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ACIMED

versión impresa ISSN 1024-9435

ACIMED v.14 n.1 Ciudad de La Habana ene.-feb. 2006

 

El doctor Jorge Aguayo y de Castro: un precursor de la biblioteca moderna en Cuba

Lic. Maylín Frías Guzmán1

Resumen

Se exponen las ideas del eminente profesor y precursor del movimiento bibliotecario gestado en Cuba en la primera mitad del siglo XX, Jorge Aguayo y de Castro. Se presenta la imagen que tuvo del contexto bibliotecológico que le correspondió vivir. Se ilustra, a grandes rasgos, una parte de nuestra tradición bibliotecaria y la postura asumida por nuestros antepasados en su tiempo. El examen se inserta al desarrollo del acontecer histórico social y de la rama a nivel mundial.

Palabras clave: Personalidades, bibliotecarios, Cuba.

Abstract

The ideas of this eminent professor and precursor of the librarian movement gestated in Cuba in the first half of the 20th century, Jorge Aguayo y de Castro, are exposed.  The image he had of the library context in which he lived is presented, and a part of our library tradition, as well as the position assumed by our ancestors at that time are broadly illustrated. The analysis is inserted in the historical, social, and library development worldwide. .  

Key words: Personalities, librarians, Cuba.

Copyright: © ECIMED. Contribución de acceso abierto, distribuida bajo los términos de la Licencia Creative Commons Reconocimiento-No Comercial-Compartir Igual 2.0, que permite consultar, reproducir, distribuir, comunicar públicamente y utilizar los resultados del trabajo en la práctica, así como todos sus derivados, sin propósitos comerciales y con licencia idéntica, siempre que se cite adecuadamente el autor o los autores y su fuente original.

Cita (Vancouver): Frías Guzmán M. El doctor Jorge Aguayo y de Castro: un precursor de la biblioteca moderna en Cuba. Acimed 2006;14(1). Disponible en: http://bvs.sld.cu/revistas/aci/vol14_1_06/aci11106.htm Consultado: día/mes/año.

La vida y obra de las personas son el reflejo de la época que les correspondió vivir. Su estudio nos sumerge en acontecimientos pasados por medio de apreciaciones particulares que de los hechos, legaron a la posteridad.

En Cuba, durante la primera mitad del siglo XX, se desarrolló un fuerte movimiento a favor de las bibliotecas y la profesión bibliotecaria que devino en la oficialización de los estudios de esta rama a nivel superior. Este esfuerzo se enfrentó con un profundo atraso económico, cultural y educacional, precarias condiciones en las pocas bibliotecas existentes y la ausencia del apoyo de las esferas gubernamentales relacionadas. Mientras en el mundo, se creaban progresivamente las condiciones para el florecimiento de la actividad bibliotecaria y el estado tenía un lugar protagónico, en el país, toda posibilidad parecía remota.

Fue precisamente en el seno de la pequeña y mediana burguesía donde surgió la idea de colocar el desarrollo de este campo del conocimiento en armonía con el alcanzado por los países más avanzado de los se tenía noticia.

El peso de este movimiento descansó en un grupo de intelectuales que habían obtenido conocimientos de bibliotecología en universidades extranjeras o mediante el ejercicio prolongado de la profesión. La creación de bibliotecas, la publicación de artículos y la realización de conferencias sobre temas relacionados con el quehacer bibliotecario, fueron algunas de las más frecuentes. A partir del primer curso de estudios bibliotecológicos, durante el verano de 1936 en el Lyceum Lawn Tennis Club, fue la enseñanza otra de las iniciativas que coadyuvaron al desarrollo de la disciplina en nuestro país. Después de innumerables esfuerzos, se creó la Escuela de Bibliotecarios en la Universidad de La Habana.

