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Universidad de La Habana

versión On-line ISSN 0253-9276

UH  no.284 La Habana jul.-dic. 2017

 

ARTÍCULO ORIGINAL

 

La teoría del realineamiento y la evolución del sistema político estadounidense

 

 

Realignment Theory and Changes in the American Political System

 

 

Ernesto Domínguez López

 

Centro de Estudios Hemisféricos y Sobre Estados Unidos (CEHSEU), Universidad de La Habana, Cuba.


 

 

 


 

RESUMEN

La teoría del realineamiento agrupa un conjunto de propuestas orientadas a la explicación e interpretación de algunos de los procesos de cambio fundamentales en la historia del sistema político estadounidense, centrándose fundamentalmente en los resultados electorales a nivel federal. Las distintas variantes apuntan aspectos muy importantes de esos procesos, pero tienen varios puntos débiles, derivados de visiones fraccionarias de los procesos políticos, de desconectar lo político del resto de la realidad social o de la búsqueda de un patrón estable de larga duración que permita predicciones exactas. A partir del estudio de esas propuestas, sus críticas y ubicación dentro de una definición ajustada del desarrollo histórico y del sentido del carácter sistémico de las estructuras políticas, se propone una nueva formulación de la teoría del realineamiento y se revisan algunos de los temas fundamentales que derivan de ella, como las elecciones.


PALABRAS CLAVE: ciclos políticos, coyuntura histórica, elecciones.


ABSTRACT

Realignment theory describes and explains dramatic changes in the American political system, mainly regarding American national elections. Scholars, who are generally credited with developing and refining this theory, have, however, different points of view about political processes, separate politics from social reality, and try to find systematic patterns to make accurate predictions about election results. Starting by examining these scholars' works, a new realignment theory is formulated, revising its central postulates, such as the ones regarding elections.


KEYWORDS: Political Cycles, Historical Situation, Elections.

 

 



Introducción

El estudio de las estructuras políticas estadounidenses es un campo siempre abierto a la indagación científica. La búsqueda de modelos teóricos para explicar las características y dinámicas de ese sistema es un proceso continuo, del cual han nacido propuestas diversas, más o menos acertadas, más o menos aceptadas.

Una de las áreas donde la discusión académica reviste un mayor interés es la historia del sistema político. Este trabajo se centra en uno de los aspectos más polémicos dentro de este campo: la interpretación de los cambios de los patrones electorales y de la configuración del sistema de partidos como parte de la discusión de las distintas teorías sobre el curso general del sistema político estadounidense.

En este ámbito, un tema recurrente es el de las variaciones en los resultados electorales de los dos partidos que controlan el espectro político estadounidense desde mediados del siglo XIX. Aquí hay que hacer una salvedad: la mayor parte de las aproximaciones teóricas se basan en un modelo bipartidista puro, lo cual ha sido un rasgo de aquel sistema político durante la mayor parte de su existencia, pero en los momentos en que ha aparecido una tercera fuerza política, o al menos un tercer candidato presidencial de impacto -por ejemplo, George Wallace o Ross Perot- se han producido distorsiones notables.

Un conjunto muy importante y polémico de propuestas se agrupa bajo la denominación común de teorías del realineamiento. El objetivo de esa teoría es justamente explicar los cambios de patrón electoral que se han identificado en distintos momentos de la historia política estadounidense, desde la perspectiva del funcionamiento del sistema de partidos. En tal sentido se han presentado diversas variantes, que se concentran en los conjuntos de relaciones, en especial de contradicciones, que forman parte del núcleo de los partidos, las interacciones entre ellos, así como en la relación entre los intereses de los electores y los proyectos de los candidatos y élites partidistas, las cuales han dado forma a distintas configuraciones de la distribución de fuerzas en el sistema de partidos. Durante algo más de sesenta años, esa línea de indagación ha sido debatida, asimismo cuenta con un elevado número de importantes defensores, a los cuales se contrapone un número no menor de críticos igualmente prominentes. El objetivo de este texto es discutir los fundamentos y variantes de la teoría del realineamiento, evaluar las virtudes y defectos de este grupo de teorías, para, finalmente, proponer una síntesis que lleva una visión propia sobre el realineamiento como constructo teórico.

Definiendo algunos puntos de partida

Para la mejor comprensión de las propuestas que se discuten más adelante, resulta imprescindible delinear las coordenadas en las que se sitúa este texto. Especialmente importantes resultan dos aspectos: el significado e implicaciones del carácter sistémico de las estructuras políticas y la interpretación del desarrollo como concepto clave para la historia, pues el enfoque histórico es componente insoslayable para cualquier intento de trascender lo meramente descriptivo en el estudio de una realidad social.
Primeramente, el sistema político es un subsistema del complexus cultural y comparte con él la condición de sistema complejo, dinámico, adaptativo y abierto.1 Es el subsistema formado por las relaciones específicamente políticas, y se interpenetra con sus homólogos económico, jerárquico y simbólico. La distinción tiene un doble carácter. Por un lado resulta de la identificación de las características específicas de las relaciones de poder expresadas en mecanismos y procesos de toma de decisiones, administración de recursos, distribución y circulación de influencias. Por otro, es una partición metodológica, en la misma medida en que las anteriores no se pueden separar completamente de relaciones asociadas con otros subsistemas.

Como parte de esas características, el sistema político está abierto a las influencias del medio en el cual existe y está integrado por una amplísima y diversa red multidimensional de relaciones entrecruzadas e implicadas,2 de la cual participa una gran diversidad de agentes, con posiciones relativas diferentes dentro de un amplio ordenamiento jerárquico. Esa diferenciación de posiciones indica una distribución desigual de cuotas de poder, categoría fundamental para la política. Un aspecto esencial de la interpretación de la condición sistémica propuesta en estas líneas es la de ser un sistema que existe permanentemente alejado del equilibrio, condición que hace del cambio un emergente natural. De aquí se deriva una idea clave para comprender la dinámica de todo complexus cultural y de sus partes: son sistemas en permanente cambio, cuyo decurso está condicionado por su composición y carácter. De tal manera, los intentos de fijar por tiempo indefinido un ordenamiento específico en todos sus niveles tienen un carácter metafísico, necesario para su estudio, pero que conscientemente implican una aproximación a una realidad mucho más dinámica e inestable.

Por otra parte, la formación y el desarrollo del sistema político es el resultado de un diálogo entre los macro procesos evolutivos de la sociedad en su conjunto, que dan forma al contexto específico de la vida de las sociedades en cada momento histórico, y los acontecimientos puntuales que marcan el curso cotidiano de la historia. Esta subdivisión supone una propuesta de orden teórico que se encuentra en la base de este estudio. El desarrollo, léase el cambio continuo de la realidad social, se produce mediante subprocesos en varias capas que interactúan de manera permanente, y que podemos agrupar en tres grandes niveles: estructural, coyuntural y fáctico. Los ritmos de cambio en cada uno de ellos son diferentes, de más lento en el primero a más rápido en el último. Esta es una aplicación del fundamento estructural y epistemológico de los tiempos históricos que propuso Fernand Braudel en los años cincuenta del siglo xx (Braudel, 1970). Su ampliación y refinamiento lleva a un modelo del desarrollo como proceso histórico definido dentro de una visión compleja.

