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ACIMED

Print version ISSN 1024-9435

ACIMED vol.14 no.2 Ciudad de La Habana Mar.-Apr. 2006

 

Domingo Figarola Caneda: una personalidad de la cultura y la bibliotecología en Cuba

Lic. Aimeé Silva Crespo1 y MsC. Zoia Rivera2

Resumen

Se realiza un breve esbozo de la vida y la obra del insigne intelectual cubano Domingo Figarola Caneda; se analizan sus aportes al campo de la bibliografía y su labor como primer director de la Biblioteca Nacional de Cuba “José Martí”.

Palabras clave: Personajes, bibliografía, Cuba.

Abstract

A sketch of the life and work of the outstanding Cuban intellectual Domingo Figarola Caneda is made. His contributions to the field of bibliography and his work as the first director of “José Martí” National Library of Cuba are also analysed.

Key words: Personages, bibliography, Cuba.

Copyright: © ECIMED. Contribución de acceso abierto, distribuida bajo los términos de la Licencia Creative Commons Reconocimiento-No Comercial-Compartir Igual 2.0, que permite consultar, reproducir, distribuir, comunicar públicamente y utilizar los resultados del trabajo en la práctica, así como todos sus derivados, sin propósitos comerciales y con licencia idéntica, siempre que se cite adecuadamente el autor o los autores y su fuente original.

Cita (Vancouver): Silva Crespo A, Rivera Z. Domingo Figarola Caneda: una personalidad de la cultura y la bibliotecología en Cuba. Acimed 2006;14(2). Disponible en: http://bvs.sld.cu/revistas/aci/vol14_2_06/aci06206.htm Consultado: día/mes/año.

La historia de la Bibliotecología, como la de cualquier campo del saber, se materializa por medio del pensamiento y las acciones de las personalidades que la ejercen; por ello, es vital estudiar sus figuras notables, una tarea que por difícil no deja de ser imprescindible.

Domingo Figarola Caneda, historiador, periodista, bibliófilo y el primer director de la Biblioteca Nacional de Cuba, un intelectual multifacético, nació en La Habana el 17 de enero de 1852 y fue bautizado con el nombre de Domingo José Joaquín Antonio Abad.

Fig. Domingo Figarola Caneda (1852 – 1926).

Sus padres fueron Domingo Figarola y del Castillo y Carmen Caneda y Garay. Tuvo un hermano, Joaquín, quien murió, según Juan M. Dihigo, 1 en la reconcentración de Weyler. En 1874, Domingo se enamoró de María Teresa Ferrer, joven criolla de buena posición, hija de un comerciante, con la cual se casó al año siguiente. De esa unión nació, el 22 de septiembre de 1876, su único hijo, Herminio Mauricio. Tiempo después este matrimonio se disolvió y Domingo se casó con Emilia Boxhorn, quien lo acompañó hasta el final de su vida.

En 1869, después de cursar los niveles elementales en los mejores colegios, pasó a estudiar en el Instituto de La Habana donde recibió el título de Bachiller en Artes. En 1870, en respuesta al deseo de sus padres, ingresó en la Facultad de Medicina de la Universidad de La Habana y es allí, según sus propias palabras, donde “empiezan una serie de contradicciones en mi vida.” Y es que los intereses de Domingo estaban en otras direcciones: “Sentía vocación […] por las letras; la historia de mi país y en especial su literatura…”(Autobiografía y diarios de viaje de Domingo Figarola Caneda. Expediente del fondo de la Academia de la Historia de Cuba, Archivo Nacional de Cuba).

Los sucesos del 27 de noviembre de 1871 constituyeron un momento crucial para el joven estudiante. Él y sus compañeros de cuarto año fueron detenidos por los voluntarios españoles en el Hospital San Dionisio desde las tres de la tarde hasta las ocho de la noche, hora en que fueron apresados los estudiantes de primer curso, entre los que se encontraban aquellos que más tarde fueron fusilados. En un gesto de compañerismo, Caneda avisó a las familias de algunos compañeros que aún estaban presos y les llevó víveres y ropa en alguna ocasión. Según el propio Caneda: “Así empecé a practicar el verdadero compañerismo con mis paisanos” (Autobiografía y diarios de viaje de Domingo Figarola Caneda. Expediente del fondo de la Academia de la Historia de Cuba, Archivo Nacional de Cuba).

Después del fusilamiento de los ocho jóvenes, el hospital permaneció cerrado por un tiempo y Figarola viajó a Pinar del Río, donde vivían sus parientes. Para aquel entonces, andaba Caneda siempre acompañado por un libro y, según él mismo, fue por estos años que conoció la obra de Heredia, Plácido, Milanés, Mendive y muchos otros escritores cubanos de todas las épocas.

Al regresar a La Habana, Figarola Caneda continuó sus estudios, pero lo ocurrido con sus compañeros le impulsó para decidirse a dejar la carrera y dedicarse por entero a su verdadera vocación: el mundo de las letras y de los libros.

EL periodista

El periodismo fue el primer campo en que Caneda desdobló su intelecto después de dejar la carrera de medicina y en su autobiografía inédita, él señalaba que sus primeros trabajos periodísticos fueron los “juguetes literarios”, publicados en El Ómnibus, periódico local de la provincia de Pinar del Río (Autobiografía y diarios de viaje de Domingo Figarola Caneda . Expediente del fondo de la Academia de la Historia de Cuba, Archivo Nacional de Cuba).

A lo largo de su vida, Figarola Caneda trabajó en numerosos periódicos y revistas de la época, muchos de gran importancia en el ambiente cultural del país: fundador de algunas, director de otras, miembro del consejo de redacción de muchas, colaborador de todas. Fundó y dirigió, en 1876, el periódico El Mercurio. Fundó la Revista de Cuba, colaboró en El País desde dentro y fuera de Cuba, y se destacó por sus artículos sobre Plácido, pseudónimo de Gabriel de la Concepción Valdés, y los que más tarde formarían parte del libro “Plácido, poeta cubano”. En sus diferentes artículos periodísticos, solía publicar memorias de sus viajes y críticas literarias. Escribió también para El Autonomista Español, Ateneo y Aurora del Yumurí.

