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Revista Cubana de Medicina General Integral

versão impressa ISSN 0864-2125versão On-line ISSN 1561-3038

Rev Cubana Med Gen Integr v.14 n.2 Ciudad de La Habana mar.-abr. 1998

 

 

Página cultural

Eros, arte y creación*

Miguel Lugones Botell1 y Tania Quintana Riverón2

  1. Especialista de I Grado en Ginecología y Obstetricia. Policlínico Docente. "26 de Julio", Playa. Ciudad de La Habana.
  2. Residente de Endocrinología Pediátrica. Instituto de Endocrinología y Especialista de I Grado en Medicina General Integral. Ciudad de La Habana.

"Escribir es un modo del eros..."
Roland Barthes
Si un tema ha sido característico en el arte desde que éste existe es el que está relacionado con el amor. Lo mismo en las Santas Escrituras que en la historia profana de los primeros y los más grandes pueblos del mundo ya hay referencia a éste. No existían sobre la tierra más que un hombre y una mujer y ya hubo entre uno y otro una complicidad de seducción. No había más que 3 y ya se contaron un viejo perjuro, un fratricida y una víctima inocente. Nemrod funda la esclavitud, poblaciones enteras entregadas a los vicios perecen por el fuego del cielo, y el lago Asfaltites sumerge en sus aguas empozoñadas los restos de Sodoma y Gomorra; Loth cohabita con sus propias hijas y también ya desde la antigüedad Ovidio y Horacio celebraron en versos pomposos el incesto y el adulterio.

Los orígenes del arte erótico, cuyas imágenes lo invadieron desde sus comienzos, se encuentran -como los de todo arte- en la creencia y el ritual mágico, muy poco relacionado con el placer individual.1 Por que el erotismo no es sexo en bruto. Mientras la sexualidad es animal, una función natural fundamentalmente; el erotismo se despliega en la sociedad; está transfigurado por la imaginación: rito, teatro, etcétera.

En las culturas primitivas en función del artista era el de un dador de la vida. La cualidad más importante de la obra no era su belleza o su parecido con la realidad, sino su potencia mágica, su posesión de vida independiente y su influencia sobre el mundo circundante.1

La visión del arte como forma de generación mágica continuó en las creencias y prácticas de culturas posteriores más evolucionadas.1 La historia de que Adán fue creado "del polvo de la tierra", como aparece en el Génesis, ejemplifica tal sobrevivencia y así lo hacen las efigies talladas por los egipcios, que pretendieron servir como sustitutos de cuerpos para las almas de los muertos sin hogar. El término descriptivo de los egipcios para el escultor era el de "aquel que se mantiene vivo".
Según el mito griego, Dédalo,2 el inventor de la escultura, hizo figuras tan poderosamente vivas que tuvieron que encadenarlas a sus bases, y Pigmalión talló la estatua de una doncella que con la ayuda de Atenea tomó vida bajo su cincel y con el tiempo llegó a ser su desposada.

Entre las representaciones conocidas más antiguas del cuerpo humano, que datan de la Edad de Piedra, hay esculpidas pequeñas figuras y relieves de mujeres con mamas y caderas muy acentuadas. Algunas parecen representar mujeres embarazadas, y es probable que estas imágenes fueran hechas para propiciar la fertilidad de la tribu y la grey.1 No trataron de ser sólo copias de la realidad, sino de ser la realidad misma, llevadas a un ser real fuera de la materia muerta en la realización mágica de un deseo. Su carácter sexual era doble: ser instrumentos de fecundidad y, a la vez, productos de un proceso parecido a la reproducción humana.

Señala Población del Castillo3 que el instinto sexual quedó patente en numerosas esculturas y dibujos prehistóricos, como el llamado arte antidiluviano en el que Wiegres ha insistido en poner de manifiesto el conocimiento de la anatomía genital femenina en el cuaternario, como las venus auriñacienses, que con sus anchas caderas y vientre péndulo, son como un canto a la maternidad.3

Hay abundantes referencias sexuales en el arte prehistórico y primitivo que no reflejan un talante de hedonismo descuidado en las primeras civilizaciones, sino un interés por las apremiantes necesidades humanas y más en particular por la preservación de la vida misma.1 Todo el arte sexual de esta etapa era un arte mágico.

