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ACIMED

Print version ISSN 1024-9435

ACIMED vol.5 n.2 Ciudad de La Habana May-Aug. 1997

 

Desarrollo tecnológico, traductología y edición de traducciones literarias*

Emilio Hernández Valdés1

Traducir es transpensar

José Martí
¿Para quiénes será el siglo xxi?

Poder moverse o no en la realidad del ciberespacio marcará a los individuos que nazcan en este fin de milenio. El disfrute de las nuevas tecnologías facilitará y modificará la vida de aquellos individuos que dispongan de recursos para acceder a ellas. Esos privilegiados deberán desarrollar una mentalidad ultraflexible, adaptada para asimilar todas las transformaciones de las que serán testigos, que les permita transitar por la vida sabiendo que cada día de su existencia constituirá la fecha que marcará la caída de una nueva barrera al conocimiento. Cuando les llegue el ocaso -al parecer teóricamente tardío según las promisorias posibilidades que en las nuevas circunstancias se vislumbran para la prolongación de la esperanza de vida humana a una escala matusalénica-, casi nada de lo que los rodeó al venir al mundo se mantendrá en pie.

Pudiera decirse que el ejemplo que sigue, por lo que se puede imaginar, es sólo un simple anticipo de lo que muy pronto acaecerá. En junio del pasado año, en un artículo de la revista colombiana Semana, su redactor afirmaba algo que tan sólo hace un lustro hubiera podido atribuirse al famoso novelista de ciencia ficción Isaac Efimov: «Dentro de cuatro años cualquier persona podrá operar la fotocopiadora de la oficina desde un aeropuerto, encender las luces y el horno de microondas desde la oficina y reanudar la marcha de cualquier maquinaria remotamente.»1

El desarrollo alcanzado en el tratamiento de la imagen, por ejemplo, enfrenta al hombre contemporáneo a nuevas visiones e interpretaciones del mundo hasta en sus menores dimensiones: el deslumbrante mundo de la ultramicrobiología fascina a los científicos y revoluciona día a día no sólo los conocimientos de los micromundos medioambientales, sino que ya también permite penetrar en lo más recóndito del cuerpo humano.

La aplicación de las nuevas técnicas de ultrarresolución de la imagen y microanalíticas a la industria, a la experimentación científica en general y a la medicina develará secretos hasta ahora sumergidos en lo incognito, como el funcionamiento del cerebro, y derribará, como de hecho ya sucede, conceptos tenidos por verdades absolutas durante mucho tiempo.

Pero, a las aportaciones positivas que todo este progreso tecnológico comporta se suman, entre otros problemas éticos, uno de suma gravedad: el ahondamiento de las diferencias entre los países pobres y los países más desarrollados, puesto que éstos desde ya estarán marginados, no sólo por sus reducidas capacidades financieras para enfrentar la adquisición de estas nuevas tecnologías, sino por el llamado «analfabetismo de la imagen» -que ya se suma al de la iliteralidad, endémica en amplias regiones del planeta-, al que deberán enfrentarse sus pobladores. Tómese en cuenta, además, el poder de penetración de las conciencias que el dominio de estas tecnologías comporta, en cuanto a su condición de «fomentador de modelos conductuales y estilos de vida», que tanto peligro entraña para la sobrevivencia de las culturas nacionales.

La llamada Galaxia Bit, «heredera de Gutemberg y Marconi -señala Pablo Ramos- pero complejizada por la televisión de alta densidad [...], el hypermedia y esa otra [alucinante] dimensión de la imagen [que es] la realidad virtual»,2 será el «ambiente» en el que se moverá el hombre del próximo milenio, que ya se sitúa en nuestro horizonte a tan sólo cuatro años vista.

Las ofertas de productos en multimedia para la ocupación del ocio crecerán, incluso en detrimento de los usos educacionales,2 y con ello, por supuesto, se transformará la función del libro y, como ya lo hace, introducirá sustanciales y reiterados cambios en el proceso de creación intelectual, en la labor editorial y en la comercialización y retribución en esta esfera.

