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Universidad de La Habana

versión On-line ISSN 0253-9276

UH  no.292 La Habana jul.-dic. 2021  Epub 05-Jun-2021

 

Artículo original

Estados Unidos: desafíos en el ciclo electoral de 2020

United States: Challenges in 2020’s Electoral Cycle

Luis René Fernández Tabío1  * 
http://orcid.org/0000-0003-3535-2789

1 Centro de Investigaciones de Economía Internacional, Universidad de La Habana, Cuba.

RESUMEN

El artículo explora la relación existente entre los desafíos económicos y epidemiológicos causados por la COVID-19 y el agravamiento de los problemas sociales, raciales y políticos en Estados Unidos, que alcanzan hasta la política de identidad nacional. Esta crisis se presenta como resultado del nuevo coronavirus, pero sus raíces descansan en las contradicciones y desequilibrios propios del capitalismo, empeoradas por el mandato de la administración de Donald Trump. Las circunstancias complejizan el escenario de recuperación, debido al carácter mundial de la pandemia y la interconexión de los problemas financieros, productivos y de servicios, exacerbados por las políticas aislacionistas y unilaterales del gobierno, en lugar del multilateralismo y la colaboración. La respuesta de la administración hacia los principales desafíos podría ser decisiva en las elecciones presidenciales de noviembre y en la posición de Estados Unidos en el balance global de poder en los próximos años.

Palabras clave: crisis económica; elecciones; gestión de crisis; pandemia

ABSTRACT

The article explores the relationship between the economic and epidemiological challenges caused by COVID-19 and the aggravation of social, racial and political problems in the United States, reaching as far as national identity politics. This crisis is presented as a result of the new coronavirus, but its roots lie in the contradictions and imbalances inherent to capitalism, worsened by the mandate of Donald Trump's administration. The circumstances complexify the recovery scenario, due to the global nature of the pandemic and the interconnectedness of financial, productive and service problems, exacerbated by the administration's isolationist and unilateralist policies, rather than multilateralism and collaboration. The administration's response to these major challenges could be decisive in the November presidential election and in the U.S. position in the global balance of power in the coming years.

Keywords: economic crisis; elections; crisis management; pandemic

INTRODUCCIÓN

La economía de Estados Unidos cumplió en 2019 diez años de expansión desde la gran crisis financiera y económica de 2007-2009. Hasta ese momento, la crisis de 2008 era la más grave desde la Gran Depresión de la década de 1930, y ya no hay duda de que la actual supera a la de 2008 con creces. Las consecuencias de esta crisis, dadas las condiciones de partida de crecientes desigualdades y de una economía dual -que divide el comportamiento de la real y la financiera‒, han acrecentado los problemas sociales, raciales, étnicos, e incluso del sistema político. Sin haber concluido el proceso electoral, se ha dudado por el propio presidente de la fiabilidad del sistema electoral. En medio de una profunda división al interior de la clase dominante, se ha puesto en duda la propia sucesión democrática en los términos dictados por el sistema.

Entre 2009 e inicios de 2020, los índices de desempleo descendieron por debajo de lo que podría considerarse pleno empleo, y el producto interno bruto (PIB) aumentó de forma sostenida, aunque con variaciones por trimestres y regiones. La recuperación económica tuvo su inicio durante el gobierno de Barack Obama, por lo que no es atribuible a la administración de Donald Trump, pero la manipulación mediática y sus falsas aseveraciones sobre los supuestos éxitos de su política han calado en algunos sectores y han trastornado sus percepciones, sobre todo entre los fanáticos que lo apoyan.

La realidad económica parecía ser un factor muy favorable para las aspiraciones relectorales de Trump, dado que la economía se considera una variable clave para lograr el apoyo de los votantes. Está bien establecido en las ciencias políticas y en la experiencia histórica que las condiciones económicas, cuando están definidas -expansión robusta o recesión‒ en el año electoral y en ausencia de otros acontecimientos trascendentales, son un factor muy importante para evaluar los resultados de las elecciones presidenciales. En 1992 la frase «es la economía, estúpido» fue un argumento confirmado en la victoria de William Clinton, dado que la economía estadounidense estaba todavía bajo los efectos de la crisis económica (Hilsenrath y Zitner, 2020). Los electores aprecian su situación familiar y personal, reflejada en sus ingresos, empleo y bienestar económico en general, y la atribuyen al presidente del gobierno en ese momento.

Pero ese no es el único factor; otras variables en situaciones difusas o sumamente complejas como en las actuales, en que se superponen e interrelacionan múltiples desafíos, como las perspectivas futuras de Estados Unidos en el balance de poder global, pueden influir en los resultados electorales. Las percepciones de los electores sobre las condiciones de la economía en este ciclo son más difusas por los efectos de la manipulación comunicacional y las afirmaciones exageradas y flagrantes mentiras del presidente. La propaganda puede lograr inclinar la balanza a favor o en contra del ocupante de la Casa Blanca. Conflictos internacionales como guerras, intervenciones, e incluso declaraciones sobre amenazas extranjeras -sean o no ciertas‒ consiguen en determinadas circunstancias repercutir en los resultados electorales. Por ejemplo, el jefe del gobierno de un país agredido y en estado de guerra, como declaró George W. Bush después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, recibe un apoyo casi unánime de los ciudadanos, después de unas turbias y hasta fraudulentas elecciones.

