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ACIMED

versión impresa ISSN 1024-9435

ACIMED v.14 n.6 Ciudad de La Habana nov.-dic. 2006

 

José Antonio Ramos, el autor del Manual de biblioeconomía y uno de los más ilustres intelectuales de la República en Cuba

MsC. Zoia Rivera1 y Lic. Aimee Silva Crespo2

Resumen

Se aborda la labor intelectual multifacética de José Antonio Ramos. Se destacan sus contribuciones a la teoría y la práctica del trabajo bibliotecario y a la formación de los profesionales de este campo. Se esclarecen también las etapas de su vida, precedentes a la incorporación al mundo bibliotecológico.

Palabras clave: Historia de las bibliotecas, historia de la bibliotecología, personalidades, Cuba.

Abstract

The intellectual many-sided work of José Antonio Ramos is approached. His contributions to the theory and practice of the library work and to the training of the professionals of this field are stressed. Some stages of his life preceeding his incorporation to the library world are made clear.

Key words: Library history, history of library science, personality, Cuba.

Copyright: © ECIMED. Contribución de acceso abierto, distribuida bajo los términos de la Licencia Creative Commons Reconocimiento-No Comercial-Compartir Igual 2.0, que permite consultar, reproducir, distribuir, comunicar públicamente y utilizar los resultados del trabajo en la práctica, así como todos sus derivados, sin propósitos comerciales y con licencia idéntica, siempre que se cite adecuadamente el autor o los autores y su fuente original.

Cita (Vancouver): Rivera Z, Silva Crespo A. José Antonio Ramos, el autor del “ Manual de biblioeconomía” y uno de los más ilustres intelectuales de la República en Cuba. Acimed 2006;14(6). Disponible en: http://bvs.sld.cu/revistas/aci/vol14_6_06/aci10606.htm [Consultado: día/mes/año].

La biblioteca, como ciencia, descansa en el orden, en el método. Y la biblioteca al servicio del pueblo es una idea moderna y revolucionaria que no puede pensar quien no sienta el ideal democrático de una sociedad sin privilegios.

J. A. Ramos

José Antonio Ysidoro Ramos y Aguirre, uno de los más ilustres intelectuales del período de la República, marcó el desarrollo de la cultura cubana como literato, dramaturgo, crítico, pero también como primera persona que, en forma científica, se preocupó por la organización y representación de la información en las bibliotecas cubanas.

José Antonio Ramos y Aguirre
(1885-1946)

Nació el 4 de abril de 1885 en La Habana y vivió su infancia y juventud en una casa situada en la calle Manrique No. 123. Sus padres, José Eduardo Ramos Machado y Clemencia Aguirre y Minués, ambos eran naturales de la capital del país. Se casó con Josefina de Cepeda, a quien amaba mucho y con la que tuvo un hijo.

Sus estudios primarios los realizó con normalidad, aunque parece que no fue así con los secundarios y universitarios que sufrieron interrupciones y se desarrollaron de modo autodidacta. Consta que su título de Bachiller en Letras y Ciencias le fue expedido por el Instituto de Segunda Enseñanza de Matanzas en 1921, a la edad de 36 años.

No obstante, la vida laboral de José A. Ramos comenzó tempranamente. A los 15 años empezó a trabajar como traductor de inglés y como mecanógrafo en el Departamento de Obras Públicas. También comenzó a dedicarse a escribir, sobre todo, durante su primer viaje a Europa, entre 1907 y 1909. Interesado por la cultura, su primera inclinación fue la de escribir y a esta labor, él se consagró hasta los últimos días de su vida. Fue novelista, dramaturgo y ensayista, levantó su voz contra las injusticias sociales y a favor del desarrollo intelectual.

Tal parece, que su madurez social se forjó en el seno de su propia familia, que, según Portuondo, era: “un hogar perteneciente a la burguesía intelectual de la Isla. El padre, botánico, catedrático auxiliar de la Facultad de Ciencias de la Universidad de La Habana, era un cubano leal y un recto espíritu científico que libró a la mente del hijo de algunas peligrosas telarañas metafísicas ”.1 Al menos, Echevarría señala la influencia que tuvo el padre de Ramos en el desarrollo de su pensamiento, al decir: “Esta influencia paterna […] sentó las bases de la evolución ideológica de José Antonio Ramos que va del positivismo al socialismo pasando por el pragmatismo” y destaca también que “estuvo siempre al lado de todas las causas en pro de la cultura y la justicia, a veces propias y otras no, como la defensa del derecho que tenía Mirta Aguirre en 1945 para recibir el premio “Justo de Lara” por su artículo ‘Fritz en el banquillo de los acusados '”.2

Dramaturgo, diplomático, literato

José Antonio Ramos fue un entusiasta de todas las labores intelectuales en que se desempeñó a lo largo de su fecunda vida. Con la misma brillantez hablaba sobre el sentido económico de la emancipación de la mujer -5 de diciembre de 1921, Club Femenino de Cuba) que sobre cubanidad y mestizaje -28 de septiembre de 1937, Sociedad de Estudio Afrocubanos. Su amigo Max Henríquez Ureña, hablaba de él como persona íntegra espiritualmente, que puso todo su corazón en cada tarea que asumía: “Así era él: impetuoso, explosivo si se quiere, para defender sus puntos de vista, pero dispuesto siempre a la reacción enérgica y saludable […] Había en él una gran nobleza de espíritu hermanada a la indomable altivez de su temperamento. En él no cabían falsas actitudes, no cabía la mala fe…”.3

Por su labor en el campo de la cultura, en 1937, José Antonio Ramos fue hecho Académico de Número de la Academia Nacional de las Artes y Letras, específicamente de la sección de Literatura. Fue miembro también de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales.

