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Revista Cubana de Salud Pública

versión impresa ISSN 0864-3466versión On-line ISSN 1561-3127

Rev Cubana Salud Pública v.31 n.3 Ciudad de La Habana jul.-sep. 2005

 

Oficina del Historiador del Ministerio de Salud Pública

Manuel I. Monteros Valdivieso (1904-1970), un científico ecuatoriano en Cuba*

Gregorio Delgado García1

Introducción

Desde hace muchos años entre otros propósitos, que se van posponiendo por una u otra razón, he tenido el de escribir sobre mi antiguo, admirado y nunca olvidado maestro, el profesor Manuel I. Monteros Valdivieso.

Siempre recordaré como en febrero de 1970, cuando ocupaba la dirección del entonces Hospital Regional "Carlos Manuel de Céspedes" de Bayamo, leí en la revista Bohemia el pequeño artículo necrológico sobre el profesor Monteros del escritor Fernando G. Campoamor, su gran amigo, y varios días después, en una reunión científica de nuestra institución inicié la misma con emotivas palabras de recordación y homenaje al modesto y laborioso hombre de ciencias ecuatoriano que había realizado en Cuba toda su obra docente e investigativa.

En 1974 cuando junto al doctor José López Sánchez y otros, reactivamos la Sociedad Cubana de Historia de la Medicina, propuse celebrar una sesión solemne en homenaje a tres de las figuras importantes, ya fallecidas, de la primera etapa de la sociedad, los historiadores de las ciencias médicas: José Andrés Martínez-Fortún Foyo, César Rodríguez Expósito y Manuel I. Monteros Valdivieso, pero tal proposición no se pudo hacer realidad en ningún momento.

Es ahora, con el provechoso viaje a nuestra patria del doctor Rodrigo Fierro-Benítez, personalidad médica y política del Ecuador y Presidente de la Sociedad Ecuatoriana de Historia de la Medicina, que se nos presenta la ocasión para hacer realidad el viejo proyecto de rendir este pequeño homenaje de recordación al profesor Monteros.

En mi conferencia trataré de exponer en tiempo breve algunos aspectos de su vida, principalmente en Cuba; de comentar sus más importantes obras en los campos de la histología normal, de la historia de la medicina y de la historia del Ecuador, envuelto todo ello en mis recuerdos como discípulo y amigo del profesor ecuatoriano-cubano fallecido hace casi treinta años.

Etapa de su vida en Ecuador

A Manuel Ignacio Monteros-Valdivieso le gustaba en ocasiones escribir la inicial de su segundo nombre con la letra "Y" y colocar un guión entre sus dos apellidos, por esto último le pregunté en cierto momento si era un apellido compuesto paterno, a lo que me contestó: "No, yo soy hijo de un Monteros y de una Valdivieso".

Y de un Monteros (Nicanor) y de una Valdivieso (Mercedes), de profundas raíces locales nació en 1904 en la ciudad de Loja, cantón y provincia del mismo nombre, en la República del Ecuador.1

La ciudad de Loja fue fundada en 1553 por el colonizador español don Alonso de Mercadillo y está situada en las faldas del monte Villonaco, a una altura de cerca de 2 200 metros sobre el nivel del mar.

En los años del nacimiento y la niñez de Monteros sus calles, según el profesor Teodoro Wolf,2 destacado geógrafo y antiguo profesor de la Escuela Politécnica de Quito, eran rectas, de regular anchura y muy bien empedradas; disfrutaba de alumbrado público desde 1897, fue la primera ciudad del Ecuador que lo estableció y su población no pasaba entonces de 12 000 habitantes, en la actualidad se eleva a 114 198 habitantes.3 Tanto del cantón como de la provincia de Loja su principal riqueza era la agricultura, pero disponían de minas de oro, cobre, hierro, azogue y carbón de piedra.

