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Universidad de La Habana

versão On-line ISSN 0253-9276

UH  no.284 La Habana july.-dez. 2017

 

ARTÍCULO ORIGINAL

 

Cultura yanqui en Cuba (1902-1925): entre la aceptación y el rechazo

 

 

Yankee Culture in Cuba (1902-1925): Between Acceptance and Rejection

 

 

 

Luis Fidel Acosta Machado

 

Departamento de Historia de Cuba, Facultad de Filosofía e Historia, Universidad de La Habana, Cuba.

 

 

 

 


 

RESUMEN

La presencia del referente norteamericano en la cultura cubana fue un proceso que cobró mayor fuerza durante el siglo xx bajo los lazos establecidos por la dominación de Estados Unidos, cuyo inicio puede localizarse a mediados del siglo xix. Diversos elementos culturales estadounidenses como la religión, la arquitectura o las actividades lúdicas de distinto tipo calaron con gran fuerza en el entramado social de la Mayor de las Antillas. Sin embargo, el cubano no se comportó, en sentido general, como un ente pasivo ante la avalancha cultural, sino que asumió una posición activa y crítica al apropiarse de aquello que consideraba elemento modernizador y beneficioso para la Isla y desechando o criticando los aspectos que asumía lesivos para la soberanía nacional y para sus propios intereses de clase. Los narradores de la primera mitad del siglo xx no se mantuvieron al margen de este proceso y representaron en sus obras dicha presencia cultural, así como la percepción que los cubanos tenían de ella.


PALABRAS CLAVE: cultura, narrativa cubana, imaginario, representación.


ABSTRACT
The presence of American referents in the Cuban culture was a process that speeded up during the first half of the 20th century when Cuba was under American domination starting in the middle of the 19th century. Various American cultural aspects, such as the ones associated with religion, architecture, or play activities of different kinds, deeply permeated society in the Largest of the Antilles. However, Cubans in general didn't passively accept cultural penetration but took an active and critical stance by embracing things which they considered modernizing and beneficial to the Island, and criticizing and rejecting the ones considered damaging to national sovereignty and their own class interest. Narrators in the first half of this century didn't keep out of this process but reflected the said cultural presence in their works, as well as how Cubans perceived it.


KEYWORDS: Cuban Narrative, The Imaginary,Representation.

 

 


 

Escritores, obras y referente cultural norteamericano

La penetración cultural norteamericana en la sociedad cubana fue un fenómeno que se inició en la segunda mitad del siglo XIX, cuando comenzaron a producirse las primeras aproximaciones entre los cubanos y el mundo norteamericano, que entonces se veían favorecidas por las relaciones económicas, cada vez mayores, que acercaban a ambos territorios. Se produjo, especialmente, por medio de emigrantes de la Isla en Estados Unidos quienes adquirieron no pocos gustos, tradiciones y costumbres propias del país del Norte, las que más tarde, a su regreso, introdujeron en Cuba.

La burguesía esclavista cubana asimiló numerosos elementos distintivos de la cultura norteamericana, muchos de los cuales pertenecían a la burguesía esclavista del sur de Estados Unidos, a la que veían como su semejante y deseaban imitar (Vega, 2004, p. 148). En todos los órdenes, estos elementos estuvieron presentes en la vida diaria colonial cubana.

Arquitectónicamente, las estructuras norteamericanas de diversos estilos fueron asumidas de inmediato por los sectores de la burguesía insular, e incluso, se introdujeron casas prefabricadas importadas del país del Norte. La cultura técnica norteamericana fue acogida como fuente de renovación y como recurso para superar el atraso material (Vega, 2004, p. 151). Así fueron introducidos los servicios intercalados, instalaciones de agua, alcantarillado, electricidad y las letrinas sanitarias. Otros elementos mecánicos como el telégrafo, la máquina de coser y el teléfono, las bicicletas y los elevadores, las cámaras fotográficas, las máquinas dactilográficas, eran traídos a la Isla por negociantes y viajeros de Estados Unidos (Zanetti, 2006, pp. 16-17). En EE. UU. podían adquirirse hasta los más elementales enseres domésticos, artículos de lujo, prendas de vestir o medicinas, por lo que la cultura material norteamericana bien podía encontrarse en alguna sala, cocina o comedor de cualquier criollo razonablemente acaudalado de la época (Vega, 2004, p. 140).

