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Universidad de La Habana

versión On-line ISSN 0253-9276

UH  no.290 La Habana jul.-dic. 2020  Epub 01-Nov-2020

 

Artículo Original

La manipulación de la información y los actores políticos en tres conflictos del Medio Oriente: Iraq, Libia y S1iria

The Manipulation of Information and Political Actors in Three Middle East Conflicts: Iraq, Libya and Syria

Dino A. Allende González1  * 
http://orcid.org/0000-0002-7471-5549

1Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU), Universidad de La Habana, Cuba.

RESUMEN

En la actualidad es evidente que el tratamiento de la información relacionada con los principales acontecimientos mundiales suele ser abordado en dependencia de los intereses que ella genera. El presente trabajo intentará ofrecer un acercamiento a la temática relacionada con la manipulación de la información y los diferentes actores políticos involucrados en tres de los conflictos más importantes acaecidos en el Medio Oriente durante los primeros lustros del siglo XXI: la invasión y ocupación de Iraq a partir de marzo-abril de 2003; la agresión desarrollada por la OTAN y sus aliados yihadistas contra Libia durante 2011 y la escalada agresiva, ese mismo año, contra el gobierno de Bashar Al Assad en Siria que se mantiene en el presente.

Palabras clave: información; medios de comunicación transnacionales; Medio Oriente; política exterior de Estados Unidos

ABSTRACT

Nowadays it is clear that the treatment of information related to major world events is often addressed depending on the interests it generates. The present work will try to offer an approach to the subject related to the manipulation of information and the different political actors involved in three of the most important conflicts that took place in the Middle East during the first lustrums of the 21st century: the invasion and occupation of Iraq from March-April 2003; the aggression developed by NATO and its jihadist allies against Libya during 2011 and the aggressive escalation, that same year, against the government of Bashar Al Assad in Syria that continues in the present.

Keywords: information; transnational media; Middle East; foreign policy of United States

INTRODUCCIÓN

En nuestros días no siempre un suceso relevante es acompañado por el seguimiento informativo y un análisis sistemático que permitan a la opinión pública poseer los elementos capaces de entenderlo con objetividad. De ahí que la sobresaturación de los enfoques sobre determinada temática en los principales medios de comunicación masiva y especializados, el «orden de prioridades» en que se presentan los reportajes, comentarios, artículos y editoriales en estos medios, la difusión de las llamadas Fakenews (noticias falsas), principalmente en el circuito de las redes sociales -amén de la aplicación de métodos coercitivos y excluyentes contra los periodistas y estudiosos que aborden temas desde un perfil «políticamente incorrecto»- son prácticas habituales en el abordaje informativo de los grandes conglomerados transnacionales de la información y muchas publicaciones académicas.

A su vez, y como una manera «novedosa» dentro de las técnicas de la comunicación (desinformación), la saturación informativa suele presentar un voluminoso legajo sobre determinados temas, pero en realidad esta suele ser incompleta y generalmente no facilita develar elementos clave para conocer y entender los móviles e importancia de hechos y actores que forman parte del escenario internacional contemporáneo.

En este último caso, constituye un ejemplo relevante el tratamiento de los medios de comunicación internacionales a las acciones del autodenominado Estado Islámico (EI), conocido también como Daesh, organización político-militar que desde 2014 ocupó zonas del norte y centro de Iraq incluyendo la ciudad de Mosul, considerada la más importante de este país, junto con Basora en el sur y Bagdad, la capital. Además, sus efectivos también combaten contra el gobierno sirio de Bashar Al Assad, la población kurda y los diferentes grupos minoritarios étnico-religiosos que residen en ambos países. No obstante, el EI en la actualidad ha sufrido notables reveses militares en estos dos escenarios. En sus inicios se calculaba que el número de combatientes que tenía su ejército oscilaba entre 12 000 y 15 000 miembros y algunas fuentes consideraron que se trata de uno de los grupos insurgentes más ricos del mundo con US $ 2 000 millones en efectivo (Senado de la República, 2014).

También se les ha caracterizado como un grupo que, en las zonas bajo su control, aplica medidas coercitivas contra la población (castigos y ejecuciones contra personas que no responden a sus postulados), el comercio ilegal de hidrocarburos, la destrucción de áreas arqueológicas y monumentos considerados Patrimonio de la Humanidad, ubicados en esos países. A esto se pudieran agregar las declaraciones emitidas por sus voceros, a través de los medios de comunicación que poseen y donde suelen anunciar que extenderían su influencia por otras regiones, entre ellas Europa, Australia, los EE.UU. e incluso el Vaticano.1

Sin embargo, a pesar del enorme espacio que han ocupado en el espectro informativo las referencias al EI, realmente poco se conoce acerca de sus orígenes, composición y organización interna; cuáles son sus objetivos reales y fuentes de apoyo en el mundo; e incluso, hasta qué punto hay voluntad política en el enfrentamiento a este grupo por parte de varios actores políticos internacionales, principalmente los que se identifican con los intereses político-militares estadounidenses en el Medio Oriente (Urabá, 2015).

El presente trabajo intentará ofrecer un acercamiento a la temática relacionada con la manipulación de la información y los diferentes actores políticos involucrados en tres de los conflictos más importantes acaecidos en el Medio Oriente durante los primeros lustros del siglo XXI: la invasión y ocupación de Iraq a partir de marzo-abril de 2003; la agresión desarrollada por la OTAN y sus aliados yihadistas durante 2011 contra Libia, que finalmente provocó el derrocamiento del gobierno en ese país y el asesinato de su máximo líder Muammar Al Gadafi; así como la escalada agresiva contra el gobierno de Bashar Al Assad en Siria, que también tuvo sus inicios en 2011 y se mantiene en el presente.

Para ello, se tomó como referencia no solo el discurso difundido por EE.UU. y Occidente a través de los principales medios de comunicación transnacionales, sino también los enfoques ofrecidos por medios impresos, digitales y de TV alternativos. Entre estos últimos sobresalen los casos de la revista Marxismo hoy, los portales digitales Rebelión, Visiones Alternativas, Cubadebate y Telesur, amén de otras publicaciones con un enfoque académico que, de una u otra forma, han abordado el tema. En el caso de algunos de los medios alternativos, se podrá comprobar cómo el acercamiento temático llegó a ser funcional, en un momento determinado, con el difundido por los EE.UU. y sus aliados occidentales desde las cadenas transnacionales de la información.