Muchas fueron las personalidades que formaron su claustro de profesores, entre ellos: Fermín Peraza, consultante en bibliografía cubana de la Biblioteca del Congreso de Washington; Isabel Pruna Lamadrid , graduada de Bachelor of Science en la Universidad de Kentucky y bibliotecaria consejera técnica de la UNESCO en Cuba; María Teresa Freyre de Andrade , graduada de la Ecole de Chartes con el Diplome Technique de Bibliothecaire y becaria de la ALA en la Biblioteca Pública de New York; Raquel Robés, delegada y ponente en varios congresos profesionales, invitada por el gobierno de los Estados Unidos en 1948 a la convención anual de la ALA y directora del Centro de Información y Documentación de la UNESCO en Cuba; y por último, Carmen Rovira, que durante años se desempeñó como especialista en el Programa de Fomento de Bibliotecas y Bibliografía de la OEA.

Ellos, además de exponer sus experiencias prácticas, canalizaron el conocimiento bibliotecológico europeo y norteamericano de entonces. Una revisión de sus percepciones del acontecer extranjero permite conocer cuáles acontecimientos importantes de esta actividad en el extranjero influyeron en los círculos intelectuales en nuestro país. Nuestra atención recaerá en una personalidad específica: el doctor Jorge Aguayo.

El doctor jorge aguayo y de castro

La labor del doctor Jorge Aguayo y de Castro (1903-1994) como parte del movimiento a favor del desarrollo de la biblioteca en Cuba es trascendental. A él se debe la creación de la Biblioteca General de la Universidad de La Habana; el desarrollo de importantes concepciones en el primer plan de estudio de la carrera, así como de algunas fuentes bibliográficas que sirvieron de apoyo a estos estudios; la formación de importantes figuras bibliotecarias que continuarían su ejemplo, entre otros muchos méritos. Aguayo, egresado en 1941 de la Universidad de Columbia, fue invitado en 1944, por la ALA, a colaborar en la Escuela Nacional de Bibliotecarios en Lima y actuó como consultor en materia de ciencia bibliotecaria en la Biblioteca del Congreso de Washington en 1945. Sus contactos con el extranjero le permitieron adquirir una amplia visión sobre cómo enfrentar el fenómeno bibliotecario en nuestro país. Así es que, involucrado en la creación de la Escuela de Bibliotecarios de la Universidad de La Habana , declara que el proceder estuvo fundamentado en “… las experiencias precursoras similares en nuestro país y en el extranjero, mayormente en las naciones de idénticas características de tradición y de cultura, acatando las resoluciones y recomendaciones de las conferencias y asambleas internacionales, y escuchando, sin prejuicios, resentimientos o vanidades infecundas …”.1

Las fuentes documentales revisadas develan escasas menciones sobre su vida y labor profesional. El legado de su obra escrita puede observarse en importantes revistas como el Boletín de la Asociación Cubana de Bibliotecarios , y las revistas Lyceum y Bimestre Cubana, así como en algunas monografías propias elaboradas para los cursos de Ciencia y Técnica Bibliotecaria de la Escuela de Verano de la Universidad de La Habana y su Manual práctico de catalogación y clasificación.

El análisis de sus ideas y del contexto de la época en que vivió posibilita acercarse a su imagen del contexto bibliotecológico que le correspondió vivir.

¿Positivista o pragmático?

El positivismo spenceriano, el de mayor auge en Cuba, mantuvo su influencia durante las tres primeras décadas republicanas, debido a las condiciones económicas, sociales y culturales imperantes en el país. Esta ideología, que se presentó como una filosofía optimista, confiada en la ciencia, en la industria, en la cultura y en el progreso social, 2 penetró en los diferentes estratos de la burguesía cubana. En este sentido, Pablo Guadarrama afirma:

“Ni uno solo de nuestros positivistas dejó de estimular la divulgación científica y el desarrollo cultural de todo el pueblo, en particular de las masas culturales. Surgieron diversas vías para alcanzar ese objetivo y contribuyeron activamente a lograr sus aspiraciones ”.2

Aguayo creyó en las posibilidades del libro, la biblioteca y el bibliotecario para desarrollar la educación, la cultura, la ciencia y por consiguiente de la sociedad, para hacer progresar cualquier país y, en su más amplio sentido, la civilización humana. Y señalaba:

“No es que creamos ingenuamente en el libro como una panacea universal; pero si estamos convencidos de que ningún pueblo sin formación cuaja como colectividad organizada ni, aunque tenga un pasado histórico grande, puede alejar el peligro de su decadencia, si se vuelve de espaldas a las corrientes renovadoras de la ciencia”.3

Su actividad y concepciones a favor del fomento del libro, la lectura, la fundación de bibliotecas, donde se percibe la influencia de la corriente positivista de la época, lo convierte en un precursor del desarrollo revolucionario de la rama bibliotecaria.