Cuando Monteros contaba un año de edad, un miembro ilustre de la familia materna, el doctor Bernardo Valdivieso, fundó la Escuela Nacional, que después llevará su nombre, con facultad de jurisprudencia y otras enseñanzas y ya había fundado el Seminario, por lo que en 1909 se le erigió una estatua en bronce en la Plaza Mayor de la ciudad. También contaba la población con un Instituto Nacional para la segunda enseñanza y numerosas escuelas de enseñanza primaria para ambos sexos, además de un Protectorado Artístico e Industrial de Señoras, en el que se impartían fundamentalmente artes domésticas.2

Todo esto demuestra que Loja disponía de excelentes posibilidades docentes para su juventud en las primeras décadas del presente siglo, no obstante no tenemos constancia documental de que Monteros se hubiera graduado de bachiller, pues en el archivo histórico de la Universidad de La Habana aparece en su expediente de estudios número 16269 que solicitó examen de ingreso el 24 de septiembre de 1934 en la Escuela de Medicina Veterinaria, que era la única en que se permitía por esos años y donde se podía ingresar sin poseer título de bachiller si se aprobaba tal examen. En la carta de solicitud también se pide un plazo de 15 días para presentar su partida de bautismo, pero ni entregó el documento ni asistió al examen de ingreso.4

Muy poco sabemos de esta primera etapa de su vida en Loja y es que realizó estudios en el Colegio Nacional Bernardo Valdivieso;5 que fue uno de los fundadores del Partido Socialista en Ecuador, junto al doctor Manuel Agustín Aguirre; que organizó dicha institución política en su ciudad natal y que el 28 de agosto de 1929, con otros dos compañeros de aventura, se dirigieron a Guayaquil donde tomaron un barco rumbo a Francia, con la intención de estudiar medicina en la Universidad de La Sorbonna de París.6

Primeros años en Cuba

Sea porque en el viaje reflexionó serenamente sobre las dificultades de su futura aventura parisiense o porque como se ha dicho se enamoró de las bellezas de nuestra capital, lo cierto es que su provisional escala en La Habana en 1929 se hizo definitiva para el resto de su vida.

Su primer hogar habanero lo fue la consulta del doctor Gustavo Aldereguía Lima, eminente médico especialista en tisiología y revolucionario de intachable conducta en sus cincuenta años de vida política. Allí no sólo contó con la ayuda material del científico y panfletario, sino que aprovechó el caudal de sus conocimientos médicos, humanistas y políticos para enriquecer sus ansias de conocimientos y ensanchar su cultura.

En aquella consulta, que Julio Antonio Mella llamó desde su destierro en México "la comuna roja", convivió con destacados exiliados políticos latinoamericanos como los venezolanos Carlos Aponte, que después moriría asesinado en El Morrillo junto a Antonio Guiteras Holmes y del que llegó a ser gran amigo, los hermanos Gustavo y Eduardo Machado y Salvador de la Plaza y los peruanos Luis Bustamante, estudiante de medicina y Manuel Seoane, ambos importantes líderes del APRA y el poeta Jacobo Hurwitz, de origen judío.7

Su trabajo como visitador médico de laboratorios de productos farmacéuticos italianos no le impidió ingresar en la Liga Antiimperialista, fundada por Julio Antonio Mella y contribuir, en la medida de sus posibilidades, a la lucha contra la dictadura del general Gerardo Machado.

A la caída del dictador y debilitado su organismo por las dificultades de su intenso trabajo, contrajo una lesión pulmonar de etiología tuberculosa que lo llevó nuevamente a recurrir a su amistad con el doctor Aldereguía, quien lo ingresó en el Sanatorio Antituberculoso La Esperanza, del que era en esos momentos director, y lo trató hasta su completa recuperación.

Tal vez por sus relaciones de trabajo con el doctor Ángel Vieta Barahona -copropietario y director de los Laboratorios Vieta Plasencia, y también profesor titular jefe de la cátedra de Histología Normal y Embriología de la Escuela de Medicina de la Universidad de La Habana- Monteros Valdivieso comenzó a laborar en 1934 como técnico de laboratorio en esa cátedra y fue allí donde se forjó como científico, docente y publicista de gran calidad.

Monteros Valdivieso y la enseñanza de la histología normal y embriología en Cuba

La enseñanza de la histología normal en Cuba comienza cuando se pone en práctica en la Universidad de La Habana el plan de estudios de 1863 y se incluyen en la asignatura de Anatomía General nociones de dicha materia.

Casi dos décadas después, al decretarse el plan de 1881, a la asignatura Anatomía General y Descriptiva, 1º curso, se le agregan unos Elementos de Histología Normal y algo muy importante, en séptimo año de la carrera o año del doctorado, se crea la primera verdadera cátedra para la enseñanza de los tejidos normales en el humano, con el título de Ampliación de la Histología Normal y Patológica.