Gran parte del texto tomó como referente lo acontecido en Iraq desde la invasión y derrocamiento del gobierno de Sadam Hussein durante el 2003, acción contextualizada en lo que el entonces presidente estadounidense George W. Bush denominó «guerra contra el terrorismo», a raíz de los atentados contra las Torres Gemelas en Nueva York y El Pentágono en Washington, el 11 de septiembre de 2011. Por su parte, los sucesos de Libia y Siria tuvieron como punto de partida la llamada «Primavera árabe», que si bien aún hoy resulta polémico definir, en este trabajo se considera que constituyó un conjunto de estallidos sociales y protestas populares que estremeció a un conjunto de países del Medio Oriente, entre los que había connotados aliados de la política seguida por los EE.UU. y Occidente en la región (Túnez, Egipto, Arabia Saudita y Baréin); pero que en los casos de Libia y Siria, las particularidades internas presentes en el contexto de las protestas propiciaron una serie de acciones que, a fin de cuentas, condujeron a la situación actual en que ellos se encuentran. Por último, de estos dos casos se ampliará en el seguimiento de la situación en Siria, principalmente, debido a la dinámica que han tenido los acontecimientos de ese conflicto y su vigencia como un conjunto de eventos en pleno desarrollo.

LA MANIPULACIÓN DE LA INFORMACIÓN Y LOS ACTORES POLÍTICOS EN LOS CONFLICTOS DEL MEDIO ORIENTE

1.1. Iraq

En este caso se trató de un conflicto surgido en los inicios de la primera mitad de los noventa del pasado siglo XX, pues a partir de la invasión y ocupación de Kuwait por las tropas iraquíes en agosto de 1990, los círculos políticos nucleados alrededor del entonces presidente George H. W. Bush desarrollaron una política de confrontación que desembocó en un proceso de crisis, cuyo clímax lo constituyó la Guerra del Golfo, entre enero y febrero de 1991. Aquí la manipulación mediática de la información alcanzó niveles muy amplios y sofisticados, un claro antecedente de lo que ocurre actualmente con numerosos conflictos internacionales en los que ha estado involucrado EE.UU. por su rol de hiperpotencia (Velázquez, 1992).

Posteriormente, pese a que el gobierno de Saddam Hussein reconoció su derrota y, en consecuencia, aceptó todas las resoluciones vinculantes promovidas en su contra por parte del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), esta administración y la encabezada por William Clinton, durante sus dos períodos de gobierno, acentuaron el discurso y las posiciones agresivas contra ese Estado árabe, hasta que, finalmente, tras casi trece años de mantener un bloqueo económico avalado por las Naciones Unidas, políticas de subversión interna, demonización mediática y en el terreno militar una guerra aérea de desgaste no declarada, el gobierno neoconservador de George W. Bush lanzó -entre marzo y abril de 2003- la invasión que permitió el derrocamiento de Saddam Hussein, así como la rápida ocupación del país. Sin embargo, esta situación trajo como resultado una guerra de resistencia contra El Pentágono y sus aliados con altos costos político-militares para los EE.UU., tanto en el plano doméstico como en lo que concierne a su imagen en el exterior y, si bien esto se hizo más evidente a lo largo de la etapa en que gobernó W. Bush, la impronta y los efectos de este conflicto fueron heredados y asumidos desde 2009 por la administración de Barack Obama.

Frente a esta situación, ambos presidentes adoptaron un conjunto de medidas dirigidas a frenar el auge de la resistencia en todas sus vertientes, acelerar el proceso de control sobre la economía iraquí, especialmente lo referido a la industria petrolera, amén de lograr influir sobre la conducta de la población para obtener o consolidar el apoyo a sus objetivos por parte de determinados sectores y organizaciones políticas dentro del entramado social iraquí.

Tanto W. Bush como Obama promovieron la intensificación de una campaña propagandística y de guerra psicológica contra la resistencia desde los grandes conglomerados de la comunicación, e identificaron la actuación de esta con las acciones que causaban el mayor número de bajas civiles y, a su vez, se atribuyeron a la organización terrorista Al Qaeda (Luque, 2009; Varea, 2009). Ambos intentaron, en esencia, mantener una presencia militar norteamericana más o menos ostensible en Iraq y en sus relaciones con los grupos iraquíes que apoyaban a las fuerzas ocupantes utilizaron la estrategia de

la compartimentación de la sociedad en grupos confesionales, de tal forma que no aparezca un sentimiento de cohesión nacional. Para ello hace falta demostrar que la población local no puede organizarse de una forma política válida y eficaz. Que es incapaz de sumirse en un estadio superior donde quedan superadas las diferencias de orden religioso o étnico. Así, la potencia ocupante se convierte en elemento imprescindible para salvaguardar el país. (Gutiérrez de Terán, 2003, p. 36)

Durante el final del primer mandato de W. Bush y como parte de su esfuerzo por influir dentro de la opinión pública en el Medio Oriente, se activaron y crearon medios de comunicación radial y televisiva dirigidos hacia la población de estos países. En los primeros fue utilizada gran parte de la infraestructura que se había empleado contra el gobierno de Saddam Hussein a lo largo de la década de los 90, incluyendo los estudios que otrora formaron parte de Radio Liberty y la CIA durante la Guerra Fría. Por su parte, en el campo de los audiovisuales los esfuerzos se concentraron en la creación de un canal televisivo llamado Al Hurra, como una vía para difundir un discurso favorable a los intereses de EE.UU. y los miembros de la Coalición ocupante de Iraq, capaz incluso de contrarrestar el mensaje divulgado en ese momento por varios canales de televisión árabes que cuestionaban el papel de los EE.UU. en territorio iraquí, principalmente, Al Yazeera, pero a fin de cuentas los resultados de esta experiencia resultaron ser irrelevantes y no contribuyeron a propagar una imagen positiva de la actuación norteamericana en esa región.

En el caso de Obama, durante la campaña electoral para su primer mandato promovió un discurso que tomaba como principal objetivo: «llevar la guerra en Iraq a un desenlace responsable y volver a centrar nuestra atención en todo Oriente Próximo». Según su enfoque, la guerra en ese país era «una desviación de la lucha contra los terroristas que nos atacaron el 11 de septiembre, el incompetente enfoque de la guerra por parte de los líderes políticos de EE.UU. agravó el garrafal error estratégico que supuso optar por librarla en un principio», de ahí que, pese a valorar positivamente la actuación de las tropas estadounidenses, considerase imposible «imponer una solución militar a una guerra civil entre facciones suníes y chiíes», pero sin dejar de «presionar a los bandos enfrentados para que hallen una solución política duradera», a la par de «iniciar una retirada gradual de las fuerzas estadounidenses» (Castro, 2009, p. 61).

