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Universidad de La Habana

versión On-line ISSN 0253-9276

UH  no.288 La Habana jul.-dic. 2019  Epub 01-Sep-2019

 

Discurso

Palabras de homenaje póstumo a la Dra. Ana Cairo Ballester (Aula Magna, Universidad de La Habana, 26 de abril de 2019)

Discourse in posthumous honor of Ph.D. Ana Cairo Ballester (Main Lecture Theater, University of Havana, April 26 of 2019)

José Antonio Baujin1  * 

1Universidad de La Habana

Estimados colegas, compañeras y compañeros:

Este acto debió ser diferente. Aquí tendríamos que estar convocados por el homenaje justo a la maestra, colega y amiga Dra. Ana Cairo Ballester, en ocasión de su investidura como Profesora de Mérito de su entrañable Universidad. Ella estaría ruborizada y nerviosa por esa suerte de «bembé para una cimarrona», que entendía como único mérito suyo la honestidad de su labor profesional incansable. Pero de todos los reconocimientos justos posibles, algunos recibidos a lo largo de su trayectoria, como la Distinción por la Cultura Cubana, la Medalla Alejo Carpentier, el Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas o su entrada como miembro de número de la Academia Cubana de la Historia, el de Profesora de Mérito otorgado en esta sala, sin dudas, le hubiese sido el más entrañable. No ha lugar discutir el merecimiento de tal título honorífico, dados sus excepcionales servicios a una institución a la que entregó su fructífera vida profesional por más de cuatro décadas y a la que representó dignamente en los predios cubanos y en la arena internacional con una obra docente, investigativa y de pensamiento de vanguardia, que constituye fuente de referencia ineludible para quienes se acerquen a los procesos de la literatura y la cultura de la Isla. Seguramente, la condición de Profesora de Mérito le hubiera sido otorgada sin demasiada dilación, pero suerte contraria condujo a su despedida física repentinamente.

En el amanecer del pasado 3 de abril conocimos la triste noticia y la comunidad académica y la cultura cubana se vistieron de luto. Ana nos dejaba un sentimiento de orfandad de ella. Perdía Cuba una hija que mucho le devolvió en gratitud infinita por la «fiesta innombrable de nacer aquí», una patriota raigal, una intelectual orgánica necesaria. De su valía como profesora e investigadora ha dado sobradas muestras la reacción espontánea de alumnos, colegas e intelectuales cubanos de dentro y de fuera de la Isla, y de notables voces intelectuales de muy diversas partes del mundo. Los medios masivos de comunicación, las redes sociales dieron evidencia de ello. Lleguen sus voces en este acto de homenaje póstumo a través de una, la del destacado historiador, hombre de pensamiento noble y lúcido e infatigable como ella, su colaborador y compañero de proyectos disímiles, su amigo Pedro Pablo Rodríguez, que envío este emotivo texto ante la imposibilidad de encontrarse personalmente hoy junto a nosotros:

PARA ANA CAIRO, CON AMOR, Pedro Pablo Rodríguez

Desde que supe de su fallecimiento, inesperado para mí, mil y un episodios compartidos con ella me han estado viniendo a la mente. Son tantos, que no hay tiempo para todos. Pero quiero, al menos, recordar a aquella muchachita que se iniciaba en la carrera de Letras y se sentaba en los bancos de la Escuela de Letras; a la investigadora, ya graduada, que se iniciaba en uno de los grupos de investigación de la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Habana; a la profesora que impartía clases en las noches conmigo a los estudiantes de los cursos de trabajadores de Periodismo.

Nuestra amistad se fue haciendo desde entonces y creció en viajes por Cuba y el extranjero, en el laboreo de jurados, en los cursos martianos de su Facultad, en los tribunales de maestrías y doctorados, en los consejos científicos. Pero nos unió sobre todo el trabajo intenso y sin tregua en la investigación, la búsqueda de nuestras raíces, de nuestra identidad como pueblo.

Compartimos búsquedas en archivos y bibliotecas, informaciones y fichas que intercambiamos, lecturas y criterios que discutimos y disfrutamos. Planeamos proyectos diversos y soñamos muchos más. Vivimos intensamente nuestra época, nos apoyamos en los momentos difíciles. No cedimos en los principios y nos entregamos a construir y pelear por la Cuba actual.