Los cambios operados en las estructuras y procesos políticos son siempre resultado de interacciones complejas de múltiples factores. Por tanto, identificar una única causa como la determinante de un proceso es una sobresimplificación, costosa en términos de la viabilidad y calidad de los resultados de la investigación y la reflexión. Ello no significa que todos los subprocesos y acontecimientos tengan igual grado de influencia, pero los sitúa en plano de relativa paridad ontológica. Sus diversos grados de influencia no están predefinidos por su tipo, sino que dependen del estado del sistema y de la intensidad de las relaciones que lo conforman, es decir, están históricamente condicionados.

El desarrollo, visto desde esta perspectiva, no está predeterminado por una serie de leyes estrictas. El concepto de ley mismo puede y debe ser cuestionado, en la misma medida en que no ha sido posible demostrar una regularidad que parta de una causalidad global que permita prever el curso de los acontecimientos con precisión. A partir del estudio de los procesos históricos reales, las regularidades que se pueden identificar permiten comprender que la determinación, en su sentido mecanicista de necesario y suficiente, no existe, pues no se pueden separar en esencia los procesos de una de las partes de los procesos del todo y asumirlos como el primer motor. Si la especificidad de la parte no puede asumirse como su independencia, no es posible considerar que siga su propia vía de desarrollo, autónoma respecto a las restantes, y que sea el actor principal de las relaciones, por tanto los cambios en cada una de ellas integran también los cambios del todo.

Lo que encierran estas consideraciones es la ruptura con las visiones de un desarrollo predeterminado por una ley o conjunto de leyes universales que prácticamente fuerzan a tomar un camino único. Dentro de esta perspectiva los factores causales, especialmente los de índole estructural, tendrían una función de condicionamiento, es decir de abrir las ventanas de probabilidad para la ocurrencia de uno u otro de los cursos posibles en el cambio en cada momento; en lugar de un camino fijado, ellos representan las constricciones al desarrollo. Metafóricamente, serían los jurados de una primera instancia de selección entre los posibles futuros en cada punto del decurso de un complexus, aquellos que definen los adyacentes posibles hacia los cuales puede dirigirse el sistema. Visto así, en cada punto del desarrollo puede encontrarse un árbol de posibilidades que se abre en función de las variantes que permiten las constricciones introducidas por los factores multicausales. Estos son, a su vez, el efecto de la confluencia de los diversos subprocesos que interactúan dentro del proceso global, por lo que ese árbol puede ser complementado con una raíz de subprocesos convergentes de alimentación, aunque de naturaleza distinta, pues son componentes del mismo, que se manifiestan explícitamente en un subsistema o en un nivel del desarrollo (Domínguez, 2012).

Para un estudio como este es necesario situar también entre los puntos de partida el diseño legal del sistema político estadounidense. Entre sus aspectos más significativos se encuentran el carácter federal de sus estructuras, la partición de poderes formales según el principio de check and balance y el papel de los lobbies en los procesos de tomas de decisiones. Un eje fundamental para entender su funcionamiento está dado por la relación gobierno federal-estado-individuo; otro es la existencia de un gran número de instrumentos para el ejercicio de influencias por parte de las élites.

El sistema electoral en particular se destaca entre sus homólogos por el carácter indirecto de la elección presidencial, por los sistemas de mayoría simple en las elecciones para los puestos en el Congreso federal, por una notable fragmentación consecuente del proceso entre sus diferentes niveles, por estar muy influido por la personalidad de los candidatos, los flujos de fondos y el discurso de los medios masivos. Además, las nuevas tecnologías han introducido nuevos mecanismos para la organización y conducción de las campañas que ponen al descubierto especificidades de los electores sobre las cuales trabaja el marketing político. Estas peculiaridades del subsistema electoral potencian las singularidades del sistema político estadounidense y forman canales para el flujo de influencias desde distintos sectores, creando así numerosos y variados campos y temas de competencia política.

Este último punto es una manifestación de uno de los corolarios de la combinación con las ideas generales planteadas ad supra. El diseño legal se elaboró en circunstancias específicas y su forma ha variado poco a lo largo de algo más de dos siglos. Sus aspectos fundamentales siguen correspondiéndose con lo contenido en la Constitución de 1787-1789, con pocas enmiendas desde entonces. Sin embargo, el contenido real y la aplicación práctica de ese esquema han evolucionado unidos al conjunto de la sociedad, de manera que se reajustan continuamente para absorber nuevas tendencias y comportamientos y desechar o minimizar los que van resultando obsoletos.

Los ciclos políticos y la teoría del realineamiento

A mediados del siglo xx las ciencias políticas estadounidenses experimentaron un notable crecimiento y maduración de sus fundamentos teórico-metodológicos y de los resultados de su trabajo. Numerosos investigadores, por separado o agrupados en escuelas, abordaron múltiples aristas del sistema y los procesos políticos en ese país, conjuntamente con politólogos profesionales y autores provenientes de otras disciplinas que aportaron también a los debates de la época. Este es el caso, por ejemplo, de Samuel Lubell, originalmente periodista. El texto de Lubell, The Future of American Politics, publicado en 1952, se considera el punto de partida de la construcción de la teoría del realineamiento, refinada posteriormente por los aportes de V. O. Key (Rosenof, 2003).

Figura excepcionalmente influyente durante décadas en la ciencia política estadounidense, V. O. Key propuso su versión del realineamiento en dos artículos seminales. El primero de ellos identificaba casos de elecciones críticas en los cuales se había cambiado bruscamente el patrón electoral preexistente. Esas elecciones se caracterizaban por un gran involucramiento de los votantes y reajustes de las relaciones de poder. Según Key, en esos casos el comportamiento electoral de grupos específicos se mueve hacia una homogeneidad partidista. Estos cambios se producen como resultado de acontecimientos de especial impacto o temas que tocan emociones profundas. Este es el origen de lo que se conoce como realineamiento crítico (Key, 1955).

En el segundo texto, Key (1959) diferencia los realineamientos abruptos generados por elecciones críticas de una segunda forma, realineamientos seculares. Estos últimos se desarrollan a lo largo de varias elecciones. Pueden ocurrir independientemente de las influencias que dan forma al comportamiento electoral en elecciones específicas. Sin entrar en demasiadas precisiones, considera que un mínimo de tiempo razonable para el desarrollo de los realineamientos seculares es 10 años. Estos trabajos señalan dos tipos de procesos que pueden ser interpretados como pertenecientes a niveles distintos dentro de la estructura del desarrollo del sistema político, por lo que sería necesaria su reconsideración a la luz de nuevos presupuestos teóricos.

Una de las grandes preguntas es si los realineamientos se producen en forma periódica, si son aleatorios, o si en alguna medida integran las dos variantes. Uno de los autores clásicos en este campo, estudiado hasta la actualidad en los cursos superiores de ciencias políticas en Estados Unidos, es Walter Dean Burnham. Burnham (1970) propone una lectura global de la evolución del sistema político estadounidense que pretende extenderse como teoría general. Según esta, con una periodicidad de unos 30 años se producen momentos críticos que conducen a una reorganización del sistema, y esos momentos son marcados por elecciones presidenciales claves. En tales procesos electorales se debaten los rumbos a seguir por el país en su conjunto. Para sustentar esa afirmación, analiza las elecciones presidenciales desde George Washington hasta comienzos de los años sesenta. A partir de sus estudios, llegó a la conclusión de la ocurrencia de elecciones críticas con intervalos de entre 28 y 36 años, las que marcan el realineamiento de los partidos y el sistema político en su conjunto. Originalmente fueron consideradas como tales las de 1828, 1860, 1896 y 1932.