Por otra parte, la delimitación de las tareas propias de la profesión es una constante en sus trabajos. El pensamiento aguayiano asigna un peso capital a la actividad práctica en la educación profesional bibliotecaria. La creación de la Biblioteca General de la Universidad de la Habana como laboratorio de adiestramiento en las habilidades propias de la profesión es una forma de materializar estas ideas. Su trabajo en la elaboración de reglas para la organización, clasificación y catalogación de una biblioteca fue otra de sus acciones con el mismo propósito. Aguayo muestra la influencia recibida del pragmatismo norteamericano de la época, dedicado a enfrentar la práctica bibliotecaria con la creación de repertorios, listas, reglas y procedimientos especializados.

El pragmatismo penetró fundamentalmente en la esfera educacional cubana en las primeras décadas d la república. Su máximo exponente fue Alfredo Aguayo , padre de Jorge Aguayo . Las ideas pragmáticas de Alfredo estuvieron influidas por la ideología de John Dewey. Este Dewey era hermano de Melvyn Dewey, creador del Sistema de Clasificación Decimal que fue utilizado en nuestro país para la disposición y organización de los fondos y del cual Aguayo, el bibliotecario, fue director de su segunda edición en español años después.

Jorge Aguayo, a diferencia de su hermano pensó en el hombre y la biblioteca inmersos en su medio social, como expresión de su inclinación por el positivismo. Al concebir los postulados de la profesión bibliotecaria cubana, los define “… mediante un madurado análisis objetivo, a las condiciones específicas de nuestro medio ambiente, adaptándolas con la habilidad de demiurgos a las necesidades inmediatas de nuestro país …”.3

La profesión bibliotecaria

Afirmaba Aguayo : “Siempre existió este (el bibliotecario) a través de la historia”. Lo que le ha asignado rango especial y calidad de profesional universitario en los últimos tiempos es el carácter democrático de nuestra época…”.1

La asimilación de conocimientos bibliotecológicos sistematizados se hizo necesaria a partir del siglo XIX cuando la actividad y lugar de las bibliotecas tomaron rasgos peculiares para la sociedad.

A finales del siglo XIX el perfeccionamiento de la industria, producto de la Revolución Industrial en el siglo XVIII, provocó la emigración a las ciudades de la mano de obra campesina y analfabeta. Las máquinas se hicieron cada vez más complejas y exigieron preparación y habilidad para su construcción y mantenimiento. El surgimiento del capitalismo solicitó un gran número de empleados suficientemente instruidos para la dirección de la sociedad. La poderosa burguesía industrial y el estado aunaron sus esfuerzos e implantaron la instrucción pública, obligatoria y gratuita. La mecanización de la imprenta, la fabricación a máquina del papel y la encuadernación mecánica abarató el libro e hizo posible la confección de periódicos y revistas de gran tirada.4 Todo lo anterior, unido al movimiento de bibliotecas públicas en el siglo XIX –que tuvo sus antecedentes en el establecimiento de bibliotecas de suscripción y librerías de préstamo durante el siglo XVIII- introdujo un nuevo concepto sobre estas instituciones.