Con la ocupación norteña se aceleró la penetración sociocultural norteamericana en la Isla y tras la fundación de la República en 1902 las expresiones culturales estadounidenses se ampliaron y diversificaron. Sus modos de manifestarse abarcaron un amplio diapasón de la vida material, espiritual y social del cubano, especialmente, en los sectores pertenecientes a la burguesía y la clase media, aunque sin exceptuar a la clase trabajadora. Por lo que dichas expresiones, en toda su amplia variedad, llegaron a alcanzar una dimensión multilateral y abarcaron campos tan diversos como el de la lengua, la arquitectura, la educación, los deportes y en fin, costumbres, usos y gustos de diverso tipo.

La narrativa de las primeras décadas republicanas es profusa en brindar muestras de la presencia cultural norteamericana en Cuba y brinda el mejor y más acabado cuadro de la representación que se construyó en el seno de la sociedad cubana respecto a estos elementos venidos de EE. UU., que unas veces se asumían y percibían como símbolos de la modernidad americana y otras, se rechazaban y distinguían como formas lesivas a la soberanía e integridad nacional, o a su propia posición de clases.(1)

Entre los elementos de carácter norteamericano que más presente estuvieron en la sociedad cubana de la época están los anglicismos en la norma del español que se hablaba en Cuba, los que, de manera profusa, podían encontrarse en las principales obras literarias del periodo. Pueden detectarse infinidad de vocablos utilizados para denominar hasta las cosas más sencillas, vale apuntar, como botón de muestra, solo algunos: clown, para señalar a un payaso; trolleys, tranvía; lager, cerveza rubia; lady o ladies, dama o damas; bluff, farol; babys, bebés; corporations, corporaciones; cigarstore, tienda de tabacos o cigarros, entre otros muchos que pudieran ser citados. Además, se produce una asimilación de frases hechas del inglés en el léxico que el cubano utilizaba constantemente, tales como high life, self service, all right, etc., todo lo cual evidencia el grado de generalización que alcanzó la lengua inglesa. Sin embargo, es oportuno señalar que el análisis de la narrativa arrojó la existencia de una mayor profusión del uso de términos anglosajones en las obras cuyos argumentos se desarrollaban en la capital, mientras que fue menor en aquellas que tenían lugar en otras provincias cubanas, por ejemplo Camagüey y otras zonas del interior, y no aparecen prácticamente en las obras cuyas tramas se desarrollan en el campo cubano como aquellas del escritor Luis Felipe Rodríguez. Esto lleva a considerar que el uso del inglés no se comportó de manera idéntica en todas las regiones del país, quizás, condicionado por factores económico-sociales que escapan al alcance de este artículo.

Por otro lado, las obras también reflejan la importancia que se le concedió al idioma inglés. Personajes como Jacinto Estébanez, de Los inmorales, o Alfonso Valdés, de Los ciegos, están muy satisfechos de dominar la lengua inglesa y saben que es vital a la hora de encontrar trabajo. Juan Criollo presenta el valor que ha adquirido ese idioma al mostrar las dos preguntas que se realizaban a cada aspirante a empleo: "¿Sabe usted inglés? ¿Estuvo usted en la guerra?" (Loveira, 1987, p. 247). Por la jerarquía que se le da al conocimiento de la lengua anglosajona en el orden de las interrogantes hechas se puede percibir su valor social adquirido, superior al hecho de haber participado en la guerra de independencia.

Entre las causas de esta difusión del idioma anglosajón puede señalarse que, con el aumento de las relaciones de Cuba con los Estados Unidos, el dominio del inglés se tornó esencial para muchos cubanos, principalmente para los empleados de compañías norteamericanas o para los que ambicionaran serlo. Por esta razón la lengua inglesa adquirió en Cuba un valor social que le otorgaba rango y jerarquía a quien la dominara (Vega, 2004, p. 213). El inglés se convirtió en sinónimo de seguridad económica y movilidad social para no pocos cubanos. Debido a esto se produjo en Cuba un gran auge en la enseñanza de la lengua inglesa impulsado fundamentalmente por las autoridades norteamericanas de la Isla durante la primera ocupación militar (Del Toro, 2003, p. 28). Un dato que evidencia el grado de asimilación fue la aparición en el transcurso de la República de nombres propios de evidente origen anglosajón. Proliferaron los Richard, Roger, Frank, George y otros, en detrimento de Carlos o José de origen español (Vega, 2004, p. 217).