Más tarde, en 1991, Burnham utilizó el concepto de equilibrios puntuados, tomado de la paleobiología, para describir el lugar de su teoría del realineamiento en la historia política estadounidense. La idea es que la evolución del sistema político ocurre a través de periodos con muy escasos cambios, periodos de estabilidad, prácticamente en estado estacionario, puntuados por disrupciones repentinas y rápidas. Esas rupturas, que se corresponden con sus realineamientos críticos, constituyen justamente las soluciones de continuidad entre dos etapas de equilibrio político (Burnham, 1991, p. 109).

Esta propuesta tiene sin dudas varias debilidades. El complejo proceso histórico de los años sesenta y setenta introdujo variaciones importantes en las secuencias aceptadas por los especialistas y llevó al propio Burnham a repensar en varias ocasiones sus postulados. Uno de los puntos débiles del modelo es que, si bien parece funcionar cuando un mismo partido toma el control tanto del ejecutivo como de las dos cámaras del Congreso, en condiciones de gobierno dividido pierde gran parte de su capacidad explicativa. Ello llevó a que en diversos momentos se formulasen críticas muy serias y a que algunos llegasen a hablar de la de-alineación. Incluso Burnham, en su momento, dio muestras de asimilar la idea del de-alineamiento como una forma específica de realineamiento (Rosenof, 2003, p. 11).

Otro punto es que en esta teoría se presta atención al control del gobierno por uno u otro partido, entendiéndolos como actores en los cuales la diversidad se manifiesta en interacciones internas y genera formas comunes que terminan por subsumirla, externalizándose como agentes únicos. Las interacciones internas mueven al partido en su conjunto, pero no generan divergencias entre sujetos subpartidistas, 3 los cuales terminan por desplazarse dentro del marco que los engloba siguiendo la dirección y sentido resultante de su suma vectorial. Las formaciones partidistas aparecen en no poca medida como cajas negras, cuyos procesos internos no desbordan sus límites exteriores.

Aquí se está desconociendo un aspecto de interés. Esos sujetos subpartidistas tienen la capacidad de generar, y de hecho generan, redes de interacciones que trascienden las fronteras de sus partidos e interpenetran a esas formaciones. Ello significa la constitución de complejos sistemas de relaciones implicadas, que condicionan el comportamiento de formaciones e individuos dentro del mundo de la política práctica, al crear compromisos e intercambios múltiples sobre bases de quid pro quo.

Una propuesta derivada de esta tradición es la de Arthur Schlesinger, Jr., quien asocia estos procesos con ciclos generales de la historia estadounidense, en los cuales hay reordenamientos del sistema político con una periodicidad que se sitúa en unos 30 años como promedio (Schlesinger, 1990, pp. 41-64). La mayor virtud de este planteamiento es justamente el abrir la mirada a la evolución general de la sociedad estadounidense, aunque no da muchos más elementos. Su defecto más evidente es lo rígido de la periodicidad que propone. El realineamiento de los partidos, como le llama Schlesinger, implica un cambio en la distribución de las bases electorales y también de los contenidos de los programas políticos, a partir de la dinámica de las relaciones al interior de las formaciones y de los principales problemas que deben enfrentar en su accionar como maquinarias políticas.
Sin embargo, esta línea de pensamiento tiene una debilidad intrínseca: su carácter mecanicista y el intento de hacer predicciones rigurosas que la historia política estadounidense se encargó por sí sola de echar por tierra. En tal sentido, es muy significativo que Burnham, y por extensión Schlesinger, desconoció por completo la idea de Key de los realineamientos seculares. Esto implica que en su intento de encuadrar la evolución del sistema de partidos y los procesos electorales en un modelo teórico se centre en acontecimientos a nivel fáctico para explicar los cambios de coyuntura histórica en ese ámbito. Por definición, esto deja fuera una gran diversidad de factores, ergo, pierde valor como instrumento teórico-metodológico. De aquí deriva que aspectos tales como los procesos en el ámbito simbólico -por ejemplo, la formación y evolución de las ideologías políticas- queden generalmente fuera del análisis.

Por otra parte, la introducción de la idea de ciclos estables y estrictamente predecibles es otra de las fuentes de la debilidad de la propuesta. Basta el incumplimiento de los plazos fijados para que toda la idea pierda validez. Las teorías cíclicas abundan, como resultado del esfuerzo por sistematizar y explicar la historia humana. Entre los campos donde más se han desarrollado se encuentran la economía y la historia, donde se han propuesto diversos modelos.4 Como norma, todos ellos comparten claves comunes; se diferencian en escala temporal y estructural, así como en los factores fundamentales que identifican, que van desde el cambio tecnológico hasta los procesos de urbanización. Además, encuentran dificultades para ajustarse a los procesos históricos reales, en tanto que la amplitud de las fluctuaciones que intentan incluir puede ser muy grande. Sin embargo, cada uno es mucho más abarcador dentro del campo que pretende explicar que el modelo de Burnham, además de ser más flexibles en la identificación de las temporalidades. En cambio, tienen un aspecto positivo muy importante: su capacidad para identificar la existencia de etapas cualitativamente diferenciadas en el curso de la historia de una sociedad concreta, ya sea en el ámbito específico de la economía, como desde una mirada global. Esta es también una virtud del trabajo de Burnham, quizás la más importante.

A diferencia de las propuestas cuantitativas tipo Burnham y Schlesinger, James Sundquist (1983) propuso que los realineamientos se desencadenan en más de una elección. En su criterio no son intrínsecamente recurrentes, sino que se producen cuando emergen temas que arrastran a amplias capas del electorado. Según esto, hay dos factores que impactan al sistema de partidos durante una elección de realineamiento: "la conversión de votantes establecidos a nuevas filiaciones partidistas y la movilización por los partidos de ciudadanos que anteriormente no habían votado" (Sundquist, 1983, p. 39). Su causa inmediata puede ser el cambio de preferencia de una gran masa de ese electorado o una incorporación masiva de nuevos electores. Por tanto, su interés se centra en lo que llama eras de realineamiento o eras críticas, entre las cuales destacó las décadas de 1850, 1890 y 1930, pues consideraba que en cada una se crearon nuevos sistemas de partidos. Esta variante, que sigue la línea del realineamiento secular de Key, propone una perspectiva más amplia de los procesos políticos, que lo saca del ámbito de lo puntual para pensarlo en términos históricos.

En su trabajo Sundquist identificó cinco variables que, en su criterio, determinan cuándo, en qué forma y a qué escala se produce un realineamiento: la amplitud y profundidad de los resentimientos subyacentes, lo cual entendía como la existencia de una queja pública lo bastante fuerte como para hacer emerger un tema de ruptura; la capacidad de los remedios propuestos para provocar resistencia, la motivación y capacidad del liderazgo partidista, la división de fuerzas polares entre los partidos y la fuerza de los lazos que unen a los votantes con los partidos existentes (Sundquist, 1983, p. 41). Estas variables las presentó como interrelacionadas con la distribución e intereses de los electores, con lo que llamó temas transcortantes que rompen con esas distribuciones y con la forma en que las élites partidistas lidian con esos temas. Evidentemente se trata de un modelo centrado, mayormente, en temas e intereses y, por tanto, con un enfoque más cualitativo que el de Burnham.