Admiro su tesón, sus caminatas desde y hacia su casa cuando no había guaguas, sus jornadas en la Biblioteca Nacional, su atención a los alumnos, su seriedad intelectual, su honestidad política, su incansable quehacer, su dedicación al ejercicio materno, su culto a la amistad.

Mi querida Ana, cairota, egipcíaca, mulatísima, como yo te decía, te agradezco tu cariño y amistad, toda tu inmensa obra intelectual y humana, ajena a la vanidad, al oropel y a la mentira.

Colega, amiga, hermana, te quiero mucho y te llevo en mi corazón.

Como sentenció Martí en La Edad de Oro, y Ana Cairo tenía como convicción: «La verdadera novela del mundo está en la vida del hombre, y no hay fábula ni romance que recree más la imaginación que la historia de un hombre bravo que ha cumplido con su deber». La vida de Ana Cairo es una novela que debemos construir porque brava fue y cumplió a cabalidad con su deber; ese es su legado. Una veintena de libros y decenas de artículos y ensayos en casi todas las publicaciones seriadas de importancia en Cuba entre la pasada década del setenta y 2019, así como en revistas académicas internacionales, son vehículos eficaces para entender su relato de la cultura cubana y los múltiples enlaces con lo mejor del ideario que asumió de los maestros que le precedieron y los diálogos diversos también con este tiempo que le tocó habitar.

Dejó estela iluminada sobre el rostro verdadero de la nación, sin linealidades simplificadoras y sin orejeras aldeanas; todo lo contrario, la ruta construida es coherentemente laberíntica y su mirada, universalizadora, con centros capitales de relación en España, México y los Estados Unidos. Pero no debe perderse de vista que su actuación es aún más rica: una vida de formadora desde la cátedra universitaria. Con sus alumnos compartía ideas, dialogaba, enseñaba y aprendía al mismo tiempo. Asimismo, una andadura de intercambios personales con figuras intelectuales de muy diferentes latitudes y orientaciones ideológicas y profesionales, pero principalmente cubanas; una presencia en foros muy diversos (eventos científicos, charlas, programas radiales y televisivos, asesorías, jurados, tribunales de evaluación académica, tutorías…); todos conformadores de espacios donde volcar un pensamiento activo, arriesgado, cambiante, pero congruente. Construir su novela significa estudiar sus aportes al conocimiento de Cuba y aproximarnos a su particular, pero paradigmático modelo de trabajo, a la vez que permite recuperar el testimonio de décadas convulsas, sui generis, muy fecundas, de esta mujer del cambio de siglos xx a xxi, en una coyuntura histórica y en un país excepcionales.

La muchacha Ana Cairo que entró en 1967 a la Escuela de Letras procedía de familia muy humilde, a la que siempre aludía como familia de patriotas, a la que debía una sólida formación en valores humanos que enarbolan la dignidad y presentan como ideal la persecución del bien común. La entrada de la familia al universo canonizado de la cultura cubana era invisible para la mayoría, porque se fijó en el anonimato de un rostro retratado en una obra importante de nuestra plástica. Pero para ella era su tía Balbina Cairo, inmortalizada cuando tenía alrededor de diez años por Leopoldo Romañach, hacia 1925, en La niña de las cañas. Ana Cairo se permitía un alarde pequeño de ello solo con los amigos. La sala de su modesta casa la presidía una reproducción de la obra, cuidada como si se tratase del original. Recuerdo sus comentarios sobre la atracción que le provocaba el cuadro, que tenía como símbolo de un destino asumido por ella: su afincamiento en los cimientos de la cubanía que le trasmitía la expresión de aquella niña, cuyos ojos, más que ingenuidad y candor, son portadores de la voracidad expresada en la mirada, ojos retadores ante los cuales el espectador puede sentirse desnudo. Le insistí varias veces en que nos debía la publicación de su lectura de la obra, pero sabía que la frenaría siempre su modestia y el temor de ser leída como gesto de alarde de un linaje en el campo del arte que no poseía. Aquella «niña de las cañas» me parece hoy metáfora de la propia Ana Cairo, cuyos ojos pequeños se abrían desmesuradamente para mirar y para expresar.