No obstante, el valor sociocultural adquirido por el idioma inglés no significó la dominación o el deterioro del valor social y cultural de la lengua española, en tanto esta conservó incólume su condición de lengua nacional, a pesar de la abundancia de vocablos provenientes del inglés que fueron incorporándose al léxico del cubano (Vega, 2004, p. 219).

El culto protestante inició su práctica en la Isla durante el periodo de paz entre las guerras independentistas, al aprovechar cierta distensión temporal en el extremismo integrista por la aplicación de la Constitución de 1876. Así quedaron establecidas iglesias pertenecientes al credo metodista, episcopal, bautista y presbiteriano, cuyos pastores o misioneros cubanos habían residido como emigrados en Estados Unidos. El protestantismo cobró auge y adeptos dentro de la sociedad cubana, en especial, a partir de la primera ocupación militar norteamericana, puesto que durante el tiempo que duró, gracias a la Constitución Provisional dictada por el general Leonardo Wood en octubre de 1898, quedaba legalizaba la libertad de cultos (cristianos). Las iglesias protestantes de diferentes denominaciones tuvieron oportunidad de venir a Cuba con su obra, regidas por las Juntas de Misiones Domésticas de Estados Unidos, las que se consolidaron y vigorizaron durante los años republicanos.

Los misioneros que llegaron a Cuba asumieron el papel de agentes de la civilización y el progreso. Se dedicaron a la regeneración moral y a la introducción de hábitos de sobriedad, frugalidad, laboriosidad y disciplina, movidos por la idea de que el cubano carecía de estos valores (Hernández, 2006, pp. 55-56).

Estas iglesias protestantes cubanas se nutrieron fundamentalmente de amas de casa, estudiantes, trabajadores y empleados, o sea, grupos que no pertenecían a las clases adineradas de la sociedad, pues la burguesía, y la mayoría de los sectores de la clase media alta, se mantuvieron fieles al catolicismo. "La República fue escenario de un contrapunteo entre la Iglesia Católica y las iglesias protestantes, que puso de manifiesto una controversia cultural entre la herencia hispana y el ascenso de un nuevo y creciente paradigma religioso asociado con el evangelismo reformado en Cuba" (Vega, 2004, p. 194). Las comunidades protestantes eran atendidas al inicio por pastores y líderes religiosos norteamericanos, pero muy pronto pasaron a ser dirigidas por nacionales, lo que evidencia la expansión que tuvo.

Sobre la religión, aparecen referencias en Las honradas (De Carrión, 2001) y Los ciegos (Loveira, 1980a), aunque siempre señaladas por la burguesía cubana y no por los sectores populares de la sociedad. En Los ciegos se halla la alusión más notoria al protestantismo, el personaje Don Marcelo Calderería quien es criticado a causa de su falta de religiosidad por su esposa, devota que raya en el fanatismo y el confesor de esta, el padre Zorrines:

En sus espíritus sectarios, no cabía otra idea, sino la de que él se inclinaba al protestantismo. No concebían la indiferencia, la libertad espiritual de un hombre de la posición y el talento de él. ¿El protestantismo estaba entonces de moda? (Novelería de nuestra gente criolla y nada más). Pues, resuelto, él era protestante, aunque no se le viera nunca entre los competidores de los curas católicos, rumiando biblias y resistiendo cloroformantes sermones bilingües (Loveira, 1980a, p. 324).

Más adelante el narrador calificaría a los norteamericanos protestantes como "gente renegada, enemigas de la verdadera religión" (Loveira, 1980a, p. 324).

Mucha y variada información brinda este fragmento respecto a la asunción del protestantismo en las capas de la alta burguesía cubana:

1. Se asocia el modo de vida liberal e irreverente de los formulismos sociales con la práctica del protestantismo, en contraste con el riguroso ritual y las obligaciones del casto catolicismo español.
2. Si bien se cataloga al protestantismo como novelerías, asimismo se hace alusión a que está de moda, lo que supone considerar el alcance y difusión que ya poseía para fines de la década del 1910, espacio temporal en que se desarrolla el argumento de la obra.
3. La Iglesia Católica no veía con buenos ojos esta difusión de la nueva religión, considerándola una peligrosa competidora que podía menoscabar su hegemonía espiritual y social.
4. Se representan a los protestantes como "gentes renegadas y enemigas de la verdadera religión", la católica.
5. Los sermones eran bilingües, o sea, que se realizaban en inglés y español, por lo que aún para la época muchas comunidades protestantes eran atendidas por funcionarios norteamericanos o dichos sermones iban dirigidos, no solo a las comunidades de religiosos cubanos, sino también, de inmigrantes estadounidenses radicados en la Isla, aunque ambos elementos muy bien pudieron estar presentes.

