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Universidad de La Habana

On-line version ISSN 0253-9276

UH  no.287 La Habana Jan.-June 2019

 

Reseñas

Honoris Causa para una edición

Rogelio Rodríguez Coronel1  * 

1Profesor Emérito de la Facultad de Artes y Letras, Director de la Academia Cubana de la Lengua, La Habana.

En los años noventa -por muchas razones terribles, pero también fueron asombrosos-, los esfuerzos del profesor Arnaldo Rivero Verdecia y de nuestra Alma Mater permitió la entrega de un libro que sistematizaba el otorgamiento del título honorífico de Doctor Honoris Causa en esta casa de altos estudios.

Tenemos ahora una segunda edición, notablemente revisada, actualizada y ampliada de Doctores Honoris Causa de la Universidad de La Habana (1926-2016), de la autoría, por supuesto, del Dr. Arnaldo Rivera Verdecia, quien, con verdadera devoción, ya ha dado muestras de empeño en el rescate y la preservación de la memoria histórica de nuestro centro, al publicar, entre otros títulos, Sembrar maestros, como homenaje a la Profesora de Mérito, Heroína del Trabajo y Maestra de Maestros Dra. Rosario Novoa Luis, para quien pedí, en su oportunidad, en el Consejo Universitario, más que un minuto de silencio ante su partida física, un fuerte aplauso a una trayectoria generosa y fructífera. También el Dr. Rivero Verdecia nos ha legado La revista Universidad de La Habana en la cultura cubana, monografía en la cual demostró también su vocación investigativa y exegética, además de su fidelidad y amor por la universidad, eso que se ha dado en llamar «sentido de pertenencia».

La primera edición de Doctores Honoris Causa..., estimulada por el entonces rector Dr. Juan Vela Valdés, cubría el margen temporal hasta 1996 y fue realizada por la Editorial Félix Varela. La presente entrega, animada por el rector Dr. Gustavo Cobreiro y publicada por la Editorial UH -a punto de cumplir una década de trabajo, pero ya experta-, abarca hasta 2016, veinte años más, para un total de 146 personalidades relevantes de distintas áreas del saber humano y de muy diversas zonas geográficas. En el segmento dedicado a cada una de estas personalidades, siempre que fue posible el hallazgo, aparece la resolución rectoral que otorga el grado, el discurso de elogio realizado por un miembro seleccionado del claustro y la pieza oratoria del galardonado, la mayoría de gran valor retórico y científico.

Otra diferencia con la primera edición, además de la presentación del rector, sintética y elocuente, resulta el ensayo de la Dra. Ana Cairo Ballester titulado «Modernización académica, batalla política y cultural. Un prefacio para el libro de los Honoris Causa: en el 90 aniversario». Con una perspectiva histórica, la Dra. Cairo Ballester, Premio Nacional de Ciencias Sociales y Profesora Emérita, contextualiza y valora el otorgamiento de los Doctorados Honoris Causa atado al propio devenir de la universidad habanera. Nadie podía hacerlo mejor, sino quien, como ella, ha contribuido al conocimiento de esa trayectoria en la ya clásica Historia de la Universidad de La Habana, en coautoría con los profesores Ramón de Armas (1939-1997) y Eduardo Torres-Cuevas, aparecida en dos tomos en 1984. Mucho hubiera disfrutado Ramón de Armas esta publicación de hoy.

Esclarecedor resulta el análisis cuidadoso realizado por la Dra. Cairo en torno a las circunstancias y apetencias políticas que, en 1919, promovieron autorizar a la Universidad de La Habana para el otorgamiento de grados Honoris Causa, una institución que «emergió -al decir de la autora- dentro de profundas contradicciones entre una tradición de anquilosamiento y una esperanza de modernización académica». Dentro de ese ámbito se yergue, con particular significación, el papel desempeñado por la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) y por su presidente, Julio Antonio Mella, para evitar algunas de las tropelías que se intentaron cometer. Aunque, lamentablemente, no consiguieran abortarlas todas, su enérgica actuación escribió una página honrosa en la historia de nuestra institución, de la Educación Superior y de Cuba toda. La Universidad de La Habana, en reconocimiento a su pensamiento y quehacer revolucionarios, le concedió a Julio Antonio Mella Mac Partland, en 1996, de manera póstuma, el Doctorado Honoris Causa en Ciencias Sociales -simbólicamente, en la arquitectura de esta edición, el primer tomo abre con dos secciones elocuentes, «Grados honorarios y lucha estudiantil» y «Tributo a Julio Antonio Mella», mientras el segundo tomo tiene como pórtico la resolución rectoral y el discurso del Dr. Fernando Vecino Alegret, ministro de Educación Superior, en el excepcional acto que oficializó la condición de Doctor Honoris Causa post mortem a Mella.

