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Universidad de La Habana

versión On-line ISSN 0253-9276

UH  no.288 La Habana jul.-dic. 2019  Epub 01-Sep-2019

 

Ensayo

Una ventana a la interioridad del poeta Julián del Casal

A window to the interiority of the poet Julián del Casal

Rogelio Rodríguez Coronel1  * 

1Universidad de La Habana

Leonardo Sarría (transcripción, compilación y notas) La Habana: Editorial UH 2019

Julián del Casal: Epistolario 

Siempre he tenido sentimientos encontrados ante las cartas personales de alguien. Por un lado, cierto pudor; por otro, esa dosis de curiosidad que nos mueve a todos a entrar en el ámbito privado de un semejante -eso que en Panamá llaman «vidajenear»-. Y ahora Leonardo Sarría nos ofrece este Epistolario de Julián del Casal… nada menos que de uno de los personajes más curiosos y relevantes de la literatura cubana. Es una ventana a la interioridad del poeta, a sus apetencias y pensamientos.

Este volumen culmina una tarea que comenzaron José Lezama Lima y Manuel Altolaguirre hace casi un siglo. En una carta a Juan Ramón Jiménez, Lezama le habla de su entusiasmo por la compilación de las cartas de quien había dicho Martí: «Aquel nombre tan bello que al pie de los versos tristes y joyantes parecía invención romántica más que realidad». Luego, en años posteriores, aparecieron cartas dispersas en diversas publicaciones en Cuba y en el extranjero.

Por vez primera se ofrece al lector este epistolario, riquísimo, sobre todo, por los textos que tienen a Casal como destinatario, con las firmas de Bonifacio Byrne, Aurelia del Castillo, Rubén Darío, Enrique Gómez Carrillo, Gustave Moreau, Ricardo Palma, Emilia Pardo Bazán, Enrique José Varona, entre otros. Una «Nota introductoria» describe el itinerario recorrido para la concepción del volumen y todo lo inédito que aquí se recoge.

Sarría no solo compila más de ciento sesenta cartas, sino que, como buen filólogo, transcribe, incluye notas aclaratorias o explicativas, ofrece las cartas recibidas por los familiares a raíz de la muerte de Casal, las traducciones de remitentes extranjeros, las cartas publicadas anteriormente y sus fuentes, una sintética ficha biográfica de los que envían sus cartas a Casal. Complementariamente, la publicación presenta un testimonio gráfico de alto valor por la inclusión, además, de las fotografías de diversos momentos de la vida del poeta de Nieve y copia facsimilar de abundantes textos.

Por otra parte, deseo felicitar el sobrio y elegante diseño concebido por Pilar Fernández Melo (Fermelo) y la cuidadosa edición de este libro de más de 400 páginas, a cargo de Marilé Ruiz Prado, lo cual ya es un sello distintivo de la Editorial UH. Resultado de la edición, es de destacar la generación de un índice onomástico, que mucho agradece el lector.

Hice una referencia a la nota escrita por Martí cuando la muerte del poeta porque no creo que haya habido un obituario más justo y más sensible. Adentrarse en estas cartas enviadas y recibidas permite corroborar el juicio de Martí en toda su plenitud y adentrarnos en la intrahistoria de la sociedad habanera de aquella época, sobre todo en su clima literario y cultural.

En una carta de Casal fechada el 10 de febrero de 1890 a su gran amiga Magdalena Peñarredonda -a ella remite las cartas más confidenciales-, revela determinadas demandas de las publicaciones de entonces:

Mucho me enorgullece que se acuerden de mí, pero ahora tendrán un motivo menos, porque he renunciado a la plaza de folletinista de El País. Querían que escribiera sobre modas, bailes, etc., sobre todo, menos de literatura, fundándose en que el folletín era para mujeres y no entendían nada en materias literarias. ¿A qué mujeres tratarán estos hombres? Viendo lo injustificada que estaba esta pretensión, se me subió un día Vizcaya a la cabeza y arrojando pluma, papel y tintero me fui para casa, encargando a Valdivia que lo hiciera, como lo está haciendo, pues tiene tanto talento como alma de lacayo.