En un trabajo de mediados de los ochenta, dedicado a las elecciones de 1984, Patricia de los Ríos realizó una sistematización de algunas de las principales variantes de la teoría existentes por entonces. Como resultado, propuso entender realineamiento como:

un concepto que puede dar cuenta de un fenómeno con varias dimensiones. En primer lugar, el desencadenamiento del fenómeno siempre obedece a una crisis política, económica o social de gran magnitud que pone en cuestionamiento las reglas del juego político vigentes y la política pública del partido mayoritario o dominante. En segundo, tiene una dimensión electoral que actúa como termómetro de los cambios en las preferencias o lealtades partidarias de un segmento de los votantes lo suficientemente grande como para transformar el sistema de partidos; y en tercer término se trata de un cambio en la agenda o en la racionalidad que sustenta al sistema político que, a su vez, tiene una dimensión institucional (De los Ríos, 1986, p. 22).

Este trabajo se puede ubicar en una línea cercana a Sundquist, que es una de sus fuentes principales, por lo cual el realineamiento crítico, esencialmente, queda excluido. La definición que propone, que constituye la tercera de las dimensiones de su resumen, señala un elemento importante: la relación entre el realineamiento y la racionalidad que sustenta el sistema político. Esto tiene varias interpretaciones posibles, pero se sitúa claramente en el ámbito de los constructos simbólicos y las ideologías; indica modificaciones de orden epistemológico y en los consensos políticos e ideológicos. Las agendas políticas, en tal caso, pueden entenderse como expresiones de esos consensos y, sobre todo, como la identificación e interpretación de los temas que dominan el interés de los electores y los diversos sectores de la sociedad.

La versión ofrecida por De los Ríos tiene también algunas debilidades significativas. Una de ellas es que asocia el inicio del realineamiento con una crisis de gran magnitud, de manera estricta, sin definir en el texto qué es una crisis de gran magnitud. Además, considera que el realineamiento se desencadena como consecuencia de esa crisis, es decir, establece una relación causal, sin valorar la posibilidad de que, de acuerdo con su misma definición, el cambio del sistema de partidos, y más ampliamente del sistema político, pueda empezar a producirse antes que estalle la crisis. Por otra parte, en el texto se trata todo el tiempo de los procesos en los cuales un partido se hace con el control de los cuerpos legislativos y ejecutivo (De los Ríos, 1986, pp. 16-21), sin considerar los casos de lo que en Estados Unidos se conoce como gobierno dividido, que fue precisamente uno de los rasgos característicos de los periodos de mandato de Ronald Reagan (Thurber, 1995), que son su objeto de estudio en el trabajo. Finalmente, también deja de lado, como la gran mayoría de los textos que le anteceden, los procesos que se expresan en la ausencia de un predominio claro de un partido en todos los niveles, el voto cruzado y tendencia a la baja de la participación electoral, fenómenos que se hacían evidentes desde los sesenta y los setenta.

La teoría del realineamiento fue fuertemente criticada, particularmente durante la década de los noventa. El eje en torno al cual se articuló la crítica fue su incapacidad para predecir nuevos realineamientos o, incluso más exactamente, la no ocurrencia de los realineamientos pronosticados (Carll, 1991; Silbey, 1991; White, 1998; Mayhew, 2002). Evidentemente, la polémica se centró en la falta de validez de la línea teórica desarrollada a partir de Burnham y, por tanto, dejó de lado los potenciales que encierra la propuesta original de Key, especialmente, por el desconocimiento de su segunda variante, y también la idea de Sundquist. A pesar de ello, el peso de la crítica colocó al conjunto de la teoría en una posición muy difícil.

Curiosamente, en ese mismo contexto se generaron algunas propuestas que en alguna medida rescataban los valores epistemológicos de la idea original. Por ejemplo, Everett Carll Ladd -uno de los críticos- introdujo en 1997 el concepto de realineamiento filosófico. Con ello se refería al predominio de un conjunto de ideas sobre los problemas fundamentales puestos a debate en la sociedad estadounidense que no eran capitalizados particularmente por ninguno de los dos partidos mayores. En esas circunstancias, el realineamiento partidista que buscaba Burnham no podía producirse. Al desarrollar su estudio de las elecciones de 1996, Ladd colocó en el foco de atención el tema del papel del Estado federal. Al situar ese debate dentro de lo que llamó "sistema de partidos postindustrial" señaló algunos factores de especial relevancia, en su criterio: debilitamiento de los vínculos entre los electores y los partidos, predominio de la televisión como medio para las campañas, ausencia de un modelo de partido mayoritario / partido minoritario, el gobierno dividido -muy probable en una era sin un partido dominante- y la composición y alineamiento de grupos sociales distintos de los del New Deal. El sistema configurado en esas condiciones está condicionado, en su criterio, por la dispersión y descentralización de la tecnología y la economía en el periodo (Ladd, 1997).

El trabajo de Ladd tiene especial interés. Pone sobre la mesa una manera de entender el realineamiento como concepto que está en relación directa con la línea de Sundquist y De los Ríos, pero más acabada. Interpretando su punto de vista, el centro de atención debe dirigirse a los núcleos ideológicos dominantes, los cuales se conforman y desarrollan condicionados por la evolución de los restantes ámbitos de la vida social. Si reenfocamos este criterio desde los fundamentos de este trabajo, se asocia el realineamiento con la formación de una coyuntura histórica a partir del reordenamiento de los subsistemas que conforman el complexus cultural, que incluye la emergencia de un núcleo ideológico dominante. Los resultados electorales de los partidos, ergo, su posicionamiento dentro del aparato institucional gubernamental depende del mayor o menor grado de capitalización de los fundamentos de ese núcleo.

La primera década del siglo xxi presenció un renacer del realineamiento, reincorporó los postulados de Key, que habían sido recurrentemente obviados antes, y ensayó su integración con algunos aspectos de la propuesta de Burnham. Por ejemplo, en su estudio sobre los partidos y el voto partidista, Jeffrey Stonecash (2006) consideró que el realineamiento secular es un concepto clave para entender el conjunto de la evolución política estadounidense. La visión de Stonecash se encuadra en una perspectiva más cualitativa, por lo que puede ser ubicada en una línea que nace en el trabajo de Key de 1959 y pasa por Sundquist. Aunque ello no descarta el trabajo cuantitativo, sino que le confiere un considerable valor añadido.

En una cuerda distinta, Arthur Paulson (2007) señaló que el realineamiento sigue existiendo, y que el periodo 1964-1972 fue un realineamiento en toda regla, como resultado del cual el Partido Demócrata quedó más claramente como partido liberal y el Republicano como conservador, con lo cual se consolidó y reforzó la polarización política. Esto habría sido propulsado por los cambios en el Sur, el Oeste y el Noreste. En su criterio, esa fue la primera vez que el sistema de partidos estadounidense quedó polarizado ideológicamente, aunque se institucionalizó con posteridad. Curiosamente, para él los realineamientos seculares ocurren solamente en la Cámara de Representantes, en los Estados y en otros niveles inferiores. El nivel presidencial y senatorial, léase la cúspide de los cargos electivos, es el teatro natural del realineamiento partidista crítico.

El trabajo de Paulson trata de reconciliar la perspectiva cíclica de Burnham con la idea de los procesos seculares de Key, pero estableciendo una diferenciación por niveles institucionales. Sin embargo, la separación de alcance estructural que establece entre ellos solo sería explicable si consideramos que cada uno responde a factores claramente distinguibles. En otras palabras, Paulson está segregando los niveles institucionales en cuanto a los mecanismos y condicionantes que los definen. Este es un punto neurálgico que hace inviable la propuesta en sí misma, pues de hecho está considerando formas relativamente autónomas de desarrollo para distintos niveles institucionales. La raíz quizás se encuentre en su interés por explicar la evolución de las configuraciones políticas en un periodo transicional y adecuarlas a un modelo que se diseñó para periodos de estabilidad relativa, o que se consideraban como tales y que desde los fundamentos de este trabajo se pueden identificar con coyunturas históricas formadas y en desarrollo.