Presentar el nuevo coronavirus como un «virus chino» y tratar de culpar a este país y al resto del mundo por el mal manejo de la pandemia en Estados Unidos es una expresión de debilidad, pero es aceptada como cierta por un grupo de electores. Trump ha tratado de presentar esta acusación sin mucho fundamento, el secretario de Estado Mike Pompeo ha insistido en el tema, pero en una elección reñida, cualquier adición o substracción por pequeña que sea puede cambiar el resultado. Sin embargo, al tratarse de su propia enfermedad por el nuevo coronavirus y faltar poco más de un mes para el día electoral, afecta negativamente la percepción sobre el presidente, con la excepción de su sólida base republicana.

Otras acciones de política exterior están entre las posibilidades del presidente con aspiraciones reelectorales para buscar respaldo en algún segmento de electores. El propósito es distraer la atención de las múltiples crisis y problemas internos, para sumar apoyo de los grupos de intereses especiales, o para presentar algún éxito a corto plazo, aunque la realidad no lo acompañe. Naturalmente, esta dinámica política eleva la peligrosidad de un presidente estadounidense en el año electoral, dado el enorme poder que tiene como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. En el orden interno se promete asignar financiamiento para algunos segmentos de la población, para entusiasmar a un grupo de votantes. Entre estas movidas se pueden realizar maniobras provocadoras y despliegues militares, acciones y amenazas contra otros países, usando pretextos como la defensa de la libertad o los derechos humanos, los flujos migratorios dañinos para la seguridad de Estados Unidos, la defensa de la libertad de navegación o el enfrentamiento al narcotráfico.

La política exterior de Trump entre 2017 y 2020 fue reconfigurada de acuerdo a sus propias visiones, enfocada en ventajas de corto plazo e impulsada por la obsesión por el dinero y el desinterés por todo lo demás. «Trump heredó un sistema imperfecto pero valioso y trató de repelerlo sin ofrecer un sustituto. El resultado ha sido un Estados Unidos y un mundo considerablemente peor. Esta disrupción dejará una marca perdurable» (Haass, 2020, p. 24). Cualquiera sea el ocupante del Ejecutivo el 20 de enero de 2020, asumiendo una trasmisión de poder normal y dadas las condiciones de partida, tendrá que enfrentar una crisis económica de gran proporción, la crisis mundial y la pandemia, así como todos los problemas internos sociales, políticos e identitarios, sin desconocer la importancia de las relaciones internacionales y la pérdida de confianza mundial generada por la administración Trump. La alternativa en los marcos del bipartidismo supone continuar la línea destructiva del orden de posguerra, sus instituciones y organizaciones, o tratar de restablecer en las nuevas condiciones una cierta continuidad que reconozca las tendencias políticas precedentes a 2017. De todos modos, lo ocurrido entre 2017 y 2020 tendrá consecuencias perdurables para el futuro de la política exterior de Estados Unidos, que incluso a un gobierno demócrata no le será sencillo, rápido ni fácil revertir.

Es interesante que el lema de Trump sea America first, cuando esa referencia a Estados Unidos primero debiera ser en realidad a los capitalistas de Estados Unidos primero. Al tratar de estimular el crecimiento económico, este gobierno lo hace con una inclinación regresiva, para favorecer a un segmento del capital que marcha contrario a los cambios estructurales, productivos y tecnológicos de la economía, pero no beneficia a los trabajadores o a las capas medias en general, aunque distribuya algunas migajas para estos últimos. La llamada clase media, un sector muy importante y simbólico en el entramado económico, social, político e ideológico de Estados Unidos, se ha visto afectada desde el inicio de la llamada contrarrevolución conservadora en la década de 1980, sufriendo una declinación de sus condiciones de vida. Este proceso de aumento de las diferencias socioeconómicas en la sociedad estadounidense no es nuevo, pero su agudización ha alcanzado niveles muy pronunciados durante el actual gobierno y la crisis económica, la pandemia y otros retos relacionados que lo están empeorando en 2020. Sin duda se trata de explotación y empobrecimiento creciente de los hogares de los trabajadores, cuyas consecuencias para el funcionamiento de su peculiar sistema democrático evidencian más claramente sus falencias en momentos de la crisis económica y sanitaria.

El desafío reelectoral de Trump se complica debido a la mala conducción de su gobierno en el enfrentamiento a la COVID-19 y otros retos relacionados. El estallido de una crisis económica muy intensa, cuyos pronósticos de recuperación son inciertos, pudiera no solucionarse hasta 2021 y complejiza enormemente el escenario. Jeffrey Sachs, notable economista estadounidense, ha catalogado a la administración de Donald Trump de catastrófica y responsable por los cientos de miles de fallecimientos que ha dejado. Sachs ha afirmado que «la única forma de tener una economía viable es controlar la epidemia. El problema es cómo ser efectivo en controlar la epidemia y llevar la transmisión de la enfermedad a niveles muy bajos» (citado por Chotner, 2020). A partir de su experiencia, Sachs no duda en afirmar que «Trump es el peor líder político» que ha conocido en toda su vida.

El reto que atraviesa Estados Unidos en medio del ciclo político electoral y la pandemia ha servido como catalizador a una crisis económica, iniciada entre marzo y abril, y agudizada en el segundo trimestre de 2020, con repercusiones en lo social, político e ideológico. Existen proyecciones sobre el comportamiento de la economía y la pandemia, basados en modelos econométricos que incorporan múltiples variables y descansan en supuestos simplificadores sobre el momento en que podría restablecerse el control de la epidemia y alcanzar la llamada nueva normalidad. Dada la elevada incertidumbre sobre el comportamiento de la epidemia y su eventual control, el fenómeno epidemiológico es representado por distintas curvas, sin que se pueda prever el inicio de la recuperación estable, y mucho menos definir las condiciones a que se enfrentará esa sociedad y el mundo después del fin de las crisis. Esta realidad es todavía más incierta cuando el propio presidente de Estados Unidos sabotea en su discurso y práctica política todas las recomendaciones para el control de la epidemia.