Seis años solamente va a durar esta cátedra pues la suprimen para el curso 1887-1888, pero se funda entonces la primera asignatura independiente con el nombre de Histología Normal e Histoquimia cuya parte práctica se impartía en otra asignatura con el nombre de Técnica Anatómica y Ejercicios Prácticos de Disección, Histología e Histoquimia 1º curso y se iniciará la enseñanza de la embriología al agregarse elementos de dicha materia en los dos cursos de Anatomía Descriptiva.8

Con el inicio del siglo XX al ponerse en vigor el famoso Plan Varona las nociones de embriología se impartieron en la cátedra de Obstetricia con su Clínica y la asignatura Histología Normal, aunque se enseñaba de manera independiente, formó una cátedra con Anatomía e Histología Patológicas hasta la reforma universitaria de 1923 en que se separaron como dos cátedras.9,10

En 1934, año en el que Monteros Valdivieso ingresa en la de Histología Normal con el cargo de técnico docente, es que se crea una nueva asignatura la de Embriología y se une a la desde entonces denominada cátedra No. 27 de Histología Normal y Embriología.

A lo largo de este recorrido docente van a destacarse como profesores los doctores Felipe F. Rodríguez Rodríguez, Julio San Martín Carriere y Ángel Vieta Barahona. El doctor Rodríguez Rodríguez, primer histólogo cubano, dedicó a la enseñanza de la histología los mejores años de su brillante carrera docente (1870-1897) y desde 1883 en que pidió y se le concedió permiso del Gobernador Superior Civil, llevaba a los alumnos a su laboratorio particular para completarles la enseñanza práctica de la asignatura, pues la Universidad carecía de medios para ello.11

El doctor San Martín Carriere, el más notable de nuestros histólogos, graduado en Barcelona y París, escribió el primer libro de esta materia en Cuba, Manual de Técnica Histológica, Imp. de Soler Álvarez y Cía, La Habana, 1888, 406 páginas, que fue texto de la asignatura, no sólo en Cuba sino también en Buenos Aires, pero lamentablemente pudo ejercer muy poco tiempo la docencia. En la Escuela Libre de Medicina de La Habana de 1894 a 1896 y en la Universidad de 1899 a 1905, año este último en el que falleció, cuando contaba solamente medio siglo de existencia.12

Y el doctor Vieta Barahona, de cualidades docentes poco comunes, pues a su vasta cultura científica -era doctor en medicina, cirugía dental y farmacia y premio Beca de Viaje como Alumno Eminente de la Universidad de La Habana- unía una gran habilidad para el dibujo, con lo cual maravillaba a sus alumnos, era también graduado de la Escuela Nacional de Pintura y Escultura de San Alejandro en nuestra capital.13 Publicó el doctor Vieta en sus casi cuatro décadas de docencia (1922-1960), dos importantes libros: Conferencias de Histología Normal, editado por Durand-Vega, La Habana, numerosas ediciones en dos tomos, 773 páginas y Conferencias de Embriología, editado por Durand-Vega, La Habana, varias ediciones en uno o dos tomos, 446 páginas,14 solo precedidos como literatura docente producida en la cátedra por Elementos de Histología Normal del doctor Guillermo Salazar Caballero, Editor Juan Llaurado, La Habana, sin fecha de edición (¿1919?), 168 páginas.

En esta cátedra, de largas raíces históricas, es que se forma junto a su maestro el doctor Vieta Barahona, como consumado histólogo y docente el profesor Monteros Valdivieso.

De 1934 a 1945 va a ejercer como técnico docente, inicialmente en los Laboratorios Wood hasta 1940 y a partir de este año en el nuevo local de la cátedra, con el nombre de Dr. Julio San Martín, en el primer piso, ala derecha del recién inaugurado Edificio Dr. Ángel A. Aballí Arellano de la Facultad de Medicina.

A los seis años de su labor ha acumulado tales conocimientos prácticos y teóricos que le permiten publicar su primer libro Técnica Histológica. Guía y Prontuario para estudiantes, Imp. La Verónica de Manuel Altolaguirre, La Habana, 1941, 188 páginas, que dedicó al doctor Vieta. En la obra destina el primer capítulo a instrumentos de observación microscópica, el segundo a micrótomos, el tercero a métodos histológicos y su clasificación y los dos últimos a reactivos. El libro resume y simplifica todos los procesos y maneras de uso más corriente a que recurre el micrógrafo especializado en materias de laboratorio de histología normal y patológica y algunas nociones de embriología y bacteriología.