Una vez llegado a la presidencia, la visión oficial de la primera administración Obama sobre la guerra en Iraq y su posible solución tomó como base la existencia de un escenario de guerra civil entre los diferentes segmentos étnicos de la población iraquí, principales responsables de esta situación. Aquí el papel de los EE.UU. era necesario para posibilitar una salida al conflicto, a la par que garantizaba las condiciones «mínimas» para el aseguramiento de este objetivo y, de paso, establecía un conjunto de condiciones, también «mínimas», para la defensa de sus intereses geoestratégicos en un país clave del contexto medioriental.

De hecho, uno de los primeros pronunciamientos públicos de Obama sobre la situación del Medio Oriente, específicamente relacionado con Iraq, fue realizado durante un discurso efectuado el 4 de junio de 2009 en la Universidad Islámica de Al Azhar en El Cairo, Egipto. En dicha intervención, que obviamente fue muy publicitada, Obama recordaba que «a diferencia de Afganistán, nosotros elegimos ir a la guerra en Iraq, y eso provocó fuerte antagonismo en mi país y alrededor del mundo»; sugería tomar la experiencia vivida por los EE.UU. en el marco de la guerra iraquí, pues según su punto de vista «los acontecimientos en Iraq han recordado a los Estados Unidos de Norteamérica que es necesario usar la diplomacia y promover consenso a nivel internacional para resolver nuestros problemas cuando sea posible» (Castro, 2009, p. 68).

Resulta interesante recordar algunas de las ideas sobre Iraq expresadas por este presidente en aquella ocasión, sobre todo al confrontarlas con lo acontecido realmente durante su primer mandato (Castro, 2009, p. 63):

  • «Hoy, Estados Unidos tiene una doble responsabilidad: ayudar a Iraq a forjar un mejor futuro y a dejar Iraq en manos de los iraquíes».

  • «Le he dicho claramente al pueblo iraquí que no queremos bases militares y no queremos reclamar ninguna parte de su territorio ni de sus recursos».

  • «La soberanía de Iraq es toda suya. Por eso, ordené el retorno de nuestras brigadas de combate para el próximo agosto».

Para lograr ese objetivo, se tomó como punto de partida la existencia de un documento firmado en noviembre de 2008 por la administración de George W. Bush con el gobierno de Iraq, encabezado por el primer ministro Nuri-Al Maliki, para regular la presencia de las fuerzas del Pentágono (SOFA, por sus siglas en inglés). En él se planteaba la retirada del contingente militar norteamericano de forma gradual y por etapas, la primera de las cuales se cumplió a mediados de 2009 con la entrega del control militar de las ciudades a las fuerzas iraquíes. Posteriormente, entre finales de agosto y principios de septiembre de 2010, salieron del país la mayor parte de las tropas (identificadas en la jerga oficial como «brigadas de combate»), con la excepción de una agrupación de 50 000 soldados encargados de «asesorar y entrenar» a las tropas locales; así como también proteger determinados objetivos vinculados a los intereses de EE.UU. en Iraq, cuya permanencia no rebasaría la fecha del 31 de diciembre de 2011, salvo circunstancias excepcionales que serían tratadas a nivel bilateral y previa solicitud de las autoridades de Bagdad.

La forma en que se manejó este acuerdo mostró que, por un lado, Obama optó por asumir un compromiso heredado de su tan criticado antecesor en la presidencia, destinado a fortalecer la legitimidad del gobierno colaboracionista iraquí, a cambio de que este adoptara una postura donde pudiera garantizarse la presencia militar de los EE.UU. en Iraq. Sin embargo, tras un dilatado proceso de discusiones con las autoridades iraquíes durante más de un año y ante su negativa para otorgarle impunidad a los efectivos norteamericanos que permanecerían acantonados en ese país, Obama se vio precisado a retirar en pleno su contingente militar en diciembre de 2011, justo días antes del plazo oficialmente fijado para la salida de dichas tropas.

Resulta significativo señalar el hecho de que la retirada de las tropas estadounidenses en Iraq fue presentada en el discurso oficial de Washington como la culminación exitosa de una ocupación militar que se extendió por casi nueve años, tanto para los EE.UU. como para el país árabe, y en ese esfuerzo coincidieron en sus declaraciones el Presidente y su Secretario de Defensa en aquel momento, Leon Panetta. De hecho, en su discurso en Fort Bragg, al anunciar oficialmente la retirada del último grupo de tropas, Obama expresó que su país salía de Iraq «…con la cabeza alta». Según el mandatario, «la historia juzgará el origen de por qué fuimos a Iraq», para finalmente valorar los resultados de esta misión con la siguiente sentencia: «hemos conseguido […] que Iraq se autogobierne, de una forma integradora y con un enorme potencial» (González, 2011, p. 5).

Por otro lado, desde los inicios de la campaña militar contra el gobierno de Saddam Hussein y a lo largo del período de ocupación militar en suelo iraquí, la Casa Blanca trató de controlar toda la información relacionada con el curso de la guerra. Esto incluía no solo deslegitimar a la resistencia como parte de un fenómeno con una esencia genuinamente nacional y obstaculizar sus acciones en el plano político, sino también ocultar o al menos minimizar el costo humano que para los EE.UU. representó la ocupación militar y su enfrentamiento a la resistencia iraquí.

En ese sentido, cuando se analiza la información relacionada con el número de bajas mortales y heridos de las tropas estadounidenses durante el período de su presencia como fuerza ocupante en Iraq (2003-2011), se puede apreciar que durante los cuatro primeros años la tendencia fue hacia su incremento. A continuación se muestra cómo se reflejaron estos hechos, tomando como referencia diversas fuentes.