La economía de Estados Unidos tiene un importante segmento en la esfera de los servicios y estos son los más afectados en casos de rebrotes de la enfermedad, que ya en octubre había superado los 200 000 fallecidos y seguía aumentando con tendencia creciente desde septiembre. Un modelo de la Universidad de Washington estimó en 363 000 los fallecidos para el 1 de enero de 2021 (Hellmann, 2020).

Otros expertos, desde distintos campos de la ciencia, advierten sobre las nuevas circunstancias en que funcionarán las sociedades y las relaciones económicas después de restablecerse su funcionamiento; esperan la redefinición de las fuentes de los suministros, procurando las más cercanas y seguras. Se pronostica el aumento de la automatización, la robótica y la inteligencia artificial y las formas de trabajo a distancia. Los servicios, suministros y transferencias monetarias mediante redes se incrementarán, reduciendo adicionalmente las fuentes de empleo. La ocupación de la fuerza de trabajo será modificada, tanto por los cambios en el comportamiento social de los individuos como por las estrategias de los gobiernos y las empresas para reducir sus vulnerabilidades a la pandemia.

Las siguientes páginas buscan explorar algunos aspectos de la interrelación entre la crisis económica en Estados Unidos, la epidemia de la COVID-19 y sus consecuencias sociales y políticas, más allá de noviembre de 2020. Son reflexiones y valoraciones de carácter muy preliminar por el elevadísimo grado de variabilidad y complejidad del escenario del ciclo electoral objeto de análisis.

ANTECEDENTES Y CONDICIONES AGRAVANTES DE LAS CRISIS Y DESAFÍOS DE 2020

Entre los principales antecedentes de la crisis económica de 2020 está la contrarrevolución conservadora -por su carácter regresivo‒, marcada por la victoria electoral de Ronald Reagan al frente de una coalición política conservadora en 1980. El paquete de políticas económicas conocido como reaganomics rechazó el consenso liberal keynesiano que le precedió y comenzó a desmontar distintos componentes del llamado orden liberal de posguerra liderado precisamente por la hegemonía de Estados Unidos. Se apoyó en la liberalización a ultranza del comercio y apertura a los movimientos de capital, acompañada por la desregulación financiera para revertir la caída de la cuota de ganancia mediante la creciente especulación financiera y la explotación de fuerza de trabajo barata internacional. El impulso a la globalización económica dado por estas políticas fue la base de los acuerdos de libre comercio que avanzaron Estados Unidos y otros países a partir de la década de 1990, como modo de darle estabilidad y un marco institucional y regulatorio a esas políticas.

En Estados Unidos el consenso a favor de la globalización fue bipartidista, con mínimos ajustes durante los dos períodos presidenciales de los demócratas William Clinton (1993-2001) y Barack Obama (2009-2017). Todas estas políticas económicas, aplicadas por décadas, tenían entre sus propósitos reducir los salarios de los trabajadores para incrementar los beneficios de las empresas transnacionales, pero no solamente transformaron la economía internacional, sino el tejido socioeconómico interno de Estados Unidos. Estas empeoraron la desigualdad e incrementaron la pobreza, cuyas consecuencias a la larga repercutirían en la sociedad estadounidense y en particular en las industrias manufactureras tradicionales. La configuración de cadenas productivas desplegadas por todo el mundo sobre fuerza de trabajo barata desplazó plantas y empleos manufactureros fuera de Estados Unidos. Este resultado de la llamada globalización económica fue aprovechado por el nacionalismo conservador, lo que permitió la llegada a la presidencia de Donald Trump en 2017.

A finales de 2019, e incluso enero de 2020, sin reconocer todavía la repercusión que tendría la COVID-19 ‒a pesar del rápido avance de la epidemia en China y las advertencias de la Organización Mundial de la Salud‒, existían factores favorables y desfavorables para la economía estadounidense cuando ya el ciclo económico expansivo se estaba agotando. Las condiciones para el estallido de la crisis económica y financiera estaban latentes, y habría reventado de un modo u otro, pero las proyecciones del gobierno y las principales instituciones internacionales no lo pronosticaban. El gobierno de Estados Unidos se encontraba enfrascado en impulsar la economía a toda costa, mediante una política fiscal expansiva en medio del ciclo político electoral, incluyendo inusuales presiones sobre el Banco Central y el presidente de la Reserva Federal para que mantuviera bajas las tasas de interés.

Como es bien conocido, las crisis económicas cíclicas son inevitables en las economías capitalistas, aunque no es posible prever su ocurrencia. El tiempo de la fase expansiva en los ciclos económicos ofrece una idea de su duración probable tomando en cuenta los resultados precedentes. Una expansión en Estados Unidos por diez años es notable, pero tiene precedentes ‒la anterior ocurrió en la década de 1990‒, y cabría esperar que el estallido de la actual recesión no demorara mucho, tal como sucedió, a juzgar por el comportamiento histórico registrado minuciosamente por el National Bureau of Economic Research (NBER) (2020). En 2019 se cumplieron diez años de la Gran Recesión y crisis financiera de 2007 a 2009 y una descomunal crisis económica estalló entre el primero y, sobre todo, el segundo trimestre de 2020.