Sus artículos y trabajos de investigación aparecieron en variadas publicaciones en Cuba y en el extranjero, principalmente en España, Estados Unidos y Francia. Entre ellas, se encuentran: El Mundo Literario, Boletín Comercial, donde publicó su primer trabajo bibliográfico de importancia; La Razón , donde vio la luz su trabajo “Un ramo de violetas”; La Habana Elegante, El Almendares, La Caridad , Revista Habanera, Gaceta Musical, Revista Cubana, El Triunfo, El Trunco, Gil Blas, El Liberal, La Tarde, La Lucha, El Porvenir, Cuba y América, El Mundo, Diario de la Marina, Revista Bimestre Cubana, Social, Cuba Contemporánea, El Fígaro, Revista de la Facultad de Letras y Ciencias, La Correspondencia de Cuba, El Álbum, La Familia, La Libertad y La Legalidad. En 1883, Figarola Caneda fundó y dirigió El Argumento, una publicación de corta duración, dedicada al mundo del teatro (Autobiografía y diarios de viaje de Domingo Figarola Caneda . Expediente del fondo de la Academia de la Historia de Cuba, Archivo Nacional de Cuba).

En cuanto a la opinión del propio Caneda, él consideraba que, en su labor como periodista, las publicaciones de mayor importancia fueron La Ilustración Cubana, La República Cubana y Revista de la Biblioteca Nacional.

La Ilustración Cubana fue una revista que comenzó a publicarse en Barcelona, en el año 1885, con el objetivo de promocionar en Cuba y en España, el arte y los artistas cubanos. Según Carlos M. Trilles, su publicación cesó en 1888. La revista La República Cubana o La République Cubaine, bajo la dirección de Figarola Caneda, se editaba en París con un objetivo político y patriótico. En su primer número, hecho público el 23 de enero de 1896, decía que “se proponía interesar a Europa y principalmente a Francia en una contienda que no es revuelta de colonos indisciplinados y díscolos, sino lucha de libertad contra la tiranía”.2 Para muchos, esta revista significó la prolongación del periódico Patria de Martí, no sólo por el objetivo que perseguía, sino porque Caneda representaba al Partido Revolucionario Cubano en la capital francesa.

A la par con el trabajo en este semanario, Caneda hizo propaganda a favor de la Isla en las publicaciones Le Monde Ilustré, L'Intermédiaire des Chercheurs et Curieux y en el Quotidien Ilustré, en París, así como en Le Patriote Ilustré de Bruselas. También colaboró con las publicaciones de los emigrados en Estados Unidos, como es el caso de El Avisador Hispano– Americano, periódico, que, además de artículos sobre Cuba, publicaba críticas literarias y noticias sobre España y Estados Unidos.

En numerosas ocasiones, Figarola Caneda firmó sus trabajos bajo la denominación de pseudónimos, que eran alrededor de veinticinco distintos: Raúl Rid, El Diablo Rojo, Cacarajícara, Hatuey, K. Limete, Argos Mercurio, Evangelina, Daniel Isaac, Fausto, El observador, Un americanista, Margarita Blander, U. Noquelovio, El viajero, Quasimodo, El behique de Yariguá, Duval, Un chercheur cubain, Un historien, Un bibliograph y X. Z, entre otros.3 En algunas ocasiones, firmaba sólo con el nombre [Domingo] y, otras veces, con sus iniciales. Sin embargo, es preciso señalar que donde único firmó siempre con su verdadero nombre completo fue en la Revista de la Biblioteca Nacional.

El historiador

Domingo Figarola Caneda fue uno de los fundadores de la Academia de la Historia, en 1910, y uno de sus Académicos de Número- la Academia de la Historia exigía que los Académicos de Número fueran residentes en La Habana, mientras que los Académicos Correspondientes debían residir en otras provincias y en el extranjero. El 27 de febrero de 1912 fue designado Director de Publicaciones de esa institución, cargo que desempeñó intachablemente hasta su muerte.

Para ese entonces, fungía también como Director de la Biblioteca Nacional y, ocasionalmente, donaba a la Academia de la Historia, los títulos que la Biblioteca Nacional publicaba, por ejemplo, su revista. También donaba a la biblioteca de la Academia, ejemplares de sus propias obras. Hizo grandes esfuerzos por impulsar la publicación de los Anales de la Academia de la Historia, revista de la cual llegó a ser, finalmente, el principal redactor y director.

Figarola , junto a Joaquín Llaverías, fue destinado como oponente del discurso “Vuelta abajo en la independencia de Cuba”, de Emeterio S. Santovenia, pronunciado el 5 de julio de 1923, para su ingreso a la Academia. Se destacó también por sus pronunciamientos en pos de la preservación del patrimonio nacional, como fue la protesta que efectuó junto a Manuel Pérez Beato en mayo de 1915, cuando se pretendió demoler el ángulo de muralla que quedaba en La Habana. Dicha protesta surtió efecto, y aún hoy puede contemplarse esta reliquia.

En 1925, enfermo e imposibilitado para caminar, Caneda escribió a la Academia y solicitó que se le dejara trabajar permanentemente en su casa. Se negaba a pedir una licencia, porque deseaba continuar con sus funciones como Director de Publicaciones y desde allí continuó con su trabajo.

El bibliógrafo

La vasta cultura que poseía Figarola Caneda se reflejaba en sus obras, principalmente de corte bibliográfico, esfera que él, indudablemente, admiraba y sobre la cual acuñó la frase “La Bibliographie est le vestibule de la science” (La Bibliografía es la antesala de la ciencia. Carta firmada por el director de la Biblioteca Nacional y dirigida a diferentes personas. 1901– 1919. Expediente del fondo de la Academia de la Historia de Cuba, Archivo Nacional de Cuba).

En 1870, en el Boletín Comercia, Caneda publicó su primer estudio al respecto, “Catálogo de la Librería Española y Extranjera de J. M. Abraido”.   En 1881, en El Almendares, salieron a la luz su “Guía oficial de la exposición de Matanzas y la bibliografía de Andrés Bello” .

Durante su estancia en París, Caneda, entre otras cosas, estudió la organización de la Biblioteca Nacional de ese país y realizó algunas anotaciones que evidencian su interés por la bibliografía. E n sus archivos, aparecen numerosos apuntes y recortes con fragmentos de libros y artículos sobre el tema, tanto en español como en francés. Dichas notas también incluyen indicaciones sobre cómo confeccionar fichas catalográficas, paso por paso, con hincapié en los incunables, donde señala que su descripción bibliográfica debe ser extensa. Indica, además, la obligación del bibliotecario de realizar inventarios que especifiquen todas las particularidades de los ejemplares descritos.