Otra modificación que le otorga un valor adicional a la presente edición es el trabajo «El Aula Magna, un espacio universitario emblemático para la investidura como Doctor Honoris Causa», de la Dra. Claudia Felipe, directora de Patrimonio Cultural Universitario. Utilizando una de las categorías creadas por la más reciente teoría patrimonialista, genius loci, o espíritu del lugar, la Dra. Felipe resalta los valores del recinto, no solo desde el punto de vista artístico sino también histórico, político y científico, para sintetizar que el Aula Magna es «un himno al valor del conocimiento y la entrega al saber», y concluye diciendo, con acierto, que resulta un «emotivo sitio donde el oído avisado y sensible percibe las más íntimas y profundas pulsaciones de la historia nacional». Las fotos originales de la más antigua de las edificaciones de la Colina, que ilustran el texto, se deben a Alexis Manuel Rodríguez Diezcabezas de Armada; la imagen del interior del Aula Magna resulta espléndida por el ángulo de la toma.

Luego de la dedicatoria a todos los Doctores Honoris Causa y, en especial, a Julio Antonio Mella Mac Partland, el Dr. Rivero Verdecia nos adentra en los intríngulis legales y procesales, en los debates entre dos tendencias claramente visibles en los orígenes: una que pretendía instrumentar políticamente el grado honorífico y aquella otra que defendía la dimensión académica, científica y ética de sus fundamentos. Accedemos, así, a una parte de la intrahistoria de la Universidad de La Habana, sustentada por los documentos y las actas facsimilares que desvelan las felonías de entonces, pero también las posturas más dignas encarnadas, simbólicamente, en Mella. Me imagino que no siempre fue fácil encontrar estos y otros documentos, muchos de los cuales debió exhumar.

A pesar de un inicial tropiezo, donde se confundió honor con provecho -como cuando se le confirió el grado a Gerardo Machado (1926, Derecho Público), «el asno con garras», como lo bautizó Martínez Villena para la posteridad, y a su Secretario de Obras Públicas, Carlos Miguel de Céspedes, «el dinámico» (1929, Ingeniería Civil)- creo que las posiciones más honorables adquirieron supremacía cuando se otorgó el reconocimiento en Medicina a William y Charles Mayo (1928), fundadores de la famosa clínica estadounidense Hermanos Mayo, lo cual revela lo actualizada que estaban las ciencias médicas cubanas.

No quiero ser suspicaz, pero en el discurso de agradecimiento de William Mayo, fechado el 8 de enero de 1929, hay un párrafo central que me llamó la atención y donde ya se manifiesta la divisa de Fernando Ortiz que ha señoreado desde entonces: «ciencia, paciencia y conciencia». Dice Mayo:

No son baluartes ni fortalezas de piedras, sino por el contrario, la fortaleza que la cultura y la educación confiere [es] lo que mejor protege al hombre al permitirle dominar el espíritu de acometividad y agresión que conduce a las guerras de conquista y que también le infiltra la sabiduría adecuada (para) la mejor protección de su país contra las agresiones de otro.

¿Acaso estas palabras no nos traen a la memoria aquellas de José Martí, «trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras»?

Y como para blindar esta postura, en 1930 fueron investidos como Doctores Honoris Causa dos relevantes científicos norteamericanos, uno naturista y otro jurista, y un peruano, un costarricense y un brasileño, todos juristas. Luego, la nómina de los condecorados se enriquece e incluye a seis Premios Nobel; entre ellos puede encontrarse al eminente Sir Alexander Fleming (1953, Medicina), el descubridor de la penicilina, y a otros tres de la misma especialidad.

