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Revista Cubana de Salud Pública

versión impresa ISSN 0864-3466versión On-line ISSN 1561-3127

Rev Cubana Salud Pública v.31 n.3 Ciudad de La Habana jul.-sep. 2005

 

Centro de Divulgación. Facultad de Farmacia y Bioquímica. Universidad de Buenos Aires. Argentina

La revolución houssayana

Ariel Barrios Medina1

El astrónomo escruta a los astros en el curso de sus trayectos celestes, así como el historiógrafo a los héroes en el de sus vidas terrestres. El curso de la vida en que fue argentinizada la ciencia biomédica europea, la revolución houssayana, está engranada en el sistema psicosocial de tres generaciones de médicos -el epidemiólogo clínico José Penna (1855-1919), quien medicalizó a la sociedad argentina; el fisiólogo Bernardo A. Houssay (1887-1971), quien argentinizó a la investigación científica; el revolucionario Ernesto Guevara (1928-1967) quien procuró la emancipación política mediante la ciencia social- cuya continuidad está fundada en la condena de la generación adulta por la generación juvenil (Verurteilung).

La historiografía designa revolución a la discontinuidad en el curso de la vida de los héroes. Pero, al escrutar la revolución houssayana, el período signado por el esfuerzo de quien argentinizó la inteligencia científica europea, comprobamos que nuestro héroe participó en el proceso evolutivo de la humanidad recorriendo el camino de su propia vida tal como el planeta gira en torno del astro central rotando alrededor del propio eje.

La revolución houssayana, el ciclo vital de Houssay, fue parte del proceso evolutivo de la sociedad argentina que acaeció imbricada en un sistema psicosocial de tres generaciones de médicos -José Penna (1855-1919), Bernardo Alberto Houssay (1887-1971), Ernesto Guevara (1928-1968)- cuya continuidad está asentada en el juicio condenatorio (Verurteilung) que la generación juvenil levantó contra la generación adulta. Ese juicio condenatorio que expresaba la crisis de identidad personal de la generación juvenil, provocó una crisis de legitimidad social encarnando una lucha concreta revelada por el movimiento histórico real y liberando los impulsos hacia las formas superiores de convivencia que habían madurado en esa sociedad.

La primera de las revoluciones de ese sistema psicosocial fue la de José Penna quien, tras aprobar el bachillerato trabajando en una herrería, ya que el padre carecía de recursos para subvenir a sus estudios, ingresó, en 1873, a una renovada Facultad de Medicina. Iniciada en 1871, la renovación fue originada por la rebelión de los estudiantes quienes fundaron un periódico dirigido por el estudiante de medicina, José María Ramos Mejía, cuya crítica a los académicos le valió la suspensión de la matrícula universitaria.

Esa juventud intelectualmente inquieta de la facultad de medicina institucionalizó su crítica fundando, en junio de 1875, el Círculo Médico Argentino para crear una escuela libre de ciencias médicas que contribuyese al engrandecimiento de la ciencia moderna. En el primer número de los Anales del Círculo Médico Argentino, el estudiante de medicina José Penna publicó detalladas historias clínicas, una novedad médica en el Buenos Aires de aquellos años, que los contemporáneos consideraron modelos. En 1879, su tesis doctoral fue un concienzudo ejercicio de la clínica y la anatomía patológica de la enfermedad de Bright para cuyos resultados experimentales utilizó perros, cuyo jefe en el hospital expulsó a la calle sin comprender el objeto.

En 1882, Penna aceptó el ofrecimiento del flamante presidente de la Asistencia Pública, su amigo Ramos Mejía, de dirigir una casa para enfermos de viruela, que llamara Casa de Aislamiento: "Morir contagiado por la viruela o por otra enfermedad me da lo mismo". Penna convirtió la Casa de Aislamiento en su hogar durante semanas o quincenas, para dirigir y controlar personalmente el cuidado y tratamiento de los enfermos infecciosos. El triunfo de la pulsión de vida sobre la pulsión de muerte, acrecentó el ethos terapéutico de Penna en un ethos científico. En 1884, cuando fue designado profesor suplente de Patología Interna, dedicó el curso a las enfermedades infecto-contagiosas a la luz de las doctrinas y teoría para servir y caracterizar a la medicina nacional emprendiendo la investigación histórica, geográfica, clínica y profiláctica de las epidemias de viruela en la Argentina.

