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ACIMED

Print version ISSN 1024-9435

ACIMED vol.5 n.2 Ciudad de La Habana May-Aug. 1997

 

SECCIÓN INFORMATIVA

La literatura médica francesa ayer y hoy*

Profesor Yves Bouvrain

En el siglo xvi, cuando la medicina se encontraba estancada en las profundidades del oscurantismo y la terapéutica era totalmente nula, había practicantes que trabajaban modestamente, sin contar con un título bien definido, pero con una eficacia real en muchas circunstancias. Provenientes de la profesión de barbero, eran los llamados «cirujanos-barberos» quienes curaban las heridas, las suturaban, inmovilizaban las fracturas, reducían las luxaciones. Arreglando barbas, cortándoles el cabello a sus clientes fue como comenzó quien se convertiría en una de las más ilustres personalidades de la historia de la medicina: Ambroise Paré. Enrolado a los 19 años en el ejército del Mariscal de Rohan, luego en Vendôme, presente en los campos de batalla, efectúa innumerables operaciones, adquiere una habilidad extraordinaria para la época y realiza descubrimientos que permitirán el progreso de la cirugía mayor. Ya célebre, decide dar a conocer, difundir sus técnicas: escribe un libro. Pero había una dificultad. La Facultad menospreciaba el trabajo manual de los cirujanos-barberos; siempre les había cerrado sus puertas. De origen modesto, Ambroise no había aprendido el latin, lengua universal de todas las ciencias en aquella época. Se resignó, por consiguiente, a expresarse en francés. Es así que en 1545 se publicó el primer tratado de medicina redactado en nuestra lengua: La méthode de traiter les plaies faites par les arquebuses et autres bâtons à feu (Método para tratar las heridas causadas por los arcabuces y otras varas de fuego). La iniciativa de Paré apenas tuvo seguidores; cito al azar: L'Anatomie de Dionis en 1690, Vieussens en 1715, Le Grand traité de cardiologie de Senac en 1776...

Fue en las publicaciones periódicas donde el francés se desarrolló primeramente. Todos saben que la primera publicación de este tipo fue creada por Théophraste Renaudot en 1631. Él mismo era médico, pero su Gazette de France ofrecía a los lectores informaciones generales, entre las cuales sólo se encuentran breves y escasos sueltos concernientes a la medicina. Tuvo el gran mérito de crear el primer dispensario en el cual los pobres eran curados gratuitamente. Por tal razón consiguió atraerse la hostilidad de los médicos, mientras que su imprenta le granjeó el odio de los editores. Traspasó su «fichero de direcciones» a un cofrade algo raro, Nicolas De Blegny, verdadero fundador en nuestro país de la primera publicación médica, Nouvelles découvertes sur toutes les parties de la médecine (Nuevos descubrimientos de todas las partes de la medicina), en 1679. Se trataba de doce cuadernos que aparecían cada mes en forma de cartas dirigidas a un colega de provincias; el conjunto formaba un volumen.

Esta publicación periódica prefigura las características de nuestras actuales publicaciones: la información cien-tífica y profesional, colaboración gratuita de los autores, suscripción pagada, ingresos publicitarios. Esta última particularidad fue violentamente criticada... ¡en este aspecto se era puntilloso en aquel entonces! Le siguió, en 1680, Le temple d'Esculape (El templo de Esculapio), luego, en 1683, el Journal de médecine ou observations des plus fameux médecins, chirurgiens et anatomistes d'Europe (Revista de medicina u observaciones de los más famosos médicos, cirujanos y anatomistas de Europa). En 1695, el Progrès de la Médecine (Progreso de la medicina), fundado por Brunel, que sobrevivirá hasta 1709.

Nos encontramos ya en el «Siglo de las Luces». Pudiera esperarse que en los tiempos de La Enciclopedia las ediciones médicas se dispararan en flecha... ¡Nada de eso! A decir verdad no resulta sorprendente, porque hay que reconocer que la medicina permanecía más bien detenida y apenas avanzaba. No es hasta después de 1750 que se inicia un tímido progreso. En 1760 se cuenta con cinco periódicos; entre 1788 y 1791, ya son nueve o diez. Con el Terror la cifra cae primero a cuatro, luego son tres, después dos... Finalmente, bajo el Directorio y el Imperio las ediciones médicas se desarrollan muy rápidamente. Los anales, los almanaques, los anuarios se multiplican bajo los títulos más diversos: Esculape (Esculapio), Epidaure (Epidauro), Hygie, Journal des magnétiseurs et des phrénologistes spiritualistes (Revista de los Magnetizadores y de los Frenólogos Espiritualistas), Journal de Médecine et l'usage des gens du monde (Revista de Medicina y las Costumbres de las Personas), Le Somnambule (El Sonámbulo), Le Journal de Vénus (?) (La Revista de Venus), etcétera.