Otro aspecto de origen norteamericano de profunda influencia en la sociedad cubana fueron las actividades lúdicas, entre las que destacan los deportes provenientes de Estados Unidos. La mayoría eran traídos a Cuba por los jóvenes que iban a estudiar a aquel país, o como remante cultural legado por los soldados y oficiales norteños que participaron en las intervenciones militares, o mientras se encontraban en las bases y campos militares en la Isla. Algunos de estos deportes fueron: basketball, volleyball, football y baseball.

De todas las disciplinas deportivas, el béisbol conquistó la primacía. Este fue traído a Cuba en la segunda mitad del siglo XIX por estudiantes cubanos matriculados en colegios y universidades norteñas, primeros en conocerlo y jugarlo (Vega, 2004, p. 194). Así, en tiempos de la colonia, el béisbol se convirtió en un juego utilizado por los cubanos para diferenciarse del español, que prefería las corridas de toros, actividad no muy favorecida por el gusto criollo. Dicho fenómeno adquirió mayor trascendencia durante los años de las guerras de independencia y en el periodo intermedio entre ambas, cuando el béisbol fue utilizado para demostrar las filiaciones políticas de los cubanos, de acuerdo con el color del uniforme con que se vistieran o al equipo al que pertenecieran, clasificándose en independentistas, autonomistas o proespañoles. Un sentido similar tuvo durante la primera ocupación militar norteamericana, momento en el que
se discutía el futuro de la nación cubana, al mantener este carácter diferenciador, puesto que cada victoria cubana en los topes entre equipos de Cuba y Estados Unidos, era una forma de "darle a los yanquis" y se convertía en una fiesta para el espíritu nacional. Mientras que jugar en sus torneos era un símbolo de la capacidad y la fuerza del criollo frente al anglosajón, ya que tras el triunfo del equipo local la muchedumbre gritaba: Cuba for the Cubans (Riaño, 2004, p. 44), con lo que se mostraba el deseo del pueblo de lograr su independencia absoluta (Alfonso, 2004, p. 141).

Diversos términos relacionados con el deporte en general fueron extraídos del inglés: record, player, champions y, muy particularmente, sport y sportman.(2)

En la narrativa, aunque se mencionan los deportes antes señalados, fue el baseball el que con mayor frecuencia estuvo presente, no solo por resultar constantemente referido por casi todos los escritores trabajados, sino porque generalmente su alusión viene acompañada por algún comentario elogioso o favorable. Al respecto existe un ejemplo sumamente representativo. En Generales y doctores se muestra la preferencia del cubano por el béisbol frente a las corridas de toros, en voz del protagonista de la obra: "Aquella tarde, además del juego de pelota, culto, moral, varonil y saludable, había corrida de toros, diversión salvaje que nunca llegó a tomar carta de naturaleza en la noble y progresista índole antillana [...] [Más adelante refiere al béisbol como] el noble juego norteamericano" (Loveira, 1984, p. 39).(3) Hay que mencionar, además, la prolífera existencia en las obras de los diversos términos relacionados con el deporte, que también fueron extraídos del inglés.

Igualmente, la arquitectura y el hábitat cubanos se vieron fuertemente influidos por la penetración cultural norteamericana, en especial la alta burguesía cubana y la clase media. En este sentido, el referente arquitectónico norteamericano se enmarcó tanto en el ámbito urbano, principalmente habanero, como en las zonas suburbanas y rurales, donde se destacaron las construcciones que rodeaban las estaciones del ferrocarril y, sobre todo, los bateyes de los centrales norteamericanos -y cubanos-, verdaderos poblados trasplantados, casi literalmente, del oeste y sur de Estados Unidos. La burguesía cubana acudía a los postulados eclécticos para diseñar sus viviendas e insertaba nuevos espacios de uso social y cultural semejantes a los estadounidenses, por ejemplo el hall, el music hall o ball room, palm room, billard room, pantry, bar y closets (Vega, 2004, p. 180). Este hábitat burgués se alejaba paulatinamente del ámbito público, de las zonas de trabajo, en evidente huida del bullicio de la ciudad, con lo que abandonaba así el casco urbano para instalarse en las afueras, en La Habana extramuros: el Cerro o el Vedado (Álvarez-Tabío, 1989, pp. 66-67).