Existe una escultura de sólo 11 cm de altura que representa una mujer del período paleolítico y que se conserva en el Museo de Viena a la que se le da una interpretación actual de una diosa de la fecundidad, más que una simple figura erótica, en la que se ven muy marcados los caracteres sexuales, grandes caderas, pechos voluminosos y todas las características femeninas.4 Modelos de este tipo se han encontrado en diferentes cuevas, como las de Les Combarelles, Lausel y Laugerie Basse. El conjunto de obras y de imágenes sexuales sirvió para explicar los orígenes misteriosos de la vida humana, el movimiento del sol y la luna, el ciclo de las estaciones y la existencia del hombre después de la muerte.4

Mucho antes de que el Cristianismo viniera a revelar sus grandes secretos de civilización, los hombres rendían un culto idolátrico a los objetos materiales que impresionaban más directamente sus sentidos, y se puede asegurar que mucho tiempo antes no había otro culto que el de los símbolos. La divinidad que presidía a la reproducción de la especie humana, milagro de todas las épocas, merecía el homenaje más vehemente. Ese vago deseo que precede a la unión de dos amantes, la voluptuosidad que acompaña a esta unión, la dulce languidez que la sigue, todo recibía un nombre, un alma, un atributo y el amor fue considerado como Rey de los Cielos por las aclamaciones del mundo.

Los símbolos sexuales adornaron instrumentos de todo tipo y fueron usados como fetiches o amuletos. También se han encontrado representaciones de actos sexuales en dibujos de las cuevas neolíticas, en el arte aborigen de Australia y Africa, etcétera.1

Desde la prehistoria, los objetos de culto a menudo han recibido la forma de los órganos sexuales. Ese culto que nació con el primer sentimiento del amor, consagró, en primer término, el emblema de la virilidad. Hoy mismo los árabes lo ponen por testigo cuando quieren hacer una promesa solemne y los campesinos de la Pouille le llaman el miembro santo. Se hacía una divinidad que precedía sucesivamente el himeneo, la fecundación, los placeres del campo, los ruiseñores, los bosques, las fuentes...

Según Díódoro, Plutarco, Pausianas, San Jerónimo, Orígenes y otros escritores antiguos y modernos, el culto al Falo o el signo Príapo se remonta a la historia de Osiris. He aquí un fragmento de esta historia:
 

"Osiris, príncipe de Egipto, esposo de Isis, partió para una guerra lejana, dejando a su hermano Thypon el cuidado de gobernar sus estados durante su ausencia. Este engañó cruelmente su confianza. Buscó ampararse del trono y sobornar a su cuñada. Osiris a su regreso, se esforzó en retener a su hermano por la dulzura y los buenos procedimientos; pero el traidor ocultando su perfida bajo la máscara de la hipocresía, concibió el horrible proyecto de hacer perecer a su rival. Al efecto lo invitó a un gran festín, al que asistieron muchos oficiales de su corte que le eran adictos. Después de la comida se llevó un gran cofre y Typhon propuso a cada convidado que se metiera en él y llenara su interior. El fue el primero en intentar la prueba. Cuando le llegó el turno a su hermano, los conjurados se precipitaron encima y lo cerraron. El cofre fue arrojado al Nilo con la víctima."
"Isis desconsolada recorrió las riberas del río con la esperanza de encontrar sus restos; al fin, supo que estaba en Fenicia, allí se trasladó, lo encontró y lo llevó a Egipto. Pero el implacable Typhon arrebató el cuerpo de su hermano e hizo cortarlo en numerosos pedazos que se dispersaron por diversos sitios. La desgraciada Isis los recogió con cuidado, los hizo dar sepultura y consagró los órganos genitales que no pudo encontrar.". A su muerte, que ocurrió poco después de este suceso, los egipcios la elevaron, así como a su esposo, al rango de los dioses, instituyendo en su honor fies
tas y misterios. Se llevó la representación del Falo de Osiris consagrado por Isis en procesiones públicas y el culto del emblema del amor conyugal llegó a ser bien pronto general en Egipto.