En este sentido, Aguayo señala: “La biblioteca es un producto de la humanidad civilizada; pero es solo hasta tiempos recientes (siglos después de la invención de la imprenta), que deja de ser patrimonio de unos pocos. Sólo en el florecimiento de las democracias, en que empieza a concebirse la idea de la instrucción universal indispensable, a la participación del pueblo en el gobierno del país y en las actividades de la vida social y económica de la nación, es que el Estado vuelve por primera vez los ojos a la biblioteca para incorporarla de alguna manera al proceso de la educación”.5

Al definir el término biblioteca examina detalladamente el trinomio edificio-colección-funcionarios y enfatiza en los dos últimos. Para denominarse de este modo, no basta con la disposición pasiva de los fondos en casas particulares o locales de instituciones privadas sin una organización y administración profesionalmente adecuada. La concepción de biblioteca como almacén de libros permitió la preservación del saber acumulado por generaciones para la posteridad. Para Aguayo es imprescindible esta perspectiva, pero la socialización de los fondos constituye desde el siglo anterior su función fundamental. Va a ser una unidad administrativa, con presupuesto, recursos humanos, reglamento, normas de trabajo, misión –lo que el llama ideales– y, sobre todo, parte integrante del sistema educacional.

Esto último es de vital importancia para él, la función de la biblioteca como medio auxiliar de la educación y la necesidad de su existencia en las escuelas. Coloca a estas instituciones al mismo nivel de responsabilidad que la escuela y la familia tienen en la formación del ser humano.

El movimiento de bibliotecas públicas en el mundo anglosajón pensó estos recintos, llámense públicos o populares, como establecimientos indispensables para la educación y la difusión de la cultura del pueblo.

Esta idea permeó a Aguayo : “… el hábito de leer…no serviría de nada sin un sistema oficial de bibliotecas públicas bien servidas que permitiese al ciudadano común continuar su educación a través de la vida, y a los hombres dirigentes de la sociedad: políticos, educadores, profesionales, etc., mantenerse informados de la marcha universal del progreso y penetrados del pasado histórico de su país”.3

“En un sentido amplio, las bibliotecas públicas son aquellas que abren sus puertas sin restricciones a todo el que desea consultar sus obras ”.5

Aguayo las reconoce dependientes y reflejo del medio social donde se ubican. El conocimiento del entorno les permite “satisfacer las apetencias culturales del medio”, despertarlas o anticiparse a ellas para influir como ente activo en él ”.5

Es de su conocimiento, la aparición de bibliotecas especializadas y el compromiso de sus bibliotecarios con las tareas de la investigación.

Según Shera, en la medida en que el modelo cultural se vuelve más complejo, aparece la especialización, las responsabilidades específicas se asumen por, o asignan, a ciertos individuos, porque éstos poseen pericia física o aptitudes, habilidades o conocimientos especiales. Las funciones y su lugar están determinadas por el ambiente, la cultura, las tendencias activas dominantes de quien desempeña la función y las demandas socio-psicológicas del momento.6

Cuando la labor bibliotecaria se reducía esencialmente a la organización y custodia de los documentos guardados en las llamadas “casa de tabletas” o “casa de papiros”,7 era un poco difuso hablar de profesiones, sin embargo, la condiciones a finales del siglo XIX estaban creadas.

Este nuevo panorama, desglosado a grandes rasgos, exigió cualidades en el bibliotecario para atender innumerables intereses y variados niveles de educación, a diferencia de los requeridos por el guardián y conservador de colecciones dirigidas a usuarios selectos.

Aguayo , testigo de su tiempo, introduce un elemento fundamental: “Vivimos en pleno siglo de profesionalización. Adquieren jerarquía de estudios universitarios actividades tales como la asistencia social al necesitado, el oficio de contador público, las funciones de la administración del Estado, las actividades del periodista, del profesor de idiomas, etc. ¿Podría esperarse otra cosa del custodio secular del libro…?”.1

Se refiere a los efectos de la revolución de las ciencias sociales que, en el siglo XIX, surgen para responder a los cambios sociales ocurridos y que se extienden hasta el siglo XX.

La ciencia de la biblioteca es también resultado de la conmoción de las ciencias sociales y expresión de las necesidades y urgencias del momento histórico. Aguayo la reconoce con el nombre que le dio el alemán Martín Shrettinger: “Bibliotecología” y que el mundo anglosajón hizo suyo. Se limita a considerarla como una ciencia joven, un campo interrelacionado con la pedagogía y como profesión universitaria.