En 1884, el Círculo Médico Argentino premió con la medalla de oro del Gran Concurso Nacional de Medicina a su investigación cuyo lema, América inocente, hasta en la historia mórbida la Europa te calumnia, expresaba la sublevación de su ánimo por el abandono asistencial y científico de las poblaciones enfermas.

En 1913, Penna fue el primer profesor que enseñó, exclusivamente, enfermedades infecciosas, antecediendo, incluso, a las universidades europeas. Uno de sus jóvenes alumnos era Carlos Malbrán cuya tesis doctoral durante la epidemia de cólera del verano de 1886 a 1887, utilizó, por primera vez en la Argentina, las técnicas del microbiólogo alemán Robert Koch para el aislamiento de las bacterias.

Penna advirtió la importancia de la tesis de Malbrán y retomó sus resultados para un trabajo clínico calcado sobre la más severa observación. La obra de Penna cursó el giro reparador de la praxis médica mediante la praxis científica superando el aislamiento maníaco en que la sociedad de su época mantenía a los enfermos infecciosos negando su cualidad humana.

En 1904, Carlos Malbrán, el joven colega de 1887 ahora presidente del Departamento Nacional de Higiene y profesor de Bacteriología en la Facultad de Ciencias Médicas, puso la piedra fundamental del Instituto Bacteriológico para la investigación microbiológica y la producción de sueros y vacunas. Solamente el empuje de Penna, sucesor de Malbrán en la presidencia del Departamento Nacional de Higiene, logró que el instituto modelado según los institutos bacteriológicos y seroterápicos de Viena, París y Berlín, fuese concluido e inaugurado el 10 de julio de 1916. El emblema y la divisa del nuevo instituto, Salus Populi Suprema Lex Est (Sea la salud pública la ley suprema), manifestaba la voluntad de Penna quien había logrado la medicalización científica de las instituciones de salud de la Argentina.

Entre los firmantes del acta de inauguración del Instituto Bacteriológico estaba un joven fisiólogo organoterápico -Bernardo A. Houssay- quien cuando estudiante, en marzo de 1905, participó del incidente en que los estudiantes anhelantes de ciencia denunciaron el desprestigio de la autoridad científica y moral de la Academia de Medicina que dirigía la facultad.

En 1907, ya aplacado el conflicto, Houssay, uno de esos jóvenes estudiantes huérfanos de maestro que buscan en los libros lo que la facultad les niega con culpable desidia, decidió que sería fisiólogo tras la lectura de Introducción al estudio de la medicina experimental del fisiólogo francés Claude Bernard.

En 1910, Houssay reafirmó su liderazgo generacional en el prólogo a la tesis doctoral aseverando que el progreso científico del país, retrasado respecto del económico, merecía la atención preferente del estado y las fortunas particulares, más que una caridad sería un acto de justicia social, haciendo votos para que mejores condiciones económicas permitiesen la dedicación exclusiva a los profesores de ciencias experimentales.

En 1917, Houssay era jefe de sección en el Instituto Bacteriológico, profesor titular de fisiología en la Facultad de Agronomía y Veterinaria, jefe de sala en el Hospital Alvear y ejercía privadamente la clínica. Pero consecuente con su vocación por la ciencia, Houssay renunció al ejercicio de la profesión: "Me entusiasmaban la Clínica y la Fisiología pero como quise concentrarme a una sola actividad, elegí la Fisiología porque creí que sería más útil a mi país y cumpliría mejor mi vocación natural por las investigaciones en el campo de las ciencias naturales".

En la circunstancia de esa elección afirmó: "Es llegada la hora de variar el hábito, explicable hasta hace poco, de limitar la actividad personal de repetir hechos conocidos, por lo que orienté mis esfuerzos hacia la investigación que, por modesta que sea, estimula y enseña infinitamente más y fundamenta las bases de una verdadera ciencia nacional". Esa elección definió su identidad: un científico en un país que carecía de recursos y maestros. Sería un misionero entre gentiles.

Cuando en mayo de 1919 Houssay ganó la cátedra exigió la dedicación exclusiva: fue el primero del país y de América del Sur.