Herodoto habla de una fiesta que se celebraba entre los egipcios y griegos, Pompa Phalli, y añade que las mujeres colgaban a su cuello pequeñas figuras representando el signo de la virilidad.5 Osiris vino a ser en el espíritu de los pueblos el símbolo del Sol, generador de toda Naturaleza y, es notable, que todas las religiones antiguas estén acordes en la misma doctrina, no diferenciándose más que en la liturgia. Los scitas, egipcios, fenicios, persas, babilonios, indios, griegos, etruscos y romanos estuvieron de acuerdo con este punto. El célebre culto de Mithra no es otro que el del Sol, el de Osiris, el de la virtud fecundante. Fue lo mismo que los de Baco, Apolo, Vesta, etc. El Zend-Aresta es el libro de una religión parecida, como su nombre indica: fuego viviente. Por último, ese mismo culto ha seguido el curso de la civilización para llegar a nosotros y se ha manifestado de diferentes formas. En muchas localidades está aún en uso encender grandes fogatas la víspera de San Juan, día de la mayor exaltación del Sol, éste es el solsticio de verano. Esta costumbre se conservaba no hace mucho en París y la historia de Dulaure dice que los reyes de Francia consideraban un deben asistir a la fiesta. Los fenicios transmitieron el culto de Osiris a los pueblos de Oriente.

Los comienzos de la civilización griega y romana ofrecen ejemplos impresionantes de la influencia de cultos a la sexualidad. Los campos y rebaños de la Grecia rural estaban custodiados por pilares o estatuas con representaciones sexuales. Pan, Sileno y los sátiros lujuriosos eran exhibidos a menudo en estado de excitación sexual e invadieron las artes y el teatro desde su creación. Hasta se creía que Fauno, Dios latino del ganado, y Fauna (su contraparte femenina) espiaban en los campos y bosques, y eran incorporados en imágenes expresivas de la sensualidad animal.1

El desenfreno de los espíritus de la Naturaleza, la persecusión de las mujeres, etc., suministraron temas para el drama, la pintura y la escultura.

Las obras de arte de índole sexual, inspiradas en el culto y pertenecientes a etapas y regiones diferentes y hasta muy distantes, muestran enormes variedades de tipos y estilos, pero tienen en común que cada una tiende, dentro de su propio ambiente cultural, hacia la abstracción formal y la repetición del estereotipo que caracteriza al arte primitivo o arcaico en todas partes. No expresan la individualidad de artistas particulares, sino incorporan las reglas establecidas para el arte y para el sexo por las diferentes civilizaciones que las produjeron.1 En esto reflejan las restricciones que limitan al arte primitivo.

Lentamente las convenciones en desarrollo y no la voluntad individual de los artistas gobernaron los temas y el estilo. De igual manera todas las culturas primitivas limitaron la expresión de la sexualidad. Los hombres y las mujeres no eran libres de actuar de acuerdo con impulsos individuales. Así, el tratamiento del sexo en el arte permaneció bajo una doble limitación a través de la mayor parte de la historia, que en la etapa medieval alcanzó su máxima expresión, donde permaneció marginada. En esta etapa los temas sexuales en raras ocasiones entraron al arte sin sanción cristiana y cuando tenían que mostrarse cuerpos desnudos, como en las escenas de la Caída de Adán y Eva o de El Juicio Final, se esquematizaban para quitarles cualquier matiz de sexualidad.

Pero volvamos a los tiempos griegos donde la mitología se llena de dioses y diosas femeninas, ensalzándolas filósofos, artistas y políticos, y en el teatro de la cultura no podemos dejar de nombrar a Safo con sus cánticos de amor. En la mitología griega Eros representa la fuerza atractiva, que agrega y combina elementos, la fuerza creadora que anima al mundo, y por ende la pasión amorosa. Al personificarse este principio abstracto, se hizo de Eros el Dios del Amor. Como tal, pasó a la mitología romana con el nombre de Cupido. Los poetas helenísticos, siguiendo una concepción que ya apunta en Anacreonte, aluden a él como un Dios que castiga y causa tribulaciones a los que intentan resistir a su influjo. Se le tributaba culto en varias ciudades de Grecia, principalmente en Tespias, donde le erigieron un templo con estatuas de Praxiteles. Safo le compara al viento, que llega de improviso; lo llama "amargo y dulce a la vez". En las artes plásticas se le representó durante el período Arcaico como un joven, en el período clásico es un muchacho, y un niño en el período helenístico. En Samos se le adoraba como al dios de la Libertad, asunto interesante, pues el amor siempre se opone a todo tipo de tiranías.6

En este mundo mitológico al que hacemos referencia, los dioses fueron clasificados en muchos órdenes y los más poderosos, entre ellos Venus, precedían a los placeres de los sentidos, a los goces físicos. Júpiter mereció el primer puesto en el palacio de los dioses porque estaba considerado como el más poderoso atleta en los combates amorosos. Por causas parecidas mereció Hércules la apoteosis.