En cuanto a las edificaciones de los bateyes azucareros, estos eran pequeños poblados alrededor de los nuevos centrales cuyas viviendas seguían el modelo de bungalows o chalets, con portales cerrados por tela metálica, paredes de listones de madera machihembradas y techos a dos aguas con cubierta de tejas o de planchas de zinc (Coyula, 2001, p. 89). Además, reunían todas las condiciones de confort necesarias para acoger a los empleados norteamericanos y nacionales. Respecto a estos chalets sitos en los bateyes, la mejor descripción se encuentra en Las honradas: "La casa, un chalet minúsculo, con baño, inodoro, luz eléctrica y pisos de mosaico, era semejante a la de todos los empleados de la fábrica [de azúcar]" (De Carrión, 2001, p. 153). Aunque no carezca de la comodidad referida, no logra evitar que el personaje Victoria se refiera a aquellas como: "edificadas sin arte, [que] tenían la rigidez de las obras hechas por la ingeniería moderna con arreglo de un plan general donde se subordinaba la belleza a la utilidad" (De Carrión, 2001, p. 153). Dichas edificaciones no se limitaron solamente a los centrales de propiedad norteamericana, sino también de propiedad cubana, como bien lo demuestra Los ciegos, donde en el ingenio de Don Ricardo Calderería pueden observarse "las casas de corte americano, pintadas de verde, con portales y jardines, donde viven los jefes principales" (Loveira, 1980a, p. 157).

Resulta interesante el hecho de que muchas de estas edificaciones se importaban por piezas desde Estados Unidos y se ensamblaban en la Isla con destino, no solo a los bateyes azucareros, sino también a los centros urbanos, donde personas de clase media los compraban, lo que hizo que el negocio floreciera de manera creciente durante los primeros años republicanos.

En las novelas se constata la presencia de algunos elementos de origen norteamericano muy populares en el periodo, entre ellos: bailes, tragos, platos culinarios, marcas de autos, actividades sociales, etc. De esa manera saltan a la vista bebidas como el high-ball, el high life y el manhatan; autos como el Ford, que aparece mencionado con bastante frecuencia, y en ocasiones referido como auto de calidad superior frente a otros de distinta procedencia. Aparecen celebraciones del tipo roof-gardens, parties, garden parties y baby-shower que se mezclan con otras de origen europeo como kermes y el five o'clock; bailes como two steps o también las comidas: sandwiches y roast-beef.

Respecto al arte culinario de ambos países debe decirse que el cubano nunca abandonó sus platos tradicionales que ocuparon un lugar predominante en las celebraciones y festividades, los pavos rellenos no lograron desplazar al tradicional lechón asado cubano. Una visión de lo anterior la brinda otro personaje de la novela Los inmortales, Jacinto Estébanez, al preferir los "platos, dulces y frutas [cubanos frente] aquellos pies insípidos, aquel café de borrajas y los consabidos pollos fosilizados en hielo de Estados Unidos" (Loveira, 1980b, p. 26).

Como se ha argumentado, la avalancha cultural norteamericana a la Isla estuvo integrada por diversos elementos de los cuales solo se han citado algunos de los más importantes. No obstante, se podrían mencionar otros, como la influencia estadounidense en el sistema educativo y la difusión de los llamados clubs. Tal proceso de norteamericanización cultural fue evaluado de distinto modo y bajo diferentes matices. Representaciones del periodo fueron recogidas por los principales escritores de inicios de la República, quienes dejaron constancia en sus obras del universo de imaginarios que se formaron respecto al fenómeno que tenía lugar.

Estados Unidos y los estadounidenses en el imaginario cubano

Otro aspecto importante reunido por la literatura del momento fue la representación de los Estados Unidos y el norteamericano como individuo en el imaginario social del cubano. Al respecto, uno de los primeros elementos que la narrativa refleja de manera prolija fue la norteamericanización del cubano en Estados Unidos, así como el afán de "norteamericanizar" la sociedad cubana. Es significativa la calificación de "Meca de los cubanos" que se le da a la nación norteña en el texto Los ciegos (1980a), de Carlos Loveira, puesto que de esa Meca muchos cubanos volvían con nuevas ideas y una visión muchas veces bastante despectiva hacia Cuba y, sobre todo, con la convicción de que aquí se debía copiar, lo más pronto posible, todo cuanto de notable encontraron en Norteamérica.