La bibliotecología carecía de cuerpo teórico. El grueso de las reflexiones se había centrado en la función de las bibliotecas y el bibliotecario. Naudé, Ranganathan y Ortega y Gasset son una muestra de ello. Aguayo se suma a esta misma línea de pensamiento y se centra en cual debía ser la formación profesional precisa del bibliotecario.

Formado en la parisina Ecole de Chartes , fundada en 1821, común para las profesiones de bibliotecario y archivero, para Aguayo fue “una suave corriente de inspiración renovadora” que llegó a la América del Norte. En 1887, se fundó la primera escuela especializada en la Universidad de Columbia, bajo la dirección de Melvyn Dewey . Con el objetivo de desechar la visión de bibliotecario literato y bibliófilo, se aferra al adiestramiento en las técnicas propias de la biblioteca, la enseñanza ofrecida por esta escuela fue eminentemente práctica. Las escuelas creadas en los primeros 30 años siguieran este modelo y formaran parte de institutos técnicos o bibliotecas. Desde entonces, surgió el conflicto de hasta que punto la instrucción debía ser más académica que práctica.8

Los primeros cursos ofrecidos en Cuba en los cuales Aguayo tuvo una importante participación como profesor, se organizaron en instituciones culturales y se impartieron asignaturas técnicas. Sobre el asunto, en su artículo “Consideraciones sobre las Bibliotecas en Cuba”, introdujo otro elemento maduro para entonces:

“El bibliotecario, como profesional –cualquiera que sea su posición dentro de la biblioteca-, es un técnico; pero sólo lo es en el sentido en que lo es cualquier profesional”.3

Y más adelante señala:

“El bibliotecario debe poseer una cultura superior, universitaria y ser maestro en la disciplina de su profesión”.3

Desde 1926, se habían establecido los estudios universitarios de esta rama en la Universidad de Columbia; de ella Aguayo fue alumno en 1941. Es a partir de la influencia de Williamson sobre la Carnegie Corporation en la década de los años 40, que se gestó un nuevo cambio dirigido hacia una mayor aproximación académica bien organizada y a nivel superior.

Aguayo expone entonces su teoría para el establecimiento de una escuela de bibliotecarios a nivel superior. Divide los estudios en clases: académico y práctico.3 Los académicos, para él eminentemente teóricos van a ser “tomados de cualquier facultad o departamento”. Pero no va a ser tan espontánea su selección. Se tiende a formar un bibliotecario erudito, derivado de la influencia europea.

En las palabras de Cotton des Houssays a la Asamblea General de la Sorbona en 1780, citadas por Aguayo , se plasma esta ascendencia:

“Ser sobre todo un sabio y un profundo teólogo; pero estas cualidades que considero fundamentales, deberán estar unidas a una vasta cultura literaria, un exacto y preciso conocimiento de todas las artes y las ciencias, gran facilidad de expresión, y, por último, hallarse dotado de una cortesía exquisita… .1

Por ello, las escuelas de bibliotecarios aparecen anexas a las facultades de ciencias sociales y humanística.

Puede añadirse como otro factor clave, que la bibliotecología no había desarrollado entonces un cuerpo teórico que explicara el conjunto de fenómenos, acontecimientos y conceptos perteneciente a su espacio.

Los estudios prácticos devienen del peso que los norteamericanos conceden al manejo de las técnicas bibliotecarias. En estos términos, la Ciencia de la Biblioteca había desarrollado repertorios y reglas para la catalogación y clasificación, índices, listas y tablas para la asignación de epígrafes o encabezamientos de materia y manuales de procedimiento para la construcción, organización y conservación de una biblioteca.

