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Revista Cubana de Salud Pública

versión impresa ISSN 0864-3466versión On-line ISSN 1561-3127

Rev Cubana Salud Pública v.30 n.1 Ciudad de La Habana ene.-mar. 2004

 

Universidad Central de Ecuador

Reflexiones en torno a la eutanasia como problema de salud pública

Dimitri Barreto Vaquero1

Resumen

Se expone cómo, a lo largo de la historia, el término eutanasia ha servido para referirse a infinidad de conceptos relacionados con la muerte, separándose de la concepción inicial y llegando incluso a significar todo lo contrario de lo que etimológicamente describe. La ambigüedad es el signo distintivo del término y el concepto de eutanasia en nuestros días. Se hace énfasis en que, cuando el hombre valora la dignidad de su vida, valorará también el derecho de cada ser humano a morir con dignidad, que es lo que la cultura griega denominó realmente como eutanasia, que así comprendida constituye una exigencia ética ineludible. Se concluye que el acto de morir debe ser asumido como un momento trascendente en la vida de la persona, la familia y el grupo social; y que para dignificar la muerte es imperativo dignificar primero la vida de cada persona, ofreciéndole todas las condiciones que conlleven la plenitud de la existencia porque “todo el tiempo que vivimos, se lo quitamos a la vida”.

DeCS: EUTANASIA; MUERTE; SALUD PUBLICA.

Introducción

El Centauro Quirón, siendo un Dios era inmortal, sin embargo, sufrió una herida incurable causada por una flecha que Heracles dirigió contra otro centauro, Elatos. El sufrimiento que la herida le causaba era intolerable, ante lo cual Apolo le concedió el don de la mortalidad. Pero Apolo no terminó con la existencia de Quirón para liberarle de sus dolencias, sino que le dio la libertad de vivir, a pesar del sufrimiento, para que, basado en su propia experiencia, mitigara el dolor de los demás. Más tarde, Quirón ofrendará su vida para liberar a Prometeo, el héroe encadenado por haber pretendido robar el fuego de los dioses.

El mito de Quirón nos presenta el drama de la especie humana: la vida, el sufrimiento, la muerte. El hombre es el único ser vivo que tiene conciencia de finitud, de ahí deviene la incesante preocupación por la muerte hasta tal punto de haber dejado de ser un proceso estrictamente natural, para convertirse en un auténtico acontecimiento cultural. El saberse finito le ha llevado a crear un conjunto de mitos y de ritos, que van desde el desconcierto hasta la idea de la inmortalidad; a la vez que a la construcción de una auténtica cultura thanática, en la que, al mismo tiempo que demuestra su temor, evidencia su respeto ante lo inevitable de la muerte individual. Karl Popper sintetiza con propiedad esta situación, al señalar que: “la conciencia del yo va de la mano de que yo –el yo– moriré; y a la luz de ello podremos comprender mejor la idea del cuidado otorgado a los muertos”.1

Al valorar la vida, el hombre, de alguna manera se acomoda al hecho de que ha de morir, y es la certeza práctica de la muerte la que contribuye en gran medida a dar valor a su existencia y especialmente a la existencia de las otras personas. Difícilmente se podría valorar la vida si ésta estuviese abocada a proseguir por siempre. La conciencia de finitud es la que confiere mayor valor a la vida e incluso al sufrimiento final de la muerte. Ahí radica el sentido de la existencia humana. El valorar la vida nos hace respetar la muerte y considerarla como constatación de la vida. Sólo mueren los que están vivos y todo el que está vivo necesariamente esta destinado a morir. Por lo tanto de ninguna manera la muerte es la derrota de la vida sino su confirmación: “porque, al decir de Khalil Gibrán, la vida y la muerte son una, así como son uno el río y el mar.”

Cuando el hombre valora la dignidad de su vida, valorará también el derecho de cada ser humano a morir con dignidad, que es lo que la cultura griega denominó como eutanasia, que así comprendida constituye una exigencia ética ineludible. Sin embargo, a lo largo de la historia este término ha servido para referirse a infinidad de conceptos relacionados con la muerte, separándose de la concepción inicial y llegando incluso a significar todo lo contrario de lo que etimológicamente describe. La ambigüedad es el signo distintivo del término y el concepto de eutanasia en nuestros días.