Otro importante catálogo que confeccionó, en este caso a pedido de Gonzalo de Quesada y Aróstegui, fue “Cuba, Exposition Universelle Informationnelle de 1900 à Paris” , donde se describían todas las obras que la Isla había llevado a dicha exposición. En 1910, apareció la segunda edición de la “Cartografía cubana del British Museum” , importante catálogo corregido y tomado del trabajo que, en 1901, publicó Caneda en la “Bibliografía cubana del British Museum” .

Trabajó en las “Memorias inéditas” de la Avellaneda, en conmemoración a su centenario en 1914, mas esta obra no se concluyó hasta 1929, año en que su viuda Emilia logró publicarla en Madrid bajo el título “Gertrudis Gómez de Avellaneda”, con su biografía, bibliografía, iconografía, cartas, etcétera. Lo mismo ocurrió con la “ Bibliografía de la Condesa de Merlín” , que la Sra. Boxhorn consiguió publicar post mortem, después de numerosos esfuerzos, en la ciudad de París.

Otras de las conocidas bibliografías, compiladas por Caneda, fueron dedicadas a las figuras de sus amigos, entre ellas sobresalen las de José de la Luz y Caballero y de Enrique Piñeyro. Tanto estas, como otras, de eminentes figuras de la cultura cubana presentan un alto valor histórico, al igual que el “Diccionario de seudónimos”, obra de gran ayuda para los historiógrafos e historiadores, en la que Figarola recoge los seudónimos de reconocidas personalidades y brinda, además, datos precisos de sus vidas. Los trabajos de Figarola Caneda siempre fueron prestigiados por la precisión de su información, por no contener datos dudosos o no comprobados.

Las bibliografías de Caneda son de gran calidad porque recorren no sólo la obra literaria de la figura en cuestión, sino también otros aspectos como sus registros gráficos, documentos que complementan la bibliografía de la personalidad e, incluso, literatura pasiva, siempre en dependencia del alcance del estudio planteado por su autor. Para este intelectual cubano, la confección de bibliografías era un trabajo de una entrega total.

Debido a su consagración al tema bibliográfico y lo acertado de su trabajo, las bibliografías de Figarola Caneda tuvieron gran aceptación entre los intelectuales y conocedores del particular. Así, Francisco González del Valle habló del trabajo desinteresado de Figarola y la importancia de su obra desde el punto de vista histórico, y aseguró que la exactitud técnica del trabajo de Caneda generó como resultado que sus bibliografías fueran las “más perfectas publicadas hasta entonces”.4 Tal vez, por esa dedicación y perfección en el trabajo fue que Enrique Piñeyro se inspiró para confeccionar su propia bibliografía, claro está, con la ayuda de Caneda . Para ilustrar el estilo de trabajo de Caneda en sus compilaciones bibliográficas, se muestra a continuación la estructura capitular de estas dos obras con breves comentarios del autor.

En el caso de la Bibliografía de Luz y Caballero, Figarola Caneda planteaba en su prefacio:5

“Ya decimos que en nuestro coleccionar no procedió propósito más determinado que el de recoger para librar de la desaparición, conservándolo todo entre los papeles de nuestra biblioteca, hasta este día que, aumentando considerablemente el conjunto y sometido luego al método más adecuado a la naturaleza de aquél, lo presentamos bajo el plan que a continuación exponemos:

  • Bibliografía, o sea, el inventario clasificado por orden cronológico y alfabético, de la única o de la primera publicación de cada uno de los escritos de Luz y Caballero, incluyendo respectivamente las ediciones posteriores de los mismos. […]
  • Iconografía, o sea la relación de los retratos y demás documentos gráficos, como son bustos, mascarillas, estatuas, sepulcro, medallas y otros objetos.
  • Referencias, o sea la mención de los libros, folletos, hojas sueltas, folletines y noticias de periódicos, así como discursos, conferencias, elogios, cartas, poesías, anécdotas, y de cuanto más de alguna manera o en algún sentido hace referencia a Luz y Caballero”.

La segunda obra, “ Bibliografía de Enrique Piñeyro ”, apareció, por primera vez, en los Anales de la Academia de la Historia (1919 –1920, tomos I-II).

Figarola dejó un legado muy valioso para los investigadores, principalmente los que se dedican a las cuestiones históricas. Como dijera Isaías Mesa Rodríguez:

“En Figarola Caneda lo admirable de su producción está sobre todo en la pulcritud y acuciosidad de las notas al pie de página. Su prodigiosa memoria y sus grandes conocimientos de los personajes, sucesos y las obras publicadas le permitían explicaciones tan firmes y amplias, que hoy son un valioso auxiliar para los que nos dedicamos a la investigación” ( Mesa Rodríguez I. Don Domingo Figarola Caneda (1852–1952). La Habana : Academia de la Historia de Cuba, 1952. Discurso leído en sesión solemne celebrada el 16 de enero de 1952 para conmemorar el centenario del nacimiento del ilustre bibliógrafo cubano).

Figarola Caneda gozó de gran prestigio en el mundo de las letras y, en 1891, fue nombrado miembro de una comisión para escoger y enviar producciones de literatos cubanos a la Real Academia Española con destino a la “ Antología de poetas hispano – americanos”, que compilaba Menéndez Pelayo.

El bibliófilo

El amor por los libros convirtió a Figarola Caneda en uno de los más notables bibliófilos de la época. Dedicó toda su vida a coleccionar libros y a crear su propia biblioteca. La integridad y la calidad cultural y física de su colección eran tales, que después de la muerte de Caneda, el Decano de la Facultad de Letras y Ciencias, Juan M. Dihigo, le escribió al Rector de la Universidad de La Habana para solicitarle la adquisición de esta colección para la biblioteca de la universidad por el valor cultural e histórico que encerraba.