A principios del siglo xx se desencadenó una importante transformación con la aparición de numerosas sociedades de especialistas. Cada una crea su propio órgano de expresión. Estos recién llegados, hoy ampliamente mayoritarios, se suman a las publicaciones periódicas de interés general. Las ciencias fundamentales tiene numerosas revistas, al igual que las ciencias clínicas, pero están también los sindicatos médicos, la economía de la salud, las estructuras hospitalarias, la administración, la historia de la medicina... La prensa médica de las regiones de Francia también tuvo una gran importancia. Es de lamentar su actual declinación porque poseía su especificidad: era más cercana a los médicos locales, les ofrecía una mayor posibilidad de expresarse.

¿Cuál es la situación en este fin del siglo xx?

Las publicaciones periódicas nor-teamericanas detentan el primer lugar. Esta preponderancia está justificada: es en los Estados Unidos donde la investigación médica es más activa; gracias a ella se han efectuado numerosos des-cubrimientos. Es necesario admitirlo, tenerlo en cuenta, actuar en consecuencia. Pero es estúpido deducir de ello que hay que dejar a un lado el francés. Es normal, es deseable que nuestros autores publiquen en la prensa norteamericana. Pero por ello no es menester que deserten y que empobrezcan la literatura médica de nuestro país: es completamente posible evitarlo.

Paralelamente, asistimos a una molesta invasión lingüística en nuestro propio territorio. ¡Algunas publicaciones periódicas impresas aquí publican trabajos realizados en Francia por franceses, con la sola condición de que estén escritos en inglés!

¿Serán por ello más leídos en los Estados Unidos que si se contentaran, como ha recomendado la Academia de Medicina, con añadir un resumen detallado en inglés? No es seguro: la abundancia de revistas norteamericanas es tal que los lectores no se ocupan apenas de lo que se hace en Europa.

En realidad el francés sigue siendo la unica lengua de expresión de la medicina en más de veinte países africanos donde se desarrollan Facultades, lo que sería absurdo ignorar. Es la lengua oficial en 40 países -cerca del 20 % de los suscriptores de nuestras revistas residen en el extranjero.

Es difícil conocer el número exacto de publicaciones periódicas de medicina francófonas. Son al menos doscientas: setenta y nueve están «indizadas», es decir, están incluidas en una lista internacional establecida por un organismo norteamericano que selecciona las publicaciones de más alto nivel según criterios rigurosos. Es evidente que si nuestros investigadores publican sus mejores trabajos en el extranjero perjudican a nuestras publicaciones periódicas nacionales, cuyas oportunidades de figurar en el índice por consiguiente se reducen. Debo añadir que aparte de las setenta y nueve seleccionadas, existen otras publicaciones periódicas de gran calidad cuyos comités de redacción son muy exigentes. Estas reflexiones se aplican también, claro está, a los libros, a los tratados de medicina franceses.

La literatura médica de expresión francesa es, en el conjunto de la francofonía, un sector particularmente amenazado. Los derrotistas desgraciadamente son numerosos. En su opinión, la defensa de la lengua francesa es un «combate de retaguardia». Los escucho machacar este dicho masoquista desde hace cincuenta años: es demasiado para un combate de ese tipo. ¿Sin duda ellos preferirían una derrota? Ciertamente el francés perdió el primer lugar que le correspondió durante tanto tiempo, pero resulta reconfortante saber que la Agencia del Ministerio de Asuntos Extranjeros para la Enseñanza del Francés en el Exterior tiene, en 120 países, 289 escuelas que acogieron [en 1993] a 145 000 alumnos; que la Alianza Francesa enseñó en 1992 nuestra lengua a 370 000 jóvenes en los cuatro continentes, sin contar los 18 700 estudiantes de la escuela de París.

La medicina francesa fue y sigue siendo una de las mejores del mundo. La edición de obras de medicina en lengua francesa conoce dificultades. Si se mantiene bien viva, es gracias a la calidad de los autores, al dinamismo de los editores y a la ayuda indispensable de la industria farmacéutica. Es menester decirlo con la finalidad de que todos aquellos a los que les concierne estén muy conscientes de ello. Pero el apoyo de los ministerios y especialmente de la Dirección General de Relaciones Culturales, Científicas y Técnicas resulta evidentemente indispensable. Las acciones a emprender son numerosas.