Como ya señalamos, se crearon divinidades de mujeres y es preciso creer que con objeto de satisfacer las pasiones de los hombres, los campos y los bosques fueron poblados de creaciones tan bellas como apasionadas de ninfas amables y voluptuosas, hijas del Océano, fecundaban las plantas, entre ellas, las orcades presidían a las montañas, las dríades a las florestas, las hemadriades a los árboles, a las que estaban unidas sin poder separarse, las náyades a los ríos y las nereidas a las olas del mar.

Entre este cortejo de divinidades, las más lascivas eran a propósito para excitar el genio ardiente de los poetas de Egipto, Grecia y Roma.

Dos cuadros, llamados Polignote y Parrasius han sido citados por Pausanias y Plinio como excelentes en ese género de composición.

En el arte griego del período helenístico, la obra de tema erótico y estilo con carga erótica, constituyó una especialidad principal realizada por muchos artistas, algunos de ellos muy talentosos.5 De esta etapa es "Afrodita, la llamada Venus de Médici". La importancia del período helénico en el desarrollo del arte erótico no radicó tanto en la originalidad de la obra que produjo, sino en la formación de un vasto repertorio secular que influyó en el arte erótico posterior de Europa, sobre todo de Roma,7 y dejó sus huellas en el arte de lugares tan disímiles como África del Norte, el Medio Oriente y la India. Los rasgos helénicos caracterizaron para siempre la mera noción de la belleza física y la atracción.

Como hemos señalado, la licencia erótica del arte no avanzó sin oposición. Entre las poblaciones más ligadas a la tradición del Imperio, siempre estuvieron presentes corrientes de resistencia. El rechazo al erotismo pagano tuvo fuerza en el Oriente entre las sectas semíticas; en Grecia, entre los miembros de las filosofías estoicas y cínicas,8 y aún en Roma, donde las tradiciones patriarcales de austeridad y modestia estaban en constante conflicto con la libertad cosmopolita.

El surgimiento del cristianismo coincidió con la difusión de prácticas ascéticas entre las comunidades gentiles y judías del
Imperio. Con él declinó la popularidad del arte licencioso y los artífices de lo erótico se enfrentaron a una doble prohibición que puso un alto efectivo a su trabajo, lo cual lo hizo declinar.

Sólo hacia fines de la Edad Media los artistas empezaron a tratar el desnudo más francamente,1 permitiéndose una visión más cercana de lo antiguo y de la realidad, y osando expresar un tímido deleite en la belleza del cuerpo humano.

El Renacimiento reclamó una herencia antigua, la de los logros de Grecia y Roma rehabilitadas y reaparecieron los temas eróticos en el arte renacentista temprano, pero no fue igualmente compartida por todas las clases sociales. La erudición humanista legitimaba ahora la desnudez de Venus, al igual que la teología cristiana había aceptado anteriormente, con algo de reticencia, la desnudez de Eva.1 De tumbas y bóvedas llenas de ripio, los cazadores de tesoros sacaron a la luz estatuas y pinturas de belleza espléndida y sensual. Los artistas las escogieron como modelo, y en sus propias obras trataron de reincorporar estas divinidades a sus medios apropiados. Los amores de los dioses, sus fiestas y triunfos, las viejas fábulas de persecución, disfraz, seducción y abandono, volvieron así a entrar al repertorio del arte. A partir de entonces aparecieron imágenes arquetípicas del arte erótico moderno: la Venus de Botticelli, nacida en el mar en desnudez perfecta; la Venus de Giorgione; la Leda de Miguel Ángel abrazando al cisne; la Io de Corregio sostenida por la nube de Júpiter, y muchas otras más. Interminablemente vueltas a copiar o adaptadas y difundidas a través de impresos, estas caras, cuerpos y actitudes suministraron el conjunto básico de tipos eróticos para el arte occidental posterior.1 La sensualidad que caldeaba las composiciones mitológicas de Rafael y Tiziano fue templada por el decoro y la reticencia emocional.