Houssay dirigió el Instituto de Fisiología de la Facultad de Ciencias Médicas permaneciendo desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde, de lunes a sábado, enseñando alumnos, dirigiendo tesis y formando colaboradores en la investigación. Para asegurar la difusión internacional de las investigaciones del Instituto de Fisiología, Houssay fundó la Sociedad Argentina de Biología cuya reunión del primer viernes de cada mes a las seis de la tarde presidió infaltablemente. Con la misma energía, Houssay proclamó el valor configurador social de la actividad científica. Y afirmó, en diciembre de 1923, al recibir el Premio Nacional de Ciencias: "El verdadero patriotismo está en trabajar correctamente y someter su resultado a la discusión mundial, lo que mostrará la importancia real de nuestros estudios; está también en enseñar el método y estimular el amor a la ciencia a los que nos rodean; en no temer el sacrificar las horas y posponer sus estudios para que se formen los discípulos; en estimular la crítica; en exigir el respeto y la ayuda para los que valen; en luchar por corregir lo malo o deficiente. Lo patriótico es crear un buen ambiente científico local, serio, donde se estudien los problemas objetivos que son de todos los continentes y con mucha atención los propios de nuestro país".

Durante la década de 1930 maduró el proyecto generacional de Houssay quien vio consolidarse su escuela en las facultades de medicina de Rosario y Córdoba que llamaron a las cátedras de fisiología y farmacología a sus discípulos ya formados: Juan Treharne Lewis, Oscar Orías y Enrique Hug.

Cuando en 1934 la sociedad argentina expresó pleno reconocimiento a su obra docente y científica en el multitudinario homenaje por las bodas de plata con la docencia, el discípulo Oscar Orías recogió el comentario: "A varios he oído la atinadísima reflexión de que usted no sólo habla y escribe acerca de estas cuestiones, sino que ellas constituyen la norma de su actividad". En 1939, cuando Houssay fue designado Profesor Honorario de la Facultad de Agronomía y Veterinaria, el decano, uno de sus discípulos, subrayó esos rasgos: "Junto a su personalidad científica su personalidad moral".

Asimismo, su obra científica fue reconocida en el mundo. En 1936, fue electo académico de la renovada Academia Pontificia de Ciencias junto al biofísico Abderhalden, los físicos Bohr, Marconi, Millikan, Rutherford, el neurólogo Sherrington, el antropólogo Morgan y el matemático Planck. En la renovada lista de académicos, que incluía once premios Nobel, cincuenta y ocho medallas de oro y veinte premios científicos importantes, Houssay era el único académico de lengua española y el único sudamericano. Ese mismo año, en la conmemoración del tercer centenario de la Universidad de Harvard, fue Doctor Honoris Causa junto al neurólogo Adrian, el filósofo Carnap, los físicos Compton y Eddington, el medievalista Gilson, el helenista Jaeger, el filósofo del derecho Kelsen, el químico Landsteiner, el antropólogo Malinowski y el psicólogo Piaget, entre setenta eminentes científicos. Nuevamente, Houssay era el único científico de lengua española y el único sudamericano.

En 1940, las lealtades ideológicas a una u otra de las naciones en pugna en la Segunda Guerra Mundial, quebrantaron la unidad autoritaria de los líderes de la sociedad argentina. El 9 de julio de 1941, Houssay definió esa situación cuando afirmó que la revolución de Mayo, hija de las revoluciones norteamericana y francesa, era la base histórica de la nacionalidad argentina: "El amor a la libertad distingue a los verdaderos argentinos". En esa coyuntura histórica, la universidad no podía ser moralmente neutral y debía inculcar en la juventud la adhesión a la defensa de las instituciones e ideales argentinos. En la apelación a la libertad, el giro revolucionario de Houssay exhibió el retorno de lo reprimido. Frente a la crisis mundial y de la sociedad argentina, la verdad era sostenida mediante la investigación científica pero, también, en la defensa de una tradición política. Un grupo de ciudadanos fundó para protegerla la asociación Acción Argentina que en su congreso de mayo de 1941 lo designó Cabildante de Honor.

