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Revista Cubana de Oftalmología

versión impresa ISSN 0864-2176versión On-line ISSN 1561-3070

Rev Cubana Oftalmol v.23 n.2 Ciudad de la Habana jul.-dic. 2010

 

OBITUARIO

 

La oftalmología cubana ha estado de luto. El doctor Sergio Vidal Casali falleció el 29 de mayo. Con su partida, se nos fue un excepcional médico, extraordinario profesor, un magnífico amigo, y para muchos de nosotros, también un padre.

Nacido en Santiago de Chile, en 1923, terminó sus estudios de medicina en 1947, como uno de los primeros en su clase. Comienza a ejercer la oftalmología durante su primer año como profesional, se dedica, junto a la práctica de la oftalmología general, a perfiles específicos como la estrabología y la retina; a esta última subespecialidad, le entregó la mayor parte de su tiempo y empeño, durante más de 60 años, hasta casi el último día de su vida.

Tras el retorno a su ciudad natal desde Antofagasta, ya es considerado una referencia nacional en la naciente subespecialidad de retina; centra su práctica en el Hospital "El Salvador", y contribuye con ello al fortalecimiento del prestigio de esa tan reconocido clínica y de la oftalmología de su país. El 1960 viaja a Estados Unidos, y durante casi 2 años en el Schepens's Eye Institute de Boston, Massachusetts, bajo la tutela del doctor Charles Schepens, amplía su caudal de conocimientos de la subespecialidad, sobre todo en lo concerniente a su rama quirúrgica. Es de destacar, que incluso entre los que ya se dedicaban a este quehacer, solo un pequeño grupo manejaba adecuadamente el abordaje quirúrgico del desprendimiento de retina; así como el oftalmoscopio binocular indirecto como herramienta de trabajo principal. Así, es de los pioneros en la introducción de estas técnicas en su país natal, así como posteriormente de la fotocoagulación con laser, la angiografía flouresceínica; y la crioablación retinal, entre otras. Paralelamente, se destacó en el desarrollo de los programas de entrenamiento de residencia en Oftalmología, formación de residentes y subespecialistas en retina; así como editor en las publicaciones especializadas más reconocidas de su país.

Vivió una vida plena, pero para nada indiferente al dolor ajeno. Vertical defensor de la justicia social y decidido luchador por la causa y los derechos de los oprimidos y necesitados, dejó muy clara su postura ideológica y política con su adherencia irrestricta al movimiento de la Unidad Popular liderado por el doctor Salvador Allende.Tras el golpe de estado del 11 de septiembre de 1973, se vio obligado a abandonar su patria, por las presiones, arbitrariedades y persecuciones de las que fue víctima.

Sin embargo, después de una corta estancia en Europa y Argelia, y tras no poca insistencia y gestiones personales de su parte, por fin logra arribar a su destino definitivo, voluntario y deliberado, Cuba; en 1976, y donde en muy poco tiempo decide echar su suerte para siempre, y deja de ser huésped o extraño, para convertirse, por decirlo en una palabra, en cubano. A todo y con todo sirvió, sonrió, sufrió, comprendió, luchó. Voluntaria y libremente, de hecho; fue la senda que escogió transitar, y fue el lugar en el que escogió descansar.

Comienza a trabajar el 11 de enero de 1977 en el Servicio de Retina del Hospital Oftalmológico "Ramón Pando Ferrer". En nuestra tierra pronto comenzó su labor de creador; y fue desde un inicio notable su empeño en irradiar la luz del conocimiento entre todos. La palabra "maestro" en nuestra lengua materna puede tener muchos significados, pero el doctor Vidal satisfizo la más sublime y antigua de sus acepciones, aquella que se representa más allá de la docencia académica y profesional, y trasciende, sobrevive; impronta imborrable en todo aquello que trasmitió a quienes tuvimos la dicha y el honor de compartir sus días. Sus enseñanzas no se limitaban al terreno de la oftalmología o la retina. Diletante, poseedor de vastísima y universal cultura, el solo escucharlo constituía un ejercicio de aprendizaje incomparable. Paralelamente, su avidez de conocimiento, su autoexigencia rayana en la superación profesional y personal, su tesón y decisión para comprender lo nuevo o lo ajeno y hacerlo suyo (el béisbol y la informática fueron dos de sus mayores desafíos) fueron paradigmas que exigió a quienes lo rodeaban e involuntariamente injertó en sus vástagos.