Al término de la campaña militar contra el gobierno de Saddam Hussein, las bajas mortales entre las fuerzas del Pentágono ascendían a 125. Sin embargo, entre el 1 de mayo de 2003 y el 31 de marzo de 2004, la cifra de militares estadounidenses muertos por acciones de la resistencia era de 304; para finales de julio de 2005 sobrepasaba los 1 770; a fines del 2006 alcanzó los 2 800 soldados y oficiales; mientras que en diciembre de 2007 el estimado de bajas mortales era de 3 883 efectivos (Comité de Solidaridad con la Causa Árabe, 2004; Granma, 2005; Martín, 2006). Posteriormente, el número de muertes pareció mostrar una tendencia al decrecimiento, sobre todo a partir de que con la llegada de Barack Obama a la presidencia en enero de 2009, la política del nuevo ejecutivo con relación al despliegue de sus tropas en Iraq buscó la concentración de estas en bases militares reforzadas con un alto componente de seguridad, a la vez que desde 2009 se entregó el control de las patrullas en zonas urbanas a las fuerzas de seguridad iraquíes subordinadas al gobierno del Primer Ministro Nuri al Maliki.

Para marzo de 2010, según las cifras oficiales suministradas por el gobierno de Obama y El Pentágono, el número de muertos entre los soldados y oficiales norteamericanos en Iraq fue de 4 698, sin que se hiciera mención a los efectivos heridos y mutilados a lo largo de siete años de guerra. Sin embargo, la revista francesa Navires & Histoire, en su número 59 de abril de 2010, dio a conocer que desde el comienzo de la guerra en Iraq en 2003 hasta el 8 de marzo de 2010 las tropas estadounidenses perdieron 7 112 soldados muertos en combate (186 suicidios), 66 706 mutilados o heridos graves (27 600 fuera de combate), así como 26 224 desertores e insumisos (Lattanzio, 2010).

Teniendo en cuenta lo anterior, se explicará a continuación cómo diferentes medios alternativos han reflejado los avatares de la invasión y ocupación de Iraq por parte de los EE.UU. En este caso las principales fuentes aparecen dentro del espectro de los medios digitales y por la importancia del tratamiento que le han dado a esta temática sobresalen los casos de Rebelión y Visiones Alternativas, este último durante años mantuvo dos páginas sobre lo acontecido en Iraq bajo los títulos de «Iraq...el crimen de la guerra e Iraq: la resistencia». Otro medio digital que ha dado cobertura al tema de la guerra en Iraq ha sido Cubadebate, aunque en este caso el énfasis en el seguimiento ha tenido un carácter fundamentalmente informativo; y, en mucha menor medida, también aparece el Portal Kaos en la Red.

Además, en el campo de las publicaciones impresas merece destacarse la revista Nación Árabe, órgano del Comité de Solidaridad con la Causa Árabe (CSCA) con sede en España. Otra publicación que dio un seguimiento sistemático al tema iraquí desde los noventa del pasado siglo XX, con un fuerte acento en la esfera de las relaciones internacionales y el debate académico fue Política Exterior, publicación del Ministerio de Asuntos Exteriores de España.

La principal característica de estos espacios radica en el hecho de haber seguido con regularidad el tema desde etapas muy tempranas del proceso, así como también la actuación de los diferentes actores político-sociales involucrados en este conflicto, tanto desde el interior del entramado social iraquí como por parte de los diferentes actores externos involucrados en la dinámica que se vive en ese país árabe. En el material que han publicado sobre Iraq logran presentar un equilibrio donde alternan los trabajos de carácter informativo con artículos de corte analítico, entrevistas a figuras vinculadas con las distintas vertientes de la resistencia, así como también estudiosos que han seguido desde sus especialidades los avatares seguidos por Iraq. Entre sus principales colaboradores vale mencionar al periodista británico Robert Fisk, a los estudiosos y activistas políticos españoles Carlos Varea y Pedro Rojo, el investigador y sociólogo canadiense Inmanuel Wallerstein, así como a los cubanos Luis Mesa Delmonte y Ernesto Gómez Abascal.

Esto les ha permitido un abordaje de la guerra donde la resistencia es presentada como un conjunto de actores político-sociales heterogéneo en su filiación étnica y religiosa, debido a que en sus filas se encuentran baazistas, nazeristas, marxistas y nacionalistas; así como también chiitas, sunnitas, kurdos, cristianos, turcomanos y asirios; despliega su radio de acción en al menos cuatro frentes: resistencia política, a nivel de la sociedad civil, cultural y mediante la lucha armada. Estas resistencias han mantenido una presencia más o menos coincidente entre sí, según se ha ido desarrollando el panorama político de Iraq desde la caída del gobierno de Saddam Hussein, criterio que también resulta válido aplicar para el período posterior a la salida de las fuerzas del Pentágono a finales del 2011.

La información más actualizada acerca de los acontecimientos relacionados con la rápida expansión del EI-Daesh por varias regiones del norte y centro de Iraq, así como sobre los avatares de ese conflicto, la recuperación de las fuerzas militares del gobierno iraquí, sus acciones encaminadas a recuperar los territorios bajo control de los terroristas y las operaciones que finalmente propiciaron la toma de la ciudad de Mosul a mediados de 2017, se puede encontrar en Rebelión. Este portal ha mantenido un seguimiento a la situación del país, alternando la lectura meramente informativa con el análisis, aunque en determinados momentos la información disponible pudiera parecer insuficiente y, de hecho, existen lagunas temporales en la frecuencia con que aparecen los reportes. No obstante, este medio de información presenta un espectro de referencias y criterios capaces de mostrar diferentes miradas al tema, pero haciendo un énfasis crítico que rechaza la actuación del EI, cuestiona la postura de los EE.UU. en su presunto enfrentamiento a este grupo político-militar, sobre todo luego de la entrada de efectivos estadounidenses al país, justo a raíz de iniciada la actuación del EI en medio de una crisis política que provocó la renuncia de Nuri Al-Maliki, el alcance y efectividad de ese esfuerzo bélico y trata de mostrar el papel desempeñado por los diferentes grupos presentes en Iraq y su posible papel en la lucha contra el EI.

De hecho, Rebelión, junto a las otras fuentes alternativas mencionadas, han servido como un canal de difusión para las noticias relacionadas con el tema iraquí, que por lo general no suelen ser divulgadas de manera sistemática por los medios transnacionales de la información y, de esta forma, permiten a los interesados en la temática obtener una visión diferente sobre las causas, motivaciones y consecuencias de la política desarrollada por los EE.UU. y sus aliados contra Iraq. En el seguimiento del tema han sabido ser consecuentes con un discurso antibélico y solidario hacia el pueblo iraquí, al punto que se pueden considerar fuentes imprescindibles para poder emprender un estudio serio y objetivo sobre la guerra en Iraq.