Antes de la aparición de la COVID-19, existían factores favorables a una recesión y otros que la retardaban, pero no aliviaban las contradicciones subyacentes para la ocurrencia de una crisis económica, sino todo lo contrario. Un elevado déficit fiscal con tendencia creciente, ocasionado por incremento de gastos -entre ellos los militares‒, y reducción de impuestos (para mayor beneficio del sector financiero y las grandes corporaciones), con el consiguiente aumento de la deuda pública a niveles alucinantes del orden de los billones de dólares, significaban una fuerte política económica expansiva. Las políticas desreguladoras contribuían a la creación de burbujas financieras y la guerra comercial, especialmente con China, generó un ambiente comercial negativo. Tratándose de las relaciones entre las dos mayores economías del mundo, cualquier conflicto económico entre ellas tiene una repercusión mundial. Estos desequilibrios y las políticas conservadoras de fuerza, al emplear deliberadamente los instrumentos económicos de poder con fines políticos, crearon resquebrajamientos en la economía mundial y las relaciones internacionales, falta de confianza en el multilateralismo, y aumentaron los riesgos de una crisis económica y los obstáculos para la recuperación debido a la falta de colaboración. Una vez desatada la recesión económica, y aun más por su carácter mundial, es más difícil corregir los desequilibrios para retomar la marcha expansiva.

Asimismo, el empleo masivo de medidas económicas coercitivas y unilaterales para lograr fines políticos y geopolíticos, a tono con enfoques geoeconómicos neoconservadores para los más disimiles propósitos (Blackwill y Harris, 2016, p. 200), han pretendido frenar o controlar los flujos migratorios y subvertir gobiernos, o dañar la estabilidad económica y el crecimiento de las potencias adversarias como China y Rusia. Todo ello ha incrementado las tensiones en las relaciones internacionales y dañado los negocios. El creciente empleo de los instrumentos económicos de poder levanta serias dudas sobre la capacidad de liderazgo político estadounidense y la confianza que se pude tener en este país, incluso en sus más allegados aliados. Este problema se ha extendido sobre su propio sistema de alianzas, incluyendo a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y las relaciones de Estados Unidos con sus más cercanos socios económicos y políticos, como la Unión Europea y Canadá (Rapp-Hooper, 2020). Las condiciones de la globalización económica y financiera y la preponderancia que todavía tiene el dólar como dinero mundial, a pesar de su gradual declinación, le ofrece al gobierno de Estados Unidos la capacidad de coerción política mediante instrumentos económicos (Navarro, 2018).

Pero el financiamiento desmedido para aliviar retos económicos internos puede acelerar el debilitamiento del dólar en la economía mundial. Ello se debe tanto a los cada vez mayores desbalances macroeconómicos internos y externos de Estados Unidos y a la búsqueda por potencias emergentes y sus alianzas de nuevos instrumentos monetarios y financieros para escapar al predominio y privilegios del dólar estadounidense, mediante sistemas alternativos basados en oro, plata y otros recursos estratégicos, variantes de las criptomondas y las transferencias electrónicas dentro del campo de la economía financiera (fintech) (The Economist, 2020a, p. 16). En este terreno se reconocen los avances de la República Popular China, que naturalmente busca disminuir la preminencia que todavía tiene el dólar estadounidense.

A favor de dicha economía en este escenario se podía mencionar el inicial avance parcial en negociaciones comerciales con China, aunque posteriormente se han incrementado las tensiones y esta parece ser la tendencia dominante hasta alcanzar el nivel de una nueva guerra fría. También es destacable haber alcanzado una renegociación ventajosa con Canadá y México para reformar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que ahora se conoce como Tratado México-Estados Unidos-Canadá (TMEC). Otro elemento favorable a la economía estadounidense se deriva de la llamada revolución de los hidrocarburos de esquistos, aunque la caída de los precios del petróleo y el avance de fuentes alternativas debilita este efecto positivo.

Las técnicas de explotación del hidrocarburo de esquisto son muy destructivas para el medioambiente, pero transformaron a Estados Unidos en el mayor productor de petróleo mundial y se llegó a convertir en exportador neto. La modificación de la matriz energética estadounidense ha tenido no solamente implicaciones comerciales, sino también geopolíticas de enorme trascendencia para las relaciones de Rusia con Alemania en Europa y para la situación económica de Venezuela, acosada por el recrudecimiento del bloqueo económico y financiero (Blackwill y O´Sullivan, 2014, p. 104). Ante este escenario, cabe explorar si dicha tendencia es sostenible y por cuánto tiempo, si bien las condiciones poscrisis no son del todo halagüeñas.

Los cambios en los flujos internacionales de hidrocarburos tienen una gran trascendencia geopolítica y están en juego en la presente crisis. Países considerados adversarios por Estados Unidos, como Rusia, Irán y Venezuela, son muy dependiente de los ingresos por la exportación de petróleo. La caída de los precios del petróleo por la enorme disminución de la demanda mundial afecta la explotación del petróleo de esquisto, dado su mayor costo. Por esta razón, se espera la reducción en un 50 % de estas producciones en Estados Unidos respecto a 2019, y así retorna a la condición de importador neto de crudo a partir del tercer trimestre de 2020 (U. S. Energy Information Administration, 2020).