En 1945 se le nombra instructor técnico y comienza a impartir las clases teórico-prácticas, junto con los profesores agregados de las dos asignaturas de la cátedra, en las Escuelas de Medicina, Cirugía Dental y Medicina Veterinaria.15 Es en estas funciones que lo conozco en el curso 1953-1954 y puedo dejar testimonio de su dicción clara, su exposición pausada y precisa, sus amplios conocimientos que le permitían evacuar con seguridad cuantas dudas aparecieran en el alumnado y su habilidad técnica demostrada en la calidad de las preparaciones. Lo recuerdo también en las clases teóricas, sentado en el estrado del Anfiteatro Dr. Luis Ortega Bolaños del Edificio Aballí, cuando acompañaba al doctor Vieta y este manejando sus tizas de colores con gran habilidad iba dibujando el tejido que explicaba y se volvía hacia donde estaba Monteros y lo interrogaba sobre el nombre de uno de los tantos autores que citaba y el ayudante y discípulo con exactitud siempre se lo recordaba.

En 1947 publica cuatro artículos que dicen mucho de su amplia cultura en la rama de la medicina que enseñaba: Ciclo vital de la célula, en la revista Universidad de La Habana; Filogenia. Origen del protoplasma, en la Revista del Colegio Bernardo Valdivieso; Inmortalidad de la materia e Historia de la célula, pero todos no son más que pequeños desprendimientos de una obra de altos vuelos que daba ya sus frutos a la publicidad, Citología, voluminoso tratado terminado poco después, que yo tuve en mis manos en varias ocasiones, que nunca pudo dar a la imprenta y del que me decía que aún cuando no pudiera verlo impreso, el libro le beneficiaba, pues lo obligaba a mantenerse al día en la materia, por la necesidad de actualizarlo anualmente.

Otro año importante en su labor científica lo fue 1950 en el que publicó Monografía del microscopio, aparecida en La revista Bohemia, acabado ensayo en el que recoge el desarrollo histórico de la microscopia con sus grandes figuras y comienza un trabajo, de paciencia benedictina, que lo convertirá en un verdadero erudito en las materias de su cátedra, como lo fue su Diccionario de Histología y Embriología, proyectado en dos gruesos tomos, para el que había reunido siete años después 30 000 términos fichados16 y en 1966, ascendían a cerca de 35 000.17 Todo lo cual conservaba en un mueble tarjetero, junto a su pequeño bureau adornado con un cráneo humano, a un costado del laboratorio de la cátedra.

En 1953 da a la estampa su ensayo Origen de la vida, en el que recoge todas las hipótesis, antiguas y modernas, sobre tan debatido tema y dos años después publica su libro más importante, Vida de Cajal. Síntesis y perpetuación del Genio de las Españas, que comentaremos más adelante, con el que completa su obra en la cátedra y al año siguiente da a la publicidad el interesante artículo Los eximios histólogos de Montpellier, en el que biografía brevemente a los profesores Jean Turchini, Granel y Vialleton.

No es extraño que con esta obra científica, la más numerosa producida en la antigua cátedra y sus años de experiencia docente, a pesar de no ser graduado universitario se aprobara por la Junta de Gobierno de la Facultad de Medicina su expediente, presentado en mayo de 1961,18 para optar en concurso por una de las tres plazas vacantes de profesor del ya entonces Sub-Departamento de Histología Normal y Embriología y se ratificara su nombramiento de Profesor Auxiliar por la Junta de Gobierno de la Universidad de La Habana.

Quedaba así convertido Monteros Valdivieso, único docente que permaneció fiel a la Revolución en la cátedra, como el primer profesor no médico ni graduado universitario de la Facultad de Medicina de la Universidad de La Habana, desde su fundación en 1728. Un año después (1962) era de los profesores fundadores del Instituto de Ciencias Básicas y Preclínicas Victoria de Girón, perteneciente a la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de La Habana, en el que permaneció hasta su fallecimiento en enero de 1970.