1.2. Libia y Siria

Para un acercamiento a lo acontecido en estos países, es necesario precisar que si bien la situación actual de ambos tuvo como punto de partida los efectos de la llamada «Primavera árabe» en la región medioriental, la trayectoria posterior indica una notable diferencia en los resultados de una política desestabilizadora conducida por los EE.UU., sus aliados europeos miembros de la OTAN y las petromonarquías árabes.

Estos dos procesos político-sociales tuvieron en sus inicios varios rasgos comunes. Surgieron en la década del sesenta con un acentuado referente panarabista, sobre todo a partir de la influencia del ejemplo de la República Árabe Unida (RAU), dirigida por el político y militar egipcio Gamal Abdel Nasser. Sus líderes formaban parte de la oficialidad más progresista dentro de las fuerzas armadas de estos países; en su discurso político incorporaron elementos del socialismo, tomaron medidas internas que beneficiaron a los estratos más humildes de la población y ponían bajo control estatal las ramas más importantes de la economía. Al mismo tiempo, desarrollaron fuertes vínculos con los países del campo socialista y diferentes movimientos de liberación nacional, más amplios por su dimensión internacional en el caso de Libia y con un peso político muy importante para la geopolítica del Medio Oriente en lo referido a Siria. Estas relaciones han sido un factor decisivo en el apoyo a la causa del pueblo palestino durante casi 50 años y de las fuerzas progresistas que luchan contra el Estado sionista de Israel en El Líbano, incluida Hizbulá, lo que necesariamente los convirtió en adversarios no solo de Tel Aviv, sino también de EE.UU. y sus aliados regionales.

De hecho, en la dinámica que han vivido ambos países desde el 2011, el gobierno estadounidense logró el apoyo de la Liga Árabe en su política agresiva contra los gobiernos de Gadafi y Bashar Al Assad, a la vez que los medios de comunicación del Medio Oriente, incluyendo el canal televisivo Al Yazeera -en su momento más crítico a la invasión estadounidense contra Iraq en 2003-, mostraron una posición que los acerca con las posturas de Washington, los principales integrantes de la Unión Europea (UE) involucrados en estas políticas agresivas y los elementos regionales más reaccionarios, vinculados, sobre todo, a las petromonarquías árabes.

Por último, en Libia y Siria se produjeron cambios de sus posiciones con relación a EE.UU. y las potencias occidentales a partir de los inicios de la década de los 90, relacionadas con los procesos ocurridos en los países socialistas de Europa del Este y la dinámica que concluyó con la desintegración de la Unión Soviética a finales de 1991. A partir de ese momento, Libia dio un conjunto de pasos dirigidos a estrechar sus relaciones con Occidente y, a modo de ejemplo, durante la primera década del siglo XXI comenzó un proceso de desarme en sus fuerzas armadas relacionado con la tenencia de armas de destrucción masiva (Oppenheimer, 2003). Durante ese decenio fue visitada por numerosos políticos y jefes de gobierno como Tony Blair, Silvio Berlusconi y Nicolás Sarkosy; al tiempo que Gadafi fue invitado por estos personajes a reciprocar las visitas y, de hecho, compartió espacio con parte de ellos durante la Cumbre del G 8, celebrada en L’Aquila, Italia (2009), donde coincidió con el presidente Barack Obama (Garcés, 2012; Gómez, 2013). Por su parte, aunque en menor medida, Siria dio en su momento señales de acercamiento hacia la política estadounidense en la región medioriental, entre las que sobresalió haber formado parte de la coalición organizada por George H. W. Bush durante el proceso de crisis y guerra del Golfo en 1990-1991 contra Iraq, así como en sus intentos para normalizar relaciones con Israel, tomando como referente las negociaciones de paz israelo-palestinas con mediación norteamericana, las que concluyeron con los Acuerdos de Oslo en 1993.

En el caso de Libia, a partir de las protestas acaecidas en la ciudad de Bengazi entre febrero y marzo del 2011, los principales medios de comunicación transnacionales estadounidenses, tanto de la prensa plana (encabezados por The New York Times) como televisivos (CNN, CBS, ABC, Fox News), la emprendieron contra el gobierno de Gadafi, acusándolo de masacrar a los manifestantes. Esto sirvió para marcar las reglas del discurso seguido por los restantes medios de Occidente y sobredimensionó la magnitud de los enfrentamientos entre partidarios y rivales del gobierno libio, situación que a fin de cuentas creó las condiciones para justificar las sanciones contra ese país, hasta que el 17 de marzo el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (2011) aprobó la Resolución 1 973, que autorizaba a los EE.UU. y sus aliados a adoptar todas las medidas necesarias contra Libia. Dos días después y con el pretexto de abrir un corredor aéreo humanitario, la aviación de la OTAN comenzó a bombardear el territorio libio y su actuación decidió la suerte de los enfrentamientos a favor de las fuerzas antigubernamentales.

Durante el período que duraron los enfrentamientos en Libia, el discurso presentado por los principales medios de comunicación transnacionales de Occidente asumió, como común denominador, mostrar las presuntas bondades derivadas de un cambio de régimen, priorizar la orientación informativa hacia el enfoque dado por las fuentes oficiales de los miembros de la OTAN y sus aliados en detrimento de su contraparte, la constante descontextualización deliberada de las noticias, amén de potenciar en su discurso una tendencia a la espectacularización de los hechos y el uso de eufemismos como parte de una estrategia de dominación ideológica. De tal suerte, fueron negadas las evidencias que señalaban la participación de los grupos yihadistas como un componente importante de las fuerzas terrestres que participaron en los combates contra las tropas gubernamentales, la asesoría recibida por parte de operativos de las fuerzas especiales norteamericanas, francesas y británicas en el terreno junto a militares de los países del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), especialmente Qatar, así como la difusión de información que -como se pudo comprobar después- era falsa, sobre todo en el período previo a la toma de Trípoli, al señalar que la capital había caído en manos de los opositores.