En esas mismas fechas, el muchacho de catorce años Ernesto Guevara participaba como miembro juvenil de las reuniones que en Alta Gracia organizaba su padre, activo miembro fundador de la filial de Acción Argentina.

El orden autoritario de la generación de Houssay fue quebrado, en junio de 1943, en la lucha por la supremacía entre las facciones que apoyaban a una u otra de las naciones en guerra cuando las fuerzas armadas, que estaban en el origen de ese sistema político, desplazaron al gobierno civil fraudulento e impopular: "los podridos".

La situación epidemiológica de la sociedad y la generación de Houssay, el autoritarismo, determinó los acontecimientos ulteriores.

El 15 de octubre de 1943, Houssay firmó con numerosos ciudadanos el manifiesto que reclamaba la adhesión del gobierno y la opinión pública a: "Democracia efectiva por medio de la fiel aplicación de todas las prescripciones de la Constitución Nacional y solidaridad americana por el leal cumplimiento de los compromisos internacionales". El gobierno respondió dejando cesantes en sus cargos oficiales a los firmantes. Este sistema político, cuyas instituciones vulneraban los derechos de los ciudadanos, fue considerado un gobierno fascista y, por Houssay, que la ciencia necesita un ambiente de libertad.

Houssay rescató ese ambiente de libertad fundando, en marzo de 1944, el Instituto de Biología y Medicina Experimental. Pero lo sintió irremisiblemente perdido en febrero de 1946 cuando Pascual Tamborini, su compañero de facultad, perdió la elección presidencial frente a Juan Perón.

En el curso de esos acontecimientos, los estudiantes que protestaban públicamente conocieron la cárcel, entre ellos, los hijos de Houssay. Desde Córdoba, el discípulo Oscar Orías señaló el valor de las protestas juveniles: "Observo que son los jóvenes estudiantes de nuestras universidades los que están salvando el prestigio del país. El hecho es muy evidente como para no reconocerlo. Creo que hay que estimular ese movimiento. Actitudes puramente pasivas o negativas de nuestra parte sólo servirán para desalentar a los jóvenes e inclinarlos así por la senda de la indolencia y el conformismo, cuando no de una delincuencia decidida".

Durante esos acontecimientos en Córdoba, un joven exhortó al hermano a movilizar a los compañeros de estudio para que participasen en la manifestación que reclamaría la libertad de un amigo común. Ernesto Guevara, uno de esos estudiantes, señaló el riesgo físico que correrían y concluyó: "Yo no salgo si no cargo un bufoso". Guevara, un joven de la generación que había padecido la privación cultural de la permisividad a la crítica, expresaba la identificación con el agresor, en este caso, un agresor armado.

En 1947, conmovido por el fallecimiento de la abuela, Guevara ingresó a la Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires e inició investigaciones con un alergista pues quería encontrar una cura para la lepra: Quería triunfar, como quiere triunfar todo el mundo; soñaba con ser un investigador famoso, soñaba con trabajar para conseguir algo que pudiera estar en definitiva puesto a disposición de la humanidad, pero que, en aquel momento, era un triunfo personal. Era, como todos somos, un hijo del medio.

Extrañado de la universidad, Houssay era un investigador famoso que había puesto a la humanidad cerca del control de la diabetes, investigando en una casa de familia refaccionada, ayudado por un pequeño grupo de discípulos y colaboradores, y que había escrito un libro de texto de fisiología para los jóvenes estudiantes de medicina del mundo entero. En octubre de 1947, la Academia Carolina de Medicina y Cirugía anunció que otorgaba a Houssay el Premio Nobel de Fisiología y Medicina por su descubrimiento de que la parte anterior de la hipófisis regulaba el metabolismo de los hidratos de carbono. Ese descubrimiento culminaba la línea de la investigación iniciada, casi un siglo antes, con el descubrimiento de la acción glucogénica del hígado por Bernard en 1848, el rol protagónico del páncreas en la diabetes por Minkowski en 1887, la asociación del daño en los islotes del páncreas con la diabetes por Opie en 1901 y el descubrimiento de la insulina por Banting y Best en 1922, Houssay demostró que la extirpación de la hipófisis en animales sin páncreas, y por tanto diabéticos, disminuía la glucosa en sangre y que la inyección prolongada del extracto del lóbulo anterior de la hipófisis provocaba hiperglucemia en los animales normales (diabetes hipofisaria) o diabetes permanente (diabetes metahipofisaria) por el daño de las células beta en los islotes de Langerhans. Al integrar su revolución a la revolución científica europea, Houssay había logrado la argentinización de la ciencia europea.