Las crisis económicas cíclicas son endógenas del capitalismo, y ocurren para aliviar sus contradicciones y desequilibrios en el proceso de reproducción del capital. En este caso, se acrecientan las contradicciones internas por las políticas aplicadas por la administración Trump -conservadurismo nacionalista‒ y la transformación en pandemia de la COVID-19. La paralización abrupta de la economía fue determinada por las políticas de confinamiento y aislamiento físico-social para el control de la pandemia, pero las crisis económicas no existen en un vacío, sino en determinado sistema económico, político y social, con gobiernos específicos con intereses, valores y objetivos subordinados a las clases dominantes ‒en el caso del imperialismo estadounidense a los sectores de la oligarquía financiera‒, que establecen políticas para lidiar con estos desafíos

El enfrentamiento a la pandemia desatada por el nuevo coronavirus constituye un reto para cualquier gobierno, pero para el caso estadounidense las dificultades son mayores por las propias características de su sistema político y económico. El sistema federal fragmenta la autoridad del Estado en lugar de propiciar la colaboración en la aplicación de las políticas entre gobiernos estaduales y el gobierno federal. A ello se agregan peculiaridades de la atención médica y hospitalaria, dominada por el sector privado, los seguros y los grandes oligopolios de la industria farmacéutica, que no garantizan una salud pública universal. Ante una epidemia de este tipo, se requiere una alta coordinación y centralización de políticas de cooperación, en lugar de exacerbar la competencia política por motivaciones económicas y electorales.

Las características propias de la personalidad del presidente Trump, que interviene en las decisiones referidas al enfrentamiento de la COVID-19, con posturas ególatras, desconociendo y contradiciendo a los científicos y expertos sobre estos problemas, entorpece la solución de los desafíos de salud, sociales y económicos de la pandemia. Donald Trump ha llegado a realizar las más insólitas y descabelladas recomendaciones sobre supuestos procedimientos para la erradicación de la epidemia, que lo han llevado del absurdo al ridículo. El propósito ha sido electoral, para ganar apoyo en encuestas y minimizar el problema en la mente del mayor número de votantes, pero el resultado podría ser contrario a sus aspiraciones políticas y a las del partido republicano.

El objetivo cortoplacista de reiniciar la economía sin tener en cuenta las recomendaciones de los científicos, con independencia del costo en vidas humanas, es muy peligroso para la evaluación política de la capacidad de liderazgo del presidente ante un desafío de tal magnitud. Evidentemente, existe una contradicción entre los intereses económicos y políticos de Trump, y el interés social de controlar la epidemia, salvar vidas y restablecer el funcionamiento de la economía de modo adecuado.

La agudización de la actual crisis económica ha sido vertiginosa por las propias características epidemiológicas del virus y las contradicciones y tensiones económicas, sociales y políticas subyacentes acumuladas. La gravedad y prolongación de la crisis de salud en Estados Unidos se ha debido al tardío reconocimiento de los peligros que entraña la COVID-19, el desastroso manejo de la epidemia por el gobierno estadounidense y las características del sistema económico, político y de salud, portador de contradicciones endógenas agravadas por las políticas actuales y las que le precedieron (Packer, 2020).

DEUDA PÚBLICA, DESEQUILIBRIOS MACROECONÓMICOS Y ALGUNAS CONSECUENCIAS

Las principales proyecciones del comportamiento de la economía de Estados Unidos a finales de 2019 y principios de 2020 consideraban que continuaría el crecimiento y los relativamente reducidos niveles de desempleo (por debajo del 5 %). Estos indicadores encubrían la baja utilización de la fuerza de trabajo de un poco más de 63 % de la población mayor de 16 años. De hecho, los pronósticos en marzo del 2020 estimaban la disminución del PIB de Estados Unidos en ese año en apenas 0,1 %, como parte de la afectación debido a la caída de la economía china principalmente (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, 2020, p. 2).

Ya en el mes de abril las evaluaciones aportadas por el Fondo Monetario Internacional consideraron que la crisis económica del 2020 como resultado de la pandemia de la COVID-19 era mundial y se esperaba que fuera la peor desde la famosa Gran Depresión de la década de 1930. Estados Unidos comenzó a percibir las primeras afectaciones entre marzo y abril de modo muy acelerado. En abril más de 20 millones de trabajadores habían solicitado beneficios por desempleo, lo que significó una tasa de desocupación de alrededor del 15 % (Casselman, 2020). Según los datos iniciales, se trataba de una recesión gigantesca, pero todavía con gran incertidumbre en su evolución. No se sabía si la crisis duraría doce meses, o quizás más, ni si sus consecuencias se extenderían como depresión y superarían definitivamente a la Gran Depresión. Algunos analistas consideraban esta crisis como una secuela de la de 2007-2009, pues durante la expansión 2009-2019 no habían quedado resueltos los desequilibrios originados en la recesión precedente (Chesnais, 2020). La Oficina de Estadística Laboral del gobierno estadounidense (Bureau of Labor Statistics, 2020a) estimó que el desempleo de abril fue de 20,5 millones de desempleados (14,7 %). Estos datos casi superaron el record histórico de desempleo en la famosa crisis de la década de 1930.

El balance preliminar de los principales indicadores muestra el mayor descenso en el PIB en el segundo trimestre de 2020, con un menos 31,4 %, y en el primero fue de menos 5 %. Aunque el segundo trimestre fue el peor de la crisis y algunos auguraban una rápida salida de esta, las complicaciones por lo rebrotes y el agotamiento de los financiamientos oficiales han ensombrecido el escenario para finales del año. Los ingresos personales disminuyeron un 2,7 % en agosto, lo que no permite considerar una recuperación (Bureau of Economic Analysis, 2020a).