Obra historiográfica

Hombre de exquisita sensibilidad a todas las manifestaciones de la cultura, el profesor Monteros Valdivieso va a desarrollar una importante obra historiográfica que abarcará dos grandes aspectos: uno, la historia de la medicina y otro, la historia del Ecuador.

Su dedicación a la historia de la medicina le nacerá muy unida a su obra científica en el campo de la histología normal. En sus artículos Historia de la célula (1947) y Los eximios histólogos de Montpellier (1956) así como en sus ensayos Monografía del microscopio (1950) y Origen de la Vida (1953), se ve no a un científico de amplia cultura sino a un verdadero investigador en las fuentes documentales de la historia médica, lo que dejará plenamente demostrado en su obra mayor Vida de Cajal. Síntesis y perpetuación del Genio de las Españas, Ed. Lex, La Habana, 1955, 430 páginas, en la que si bien, a mi juicio, culmina su obra como histólogo, con ella se da a conocer como un consumado historiador de la medicina.

En este libro Monteros Valdivieso profundiza en todos los aspectos de la vida y la obra de don Santiago Ramón y Cajal. Despierta tal interés su lectura que no nos llega a abrumar con el torrente de datos que pone a nuestra disposición y con el que aclara no sólo aristas muy particulares de la vida del sabio, sino también la interpretación del pensamiento científico de Cajal que produjo la teoría de la polaridad dinámica de la neurona (1890-1891) y la teoría neurotrópica (1892).

Sin duda alguna este libro mereció una gran acogida en Cuba y en España y el propio hijo del sabio -don Jorge Ramón y Fañanás- lo consideró uno de los mejores, entre los publicados acerca de su progenitor. Pero para nosotros los cubanos la obra posee algo especial que la llena de cubanía y no es precisamente el haber sido escrita y publicada en La Habana.

En su capítulo II, titulado Presencia de Ramón y Cajal en Cuba dedica Monteros sus diez primeras páginas a Martí y Cajal y las termina con estas palabras: "¡Hosanna Cuba! Con toda humildad va para ti mi reverente saludo, en la celebración del Primer Centenario del Nacimiento de nuestro eximio José Martí". Para agregar después, "la figura más encumbrada y excelsa -por amada, admirada y venerada- de Cuba y de América entera".

Este largo y exhaustivo capítulo lo finaliza con el epígrafe El misterio de la voladura del Maine y la intervención yanqui (1898), del que trata de justificar su inclusión en la obra al escribir: "Me he permitido reseñar a vuela pluma la historia de la intervención yanqui en la querella hispano-cubana, con el único fin de señalar el motivo por qué el gran Cajal jamás pudo ver con ojos de simpatía a la nación norteamericana", pero que dice mucho del pensamiento antiimperialista de Monteros y de su amor por la nación que había adoptado como la suya y todo ello expresado en plena sangrienta dictadura del general Fulgencio Batista.

Por estos años recopila datos con la intención de escribir sobre otros ocho grandes médicos, entre los que citaba a Arnau de Vilanova (1235-1315), médico catalán, representante de la escuela de Montpellier a quien estudiaba en sus conflictos con el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, tema este que apasionaba a Monteros; Francoise Rabelais (¿1494?-1553), humanista benedictino, autor inmortal de Gargantúa y Pantagruel, que Monteros investigaba como médico, profesor de anatomía y traductor al latín de los Aforismos de Hipócrates; René Théophile Laennec (1781-1826), famoso profesor de medicina clínica de La Charite, inventor del estetoscopio, que al profesor ecuatoriano le interesaba más como el genio que estableció la unidad etiológica de la tuberculosis en sus diferentes formas y localizaciones, tanto en el pulmón como en la piel; pero de todos estos proyectos vería hecho realidad el que quizás más le interesaba y que tituló Joaquín Albarrán. Genial artífice de la Urología, Emp. Consol. Artes Gráficas, La Habana, 1963, 197 páginas, libro en colaboración con el médico catalán doctor Jean Paulís Pagés, el cual aportó a la obra información precisa sobre la permanencia del genial médico cubano-francés en Barcelona y París, pero totalmente escrita por Monteros.