Antecedentes históricos

Basta una ligera revisión de algunos vocablos, en cuya construcción se utiliza el mismo prefijo griego, eu, para demostrar que la cultura griega le confirió un valor positivo y al complementarlo con el correspondiente sufijo, expresaba en forma taxativa una intencionalidad beneficiosa en cada acción descrita. Muchas de dichas acciones están relacionadas con la medicina, así:

  • Eucrasia: buena constitución.
  • Eeupepsia: buena digestión.
  • Euritmia: justo equilibrio de las facultades.
  • Eutimia: equilibrio de los afectos.
  • Eufonía: sucesión armónica de sonidos.
  • Eugenesia: buen nacimiento, buen origen.
  • Eubasia: marcha correcta.

En todos estos conceptos está implícita la condición de normalidad natural. Para significar lo contrario se utiliza el prefijo dis, con lo cual se construyen palabras como discrasia, distimia, disbasia, distonía y desde luego distanasia, cuyo significado puede ser el de proceso de muerte con sufrimiento, sin dignidad, fuera del orden natural.

La mayoría de los conceptos significados con vocablos en cuya construcción se utiliza el prefijo griego eu, mantienen la concepción original y en la cultura occidental, especialmente en el léxico médico, sirven para describir hechos y situaciones positivas. No ocurre lo mismo con dos conceptos: eutanasia y eugenesia, que son utilizados en forma tan diversa y extraña, quedando totalmente distantes de su concepto primigenio. La distorsión más severa se constata con el primer término.

En la cultura griega, la eutanasia se constituyó en objeto de deseo y de petición de todas las personas sensatas, pues se refería a una muerte buena, en la que se han atenuado los sufrimientos extremos; de ninguna manera era una muerte provocada bajo la premisa de la compasión, ni una muerte decidida por los médicos. Cicerón en su carta a Ático emplea la palabra eutanasia, como sinónimo de muerte digna, honesta y gloriosa.2

En el Renacimiento, el concepto de eutanasia adquiere su real significado y se considera como tal al buen morir, en el sentido físico, como el último proceso de la salud y la vida del hombre. Siendo la muerte el último acto de la vida, hay que ayudar al moribundo con todos los recursos disponibles para una muerte digna y sin sufrimiento.2

En el siglo XIX, Karl Friedrich Marx retoma el concepto de eutanasia y en su tesis doctoral titulada “Eutanasia Médica”, propone la obligatoriedad de enseñar a los médicos a cuidar técnica y humanamente a los enfermos que están en fase terminal de su vida.3

El uso perverso del término

Difícil es intentar una explicación convincente al cambio del significado del término eutanasia desde sus orígenes hasta nuestros días. ¿Por qué secreta razón se cambia en el curso de los siglos el significado de la palabra griega que quiere decir: bondad, dignidad, honestidad al momento de morir, para descender a decir muerte provocada, muerte decidida por el médico, muerte por piedad o compasión?

Con mucha razón Rabinovich4 señala “que el término ‘eutanasia’, a pesar de su noble origen griego ha quedado cargado de connotaciones harto desagradables, desde que los nazis la usaron para denominar los aberrantes procedimientos por medio de los cuales comenzaron exterminando a numerosos discapacitados físicos y mentales, en muchos casos esgrimiendo la hipócrita máscara de una supuesta piedad para con aquellos infortunados, cuya vida sólo les reportaría un inútil sufrimiento”. Efectivamente, Hitler, el 1 de septiembre de 1939 ordena lo siguiente: “El consejero del Partido Bouhler y el Dr. Brandt asumirán la responsabilidad de ampliar sus atribuciones a los médicos designados expresamente para que razonablemente otorguen ‘la muerte clemente’ a enfermos incurables después de juzgar críticamente su estado patológico.”5 Bajo este mandato murieron miles y miles de seres inocentes y este detestable proceder fue cubierto bajo el membrete de eutanasia.

Como uno de los antecedentes para esta política hitleriana está el libro Permiso para destruir las vidas carentes de valor vital, publicado en 1920 por Karl Binding y Alfred Hoche, quienes abogan por exterminar a todos los enfermos incurables, los enfermos mentales, los retrasados psíquicos y los niños deformes, argumentando que dichas medidas constituyen una auténtica obra de higiene pública. Cabe resaltar que estos autores no tuvieron la osadía de llamar eutanasia a este proceder.