Por cierto, en esa misma carta, confiesa a la amiga algo que ya formaba parte del espíritu de época y del rechazo a la poética romántica anterior:

Cuando más pienso, se me arraiga más la convicción de que el campo se ha hecho para los animales ENT#091;…ENT#093;. Se necesita ser muy feliz, tener el espíritu completamente lleno de satisfacciones para no sentir el hastío más insoportable a la vista de un cielo siempre azul encima de un campo siempre verde. La unión eterna de estos dos colores produce la impresión más antiestética que se puede sentir ENT#091;…ENT#093;. Lo único bello que presencié fue una puesta de sol pero esas se ven en La Habana todas las tardes.

Este sentimiento, en cierto sentido, lo corrobora Bonifacio Byrne, otro poeta modernista, cuando en carta del 7 de mayo de 1893, le dice a Casal, haciendo alusión a una crítica que le hace Ramón Catalá a su libro Excéntricas, prologado por Nicolás Heredia: «Se han aferrado ellos a las Mariposas1 y yo estoy harto de pájaros, de flores y de gotas de rocío…2 Harto por ahora».

Obviamente, los modernistas preferían «el impuro amor de las ciudades», «más que el olor de un bosque de caoba, / el ambiente enfermizo de una alcoba», «Mucho más que las selvas tropicales, / ENT#091;…ENT#093; los sombríos arrabales / que encierran las vetustas capitales».3

Una nueva sensibilidad, una nueva época, nuevos referentes poéticos. Una nueva familia literaria se va conformando no solo en Cuba sino en todo el continente. En este sentido resulta reveladora una carta escrita a Casal por Rubén Darío -quien admiraba extraordinariamente la obra del poeta cubano-, cuando le dice el10 de marzo de 1892: «Usted se ha hecho para mí un miembro de mi familia; digo mal: aunque tengo bastante familia, en el fondo de mi corazón solo mi mujer, mi chicuelo y usted pertenecen a ella». No voy a detenerme en las cartas que envía Darío a Casal que mucho revelan acerca de estas relaciones, lo cual ha tratado magistralmente Ángel Augier en Cuba en Darío y Darío en Cuba (1988). Solo deseo apuntar esa noción extendida de familia donde una nueva poética se convierte en cuerpo y espíritu.

En otra carta a su entrañable Magdalena Peñarredonda, de 25 de mayo de 1890, dice el poeta: «Yo no amo más que a los seres desgraciados. Las gentes felices, es decir, las satisfechas de la vida, me enervan, me entristecen, me causan asco moral. Las abomino con todo mi corazón. No comprendo que se pueda vivir tranquilo teniendo siempre tantas desgracias alrededor». Y más adelante le pide a la amiga una foto de Edgar Allan Poe, porque «como Baudelaire, como Flaubert y como todos los que han sido muy desdichados, porque han tenido una inteligencia muy grande y un corazón más grande todavía, es uno de mis dioses literarios».

Por esta vía de las apetencias confesadas no solo podemos entrever el contexto social de finales del siglo xix, sino también la decantación de una sensibilidad literaria que pedía nuevos paradigmas y horizontes; esos que llamaron ellos mismos, como nosotros ahora: modernistas. El spleen, ese estado del ánimo relacionado con la melancolía, señorea en este epistolario. Sobre todo en las cartas del poeta.

En otro orden, hay una referencia a Antonio Maceo que denota la admiración despertada por su figura y las esperanzas de una renovación. Vale citarla completa. Le dice Casal a su amiga Magdalena Peñarredonda, más tarde heroína de la guerra de independencia y a quien se le confirió el grado de comandante del Ejército Libertador:

Estoy de Cuba hasta por encima de las cejas. Ya no veo nada. // Y más que de Cuba, de sus habitantes. // Solo he encontrado, en estos tiempos, una figura que me ha sido simpática. // ¿Quién se figura usted que es? Maceo. // Ya sabrá usted que vino a La Habana por unos meses. Pues bien; nadie me ha agradado tanto como él. // Es un hombre bello, de complexión robusta, dotado de una inteligencia clarísima y de un gran corazón. Tiene una voluntad de hierro y un entusiasmo épico por la causa de la independencia de Cuba. Este, su único ideal. Aunque yo soy enemigo acérrimo de la guerra, me he convencido al oírlo hablar de que es necesaria e inevitable. Creo que dentro de un año estaremos en la manigua. Hay mucha desesperación y, como usted sabe, esa es la que puede llevarnos a pelear. Resumiendo mi juicio sobre Maceo le diré que después de Carmela ENT#091;su hermanaENT#093; y de usted, es la persona que más quiero y la que me ha reconciliado algo con la vida, infundiéndome un poco de amor patrio entre la negrura de mi corazón. // Yo no sé si esa simpatía que siento por nuestro general es efecto de la neurosis que tengo y que me hace admirar los seres de condiciones y cualidades opuestas a las mías; pero lo que le aseguro es que pocos hombres me han hecho una impresión tan grande como él. // Ya se ha marchado y no sé si volverá. // Después de todo me alegro, porque las personas aparecen mejores a nuestros ojos vistas desde lejos.

Nótese el plural inclusivo de «creo que dentro de un año estaremos en la manigua».

Este epistolario ofrece documentos que corroboran, desde la intimidad, dos actitudes epocales complementarias. Por un lado, frente a la mediocridad social, se abren paso las apetencias independentistas de la metrópoli española y, consecuentemente con ello, la recepción activa de una corriente poética desinteresada en los modelos peninsulares. Lo cierto es que el quehacer literario en la América hispana asumió una renovación que contrastaba con la inercia española, de una «España que tiene atrofia de nervios y de cerebros», como señala el escritor español Salvador Rueda en un artículo que Sarría introduce en este volumen a propósito de Nieve, de Casal. Es el «retorno de los galeones», como dijo Max Henríquez Ureña.

En una época sin internet, sin la velocidad del avión, sin el desarrollo de la radio, sin el libro digital, ¿cómo era posible estar tan al día en las corrientes literarias que circulaban por Europa y que se convertían en el acicate principal de la renovación del discurso literario? Las revistas y el periodismo cultural fueron las fuentes nutricias de este diálogo.Además de las misivas recibidas directamente desde Francia, las cartas de Eduardo Rosell y Malpica, amigo íntimo de Casal, así lo demuestran.

¿Quién era este interlocutor del poeta? Cuando ellos intercambiaron sus cartas, Rosell había estudiado Derecho en la Universidad de La Habana, se había doctorado en Leyes en Madrid y estudiaba Ingeniería Química en Nueva Orleans. Había sido uno de los dandis de la Acera del Louvre. En agosto de 1895, cuando ya había fallecido Casal, se sumó a la guerra de independencia y llegó a ser jefe del Estado Mayor de la Brigada Oeste de Matanzas. El 3 de febrero de 1897 cayó en una emboscada en Ohito, Matanzas. Dejó para la posteridad dos diarios de campaña: En camino y En la guerra (1895-1897). Pero Eduardo Rosell era poeta y un gran lector: sus estudios de ingeniería química fueron un mandato familiar para, como químico azucarero, dirigir el ingenio Dolores, en Caibarién, a la muerte del padre. Sus cartas a Casal revelan todo el tedio que le ocasionaban aquellos estudios. Eduardo Rosell estaba al tanto de las novedades literarias francesas, recibía revistas y noticias de aquel país y, a través de libreros, compraba lo más relevante de aquella literatura y luego lo enviaba a Casal. ¡Con qué fruición esperaban los amigos cada compra, el arribo del barco, las noticias de los libreros! Ambos, además, se deleitaban con el exotismo oriental. ¿A dónde habrá ido a parar el Buda que le mandó Rosell a Casal desde Nueva Orleans?

No quiero contar más. Esto es solo un aperitivo para que se prepare el lector a saborear este manjar que nos ofrece el profesor Leonardo Sarría.

Notas aclaratorias

1. Alusión a unos primeros poemas suyos.

2. Clara referencia a «La gota de rocío», de Rafel María de Mendive.

3. Julián del Casal: «En el campo».

*Autor para correspondencia: rcoronel@fayl.uh.cu

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