Caupolicán, no obstante los ropajes nobles y civilizados [con] los que los revistiera Ercilla, no son más que unos indios asquerosos a quienes habríamos hecho colgar" (citado por Fernández Retamar, 2006, p. 51). A partir de concepciones racistas afincadas en la cientificidad de la época, se justificaba la arrolladora "ofensiva civilizatoria" iniciada por Occidente en los estertores de la Edad Media:

puede ser muy injusto exterminar salvajes, sofocar civilizaciones nacientes, conquistar pueblos que están en posesión de un terreno privilegiado; pero gracias a esta injusticia, la América, en lugar de permanecer abandonada a los salvajes, incapaces de progreso, está ocupada por la raza caucásica, la más perfecta, la más inteligente, la más bella y la más progresiva de las que pueblan la tierra [...] la población del mundo está sujeta a revoluciones que reconocen leyes inmutables; las razas fuertes exterminan a las débiles, los pueblos civilizados suplantan en la posesión de la tierra a los salvajes. (citado por Fernández Retamar, 2006, pp. 51-52)

Al mismo tiempo, el profundo desapego para con las expectativas de los "de abajo" resultó una constante dentro del pensamiento liberal. Desde los estertores del setecientos, cuando aún el liberalismo se embriagaba con las luces ilustradas, era perceptible la distancia creada respecto a los intereses de las clases populares. Para buena parte de los ideólogos de la emancipación hispanoamericana, esta pasaba únicamente por la ruptura de los nexos políticos con España. La idea del movimiento emancipador como preámbulo de un proceso subversivo de las estructuras sociales era concebida por muchos como un peligro que a toda costa debía conjurarse. No en vano, en el temprano 1799, Francisco de Miranda rompía lanzas a favor de asumir como referente al moderado proceso independentista norteamericano, sorteando los excesos radicales de la Francia revolucionaria: "la verdadera gloria de todos los americanos consiste en la consecución de la libertad [.…] Dos grandes ejemplos tenemos delante de los ojos: la revolución americana y la francesa. Imitemos directamente la primera; evitemos con sumo cuidado la segunda" (Guerra, 2007, p. 9).

A poco más de un siglo de estas palabras y desde la Convención Constituyente que debía dar vida a la República de Cuba, Eliseo Giberga, contumaz vocero del autonomismo insular, hacía gala del matiz conservador tan caro al liberalismo hispanoamericano al impugnar la asunción del conflicto bélico contra España como plataforma hacia la reconfiguración del tejido social insular. La moderación mirandina, cercana al apotegma gatopardino de "cambiar todo para que nada cambie", dejaba oír su eco en el otrora Teatro Irijoa, actual Teatro Martí:

Yo entiendo que la Revolución separatista no fue más que un movimiento político que tenía un fin único: el de hacer nuestra independencia poniendo término a la soberanía de España en Cuba.
[.…] La fórmula de independencia fue su sola bandera. Ni anunció ni tuvo el propósito de traer una revolución en la esfera religiosa, de producir una subversión del orden social que existía, de reformular nuestras instituciones jurídicas fundamentales, de alterar las condiciones históricas en que se desenvolvió nuestra vida colectiva: no quiso, en una palabra, trastornar y trastocar esta sociedad [.…] solo a esto nos asociamos hoy los que le fuimos opuestos. (Diario de Sesiones de la Convención Constituyente de la Isla de Cuba, 1900, p. 46)

En plena ruptura con el mainstream del pensamiento liberal de su época, José Martí defendió la necesidad de encontrar caminos propios para enrumbar el destino de las naciones hispanoamericanas. La producción intelectual martiana dialogó críticamente con los defensores de la apropiación mimética de patrones civilizatorios foráneos. Para Martí solo un pensamiento nuevo y singular conectado con las aspiraciones de los desposeídos sería capaz de dar respuestas a los dilemas de la América Latina.