Entre los numerosos apuntes de Caneda, se encuentra uno –“Desde mi biblioteca”– que muestra con nitidez su condición de bibliófilo: “Puedo decir que siempre he tenido biblioteca. Aun viviendo en local bien reducido como es una habitación de hotel, siempre he tenido libros junto a mí, en un estante, sobre la mesa de trabajo, sobre el velador y sobre el mármol de la chimenea. Y aun puedo añadir que en la maleta de viaje nunca dejé de poner un par de libros y otro par de cuadernos en blanco para escribir las observaciones producto de la lectura” (Carpetas bibliográficas y notas sobre la Biblioteca Nacional de Cuba. Expediente del fondo de la Academia de la Historia de Cuba, Archivo Nacional de Cuba. Folio 62).

El amor que Figarola Caneda, persona de carácter complicado, sentía por los libros era proverbial y Gerardo Castellanos lo describe de la siguiente manera: “enérgico, pesimista, voluntarioso, exigente, extremadamente nervioso […] Bruscamente sincero; dice una verdad sin preocuparle que hinque o arañe. Profundo conocedor de nuestra historia y evolución literaria. Para él literatura es cuerpo con vida, y la ama con pasión dedicándole sus energías. Casi no le importa otra cosa. Esta afición, este amor intenso, es más bien una enfermedad…” .2

Son interesantes los pensamientos de Figarola Caneda sobre el libro. El indicaba que “al decir libro, agrupamos bajo el vocablo todo impreso” .6 Figarola ofrece una definición amplia, al considerar que el impreso comprende distintos tipos de documentos. Además, en los primeros años del siglo XX, las tecnologías de información para la reproducción audiovisual no se relacionaban con los intereses bibliotecarios.

Su amor por los libros Domingo Figarola Caneda lo pudo desarrollar a plenitud al ser designado como el Director de la Biblioteca Nacional.

El director de la biblioteca nacional

La llegada de Figarola Caneda a la Bibliotecología aconteció en 1901 cuando se le ofreció el cargo de director de la recién inaugurada Biblioteca Nacional. Indiscutiblemente, su constante acercamiento al mundo del libro y el amor que les profesaba fueron factores que facilitaron la nueva tarea que Caneda tomó en sus manos.

La fundación de la Biblioteca Nacional estuvo matizada por la falta de experiencia entre sus especialistas, donde las herramientas para trabajar no eran otras que la buena voluntad y la colaboración de algunos compañeros. Otro factor en contra era la escasa o nula preparación técnica y profesional de aquellos que laboraban en las bibliotecas, por lo que Figarola Caneda también tuvo que enfrentarse con estos obstáculos al tomar las riendas de la naciente institución. Tal parece que las buenas intenciones de los fundadores de esta institución no sirvieron de suficiente acicate para que la biblioteca alcanzara el respeto de los gobernantes cubanos y norteamericanos que legislaban en la isla, factor fundamental para que una entidad pública, de carácter nacional, repercutiera adecuadamente en la sociedad. Resulta evidente que sin ayuda económica y moral de las autoridades poco podían hacer los intelectuales que defendían y apoyaban a la biblioteca.

La apertura de la Biblioteca Nacional estuvo estrechamente relacionada al nombre de Gonzalo de Quesada y Aróstegui, que junto a Néstor Ponce de León, Vidal Morales, Manuel Sanguily, Diego Tamayo y Enrique José Varona, hicieron las gestiones para la creación de esta institución desde los finales del siglo XIX.

El fundador de la Biblioteca Nacional , Gonzalo de Quesada, y Domingo Figarola Caneda se conocieron en París, en 1900, donde Caneda vivía de las traducciones que hacía para las casas editoras de Garnier y Viuda de Bourget . Las dotes de bibliófilo y la vasta cultura de Caneda sugirieron a Quesada la idea de proponerle el puesto de director de la naciente institución. El único documento que avala este nombramiento, según Lilia Castro de Morales, es el suscrito por Vidal Morales , Jefe de Archivos de la Isla de Cuba, el 25 de noviembre de 1901:

“Hago constar que el día 18 del mes de octubre próximo pasado, se presentó en esta Oficina a mi cargo el señor Domingo Figarola Caneda acompañado del señor Gonzalo de Quesada, quien comisionado por el General Wood, me puso en conocimiento de que el señor Figarola Caneda venía a hacerse cargo de uno de los salones de este edificio a donde se instalaría la Biblioteca Nacional , para cuya dirección había sido nombrado; tomando por lo tanto posesión desde el mencionado día el señor Figarola Caneda del citado puesto” .7

El anuncio oficial del nombramiento de Caneda como Director de la Biblioteca Nacional fue publicado en la Gaceta de La Habana, órgano oficial del Gobierno Interventor, con fecha del 31 de octubre de 1901 con una Orden No. 234 y fecha del día anterior, con efecto desde el 18 del propio mes.7

Figarola Caneda , aunque durante tres meses fungió como Delegado Oficial de Cuba en los congresos internacionales de bibliografía y biblioteconomía en París, en 1900, tenía pocos conocimientos sobre el mundo de las bibliotecas. Por eso, consciente de la responsabilidad asumida, según Gerardo Castellanos, 2 le pidió un poco de tiempo a Gonzalo de Quesada para estudiar el tema de la Biblioteconomía en la Biblioteca del Museo Británico. Según apuntó el propio Caneda, entre 1892 y 1900 él había adquirido alguna experiencia al respecto, y realizado trabajos en varias bibliotecas de París, como: Nationale, Arsenal, Carnavales, Mazarine, Sainte – Geneviéve, Conservatorio Nacional de Música, Opéra, Cardinal, Archivos Nacionales y Sorbonne” (Correspondencia firmada por el Director de la Biblioteca Nacional y dirigida a diferentes personas. 1901–1919. Expediente del fondo Academia de la Historia de Cuba, Archivo Nacional de Cuba).

La primera acción que realizó Caneda como Director de la Biblioteca Nacional testifica sobre su carácter abnegado y su deseo de contribuir al desarrollo de la principal biblioteca del país: donó su colección personal para engrosar los fondos de la institución. A lo largo de los años de su dirección, en numerosas ocasiones, Caneda pagó el dinero necesario para el completamiento de la biblioteca de su propio bolsillo. El núcleo del fondo estaba constituido por los donativos que él logró reunir en Europa durante casi dos años: “mil títulos solamente de impresos, más de 8 mil 500 retratos, unas 15 cartas geográficas y planos gráficos estadísticos, varias medallas, algunos centenares de monedas antiguas y un buen número de ciertos objetos unos históricos y otros no, pero todos ellos documentos de mayor o menor interés para los diversos estudios” (Correspondencia firmada por el Director de la Biblioteca Nacional y dirigida a diferentes personas. 1901–1919. Expediente del fondo Academia de la Historia de Cuba, Archivo Nacional de Cuba).