Durante las vacaciones estudiantiles, Guevara viajó a lo largo y lo ancho de América Latina. La experiencia de esos viajes resolvió el sentido de su reparación médica: "Por las condiciones en que viajé, primero como estudiante y después como médico, empecé a entrar en estrecho contacto con la miseria, con el hambre, con las enfermedades, con la incapacidad de curar a un hijo por la falta de medios, como sucede muchas veces en las clases golpeadas de nuestra Patria Latinoamericana. Y empecé a ver que había cosas que, en aquel momento, me parecieron casi tan impor-tante como ser investigador famoso [...]: y era ayudar a esa gente".

Guevara viajó a Guatemala en busca de las normas de conducta de un médico revolucionario y cuando presenció impotente, en junio de 1954, el derrocamiento del gobierno populista de Jacobo Arbenz, afirmó: "Para ser un médico revolucionario, o para ser revolucionario, lo primero que hay que tener es revolución". Presionado por esas condiciones políticas, y sin resolver la tensión entre el juramento personal hipocrático y las circunstancias sociales hostiles en que debía cumplirlo, Guevara halló refugio en la ciudad de México donde estableció relación con otro joven profesional, el abogado cubano Fidel Castro. Castro estaba organizando un cuerpo armado para derrocar al gobierno que oprimía a Cuba y, tras una noche de discusión, integró a Guevara como médico de la expedición que, apretujada en el yate Granma, partió a Cuba en noviembre de 1956.

Guevara encontró su revolución en Cuba con cuyo pueblo, necesitado de ser colmado en la satisfacción de sus necesidades, estableció relación real y simbólica. Guevara, que interpretó y se comprometió afectivamente con esas necesidades, como una madre lo haría con un niño abandonado, emprendió la tarea terapéutica, la maternalización, de esa sociedad.

En septiembre de 1955, luego de los acontecimientos político-militares de la Revolución Libertadora, Houssay retornó a la facultad que había debido abandonar nueve años antes y fue designado Profesor de Investigaciones. En abril de 1958, en el discurso de despedida a la docencia universitaria, recomendó a los estudiantes la definición de la profesión médica que había escuchado de labios de Luis Guemes: "Es una ciencia difícil, un arte delicado, un humilde oficio, una noble misión". Houssay ya no podía dialogar con los jóvenes. Era un fils d'autre fois que hablaba a la generación para la cual el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), creado en febrero de 1958, era la culminación de su sueño infantil.

En diciembre de 1958, la toma de la ciudad de Santa Clara por las milicias armadas de Ernesto Guevara, desmoronó el gobierno de Fulgencio Batista, quien abandonó Cuba. El gobierno revolucionario cubano confió a Guevara la presidencia del Banco Nacional y del Ministerio de Industria quien definió esas tareas como médico: "Crear un cuerpo robusto con el trabajo de toda la colectividad, sobre toda esa colectividad social". Guevara, médico de esa colectividad cubana, superó el "guerrillerismo" y el "burocratismo" de los funcionarios de la revolución, encerrado en jornadas de trabajo de hasta 36 horas, y de estudio de matemáticas y economía.

La Revolución Cubana conmovió a América y promovió adhesiones de los universitarios argentinos quienes tildaron "cientificista" al obstinado reclamo de Houssay por la preeminencia de la ciencia en la universidad y la sociedad.