El punto de partida de esta especial percepción sobre la realidad del subcontinente se encuentra en la inserción de la reflexión martiana dentro del pensamiento electivo cubano. Martí fue heredero de las concepciones de José Agustín Caballero, Félix Varela y José de la Luz y Caballero, creadores de un corpus ideológico sustentado en la comprensión de la imposibilidad de solucionar los problemas de Cuba desde matrices intelectuales ajenas a la realidad insular.(4) El electivismo negaba la existencia de autoridades incontrovertibles, al tiempo que postulaba la reformulación de los paradigmas del pensamiento universal como base para la conformación de un ideario autóctono. Ya en sus tempranos Cuadernos de apuntes, el joven Martí (1963-1975e) tomaba partido por esta renovadora corriente, cuando subrayaba las diferencias culturales entre las dos Américas y las implicaciones que de ellas se derivaban:

Los norteamericanos posponen a la utilidad el sentimiento. Nosotros al sentimiento la utilidad.
Y si hay esta diferencia de organización, de vida, de ser, si ellos vendían mientras nosotros llorábamos, si nosotros reemplazamos su cabeza fría y calculadora por nuestra cabeza imaginativa, y su corazón de algodón y de buques por un corazón tan especial, tan sensible, tan nuevo que solo puede llamarse corazón cubano, ¿cómo queréis que nosotros nos legislemos por las leyes con que ellos se legislan? Imitemos. ¡No! -Copiemos. ¡No! - Es bueno, nos dicen. Es americano, decimos.
Creemos, porque tenemos necesidad de creer. Nuestra vida no se asemeja a la suya, ni debe en muchos puntos asemejarse. La sensibilidad entre nosotros es muy vehemente. La inteligencia es menos positiva, las costumbres son más puras ¿cómo con leyes iguales vamos a regir dos pueblos diferentes? (t. 21, pp. 15-16)

Decenios más tarde, y ya en plena madurez intelectual, Martí captó en su célebre ensayo Nuestra América las falencias de un proyecto liberal obsesionado con encontrar, en presupuestos teóricos foráneos, las respuestas a las interrogantes que planteaba la realidad del Nuevo Mundo. Desde la defensa de la excepcionalidad americana, hacía manifiesta su apuesta por la creación de un pensamiento liberado de las cadenas constrictoras emanadas de los supuestos referentes universales:

La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro de un llanero. Con una frase de Sieyés no se le desestanca la sangre cuajada al de la raza india [….] El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma de gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el natural equilibrio de los elementos naturales del país. (Martí, 1963-1975, t. 2, pp. 498-499)

Tales ideas permiten entender la postura de Martí frente a la socorrida pugna entre "civilización y barbarie". En su visión de la realidad americana, esta matriz del pensamiento liberal carecía de fundamento, pues se sostenía en una visión peyorativa de lo autóctono a partir de la exaltación desenfrenada de la modernidad occidental. No había aquí negación del progreso europeo y norteamericano, sino una reflexión crítica desde la no asunción de su superioridad sobre el escenario hispanoamericano:

Por eso el libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural. Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre civilización y barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza [.…]
La historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria [….] Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas. (Martí, 1963-1975, t. 2, p. 499)

La búsqueda de rutas singulares era entendida por Martí como soporte hacia el futuro de prosperidad que deseaba para "su" América. En el discurso martiano se constata la confianza en las inmensas potencialidades del subcontinente para conquistar la felicidad. Las repúblicas latinas del Nuevo Mundo no debían "andar de zaga de quien se le ofreciese de zagal o salir de limosnera, a que le dejen caer en el plato la riqueza temible" (Martí, 1963-1975h, t. 2, p. 441). Había que dinamitar aquellas estructuras que condenaban a los pueblos de Latinoamérica a la condición de "siervos futuros y aldeanos deslumbrados" (Martí, 1963-1975h, t. 2, p. 441).

En la definición de paradigmas para enrumbar el destino de los países hispanoamericanos, José Martí fue un outsider. En su opinión, el progreso de estas naciones dependía del esfuerzo creador de sus ciudadanos. Afincado en tales principios y en plena disonancia con el canon liberal, consideraba que no existían fórmulas predefinidas capaces de dar respuestas a los problemas de las naciones al sur del río Bravo. La construcción del mañana no sería resultado de recetas de manual nacidas en otras latitudes. Era imprescindible crear.

Como correlato de tales ideas se alzaba la abierta vocación revolucionaria del prócer cubano, entendida esta como la promoción de transformaciones estructurales abocadas a la reconfiguración del orden social. El proyecto político que Martí diseñó para Cuba superaba el horizonte de las reformas liberales implementadas en el continente, pues se asentaba en la concepción de que tales movimientos políticos habían devenido reproductores de las estructuras sociales heredadas de la colonia.

Para Martí, la independencia y la posterior evolución republicana de las naciones del subcontinente no habían conseguido subvertir el modo de vida conformado en las centurias de dominación ibérica. Aún sin la metrópoli, la colonia había sobrevivido con todos sus males: "El continente descoyuntado durante tres siglos por un mando que negaba el derecho del hombre al ejercicio de su razón, entró desatendiendo o desoyendo a los ignorantes que lo habían ayudado a redimirse [….] El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu [.…] La colonia continuó viviendo en la república" (Martí, 1963-1975j).