Ana Cairo se aferró a las posibilidades para estudiar y superarse que le ofreció la Revolución. Nunca la oí quejarse, pero pese a la voluntad política de que la educación superior se tiñera de todos los colores, no debió ser fácil en los sesenta la integración de una mestiza humilde en la cofradía intelectual del campo de las letras y las artes en la Universidad. Debió imponerse tras la disciplina del estudio y la entrega honesta y permanente, siguiendo su curiosidad pertinaz ante los problemas de la cultura, confiando en su ambición de saber. De los maestros bebió cuanto pudo y los gratificó sinceramente con un pensamiento propio que asimilaba creativamente el conocimiento que recibía.

De entonces, recordaba la vorágine de todos los días en una sociedad ilusionada con las transformaciones alentadoras de un mundo en revolución; la investigación, como centro del proceso formativo, un cambio de paradigma pedagógico que la Reforma universitaria traería. Su primer premio: poder quedarse a trabajar en la Universidad de La Habana, incorporada a un experimento que mucho cambiaría el perfil de los estudios culturales cubanos en la institución. En sus palabras: «Cuando me gradué (diciembre de 1972) ya realizaba pequeñas búsquedas en torno a la historia del movimiento intelectual cubano en el siglo xx. A partir de enero de 1973, ingresé al claustro universitario. Laboraba en el Grupo de Estudios Cubanos, en el cual tuve la suerte de formarme como investigadora a un ritmo muy acelerado».1 Con la transformación de la Facultad de Humanidades vino la desintegración del Grupo de Estudios Cubanos y su paso definitivo a la nueva Facultad de Filología, hoy, de Artes y Letras.

De espíritu inquieto siempre, sagaz lectora y, sobre todo, profesora, la Facultad de Artes y Letras (quizás, mejor decir, su Escuela de Letras) no puede prescindir de su nombre. Más de cuatro décadas como profesora de literatura y cultura cubanas, cuyo colectivo dirigió hasta el final de sus días, le confieren la más alta consideración en la literatura insular: la de formar profesionales de tales materias, o sea, conocedores y analistas de la expresión del pensamiento, del espíritu de una de las culturas más ricas del Caribe y Latinoamérica. Programas de estudio de pre- y posgrado -fue abanderada temprana del principio de la superación continua-; intensísimas tutorías de tesis de licenciatura, maestría y doctorado; comisiones académicas de muy diversa orientación, y tareas disímiles de formación contaron con ella. El «mítico» banco del vestíbulo de la Facultad, ese que ha participado por más de medio siglo en polémicas, discusiones acaloradas y plurales, fragua de proyectos, importantes disensiones de un pensamiento juvenil y profesoral que batalla con dogmas e ideas anquilosadas, sucesos notables no solo a escala universitaria, como el nacimiento de El caimán barbudo… ese banco también atesora su voz.

La historia del recinto universitario capitalino de las letras está llena de anécdotas de Ana Cairo. Ella es protagonista y líder de la emergencia paulatina de los estudios cubanos como centro de la formación del profesional de la Licenciatura en Letras. Su visión de la literatura y el pensamiento nuestros se inserta en los cambios que iban dándose en el metarrelato sobre las letras cubanas. Su trabajo acompañó las transformaciones que el tiempo imponía. Sus colaboraciones con los colegas de la Facultad y de fuera de ella fueron enormes… compartió ideas, o se opuso a algunas, desde la honestidad y el respeto, pero con pasión y hasta con mordacidad; marcó destinos de planes de estudio, de sesiones y eventos científicos, o participó en la atención o en la colaboración con proyectos de los homólogos de Las Villas o de Oriente o con instituciones de enlace natural como el Instituto de Literatura y Lingüística, el Centro de Estudios Martianos, el Archivo Nacional, el Instituto Cubano del Libro, las Fundaciones Fernando Ortiz, Alejo Carpentier y Nicolás Guillén, la Oficina del Historiador de la Ciudad o la UNEAC, por solo mencionar algunas.

Pero la Facultad tuvo con ella un legítimo espacio extensivo en la Biblioteca Nacional José Martí, sede de su cuartel general, su segunda casa profesional. Si la leyenda Ana Cairo, en el sentido que presentaba Antonio Machado y ella gustaba recordar, tiene génesis e importante desarrollo en los predios universitarios, no puede prescindir de su alimentación en la Biblioteca Nacional, con mesa y silla en Sala Cubana, dignas de un monumento a su memoria.