Caneda no sólo puso a disposición del público su propia colección, sino que se dio a la tarea de reunir en el exterior cuanto libro, objeto y documento en general pudieron ofrecerle para conformar el fondo de la Nacional. La primera colección que se compró con estos fines fue la del Conde de Fernandina , la segunda fue la de Vidal Morales y Morales y la tercera, la de J. Tadeo Laso J.

Su preocupación por la biblioteca dio como resultado que su fondo se enriqueciera además con las colecciones de Bachiller y Morales, Francisco Sellén, Francisco J. Cisneros, Pérez Beato, Ponce de León, González Llorente, José María Heredia, Guiteras, Suárez y Romero, José Luis Alfonso y muchas otras de altísimo valor. Decía Caneda que: “La B Nacional de la Habana debe poseer todas las bibliografías francesas” (Correspondencia firmada por el Director de la Biblioteca Nacional y dirigida a diferentes personas. 1901–1919. Expediente del fondo Academia de la Historia de Cuba, Archivo Nacional de Cuba), frase que muestra el bibliógrafo nato que era y su gran amor por la cultura de ese país europeo.

En menos de un año, Figarola Caneda mostró sus dones organizativos y administrativos, y logró resultados que están reflejados en un informe detallado, dirigido por él, al General Woo d sobre todo lo concerniente a la Biblioteca Nacional desde la fecha de su nombramiento hasta el 19 de mayo de 1902: amueblado del local de la biblioteca parecido a lo visto en la Biblioteca Nacional de París y en el Museo Británico, donativos cubanos y europeos, nombres de los donantes, máquinas, catálogos –incluidas sus medidas en centímetros, resúmenes estadísticos y la magnitud del fondo, que en aquel momento llegaba a la cifra de 10 328 volúmenes (Correspondencia firmada por el Director de la Biblioteca Nacional y dirigida a diferentes personas. 1901–1919. Expediente del fondo Academia de la Historia de Cuba, Archivo Nacional de Cuba).

Emilio Roig se refería al modo en que Figarola Caneda siempre estuvo al servicio de la sociedad, y señalaba que este, a pesar de mantener una biblioteca privada, se aseguraba de que cada libro de ella tuviera un ejemplar en la Biblioteca Nacional para la consulta del público y si le obsequiaba alguno, pedía otro para el fondo de la biblioteca. Si no podía conseguirlo, donaba el suyo propio porque no se permitía que faltase en la biblioteca mientras él lo tuviera.8

Para el trabajo con la estantería abierta, Figarola mantenía firmemente la disposición de que “En la sala de trabajo no debe haber a disposición del público libro ninguno del cual no exista, por lo menos, otro ejemplar en la Biblioteca” (Correspondencia firmada por el Director de la Biblioteca Nacional y dirigida a diferentes personas. 1901–1919. Expediente del fondo Academia de la Historia de Cuba, Archivo Nacional de Cuba). Es decir, se aseguraba de que en caso de pérdida, el lector pudiera en otra ocasión contar nuevamente con el mismo título. Esto significa que Caneda no estaba ajeno a los riesgos de perder un ejemplar, principalmente si era único en el fondo y se preocupaba por establecer medidas contra ello. Es importante aclarar que la frase citada fue escrita por Caneda durante una de sus estancias en París, antes de su nombramiento como Director de la Nacional , y ello demuestra su interés temprano por las cuestiones relacionadas con la biblioteca.

Año tras año, el presupuesto asignado a la Biblioteca Nacional se hacía más escaso y disminuyó despiadadamente. En 1904, la cantidad asignada era de $ 17 260 y, en 1906 se redujo a $11 660. El 11 de junio de 1910, en la Cámara de Representantes, se discutió el presupuesto nacional. Ezequiel García Enseñat expresó en esa reunión: “no creo que en Cuba haya una Biblioteca Nacional, estimo que hay un mal depósito de libros”.9 Enrique Collazo dijo en la misma sesión: “La Biblioteca Nacional, por su significación, debía ser una institución que debiera contar con el apoyo del gobierno para su desarrollo”.9

Frente a este panorama, Figarola Caneda nunca se decepcionó, por el contrario, hizo todo su esfuerzo para que la biblioteca siguiera adelante. Mientras fue su director, destinó una parte de su sueldo mensual ($125.00) específicamente para la adquisición de documentos, que para él era una actividad primordial para el desempeño de la institución. Para 1919, en vísperas de la salida de Caneda de la Nacional, la biblioteca poseía 200 000 volúmenes.

Entre las personas que apoyaban al director hay que señalar a Carlos Villanueva quien entró a la biblioteca en 1903. Se convirtió en un fiel colaborador de Caneda y trabajó en esa institución ininterrumpidamente hasta el 31 de octubre de 1969.9 También su esposa, Emilia Boxhorn, luchaba junto a Caneda día a día para que las condiciones inapropiadas del local, no mermaran la eficiencia de las labores de la biblioteca e idearan las medidas para mejorar su funcionamiento.

Una de las dificultades más graves a las que se enfrentó Domingo Figarola Caneda al asumir la dirección de la Biblioteca Nacional, fue la del inapropiado local que le asignaron a la biblioteca. Este salón del Castillo de la Real Fuerza medía, según Fermín Peraza, 10 siete metros de largo por treinta de ancho, era un espacio insuficiente para el desenvolvimiento de una verdadera Biblioteca Nacional. Poco tiempo después, el 17 de julio de 1902, la biblioteca se trasladó a la antigua Maestranza de la Artillería, sitio igualmente falto de condiciones y, además, compartido hasta 1925 con la Secretaría de Obras Públicas. En el año 1938, la biblioteca se trasladó precipitadamente al Cuartel de la Fuerza, donde permaneció en deplorables condiciones hasta 1958, año en que se inauguró su nuevo edificio.

