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ACIMED

versión impresa ISSN 1024-9435

ACIMED v.4 n.1 Ciudad de La Habana ene.-abr. 1996

 

H.T. Blanke: comentarios a artículos científicos

Las bibliotecas y la comercialización de la información: hacia una discusión crítica de la labor bibliotecaria*

* Fuente: Blanke HT. Bibliotheken und die Kommerzialisierung der Information: Zu einer kritischen Diskussion über die Aufgaben der Bibliotheken. Laurentius 1995;12(1):17-22. Traducción de José Antonio López Espinosa.
Desde hace algún tiempo se conoce que en la estructura socioeconómica de los Estados Unidos se están produciendo algunos cambios que pueden considerarse trascendentales. El debate alrededor de esta cuestión se ha concentrado en reflexionar si es que nos venimos aproximando a una época histórica completamente nueva; si ya estamos incursionando en un período posindustrial, posmoderno e, incluso, poscapitalista; o si el capitalismo a escala universal se está acercando a la próxima fase de su desarrollo.

Para nadie es un secreto que la creciente importancia económica del conocimiento y de la información constituye la columna vertebral de los avances tecnológicos y económicos de los últimos años. Como bien ha dicho Daniel Bell, uno de los más experimentados e influyentes teóricos del posindustrialismo:

Si bien, como en general se sostiene, la sociedad industrial presente se basa en la tecnología de las máquinas, la sociedad posindustrial futura descansará en la tecnología de la inteligencia. Y del mismo modo que el capital y el trabajo son los elementos estructurales más importantes de la sociedad industrial, la información y el conocimiento lo serán de la sociedad posindustrial.<2>
La aparición de la información como fuente económica vital, se remonta a los primeros tiempos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, época en que se produjo una explosión de información científica y técnica, acompañada del desarrollo de computadoras capaces de procesar un gran volumen de datos. En ese mismo período, varias firmas privadas se convirtieron en grandes consorcios multinacionales que, a medida que crecían, dependían cada vez más de la adquisición y diseminación rápida de información para poder llevar a cabo sus operaciones a nivel internacional.

Con tal antecedente, no debe sorprender que se haya desarrollado a ritmo acelerado una industria privada de la información que obtiene grandes beneficios a partir del potencial comercial que representa la producción y distribución de este recurso.<3>

Es notable la trascendencia de la actividad informacional en la economía estadounidense. A partir de 1956, la cifra de empleados en el sector de los servicios en general y de la información en particular comenzó a experimentar un crecimiento ascendente. Ya en la segunda mitad de los años 60, la actividad informacional era la responsable del 46 % de la renta nacional. Así mismo, con la proliferación de la técnica computacional característica de los años 70, se produjo un vertiginoso auge del sector "primario" de la información (producción de computadoras, perfeccionamiento de las telecomunicaciones, desarrollo de los medios de difusión masiva, del trabajo editorial, la educación y las investigaciones). Solamente a este sector se atribuyó en aquel enton ces el 30 % de los ingresos nacionales.<4>

Si bien algunos afirman que esta expresión de desarrollo representa un paso de transición hacia una época posindustrial o posmoderna que supera al capitalismo, personalmente considero que en un futuro inmediato se mantendrán como hasta ahora los rasgos fundamentales de dicho régimen social (producción de mercancías con fines de lucro, trabajo asalariado, control del excedente económico por una élite, relaciones mercantiles, etc.).

En realidad, ha sido precisamente bajo las condiciones del modo de producción capitalista que la generación, organización y diseminación de la información ha adquirido una significación socioeconómica. No obstante, la trascendencia económica y cultural de la información y de la tecnología puesta en función de su procesamiento, hace presumir que actualmente se está gestando una nueva forma de capitalismo desarrollado. Una de las peculiaridades de esta nueva fase de desarrollo capitalista es la creciente comercialización y control de importantes renglones que antes apenas se consideraban dentro de las relaciones mercantiles. Herbert Schiller, Ben Bagdikian y otros han demostrado cómo las sociedades multinacionales se han ido infiltrando en esferas como la educación, el arte y los medios noticiosos, lo que ha traído consigo "una simetría y conformidad cultural".<5>

La mayoría de las revistas, periódicos, libros, filmes, medios audiovisuales y estaciones de radio más importantes del planeta están sometidas al control de un puñado de grandes consorcios. Para estas agrupaciones que dominan el mercado y los medios de producción, los únicos criterios que rigen en la producción de bienes culturales son el lucro y la conformidad ideológica.