Ante estas circunstancias, se hacía necesaria la vertebración de una república incluyente donde el conjunto de los grupos sociales quedase representado. El proyecto emancipador martiano pasaba por la fundación de un modelo republicano que, desde la ruptura con los vicios del pasado colonial, abriera el camino hacia el disfrute por todos los ciudadanos de sus legítimos derechos como individuos: "Con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores" (Martí, 1963-1975j, p. 501).

Martí fue un vehemente crítico del Estado oligárquico representativo del empoderamiento de "minorías egoístas". Para él, era ya tiempo de romper "con aquellas camarillas personales, fomentadas por un interés notorio o encubierto" (Martí, 1974, p. 149). Sobre el esfuerzo de todos debía erigirse una república democrática "alejada del espíritu autoritario y la composición burocrática de la colonia" (Martí, 2007a, t. 3, p. 26). Había que evitar que el "empedernido espíritu colonial" quedara "hoceando en las raíces mismas de la república" (Martí, 1963-1975f, t. 3, p. 27). "O la república tiene por base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar y pensar por sí propio, el ejercicio íntegro de sí y el respeto, como de honor de familia, al ejercicio íntegro de los demás, la pasión en fin al decoro del hombre, o la república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de nuestro bravos" (Martí, 1974, p. 149).

Para Cuba y América, Martí deseaba la modelación de un sistema político, desde la asunción de la autoctonía de los pueblos del Nuevo Mundo, constituyese plataforma para el bienestar común. Los siglos de expoliación a las mayorías debían terminar con la fundación de una república nueva garante de la "dignidad plena del hombre".

La necesaria unidad

Otro frente desde el cual Martí entró en contradicción con los postulados hegemónicos dentro del liberalismo fue el de su compromiso con la unidad de las repúblicas latinoamericanas. La visión de una Hispanoamérica articulada por la existencia de un universo cultural común chocaba con los intereses de las burguesías primario-exportadoras de la región. Las élites del subcontinente habían impulsado, desde la propia gesta emancipadora, la fragmentación política del imperio español como fórmula garante de su dominación. Fueron estas fuerzas centrífugas las que dinamitaron el proyecto unitario bolivariano al promover la conformación de estados independientes que, en función de su propia consolidación como unidades políticas, devinieron constructores de una nación artificial constreñida por las fronteras establecidas. Asimismo, resultó determinante en la erosión del ideal de Patria Grande el paulatino afianzamiento de los nexos neocoloniales entre las potencias europeas y los nacientes "Estados soberanos" del Nuevo Mundo. La convergencia de intereses entre estos agentes exógenos y los grupos dominantes nativos propició el estallido de conflictos fratricidas como la Guerra de la Triple Alianza y la Guerra del Pacífico.

Las burguesías liberales empoderadas en América Latina desde mediados del siglo XIX no dudaron en lanzarse, cual aves de rapiña, contra sus vecinos. Los intereses estratégicos de las todavía jóvenes repúblicas "justificaban" el embate. El antiguo aliado en la lucha anticolonial devenía ahora enemigo irreconciliable. En el marco de la Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay, el "humanista" Sarmiento no tenía tapujos en solazarse frente al genocidio cometido:

Estamos por dudar de que exista el Paraguay. Descendientes de razas guaraníes, indios salvajes y esclavos que obran por instinto o falta de razón. En ellos, se perpetúa la barbarie primitiva y colonial [...] Son unos perros ignorantes [...] Al frenético, idiota, bruto y feroz borracho Solano López lo acompañan miles de animales que obedecen y mueren de miedo. Es providencial que un tirano haya hecho morir a todo ese pueblo guaraní. Era necesario purgar la tierra de toda esa excrecencia humana, raza perdida de cuyo contagio hay que librarse. ("Sarmiento y la guerra del Paraguay", 2014)

Frente a este sórdido egoísmo se alzó la voz de Martí. En su prédica, el proyecto de unidad continental encontraba asidero en la convergencia de los pueblos latinoamericanos en torno a una evolución histórica común. "Nuestra América" era hija de imperios destruidos por la bota del colonizador, del indio y el negro sometido, del inquisidor y el virrey, del contrabandista y el rebelde. Una historia compartida validaba la construcción de un destino conjunto. Eran las repúblicas latinas del hemisferio naciones hermanas que debían encontrar en la concordia y la cooperación el camino hacia un futuro mejor:

Todo lo vence, y clava cada día su pabellón más alto nuestra América capaz e infatigable. Todo lo conquista, de sol en sol, por el poder del alma de la tierra, armoniosa y artística, creada de la música y beldad de nuestra naturaleza, que da su abundancia a nuestro corazón y a nuestra mente la serenidad y altura de sus cumbres; por el influjo secular con que este orden y grandeza ambientes ha compensado el desorden y mezcla alevosa de nuestros orígenes, y por la libertad humanitaria y expansiva, no local, ni de raza; ni de secta, que fue a nuestras repúblicas en su hora de flor, y ha ido después, depurada y cernida, de las cabezas del orbe, -libertad que no tendrá, acaso, asiento más amplio en pueblo alguno- [….] que el que se les prepara en nuestras tierras sin límites para el esfuerzo honrado, la solicitud real y la hermandad sincera de los hombres. (Martí, 1963-1975h, t. 2, p. 440)

La búsqueda de la ansiada unidad era para Martí imprescindible en el contexto de la amenazante expansión estadounidense. Ante el convite del nuevo imperio, las repúblicas de la América meridional debían tomar providencias pues su futuro como naciones libres se veía comprometido. Un remozado colonialismo surcaba los cielos. No eran tiempos "para acostarse con el pañuelo en la cabeza". Había que estar preparados para afrontar "la pelea de los cometas del cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos" (Martí, 1963-1975j, t. 2, p. 497). La advertencia era clara:

Ya no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor, restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la tundan y talen las tempestades: ¡los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes. (Martí, 1963-1975j, t. 2, p. 497)

Las divisiones entre los pueblos de la América hispana resultaban para Martí barreras artificiales sostenidas por pretensiones mezquinas. Resultaba vital demoler una estructura política que negaba la articulación orgánica de un continente disgregado. Debían desterrarse "los intereses de partido que se oponen al interés de la comunidad, [….] las pueriles rivalidades que dividen siempre a las ciudades vecinas" (Martí, 1991, t. 8, p. 319). Los particularismos nacionales habían de supeditarse ante la realidad incontrastable del ser americano:

Pueblo, y no pueblos, decimos de intento, por no parecernos que hay más de uno del Bravo a la Patagonia. Una ha de ser, pues que lo es, América, aun cuando no quiera serlo; y los hermanos que hoy pelean, juntos al cabo en una colosal nación espiritual, se amarán luego.
Solo hay en nuestros pueblos una división visible, que cada pueblo, y aun cada hombre, lleva en sí, y es la división en pueblos egoístas de una parte, y de otra generosos. Pero así como de la amalgama de los dos elementos surge, triunfante y agigantado casi siempre, el ser humano bueno y cuerdo, así [.…] de la fusión útil en que lo egoísta templa lo ilusorio surgirá el porvenir de la América. (Martí, 1963-1975i, t. 2, p. 87)


En plena ruptura con la proyección de las clases dominantes hispanoamericanas, Martí depositó su fe en la vertebración de un sueño de integración continental que tributara al bienestar de los sufridos pueblos de las otrora colonias de España. De las entrañas del caos y la dispersión nacería la América nueva donde "los pobres de la tierra" quedarían redimidos de su secular opresión.

Hablando al presente

Los personajes que no temen remar a contracorriente defienden su verdad pese a la existencia de un contexto que los aísla; con valentía exponen ideas que en su época resultan incomprendidas; sin olvidar el presente, dialogan con el porvenir. José Martí fue uno de esos individuos adelantados a su tiempo. Por ello la posteridad, que tantas veces tiende un manto de olvido sobre los hombres del pasado, lo ha encumbrado en sitial de honor.

Afiliado a los postulados más progresistas del liberalismo hispanoamericano, Martí reflexionó sobre la construcción de la modernidad en América Latina. Desde la savia del pensamiento electivo cubano, impugnó algunos de los pivotes que sostenían el ideal de progreso defendido desde la "ciudad letrada" del subcontinente. En su obra cobró vida la exaltación de una modernidad alternativa asentada en la vindicación de la autoctonía americana. No hay en la producción martiana fascinación por el modelo civilizatorio que ofrecía Occidente. Sin negar lo foráneo, se daba prioridad a lo nativo.