Lo que sorprende es que a partir de la utilización perversa del término eutanasia, la medicina occidental haya incorporado la misma concepción nazi para referirse a procedimientos cuestionables y polémicos y que, al decir de Rabinovich, tienen una denominación mucho más franca y universal, cuando afirma que: “la muerte es un hecho inevitable y cierto desde el punto de vista de su acontecer. De modo que de lo que se trata en realidad, cuando de ‘eutanasia’ se habla, no es de la muerte en sí, sino de los actos concretos del sujeto o de terceros tendientes a provocarla o a anticiparla, o a evitar su postergación. De donde resultaría mucho más lógico hablar de supuestos especiales de homicidio o de suicidio, con lo que se pondría el acento en las conductas que desembocarán en la producción o anticipación de la muerte, más que en su resultado”.4

Una interesante comparación efectúa James Drane,6 en su trabajo sobre el cuidado del paciente terminal, cuando describe un supuesto episodio en que un hombre acude a un hospital y dispara contra su hermano que sufre una dolorosa agonía por un proceso neoplásico. Terminó con la vida del sufriente por compasión, pero esta intencionalidad no cambia el término legal para tal acción: asesinato. ¿No tiene acaso el mismo alcance y la misma intencionalidad si un médico hubiese, por compasión, apresurado la muerte del paciente? Surge de inmediato una nueva pregunta: ¿Por qué se da distinto juicio de valor a dos actos que tienen la misma premisa –acortar el sufrimiento– y el mismo fin –la muerte del paciente?

Los usos actuales del término

El modelo médico hegemónico, centrado en el hospital como escenario, con una tecnología de gran complejidad como instrumento de trabajo y con el fármaco como medio terapéutico dominante, ha determinado un cambio en muchos patrones culturales muy arraigados para ser sustituidos por nuevos paradigmas, prácticas, mitos y ritos. El modelo clásico del hospital moderno supone la obediencia indiscutida a la autoridad médica para solucionar todas situaciones que surgen de la enfermedad. La mayoría de las veces los enfermos internados en un hospital, en virtud de su enfermedad, están incapacitados para tomar sus propias decisiones y dependen del poder y la acción del médico y del resto de personal, consecuentemente se convierten en personas hacia quienes y para quienes hay que hacer las cosas y por lo tanto en receptores pasivos de los cuidados médicos.7 La agonía y la muerte son momentos fuertemente impactados por el poder médico. De un acto familiar y compartido pasó a ser un acto privado, recluido en una sala de hospital, bajo la tutela y responsabilidad del médico y la asistencia del personal de enfermería, sin la presencia de los familiares del moribundo. La agonía se convirtió en vergonzosa y por lo tanto impropia de ser compartida por los más íntimos. El hospital pasó a convertirse en el escenario obligado para la muerte y el médico una especie de conductor del proceso, concediéndosele en forma paulatina la posibilidad de poder determinar la hora y el momento de la misma, contrariando el hecho de que la muerte no es primeramente un evento médico o científico, sino un evento personal, cultural e incluso religioso.8 A esta posibilidad se le ha designado como eutanasia, desfigurando por completo el sentido original de la palabra. La muerte se ha medicalizado.

Este mismo proceso de medicalización determina una posición extrema y contraria a la mal denominada eutanasia, al considerar que es éticamente exigible todo lo que es técnicamente posible, lo que Hans Jonas denominó “imperativo tecnológico”, que lleva a la obstinación terapéutica.9 Muchas de estas conductas extremas del personal médico se sustentan en consideraciones altruistas, pero no pocas pecan de antiéticas puesto que en ellas predominan intereses económicos y particulares, antes que el auténtico beneficio del paciente. Nos encontramos, por lo tanto, ante la realidad de quedar atrapados en un mecanismo inexorable de alta tecnología que obliga a soportar agonías largas a un costo elevado y aisladas del contacto familiar.6

