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Universidad de La Habana

versión On-line ISSN 0253-9276

UH  no.289 La Habana ene.-jun. 2020  Epub 25-Abr-2020

 

Reseña

«RESEÑA DE EL RASTRO CHINO EN LA LITERATURA CUBANA, DE ROGELIO RODRÍGUEZ CORONEL»

Roberto Méndez Martínez1  * 
http://orcid.org/0000-0001-8298-264X

1Academia Cubana de la Lengua

Todo comenzó con aquella desesperada fantasía de Colón, cuando informó a la Corona que había descubierto una tierra, larga y estrecha, que parecía península y sus habitantes decían que si avanzaba hacia el Oeste encontraría el reino de un gran señor. Tal cosa vino a convencer a algunos de que tal tierra no podía ser sino un extremo del imperio gobernado por el Gran Khan de la China. De modo que, hasta el bojeo encargado años después al navegante gallego Sebastián de Ocampo, fuimos, al menos en hipótesis, algo así como otra Manchuria, pues cuando el Almirante designó a los primitivos pobladores como «indios» no estaba pensando en lo que hoy llamamos India, sino en las Indias Orientales. Ni la barroca imaginación de Alejo Carpentier hubiera podido concebir el hecho de que en nuestra protohistoria fuimos, por un momento, chinos.

La historia posterior nos acercó a la China auténtica y su cultura por caminos azarosos: el desdichado empeño por sustituir la trata de africanos por culíes chinos; los inmigrantes que habían hecho la ruta del Pacífico y, después de servir de peones en la prospección del oro en California o de dejar parte de sus vidas en la construcción del ferrocarril del Oeste, llegaban a nuestras costas con una cultura que ya no era puramente la suya, sino una versión atemperada por el contacto con otros inmigrantes: irlandeses, italianos, alemanes, suecos. Estaban listos para mezclarse con blancos, negros y mulatos en nuestra tierra y conformar una identidad tan sui generis como esos platos que hoy llamamos arroz frito y chop suey.

El rastro chino en la literatura cubana (Editorial UH, La Habana, 2019) es un título demasiado ajustado para todo lo que su autor ofrece en esos dos centenares de páginas. Es cierto que una parte apreciable de ellas está consagrada a la huella que «lo chino» vino a dejar en nuestras letras, de la mano de Martí, Casal, Pedroso, Lezama, Piñera, Sarduy, Padura, Mayra Montero y otros autores. Pero los análisis de las obras emblemáticas continuamente obligan a Rodríguez Coronel a hacer digresiones muy fecundas sobre asuntos tan variados como la presencia de la corneta china -con su penetrante escala pentatónica- en la conga santiaguera; la difusión entre nuestros antepasados de la sugerente y peligrosa charada china; el legendario teatro del Barrio Chino que fuera alabado por Alejo Carpentier; o el surgimiento de un personaje harto popular, el detective Chan Li Po, un producto de la imaginación de Félix B. Caignet, que no solo compulsó a muchísimas personas a sentarse junto a la radio por temporadas interminables, sino que ofreció a nuestro primitivo cine el primer largometraje sonoro: La serpiente roja, en 1937.

De manera que a este libro de Rodríguez Coronel podría aplicársele la categoría lezamiana de hipertelia, es decir, aquello que va más allá de su finalidad, pues buscando las «chinerías» de nuestras letras, se traslada a mundos tan diversos como el teatro, el cine, la música del carnaval de nuestro Oriente, las comidas o los misterios del Barrio Chino. Por lo que el texto se llena de incitaciones para profundizar en el futuro en esos y otros aspectos.

A mi parecer, este libro tiene el mérito esencial de acercarse al más preterido componente del mestizaje cubano y demostrar que su presencia en nuestra cultura está muy lejos de ser incidental o secundaria. Más aún, nos ayuda a plantearnos otras interrogantes que pueden constituirse en nuevos objetos de investigación: ¿qué componentes de la cultura china llegaron a través de los culíes y cómo se diferenciaban de los traídos por las oleadas de inmigrantes que habían pasado por Norteamérica?; ¿qué cultos procedentes de aquel Imperio arraigaron en nuestra religiosidad popular de raíz cristiana, así como en los ritos afrocubanos, lo que podría personificarse en la devoción al apócrifo San Fan Con?

La tercera cuestión es más compleja de enunciar. Los estudios históricos sobre presencia china en Cuba parecen detenerse habitualmente en el año crucial de 1959, lo que condujo a que miráramos con cierto aire nostálgico al Barrio Chino y a sus viejos habitantes, como un grupo humano en extinción, nutrido solo por la añoranza. Si bien las relaciones de nuestro país con la República Popular China estuvieron durante varias décadas condicionadas por ciertos diferendos políticos, raras veces se interrumpió un apreciable intercambio científico, cultural, comercial. El estrechamiento de esas relaciones en las últimas dos décadas ha ampliado esa doble vía de acercamiento, que no solo ha motivado, en lo oficial, la labor del Instituto Confucio, sino en la esfera privada la existencia de vínculos amistosos, amorosos o comerciales entre personas de ambas orillas, incluido los nacimientos de hijos chino-cubanos que llevan la cuestión de la transculturación a una urgente necesidad de actualización.

De ahí que haya que plantearse si el rastro chino en nuestra cultura no es solo cosa del pasado remoto, sino que pasa hoy por los ómnibus Yutong, los teléfonos celulares, las adquisiciones de ropas, juguetes, zapatillas deportivas o artefactos tecnológicos en cualquier punto del mundo, que siempre traen en algún sitio, aunque la marca tenga sabor parisiense o estadounidense, el inconfundible Made in China; o esos espontáneos embajadores de la cultura oriental que encontramos en nuestras calles, comprando en un agro, hospedándose en una casa cubana o proponiendo los más misteriosos trueques. Ni la Fiesta del Dragón, ni el sabor turístico que han ganado las viejas sociedades ubicadas en San Nicolás o Rayo son las que definen ya una marca cultural, tan aguda y persistente como la corneta que va siempre delante en esos bailes callejeros de Santiago en el hirviente mes de julio.

El logro mayor de Rogelio ha sido desenvolver esa especie de libro-rollo del que ha descifrado una parte, mientras nos señala, en el otro extremo, los ideogramas que todavía permanecen en la sombra.

Recibido: 20 de Octubre de 2019; Aprobado: 03 de Noviembre de 2019

*Autor para la correspondencia. aliosha@acul.ohc.cu

Conflictos de intereses

El autor Roberto Méndez martínez, del manuscrito de referencia, declara que no existe ningún potencial conflicto de interés relacionado con el artículo.

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