Como tantos otros, fui alumno de Ana Cairo. Mis lecturas de muchos autores cubanos, sin dudas, tienen trazas de su actuación docente e investigativa. A su amparo también terminé un período de formación como investigador. Fue mi tutora de tesis doctoral y por el camino, mentora y amiga. Conocí de su generosidad infinita, de la dulzura esencial tras imagen de franca dureza. Supe con ella de la humildad ante el saber de los verdaderos maestros. Operaba conmigo como lo hacía con el resto de los jóvenes que se le acercaban, tal como hicieron con ella sus maestros, acompañándonos, lanzándonos al ruedo pero atentamente vigilados, criticados y asistidos por ella. Tuve el privilegio de operar como su asistente y editor en al menos tres de sus proyectos más caros: la edición crítica de El camino de Santiago, de Alejo Carpentier, en 2002; Alejo Carpentier y la grandeza mexicana, que publicó en la Cátedra de Cultura Latinoamericana Alejo Carpentier (2008), que juntos fundamos en el Estado de Coahuila en México, y, finalmente, en el que creo su libro más importante en el terreno de los estudios literarios: José Martí y la novela de la cultura cubana, cuya primera edición vio la luz en la Universidad de Santiago de Compostela (2003) y después en Cuba en el Centro de Estudios Martianos, de la que escribió Cintio Vitier:

Un aporte indudable del llamado posmodernismo -la cultura como relato- alcanza en este libro no menos indudable maestría. Mina y también mapa de nuestra historia literaria, su lectura completa tiene calidad cinematográfica. Naturalmente protagonizada por José Martí, la novela documental de nuestra cultura pasa por nuestra mirada como un archivo móvil y una investigación fílmica. Enumerar las virtudes y utilidades de este libro sería tan extenso como él mismo. Docencia y ensayismo se unen en él con la sobriedad de un ciclo de clases en un libro que es un aula. Las dedicatorias de cada capítulo a su vez, sugiriendo diálogos polisémicos, lo vinculan a nuestros días de tal modo que sentimos la perenne vitalidad del presente y el pasado hacia el futuro. Deseamos fervientemente que esta novela se convierta en pasión de nuestros estudiantes jóvenes y viejos. Para bien de nuestra «universidad para todos».2

La valoración de Vitier sobre el libro podría presentarse como la coronación de una vida entregada al estudio de la literatura y la cultura cubanas teniendo como epicentro la obra y vida de Martí. Obligado es decir en tal sentido que uno de los mayores orgullos de Ana Cairo era haber asistido como alumna al surgimiento del Seminario de Estudios Martianos en la Escuela de Letras que creó el profesor Roberto Fernández Retamar y haber sido su sucesora. Supe de su preocupación constante, con modestia y con sinceridad, no solo porque no desapareciera esta asignatura en el último año de la carrera de Letras sino también porque su actuación docente al frente de la misma fuera digna de su fundador y maestro: Retamar.

No es posible aquí poner en valor cada uno de los libros y temas en que trabajó Ana Cairo, pero, desde luego, es obligatorio llamar la atención sobre la hacedora permanente de libros; de compilaciones, como resultado de un arduo trabajo de arqueología literaria y de puesta en valor actual de los textos recogidos, siempre en función de organizar y hacer visible algún proceso decisivo para la nación. Así, en medida considerable, lo ilustra un proyecto pionero suyo, Letras Cultura en Cuba, que alcanzó 8 volúmenes (1987-1997), y resulta modélico de una variante de libro académico a la que deberíamos acudir con mayor asiduidad. Pero rara vez su trabajo en las compilaciones acababa con la elección del corpus a presentar; están precedidas de ensayos-prólogos, expositores de por dónde discurría su pensamiento, y se acompañan igualmente de útiles cronologías, cuadros sinópticos y materiales visuales, así como de bibliografías que amplían y abren mayor diálogo con el repertorio privilegiado en el libro. Piénsese en volúmenes como Heredia entre cubanos y españoles, El padre Las Casas y los cubanos (en colaboración con su alumno y amigo Amauri Gutiérrez), en los textos dedicados a centenarios de Guiteras, Roa, Mella o Chibás, a su Viaje a lo frutos, para dar cuenta primera de la intensidad e importancia de los diálogos de Fidel con el pensamiento y la intelectualidad cubanos (en cuya notable ampliación trabajaba en los últimos tiempos).

