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ACIMED

versión impresa ISSN 1024-9435

ACIMED v.2 n.3 Ciudad de La Habana sep.-dic. 1994

 

Obituario: in memoriam Raúl Gómez Lorenzo y Alberto Prieto Alberto

En medio de los preparativos para la edición de este número de ACIMED, los trabajadores del Centro Nacional de Información de Ciencias Médicas (CNICM) tuvimos que lamentar la inesperada pérdida de dos compañeros que durante años brindaron sus servicios profesionales en nuestra institución: Raúl Gómez Lorenzo y Alberto Prieto Alberto.

Aún jóvenes ambos, su súbita desaparición física nos consternó. Todos los que los conocimos y trabajamos durante años más o menos estrechamente con ellos, los amigos, los compañeros, o los que sólo los conocieron, recibimos ambas noticias, separadas tan sólo por algunos días, con evidente pesadumbre. Sirvan estas líneas como homenaje de recordación a ellos.

Raúl Gómez Lorenzo (27 de noviembre de 1946 - 16 de octubre de 1994), nació en La Habana. Estudió la enseñanza primaria en los colegios Tur, Baldor y América. Luego, en la Secundaria Básica "William Soler" y en la Facultad Obrero-Campesina "José Martí". En 1977 concluyó sus estudios universitarios en la Facultad de Filología de la Universidad de La Habana, en el Curso para Trabajadores.

Inició su vida laboral como trabajador administrativo y posteriormente se desempeñó como profesor en el Politécnico de la Salud de Ciudad de La Habana, donde impartió clases de Español, Literatura y Filosofía Marxista-leninista. En abril de 1981 comenzó a trabajar como redactor en el Departamento de Publicaciones del CNICM. Luego fue designado Especialista Principal de Redacción y, más tarde, al crearse la Editorial Ciencias Médicas, Redactor Jefe de ésta, cargo que desempeñó hasta su muerte.

Se le reconoció siempre su afán organizativo, su obsesión por la limpieza y correcta presentación de su trabajo, su espíritu de cooperación y compañerismo, su corrección al expresarse y sus buenos modales. Era amable y gentil con todos, condescendiente, pero a veces resultaba imposible convencerlo para que cejara en algún empeño o variara una decisión. Si bien era un tanto moderado o conservador ante lo nuevo, sobresalía entre todos por su disciplina, cumplimiento del deber y respeto a sus subordinados y superiores. Además, fue siempre un mediador insustituible en las inevitables desavenencias que se presentan en la vida cotidiana de un colectivo laboral.

Cuando nos despedimos el 7 de octubre, su último día de trabajo, nada nos hizo pensar que lo hacíamos por última vez. El día 11 ya no vino. Estaba hospitalizado. Cinco días más tarde ocurrió su deceso. Una muerte que llegó demasiado temprano. Fue difícil aceptarla; parecía una broma de mal gusto.

Alberto Prieto Alberto (16 de marzo de 1953 - 8 de noviembre de 1994), nació en Marianao. Estudió la enseñanza primaria y secundaria básica en escuelas de ese municipio y en el Instituto Preuniversitario "Manolito Aguiar". En 1978 se graduó de Licenciado en Información Científico-Técnica y Bibliotecología en la Universidad de La Habana.

En ese último año empezó a trabajar en el CNICM, en el Departamento de Servicios Técnicos como documentalista, en el procesamiento de resúmenes y como indizador. En 1987 lo nombraron Referencista de la Biblioteca Médica Nacional. Su trabajo fue muy apreciado por los profesionales y estudiantes de Medicina, a los que asistía con eficiencia en sus investigaciones. Poco antes de su fallecimiento se había trasladado para el Instituto Superior de Ciencias Básicas y Preclínicas "Victoria de Girón", donde desde hacía algunos meses trabajaba en prestación de servicios.

Tocaría a sus amigos más allegados, a quienes lo conocieron bien, hacer la semblanza de su persona. Creo que en general fue valorado superficialmente. Su excesiva franqueza, -era duro en sus respuestas y quizás a veces se excedía-, constribuyó a que no se le juzgara con justicia. Eso impidió a muchos conocer sus mejores valores, como su fidelidad y devoción por sus amistades. No sé si eran pocas o muchas. Pero siempre pude observar que, al menos las que estaban en mi radio de alcance, podían contar con él en cualquier circunstancia. Así y todo, era muy crítico con sus amigos, que a la larga es la mejor manera de serlo. Estos me han dicho que también era buen hijo. Estos rasgos de su personalidad, a mi modo de ver, deben primar al recordársele.

Al evocarlos así los vi. La muerte no los hizo perfectos para mí, los hizo más humanos. Quizás el secreto para lograr la armonía en las relaciones humanas radique en alcanzar un equilibrio en nuestra percepción de la conducta ajena, en el que participen con igual jerarquía la crítica y la tolerancia.

Pasan los días y aún encontramos sus papeles, notas que nos enviaron en algún momento. Un local, un mueble, un libro o un objeto insignificante, una frase, nos hacen pensar en ellos. Un hecho al que nos referimos y en el que participaron nos devuelve su imagen. Esa es la forma en que los mantendremos presentes, con sus virtudes y defectos, con el recuerdo de sus caracteres tan distintos.

La vida seguirá su curso. Los recordatorios materiales se irán borrando, pero para quienes los estimamos, a Raúl o a Alberto, o a ambos, siempre habrá un momento para recordarlos. Este, para mí, es uno de ellos.

Emilio Hernández Valdés