Ordenado y meticuloso hasta el límite, también intransigente y acérrimo enemigo de la desidia, lo mal hecho, la irresponsabilidad. Inconforme crónico y poseedor de una lengua crítica y mordazmente "quirúrgica", herramienta de anatema contra quien o de lo que disentía, sin censura de persona, lugar o momento, bien si jamás impuso su criterio sin razón o sentido, o ejercicio exclusivo de "poder"; bien si también aceptaba una crítica, censura o disensión, bien si un diálogo diáfano y sincero era la mejor arma para persuadirlo; bien si desde ese Olimpo en que muchos involuntariamente (y muy en su contra) lo ubicábamos, siempre manifestó satisfacción, aprobación, admiración y hasta amor por aquellos que decidieron asumir como suya su cruzada y compromiso por la causa de quienes nos necesitaban.

Su imagen de gigante en toda su extensión merecida como ninguno, jamás laceró su corazón y nobles instintos, y a pesar de esa artificial, muy frágil y poco convincente coraza de "aspereza" y hosquedad en el trato que muchas veces intentaba alzar como imagen. Su vida, y sobre todo su enfermedad y último adiós se acompañó del cuidado, del sentimiento y del respeto de ciudadanos de todos los estratos, razas, profesiones y credos de nuestra sociedad, desde el ministro, el médico o el artista, hasta el simple mecánico o la empleada de limpieza más humilde; ambos muy amados hermanos insustituibles, mejor ganados en la batalla diaria que heredados por azar de la paternidad; y cuyas lágrimas de hombre o mujer sin consuelo encerraban la pureza de quienes hacen sin esperar ni pedir nada a cambio.

El "Viejo" cerró su consulta un día viernes como tantos otros antes, pero no llegó el lunes puntualmente, como era su costumbre. Como siempre, todos se extrañaron; y preocuparon. Solo una inesperada enfermedad cerebro-vascular lo pudo alejar; y solo así definitivamente, de su consulta, su buró, y su sagrada silla y lámpara de hendidura. Solo la muerte (nunca su enfermedad crónica o sus maltrechas caderas) lo pudo separar de su sacerdocio médico o magisterial, solo así la naturaleza pudo doblegarlo.

Sabido es que la muerte muchas veces ennoblece, que quien se va deja las más de las veces un amado recuerdo y el respeto de quienes lo rodeaban. No es el caso necesariamente ahora, pues la sentencia martiana de que "la muerte no es cierta cuando se ha cumplido con la obra de la vida" pocas veces tuvo tanta certeza y merecimiento. Vidal fue más allá de la muerte, de la evocación o de la memoria. Vidal está vivo; sigue entre nosotros, y quienes hablamos de él en tiempo presente, quienes preferimos el hacer y el crear, continuamos transitando por su camino, sobreponiéndonos al dolor mediante la lucha por la excelencia, la entrega irrestricta y el compromiso absoluto con quien necesite de nuestro obrar y consejo; o defendiendo nuestra posición, conceptos y criterios con transparencia, devoción, valor y humildad.

Vendrán homenajes, nombramientos, toda suerte de respetuosos recuerdos, no importa. Cuando sus cenizas por voluntad propia se esparcían en el litoral norte de esta su ciudad adoptiva, el sol se ponía en el horizonte, mientras seguro emergía como nueva y poderosa luz de amanecer en otra latitud. Inmejorable metáfora, para describir lo fútil de la muerte ante la presencia de la continuidad de la vida en lo perdurable de la obra, de la creación y el engrandecimiento de quien en realidad no se marcha, sino que queda y multiplica en cada uno de nosotros; en cada uno para quien fuiste nuestra verdad, nuestra luz y nuestro camino. La muerte no se lleva el infinito.

Por eso, para aquellos que te decían doctor, profesor, compañero, y sobre todo, para quienes te podíamos decir cariñosamente amigo, viejo, padre, ese viernes fuimos a despedirte para un viaje muy corto. Por eso, ese día para muchos, nuestro último pensamiento fue simplemente "gracias por todo". Dondequiera que estés, viejo querido, ilumínanos, y recibe un beso grande y respetuoso de todos estos, tus voluntarios y orgullosos hijos.

 

 

Frank Eguía Martínez
Presidente Consejo Científico
Instituto Cubano de Oftalmología

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