Además de la tendencia clásica en el arte erótico renacentista, existió otro más popular tomado de la realidad de la vida diaria que gozó de gran circulación. A partir del siglo xvi esta tendencia realista del género erótico "bajo", continuó como una alternativa importante de las tradiciones más grandes del arte erótico.1

De toda esta etapa se han señalado a Rembrandt y a Rubens entre los pocos grandes maestros del arte erótico de Occidente a causa del vigor, verdad y profundidad en la concepción del sexo en sus obras.

Los siglos posteriores dieron también su aporte al arte erótico y así puede verse la importancia que se le da al siglo XVIII donde "en ningún otro período de la historia occidental el arte erótico ha sido más cálidamente protegido y más oficialmente promovido que en los años de 1720 a 1780" al decir de Lucie-Smith. El período produjo artistas como Antoinie Watteau que se ha comparado con Tiziano, Corregie y Rubens como productor de obras de arte erótico, donde "lo rosado de los desnudos despliega gran ingenio, invención y seducción." Su obra, al igual que la de otros autores como Boucher, que produjo cuadros muy bellos, como La Muchacha desnuda en 1740, muy raramente llega al punto de la obscenidad ofensiva.

En el siglo xix, los diferentes movimientos que dominaron el arte como el neoclasicismo, el romanticismo y el naturalismo, entre otros, no fueron favorables para el desarrollo de un arte erótico vigoroso.1 Se señala que mientras los «artistas serios» tenían dificultad para manejar los temas sexuales, la producción masiva y comercial de la pornografía que fue estimulada por los avances tecnológicos de la impresión y del mercado, alcanzó proporciones de industria.

El arte moderno no ha sido época de oro para el erotismo, pues los artistas se han preocupado más por otros temas for
males y el surgimiento del abstraccionismo en el siglo xx tuvo un efecto adverso, pues resulta difícil referirse al sexo en términos no figurativos en absoluto. Sin embargo, autores como Picasso han tenido en sus obras repetidas vueltas a los temas eróticos.1

En el presente siglo, con el surgimiento del cinematógrafo, se crean innumerables posibilidades de representación erótica, y puede decirse con Ado Kyrou que "no hay cine sin amor". Los actos de amor son tan naturales y tan aptos como tema para una película como para cualquier arte representativo y aunque éste no es el único tema efectivo del cine, es imposible dudar que hacer películas y hacer el amor han estado ligados durante toda la historia de este medio.

Consideraremos, al menos some-ramente, el lenguaje. Se está generalmente habituado a ver la pintura del amor como asunto principal de todas las obras literarias, dramáticas, trágicas o cómicas, románticas o clásicas. Ha sido también el más fecundo de los asuntos para la poesía lírica como para la épica.

Mucho antes de la escritura era el mensaje boca a oído lo que mantuvo de alguna forma las tradiciones de la época y un ejemplo de ello lo constituyen los poemas honóricos La Ilíada y La Odisea, que precedieron en siglos a la escritura griega.9 Desde entonces hay ejemplos de sensualidad y ternura amorosa. En La Ilíada vemos como Andrómaca, esposa de Héctor, simboliza el tipo inmortal de la más tierna y abnegada afección conyugal. El texto donde se separa de Héctor, el cual no volverá de la batalla, es una de las más puras joyas de la poesía griega y de todos los tiempos (Ilíada, Canto VI).

Pero la creación llega en la escritura hasta plasmar el pensamiento en códigos que no dejan de tener belleza como el Kama Sutra y el Ananga Ranga, milenarios documentos de la India, donde el sexo, la sexualidad y la sexuación son descritos prolija y delicadamente dentro de un esquema moral y ético que propicia el entendimiento entre las personas, como parte de un ritual de comunicación de carácter religioso.9 La ley era inexorable para el que faltaba el respeto a su mujer. La protección de ésta comienza con el famoso Código de Hammurabi10 con el contrato matrimonial que dice: "Si un hombre toma esposa y no ha hecho contrato, el matrimonio no es legal". El amor estaba desprovisto de toda timidez y así se expresa en un papiro:" "Yo deseo estar contigo como mujer tuya". También la lealtad en el amor era muy considerada y así lo dice otro papiro: "Si mi amado no acude esta noche, yo estaré como las que reposan en la tumba".