En el volumen se sigue una metodología en su redacción muy semejante a la de Vida de Cajal, pero más breve, aunque con la misma exhaustiva documentación. Es sin lugar a dudas el gran libro cubano sobre el Maestro de París y recibió Primer Premio en el Concurso Centenario del Nacimiento de Albarrán concedido por el Municipio de Sagua la Grande, cuna del sabio, el 9 de mayo de 1960. Vio la luz como publicación del Museo Histórico de las Ciencias Médicas "Carlos J. Finlay", con prólogo del entonces director y fundador de dicha institución doctor José López Sánchez, autor de obra capital en la historiografía médica cubana y gran amigo del profesor Monteros.

Un anticipo de este libro nos lo daría en su artículo Boceto biográfico de Joaquín Albarrán. Magno urólogo cubano, en el Centenario de su Natividad,19 aparecido en el Boletín del Colegio Médico de La Habana, un mes antes de que se le concediera el citado premio.

De su colaboración con el doctor Paulís Pagés surgió otro importante aunque breve estudio, Mateo Orfila: creador de la Toxicología, publicado en España en 1958.

Si destacada es su labor como historiador médico no menos lo es como historiador del Ecuador y en ambas vertientes de su obra historiográfica es la biografía el género que domina, aunque en la segunda el ensayo sobre temas no biográficos alcanza también gran calidad.

En 1946 publica su primer ensayo que titula Estampas del Ecuador, al que sigue dos años después Pedro Vicente Maldonado, artículo en el bicentenario de la muerte del sabio geógrafo ecuatoriano, colaborador de Carlos María de la Condamine, ambos aparecidos en la Revista de los Andes y en 1950 sus dos extensos artículos El volcanismo en el Ecuador, revista Bohemia de La Habana, en el que sorprende por sus conocimientos sobre tema tan aparentemente alejado de sus preferencias intelectuales y Ecuador, nación prócer de Hispanoamérica, también en la Revista de los Andes.

Este último año publica, además, su artículo Biografía de la Beata Marianita de Jesús, la Azucena de Quito (1618-1645), a quien el Papa Pio XII acababa de canonizar como segunda Santa de América, la primera lo había sido Santa Rosa de Lima (1586-1617), Patrona del Nuevo Mundo, con la que se asegura tenía la quiteña lazos de parentesco por la línea paterna.

Este artículo será como un botón de muestra de su formidable ensayo Silueta del Cristianismo en el Ecuador Colonial,20 que vio la luz por primera vez en 1951 en la importante Revista de la Biblioteca Nacional de La Habana, con extensión de 72 páginas, las que agrupa en cinco capítulos titulados: Recuento histórico, Régimen a contrapelo. Esclavitud, El religiosismo ecuatoriano, Cultura laica y religiosa y Misterios donde la lógica falla, en los que expone el desarrollo de la evangelización en el Ecuador, con sus errores, aciertos y grandes figuras, trabajo de sumo interés para los estudiosos de la historia del cristianismo en el período colonial sudamericano.

Una obra que escribe por estos años y sobre la que informara en carta de mayo 7 de 1955 a su amigo y pariente ecuatoriano doctor José María Bermeo Valdivieso cuando refiere: "está en prensa, pero no me atrevo a sacarla hasta tanto no venda lo suficiente de Vida de Cajal, para pagarla" (Monteros Valdivieso M. Carta dirigida al Dr. José M. Berneo Valdivieso. Mayo 7 de 1955. Extracto en Departamento de Histología del Instituto de Ciencias Básicas y Preclínicas Victoria de Girón, La Habana), y que parece no llegó por fin a publicar, es Leyenda pérfida, en la que desarrolla la sugerente tesis del indio como víctima de la filosofía del hombre blanco, contraria a la sostenida por el eminente historiador hispano don Salvador de Madariaga en su documentado libro Cuadro histórico de las Indias.

Uno de los últimos trabajos que conozco del profesor Monteros Valdivieso es Vicente Rocafuerte y su extraviado Rasgo imparcial,21 publicado en la Revista del Colegio Nacional Vicente Rocafuerte de Guayaquil en 1961 en el que da a conocer un artículo del destacado político y escritor guayaquileño que ocupara la presidencia del Ecuador (1835-1839), en el que refuta uno del doctor Tomás Romay Chacón, eminente personalidad científica y social cubana, aparecido en el Diario del Gobierno de La Habana de 20 de mayo de 1820. En su trabajo el profesor Monteros comenta la polémica suscitada, en la que intervinieron además el escritor independentista argentino José Antonio Miralla y el abogado y poeta cubano Diego Tanco y Bosmeniel.