De esta discusión podemos extraer como corolario que en general dentro del enfoque del realineamiento se considera un sistema bipartidista esencialmente estable, en cual se producen fluctuaciones periódicas limitadas en el control de las estructuras gubernamentales, que pasan de uno a otro partido en momentos y circunstancias claramente definibles. Esto, por cierto, cae dentro de la conocida alternancia política, que se considera una forma normal de funcionamiento de los sistemas políticos modernos de tipo bipolar.5 La explicación inmediata es que la parte del electorado situada en una posición más o menos equidistante de los polos, y que no forma parte del electorado base de ninguno de los dos, varía su voto, favoreciendo a una u otra de esas formaciones, a partir del predominio de temas concretos. En la versión de Burnham, esto se debe a la ruptura y reorganización de las coaliciones entre diferentes sectores socioeconómicos del electorado, a partir de temas concretos de su interés.

Ese cambio de actitud se produce, obviamente, entre los grupos que por sus características tienen un vínculo más débil con el partido que habían votado hasta ese momento. Una parte fundamental de esta franja del electorado se incluye dentro de la importante categoría de swing voters. Según esto, un desarrollo fundamental para la teoría del realineamiento crítico, pasaría por la identificación de los sectores más propensos a cambiar de comportamiento electoral, de tal manera que pudiera precisarse el patrón correspondiente y los temas claves que generarían la reorganización del sistema.

Sobre este tema existe también diversidad de criterios, definiciones y métodos de medición, todos los cuales ofrecen imágenes con algunas especificidades, pero todos coinciden en que el swing voter es el elector que puede ser atraído por cualquiera de los dos partidos en el transcurso de una elección. El problema radica en lo difícil que resulta asociar ese comportamiento con un sector demográfico identificable y, por ende, lo complicado de medir su proporción dentro del conjunto de los votantes potenciales y reales. Esto es, sobre todo, una dificultad para los directivos de las campañas, especialmente para el diseño de estrategias comunicacionales específicas que atraigan a esa franja, que habitualmente se considera decisiva, lo cual es lógico en condiciones de un bipartidismo típico.

En un estudio de 2008 que utilizó los datos del American National Electoral Studies, se determinó que el promedio de swing voters en las elecciones presidenciales entre 1972 y 2004 fue un 23 % del electorado total, con valores puntuales que oscilaron entre 13 % en 2004 y 34 % en 1976 (Mayer, 2008b, p. 9). El cálculo se hizo a partir de los resultados de sondeos en los que se aplicó el método del termómetro, es decir, la gradación de las preferencias por uno u otro candidato presidencial -una vez más asumiendo un modelo bipartidista puro- en una escala de 0 a 100, y colocándolos con posteridad en un eje en el cual a los republicanos se le asignó la parte positiva y a los demócratas la negativa. Se consideró swing voters a todos los que se colocaron en la franja ente -15 y +15 (Mayer, 2008b). Existen otros métodos, este es solo un ejemplo para ilustrar un punto.

Aquí encontramos una serie de problemas adicionales. Según los postulados del realineamiento crítico -también en buena medida del secular- esta franja del electorado es atraída en su mayoría por uno de los partidos hasta que se produce un nuevo realineamiento, lo cual indicaría que existen configuraciones metaestables de las preferencias electorales entre ellos. Esto parecería contradecir los fundamentos mismos de la definición del swing voter, pero la práctica indica que no es exactamente así. Es posible considerar que el bajo grado de preferencia planteado según el modelo de termómetro generalmente determina el voto finalmente emitido, y que esa preferencia tiene un nivel significativo de estabilidad por un periodo de tiempo medio. No obstante, subsiste la pregunta de cuáles son los factores que generan ese comportamiento.

En torno a este tema existe una larga historia de debates sobre las condicionantes del voto de los ciudadanos comunes. Particularmente influyentes fueron los sostenidos durante décadas por la escuela de Columbia (Lazarsfeld, Berelson y Gaudet, 1948) y la escuela de Michigan (Campbell et al., 1960), en los que se oponían enfoques, fundamentalmente sociológicos, con preferencia por la pertenencia a clases y sectores sociales, a enfoques psicológicos, que ponderan esencialmente la decisión individual del elector. El desarrollo tecnológico y las variaciones en el funcionamiento del sistema electoral introdujeron nuevos factores a considerar en el estudio (Popkin, 1994). Lo cierto es que sigue siendo un terreno abierto a la especulación, sin resultados concluyentes. Por tanto, el caso particular del swing voter se hace más complicado, en tanto votante con mayor grado de variabilidad y, por tanto, de más difícil determinación.

Como resulta evidente hasta aquí, las teorías del realineamiento han tenido una existencia notablemente agitada, en gran medida impulsadas o frenadas por la evolución del complexus cultural en el que se han producido y para el que fueron producidas.6 La búsqueda continua de un instrumental teórico-metodológico capaz, no solo de explicar, sino de predecir la evolución del sistema político estadounidense, ha sido el eje de su desarrollo. La indagación ha estado sesgada por los efectos de los procesos reales, con las nuevas condiciones y matices que estos han introducido. Por eso los distintos comportamientos y procesos registrados en la historia política de ese país han generado otros proyectos asociados con los estudios sobre el realineamiento y dentro de ellos, otras visiones y categorías que pretenden explicar fenómenos no incluidos en los modelos anteriores. Ese es el caso, por ejemplo, de los conceptos de-alineamiento y desalineamiento,7 centrados en el estudio de los momentos de crisis y disgregación del sistema de partidos, y más ampliamente del sistema político, justamente algunas de las motivaciones de la crítica a las variantes tradicionales del realineamiento (Mack, 2010).

Repensando la teoría

A partir de los anteriores supuestos puede definirse el realineamiento como la reorganización del sistema de fuerzas políticas,8 como parte de la transición de una coyuntura histórica a otra. Ello significa la modificación de los patrones de votación, la redistribución de las bases electorales, la modificación de los consensos y posicionamientos ideológicos, el reacomodo de las élites de los partidos y de los sujetos subpartidistas -incluyendo la posible desaparición de algunos y la emergencia de otros-, cambios en la formación y configuración de los grupos de poder extrapartidistas, la transformación de los sistemas de intereses de los diferentes sectores sociales, el reordenamiento de las prioridades de los distintos actores políticos y el reajuste de las formas de participación política.

Como parte de esos procesos, pueden, o no, formarse o desintegrarse partidos. Estos procesos transicionales no tienen una periodicidad definida, por lo tanto no son predecibles en el sentido tradicional, léase que no se puede establecer de antemano el momento en que ocurrirán ni la forma exacta que adoptará el sistema una vez que se produzcan. Pero puede afirmarse que el sistema se va a realinear siempre que haya un cambio de coyuntura histórica, y viceversa, que siempre que es percibido un realineamiento se está produciendo un proceso de cambio. Al abarcar el sistema en su conjunto se expresa en todos los niveles que este tenga, en cada uno de ellos de acuerdo con sus especificidades. Un detalle importante es que aquí se ha considerado el realineamiento como parte de la evolución de las estructuras políticas de un complexus cultural dentro de los marcos de una organización fundamental de larga duración.