No obstante, el lamentable estado de la Biblioteca Nacional, Figarola Caneda insistía en brindar a los lectores un servicio a la altura de sus requerimientos. Como amante de los libros que era, cuidaba del estado físico y presentación de estos, y no sólo de los libros de su propia colección que eran encuadernados en Francia, sino de todos aquellos que formaran parte del fondo de la biblioteca. Caneda, un celoso guardián de la belleza del ejemplar, de su calidad de edición e impresión, era capaz de devolver un libro que llegara con errores tipográficos o editoriales, acción que para muchos parecía arrogante e inadecuada debido a las circunstancias, pero que sin dudas habla del rigor estético y material que exigía el director de sus producciones.

Mucha atención prestaba Caneda a la protección de la integridad física del libro; es más, escribió respecto a la preservación de los documentos un interesante trabajo titulado “Bibliolitia moderna”.6 En su trabajo, Figarola Caneda planteaba que además de los conocidos métodos de bibliolitia, es decir, la “ destrucción voluntaria de libros efectuada por personas interesadas en eliminarlos, o por los mismos editores y, hasta por los mismos autores, respondiendo a escrúpulos o pasiones de diversa índole”, 11 asociados a creencias religiosas, políticas y diversos factores sociales, existen otros “enemigos de la conservación libro” no creados con este propósito, pero que conducen a la destrucción del libro, cuando bien podrían evitarse. Entre estos “enemigos”, él señalaba no sólo a los dañinos factores climáticos y a los insectos, sino también a otros maltratos a que estaba sometido el libro: “desde la fabricación del papel en que se estampan, hasta el momento en que llega a manos del público, a una serie de manipulaciones que contribuyen a su desaparición más o menos pronta, pero irremediable”.6 El autor insistía en el efecto perjudicial de la mano del hombre, la incorrecta manipulación del libro por parte de los trabajadores de la biblioteca y los peligros que esto acarreaba. Finalmente, Caneda ofrecía una relación de los “enemigos” que conspiraban contra la buena conservación del libro:

  1. Papel de madera: material con poco tiempo de duración, que contribuye a la pérdida del documento.
  2. Cartón amarillo y engrudo: material que atrae a los insectos, un factor capaz de destruir colecciones completas en breve tiempo.
  3. Costura de alambre y de remaches: métodos que atentan contra la integridad del libro, lo daña físicamente y provoca la aparición de agujeros y manchas de oxidación.
  4. Periódicos enrollados: forma de almacenamiento que daña, en gran medida, su estado físico.
  5. Paquetes mal hechos: implican la pérdida del material, una incorrecta disposición dentro del paquete y, por lo tanto, su daño físico.
  6. Direcciones y franqueos sobre los impresos: las señales de cuños y sellos no sólo afean y dificultan la lectura, sino que también contribuyen a destruir el documento.

Al parecer, Figarola también solía hacer experimentos relacionados con la conservación, porque, entre sus apuntes, se encuentra un escrito que refleja procedimientos al respecto. Dice que el 30 de mayo de 1902, a las 8:40 de la mañana, echó tres onzas de bencina en un libro infestado y deteriorado, lo envolvió convenientemente y lo amarró en forma de paquete. El 7 de febrero de 1904, casi dos años después, abrió el estuche a las 4:30 de la tarde y notó que los insectos, que anteriormente ocupaban el libro, habían muerto. El ejemplar no mostraba mayores signos de destrucción que los que tenía al ser empaquetado, y el líquido que se le había echado no manchó las hojas y no desprendía olor alguno. Este sencillo experimento muestra el interés de Caneda por las cuestiones propias de la conservación de libros y las condiciones de preservación.

A partir de 1909, Figarola Caneda empezó a publicar la Revista de la Biblioteca Nacional , un hecho trascendental en la cultura cubana de la época. Al respecto Fermín Peraza señaló: “Figarola quiso hacer más que amontonar libros. Quiso incorporar la biblioteca cubana al movimiento cultural del país”.10 Lamentablemente, el presupuesto para esta publicación se suspendió en el año 1912 y la imprenta, donada a la biblioteca por la Sra. Pilar Arazoza de Müller, expresamente para estos fines en 1904, por gestiones del propio Caneda , se envió, por orden del Secretario de Instrucción Pública, a la Escuela de Artes y Oficios. Dicho sea de paso, la publicación de la revista se renovó sólo en el año 1949.

La labor de Figarola se obstaculizaba por numerosas adversidades, pero la más dañina de todas fue la indiferencia de los gobernantes y autoridades públicas. Según Israel Echeverría y Siomara Sánchez , el 30 de junio de 1906 la institución se cerró hasta el 1ro de octubre, por reparaciones interiores y, al no realizarse, el 28 de septiembre se informó al público que la biblioteca no se abría “hasta nuevo aviso” .9

No obstante, el trabajo de Caneda y sus dos colaboradores – Emilia Boxhorn y Carlos Villanueva – era reconocido por algunas personalidades, entre ellas por Enrique José Varona que era Comisionado Escolar de Cuba en el momento que Figarola asumió la dirección de la Biblioteca Nacional, cargo subordinado a la Secretaría de Instrucción Pública. Él y Caneda mantenían muy buenas relaciones por lo que es válido plasmar su opinión sobre la biblioteca, expresada en una carta dirigida a Caneda el 12 de junio de 1910: “Buena; y, en algunos puntos, excelente. Hay en ella mucho de lo necesario para ir formando una verdadera biblioteca pública. La base, que está en las obras bibliográficas y en los diccionarios, me ha parecido rica” (Correspondencia firmada por el Director de la Biblioteca Nacional y dirigida a diferentes personas. 1901–1919. Expediente del fondo Academia de la Historia de Cuba, Archivo Nacional de Cuba).

Tal parece que fue la tensión en las relaciones con la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, departamento al que estaba adscrita la biblioteca, la que provocó la salida de Figarola Caneda de la Biblioteca Nacional. En el expediente que contiene la correspondencia dirigida a la dirección de la biblioteca, aparece una carta firmada por el entonces secretario de este departamento, Dr. Mario García Kohly, con la fecha del 25 de abril de 1910, en la que a Caneda se le orienta la confección del catálogo de la biblioteca y la clasificación de sus documentos, y se le otorga un plazo de seis meses para el cumplimiento de estas tareas y para ello, se le envían dos auxiliares de la propia Secretaría. A partir de ese momento, comienzan a sucederse situaciones discrepantes entre la Secretaría de Obras Públicas y el Director de la Biblioteca Nacional, porque la tarea que se le exigía a Caneda carecía de los recursos materiales y humanos necesarios y que no eran puestos a su disposición por parte de las instancias gubernamentales correspondientes.