Un análisis objetivo sobre lo acontecido en Libia durante los meses de marzo a octubre de 2011 muestra como la mayoría de las fuentes informativas que abordaron la temática lo hicieron con un prisma marcadamente sesgado a favor de las fuerzas favorables al derrocamiento del gobierno de Gadafi, e incluyeron en este diagnóstico a fuentes consideradas tradicionalmente como alternativas e incluso de izquierda.2 Predominó un enfoque donde lo más importante en el discurso presentado a la opinión pública era resaltar la «necesidad» de eliminar a un gobernante con una personalidad impredecible y contradictoria, pero que, al mismo tiempo, durante gran parte de su gestión ejecutiva, había mostrado un enfoque progresista y a favor del no alineamiento; al punto de que varios de estos medios de la izquierda llegaron a cuestionar la postura de gobiernos como los de Cuba y la República Bolivariana de Venezuela, que intentaron establecer diferencias entre las sublevaciones populares de Túnez y Egipto y lo que aconteció en Libia (Moreno y Sanabria, 2012).

No obstante, a pesar de esta evidente uniformidad en el enfoque, existieron excepciones que rompieron la regla virtualmente establecida. Dentro de estos casos sobresalió la cobertura dada por el canal Telesur a esta agresión desde el interior del país, a través de los periodistas Jordán Rodríguez y Reed Lindsay, el camarógrafo Jesús Romero y el cubano Rolando Segura (Villegas, 2011). Este último reportero se mantuvo informando de manera constante sobre lo que aconteció en el país, desde el inicio de las protestas contra el gobierno de Gadafi hasta los combates en Trípoli, momento en el que fue evacuado junto a otros colegas que también habían desempeñado sus labores en condiciones similares (Alonso, 2011).

Por su parte, con relación a lo acontecido en Siria, durante los dos primeros años del conflicto pareció predominar en el espectro informativo un enfoque similar al utilizado con Libia. En este caso, el discurso mediático desde Occidente hizo énfasis no solo en el tema de la represión contra los oponentes políticos al gobierno de Bashar Al Assad, sino también en ese período hizo una apología de los diferentes grupos armados que se enfrentan a las autoridades de Damasco, en particular el llamado Ejército Libre de Siria y el grupo Al Nusra, pese a que las evidencias filtradas sobre la composición de estas agrupaciones muestran que una parte importante de sus miembros (unos 50 000 en octubre de 2012) están relacionados con Al Qaeda y otros grupos yihadistas, muchos de ellos con experiencia militar adquirida durante más de treinta años de guerras en Afganistán, Iraq, Yemen y Libia. Además, los medios de comunicación occidentales, así como alternativos y de izquierda, ignoraron las medidas tomadas por las autoridades sirias para intentar normalizar la situación del país, entre ellas: cambios importantes a la Constitución mediante referendo; la concesión de la ciudadanía a más de 200 000 kurdos residentes en el país que no tenían ese carácter; la aprobación de una amplia amnistía, la derogación del estado de emergencia vigente desde 1963 y un paquete de leyes que incluía partidos políticos y libertad de prensa, por solo citar algunos de los pasos dados durante 2011 (Gómez, 2013).

Entre los elementos utilizados por los medios de comunicación transnacionales para intensificar la ofensiva mediática contra el gobierno de Bashar al Assad estuvo la divulgación de noticias sobre un presunto uso de armamento químico por parte del ejército sirio, promovida por el gobierno estadounidense desde mediados de 2012 y, a lo largo del siguiente año -debido a su sistemática virulencia-, evocó la campaña que una década antes fuera publicitada con relación a las supuestas armas de destrucción masiva del gobierno de Saddam Hussein en Iraq; finalmente, ambas resultaron ser falsas.

Sin embargo, a diferencia de lo sucedido en 2003, las autoridades sirias procedieron a implementar un proceso con participación de las Naciones Unidas y sus principales aliados en el CS (Rusia y China) que propició, a fin de cuentas, la salida de este armamento del país y su posterior destrucción. Con esto, de paso, se le anulaba a los EE.UU. y sus aliados antisirios la posibilidad de utilizar este tema como un posible pretexto para implementar un esquema de intervención similar al empleado de manera tan desembozada contra Libia en 2011.3 Además, a partir de ese momento el discurso hegemónico con relación al tema sirio fue cediendo espacios en los medios de comunicación internacional, principalmente alternativos y de izquierda (Rebelión); amén de crearse las condiciones para desarrollar las primeras manifestaciones de solidaridad con la lucha del pueblo sirio, particularmente a través de la red de intelectuales En Defensa de la Humanidad (EDH), desde mediados del 2013.

Este conflicto se ha complejizado a lo largo de casi una década de iniciado, sobre todo con la aparición en este escenario del autodenominado EI, la decisión norteamericana de lanzar ataques aéreos contra las posiciones de esta agrupación dentro del territorio sirio y el despliegue de militares estadounidenses en ese país, ignorando al gobierno de Bashar Al Assad.4 Similar actitud tomaron Francia y Gran Bretaña en el caso de las operaciones aéreas, lo que, unido a la conocida hostilidad del gobierno turco, su reconocido apoyo a una parte de los grupos armados que operan contra Damasco y la hostilidad contra la población kurda establecida en territorio sirio fronterizo con Turquía, además de los ataques contra posiciones de las fuerzas gubernamentales por parte de Israel, ha contribuido a caldear la situación del país al sumirlo en un verdadero caos económico-social con fuertes incidencias en el plano humanitario, a su correspondiente secuela de desplazados internos y contingentes cada vez más numerosos de la población que buscaron abandonar Siria y trasladarse no solo hacia los países vecinos, sino que, de hecho, tienen como objetivo llegar a los países integrantes de la Zona Euro; y junto a los emigrantes llegados del norte de África (en este caso desde Libia) y otras zonas del Medio Oriente, han provocado una crisis humanitaria que muchos voceros de los medios políticos y de comunicación internacionales consideran la mayor en Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

No obstante, pese a todo el apoyo recibido por parte de la oposición armada (incluyendo al EI), así como al sistemático ataque mediático contra las autoridades de Damasco y quienes defienden la integridad territorial del país o se enfrentan a los grupos armados terroristas, lo cierto es que hasta el momento los resultados de esta política no se corresponden con los objetivos perseguidos por Washington y sus aliados europeos y mediorientales. La resistencia del gobierno sirio, su legitimidad ante buena parte de la población del país y el apoyo mayoritario de las fuerzas armadas y de seguridad, más el respaldo consecuente recibido por China, Rusia e Irán (que desde 2014 ha incluido fuerzas aeronavales rusas en la guerra apoyando al gobierno sirio en su lucha contra el EI y otros grupos armados similares, además del asesoramiento iraní a las fuerzas gubernamentales y la participación de las milicias libanesas de Hizbulá), así como el quiebre del cerco mediático establecido por Occidente, han permitido establecer canales de solidaridad con la lucha del pueblo sirio y muestran un contexto donde queda claro que cualquier solución política para poner fin a la guerra pasa por el reconocimiento al gobierno de Bashar Al Assad -como un interlocutor válido- y el respeto a la resistencia del pueblo sirio frente a una política de agresión sistemática llevada a cabo por los EE.UU. y sus aliados desde 2011.