Para el prócer cubano, el camino hacia el progreso de las naciones meridionales de América estaba en la creación de un proyecto transformador que lograra conectar con la singularidad de estas tierras. No era la de Martí una modernidad de "letrados artificiales" refugiados en urbes obsesionadas con parecerse a París o Nueva York. La entrada de las repúblicas hispanas del Nuevo Mundo al universo moderno era inconcebible de espalda a los sectores subalternos. La América añorada por el Apóstol devenía espacio de convergencia entre el progreso material y el respeto a la dignidad de los individuos.

Desde estos postulados, Martí refutó la idílica imagen de los Estados Unidos construida por el liberalismo continental. No era la Unión Americana el modelo para los pueblos del subcontinente, pues la república de Washington y Lincoln estaba corrompida. El indetenible avance de los monopolios convertía en ficción los valores fundacionales de la nación norteña, al tiempo que atizaba las ansias expansionista del águila imperial.

Ante el peligro acechante, Martí reclamaba la unidad de los pueblos de la que llamó "Nuestra América". El peligroso gigante del Septentrión solo podría ser detenido con la acción coordinada de las naciones que, de permanecer separadas e indiferentes, serían sus víctimas. Se dirimía el futuro continental y al mismo tiempo el equilibrio del mundo. Las condiciones para la unidad de los países hispanos no nacían, empero, únicamente de la necesaria cohesión frente al peligro. Un universo histórico y cultural común creaba las bases para la hermandad indisoluble de los pueblos del Bravo a la Patagonia.

A más de un siglo las palabras de Martí siguen siendo preclaras. Los tiempos han cambiado, pero buena parte de las esencias permanecen. Todavía esperan los pobres de América su plena redención. El mundo globalizado que nos persigue hasta en sueños se muestra amenazante en su tendencia a la homogeneización cultural. La "Roma americana", dígalo o no, aún nos considera su traspatio. Ante una realidad tendente a la formación de bloques supranacionales, la integración latinoamericana sigue siendo prioridad. No hay dudas, luminosa soledad la de Martí.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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MARTÍ, JOSÉ (1963-1975j): "Nuestra América", Obras completas, t. 2, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, pp. 497-501.

MARTÍ, JOSÉ (1963-1975k): "Un drama terrible", Obras completas, t. 11, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, p. 339.

MARTÍ, JOSÉ (1974): "Con todos y para el bien de todos", Discursos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, p. 149.

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MARTÍ, JOSÉ (2009a): "El general Grant", Norteamericanos. Apóstoles, poetas, bandidos, Centro de Estudios Martianos, La Habana, pp. 154-198.

MARTÍ, JOSÉ (2009b): "El presidente Arthur. Análisis de su carácter", Norteamericanos. Apóstoles, poetas, bandidos, Centro de Estudios Martianos, La Habana, pp. 207-222.

"SARMIENTO Y LA GUERRA DEL PARAGUAY", <http://www.lagazeta.com.ar/sarmiento_paraguay.htm>, [17/12/2014].

 

 

RECIBIDO: 26/2/2015
ACEPTADO: 14/4/2015

 

 

Fabio Fernández Batista. Departamento de Historia de Cuba de la Facultad de Filosofía e Historia, Universidad de La Habana, Cuba. Correo electrónico: fefernandez@ffh.uh.cu

 

 


NOTAS ACLARATORIAS

1. Sobre el debate acerca de la filiación liberal de José Martí ver: "Con todos y para el bien de todos. La idea de república en José Martí",

2. Una revisión detallada del universo liberal latinoamericano permitiría encontrar figuras que, en torno a los tópicos apuntados, expusieron criterios concomitantes a los de Martí. Pese a ello, puede afirmarse que la envergadura y sistematicidad del cuestionamiento martiano a algunos de los fundamentos del liberalismo continental decimonónico convierten al prócer cubano en una voz excepcional dentro de su contexto epocal.

3. La percepción del peligro que representaban los Estados Unidos para la América hispana encontró espacio en importantes núcleos de la ciudad letrada latinoamericana de finales del decimonono. Sin embargo, la hondura de las reflexiones martianas, en especial en torno al sustrato económico de la proyección expansionista estadounidense, resulta singular (Jáuregui, 2005, pp. 459-541).

4. En su Philosofía electiva el padre José Agustín Caballero (1944) señalaba "elegir una sola escuela con preferencia a las otras nos priva de libertad para filosofar; porque el cariño a la escuela y a su maestro nos oscurece el juicio y pone obstáculos en el camino del logro de la verdad" (p. 5).

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