He dejado como comentario final el dedicado a sus largos años de estudio sobre esa figura fascinante de la historia política y científica de América, nacido en Ecuador, el doctor Francisco Javier Eugenio de la Santa Cruz Espejo y Aldaz (1747-1795), conocido también con el nombre aborigen paterno de Chuzhig, que en idioma quechua significa lechuza.

Estos estudios van a constituir una verdadera obsesión intelectual para el profesor ecuatoriano-cubano y darán por resultado la que el llamaba mi obra querida, que tituló Eugenio Espejo (Chuzhig). El Sabio Indio Médico Ecuatoriano (Estudio biográfico), que comprende tres gruesos tomos.

Tal labor de investigación dio sus primeros frutos en 1947 cuando en ocasión del bicentenario del nacimiento del precursor de Louis Pasteur publica el artículo Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz Espejo, al que le sigue su trabajo de ingreso en la Sociedad Cubana de Historia de la Medicina: Eugenio Espejo y su historia sobre las viruelas,22 presentado el 20 de noviembre de 1957, en el que deja ver claramente los valores de la obra futura, lo que mereció que el periodista oficial de la Universidad de La Habana, Mariano Grau Miró, le hiciera una entrevista aparecida en el periódico El Mundo y en la revista Vida Universitaria.

Un año después da a la estampa en la Revista Médica Cubana el capítulo III de la obra, titulado La Sífilis: origen e historia (algunos apuntes compilados),23 que desborda erudición y rigor metodológico a lo largo de sus cuarenta páginas.

A finales del año 1958 por su situación política -la Universidad de La Habana había suspendido sus actividades docentes indefinidamente desde diciembre de 1956 por la guerra civil que sufría el país- , el profesor Monteros, enemigo confeso de la dictadura del general Batista, tuvo que viajar a Ecuador, donde permaneció hasta el triunfo revolucionario.

En este, su segundo viaje al país natal después de establecido en Cuba, va a vivir una gran experiencia que será de capital importancia para su obra, entonces ya casi terminada, como fue el hallazgo de seis importantes documentos del doctor Espejo el 5 de enero de 1959 en la biblioteca de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Azuay, en la ciudad de Cuenca, lo que hizo que a su regreso a Cuba tuviera que rehacer varios capítulos de la obra. Este hallazgo me lo contó muy alborozado en el Hospital Universitario General "Calixto García" y lo refiere en detalles en su artículo Eugenio Espejo, médico colonial quiteño,24 que vio la luz en la Revista Médica Cubana, en su número de octubre de 1959.

Cuatro años después publica en Mediodía, Cuadernos de Literatura y Artes, de su ciudad natal Loja, el capítulo XII de la obra, con el título "Espejo bacteriólogo",25 rebosante de erudición como el capítulo III dado a conocer en Cuba en 1958 y un lustro más tarde aparece su estudio Eugenio Espejo, propulsor de la medicina en Ecuador colonial (1747-1795), en el voluminoso libro Ensayos Científicos escritos en homenaje a Tomás Romay,26 editado por el doctor José López Sánchez (1968), con retrato y firma del doctor Espejo y que es el último trabajo que conozco del profesor Monteros.

El ingeniero Leopoldo V. Palacios Román en su artículo Un lojano en La Habana,27 publicado en Loja en 1989, asegura que la obra terminada fue enviada por su autor en 1964 al doctor César Ayora, en Ecuador, con el encargo de gestionar su publicación y de que escribiera el prólogo el doctor Manuel Agustín Aguirre, su viejo compañero en el Partido Socialista Ecuatoriano.

Sus últimos años

No se por qué se ha dicho y repetido que Monteros Valdivieso pasó sus últimos años en soledad. Yo diría que disfrutó siempre su privacidad y de ella surgió su obra científica e historiográfica.

Bohemio por excelencia desde su juventud en Loja, continuó como tal en La Habana, la mayor parte de su estancia en la casa de huéspedes de la calle I número 401 esquina a 19, en la céntrica barriada del Vedado, a tres cuadras de la antigua Facultad de Medicina, frente al busto de Víctor Hugo, en el parque del mismo nombre.