Las potentes computadoras personales y los -un tanto retrasados con respecto a éstas- versátiles programas para el procesamiento de textos de que hoy se dispone, han dado un vuelco a la industria editorial de nuestros días, al igual que ha sucedido en todos los sectores de la vida contemporánea, removidos de arriba a abajo por el influjo del incesante y veloz desarrollo de la informática del que somos asom-brados testigos: ya todo es posible en este campo o pronto lo será. Como van las cosas, estamos a punto de perder la capacidad de asombro.

Y, al paso tropeloso de este desboque, sucumben ya definitivamente el plomo y el linotipo -pieza de museo-, hoy convertidos en historia. Las técnicas de impresión se modifican, simplifican y alcanzan excelencias que hasta hace poco no podían ser siquiera imaginadas. La impresión a distancia y simultánea permite, vía las superautopistas de la información, difundir un texto a lo ancho y largo del globo terráqueo, trastocando los obsoletos mecanismos tradicionales de distribución.

El avance alcanzado en las técnicas multimedias revoluciona día a día los sistemas de enseñanza en los países más desarrollados, pone en crisis a la tradicional enseñanza verbalista y con ello coloca en posición desventajosa -¿desaparecerá?- al libro de texto. La enseñanza programada y problémica se ven potenciadas con el empleo del hipertexto. El disco compacto, con sus indudables ventajas, amenaza la presencia del libro en nuestras vidas y la biblioteca tradicional se hace virtual y, proyecto ayer, ya comienza a materializarse.

El dominio de alguno de los numerosos programas de tratamiento de texto, la simple posesión de una computadora personal y de algunos periféricos, permiten al escritor novel editar y distribuir su creación, al menos para su autosatisfacción, o, incluso, intentar comercializarla con tan sólo colocarlos en un servidor electrónico y difundir su existencia poniendo a navegar su oferta a través de INTERNET.

El correo electrónico, las eficaces fotocopiadoras y otros equipos de reproducción, complican aún más el siempre complejo campo del derecho de la propiedad intelectual.

En ese contexto universal en el que ya hemos comenzado a movernos, y tomando en cuenta las difíciles condiciones en que entramos los cubanos al próximo siglo, quiero expresar algunas ideas en cuanto a la traducción y edición de las obras literarias.

Traducir para comunicarse

Sumerios y asirios dieron gran importancia a la formación de intérpretes y traductores que les sirvieran en sus contactos con otros pueblos. El desarrollo de esta actividad cobró esplendor en Grecia y buena parte de las obras de sus filósofos y escritores, como las doctrinas de Aristóteles, llegaron a nuestros días gracias a las versiones de los traductores árabes. La labor de los copistas y traductores medievales vinculados a la Iglesia Católica facilitó el conocimiento de muchas obras que de no ser por su esfuerzo es muy probable que no hubieran llegado hasta nosotros.

La invención de la imprenta y el desarrollo de la impresión de libros que se produjo a partir de entonces facilitó la difusión y conocimiento de las principales obras de las culturas nacionales europeas en formación y las de otros pueblos en una proporción portentosa, en comparación con la magra y cerrada producción intelectual del medioevo.

El interés por los estudios lingüísticos, cuyos frutos comienzan a recogerse a finales del siglo xviii, alcanzan su madurez en el mundo occidental con los aportes fundamentales de diversos estudiosos del lenguaje a fines del siglo xix e inicios del actual, entre los que sobresalió el suizo Ferdinand de Saussure (1857-1913).3 Éstos, como sus continuadores (Bally, Bloomfield, Sapir, Trubetzkoy, Jakobson y, posteriormente, Martinet, Chomsky, Benveniste), entre otros muchos representantes de las dos corrientes predominantes en la lingüística contemporánea (la estructuralista y la sociológica),4 contribuyeron a sentar las bases para que con su desarrollo, ésta permitiera que la traducción, hasta entonces una disciplina auxiliar principalmente vinculada a la literatura y la enseñanza de las lenguas, comenzara a evolucionar como una ciencia independiente, impulsada, entre otros factores, principalmente por el acelerado incremento de los intercambios entre las naciones que se produce en nuestro siglo.