De este planteamiento general emergen varios puntos a considerar. En primer lugar, es importante prestar atención al concepto de coyuntura, tal cual se utiliza aquí. Una coyuntura histórica es un ordenamiento metaestable de un complexus cultural, en el cual se establece un conjunto de patrones de relación y funcionamiento de los componentes y estructuras dentro del sistema de duración media -según los tiempos braudelianos- dentro de los cuales se definen los acontecimientos y dentro del cual estos introducen cambios no fundamentales. Estos patrones se integran en el núcleo dominante del sistema y condicionan la relación con los focos alternativos que se crean en torno a adaptaciones y proyectos, específicos y en principio marginales.9 Este ordenamiento general tiene, por supuesto, un componente político, en forma de instituciones, actitudes, procesos, relaciones, comportamientos y referentes ideológicos.

En este punto, la idea de Ladd del realineamiento filosófico aporta un ángulo interesante. En cada coyuntura, conjuntamente con los ordenamientos en las estructuras más fácilmente identificables, también se generan configuraciones específicas dentro de las estructuras simbólicas, lo cual incluye a las ideologías políticas. Es importante ser claro en este tema, pues no se trata de que haya una ideología explícitamente aceptada por todos, sino de una especie de episteme dominante insertado en el núcleo, a través del cual se interpretan los distintos aspectos de la realidad y que, por tanto, se convierte en un mecanismo de selección de las propuestas ideológicas. Esto implica que en cada coyuntura hay preferencias dominantes que influyen de manera directa en el comportamiento de los electores y de las fuerzas y actores políticos, particularmente en el discurso y la imagen.

Considerando esto, el trabajo de Ladd señala un aspecto importante de esta manera de enfocar el realineamiento, pues necesariamente implica la conformación de un conjunto de ideas dominantes que condicionen la totalidad del sistema político, ora en el campo de las ideologías correspondientes específicamente, ora en el aparato categorial que media toda forma de relación. Su debilidad consistía en proponerlo como una alternativa al realineamiento crítico, cuando ninguno de los partidos capitaliza ese orden de cosas. Desde la perspectiva que se propone aquí, la formación de ese núcleo dentro de este subsistema puede ser capitalizado por uno de los partidos mayores, o por ninguno. Si alguno de estos lo hace, entonces ese partido resultará dominante en el ámbito electoral, salvo que se produzca alguna anomalía. En caso contrario, como norma se producen situaciones de dominio compartido, en forma de gobierno dividido, según la tradición estadounidense o de alternativas frecuentes durante la etapa, debido a que esos resultados se hacen más sensibles a los aspectos puntuales.

Otra pregunta inevitable es su nivel de asimilación por las distintas fuerzas políticas. El grado en que este se produzca será fundamental para su capacidad de mantenerse dentro de ese mainstream. Las formaciones partidistas y subpartidistas, políticos profesionales y otros componentes del mainstream del sistema político se ajustan a esas preferencias, aunque las manejan y modifican. Es decir, este es un factor de gran importancia para la evolución de las distintas formaciones, pero es importante tener en cuenta que no se trata de una relación mecánica y unidireccional, pues ese consenso y sus componentes pueden ser modificados, y generalmente los son, durante su asimilación. Por el contrario, cuando la asimilación no se produce o es insuficiente, el o los partidos pueden ser desplazados del centro del sistema e, incluso, desaparecer, y otras fuerzas ocupar ese espacio. Aquí aparece entonces un lugar para los procesos señalados por la idea de desalineamiento.

Es necesario destacar un aspecto de esta propuesta, que emana de los fundamentos presentados al comienzo de este artículo. Estas variaciones y esos ordenamientos coyunturales específicos se producen dentro de un modo de producción de relaciones del complexus cultural que incluye ejes epistémicos y, por tanto, ideológicos, de larga duración, que evolucionan a un ritmo lento y que en su interacción permanente condicionan las manifestaciones a nivel de coyuntura. Un cambio esencial en este nivel significaría una variación en los principios que identifican a ese modo de producción, lo cual llevaría a la conformación de otro. Estos son casos mucho más infrecuentes y de mucho mayor alcance en la historia universal. De hecho, Estados Unidos no ha experimentado ninguno realmente desde la conformación de las colonias británicas en el siglo xvii.

Tras considerar todos estos puntos, el proceso de realineamiento se puede identificar con un componente político, elemento clave en las transiciones que llevan de una coyuntura histórica a otra. El carácter múltiple de los complexus culturales se hace también visible en otro factor que es necesario tomar en cuenta: la diversidad de ritmos, léase la diacronía de las transformaciones que se producen en los distintos subsistemas específicos y en los distintos niveles de desarrollo. De manera que el proceso de reorganización del sistema en su totalidad incluye un reajuste de las estructuras políticas en el cual se modifican los intereses concretos, correlaciones de fuerzas y demás factores que condicionan el sistema y los procesos políticos.
La teoría del realineamiento pretendía superar la visión cíclica tradicional basada en la alternancia entre los partidos, a los enfoques estacionarios, inmovilistas. Sin embargo, por sus mismas características propició su interpretación como explicación de fenómenos cíclicos, con periodos de ocurrencia mensurables, y por demás, como un instrumento predictivo. La visión aquí propuesta se separa de esa condición en un aspecto importante: los cambios de coyuntura histórica son el resultado natural de las características mismas de los sistemas denominados complexus culturales, en los cuales el cambio es intrínseco, pero no significa que se produzcan con una periodicidad bien definida y que la duración de las coyunturas se pueda fijar en un número de años dado. Los ritmos de cambio se definen por la combinación de circunstancias en cada caso. Es decir, las temporalidades están también históricamente condicionadas. Se puede predecir que la transición -realineamiento- va a suceder, pero no es posible predeterminar un cronograma para su ocurrencia.

Resulta válido discutir la cuestión de la criticidad o no del realineamiento. Volviendo a los referentes teóricos que ya han sido presentados y a su interpretación, es posible definir qué se consideraría un punto crítico. De manera general, un punto crítico sería un momento del desarrollo en el cual la organización del sistema se aleja de manera decisiva de la configuración metaestable y se desplaza hacia la reorganización. En tales casos, la cantidad de alternativas que aparecen es mucho más numerosa que los puntos ordinarios, con lo cual los cambios son mucho más evidentes y profundos. Como norma, en los sistemas humanos estos momentos se asocian con la emergencia de temas y alternativas derivadas de evoluciones internas y adaptaciones a influencias del medio a partir de la condensación de nuevos focos. Ampliando un poco la perspectiva, hay que decir que tales puntos críticos son los momentos específicos de la transición, que se podría asociar entonces con los periodos de transformaciones cualitativas visibles, donde podrían encuadrarse los periodos críticos de Sundquist, por ejemplo.

En términos políticos, se está en presencia de circunstancias en las cuales los mecanismos de reproducción de las relaciones de poder -los discursos, las propuestas ideológicas, las formulaciones e implementaciones de políticas prácticas- dejan de abarcar a sectores cada vez más amplios del interés social, léase los intereses de los sujetos actuantes en el sistema. En tal caso, se hace necesario un reacomodo de las estructuras con vistas a adaptarlas al nuevo contexto, con la configuración de nuevas propuestas que atiendan a la nueva realidad y, posiblemente, con la aparición de nuevos actores políticos. Las peculiaridades de unas y otros estarán dadas por las del sistema político concreto del que estemos hablando, en este caso el de Estados Unidos.