Los árabes antiguos nos legaron libros como Las mil y una noche, donde además de la amistad, están la sensualidad, el erotismo, la desesperanza, la infidelidad, y muchas otras vivencias.

En el lenguaje poético, el amor y la sensualidad se desenvuelven en una atmósfera de belleza en todos los tiempos. Sería inacabable este trabajo si pretendiéramos enumerar en cada época, cuánto de poesía amorosa se ha escrito. Siempre la poesía ha sacado al amor de los ordinario, del plan biológico. La mujer de la poesía es una criatura magnífica y ya desde los tiempos griegos se conoció a Safo que como se ha señalado, su poesía está inspirada en el verdadero amor, en la pasión desairada, en la evocación, y es capaz de los deleites más serenos, haciendo música de las pasiones. También Mimnermo de Colofón fue un poeta consagrado al aspecto amoroso y fue el pionero del hedonismo literario.11

La poesía del amor se nutre de sufrimientos que le son inseparables: ausencia, separación, imposibilidad de fijar el instante, lo irrevocable del pasado, la presencia de la muerte, aun cuando no sea más que hipotética. Estos sufrimientos entran en la literatura como tradición hasta nuestros días desde Diétima, Amarilis y Sulamita, entre otros.11

El lenguaje erótico está en innumerables autores: Ovidio, La Fontaine, Voltaire, Pierre Poys y otros tantos, donde se ha manejado desde lo vulgar hasta las formas más perfectas de la belleza. Hasta Shakespeare tornó a este tema tantas veces que se puede sospechar que consideraba que ningún tratamiento podía explorar más de un ángulo de su interés.12 "Nunca hubo historia más dolorosa que esta de Julieta y Romeo", se ha dicho, así como lo "dolorosamente horrible de la tragedia de Othello".12

Cabe a estas alturas preguntar: ¿Qué rumbos seguirían las emociones eróticas de un joven, o de cualquier persona, sobre las cuales nunca hubieran influido directa o indirectamente al menos, la poesía sexual u otra obra de arte? Inclínase uno a pensar que un camino recto a un sencillo desenlace puramente animal de la situación erótica, sin incluir ninguna de esas vagas y profundas regiones de emoción que constituyen parte tan principal de lo que tratamos de designar de designar cuando empleamos la palabra amor.

Señalar a través de los siglos los diversos cambios en el ideal sexual y mostrar cómo la poesía erótica ha determinado cambios en esos ideales, sería interminable. Pero es seguro que cada uno a su manera han producido cambios acumulativos y han hecho en sus tiempos que el punto de vista de las cuestiones sexuales hayan sido diferentes.

Como ejemplo, podemos detenernos en el movimiento Romántico, que tuvo distintas características según el país que consideramos: En Inglaterra fue primordialmente pictórico, en Alemania, musical y en Francia, literario. Pero siempre se vuelve al ideal caballeresco que tanto modificó el equilibrio en las relaciones amorosas entre el hombre y la mujer.13 Wagner es uno que resucita estos temas y las grandes leyendas para sus obras. Goethe, Chautebriand, Bécquer y Espronceda figuran entre muchos de los autores que dan una línea melancólica a sus obras.14

En esta época también la mujer será la determinante de grandes inspiraciones: Espronceda en su Canto a Teresa, clama por la mujer que amó; Lamartine inmortaliza figuras de la vida real; Goethe inmortaliza en la Margarita de Fausto la representación más pura de su amor por Grechten.14

La música ha estado siempre en la creación a través de Eros. Es así desde la antigüedad, cuando el lirismo griego se escribía para ser cantado con acompañamiento musical. Lírica proviene de lira, el primero de los instrumentos de cuerda usado por los griegos. Una de las grandes figuras de la música de todos los tiempos, Federico Chopin, tiene presente en toda su obra a la mujer. El gran compositor Franz Liszt se inspira en la campesina Alfonsina Plessi, así como en la otra figura femenina, la princesa rusa; serían ambas las creadoras de esas bellas páginas melódicas.14 La figura de Clara Wieck inspira la obra de Schumann, que no es capaz de triunfar hasta que logra su matrimonio. También en la obra de Wagner retrata en su Isolda del Tristán, a Matilde Weessendock. Más tarde, ya viudo, se casa con Cosima Liszt, la hija del gran compositor y de ahí nace El Anillo de los Nibelungos.14

Como vemos, el sexo y el arte relacionado con éste, se inspiran y se trasladan a la vez a las regiones del sentimiento puro, que son imposibles de explorar siguiendo métodos realístios o científicos. Probablemente ningún instrumento, salvo el arte, la poesía, la música, será nunca apto para explorarlas. La ciencia llega hasta cierto límite; mas allá se encuentra lo más importante para el alma humana, el sentimiento.