Juntos pergeñamos la idea de un libro, cuya primera anticipación le invité a exponer en un seminario organizado por los 400 años de la segunda parte del Quijote (2015). Enlazando a Cervantes y el Quijote con Martí y la cultura cubana, el título del ensayo y del volumen proyectado es muy revelador: «Los locos somos cuerdos», extensión al universo de la cultura de una expresión casi de poética personal, de principio animador de su trabajo.

Me gustaría apuntar que en otro libro suyo, Bembé para cimarrones (2005), alcanza la madurez -en mucho propiciada por su lectura de las obras de Carpentier y, principalmente, de El siglo de las luces y la «gran cimarronada» que presenta- de «conceptos como “cultura cimarrona” o “intelectual cimarrón”, para exaltar las opciones emancipatorias, con las que se defiende la capacidad de rebelarse o de resistir. Y se legitima el culto a la libertad, fundida entrañablemente con la justicia y la solidaridad».3 Ana Cairo, cuyo principio inclusivista en la cultura le permitió cabal entendimiento de la complejidad de la nación desde sus orígenes, identificó así el derrotero dominante, nunca el único, en la construcción de lo nacional: el que conduce un pensamiento emancipador, de resistencia desde nuestra condición periférica a escala internacional. Del conjunto, entonces, reconoce un apostolado en nuestra cultura que ha de resaltarse, que se remonta a Las Casas, pero que comienza con potencia su gravitación desde el siglo xix con la obra de Heredia y llega hasta nuestros días. Lo más novedoso y arriesgado de su formulación es justamente calificar, con sustentación contundente, ese camino con metáfora que lo enlaza a las manifestaciones más radicales y populares de la cultura emancipatoria y de resistencia frente a cualquier poder opresor: el cimarronaje. De tal suerte, Martí devendría el más notable de nuestros intelectuales cimarrones.

Y es que la obra de la Dra. Cairo debe seguir siendo publicada y atendida por estudiantes e investigadores por:

  • Su profundo convencimiento de la necesidad de construir y reconstruir permanentemente la memoria de la nación.

  • Su concepción de la cultura como proceso o sistema de procesos.

  • Las conexiones profundas de la cultura artístico-literaria con las ciencias sociales y, principalmente, con la historia.

  • El contrapunteo de ideas y metarrelatos culturales diversos.

  • La noción de familia intelectual extendida, que toma y actualiza desde las experiencias felices del siglo xix y, también, la de redes intelectuales.

  • El homenaje permanente a los Maestros.

  • La honestidad intelectual.

  • El principio de la utilidad de nuestro trabajo intelectual.

  • El reconocimiento raigal de que la obra de valor investigativo nunca se reduce al autor al que se le reconoce legalmente la paternidad, sino que resulta de la asistencia colectiva de colegas, trabajadores de archivos y bibliotecas, así como de otras instituciones, de editoriales y hasta del sujeto popular anónimo que, a veces, sin saberlo, es fuente indispensable de datos y saber para el investigador.

Ante la imposibilidad de agotar en este homenaje los temas que merecen atención en la vida y obra de la Dra. Ana Cairo, permítaseme volver a su relación con la Universidad de La Habana, pero desde otro ángulo.

Tal era su sentido de pertenencia a la institución y tan orgullosa se sentía del papel de esta en la vida cubana y en la de la región, que la construcción de su memoria histórica fue, casi desde sus inicios investigativos, una de sus zonas de preocupación y estudio. Se sentía heredera de los esfuerzos investigativos pioneros del profesor Juan Miguel Dihigo Mestre (1866-1952), primero, y, después, del profesor Luis Felipe Le Roy Gálvez (1910-1978), para historiar la Universidad. Se entregó desde 1977, junto a los colegas y grandes historiadores nuestros Eduardo Torres Cuevas y Ramón de Armas, en vísperas de los 250 años de la Universidad, a la investigación y escritura de un texto de enorme importancia para la historiografía cubana y capital para el Alma Mater de la educación superior de la nación: la Historia de la Universidad de La Habana, publicada en 1984 en dos tomos. Dispersos en sus publicaciones posteriores sobre literatura, historia y cultura cubanas, dejó rastros de su permanente investigación y promoción de la obra de la Universidad. Téngase como botón de muestra los siguientes:

En 2016 prologó Ni juramentos de ni milagros. Roa en la cultura cubana, libro derivado de la tesis doctoral de Danay Ramos, de la Facultad de Filosofía, Historia y Sociología, de la que había sido tutora. Allí se lee:

El 5 de enero de 2018 la Universidad de La Habana arribará al aniversario 290 de su fundación. A tres años de tan importante celebración, pienso que Ni juramentos ni milagros… […] debería considerarse como uno de los primeros libros del plan de publicaciones inherente al festejo. La razón fundamental es que la institución tiene una permanente deuda de gratitud con el profesor de mérito doctor Raúl Roa García (1907-1982), uno de sus más eficientes modernizadores en el siglo xx.4

Si la primera edición de finales de los noventa del libro del profesor Arnaldo Rivero sobre los Doctores Honoris Causa la tuvo como colaboradora importante, su segunda edición, ampliada notablemente, Doctores Honoris Causa de la Universidad de La Habana (1996-2016), contó con iluminador prólogo suyo, amparado por esta idea de Martí, Martí siempre: «Sugiero la asociación de la lectura con esta convicción martiana: “El patriotismo es de cuantas se conocen hasta hoy la levadura mayor de todas las virtudes humanas”».5

En el acto de presentación por segunda vez del nuevo libro, ahora en dos tomos, en ocasión del cierre del programa de la Universidad de La Habana como subsede de la Feria Internacional del Libro, el 15 de febrero de este año, Ana Cairo intervino. No imaginábamos que sería su última comparecencia pública en los espacios de la Universidad, pero su discurso, hoy, tiene el aliento de un testamento en relación con ella. Una grata sorpresa de mi equipo de trabajo en la Editorial UH, la grabación del acto, permite la recuperación de su intervención, que para terminar ofrezco en versión que no anula por completo el aliento de la oralidad. Solo con el ánimo de que se entiendan bien momentos de su discurso: la antecede la presentación, a cargo del Dr. Manuel Calviño, del libro Memorias del Alma Mater, del periodista Mario Vizcaíno, publicado por Ediciones Loynaz (Pinar del Río), que reúne testimonios y valoraciones sobre la Universidad de La Habana de un grupo notable de figuras de relevancia intelectual. Le cedo la palabra a Ana Cairo:

En cierta medida, tengo que ver con la historia del libro, porque -lo recordaba Calviño en sus palabras emotivas- los que hemos envejecido en la Universidad hemos pasado por muchas etapas y muchos momentos, y a mí en los años setenta, cuando se iban a cumplir los 250 años de la Universidad de La Habana, me tocó librar una batalla campal, junto con Ramón de Armas y Eduardo Torres Cuevas, para convencer de la necesidad de una historia de la Universidad de La Habana. Hacer ese libro fue muy complicado, hubo que vencer muchas contradicciones y muchos obstáculos; incluso fue un libro que no salió institucionalmente, sino a título personal de tres autores locos. Y esa historia de la Universidad en dos tomos tiene muchas insuficiencias, pero era un punto de partida que permitía que otros proyectos se sumaran. Y precisamente Arnaldo se sumó a esos proyectos cuando hizo su tesis de doctorado sobre la revista Universidad de La Habana, que es la revista más antigua de la educación superior en América Latina -por eso hay que salvarla-; es decir, surgió en 1934, ha tenido muchas vicisitudes, pero ahí está. Él, después, asumió el reto de hacer los Honoris Causa. Esos Honoris Causa son muy importantes no solo para la Universidad de La Habana; son muy importantes para la historia de la política, de la diplomacia y de la cultura de Cuba.

Hay que felicitar a Arnaldo; a Baujin y a su equipo por la excelente edición del libro; felicitar a Claudia Felipe, porque una de las cosas que se le añadió al libro fue un estudio sobre qué cosa es el Aula Magna, que no estaba en la primera edición, porque el Aula Magna es la Capilla Sixtina de la cultura cubana. Y es el lugar de la sacralización cultural de este país. Entonces, había por eso que explicar qué significa el Aula Magna como espacio de sacralización cultural cubana.