Así lo recoge Loveira cuando uno de sus personaje tras regresar a la Isla después de una larga ausencia comenta que se habla de los adelantos de Cuba por su "norteamericanización" y, sin embargo, dice que la gente "en nada se parece a la que se encuentra uno en los tranvías, en las estaciones, en los almacenes, a lo largo de las calles en Estados Unidos" (Loveira, 1980a, pp. 310-311).

De manera similar piensa Washington Mendoza, personaje de Coaybay, del que el narrador José Antonio Ramos dice que sus dos años en Estados Unidos lo habían transformado notablemente y que había regresado de ese país convencido del fracaso de la democracia "coaybayana" y latinoamericana en general, a la vez que elogiaba el progreso y los avances de "la gran República del Norte", y acusaba "a los pueblos de su propia raza de copiar lo peor de los Estados Unidos: sus sistemas de gobierno y el ilusionismo derrochador de sus grandes empresas" (Ramos, 1980, p. 134).

Como se ve en el fragmento anterior de Coaybay, a pesar de la admiración que despiertan los Estados Unidos en los cubanos, existe algún elemento que estos últimos rechazan, o no aceptan, por considerarlo lesivo o no beneficioso para la economía, la sociedad o la política nacional.

La completa norteamericanización de un cubano y los posibles móviles que tenía para ello, se encuentran en el relato de Luis Felipe Rodríguez Los subalternos, donde se describe de la siguiente manera al secretario de míster Norton, propietario del central azucarero en que se desarrolla la obra:

Solo hay un individuo que disfruta de grandes distinciones en el Club norteamericano y que tiene probabilidades de ser subadministrador. Es el secretario de míster Norton. ¡Oh, pero este criollo habla inglés con su propio acento gutural y nasal! Encarga sus ropas a Chicago, fuma picadura rubia y siempre se le ve en el bolsillo un ejemplar del New York Times. Este criollo juega al tenis con las miss y pasea en su debida oportunidad con míster Norton. Rogelio Cárdenas [...] está profundamente convencido de que es una desgracia ser cubano (Rodríguez, 1984, p. 232).

Ese Rogelio Cárdenas ha llevado su admiración por los Estados Unidos más allá que Washington Mendoza, el personaje de Ramos, pues ha renegado, incluso, de su condición de cubano, dejado llevar por su extrema sobrevaloración de lo norteamericano. Es de resaltar además, el hecho de que sea el único que tiene posibilidades de ascender a un cargo importante dentro del central, algo que solo estaba reservado para los trabajadores norteamericanos.

Sin embargo, Jacinto y Victoria, protagonistas de Los inmorales, ofrecen una visión distinta de la percepción que se tenía en Cuba respecto a los cubanos que llegaban de Estados Unidos: o regresaban americanizados o se americanizaban en la Isla. En una conversación son ridiculizados al expresar que los cubanos "van a los Estados Unidos, y, después de quedarse con la boca abierta, contando los pisos de la Equitativa, vuelven a la patria con la "ropa hecha", zapatos de gendarme, tragando saliva de chicle y parlando una jerga bilingüe, con golpes de Broadway, de lo más risible" (Loveira, 1980b, p. 28).

O sea, que muchas veces, ante los ojos de no pocos compatriotas, estos eran vistos como figuras burlescas, incapaces de mantener su cubanía. Pero son también Jacinto y Victoria los que aceptan que hay cosas que sí deben asumirse de los norteamericanos. Nuevamente rebajan al cubano frente al estadounidense, cuando Jacinto dice: "De mi paso por Estados Unidos saqué una virtud norteamericana, que es lástima que no hallamos importado a Cuba, en nuestra ilimitada afición a imitar todo lo yanqui: es la virtud del trabajo, que acabaría con la degeneración física que da tanto medio hombre" (Loveira, 1980b, p. 16). Con lo que asume parte de la visión expuesta por Rogelio Cárdenas, en la que el cubano está descrito como indolente, apático y de pocas aptitudes para el trabajo serio y continuo, mientras alude a la "ilimitada afición" del cubano por "imitar todo lo yanqui" (Rodríguez, 1984).