El 5 de abril de 1961, en la apertura de los cursos universitarios, un consejero estudiantil del Consejo Superior de la Universidad de Buenos Aires reclamó a Houssay, miembro del Comité Argentino Pro Alianza para el Progreso, tras reconocer su mérito científico: "La juventud de esta época tiene mayores exigencias con sus maestros y no se conforma con la disgregación del científico que se contradice como ciudadano. Queremos al científico integral, colocado en lo mejor de su país y del mundo. Por ello considero un orgullo para la universidad argentina el hecho que de su Facultad de Medicina haya egresado un joven médico que está hoy en la avanzada no sólo en América, sino en todo el mundo: me refiero a Ernesto Che Guevara. Este nuevo tipo de egresado, conjugado con su pueblo, debe formar nuestra universidad. El Che Guevara, que conociera nuestras aulas de Medicina, es el modelo del héroe americano que ha sabido unir la ciencia del médico con la acción liberadora que la ennoblece, al ponerla al servicio de lo más preciado, que es el hombre". Ante el desafío, Houssay respondió con el giro dogmático de su revolución: "Las orientaciones y el gobierno universitario son responsabilidades que corresponden a los profesores" y convertido en un académico como los que había enfrentado en su juventud, cursó el giro retrógrado de su revolución justificando la victimización de los jóvenes alumnos.

En 1966, cuando la universidad argentina cesó de ser el lugar para la experiencia y el experimento cultural, los jóvenes universitarios acudieron a Houssay para que enfrentase al gobierno que vulneraba los derechos de la universidad y la integridad física de sus integrantes. Houssay no guardó silencio pero tampoco enfrentó, como veinte años antes, a un gobierno al que, si bien requirió que debían repudiarse los atropellos a los universitarios, reconoció el derecho a suprimir la autonomía universitaria.

La actitud de Houssay confirmó las identidades negativas de los jóvenes, basadas en identificaciones y roles indeseables que consideraban reales: país subdesarrollado-antiimperialismo. Las conductas vindicativas de los jóvenes universitarios, surgidas de esas identidades negativas, fueron tentativas desesperadas para recuperar una situación cuyos elementos, para lograr una identidad positiva, se excluían mutuamente. Al final de la década de 1960, los jóvenes universitarios optaron por la emigración o la lucha política armada: la estampida o la masacre.

Houssay sólo podía responder a lo primero y puntualizó que los científicos debían permanecer en el país, luchar para devolver lo que había sido invertido en su formación y considerar un acto inamistoso el negocio redondo de los países que los recibían: "Si bien la ciencia no tiene patria, el hombre de ciencia sí la tiene". La dinámica inconsciente de la decisión de los jóvenes científicos que optaron por la emigración, expresaba la necesidad de una definición política de su sociedad y una crítica a Houssay y su generación quienes afirmaban, sobre sus propios criterios, la preeminencia y la independencia del científico en la sociedad.

Tras la consolidación del sistema socialista en Cuba, Guevara buscó, más allá de su país adoptivo, nuevas posibilidades revolucionarias. Luego de una experiencia negativa en África, regresó a Cuba, renunció a sus funciones, e inició en Bolivia el giro revolucionario en el que, el 8 de octubre de 1967, alcanzó la muerte.

Houssay tampoco consideraba asegurada la permanencia de su revolución y continuó presidiendo el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas donde soportó los intentos de subordinación: había logrado institucionalizar la ciencia en la Argentina, pero su obra tambaleaba ante el empuje de una sociedad que aún no estaba informada por ella.

La permanencia de Houssay fue sentida como la tutela que un eminente científico de la Universidad Rockefeller expresó crudamente a otro joven científico argentino: "¿Cuándo se van a librar de ese viejo?". Houssay enfrentaba el reto del propio agotamiento físico y simbólico en el cual, a diferencia del pasado, sus luchas internas ya no esclarecían, si no que creaban y difundían el antagonismo a su alrededor. Houssay sucumbió a ese reto. Pero al cabo de su vida, en la inquebrantable esperanza de que la Argentina sería una potencia científica, afirmó su identidad personal en que su ciclo vital había sido parte activa en la cadena de lo inevitable.

¿Qué cabe decir de quien escruta, ansiosamente, esas revoluciones?, el historiador, ya no el astrónomo. Al escrutarlas, el historiador descubre que lo incluyen, en el vínculo edípico con las figuras paternas del pasado, su reflexión establece una relación concreta: la convocatoria a la reconciliación entre las generaciones mediante el diálogo. De otro modo, las contempla como a una farsa.

Recibido: 8 de septiembre de 2004. Aprobado: 21 de enero de 2005.
Ariel Barrios Medina. Universidad de Buenos Aires. Argentina.

1Profesor.

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