La necesidad de una mayor precisión en la transposición de textos de una lengua a otra incrementa las investigaciones en este campo. El desarrollo de los estudios comparatísticos y, en una época más reciente, de los estudios estructurales y psicolingüísticos, sientan las bases para que se pase de la traducción empírica a la traducción científica, constituida ya esta disciplina como ciencia: la traductología.

El desarrollo exponencial de la información que se produce al finalizar la Segunda Guerra Mundial, debido al acelerado progreso experimentado por la investigación científica y tecnológica, exige un extraordinario esfuerzo en el terreno de la traducción. A ello se une la proliferación de los organismos e instituciones internacionales, así como la entrada en la escena mundial de decenas de nuevos países que acceden a la independencia en este período.

El incremento de los contactos entre las diferentes naciones y los indudables avances experimentados por la cultura y la educación, así como la necesidad e interés por el conocimiento universal y el intercambio entre las diversas culturas contemporáneas estimulan y exigen cada vez más la traducción de millones de páginas de documentos de todo tipo y en un segundo plano de las obras literarias.

La edición de traducciones literarias en Cuba

La industria editorial y la llamada «industria de las lenguas» son fenómenos relativamente recientes en nuestro país. Como es sabido, antes de 1959 la edición de obras literarias era una actividad en extremo limitada, principalmente por no existir un mercado -salvo el bastante jugoso de los libros de texto, destinados principalmente a la enseñanza privada- que permitiera a los editores suficientes beneficios como para arriesgarse en tal empresa. Por eso, como «la literatura no era "rentable" en la etapa capitalista neocolonial cubana»,5 la mayor parte de nuestros escritores debieron costear las reducidas ediciones de sus obras y muchas de éstas permanecieron inéditas o hasta fecha reciente no conocieron una segunda edición.

La creación, en marzo de 1959, de la Imprenta Nacional, transformada después en la Editorial Nacional y, fundamentalmente, del Instituto del Libro en 1967, así como de distintas casas editoriales bajo su rectoría o la de otros organismos estatales, no sólo favorecieron la divulgación de la literatura nacional, sino también de la cultura universal.

La difusión de la literatura escrita en otras lenguas exigió la traducción de obras que no habían sido vertidas al castellano y la revisión de traducciones efectuadas por traductores de otros países. Esta tarea, que sólo algunos intelectuales habían ejercido profesionalmente por excepción, en general para editoriales extranjeras o para publicaciones periódicas, fue absorbida en los primeros tiempos sobre todo por escritores que, si bien tenían amplios conocimientos de las lenguas de partida y de llegada, muy pocos de ellos tenían los conocimientos teóricos, en cuanto a la lingüística se refiere, para intentar al menos un abordaje del texto literario sobre bases sólidas, científicas, a la altura en que se encontraban entonces las técnicas de la traducción.

Eso sí, en su mayor parte contaban por lo menos con dos factores favorecedores de la actividad medial: el conocimiento más o menos profundo de las culturas de esas lenguas por haber vivido o visitado los países donde se hablaban, y, en un segundo plano, el legado que hubieran podido recibir de la tradición existente en el país en cuanto a la traducción literaria se refiere, iniciado en el pasado siglo en Cuba por los más destacados representantes de nuestra creación artística, desde Heredia a Martí, muchos de los participantes del círculo delmontino, pasando por la Avellaneda, Luz y Caballero, Mendive, Zenea, los hermanos Sellén, Diego Vicente Tejera y otros. (Arencibia L. Apuntes para una historia de la traducción en Cuba. La Habana, 1993. [inédito])