La estadística mostraba cierta recuperación en el empleo después de los desastrosos registros de abril, pero posteriormente los aumentos en la creación de puestos de trabajo se frenaron, aunque el índice general de desempleo se redujo de 14,7 % en abril a 7,9 en los mismos términos en septiembre (Bureau of Labor Statistics, 2020b), en parte por razones estructurales y porque la estadística oficial sobre el desempleo no muestra la desaparición de puestos de trabajo, fenómeno que sobre todo afecta a las mujeres y a las llamadas minorías. El empeoramiento de la epidemia en los meses finales del año, y sobre todo durante el invierno, debe subir la gravedad de los casos, el número de fallecidos y los obstáculos en el restablecimiento del empleo. Según datos del Departamento de Trabajo del mes de septiembre, se generaron 661 000 empleos, cifra inferior a la esperada, y todavía había alrededor de 11 millones menos de trabajos respecto a la etapa anterior al inicio de la crisis, mucho peor que las pérdidas de empleo en la recesión anterior (2007-2009) de 8,7 millones de empleos en los mismos términos. Ello sugiere la necesidad de aprobar un nuevo paquete de ayuda, pero las discrepancias políticas en cuanto a su magnitud y destino obstaculizan su aprobación y ejecución a muy poco tiempo para las elecciones. La situación de crisis económica y su recuperación no se reflejan adecuadamente por la cifra menor de desempleo de 7,9 % en septiembre, sino por la expulsión de fuerza de trabajo ‒aquella que no se restablece‒, calculada en 3,8 millones de empleados (Casselman y Friedman, 2020).

La participación de la fuerza de trabajo se ubicó en 61,4 % en septiembre, y el número de pérdidas permanentes de sus trabajos se incrementó en 345 000, para alcanzar los 3,8 millones. Tampoco fue positivo el número de personas que abandonaron sus empleos, que aumentó a 801 000. Las diferencias en el desempleo en porciento, entre los principales grupos registrados por la estadística, fueron de 7,7 para hombres y mujeres adultos, 7 para blancos, 15,9 para adolescentes, 12,1 para afronorteamericanos y 10,3 para hispanos (Bureau of Labor Statistics, 2020b).

De lo que no hay duda es que la actual crisis, sin haber terminado, supera a la entonces llamada Gran Crisis de 2008, según algunos cálculos preliminares en casi tres veces. Se espera que la debacle del PIB estadounidense sea entre 3,5 y 4,8 por ciento de la tasa anualizada ‒dependiendo de los distintos escenarios‒. Eso contrasta con la proyección de China, país en que se inició la epidemia a finales de 2019 y todavía se espera tendrá un crecimiento muy pequeño en el entorno de 1 % a 2 % en 2020, pero crecimiento al fin (The Economist, 2020b, p. 76).1 Estas previsiones parten del supuesto, probablemente optimista, de que las dificultades no se extiendan hasta finales de 2020, e incluso ni alcancen el 2021. Según sea la eficacia en el enfrentamiento a la COVID-19, la curva de la recuperación será más lenta, o puedan provocarse recaídas, si se presentan nuevos brotes de la epidemia (Gopinath, 2020). Al respecto no hay nada seguro ni definitivo.

Cualquiera sea la forma de la curva de recuperación y sus plazos, las crisis económicas exacerban los problemas socioeconómicos preexistentes en la economía. Los conflictos sociales, raciales y políticos alcanzan su punto máximo. En un país como Estados Unidos, las diferencias socioeconómicas son consistentemente desfavorables para los afronorteamericanos, los latinos, las mujeres y los jóvenes en todos los indicadores, también se reflejan de manera desproporcionada en los enfermos por la COVID-19 y en los fallecidos. Las políticas conservadoras de esta administración han aumentado las desigualdades históricas, sin poder revertir la desindustrialización del país.

De esto último se responsabilizó a la globalización y a las cadenas internacionales de suministro, cuando en realidad no se aplicaron políticas públicas para compensar esos procesos. Joseph Stiglitz (2019) ha escrito, refiriéndose a la concentración de los ingresos y las riquezas en un grupo cada vez más reducido de personas y las consecuencias de ello, no solamente económicas, sino políticas: «Parece que evolucionamos de manera resuelta hacia una economía y una democracia del 1 %, por el 1 % y para el 1 %» (p. 59). La desigualdad no es un problema nuevo de la sociedad estadounidense, pero se ha venido agravando y declina aun más en medio de las crisis. Packer (2020) indica: «La desigualdad, la fuerza fundamental e implacable en la vida estadounidense desde finales de la década de 1970, empeoró».

La administración de Trump introdujo una revisión a las políticas conservadoras iniciadas desde 1981. Modificó los términos de la globalización neoliberal y revisó o rechazó algunos acuerdos de libre comercio, si bien le dio continuidad e incluso reforzó las políticas desreguladoras en la esfera financiera y en el medioambiente. Tales políticas favorecen a muy corto plazo a sectores como la producción de petróleo, el carbón y la industria automovilística -al eliminar las exigencias establecidas sobre el consumo de combustible y la contaminación‒, pero ocasionan perjuicios económicos, sociales y medioambientales. El incremento de la contaminación acelera el cambio climático, y aunque no se pueda probar la existencia de una relación directa e inmediata entre estos procesos y las epidemias, plagas y virus mortales, entre otros fenómenos aparentemente inconexos, son consecuencia también -al menos en parte‒ de la ausencia de una política medioambiental responsable.