La ambigüedad en torno al término y concepto eutanasia es tan grande hasta encontrar flagrantes contradicciones y lugar a confusiones. La Real Academia Española la define como: “muerte sin sufrimiento físico y, en sentido restrictivo, la que se provoca voluntariamente”. Por su parte Fernando Lolas, un pionero de la Bioética Latinoamericana, la define como: “un estado de plenitud y acuerdo consigo mismo que permite considerar la muerte como un pasaje obligado de la condición humana”.10 Para el Profesor de Medicina Legal de la Universidad de Valladolid, Javier Vega Gutiérrez, “eutanasia es aquella acción u omisión encaminada a dar la muerte, de una manera indolora, a los enfermos incurables”. Según la Organización Médica Colegial (España), “la eutanasia es quitar la vida a un paciente mediante una acción que se ejecuta o mediante la omisión de una intervención médica obligada. En uno y otro caso se provoca deliberadamente la muerte a un paciente”. Los psiquiatras, Kaplan y Sadock11 señalan que “eutanasia significa permitir, acelerar o provocar la muerte de otro por compasión”.

Infinidad de clasificaciones se han hecho en torno a esta sui géneris concepción de la eutanasia, así podemos enumerar:

  • Voluntaria, si el paciente la solicita.
  • No voluntaria, si la decisión se toma sin su conocimiento.
  • Involuntaria, cuando se opone a los deseos del paciente.
  • Pasiva, al no administrar o suspender las medidas extraordinarias para prolongar la vida.
  • Activa, al aplicar medidas que están destinadas a terminar con la existencia del paciente.
  • Autónoma, que surge por iniciativa del moribundo.
  • Heterógena, decidida y ejecutada por otro.

La eutanasia voluntaria o autónoma apoyada por el médico constituye el denominado suicidio asistido. Para Rabinovich la eutanasia no voluntaria, involuntaria, o heterógena entra de lleno en el campo del homicidio.4 Desde una perspectiva ética, la muerte provocada por otro, así sea por compasión, no es aceptable y ha merecido la condena en la mayoría de las sociedades. Un acto socialmente condenado no puede ser valorado como eu, es decir, como bueno. Una muerte provocada por cualquier motivo, no puede ser catalogada como buena, por lo tanto no puede ser eutanasia.

Frente a semejante confusión se han acuñado otros términos que intentan clarificar las diferentes posibilidades del acto de morir, muchos de los cuales han contribuido a incrementar el desconcierto. Algunos llaman “ortotanasia” a la muerte que ocurre a su tiempo, sin acortar la vida y sin alargarla innecesariamente mediante medios extraordinarios. Al alargamiento de la vida mediante medios despro-porcionados se le conoce con el nombre de “ensañamiento terapéutico”, “encarnizamiento terapéutico” u “obstinación terapéutica”. Como distanasia se considera al aprecio a la vida humana sin el derecho a morir dignamente.2

El cuidado solidario del paciente terminal orientado a no precipitar ni alargar en forma indebida la muerte, que incluye el control de sus dolencias físicas y reacciones emocionales, procurando mantener la mayor actividad posible, la comunicación y la participación familiar ha recibido el nombre de “cuidados paliativos”, que en estricto rigor vendría a constituir lo que originariamente fue concebido como eutanasia.

La necesidad de recuperar el significado original

Nacer es empezar a morir; el último momento de nuestra existencia es consecuencia del primero. Ambos acontecimientos son trascendentes y por lo tanto, deben estar rodeados de todas las condiciones que los dignifiquen, porque ambos son expresiones de la vida. El uno, por ser inicio, es motivo de satisfacción social, el otro, por ser final, es causa de sufrimiento y pesar. Difícil, cuando no imposible, resulta pensar en qué sería la vida sin la muerte.

La sociedad en general y la tendencia ética de la medicina propiciaron siempre el respeto a la vida y la dignidad a la hora de la muerte. Dignificar el morir humano, significa aceptarla como un proceso natural; no acelerar ni posponer indebidamente su llegada; suprimir, en la medida de lo posible: los dolores, molestias y sufrimientos; mantener la autoestima y la comunicación familiar del moribundo; respetar sus ideas, creencias y decisiones y acompañarle hasta el último momento, apoyándole física y emocionalmente. De ninguna manera puede ser un momento de dolor extremo y de horror inenarrable. Así estaremos frente a una muerte buena, frente a un proceso eutanásico.