Al comienzo señalábamos a Eros como Dios del amor. En literatura, la rosa es la flor de este dios, con la que se corona. Aquí la creación es natural. Francisco de Rioja, poeta español, cantó a la rosa, comparándola con la aurora y haciendo resaltar la brevedad de la vida floral:

"Pura, encendida Rosa,
Émula de la llama que nace con el día,
¿Cómo naces tan llena de alegría,
si sabes que la edad que te da el Cielo
es apenas un breve y veloz vuelo?"

La historia hizo mérito a esta flor, consagrándola a realzar elevados valores morales y relevantes virtudes. Para algunos es presagio de amor firme y duradero, como la rosa que abre al mágico conjuro del rocío cristalino de la noche o a la frescura del agua de la fuente.

En nuestra poesía y en nuestra creación musical también hay referencias a la brevedad o a la fragilidad floral. En este caso, no por el tiempo, sino quizás cuando en un atardecer éstas mueran al adivinar que el amor se termina por la existencia de otro querer. Eso lo expresa muy poéticamente el tema Dos Gardenias, conocido internacionalmente. Ahí está la grandeza de este símbolo, permanente en su encanto, en el tiempo y la distancia, pero reacio a perderlo ante la significación de su emblema de pureza y perfección.

Referencias bibliográficas

  1. Katchadourian AH; Donal TL. Las bases de la sexualidad humana. Editorial Continental, 1992:445-80.
  2. Diccionario Enciclopédico Salvat. 2 ed. Barcelona: Salvat 1954;t5:87.
  3. Población del Castillo J. La mujer en las antiguas civilizaciones. Toko Gin Pract 1984; 43(5):313-39.
  4. Muñoz Ferrer F. De la mujer primitiva a la actual. (1a. parte). Toko Gin Pract 1986;45(507):113-28.
  5. Diccionario Enciclopédico Salvat. 2 ed. Barcelona: Salvat, 1954; t7:674.
  6. Orlandini A. El enamoramiento y las parejas. Santiago de Cuba: Editorial Oriente, 1994:155.
  7. Reves A. La filosofía helenística. México, DF: Fondo de Cultura Económica, 1959:13-33.
  8. Bowra CM. Historia de la literatura griega. 5 ed. México, DF: Breviarios del Fondo de Cultura Económica, 1963:7-176.
  9. Yañez Aguirre V. Sexo en la literatura poética. Rev Sexol Soc 1996;2(6):9-13.
  10. Lugones Botell M. El Código de Hammurabi. Rev Cubana Med Gen Integr 1991;7(2):187-9.
  11. Cuba. Ministerio de Educación: Historia social de la literatura (I). La Habana: Editorial Pueblo y Educación,1975:85-106.
  12. Wain J. El mundo vivo de Shakespeare: los amantes, Madrid: Editorial Alianza,1963:126-65.
  13. Lugones Botell M, Quintana Riverón T, Cruz Y. Amor, sexo, cultura y sociedad. Rev Sexol y Soc 1997;3(7):20-2.
  14. Muñoz Ferrer F. De la mujer primitiva a la actual (y 2a. parte). Tok Gin Pract 1986;45(3):177-89.

Recibido: 17 de marzo de 1998. Aprobado: 22 de abril de 1998.

Dr. Miguel Lugones Botell. Policlínico Comunitario Docente "26 de Julio". Calle 72 esquina a 13, Playa, Ciudad de La Habana, Cuba.
* Trabajo presentado en el II Congreso Cubano de Educación, Orientación y Terapia Sexual y II Taller Iberoamericano de Educación Sexual y Orientación para la Vida. La Habana, 9 al 14 de febrero de 1998.

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