La visión imprudente de Trump sobre la epidemia y las predicciones de una rápida recuperación son infundadas, como es obvio. Es cierto que las medidas de confinamiento y cierre de fronteras frenan la economía y generan desempleo. De modo superficial podría suponerse una rápida recuperación económica una vez suprimido el confinamiento y el distanciamiento físico sin tener en cuenta una estrategia adecuada para el control de la epidemia. Sin embargo, la realidad es más compleja y favorece una estrategia centralizada con bases científicas. El restablecimiento del trabajo, su productividad y las cadenas de suministros se repondrán de modo lento, debido a que las empresas tratarán de reducir vulnerabilidades mediante proveedores más cercanos y preferiblemente de la economía interna. Ello eleva los costos del factor trabajo, reduce la productividad y aumenta los precios de la comercialización. El resultado de esta recuperación depende también de las afectaciones sociales y psicológicas de los trabajadores, que pueden sentirse desestimulados, con traumas que afecten el proceso de reincorporación. Son seres humanos en relaciones sociales de producción explotadoras, que acaban de atravesar por una situación muy traumática. Es previsible que tanto la cohesión social como la confianza en el liderazgo del gobierno se verán afectados (Eichengreen, 2020).

El empleo indiscriminado de tarifas aduaneras para asuntos de política, como la guerra comercial con China, tampoco es beneficioso ni ha contribuido a mejorar la posición del saldo comercial estadounidense. Las previsiones son a la agudización de este conflicto. Estados Unidos mantiene un déficit consistente en el flujo neto de inversiones (Palmer, 2020). Su posición respecto al resto del mundo ha seguido aumentando y expresa un valor negativo, lo que significa un estado deudor de cerca de los 15 billones de dólares, hasta el segundo trimestre de 2020 (Bureau of Economic Analysis, 2020b). Es un país deudor porque su deuda pública es financiada por capital extranjero, lo que hasta ahora es una fortaleza, pero constituye una vulnerabilidad a futuro. No existen razones para que la pandemia, la crisis económica y el resto de desafíos sociales, políticos e ideológicos asociados puedan contribuir a mejorar el balance comercial ni financiero, sino todo lo contrario.

El déficit fiscal ha tenido un empeoramiento progresivo y en 2019 se gastaron 1,06 mil millones de dólares por encima de los ingresos, lo cual se adiciona a la deuda pública que alcanzó 23,3 billones de dólares. Si bien el monto de los ingresos al presupuesto aumentó, el incremento de los gastos fue muy superior comparado con el año precedente.

El presidente Trump ha planteado que el crecimiento económico incrementaría los ingresos y compensaría la reducción impositiva de 2017, pero ello es una ficción. Sin embargo, la economía creció 2,9 % en 2018 y se desaceleró a 2,3 % en 2019. El déficit fiscal y la deuda federal continuaron aumentando antes de la COVID-19 y la crisis económica. Debido a los cuantiosos paquetes de salvamento aprobados, se considera, de manera conservadora, que el déficit fiscal se incrementará en 25 % y alcanzará 1,1 billón de dólares (Cox, 2020).

El gobierno ha entregado multibillonarios paquetes de rescate. Ello acrecienta el fardo de la deuda, que tendrá efectos sobre el bienestar social a largo plazo. De acuerdo a las estimaciones del Comité para un Presupuesto Federal Responsable (Committee for a Responsible Federal Budget, [CRFB]), los déficits presupuestarios sumarán más de $ 3,8 billones (18,7 % del PIB) en 2020, y $ 2,1 billones (9,7 % del PIB) en 2021. Esta institución proyecta que la deuda pública excederá el tamaño de la economía para fines del año fiscal 2020 y eclipsará el récord anterior establecido después de la Segunda Guerra Mundial en 2023 (CRFB, 2020).

Aunque hay bases para la continuidad en determinadas líneas estratégicas de política, los cambios se expresan en las alternativas de llevarlas a la práctica y sus discursos. Cabe esperar una importante ruptura en el orden internacional y permanencia en las políticas unilaterales extremas con amplio uso de instrumentos económicos coercitivos en caso de reelegirse Trump; y un cierto regreso a las tendencias multilaterales con mayor empleo de instrumentos de poder blando establecidas antes de 2017, si Biden llegara a la presidencia. Ello se debe a la necesidad de cumplir con los intereses y objetivos del imperialismo, ajustado a factores y circunstancias actuales transadas por las distintas tendencias políticas existentes en Estados Unidos, que no han logrado un nivel de consenso sino un alto grado de discordancias dentro de los sectores de la clase dominante. Aunque con variaciones en el empleo de instrumentos de poder, discursos y estilos de gobierno, quien sea el próximo presidente estadounidense parte de las mismas condiciones, y debe enfrentar el escenario de restablecimiento de una de las mayores crisis económicas de su historia, interrelacionada con la pandemia de la COVID-19 y los otros desafíos sociales, políticos e ideológicos que se han manifestado en 2020.

CONSIDERACIONES FINALES

Las múltiples crisis y desafíos estrechamente interrelacionados en medio del ciclo electoral han creado un escenario propicio a cambios y reajustes en un sistema económico, político e ideológico que muestra tensiones y problemas a distintos niveles. El año electoral 2020 en Estados Unidos ha sido complicado por dos crisis entrelazadas: la pandemia de la COVID-19 ‒una auténtica crisis de salud global‒ que desató la crisis económica más profunda de la economía mundial y de Estados Unidos en un poco más de siete décadas. Ambas crisis tienen una relación estrecha; aunque la crisis económica eclosionó por las medidas para controlar la epidemia, tiene su raíz en contradicciones sistémicas y estructurales del capitalismo. En el caso del imperialismo estadounidense, los problemas se han acrecentado en el período de expansión económica, porque ni siquiera lograron solucionar los desequilibrios de la crisis económica y financiera de 2007-2009.