Es esta área a la que Aguayo dedica su experiencia profesional. Fue profesor de Clasificación y Catalogación de los primeros cursos que se impartieron en el país y posteriormente en la Escuela de Bibliotecarios de la Universidad de La Habana , además de autor del conocido “Manual de clasificación y catalogación” que con dos ediciones (1943 y 1952) tuvo amplia difusión en América Latina. Junto a Carmen Rovira compiló la primera edición de la Lista de Encabezamientos de materias para bibliotecas (LEMB).9

El advenimiento de los cambios

“Está próximo a nosotros el día en que los hombres de ciencia, los sabios, los profesionales, quizás si hasta los más sencillos amantes del saber, reciban en sus propios domicilios, en forma microfotográfica, los libros y revistas publicadas sobre la materia objeto de sus conocimientos y especialidad…”.1

Los científicos, investigadores, profesionales, empresarios, simples curiosos y asiduos lectores hoy reciben servicios de información de remotas partes del mundo y en los más disímiles formatos. La invención de la microcomputadora e Internet ha permitido este hecho avizorado por Aguayo en la década de los años 50 del siglo XX ante el desarrollo de la reprografía y uno de sus principales sistemas empleados: el microfilm.

Precisamente, Aguayo fue partícipe de los inicios de un siglo donde la ciencia experimentó un crecimiento vertiginoso devenido de la Revolución Industrial. La inclinación hacia las investigaciones electrónicas y, por consiguiente, la automatización de los procesos es una de las características de la época.

La repercusión de este evento en el mundo bibliotecológico de entonces es analizada por el profesor.

“La bibliografía no será sólo una lista de obras publicadas sobre un asunto… incluirá también la reproducción microfotográfica del texto mismo de los libros enumerados”.1

En este caso, utiliza el término bibliografía como el instrumento de trabajo intelectual, pero no debe obviarse que la Bibliografía, desde finales del siglo XIX, había logrado una madurez conceptual como disciplina autónoma. Es en esta etapa que su especialización se acrecienta para responder a la comunidad científica. Por otra parte, los estudios de Otlet y La Fontaine con el objetivo de organizar los conocimientos recogidos en forma documental no penetraron en el mundo anglosajón. Se siguió el corte bibliotecológico hasta los años 50 y “…la documentación en ese lado del Atlántico pronto llegó a ser prácticamente sinónimo de microfotografía…”, 10 con un especial énfasis en el microfilm.

El contacto de Aguayo con el mundo norteamericano le permitió reflexionar sobre el carácter trascendental del uso del microfilm como un medio anexo al repertorio bibliográfico, portador de un nuevo valor informativo. Por otra parte, las invenciones militares de la finalizada contienda bélica comenzaban a utilizarse en la vida civil, y sirvieron para la solución de problemas en diferentes áreas del conocimiento.

Ya Vannevar Bush había publicado en 1945 su artículo “As we may think”, donde proponía el uso de la máquina Memex para “la tarea masiva de hacer más accesible la desconcertante acumulación de conocimientos”.11

En 1951, Calvin Mores introdujo el término “information retrieval" y anuncia la llegada de una disciplina que utilizará el instrumental de las tecnologías más avanzadas para enfrentarse a la avalancha de información. Aparecen, en este sentido, los sistemas de recuperación de la información.

Aguayo no hace mención alguna a estos últimos sucesos; sin embargo parece percatarse de las transformaciones que se gestaban con el empleo de las nuevas invenciones en el campo bibliotecario, cuando afirmaba:

“…es posible que el concepto de la producción de los libros y su distribución a través de los canales usuales; la teoría de la arquitectura de las bibliotecas; la de la organización de éstas, y, en definitiva, el concepto nuestro del servicio que prestan a la colectividad, cambien totalmente todo el cuadro de las relaciones entre la escuela, el libro y el ciudadano.”1

Cuando Aguayo se refiere al libro no lo concibe en su forma tradicional impresa en papel. Distingue su “esencia”, “…lo que hay de permanente que a todos interesa…”, es decir el contenido, de “su forma”, “…de lo que sólo es apariencia, revestimiento, ropaje de la idea”.1 Considera como libro todo objeto que lleve grabado “las producciones del espíritu humano”. Por tanto, el libro está constituido por un soporte físico y un contenido.