Consideraciones finales

Ante el uso perverso del término eutanasia, es necesario iniciar un proceso de recuperación del sentido positivo de la palabra, tal cual como la concibieron quienes la acuñaron, los griegos. El acto de morir debe ser asumido como un momento trascendente en la vida de la persona, la familia y el grupo social. Por las condiciones propias del desarrollo de la humanidad seguirá siendo un proceso medicalizado y ante esta realidad estamos en la obligación de impedir que se destruya una larga tradición de confianza de la sociedad en los médicos como defensores de la vida y no como dispensadores de la muerte. El proceder ético del médico frente al paciente terminal debe estar orientado hacia la eutanasia real, que de ninguna manera puede ser interpretada como muerte provocada, o suicidio asistido u obstinación terapéutica.

Para dignificar la muerte es imperativo dignificar primero la vida de cada persona, ofreciéndole todas las condiciones que conlleven la plenitud de la existencia porque “todo el tiempo que vivimos, se lo quitamos a la vida. El continuo quehacer de nuestra existencia levanta el edificio de nuestra propia muerte. Si la vida fue llena de provecho, tenemos ya bastante y podemos ir satisfechos”.12

El reto de la medicina radica en saber recoger todos los logros de la ciencia y de la técnica para revertirlos en beneficio de la humanidad bajo los principios de equidad, justicia, calidad y solidaridad, de esa forma cumplirá con los presagios de (Gregorio Marañón: “la medicina de hoy, con su dureza, con la escasez de amor al individuo, con los análisis y las radiografías inútiles, y no dóciles auxiliares del buen juicio, volverá a sus cauces, como vuelve todo lo que es fundamentalmente imperfecto; y otra vez presidirá a la medicina el signo del amor, tanto más vivo cuanto más eficaces sean los progresos de la ciencia”.(Marañón G. Lo que ha pasado desde la plata hasta el oro. [Discurso en la conmemoración de las Bodas de Oro de la promoción médica 1909]. Madrid;1959.)

Summary

The paper describes how the term euthanasia has served in the course of history to refer to an endless number of concepts related with death, however, this term has moved away from the original concept and even has meant all the opposite to what it etymologically describes. Ambiguity is the distinctive sing of the term and the concept of euthanasia in our times. It is emphasized that when man assesses the dignity of his life, he will assess also the right of each human being to die with dignity, which is the real meaning of euthanasia given by the Greek culture. If euthanasia is understood in this way, then it constitutes an unavoidable ethical demand. It is concluded that the act of dying should be assumed as a transcendental moment in the life of the person, the family and the social group and that for dignifying death, it is essential to firstly dignify the life of each person by offering him/her all the necessary conditions that lead to full enjoyment of life because “all the length of time that we are living, we are taking it away from life”.

Subject headings: EUTHANASIA; DEATH; PUBLIC HEALTH.

Referencias bibliográficas

  1. Popper K, Eccles J. El yo y su cerebro. Basilea: Ediciones Roche; 1977.
  2. Vidal M. Moral de la persona y bioética teológica. Madrid: PS Editorial;1991; 501.
  3. Marx K. Citado por Diego Gracia en Ética de los confines de la vida. Bogotá: Edit. El Buho;1999.
  4. Ravinovich R. Responsabilidad del médico. Buenos Aires: Edit. Astrea; 1999.
  5. Pichot P. Un siglo de psiquiatría. Basilea: Ediciones Roche; 1983.
  6. Drane J. El cuidado del enfermo terminal. Washington: OPS; 1999.
  7. Coe R. Sociología de la medicina. Madrid: Alianza Editorial;1973. 325-6.
  8. Laín Entralgo P. El médico y el enfermo. Madrid: Edit. Gaudarrama; 1969.
  9. Taboada P. El derecho a morir con dignidad. Acta Bioética 2000;1(1):91-101.
  10. Lolas F. Bioética. Santiago de Chile: Editorial Universitaria; 1998.
  11. Kaplan H, Sadock B. Tratado de psiquiatría. 6 ed. V. 3. Buenos Aires: Editorial EUDEBA;1977; p.1649.
  12. Monataigne M. Ensayos. Buenos Aires: El Ateneo; 1944.

Recibido: 6 de agosto de 2003. Aprobado: 12 de octubre de 2003.
Dimitri Barreto Vaquero. Facultad de Ciencias Médicas. Universidad Central del Ecuador.

1 Profesor del Área de Salud Mental. Facultad de Ciencias Médicas.

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