Todos estos factores han propiciado un escenario donde el ejército sirio y sus aliados han logrado sucesivos éxitos militares y en la actualidad numerosas áreas del país que se encontraban controladas por los terroristas, y otras fuerzas opositoras han sido recuperadas por el gobierno central, ya sea con la acción militar directa o mediante negociaciones entre las partes involucradas en el conflicto.

No obstante, aunque es cierto que la ruptura del monopolio informativo sobre lo que acontece en Siria ha permitido la difusión de un enfoque ciertamente más objetivo, esto no significa que los puntos de vista promovidos desde los principales medios de información transnacionales hayan perdido su peso en el espectro de las noticias sobre lo que acontece en ese Estado árabe; de hecho este suele predominar incluso en los medios de referencia colaborativos más utilizados a nivel internacional, lo que inevitablemente contribuye al condicionamiento del enfoque sobre un tema determinado y, en ese sentido, los enfrentamientos en Siria no son una excepción. Sin embargo, lo que pudiera considerarse «novedoso» en el tratamiento dado a este conflicto se relaciona con el hecho de que varias de estas fuentes han tenido que aceptar de una u otra forma la inevitable victoria militar de las fuerzas favorables al gobierno de Bashar Al Assad y la esencia de este resultado se expresa a través de planteamientos como el siguiente:

Rusia ha logrado mantener a Asad en el poder, y su intervención, junto a la de Irán, el grupo libanés chií Hizbulá y diversas milicias chiíes, ha sido clave para decantar el curso de la guerra. En septiembre del 2018, siete años y medio después de que se iniciara el conflicto, el régimen de Damasco controla al menos el 60 % de Siria y las fuerzas kurdas, apoyadas por EEUU, tienen en su poder el 25 % del territorio. (Alba, 2016, p. 4)

De acuerdo con lo que reflejan algunos de los medios consultados, la victoria por parte de las tropas gubernamentales comenzó a consolidarse a partir de la entrada de Rusia en la guerra y desde el punto de vista militar tuvo como punto de giro la toma por parte del Ejército Árabe Sirio de la ciudad de Alepo a finales del 2016. Según Baquero (2016), para nada afín al gobierno central sirio:

La batalla por esta ciudad, que ha terminado cuando la guerra entra en su sexto año, consolida al presidente sirio y a sus dos grandes aliados, Rusia e Irán, como los grandes ganadores del conflicto. Y a los rebeldes, Turquía, Arabia Saudí y EEUU, como los perdedores.

El régimen de Asad ha pasado en apenas año y medio de estar al borde del derrumbe a conseguir tener en sus manos la mayor parte de la llamada «Siria útil» (el resto del país es desierto) y a arrinconar a los rebeldes a zonas aisladas y, con excepción de su bastión de Idleb, sin impacto estratégico. (p. 2)

Resulta importante subrayar el hecho de que muchos de estos medios soslayan el rol desempeñado por los defensores de la integridad del país, sobre todo durante el primer lustro de la guerra, sin embargo, enfatizan en el peso de los aliados del gobierno de Bashar al Assad, principalmente Rusia e Irán, en el devenir de la guerra y los posibles escenarios no solo con relación a Siria, sino también como parte del contexto geopolítico regional.

El nuevo teatro bélico enfrenta a Israel y EE.UU. contra Irán, que ha logrado consolidarse como el principal actor foráneo en la región, una realidad que ni Washington ni Tel Aviv ni Riad piensan tolerar. En ese mismo tablero compiten además EE.UU. -hasta ahora la superpotencia hegemónica en Oriente próximo- y Rusia, que ha logrado reinsertarse plenamente en la región con su apoyo a Asad y su Alianza oficiosa con Irán. Los dos gigantes nucleares están tan cerca en Siria que cualquier error de cálculo podría desencadenar un choque de consecuencias imprevisibles (Baquero, 2018).

Finalmente, y como parte del enfoque mediático que estos medios pretenden subrayar, se abordan las particularidades de la relación ruso-iraní en el conflicto y sus posibles puntos de contradicción, a partir de las presuntas ventajas que, según estas fuentes, el gigante euroasiático tendría sobre su contraparte persa, tomando en cuenta, entre otros aspectos, las oportunidades económicas para ambas partes, las que identifican como «reformas en el sistema de defensa y seguridad sirio», así como las relaciones de Rusia con EE.UU. e Israel dentro de los avatares bélicos y las negociaciones que se han realizado como parte de los esfuerzos para finalizar el conflicto, planteados desde el siguiente enfoque: «Oriente Medio es una región donde las relaciones entre los actores son siempre más complejas de lo que parecen. En Siria, por ejemplo, suele repetirse que Rusia e Irán comparten muchos intereses, lo cual es cierto, pero también lo es el hecho de que las diferencias entre ambos Estados han crecido y los ámbitos de cooperación están siendo superados por los de competencia» (Botta, 2019).

CONSIDERACIONES FINALES

Los tres ejemplos analizados en este texto permiten establecer un conjunto de similitudes y diferencias entre los diferentes escenarios, pero poseen dos elementos como común denominador. Uno es el relacionado con su ubicación geopolítica (el Medio Oriente); mientras que el otro refleja el tratamiento recibido por los diferentes actores políticos implicados en estos conflictos, donde se ha tratado de manipular las posiciones de quienes, por diversas razones, no forman parte de las fuerzas favorables al reordenamiento político-social de la región, defendido desde los círculos hegemónicos imperialistas contemporáneos y promovidos en lo fundamental por las élites de poder norteamericanas. Por esto, los actores políticos y sus líderes resultan un obstáculo para el logro de los mismos.

Las principales diferencias radican en las condiciones sobre las que se desarrollaron los acontecimientos estudiados. En el caso de Iraq resultó evidente, desde un primer momento, el carácter ilegítimo de esta contienda, llevada a cabo por el gobierno de George W. Bush con escaso apoyo internacional (los gobiernos de Gran Bretaña y España bajo la égida de Tony Blair y José María Aznar, respectivamente), sin aval de la ONU y afrontando el rechazo de varios países miembros de la OTAN (principalmente Francia y Alemania). A esto se agregó un movimiento antibélico muy fuerte a nivel internacional y cuya impronta no pudo ser ignorada ni siquiera por una parte de los principales medios de comunicación transnacionales.