No obstante a lo anterior, los narradores del periodo también dejaron plasmada en sus obras la facultad del cubano para obtener resultados semejantes o superiores a los norteamericanos. Un significativo ejemplo de ello se encuentra en Los subalternos, donde el técnico del central Felipe Peña, se afana en demostrar a sus superiores norteños las plenas capacidades de los cubanos que trabajaban bajo su mando, en las actividades propias de norteamericanos, como podía ser la posesión de un club, campos de sport, viviendas confortables y ganar o perder "con el americano en el base-ball y el tenis" (Rodríguez, 1984, p. 233). En tal aspecto, se llega incluso a ponderar la superioridad del negro cubano respecto al de Estados Unidos, aunque no sin una alta dosis de racismo: "El mulato, el mismo negro cubano, no es de ninguna manera el negro ilota y retardado de los Estados Unidos, de las colonias inglesas y mucho menos del África" (Loveira, 1980a, p. 381).
Finalmente, no podía faltar el tradicional choteo cubano acompañado por la profunda crítica social. Es representativo de este tema el pasaje de Las impurezas de la realidad (Ramos, 1979) donde se resalta la excelencia de un periódico cubano de provincia: "La Libertad no tendría talleres de estereotipia ni grandes prensas rotativas, pero sus redactores aventajaban a los de cualquier gran periódico norteamericano: reseñaban los sucesos antes de suceder" (p. 134). Sin embargo, si bien en los ejemplos anteriores se ve un intento de exaltación del cubano, este se realiza a partir de similitudes con el paradigma norteamericano, por lo que se busca mostrar su propia valía por medio de la comparación en positivo y no desde la oposición.

El afán del cubano por norteamericanizar Cuba también tuvo sus detractores. Humberto Fabra, en la novela homónima de Ramos, dice que no hay un síntoma más desconsolador en una generación que ceguera para la luz espiritual, y ese es el mal que presenta la patria, del cual una de sus causas es "nuestra desdichada interpretación y asimilación del espíritu yanqui" (Ramos, 1984, p. 336).

Otro elemento que muestran las obras es el sentimiento de fatalismo geográfico, que colocaba a Cuba en una posición de subordinación e incapacidad respecto a los Estados Unidos. Ello está presente en varias novelas, pero es en Los ciegos donde se recoge el pasaje más significativo. Allí, un personaje desestima completamente la posibilidad de que en Cuba se produjera una revolución social puesto que, para ello, antes debía de realizarse en Estados Unidos o, al menos, que dicho país diera su "consentimiento", puesto que, "para los efectos de nuestra vida política el Morro se halla en las costas de la Florida" (Loveira, 1980a, p. 211).

El sentimiento de inferioridad también estuvo en otros autores como Carrión y Ramos. Este último, en Las impurezas de la realidad, afirma: "Quien vive en los Estados Unidos [...] es quien se da cuenta de lo inútil que resulta la mera protesta del inferior, de nosotros, los atrasados, los negroides, los que no sabemos formar Corporations, ni organizar nuestros capitales para las grandes industrias y los grandes negocios (Ramos, 1979, p. 245).

En Los ciegos, por otra parte, un personaje se queja a otro de los constantes disturbios obreros que veía producirse y comparaba el entorno social cubano con el norteño, curiosamente lo contrapone con el ruso: "¡Es insoportable, chico! Huelga todos los días [...] Aquí no estamos en Rusia; aquí no hay clases. Este es un país rico, de ambiente americano, y el que trabaja, y no es un perdido, y ahorra algo, llega a tener dinero" (Loveira, 1980a, p. 310). En Cuba, por ser un país de un ambiente tan americano, también podía realizarse el famoso sueño donde todos pudieran llegar a ser triunfadores, de acuerdo con lo que trabajaran y se esforzaran por lograrlo.

No obstante, muchas veces la realidad golpeaba y derribaba la imagen que tenía el cubano de Estados Unidos. En varias ocasiones, un viaje al Norte podía hacer que la representación del buen ambiente americano se transformara al conocer de cerca sus impurezas. No abundan en la narrativa del periodo muchos pasajes que puedan reflejar esta decepción, sin embargo, Ramos, en Las impurezas de la realidad, brindó un fresco lo suficientemente amplio y rico como para que se pueda obtener una imagen del fenómeno: "Allá lejos [en Cuba] se piensa que sigue el sol, que la brisa es dulce y cálida. Aquí brumas, niebla, humo, sirenas y pitazos con sordina, voces extrañas que fingen entenderse delante de nosotros, para mantenernos en la ilusión de que todo es sueño [esta es] tierra cubista, agresiva, inteligible" (Ramos, 1979, pp. 175-176).