El 6 de mayo de 1918 la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, entonces representada por el Dr. Francisco Domínguez Roldán, designó a Luis Marino Pérez, bibliotecario de la Biblioteca de la Cámara de Representantes, como comisionado en la Biblioteca Nacional con vistas a ayudar a cumplir con la tarea de la confección del catálogo. Caneda evidentemente no estuvo de acuerdo con ese nombramiento, porque veintiún días después le escribió una carta al Presidente de la República, Mario García Menocal , para asegurarle que Luis Marino Pérez era enemigo personal suyo desde que este llegó a Cuba, que su actitud era de director y no de auxiliar cuando se presentó en la biblioteca. En resumen, parece que Caneda sentía que Marino Pérez representaba una amenaza para su reputación profesional.

La misiva contiene también las quejas de Caneda de ser víctima de una “campaña anónima” (Correspondencia firmada por el Director de la Biblioteca Nacional y dirigida a diferentes personas. 1901– 919. Expediente del fondo Academia de la Historia de Cuba, Archivo Nacional de Cuba), para difamar su trabajo como Director de la Biblioteca Nacional , porque, en varios periódicos, había aparecido la crítica sobre la falta de su catálogo y que lo culpaban por su incompetencia. Dicha carta detalla las gestiones realizadas por Caneda con todos los secretarios de instrucción pública que había tenido ese departamento y recalca que éstas fueron en vano.

En la misma carta que Figarola dirige al presidente, en cuanto a la clasificación y el catálogo, se explicaba que la primera tarea fue cumplida, de lo contrario era imposible brindar el servicio; y sobre el catálogo, aunque no estaba hecho, sí había muchísimas papeletas catalográficas manuscritas y que mientras la biblioteca contaba con la imprenta se publicaron, a modo de catálogo, algunos artículos en su revista para dar a conocer sus adquisiciones, algunas colecciones, etcétera.

Los amigos de Caneda estaban muy preocupados con esa situación y aunque lo apoyaron, también lo aconsejaban en su conducta. El 12 de mayo de 1918 Juan M. Dihigo le escribía: “Tengo el deber de aconsejarlo en estos momentos de contrariedad para usted en el sentido de que sea la razón y no el sentimiento el que dirija sus actos; mucha sangre fría, mucha diplomacia…” y le aconseja que ni piense en renunciar : “U. es el director de la Biblioteca y tiene que oír y cumplir lo que el superior ordene y su línea de conducta a mi juicio debe descansar en que se faciliten los medios para que la persona de la comisión cumpla su cometido y U. manteniéndose en el puesto como U. sabe hacerlo” (Correspondencia firmada por el Director de la Biblioteca Nacional y dirigida a diferentes personas. 1901–1919. Expediente del fondo Academia de la Historia de Cuba, Archivo Nacional de Cuba).

Opina Francisco González del Valle, que Caneda “tomó el asunto como cuestión de honor.” Sufrió mucho al sentirse ofendido, más aún “que si le hubiese destruido su biblioteca particular y su reputación. Los que estuvimos cerca de él sabemos cuánta fue su amargura e indignación…”.4 Después de enérgicas protestas, Figarola pidió una licencia que, según Fermín Peraza, 10 duró dos años y en 1920, obtuvo la jubilación. Finalmente, fue sustituido por Fernando Miranda, asesorado por Luis Marino Pérez, el primero se ocupó de la administración y el segundo de las labores técnicas. Esta sustitución fue por corto tiempo porque, más tarde, se designó como Director de la Biblioteca Nacional a Francisco de Paula Coronado .

Así concluyó la experiencia de Domingo Figarola Caneda en la administración de la Biblioteca Nacional de Cuba. Después de su jubilación, se dedicó a su trabajo en la Academia de la Historia de Cuba y a la publicación de importantes obras.

Las tertulias en Cuba No. 24

Uno de los eventos culturales más recurrentes en la sociedad de entonces eran las tertulias personales que ofrecían distinguidas figuras a sus amistades más allegadas y a la intelectualidad en general. Así, Domingo Figarola Caneda abría su casa, en la calle Cuba No. 24, según su numeración antigua, cada sábado, después de las sesiones de la Academia, a aquellas personas que se consideraban –y él las consideraba– dentro de su círculo de amigos con los que compartía sus intereses literarios y de cultura en general. Dicen que su esposa Emilia Boxhorn se destacaba por su amplia cultura, modestia y bondad, y acompañaba siempre estos encuentros como fiel mano derecha de su esposo.

Se reunían allí prestigiosas figuras como Manuel Sanguily, Juan M. Dihigo, Francisco de Paula y Coronado, Antonio L. Valverde, y los más jóvenes: Francisco González del Valle, Gerardo Castellanos, Joaquín Llaverías, Federico Castañeda, Emeterio S. Santovenia, José Antonio Fernández de Castro y Emilio Roig. Asistían también, los pintores Armando Menocal y Aurelio Melero y muchos más, entre ellos abogados, periodistas, doctores en diferentes disciplinas.

Los intelectuales jóvenes que tuvieron la oportunidad de conocer a Figarola Caneda han alegado sentirse muy orgullosos y complacidos con sus enseñanzas, sobre todo aquellas de carácter histórico y patriótico. Figarola exhortaba a la investigación a todo aquel que se le acercaba y le inculcaba el amor por los libros y la literatura, porque los libros eran su razón de ser. Gerardo Castellanos cuenta que en las tertulias ofrecidas por Caneda no hubo espacio para algo más que la literatura, fuese cubana o francesa.