Hasta hace poco tiempo, la biblioteca pública era una de las pocas esferas cultural-informativas que existían fuera del abarcador ámbito de las relaciones mercantiles. Aunque nunca se haya logrado en toda su dimensión, el objetivo tradicional de la labor bibliotecaria ha sido recopilar el amplio espectro del saber universal y hacerlo accesible gratuitamente y con el mismo derecho a todo aquel que lo requiera, cuestión que, por demás, es un ejemplo de la puesta en práctica de los valores democráticos.

Sin embargo, la creciente importancia económica de la información y la cada vez mayor dependencia de la nueva y costosa tecnología que en función de ella se aplica, han ido aparejadas con una tendencia que amenaza con socavar el ideal del conocimiento como un bien disponible para todos. !Cuánta razón tenía Hawkins!, ese experimentado científico de la información de la A.T. & T. Bell Laboratories cuando afirmó que

[...] la información, además de vía para llegar al conocimiento ha devenido en una mercancia, que se produce y se vende de modo activo. Es una realidad incuestionable que la introducción de nuevos productos informativos ya no sólo se orienta a satisfacer necesidades científicas o culturales, sino también a estrategias mercantilistas.<6>
El hecho de que las sociedades multinacionales son cada vez más propensas a crear grandes bancos de datos para sus operaciones globales y de que, por otra parte, se ha desarrollado una nueva tecnología universal con la que se puede utilizar y manejar mejor dichos datos, ha sido bien aprovechado por las firmas privadas con fines gananciales.

En 1989, el beneficio de la industria electrónica alcanzó los 7,5 billones de dólares, y se esperaba que para 1994 sobrepasara los 19 billones.<7> No es nada sorprendente que estos consorcios de la información sostengan con agresividad la idea de que dicho recurso es una mercancía, cuya compraventa resulta sumamente provechosa. Esta idea atenta de manera directa contra los principios tradicionales de la bibliotecología, y trae consigo serias implicaciones sociales y políticas.

La opulencia y el poder de la industria privada de la información han ejercido también una clara influencia en el campo político. Durante la época de Reagan se promulgaron varias leyes y resoluciones que convirtieron en política nacional los objetivos de la industria de la información orientados a obtener ganancias. La primera, y probablemente la de mayor alcance, de las acciones llevadas a cabo por el poder legislativo de entonces, fue la ley que adjudicó en 1980 a la Office of Management and Budget (Oficina de Administración y Presupuesto) (OMB) la tarea de establecer una política federal de información. En virtud del poder que ostenta, la OMB ha limitado y privatizado de forma drástica la información de procedencia gubernamental. En 1985, dicha entidad dictó unos lineamientos, que publicó en la Circular A-130, a los efectos de estimular se depositara la "mayor confianza posible" en el sector privado en todo lo concerniente a la diseminación de información.

El eje de empuje de la política federal durante los últimos diez años ha sido permitir a la industria de la información apropiarse de gran parte del inmenso y valioso fondo informativo de la nación (cuya producción se ha costea do por los contribuyentes), para luego registrar la información en otro soporte y revenderla con fines lucrativos.

Como la razón de ser de la industria de la información y de su clientela es la obtención de ganancias, no debe causar asombro su empeño en privatizar la información, como tampoco debe sorprender la condescendencia que ha mantenido en tal sentido el Gobierno bajo las administraciones de Reagan y Busch. Lo que sí ocasiona desconcierto es que este fenómeno se haya producido sin el consenso público y que los bibliotecarios, salvo algunas excepciones, se hayan comportado pasivamente y aún se mantengan dóciles ante algo que, a todas luces, pisotea sus nobles principios.

Evidentemente, dentro de la propia profesión se ha puesto de moda una mentalidad mercantilista. Prueba de ello es que prominentes portavoces de los bibliotecarios han pregonado la conveniencia de imponer tarifas a los servicios informativos, además de haber propugnado otros mecanismos de comercialización, que tienden a corromper los atributos que fundamentan los valores éticos de la labor bibliotecaria.