Posteriormente, el devenir del conflicto en ese Estado árabe devino una suerte de callejón sin salida para las fuerzas ocupantes, cuyo componente fundamental lo formaban tropas estadounidenses (150 000 como promedio durante la etapa de W. Bush) y esto fue uno de los factores que, de hecho, propició un rechazo a la guerra no solo por parte de la opinión pública internacional, sino incluso a nivel de la población norteamericana, con índices que superaban el 60 %. Aunque este tema fue sistemáticamente manipulado, finalmente, bajo el gobierno de Obama logró ser relegado en el orden de prioridades de la opinión pública norteña. En cuanto a los sucesos acaecidos en Libia y Siria, desde el principio los círculos de poder hegemónicos tuvieron la posibilidad de imponer su discurso de una manera prácticamente abrumadora, sobre todo en el primer caso.

Uno de los aspectos más polémicos, relacionado con el seguimiento de lo acontecido en ambos países, es el tratamiento dado al tema por parte de las fuentes alternativas, que en muchos casos se identifican con posiciones izquierdistas; pero al menos en el seguimiento de los acontecimientos en Libia, la mayoría de ellas hicieron causa común con los medios de comunicación transnacionales y, de hecho, trataron de descalificar las voces que, desde la izquierda, intentaron dar una visión objetiva de lo que acontecía en el terreno, a partir de tomar como punto de partida el respeto al derecho internacional y la oposición a cualquier forma de intervención en los asuntos internos de ese país.

Por otra parte, si bien en el caso de Siria durante un período de tiempo pareció imponerse una matriz de opinión similar, desde mediados del 2013 y como resultado de un conjunto de factores donde, sin dudas, el más importante ha sido la resistencia ofrecida por el pueblo sirio y su gobierno a las fuerzas terroristas y sus aliados, el monopolio mediático se ha ido quebrando paulatinamente; amén de que a diferencia del caso libio, el gobierno de Bashar Al Assad ha podido contar con un nivel de apoyo internacional más consecuente y donde la actuación de Irán, Rusia y China (estos últimos miembros permanentes del CS con derecho al veto) ha impedido que se impongan -con el aval de Naciones Unidas- alternativas que propicien una estrategia de cambio de régimen para Damasco. De ahí que, gradualmente, el esfuerzo de resistencia militar del gobierno sirio y sus aliados hayan logrado revertir en gran medida el escenario que vivió este país entre 2011 y 2014, y en la práctica controlen actualmente la mayor parte del país.

Frente a una realidad como la expuesta en este trabajo, resulta imprescindible recuperar y activar los discursos políticos vinculados con la necesidad de sustituir el orden hegemónico imperante; el rechazo hacia la guerra como «solución» de los asuntos internacionales, pero rescatando a su vez la legitimidad que puede tener el recurso de la lucha armada como una forma de resistencia frente a las aventuras expansionistas de los poderes hegemónicos encabezados por los EE.UU. en su rol de hiperpotencia militar; la exigencia del cierre de los enclaves militares de EE.UU. en el mundo, por constituir las bases a partir de las cuales despliegan su maquinaria bélica y propiciar la solidaridad con los países objeto de ataque por parte de los EE.UU. y sus aliados, más allá de las diferencias reales o supuestas que condicionen la actitud hacia determinados gobiernos y regímenes, sobre la base del respeto al derecho internacional y la autodeterminación sin políticas manipuladoras de exclusiones ni dobles raseros.

Se trata, ante todo, de una cuestión que atañe a toda la humanidad y donde la alternativa más viable para los medios informativos que representan las posiciones de la izquierda pasa por el convencimiento de que los temas relacionados con el tratamiento de la información acerca de la actualidad internacional forman parte de un escenario de lucha por la dominación cultural con un carácter interactivo, en el que son fundamentales una actuación proactiva, el conocimiento y análisis objetivo de los temas puestos a debate, así como la opción de potenciar la solidaridad con los actores implicados en la lucha contra el sistema de dominación imperante desde un enfoque movilizativo, contestatario y antisistémico.

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Notas aclaratorias

1. En ese sentido, vale recordar que a partir del 2015 se desató en varios países de Europa una serie de actos terroristas, muchos de los cuales fueron reivindicados por el EI-Daesh.

2. Ejemplo de esta situación se puede apreciar en publicaciones digitales como el ya mencionado portal Rebelión, concretamente en su sección dedicada al Medio Oriente. Además, resulta de interés el abordaje dado a los temas libio y sirio, asumido por grupos izquierdistas vinculados al trotskismo (corriente marxista revolucionaria internacional). Con un acercamiento a los principales escenarios donde se desarrollaron los sucesos de la llamada «Primavera árabe» (Túnez, Egipto, Libia, Siria y Marruecos-Sahara), puede consultarse la revista de debate político Marxismo hoy (Izquierda Revolucionaria, 2012), donde, además, aparecen varios artículos que esclarecen el tema sobre Libia.

3. Este aspecto ha sido un tema recurrente a lo largo del conflicto y de hecho fue el pretexto utilizado por EE.UU. para lanzar ataques con misiles contra territorio sirio en 2017 y 2018, respectivamente, a pesar de que las evidencias indican que los incidentes de este tipo en ese país son organizados por los llamados «Cascos blancos», grupo de la oposición armada que suele escenificar acciones para «demostrar» la utilización de armas químicas por parte del Ejército Árabe Sirio.

4. Esta política de confrontación iniciada durante el gobierno de Obama desde los primeros momentos de la guerra ha sido mantenida por el gobierno de Donald Trump y los ejemplos más sobresalientes de su actuación fueron los ya mencionados ataques con misiles realizados contra Siria en abril de 2017 y mayo de 2018, así como la entrada en territorio sirio de fuerzas terrestres desde la frontera con Iraq, todo ello sin haber recibido un pedido ni mandato por parte de las autoridades sirias, quienes consideran ilegal la actuación y permanencia de este contingente militar estadounidense.

Recibido: 05 de Noviembre de 2019; Aprobado: 11 de Diciembre de 2019

*Autor para la correspondencia. dino.allende@cehseu.uh.cu

Conflicto de intereses

El autor declara que no existe conflicto de intereses.

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