Aunque no debo extenderme en demasía, es importante no pasar por alto que, luego del lapso de silencio que va desde 1930 hasta 1944, período turbulento para el país y, por ende, para la Universidad, en este último año se concede la condecoración, por primera vez, a cinco prominentes figuras de la medicina veterinaria -cuatro norteamericanos y un mexicano-, lo cual no volvería a ocurrir hasta que veinte años después se acordara reconocer al sabio francés André Viosin. El acto se iba a realizar el 5 de enero de 1965, pero las insignias del grado académico se depositaron sobre su féretro el 23 de diciembre de 1964. El investigador, el Dr. Rivero, tuvo el acierto de incluir, como discurso de elogio, la despedida de duelo que hiciera el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz. Le sigue «El discurso cubano de André Voisin», artículo aparecido en la revista Vida Universitaria,(1) y que suple el discurso que hubiera pronunciado el «ejemplar, digno, bondadoso y sabio compañero», como lo calificó Fidel en esa ocasión.

Son muy disímiles, y profundamente ricas en perspectivas de análisis y matices, las opciones de intelección de un texto como Doctores Honoris Causa de la Universidad de La Habana y, en una presentación como esta, es disparatada la pretensión de abarcar todo lo que de importancia ofrece el libro. Me veo forzado, entonces, a ilustrar sus potencialidades con el esbozo de una lectura posible.

De los 146 grados honoríficos otorgados hasta 2016, que enaltecen a personalidades de todos los continentes, el mayor número (75) se han concedido a figuras de América Latina y el Caribe, incluyendo 26 de Cuba. De África, no puede soslayarse a Nelson Mandela (1987, Derecho), cuyo centenario celebra hoy toda la humanidad.

Me resulta particularmente emotivo que haya sido el novelista y estadista venezolano Rómulo Gallegos (1960, Filosofía y Letras), a quien primero haya considerado la Universidad de la Revolución para reconocer su legado literario y político, su afán por combatir la barbarie en este continente. Pero antes de esa fecha fueron sumados a nuestra comunidad científica, entre otros, el sabio mexicano Alfonso Reyes (1946, Filosofía y Letras); el dominicano Federico Henríquez Carvajal (1949, Filosofía y Letras), a quien José Martí llamó «hermano»; y el panameño Octavio Méndez Pereira (1950, Filosofía y Letras), fundador de la universidad en el Istmo y uno de los intelectuales más brillantes del siglo xx en su país. Después de 1959, la nómina es sumamente valiosa, al incluir nombres tan ilustres como Carmen Miró (1987, Ciencias Sociales), quien tanto ha estimulado el desarrollo de la demografía entre nosotros; los mexicanos Pablo González Casanova (1995, Ciencias Sociales), Leopoldo Zea (1997, Ciencias Filosóficas), Adolfo Sánchez Vásquez (2004, Ciencias Filosóficas) y Miguel León Portilla (2006, Ciencias Históricas); los escritores uruguayos Mario Benedetti (1997, Ciencias Filológicas) y Eduardo Galeano (2001, Letras); y del Caribe, Eric Eustace Williams (1975, Ciencias Históricas), Pedro Albizu Campos (1965, Ciencias Políticas, póstumo), Keith Ellis (1998, Ciencias Filológicas), George Lamming (2007, Literatura) y Norman Paul Girvan (2008, Ciencias Económicas). Entre los brasileños deseo mencionar a Carlos Alberto Libanio Christo, Frei Betto (2015, Filosofía) y quiero recordar el emotivo acto que tuvo lugar el 19 de septiembre de 2011 cuando pudimos honrar a Juan Evo Morales Ayma al concederle el Doctorado en Ciencias Políticas.

De Cuba, solo cuatro personalidades fueron galardonadas antes del triunfo de la Revolución, pero únicamente dos merecen reconocerse: el jurista Cosme de la Torriente (1951, Ciencias Sociales y Derecho Público), quien llegara a presidir la Liga de las Naciones y, siendo Secretario de Estado, en 1934, junto con Manuel Márquez Sterling, contribuyó a la abrogación de la Enmienda Platt; y cómo no recordar al inmenso Fernando Ortiz (1955, Ciencias Sociales y Derecho Público), nuestro tercer descubridor, cuya pieza oratoria resulta ejemplar, incluso por la hermosura de su discurso.