El otro día decía mi amigo Eusebio Leal, en una conferencia en la Sociedad Cultural José Martí, que la historia de La Habana no era solo la de la Habana Vieja, que era la historia de instituciones, y él decía: «empezando por la Universidad de La Habana, que ya tiene casi 300 años». Y yo creo que, como digo en el prólogo, este libro, en la segunda versión que nos presenta Arnaldo, es algo que nos compromete a todos los que hemos envejecido en la Universidad de La Habana, porque estamos a menos de una década de sus 300 años. Nadie sabe quién va a estar vivo o quién va a estar muerto para esa fecha; pero yo sí creo que de aquí al 5 de enero de 2028 hay que librar una batalla para unos cuantos libros que se tienen que hacer sobre la Universidad de La Habana. Urge la creación de una comisión universitaria para la organización, asignación de tareas y monitoreo de su cumplimiento con vista a ese aniversario.

Hay un libro que está pendiente, que nadie sabe cómo se va a hacer, pero que hay que hacerlo, sobre la historia de las facultades; porque cuando se recupere la historia de las facultades, se va a recuperar la historia de cientos de profesores que no solo aportaron a la Universidad de La Habana, sino a la historia de este país y de la ciencia. Por eso decía con razón Eusebio Leal que no se puede tratar la historia de La Habana y de ciertas historias emblemáticas y necesarias de Cuba sin hablar de la historia de la Universidad de La Habana, porque sin ella es imposible entender la historia del país.

Entonces el libro de los Honoris Causa es un libro central y traté de llamar la atención sobre ello en el prólogo. Muchos doctorados Honoris Causa fueron entregados en nombre del país, van marcando momentos de la historia del país; van signando estrategias políticas, estrategias culturales, líneas de desarrollo científico, conflictos. Baujin refería que había tenido que responder varias veces una pregunta formulada por personas con diferentes condiciones, edades, intereses e intencionalidades: «¿Están todos?». Están todos. Y están todas las historias. Por ejemplo, por qué comenzaron los Honoris Causa. Que no comenzaron en un sentido glorioso, comenzaron para que Mario García Menocal pudiera resolver un pacto político-pragmático, porque le debía a Enoch Crowder un obsequio con motivo de haberlo sacado del lío de La Chambelona. Crowder no quería dinero porque ya tenía mucho, lo que quería era un título honorífico y por eso se hace la ley. Entonces, ahí está contado «todito»; ahí no hay medias verdades, están las que se conocen «completicas». Cómo Machado negoció su doctorado Honoris Causa, porque si no, no hubiera habido escalinata, no hubiera habido Facultad de Derecho. Cómo Carlos Miguel de Céspedes completa el juego político con la Universidad, porque de lo contrario esta hubiera salido del Plan de Obras Públicas. Entonces, Carlos Miguel y Machado son resultado de un negocio. El Honoris Causa también fue un pacto económico. ¿Papeles va a haber? ¡Nada de eso! Eso no se pone en «papelitos», nadie es tan estúpido, y menos esos políticos tan inteligentes, de poner en un papelito el negocio.

Ahora, está esa línea; pero está la otra que comienza cuando se entregan los títulos de Honoris Causa a los hermanos Mayo, los dos grandes médicos, que abren el camino, que los médicos transitaron, para otorgar dignos Honoris Causa, porque fueron vías de desarrollo de la medicina en Cuba. Al igual que en el caso de los abogados. Entonces, cuando se estudia a quiénes se les concedieron los Doctorados Honoris Causa, se entiende cómo se fueron conformando líneas de desarrollo en campos del saber. Por supuesto, eso tiene una historia y, luego, después del ‘59, otra historia. Así, un ejemplo que implicó un giro total en la política científico-democrática de Cuba después del triunfo de la Revolución, cuando se le dio un Doctorado Honoris Causa a Juan Tomás Roig, que no tenía título universitario, pero que había demostrado con su contribución a la botánica en Cuba que era merecedor de ese título. Entonces, esa es una historia que nos enorgullece.

Hay que hacer un libro de los rectores, que diga por qué esa plaza se tiene que seguirse llamando Plaza Cadenas y no cambiarle el nombre, porque Ignacio Agramonte no tuvo nada que ver con este espacio; esa plaza se llama Plaza Cadenas. Y hay que saber qué hizo el rector Cadenas, quién construyó el Estadio Universitario, cómo se hizo esta Universidad -Fidel Castro nunca le quitó el nombre, para él siempre fue su Plaza Cadenas-. Hay que hacer el libro de cada uno de los rectores.