Los desafíos económicos y las tensiones sociales y políticas de Estados Unidos no son atribuibles exclusivamente a la administración de Donald Trump, ni al ajuste conservador-nacionalista y reaccionario efectuado por este, pero han sido un agravante. El trumpismo ha favorecido el aumento del déficit fiscal, la deuda pública, la continuidad en la concentración de los ingresos y la riqueza del país en muy pocas manos. No ha reducido el déficit comercial ni ha mejorado los problemas del empleo manufacturero, como prometió.

La concentración de la riqueza y los ingresos constituye un problema económico social, debido a que la creciente deuda de los hogares limita la demanda agregada y afecta el ritmo de crecimiento económico. Pero también es un reto para el sistema político estadounidense. La crisis social, racial y del sistema político es consecuencia de la cada vez mayor división socioeconómica y clasista por la concentración de la riqueza y el poder en muy pocas manos, así como de la falta de consenso al interior de la clase dominante, la ausencia de funcionalidad del bipartidismo, e incluso del sistema electoral.

La aprobación de cuantiosos paquetes de financiamiento del orden de los billones de dólares para aliviar coyunturalmente los efectos de la crisis económica y sanitaria mediante la expansión fiscal y monetaria constituye un riesgo para la estabilidad del sistema económico, social y político, porque no resuelve las causas de los problemas, sino que las trasladan al futuro. Tales medidas anticrisis incrementan las dudas sobre la estabilidad y sostenibilidad estadounidense como líder económico mundial, y el papel del dólar dentro del sistema monetario y financiero global a más largo plazo.

La actual crisis ha puesto en evidencia la necesidad del multilateralismo, las organizaciones multilaterales, la negociación diplomática y la colaboración internacional, pero la política de Trump ha sido contraria a ello. Este rasgo del trumpismo afecta seriamente la confianza en su liderazgo y obstaculiza las posibilidades de una salida exitosa de la crisis, que pudiera convertirse en una situación depresiva por varios años. En la postura política del presidente Trump existe una clara contradicción entre sus intereses, focalizados en reiniciar la actividad económica y cesar el distanciamiento lo antes posible por motivaciones electorales, y no en el enfrentamiento a la epidemia basado en el conocimiento científico. Es notable cómo estos expertos en temas de salud han sido desconocidos y marginados del proceso de toma de decisiones para enfrentar el virus, una precondición a la salida de la crisis económica. Las decisiones al respecto se han convertido peligrosamente en un componente político.

Las crisis que se enfrentan en este momento son profundas y de gran complejidad. Se espera que las rupturas en las cadenas de suministros globales y las relaciones económicas internacionales resultado de la pandemia y la crisis económica global tengan una gran trascendencia y perdurabilidad que podría extenderse más allá de 2021. Factores objetivos y subjetivos sobre el empleo, las formas de trabajo, la robótica, la automatización y la inteligencia artificial en los procesos productivos y de la vida en general serán privilegiados en el proceso productivo, los servicios y en la economía internacional.

La tendencia al conflicto entre potencias como parte de la estrategia de seguridad nacional de Trump, la ruptura o renegociación de acuerdos de libre comercio y el rechazo y abandono de acuerdos multilaterales sobre armas y medioambiente perjudican la posición de Estados Unidos en el balance mundial de fuerzas. El énfasis puesto en ambiciones geopolíticas y geoeconómicas ‒guerras económicas, bloqueos, medidas económicas coercitivas‒, con el empleo indiscriminado de los instrumentos económicos de poder, no generan confianza y hacen más difícil el restablecimiento de la economía global y las relaciones internacionales en el escenario posterior al fin de la pandemia y la crisis económica.

Las anteriores tendencias políticas de Estados Unidos, de no ser corregidas al menos parcialmente por un gobierno demócrata, deben acelerar el proceso de declinación de su poder relativo frente a las potencias emergentes y el resto del mundo. El liderazgo político estadounidense requiere de una estrategia más balanceada y realista, que pueda ajustarse a las condiciones concretas del equilibrio de fuerzas para mantener espacios de colaboración internacional y coordinación de política con sus aliados, e incluso con las consideradas potencias adversarias.

Tanto el registro histórico como una literatura específica reconocen la relación entre el comportamiento de la economía y los resultados electorales para un presidente en busca de su reelección. Dada la gravedad de las crisis actuales en Estados Unidos y asumiendo la exclusión de los factores perturbadores, deberían favorecer la victoria del candidato demócrata Joe Biden. Sin embargo, existen otras variables como las percepciones sobre el manejo político de la crisis y acontecimientos inesperados que podrían influir en las elecciones. Las maniobras de supresión de votos, la corrupción y la manipulación mediática han sido tan significativas que enturbian no solamente el escenario electoral, sino incluso las tendencias de continuidad y cambio en la política de Estados Unidos después del 20 de enero de 2021.

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Notas aclaratorias

1 Con posterioridad se conoció que la economía china creció en 2020 un 2,3 %, y la de Estados Unidos decreció en la misma proporción (Chen y Lee, 2021).

Recibido: 11 de Septiembre de 2020; Aprobado: 23 de Septiembre de 2020

* Autor para la correspondencia: luis.fernandez@ciei.uh.cu

Conflicto de intereses

El autor declara que no existen conflictos de intereses

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