Por razones económicas muchas veces, afinidad espiritual o estética, o por motivaciones más o menos válidas otras, los intelectuales cubanos aportaron una buena cantidad de reconocidas traducciones. En el caso de Martí, una vez más, su sensibilidad y versatilidad intelectual le permitieron esbozar criterios acerca de la traducción que son hoy principios fundamentales de la ciencia de la traducción, principalmente en su artículo sobre la traducción de Mis hijos, de Víctor Hugo, publicado en la Revista Universal, en México,6 y en la conocida carta dirigida a María Mantilla desde Haití poco antes de su caída en combate.7

En nuestro siglo, los escritores cubanos se dieron también a la tarea de trasladar a nuestra lengua a diferentes autores contemporáneos. Publi-caciones como Orígenes y Ciclón, entre otras, dan buena cuenta de ello. Sobresale la labor como traductor de Lino Novás Calvo, quizás el escritor cubano que con más asiduidad y profesionalismo ejerció el oficio de traductor. Su traducción de la novela de Hemingway El viejo y el mar le otorgó prestigio profesional en este sentido, al ser publicada en la revista Life.

Con la Reforma Universitaria llevada a cabo en 1963, se elevó el nivel de la enseñanza de algunas lenguas extranjeras con un plan de estudios que, si bien no contemplaba aún la formación de traductores como objetivo específico, sí dotaba de mayores conocimientos lingüísticos y literarios a los egresados de esas especialidades. También un número considerable de jóvenes fueron enviados a formarse como traductores y a hacer estudios lingüísticos en los países del campo socialista. En esa misma década también se crearon institutos de idiomas en la enseñanza media y una red de escuelas de idiomas para la enseñanza masiva de personas adultas que contribuyeron significativamente a la difusión de las lenguas extranjeras.

Muchos escritores de las promociones anteriores y otros de la que entonces surgía, algunos con una buena preparación lingüística, acometieron profesionalmente o de forma esporádica la traducción literaria. En otro trabajo me he referido a la meritoria labor que tanto unos como otros han desarrollado en la traducción de escritores del llamado Tercer mundo, y muy especialmente, de la literatura de la región caribeña.8

En los años transcurridos desde la creación de la industria editorial cubana se han publicado numerosas obras literarias escritas en otras lenguas. Se han formado empíricamente o académicamente traductores profesionales o, como ya expresé, también traductores eventuales han acometido la tarea. Muchas de estas traducciones fueron las primeras versiones de esas obras a nuestra lengua. Numerosas dificultades -la mayor parte debidas a la imposibilidad de sufragar nuestras editoriales los derechos autorales- impidieron que el catálogo fuera más amplio, principalmente en cuanto a la producción contemporánea se refiere.

El brusco colapso sufrido por nuestra producción editorial a finales de la década pasada, en cuyas causas no es necesario profundizar ahora, han detenido prácticamente las ediciones de obras literarias, especialmente las traducciones de la literatura universal.

Muchos de los que se dedicaban a estos menesteres han marchado al exterior, se han jubilado o han pasado a desempeñar otras tareas. La formación de nuevos traductores se ha concentrado principalmente en la formación de intérpretes orientados a la actividad turística. Además, los planes de estudio insisten menos en la formación cultural y tienen una base lingüística teórica más débil.

Todos los inconvenientes señalados permiten suponer que en las actuales circunstancias tales factores repercutirán negativamente, hasta donde puedo suponer, en el futuro inmediato de estas ediciones. Paradójidamente, ha sido en este período cuando se ha introducido, aunque modestamente, el empleo de las modernas técnicas informáticas en nuestras editoriales.

Mientras que el proceso de la traducción científico-técnica, aunque ha sufrido también los rigores del momento, no parece amenazado en la misma medida que la traducción literaria, pues opino que a ésta, por sus características particulares, las exigencias que le son propias, y otras razones periprofesionales, no sólo le será difícil recuperarse por las circunstancias que vive el país, sino por otros motivos de más envergadura.