Por la calle 19, un costado de la casa queda frente al convento e iglesia de San Juan de Letrán, sede en Cuba de la Orden de Predicadores o Dominicos, fundadores de su querida Universidad de La Habana y animadores, en el pasado, del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, tema muy estudiado por Monteros, por lo que quizás guardó siempre muy buenas relaciones con sus miembros, sobre todo con su Superior Provincial el culto latinista fray Domingo Romero.

Él, que nunca se preocupó de títulos, ni grados docentes, ni condecoraciones, como hombre superior que era en realidad, aceptó con satisfacción que las nuevas autoridades universitarias revolucionarias le reconocieran el grado docente de Profesor Auxiliar, que había más que ganado con su obra científica y su labor en la enseñanza superior de más de un cuarto de siglo, pasando por alto su falta de título universitario, como se haría en otras Facultades de la Universidad con grandes figuras de la cultura cubana como el novelista Alejo Carpentier, el historiador José Luciano Franco y el poeta Andrés Núñez Olano.

En el Instituto de Ciencias Básicas y Preclínicas Victoria de Girón, de la Facultad de Ciencias Médicas, de la Universidad de La Habana, trabajó sus últimos años rodeado del cariño de los jóvenes profesores, todos sus antiguos alumnos y de las nuevas generaciones de estudiantes de medicina, numerosísimas ahora ante las necesidades de justicia social en salud, de un país en revolución.

Luego de haber sido intervenido quirúrgicamente de un adenocarcinoma prostático en el pabellón "Albarrán" de su querido Hospital Universitario General "Calixto García", y de padecer las complicaciones de su antigua diabetes, siempre maltratada por los gustos de su vida bohemia, falleció en ese lugar el 23 de enero de 1970.

Acompañado de un pequeño grupo de sus más íntimos amigos, como ha recordado el periodista y poeta Fernando G. Campoamor, en una tarde nublada y lluviosa, como en la que salió de Loja en 1929, bajaba a la tumba en el Cementerio Cristóbal Colón de La Habana, despedido por la palabra precisa y justiciera de quien mejor podía valorar sus méritos científicos y su vida útil, el historiador médico doctor José López Sánchez, uno de sus grandes amigos.

Seguro estoy que la posteridad será benévola con el recuerdo de Manuel Ignacio Monteros Valdivieso. Sus obras inéditas algún día serán publicadas por el empeño de ecuatorianos y cubanos y sus restos descansarán en su lejana y querida tierra de Loja.

Referencias bibliográficas

1. Cuba. Ministerio de Justicia. Certificado de defunción del Sr. Manuel Ignacio Monteros Valdivieso. Registro del Estado Civil de La Habana. Sección de Defunciones. Tomo 164. Folio 240. Inscripción 240. (Fecha de fallecimiento Enero 23 de 1970, 11 pm). (Copia en el Departamento de Histología del Instituto de Ciencias Básicas y Preclínicas Victoria de Girón. La Habana).

2. Wolf T. Ecuador. En: Jackson WM, ed. Nueva Geografía Universal. Los países y las razas. Ed. ilus. T 18. Madrid. p. 365-482.

3. Ecuador. En: Almanaque Mundial. México D.F.: Procoelsa; 1998. p. 256-259.

4. La Habana. Universidad. Archivo Histórico. Expediente de Estudiante No. 16269.

5. Serrano Masache GA. Manuel Ignacio Monteros Valdivieso. En: Prosas silentes. 2 Parte. Loja: Editorial Universitaria, 1986. p. 162-178.

6. Campoamor FG. Monteros Valdivieso. Bohemia. Febrero 13 de 1970. p. 55.

7. Aldereguía Lima G. De mis recuerdos. Cuad Hist Sal Pub 1984;(68):172-183.

8. Delgado García G. Historia de la enseñanza superior de la medicina en Cuba. 1726-1900. La Habana: Editorial Ciencias Médicas; 1990. p. 320.

9. La Habana. Universidad. Memoria Anuario correspondiente al curso 1901 a 1902. La Habana: Papelería Rambla, Bouza; 1903.

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Recibido: 6 de diciembre de 2004. Aprobado: 15 de febrero de 2005.
Gregorio Delgado García. E-mail: gregodg@infomed.sld.cu

*Conferencia leída en el Salón de Actos de la Sede en La Habana de la OPS-OMS el 16 de octubre de 1998.

1Historiador Médico del Ministerio de Salud Pública.

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