Esa distinción entre ambos componentes está explícita en el concepto de documento y en las ideas de Otlet y La Fontaine al crear la Documentación.12 Está también presente en la comunidad bibliotecaria norteamericana, con la aparición de nuevos portadores de información como el microfilm y una problemática presente hasta nuestros días, la explosión de la información.

Es en este contexto cuando, independientemente de las formas, los contenidos comienzan a ser el centro de atención y la Ciencia de la Información sienta sus bases.

Estaba lejos de imaginar Aguayo que existieran bibliotecas sin edificios físicos. Sin embargo, la variedad de soportes y la llegada del teléfono, la televisión y la radio a los hogares como medios de transmisión de los contenidos, lo convencieron de que las concepciones habituales inevitablemente cambiarían.

Referencias bibliográficas

1. Aguayo J. Las bibliotecas contemporáneas. Lyceum 1951;7(25):134-47.

2. Guadarrama P. Algunas particularidades del positivismo en Cuba. La Habana : Editora Política, 1985. p.62.

3. Aguayo J. Consideraciones sobre las bibliotecas en Cuba. Bimestre Cubana 1948;61(1-23):31-40.

4. Enciclopedia el hombre y su mundo: lenguaje y comunicación. Pamplona: Salvat, 1967.

5. Aguayo J. Algunas consideraciones sobre las bibliotecas y la educación. Lyceum 1952;8(31):9-17.

6. Shera JH. Los fundamentos de la educación bibliotecológica. México DF: UNAM, 1990. p. 51-2.

7. Escolar H. Historia de las bibliotecas. Madrid: Fundación Germán Sánchez, 1987.

8. Rovira C. Formación profesional del bibliotecario. Primeras Jornadas Bibliotecológicas Cubanas. La

9. Habana, abril 15-18. La Habana : Comisión Nacional Cubana de la UNESCO , 1953.

10. Precursores. Disponible en: http://www.fahce.unlp.edu.ar/departamentos/alhubi/páginas/clasificacion/ precursores.htm [Consultado: 2 de marzo de 2005].

11. Shera JH. Sobre bibliotecología, documentación y ciencia de la Información. Bibliotecas 1969;7(1):11-9. Saracevic T. Information Science. Journal of the American Society for Information Science 1999;50(12): 1061-63. Disponible en: http://www.scils.rutgers.edu/~tefko/JASIS1999.pdf [Consultado: 16 de abril de 2005].

12. Capurro R. Epistemología y Ciencia de la Información. Disponible en: http://www.capurro.de/enancib.htm [Consultado: 16 de septiembre de 2005].

Recibido: 19 de enero del 2006. Aprobado: 28 de enero del 2006.
Lic. Maylín Frías Guzmán. Centro de Convenciones “Bolívar”. Agencia de Información y Comunicación para la Agricultura en Villa Clara. Carretera Malezas Km 1 ½ Santa Clara. Villa Clara, Cuba. Correo electrónico: agrinforvc@ccb.vcl.cu

1Licenciada en Información Científico - Técnica y Bibliotecología. Centro de Convenciones “Bolívar”. Agencia de Información y Comunicación para la Agricultura en Villa Clara Profesor Instructor. Universidad Central de Las Villas, Cuba.

Ficha de procesamiento

Términos sugeridos para la indización

Según DeCS1
PERSONAJES; BIBLIOTECAS; CUBA.
FAMOUS PERSONS; LIBRARIES; CUBA.

Según DeCI2
PERSONAJES; BIBLIOTECAS; CUBA.
FAMOUS PERSONS; LIBRARIES; CUBA .

1BIREME. Descriptores en Ciencias de la Salud (DeCS). Sao Paulo: BIREME, 2004.
Disponible en: http://decs.bvs.br/E/homepagee.htm
2Díaz del Campo S. Propuesta de términos para la indización en Ciencias de la Información. Descriptores en Ciencias de la Información (DeCI). Disponible en: http://cis.sld.cu/E/tesauro.pdf