A partir de la séptima década del siglo xx hasta 2016, se incrementa notablemente la cifra de cubanos que merecen el galardón. Figuras cimeras de la ciencia y de la cultura cubanas, como Alicia Alonso (1973, Arte), Nicolás Guillén (1974, Lengua y Literatura Hispánicas), Alejo Carpentier (1974, Lengua y Literatura Hispánicas), Dulce María Loynaz (1991, Letras), Antonio Núñez Jiménez (Ciencias Geográficas, 1995), Concepción de la Campa (1996, Ciencias Farmacéuticas), Rita Longa (1996, Arte), entre otros, son distinguidos. El primero en recibirlo en esta etapa fue el ingeniero agrónomo Juan Tomás Roig Mesa. En el acto del 13 de octubre de 1962, el rector Juan Marinello expresó:

Tenía que producirse este cambio profundo, tenía que advenir esta gran revolución libertadora, para que el Aula Magna de la Universidad de La Habana se vistiera de gala al decir su admiración al profesor Roig. Porque, aunque para algunos no sea todavía claro, solo en un plantel enclavado en una comunidad que marcha hacia el socialismo puede honrarse con devoción pareja y plena a Félix Varela y a Julio Antonio Mella, a Felipe Poey y a Rubén Martínez Villena, a José Antonio Echeverría y a Juan Tomás Roig.

No quiero pasar por alto la huella que dejó en la Universidad de La Habana, y en todos los que éramos estudiantes, en mi generación, José Manuel Millar Barruecos, Chomy (2007, Ciencias Biológicas), como lo llamábamos todos, profesores y estudiantes. El «rector eterno» de esta universidad revolucionó nuestra formación al enfatizar en la vocación social de este centro; la universidad se abrió a toda la sociedad con sus investigaciones, con los cursos vespertinos y nocturnos para trabajadores; se fundaron sedes universitarias en provincias; se veló por la participación activa del claustro y del alumnado en la transformación social del país. El Dr. Miyar Barruecos suele decir, con humildad, que fue solo un intérprete de las ideas de Fidel Castro. ¡Ojalá el Comandante en Jefe hubiera contado siempre con intérpretes de esta talla ética y de tal preclara sabiduría!

De manera magnífica, culmina el período con el nombramiento de Doctor Honoris Causa a Eusebio Leal Spengler (2016, Humanidades), ese noble caballero que nos llena de orgullo y admiración por su palabra y por su obra.

Una novedad de la presente edición es el aporte a las investigaciones sobre política académica y científica que representan los tres anexos. El primero ofrece un resumen por año de todos los Doctores Honoris Causa; el segundo, muestra, en tablas, el otorgamiento por años y países, mientras que el tercero lo hace por áreas de conocimiento. Es un surtidor informativo que nos brinda el Dr. Rivero. Pueden hacerse estudios sobre género, sobre color de la piel, sobre fortalezas y debilidades en áreas del saber o desde la geopolítica, etcétera, a partir de estas fuentes. Una indagación actualizada debería considerar la división que tiene lugar en la Educación Superior en 1976, cuando los hijos de la «Madre Nutricia» se independizan y comienzan a ofrecer sus propios Doctorados Honoris Causa. No obstante, salta a la vista el escaso número de mujeres que han obtenido este reconocimiento, así como también que la gran mayoría de los distinguidos sea de «piel blanca» -y ya sabemos que ello no debe leerse en términos biológicos, pero sí tiene una amplia resonancia en términos culturales-. En medio de este panorama resulta reivindicativo el honor conferido, en 1972, a la académica norteamericana y luchadora social Ángela Yvonne Davis, mujer y negra, la primera de ese género en recibir la condecoración.

Finalmente, quiero reconocer que sin el diseño elegante y sobrio, bien diagramado, de Reinier Huertemendía Feijoo, las estupendas ilustraciones realizadas con el montaje de reportajes periodísticos de la época, la tipografía seleccionada, en fin, sin un trabajo editorial de gran envergadura, conducido magistralmente por el Dr. José Antonio Baujin, Doctores Honoris Causa de la Universidad de La Habana (1926-2016), del Dr. Arnaldo Rivero Verdecia, sería solo un cúmulo de información sin deleite alguno. Gracias a todos por este hermoso libro.

La Habana, 27 de septiembre de 2018

Notas aclaratorias

1.«El discurso cubano de André Voisin», Vida Universitaria, vol. 1, n.os 173-184, enero-febrero, La Habana, 1965, pp. 3-4 y 60. En la presente edición, pp. 241-245.

*Autor para la correspondencia: rrodriguezcoronel46@gmail.com

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