Hay que hacer el libro de los presidentes de la FEU, porque también son importantes. Hay un primer adelanto con un libro que salió en Ocean Sur que salió el año pasado, que hizo Wilmer Rodríguez, pero solo están entrevistados algunos de los presidentes, muy selectiva ahí es la selección; hay que completar el libro.

Y yo pienso también -y a lo mejor, Baujin, es tu tarea-, hay que hacer un libro sobre los imaginarios literarios y artísticos de la Universidad, porque yo espero no morirme sin ver una placa ahí, en esa escalinata, con un fragmento del capítulo IX de Paradiso. Porque Lezama universalizó nuestra escalinata en Paradiso. Entonces, la Universidad necesita de una historia repensada, por lo menos para que de aquí al año 2028 la dejemos mucho más linda que como está, y también mucho más reconocida. Entonces, yo también tengo mi parte. Yo voy a trabajar en la historia del tránsito de Filosofía y Letras, a Letras, y luego a la Facultad de Filología y a la actual Artes y Letras. Calviño puede encabezar un equipo para construir la historia de Psicología, porque un día yo me horroricé hablando con una psicóloga que no sabía quién era Alfonso Bernal del Riesgo -mira a Calviño, la expresión que pone Calviño-, que es el creador de la Facultad de Psicología y una de las glorias de la psicología de Cuba del siglo xx, y no sabía quién era. Entonces, hay que hacer la historia de las facultades. Eso es un reto que tiene la Universidad. Otro reto: completar la idea del patrimonio universitario. Porque el patrimonio universitario incluye el Hospital Calixto García, aunque ahora sea del Ministerio de Salud; el Calixto García forma parte de esta área, como Veterinaria, como Odontología; es decir, esa es la Universidad. Cada uno de nosotros podemos hacer un poquito. Yo estoy de acuerdo, Vizcaíno, que este libro suyo es muy bueno, es muy útil, pero hay que completarlo a escala de las facultades.

Y yo quería aportar algo a lo que dijo Baujin en relación con la diáspora cubana: si hay un lugar en esta Habana, además del malecón, que la diáspora visita permanentemente, son sus facultades en la Universidad de La Habana. La gente viene y se retrata en la puerta de su facultad, busca si hay algún profesor viejo que lo acompañe. Y se retratan también en el Alma Mater, todo el mundo en firme, porque esa es la identidad. La Universidad de La Habana forma parte de la identidad cubana, en Cuba y fuera de Cuba. Para muchos es un orgullo decir «yo soy un graduado de la Universidad de La Habana» o «yo estudié en la Universidad de La Habana, mi profesor fue tal».

Me parece importante reconocer el esfuerzo de Arnaldo Rivero, darle fuerzas porque él tiene que ayudar en eso que queremos hacer sobre los rectores, que es un reto; hacer que ellos hablen… hacer que ellos hablen también de las cosas de las que no se quiere hablar, pero que se tienen que contar. Y si se pueden filmar esas entrevistas, mejor, que es lo que queremos hacer.

Querida Ana, niña nueva de las cañas, profesora de ojos sabios e increpadores, que nos retan por el bien para siempre, ojalá seamos capaces de ser tan dignos de ti, como tú lo fuiste de tus Maestros.

Muchas gracias.

Notas aclaratorias

1. Ana Cairo: José Martí y la novela de la cultura cubana, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2014, p. 15.

2. Ibídem, p. 11.

3. Ana Cairo: Bembé para cimarrones, Centro Félix Varela, La Habana, 2005, p. 183.

4. Ana Cairo: «Imprescindible tributo», en Danay Ramos, Ni juramentos ni milagros. Raúl Roa en la cultura cubana, Editorial UH, La Habana, 2016, p. 9.

5. Ana Cairo: «Modernización académica, batalla política y cultural. Un prefacio para el libro de los Honoris Causa: en el noventa aniversario», en Arnaldo Rivero, Doctores Honoris Causa de la Universidad de La Habana (1926-2016), Editorial UH, La Habana, 2017, p. 14.

Recibido: 30 de Abril de 2019; Aprobado: 10 de Mayo de 2019

*Autor para correspondencia: baujin@fayl.uh.cu

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