Otro aspecto que se debe considerar es la evolución del papel de los candidatos individuales en los procesos electorales. Esta es una realidad cada vez más evidente, que se ha conformado a lo largo de varias décadas y que lleva a lo que se supone como un debilitamiento de los partidos, lo cual, desde una perspectiva tradicional, es cierto. En un importante trabajo, Martin Wattenberg (1991) señala entre los factores clave que explican este proceso las transformaciones iniciadas durante la era progresista, en primer lugar, el desarrollo de las elecciones primarias, el crecimiento de los medios como fuentes primarias de información política -más recientemente se unió a esta categoría Internet, con todas sus plataformas- y, en menor medida, otras como las formas de participación y financiamiento público. Todo esto condujo a una pérdida de control por parte de las élites partidistas sobre la nominación de candidatos, y sobre los proyectos políticos impulsados por los funcionarios electos que emergen de ese sistema centrado en el candidato. Como resultado, el partido se hace menos importante para el votante medio (Wattenberg, 1991, p. 32).

Pero habría que agregar por lo menos otro factor de mucha importancia: el incremento de las posibilidades de influencia directa de los distintos sectores de las élites de poder sobre los procesos formales de toma de decisiones políticas (Baltzell, 1958; Mills, 1958; Sweezy y Beren, 1970; Domhoff, 1973). Si se toma en consideración la historia reciente, hay una coincidencia con la emergencia de un creciente nivel de polarización social, es decir, una mayor concentración de los recursos de todo tipo en sectores numéricamente reducidos. Fenómenos como el encarecimiento de las campañas electorales, el papel creciente de los medios de comunicación y de otros instrumentos de manejo del electorado, son otros tantos factores de consolidación del papel de los grupos de élite, ahora con muy poca amortiguación por parte de las direcciones partidistas. Los cambios en las normas que regulan los procesos electorales y su financiamiento se corresponden con este desarrollo.10 En conclusión, la de-alineación es la expresión de un ajuste del sistema de partidos y, más ampliamente, del sistema político.

Un punto de interés es el papel de las elecciones dentro de la evolución del sistema político. La relación entre el proceso general y la elección de los presidentes, congresistas y otros funcionarios públicos debe establecerse en sentido contrario al habitualmente utilizado en estos estudios. Significa empezar por comprender el proceso en su totalidad y a partir de ahí estudiar las elecciones como escenarios puntuales en los cuales se expresan, de forma abierta, algunas de las tendencias generales de la evolución del sistema, y tienen un papel en esta última, pero no necesariamente resultan decisivas.

Para mayor precisión, los comicios existen en el nivel fáctico y su interacción con los subprocesos coyunturales o estructurales puede matizar, acelerar o retrasar el proceso general, pueden ser detonadores de procesos, pero por sí solos no constituyen el corazón de estos. Si se recuerda la estructura del desarrollo que definía al comienzo de este trabajo, se comprende que esta perspectiva es completamente natural. De este modo, los resultados electorales y las distribuciones de cargos públicos derivados aparecen bajo otra luz, pues se entienden como parte de una configuración de intereses, relaciones de poder, mediaciones diversas, ideas, comportamientos, recursos materiales y humanos, organizados según patrones y procesos implicados entre los múltiples niveles.

Las elecciones han sido una de las "obsesiones" de los autores que han trabajado el realineamiento. Apoyándose en el trabajo de la escuela de Michigan, particularmente en su clásico The American Voter, V. O. Key (1964) propuso una clasificación de las elecciones de acuerdo a su impacto sobre el alineamiento político existente:

a. Elecciones de mantenimiento o de preservación (Maintaining elections): aquellas que mantienen el poder de la mayoría "normal" durante el alineamiento vigente.
b. Elecciones de desviación (Deviating elections): elecciones que se separan del patrón "normal" sin alterarlo en lo fundamental. Los desplazamientos que se producen en tales casos se consideran resultado de algún acontecimiento, condición o candidato específico capaz de desplazar a la mayoría "normal". Pero siempre con carácter temporal.
c. Elecciones de restablecimiento (Reinstating elections): restablecimiento del alineamiento vigente después de una serie de desviaciones.

d. Elecciones de realineamiento (Realigning elections): aquellas en las que se produce un cambio pronunciado y duradero en el patrón de identificación de los partidos con los electores, en el que los anteriormente minoritarios se convierten en mayoría "normal" (Key, 1964, p. 536).

A las anteriores, Mack (2010) agregó otros dos tipos:

e. Elecciones de desalineamiento (Disaligning elections): uno de los partidos mayores pierde su capacidad para movilizar electores, voluntarios y contribuyentes y es transformado de manera permanente en un partido menor, o directamente destruido.
f. Elecciones transicionales (Transitional elections): son las que pueden ocurrir entre dos alineamientos. Se pueden producir durante un realineamiento secular, o durante periodos en los que un alineamiento se está disgregando, pero uno nuevo aún no se ha materializado (Mack, 2010, pp. 80-81).

Esta clasificación -como todos los estudios precedentes-, tiene virtudes importantes, pues señala algunos comportamientos e identifica algunos procesos históricos reales. El resultado final de un proceso como el electoral es el vector resultante de una multiplicidad de interacciones entre múltiples componentes y subprocesos. A través de esa dinámica, se expresa la diversidad de intereses provenientes tanto de los grupos de élite como de capas subordinadas de la sociedad estadounidense. Por supuesto, esa manera de expresarse, y los efectos reales que pueden tener, dependen de las cuotas relativas de poder asignadas a través del posicionamiento en el subsistema jerárquico del complexus cultural norteamericano. La institucionalidad y su funcionamiento establecen los marcos formales dentro de los cuales se dan las manifestaciones públicamente reconocidas de esas interacciones de intereses, a la vez que representan espacios de ejercicio de poder que otorgan a quienes los ocupan posibilidades que no pueden ser desconocidas. Es por eso que tiene importancia quién se impone en las elecciones. Pero ello no significa que las elecciones en sí mismas sean el componente decisivo.

En la visión de Key y Mack (y también en la de otros autores, como Burnham o Paulson) se sobredimensiona el papel de las elecciones. Las llamadas elecciones de realineamiento expresan los procesos de cambio de los que son parte, y tienen la capacidad de introducir variaciones en los ritmos y en algunos otros aspectos. Pero una elección realineante es resultado de una combinación de factores que de hecho son parte de ese realineamiento. El realineamiento, como el de-alineamiento y el desalineamiento son parte de los proceso de reconfiguración. Por tanto, todos son expresiones específicas de los procesos de transición, o de un ordenamiento en el cual las tendencias identificadas conforman el alineamiento mismo. Los tipos A, B y C propuestos por Key no son otra cosa que las fluctuaciones puntuales, perfectamente normales dentro de cualquier sistema político, siempre que se trate de candidatos y partidos del mainstream y que en una coyuntura histórica dada actúan dentro de marcos relativamente estrechos en términos ideológicos y programáticos.
Una de las características del sistema político de Estados Unidos es la relación existente entre las estructuras políticas a nivel federal y las ramas de gobierno a nivel estadual, que incluye una gran cantidad de analogías, un buen número de diferencias y un considerable monto de contradicciones, siempre activas. Ello está relacionado con los modos de interpretar los balances y contrapesos de poderes entre los sujetos de la realidad estadounidense. Tal interpretación es uno de los aspectos esenciales de la cultura política que defendían los fundadores de la nación. En ese sentido, resulta evidente que en la medida en que un estado de la Unión va adquiriendo mayor peso en el sistema electoral, también se provoca un mayor riesgo de desequilibrios entre las estructuras de control gubernamental, por lo cual los comités locales de ambos partidos intentan en cada elección copar la mayor cantidad de cargos públicos, comprendiendo que el poder formal no se encuentra necesariamente en las definiciones federales, sino que una cuota importante se haya en las estructuras estaduales y locales.