Es frecuente la figura del norteamericano capitalista, propietario o negociante, que ocupaba un lugar destacado dentro de la sociedad cubana y rodeada por los más encumbrados representantes de la misma, como religiosos, políticos, miembros de la burguesía cubana, ministros o funcionarios extranjeros. En Los argonautas (1909) de Jesús Castellanos, se describe el recibimiento en La Habana de un cónsul extranjero, donde están presentes algunos personajes de la sociedad de la época: "un eterno Secretario de Hacienda de todos los gobiernos, un presidente de una patriótica sociedad regional, un senador, el director de un periódico y míster Farwestman, el del negocio de la desecación de los pantanos nacionales" (Castellanos, 1978, p. 356), de cuyo origen norteamericano se informa con posteridad, y concluye que en la plataforma se encontraba "toda la fuerte baraja del momento" (Castellanos, 1978, p. 356), entre la que el hombre de negocios norteamericano no podía faltar.

Entre estos narradores existe una intención de representar explícitamente la imagen que tenía el cubano del norteamericano como ser cultural individual y no como imagen de una sociedad. Esa imagen por lo general no favorecía mucho al estadounidense, pues se asumía, salvo algunas excepciones, como hombre calculador y metalizado, impulsado solo por la ambición de hacer dinero y que se creía superior a todos los demás. Así se muestra en Los inmortales a los jefes yanquis: "solo sabían de líneas y trenes, de magazines y whisky, de admirarse a sí mismos y de desdeñar a los demás" (Loveira, 1980b, p. 278). Sin embargo, será en Ramos (1979) donde se ofrezca la mejor caracterización del norteamericano y su modo de ser:

¡Es ese orgullo de las grandes industrias y los grandes negocios lo que hace a los americanos sentirse superiores [...]! Y la prueba es que el americano standard, [...] lo mismo desprecia al compatriota que ellos llaman red, pacifista, socialista de salón, o más secretamente: al mero [...] intelectual, que desprecia al negro haitiano o al indio de Centroamérica. El americano standard tiene una sola norma para juzgar hombres y pueblos: ¡el triunfo económico! Y mejor aceptación tiene entre ellos el cubano o mexicano ricos de tipo moderno (pp. 245-246).

Por último, resulta muy ilustrativo referir un pasaje de Los inmorales que refleja, de manera evidente, la representación que se hizo el cubano respecto a los referentes culturales de origen norteamericano que penetraban en la Isla, lo que muestra el contrapunteo entre el rechazo y la aceptación del nacional frente a lo estadounidense:

admiro la afición que los "americanos" sienten por los deportes, por la cultura física; la conciencia del propio valer que allí todos tienen [...] su capacidad para la vida democrática, el confort en que viven, su innegable sentido práctico, el asombroso desarrollo de su civilización material, y otras ventajas encomiables. Pero, en cambio, me disgustan muchas de sus cosas: aquel salvaje prejuicio racista con que amargan la vida al negro, y que se da de cachetes con su cristianismo relumbrón; su presunta superhombría, basada en una superioridad étnica muy discutible; la seriedad y el método, hasta para divertirse; todo tan distinto al modo de ser nuestro (Loveira, 1980b, pp. 29-30).

Tal vez no exista un mejor ejemplo que ilustre aquello que el cubano ve, tanto de encomiable y aprehensible como rechazable y deleznable de lo norteamericano. Así, el cubano asumía de lo estadounidense, generalmente, aquello que consideraba que no iba contra la identidad nacional y creía que podía llevar a la Isla hacia los caminos de la modernidad y el progreso. La narrativa fue testigo y vocera de ello gracias a la habilidad de los escritores del periodo para captar y reflejar los hechos en su obra, como el dibujante retrata el paisaje que ve en su tela.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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RECIBIDO: 26/9/2016

ACEPTADO: 15/12/2016

 

 

Luis Fidel Acosta Machado. Departamento de Historia de Cuba, Facultad de Filosofía e Historia, Universidad de La Habana, Cuba. Correo electrónico: lacosta@ffh.uh.cu

NOTAS ACLARATORIAS

1. Muchas veces la apropiación e interpretación de los símbolos de la modernidad estadounidense por parte del cubano dependían, en gran medida, del lugar en que se hallaba ubicado social y culturalmente (Zanetti, 2006, p. 18).
2. Este último adquirió una connotación social particular, puesto que era utilizado no en su acepción de deportista sino con un significado semejante al gentleman inglés, pero el sportman era alguien que, sin perder el refinamiento y la clase, poseía o aparentaba una postura más desenfadada que el caballero británico, más a gusto de los sectores de la burguesía y la clase media cubanas.
3. Los resaltados pertenecen al autor del presente artículo.

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