En primer lugar, salvo intereses muy particulares, la actividad traduccional, poco comprendida y peor estimulada económicamente, no resulta atractiva, aun para aquellos que reúnen los requisitos para ejercerla. En segundo término, la traducción documentaria, específicamente la científico-técnica, aunque también demanda especialización, experiencia e investigación, por la impersonalidad y concisión que le son propias, más el apoyo con que cuenta en cuanto al desarrollo de las bases terminológicas -incluso en este caso resulta posible apoyarse en la traducción por máquinas, que ya logran una relativa eficacia-, no alcanza la complejidad que adquiere la traducción literaria en el plano de la creatividad.

La traductología y la edición de traducciones literarias

Reconocida hoy la traducción literaria como un proceso de elaboración escritural, ya se acepta que el traductor literario reelabora la obra traducida en la lengua de llegada y es, por lo tanto, un creador, un nuevo autor. La profesora universitaria y traductora Sonia Bravo Utrera, quien ha profundizado durante los últimos años en los estudios sobre teoría de la traducción literaria, se ha referido al respecto en varios trabajos y ponencias presentadas en varios eventos nacionales e internacionales. Según ella, en lo que coincide con los más destacados teóricos actuales de esta disciplina no sólo exige un dominio de las lenguas de partida y de llegada, sino una base cultural sólida y universal, un conocimiento amplio del autor y del conjunto de su obra, de la cultura y la época a la que responde, una sensibilidad artística probada, única forma en que se puede escapar de la literalidad y de lo que el lingüista francés Georges Mounin, uno de los más importantes teóricos de la traducción, denominó «las bellas infieles».9

Pero, para ello, el traductor literario, sobre la base de su cultura y dominio técnico-teórico, debe ser al unísono un investigador de la literatura y de los contextos en que se inserta la obra que pretende transponer. Esta necesidad, una de las demandas básicas de la moderna traductología, no siempre es comprendida. Su tarea no sólo requiere tiempo, sino también exige ponerse en contacto con la cultura a la que responde la obra que lo ocupa y muchas veces el vínculo directo con el autor o con especialistas en su obra. Lamentablemente, por razones prácticas, muchas de estas etapas del proceso de la traducción literaria le están vedadas aún al traductor cubano.

Un aspecto muy discutido de la edición de las traducciones literarias es la relación traductor/revisor/editor. En su libro Introducción a la traductología,10 Gerardo Vázquez-Ayora plantea que la versión del traductor no es más que un proyecto que debe concluir el revisor, quien somete a la crítica y perfecciona dicha versión o recreación. Esto implica, según este autor, que el revisor no debe limitarse a corregir detalles que hayan escapado al traductor, sino a perfeccionar durante su lectura de la versión y el subsiguiente cotejo con el original, antes de someterla a la crítica y efectuar una lectura final amparado en el distanciamiento que le permite no estar inmerso en la lengua extranjera. Así, luego de estos acercamientos sucesivos a la versión, estará en condiciones de sopesar si el traductor ha sido capaz de interpretar las ideas y respetar el estilo del autor al «transpensar» el contenido del original.

Pero no siempre es posible efectuar esta labor mancomunada, a la que en condiciones ideales tocaría al editor dar feliz término. El afán de traducir en el menor tiempo posible una obra susceptible de éxito comercial y la necesidad de reducir los costos editoriales conspiran contra la recomendable práctica de maridar al primer binomio, al que en el mejor de los casos debiera incorporarse el editor; éste también preferiblemente especializado en la literatura en la que se inserta la obra versionada, y mejor aún si lo es en el género literario al que pertenece la obra. Ambos factores lucrativos contribuyen con demasiada frecuencia a que se difundan traducciones y ediciones poco cuidadas, principalmente de los textos contemporáneos o de aquellos que por razones circunstanciales cobran nuevamente el interés de los lectores.