En su afán de dar la bienvenida a las modernas y costosas manifestaciones de desarrollo de la tecnología de la información, muchos bibliotecarios permiten que los grupos de interés social redefinan este recurso como una mercancia, mientras que otros están absortos en los problemas de la eficiencia técnica. Esto hace que todos corramos el peligro de quedar a merced de una mentalidad meramente instrumental, mientras que las posibilidades de la técnica y de la eficiencia se van por encima de los intereses a los que en realidad deben servir, principalmente los que tienen como principio el acceso al conocimiento con entera libertad y en igualdad de condiciones.

Los bibliotecarios no debemos perder nunca de vista hasta qué punto las innovaciones tecnológicas pueden implicar el advenimiento de nuevas relaciones sociales, y considerar, además, que las bibliotecas no han sido lo suficientemente críticas, pues se han "encasquillado" al adoptar para su gestión cualquier tecnología de base de datos, sin prever el efecto que pudiera desprenderse de tal acción en perjuicio de su función tradicional.

La dependencia de la biblioteca de los vendedores privados de bancos de datos (cuyos fines de lucro y cuyo concepto de la información se diferencian sustancialmente de los objetivos y concepciones de los servicios bibliotecarios), así como la introducción de tarifas a los usuarios para cubrir los costos de las nuevas tecnologías, provocan contra dicciones que lejos de beneficiar, más bien empañan la esencia de nuestro compromiso profesional de considerar la información y de brindarla como un bien social.

Muchos representantes de nuestra profesión, en vez de tratar de hacer valer este principio y de desarrollar estrategias que lo defiendan a toda costa, lamentan que la tradición de prestar servicios públicos "nos impide introducir innovaciones que nos pongan en condiciones de competir", e interceden entonces en favor de la aparición de "nuevas estructuras administrativas orientadas a la economía de mercado".<8> Aunque algunos esperamos ver aparecer algún día en las revistas de nuestra especialidad comentarios críticos y debates al respecto, lo cierto es que lo que siempre hemos encontrado hasta ahora son detalladas fundamentaciones para justificar que las bibliotecas tienen que adaptarse a las leyes del mercado.<9>

Es evidente la necesidad de que se publiquen trabajos con análisis críticos desde una perspectiva defensora del papel social vital de las bibliotecas. Dado que la comercialización de la información se ha convertido en un tema de primer orden, es preciso desarrollar una discusión crítica que ponga bien en claro los problemas que puede traer consigo la aplicación de las leyes del mercado dentro de nuestro radio de acción.

Pero, para poder entablar tal discusión, es menester estar dotado de un lenguaje y de una capacidad analítica que permitan, tanto dentro como fuera del marco de la profesión, criticar con fundamento la promoción a mercancía de la información. Ello nos pondría en condiciones de derribar la retórica que sostiene y propaga que la introducción de los mecanismos mercantilistas es la única posibilidad de convivencia de las bibliotecas dentro de una sociedad donde predomina la competencia, así como de demostrar la esencia antidemocrática de esa idea. Igualmente, tenemos que hacer un examen de la supuesta neutralidad de las acciones orientadas a reducir a simples cuestiones de innovación técnica, eficiencia o criterios de expertos los problemas de las bibliotecas que en realidad reclaman debates y actividades políticas.

A modo de síntesis y conclusión de todo lo expuesto hasta ahora, cabe entonces sugerir que los problemas de la información en el contexto social merecen ser sometidos a un radical y profundo análisis, pues de su comprensión depende que se disponga de argumentos sólidos para demostrar que la conversión de ésta en una mercancía no es más que expresión de la colonización de uno de los elementos de la vida cultural y social que adquiere cada vez más importancia. Tenemos que encontrar vías para oponer resistencia al dominio mercantilista en el sector cultural e informativo, y adoptar estrategias que defiendan el fomento de una verdadera "sociedad de la información" y que promuevan las capacidades democráticas y la solidaridad social por encima de la opulencia privada y de los privilegios.