La casa de Caneda era modesta y repleta de tranquilidad. Sus paredes, según Castellanos, estaban adornadas únicamente con retratos de Heredia, Luz y Caballero, Martí y Bachiller y Morales como muestra de la profunda admiración que sentía el dueño por su intelectualidad y patriotismo. Como decía Castellanos , “el lugar, saturado de olor a libro, sólo invita a pensar en literatura ”.2

El sumergimiento de Figarola en el mundo intelectual era totalmente profundo, aún cuando la realidad cubana y mundial mostraba cambios hacia el pragmatismo que él no asimilaba. “Caneda vive jinete en quimera, con la cabeza entre las nubes sin tocar la tierra de la realidad” .2

Domingo Figarola Caneda, de carácter difícil, poseía fama de ser excéntrico y sincero hasta la raíz. Sin embargo, nadie dudaba del honor de contar con su amistad o, simplemente, de conocerlo. Todo escritor y literato de la época lo reconocía, por lo que hasta estrechar su mano se consideraba un privilegio.

La amistad de Figarola con los intelectuales de la época se caracterizaba por la solidez. Una especial relación de afecto lo unía a Juan M. Dihigo, Antonio L. Valverde, profesor, literato y tesorero de la Academia de la Historia, Emeterio Santovenia, Manuel Sanguily y el hijo del Padre de la Patria, también Carlos Manuel de Céspedes, con quien Caneda colaboraba en algunos trabajos literarios.

Contaba Figarola también con la valiosa amistad de Francisco Calgano, su profesor, quien a menudo le escribía para felicitarle por su trabajo o corregir determinadas imperfecciones e, incluso, desaprobar sus escritos.

En Nueva York, en 1890, Caneda tuvo la oportunidad de conocer a José Martí . A pesar de que tuvieron un solo encuentro, a partir de este surgió una relación corta, pero muy fraternal, cimentada por los ideales patrios que ambos compartían. Incluso, Martí le regaló a Figarola un ejemplar de la novela Ramona, de Helen Hunt, traducida por él al español, con una amigable dedicatoria donde el autor decía que Caneda tenía “su fuerza en el corazón”.1

El prestigio internacional de Domingo Figarola Caneda, en virtud de su infinita cultura y el reconocimiento de ella, le mereció varias condecoraciones y nombramientos, entre ellos:

  • El gobierno francés le confirió a él y a su esposa, Elena Boxhorn, el título de Oficial de Academia con la condecoración de las Palmas Académicas y las Palmas de Oficial de la Legión de Honor.
  • Miembro consultivo del Consejo Permanente del Congreso Americano de Bibliografía e Historia de Buenos Aires, Argentina.
  • Miembro de la Library Association of the United Kingdom de Londres.
  • Miembro Honorario de la Association des Bibliothécaires François de París.
  • En 1900, Delegado oficial en los Congresos Internacionales de Bibliografía y de Bibliotecarios en París. Actuó como vicepresidente de este último.

Domingo Figarola Caneda fue un gran hombre, bibliófilo e intelectual cubano que amó su patria y luchó por su independencia del mismo modo que José Martí: con su intelecto. En su vida, tuvo dos grandes etapas: antes de 1901, cuando se desempeñó, principalmente, como periodista, y después de 1901, como bibliotecario consagrado. Es de señalar que en ambas etapas, su sentir como historiador estuvo latente, y se destacó, en especial, su labor como fundador y colaborador en la Academia de la Historia de Cuba, donde entregó sus esfuerzos hasta el 14 de marzo de 1926, fecha en que murió este insigne cubano.

Referencias bibliográficas

1. Dihigo y Mestre JM. Elogio del Sr. Domingo Figarola – Caneda, individuo de Número. La Habana: Academia de la Historia , 1928.

2. Castellanos G. Cuba 24. Revista de la Biblioteca Nacional. 2da. Época;1952;(3):64.

3. Cubaliteraria. Domingo Figarola–Caneda [en línea]. Disponible en: http://www.cubaliteraria.cu/autor/ficha.php?q=figarola&Id=161 [Consultado: 13 de enero del 2005].

4. González del Valle F. Domingo Figarola – Caneda. Revista Bimestre Cubana 1936; XXXVII(3):13 (separata).

5. Figarola Caneda D. Bibliografía de Luz y Caballero. 2ª ed. La Habana : El Siglo XX, 1915.

6. Figarola Caneda D. Bibliolitia moderna. En: Peraza Sarausa F (comp.). Los enemigos del libro. La Habana : Anuario Bibliográfico Cubano, 1947. p.17.

7. Castro de Morales L. Biografía de la Biblioteca Nacional. Revista de la Biblioteca Nacional. 2da. Época 1957;(3):12.

8. Roig de Leuchsenring E. Homenaje al Ilustre habanero Domingo Figarola – Caneda: en el centenario de su nacimiento”. Cuadernos de Historia Habanera1952;(52).

9. Echevarría I, S ánchez S. Cronología histórica de la Biblioteca Nacional. Revista de la Biblioteca Nacional “José Martí”. 3ra. época, 1981;XXIII (2):70.

10. Peraza Sarausa F. Panorama de las bibliotecas cubanas. Boletín del Anuario Bibliográfico Cubano 1938;I(3):21.

11. Buonocore D. Elementos de Bibliotecología. 2ª ed. Santa Fé: Castellvi, 1948. p.10.

Recibido: 26 de marzo del 2006. Aprobado: 2 de abril del 2006.
MsC. Zoia Rivera. Departamento de Bibliotecología y Ciencia de la Información.Facultad de Comunicación. Universidad de La Habana. Calle G No.506 entre 21 y 23. El Vedado. Plaza de la Revolución. Ciudad de La Habana. Cuba. CP 10 400. Correo electrónico: zoia@infomed.sld.cu

1Licenciada en Bibliotecología y Ciencia de la Información.
2Máster en Comunicación. Profesora Auxiliar. Bibliotecología y Ciencia de la Información. Facultad de Comunicación. Universidad de La Habana.

Ficha de procesamiento

Clasificación: Artículo histórico.

Términos sugeridos para la indización

Según DeCS1

PERSONAJES; BIBLIOTECAS; CUBA.
FAMOUS PERSONS; LIBRARIES; CUBA.

Según DeCI2

PERSONAJES; BIBLIOTECAS; CUBA.
FAMOUS PERSONS; LIBRARIES; CUBA.

1BIREME. Descriptores en Ciencias de la Salud (DeCS). Sao Paulo: BIREME, 2004.

Disponible en: http://decs.bvs.br/E/homepagee.htm

2Díaz del Campo S. Propuesta de términos para la indización en Ciencias de la Información. Descriptores en Ciencias de la Información (DeCI). Disponible en: http://cis.sld.cu/E/tesauro.pdf