El posicionamiento en esa estructura jerárquica compleja es función de la distribución de cuotas de poder, cuya fuente puede ser también diversa. Esto significa que la estructura y funcionamiento del sistema político en esas condiciones estimula, y es condicionado por, la conformación y actuación de múltiples niveles y grupos de poder. Luego, como corolario, se puede asumir que en los estados interactúan las élites nacionales, los grupos de poderes estaduales y locales y los segmentos dominantes de las comunidades étnicas más fuertes numérica y estructuralmente, todas las cuales se solapan en múltiples áreas. Por tanto, el hecho de que en esos niveles los realineamientos y sus resultados se expresen de acuerdo con sus especificidades es algo absolutamente natural, que deriva inmediatamente del mismo carácter de sistema del complexus cultural y de sus estructuras políticas en particular.11

Algunas ideas finales

A pesar de las objeciones que pueden plantearse, la obra de los teóricos del realineamiento estudia y ordena lógicamente acontecimientos reales de la historia política estadounidense y ofrece una sistematización útil. En cualquier circunstancia, es un punto de partida para el examen y la investigación, en la medida en que agrupa y cataloga una larga serie de resultados electorales que es imprescindible tomar en cuenta. La teoría del realineamiento, en la versión aquí discutida, tiene un valor considerable para el estudio del sistema político estadounidense, porque en la misma medida en que observa las variaciones y reorganizaciones que se producen, entendiéndolas desde una perspectiva sistémica, gana con la adición de enfoques complejos, incorporando una multiplicidad de factores que son obviados por las propuestas originales.

Esta idea permite abordar el estudio de los procesos políticos contemporáneos desde una perspectiva diferente. Identificar la existencia de un proceso de reorganización del sistema de partidos -un realineamiento- conduce de inmediato a identificar una transición entre coyunturas históricas en ese complexus cultural. La determinación de los principales temas en la arena política, los modos y niveles de participación, los sujetos políticos claves, los intereses promovidos por ellos, las esencias ideológicas de los discursos y narrativas dominantes, los mecanismos de influencia y los grupos de poder que los utilizan, o sea, el conjunto de los rasgos que señalan la emergencia del nuevo alineamiento, constituye un medio fundamental para la comprensión de las transiciones en su curso, y de la coyuntura en formación.
Esta propuesta teórica permite reinterpretar los procesos como los que se produjeron en las décadas de los años cincuenta y noventa del siglo xix y los treinta y setenta del xx, como otros muchos realineamientos, cada uno con sus especificidades. Tanto su ocurrencia como sus características son resultado de las condiciones del momento histórico concreto. Por supuesto, la identificación de las décadas señaladas con transiciones y realineamientos es en gran medida convencional, pues los cambios, como norma, comienzan antes y terminan después de los límites cronológicos de esas fechas. De aquí deriva una pregunta fundamental: ¿Puede ser considerado el periodo posterior a 2001, o una parte de él, un periodo de realineamiento? Esta es una interrogante que se justifica por los múltiples síntomas de cambios en los discursos políticos, las polarizaciones, los intereses en juego y el proyecto de país, entre otros. Este es un camino abierto para futuras investigaciones.

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RECIBIDO: 28/5/2016

ACEPTADO: 3/8/2016

 

 

 

Ernesto Domínguez López. Centro de Estudios Hemisféricos y Sobre Estados Unidos (CEHSEU), Universidad de La Habana, Cuba. Correo electrónico: ernestodl@cehseu.uh.cu.

NOTAS ACLARATORIAS

1. Se emplea este término en lugar del habitual "sociedad" por varios motivos:

Se evita la confusión posible entre los distintos usos del término sociedad, entendido como totalidad o como parte.
Establece desde el principio su carácter complejo.
Introduce la noción de cultura, entendida como la producción humana, incluyendo la producción de relaciones y patrones de comportamiento y producción.
Refrenda la condición de sistema (la idea de sistema de cultura es un antecedente de esta formulación).

Una definición del concepto de "complexus cultural" está recogida en Domínguez (2014).

2. La noción de orden implicado proviene de la física cuántica y se refiere a la existencia de formas de organización de la materia que no son evidentes en el orden visible (orden explicado), pero que lo condicionan, estableciendo relaciones y principios básicos para el conjunto de los sistemas. La idea, llevada a los estudios sociales, tiene el valor de recoger los tipos de relaciones habitualmente oscurecidos por los grandes procesos y estructuras, sin olvidar la existencia de estas últimas (Bohm, 2005).

3. Se refiere a los distintos grupos, plataformas, organizaciones, corrientes, es decir, los diversos sujetos políticos que se agrupan dentro de los partidos fundamentales de Estados Unidos, cada uno de los cuales se asocia con intereses y bases sociales específicos.
4. Las teorías cíclicas tiene amplia difusión en diversos campos de las ciencias sociales. Por ejemplo, los ciclos largos de la economía propuestos por Kondratieff (1935); los ciclos a los que se refiere Wallerstein (2004) al estudiar el sistema-mundo moderno o el ciclo industrial postulado por Marx (1973). Una propuesta muy interesante fue presentada más recientemente por Turchin y Nefedov (2009).

5. Este término es empleado en el presente artículo para incluir tanto a los sistemas propiamente bipartidistas, como a aquellos pluripartidistas en que existen dos campos definidos en los que se agrupan las distintas formaciones y dentro de los cuales es frecuente la conformación de coaliciones electorales y gubernamentales.

6. Las referidas hasta aquí son solo algunas de las fuentes y enfoques fundamentales que pueden considerarse dentro del desarrollo de la teoría del realineamiento. Centenares de obras de distinto carácter y calidad han sido publicadas sobre disímiles aspectos de la cuestión, a las que habría que añadir los trabajos críticos, de los cuales solo he mencionado algunos de notable impacto. El propio Burnham publicó con posteridad numerosos ensayos que oscilaron entre la afirmación de la teoría y la aceptación de su insuficiencia, para considerarla renacida en otro momento (Chambers y Burnham, 1967; Shafer, 1991; Campbell y Rockman, 1996).

7. Estas construcciones léxicas suponen un intento de traducción al español de los términos ingleses dealignment y disalignment, que denominan conceptos y teorías distintos, aunque relacionados.
8. La propuesta de esta denominación en lugar del tradicional sistema de partidos radica en que es una fuerza política que incluye a otros actores colectivos distintos de los partidos, pero orientados a la obtención de espacios de poder político que pueden encontrarse fuera de las instituciones gubernamentales, así como los sujetos subpartidistas, por lo cual resulta más abarcadora.

9. La relación entre el núcleo y los focos alternativos es dialéctica por definición. Ello implica que esa interacción introduce cambios en todos ellos y, eventualmente, los patrones marginales pueden convertirse, tras experimentar algunas transformaciones en el proceso, en dominantes, integrándose o desplazando al núcleo.

10. Un buen ejemplo es la conocida decisión de la Corte Suprema en el caso de Citizens United, con el cual se eliminaron las restricciones a las contribuciones empresariales (Supreme Court of the United States, 2009-2010).

11. Mack (2010) denomina esto entrenchment y lo considera clave para determinar si una victoria electoral amplia es, o no, un realineamiento (p. 78).

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