No es justo que la información deje de ser un recurso en función de una cultura sana y democrática, para convertirse en patrimonio unidimensional sometido a los valores comerciales y a la conformidad ideológica. Las bibliotecas están en el centro del problema, y su posición ante él repercutirá no sólo en el futuro de la bibliotecología como profesión, sino también en el futuro de la democracia misma.

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

  1. Bell D. The coming of postindustrial society. New York: Basic Books, 1976:XIII.
  2. Schiller HI. The corporate takeover of public expression. New York: Oxford University Press, 1989: 69-73.
  3. Parat MU. The information economy: definition and measurement. Washington, DC: Office of Telecommunications, 1977;t1:65, 119-23.
  4. Schiller HI, Bagdikian B. Lords of the global village. Nation, 12 de junio, 1989:805-20.
  5. Hawkins DT. The commodity nature of information. Online, enero, 1987:68-9.
  6. United States Department of Commerce. US industrial outlook. Washington, DC: UGSPO, 1990:29-33.
  7. Gennaro R De. Technology and access in an enterprise society. Libr J 1ro. de octubre, 1989:43.
  8. Véanse las cartas al editor de la Library Journal, que advierten acerca de la nueva orientación de dicha publicación. Estas cartas aparecen en los números de diciembre de 1989, enero de 1990, 1ro. de febrero de 1990 y 15 de febrero de 1990.
Comentario al artículo "Las bibliotecas y la comercialización de la información:
hacia una discusión crítica de la labor bibliotecaria"

Rubén Cañedo Andalia

El creciente reconocimiento de la importancia de la información como recurso que otorga poder a las organiza ciones y a los individuos, condujo al rápido desarrollo de una poderosa industria de la información generadora de enormes beneficios económicos. La actividad de esta industria descansa sobre una potente infraestructura tecnológica, responsable, en gran medida, de los altos costos de los productos y servicios de información.

El carácter cada vez más lucrativo de esta actividad en la sociedad moderna; los crecientes costos de la adquisición de la información y de las tecnologías necesarias para su procesamiento y el suministro de los servicios, unidos a las sucesivas reducciones de presupuesto que sufren la mayor parte de las institu ciones del sector, a la presión que ejercen las organizaciones, gobiernos y la sociedad en general para que la gestión de tales instituciones aporte resultados tangibles, así como la incapa cidad de los propios bibliotecarios para demostrar objetivamente los beneficios económicos, sociales, culturales o de otro tipo que generan sus productos y servicios, constituyen factores más que suficientes para provocar el nacimiento de una mentalidad mercantilista en un sector tradicionalmente infranqueable para tales concepciones.

Resulta que para muchos gobiernos, organizaciones, e inclusive dirigentes del área, la manera más idónea de mostrar los beneficios que aportan sus institucio nes residen en la cuantificación de las ganancias éstas ingresan que por con cepto de ventas de productos y servicios de información.

Los factores mencionados exigen que los bibliotecarios adopten una estrategia de mercado Äque no quiere decir de lucroÄ como la única vía de mostrar que sus acciones poseen un claro impac to, tanto en la satisfacción de las necesidades como en el desarrollo de la sociedad, a la vez que deben ser capaces de crear los mecanismos necesarios para demostrar de forma tangible los beneficios que su actividad genera, aunque dichos estudios requieren de una buena dosis de disposición y creatividad.

A modo de conclusión, se puede decir que el artículo constituye un excelente alerta contra la comercialización desme dida de los productos y servicios de información, a la vez que defiende altos sentimientos de carácter cultural y social. El cobro de dichos productos y servicios de información es una tenden cia actual en el mundo que obedece, como hemos expresado, entre otras razones, a los altos costos de su produc ción. Sin embargo, el lucro despropor cionado con ellos es capaz de, en cualquier contexto, discriminar y marginar a grandes sectores de la población sin poderío económico sufi ciente como para adquirirlos, lo que sin lugar a dudas redunda inevitablemente en perjuicio de la sociedad como un todo.

Recibido: 27 de octubre de 1995. Aprobado: 10 de noviembre de 1995.

Lic. Rubén Cañedo Andalia. Centro Nacional de Información de Ciencias Médicas. Calle E No. 454, e/ 19 y 21, El Vedado, Ciudad de La Habana, Cuba. CP 10400.