Por tales motivos, muchas veces se excluye la labor de revisión o ésta es asumida por el editor, lo que puede ser una feliz coincidencia; pero ocurre también que el editor en funciones de revisor, no siempre domina ampliamente la lengua de partida. De ser así, se corre el riesgo de que la ausencia de una revisión en regla frustre la calidad del proyecto editorial.

¿Quiénes traducirán la literatura en el siglo xxi?

El actual proceso de asimilación de las más importantes casas editoriales por poderosos grupos económicos transnacionales que controlan cada día más la producción y el mercado del entretenimiento y la información (cine, televisión, video, edición de libros, periódicos y revistas, agencias de turismo, publicidad y noticiosas), por estar hoy éste entre los sectores más lucrativos en los países desarrollados -y que permiten la manipulación del gusto y la opinión pública para orientarlos hacia el consumo de la llamada cultura de masas que se enmarca en las políticas de la globalización que caracterizan al mundo contemporáneo-, plantea nuevos peligros y dificultades a la traducción de las obras literarias representativas de lo mejor de las culturas nacionales.

En un mundo donde el estímulo del consumo para obtener mayores y rápidas ganancias es la divisa por excelencia, y que está cada vez más inmerso en el desarrollo de la tecnología, ésta se pone en primer lugar en función del lucro y la cosificación del hombre. Por ello resulta evidente que esos peligros que acechan al arte/ciencia de la traducción están latentes.

¿Permitirá el empleo de las técnicas más recientes remplazar al binomio traductor/revisor? En el caso de la traducción literaria opino definitivamente que no. Por muy inteligente que puedan llegar a ser las máquinas, éstas no podrán apreciar «la situación», la intencionalidad, los recursos estilísticos, en suma, los factores metalingüísticos, que se suman «al léxico, la sintaxis oracional y la gramática extraoracional»10 para conformar la obra creada, compuesta de factores objetivos y subjetivos que la hacen un producto sui generis, irrepetible. Las máquinas po-drán facilitar y agilizar el trabajo, la operatoria y la comparación. Los programas para hipertexto, permitirán mejores ediciones críticas, y evitar errores formales medios o menores. Pero, como plantean los más avezados teóricos de la traductología aplicada, la traducción literaria continuará siendo un ejercicio a cuatro manos, cualesquiera que sean los soportes.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

  1. Un mundo interconectado. Semana [Bogotá], 18-25 de junio, 1996;(737):124.
  2. Ramos Rivero P. 2001. Odisea en el espacio audiovisual. Temas 1995;(4):98-104.
  3. Mounin G. Historia de la lingüística. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1973:225-33.
  4. Bal W. La lingüstica en el siglo xx. En: Antología de la lingüística. La Habana: ICL/Editorial Pueblo y Educación, 1974:3-48 (Cuadernos H, Lingüística, 4).
  5. Smorlakoff PM. Literatura y edición de libros: la cultura y el proceso social en Cuba. La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1987: 59.
  6. Suárez León C. Sobre la traducción martiana de Mes fils de Víctor Hugo. Universidad de La Habana 1995;(245):41-54.
  7. Martí J. A María Mantilla [carta]. En Páginas escogidas. La Habana: Editora Universitaria, 1965:279-86.
  8. Hernández Valdés E. El Caribe en la cultura cubana: un balance de la literatura francoantillana. Temas 1996;(6):8-22.
  9. Mounin G. Les belles infidèles. Paris: Cahiers du Sud, 1955.
  10. Vázquez-Ayora G. Introducción a la traductología: curso básico de traducción. Washington, D.C., 1977:38, 103.

Recibido: 5 de abril de 1997. Aprobado: 12 de mayo de 1997.

Lic. Emilio Hernández Valdés. Editorial Ciencias Médicas. Centro Nacional de Información de Ciencias Médicas. Calle E No. 452, entre 19 y 21. El Vedado, Ciudad de La Habana, Cuba. CP 10400.