El lugar primordial en la vida de José A. Ramos durante mucho tiempo lo ocupó el teatro, a donde iba en compañía de su amigo Max Henríquez Ureña, recorridas que se terminaban en las reuniones y tertulias culturales en casa de Max. Allí, mientras cada uno escribía la crónica que debía entregar al día siguiente, artistas y amigos en general se deleitaban por el encuentro e, incluso, ellos dos hacían gala de sus aptitudes artísticas, principalmente con el piano. Recordaba Henríquez Ureña, que “Ramos era un apasionado ferviente del arte musical ”, pero, a la vez, resaltaba que la verdadera pasión de José Antonio era la literatura: “todos los entusiasmos de Ramos como escritor se concentraban en la literatura dramática. No solo aspiraba a ser, ante todo y sobre todo, autor teatral, y en ello cifraba su futura gloria, sino que además deseaba promover en Cuba un fuerte movimiento que diese vida propia a la producción autóctona ”3

Unidos por su pasión por el teatro, Ramos y Ureña , fueron iniciadores de la fundación de la Sociedad de Fomento del Teatro, en abril de 1910, hecho sobre el cual se señalaba: “Los propósitos que la institución perseguía incluían el de llevar a escena las más afamadas piezas teatrales de autores cubanos de épocas pasadas; el de favorecer el desarrollo del arte dramático en Cuba, dando facilidades para estrenar sus producciones a aquellos que escribían para el teatro, el dar a conocer en Cuba, traduciéndolas cuando fuere necesario, las mejores obras dramáticas de nuestro tiempo”.4

Ramos se aficionó también a la crítica teatral y se recuerda una de sus brillantes conferencias, dedicada al teatro de Tolstoi, pronunciada en la Sociedad de Conferencias, de la cual él había sido el fundador.

La sociedad cubana de entonces y la situación política del país dificultaban sobremanera la posibilidad de llevar a las tablas las obras de muchos escritores. Ramos no se conformaba con escribir las obras teatrales llenas de denuncias sociales, sino que también aspiraba a que su creación se representara en los teatros. Para los finales de la primera década del siglo XX, él era el autor de cuatro dramas – Almas rebeldes (1906), Una bala perdida (1907), Nanda (1908), La hidra (1908) – y una novela, Humberto Fabra (1908). Aunque después Ramos, denominó a estas obras como “Ensayos de la adolescencia ”, 5 él exclamaba: “!Qué hago yo con escribir dramas, si no los puedo representar1”.3

Este deseo, que el autor vio imposibilitado de cumplirse en Cuba, fue lo que le condujo a iniciarse en la carrera diplomática para poder viajar y así mostrar sus obras en otras latitudes. El 24 de enero de 1911, a la edad de 25 años, Ramos fue nombrado Canciller de Primera Clase del Consulado de Cuba en Madrid, España. Para él fungir como cónsul era una tarea más, sobre la cual él aseguraba: “pero sí quiero que conste que busco este empleo para ir a residir en el foco de la actividad teatral de nuestra habla, donde tengo la posibilidad de ver puestas en escena mis obras dramáticas ”.3

Para lograr desempeñarse en el consulado como un verdadero diplomático, Ramos estudió a conciencia y trabajó con responsabilidad. A pesar de no poseer ningún título profesional, era un hombre sumamente preparado gracias a su sed por la lectura. Dominaba el inglés, el francés y el italiano. Para dar respuesta al cuestionario oficial sobre sus aptitudes y condiciones morales e intelectuales, dijo: “Mis trabajos literarios, el testimonio de las numerosísimas relaciones con que cuento y, aunque no lo parezca, el nombramiento que se acaba de hacer en mi favor ”.6

A partir de su nombramiento, estuvo activo en diferentes partes del mundo. En agosto de 1911, asumió la dirección del consulado de Madrid hasta la llegada del nuevo titular. Luego regresó a Cuba, en diciembre de 1913, y fue ascendido a Vicecónsul en Lisboa el 6 de junio de 1914. Allí estuvo hasta mayo de 1916, cuando fue trasladado a Veracruz, México. El 27 de julio de 1917 viajó a Vigo, España, donde continuó su ascenso y en agosto de 1919, fue a trabajar a Nueva York. Allí se encargó de la dependencia de Facturas, Conocimiento y Despacho de buques, la cual quedó tan bien organizada que su trabajo perduró por mucho tiempo después de que se trasladase a Cleveland, Ohio, en octubre de 1920.

Siguió su ascenso en el escaño consular: Atenas, otra vez Nueva York… hasta que se suprimió el consulado de Atenas por problemas económicos y Ramos quedó cesante. Para entonces, era bachiller y estudiaba con vistas a terminar la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana. Había aprendido el portugués y perfeccionaba su griego y su latín, que le sirvieron para escribir en variados periódicos sobre geografía, historia e inglés en la Academia Newton, de bachillerato. También, en este período, obtuvo el título del Seminario Diplomático y Consular, anexo a la Universidad de La Habana.

El 30 de septiembre de 1922 volvió a la vida diplomática al ser nombrado cónsul, esta vez en Filadelfia. Los diez años que vivió allí fueron muy fructíferos. En la Universidad de Pensylvannia, fungió como Catedrático de Lengua Española; trabajó y estudió para hacerse técnico bibliotecario y perfeccionó sus conocimientos en literatura norteamericana. Concluyó, en este período, uno de sus ensayos más significativos – Panorama de la literatura norteamericana –, del cual algunos de sus capítulos fueron ofrecidos, por el propio autor, en distintas conferencias en la Institución Hispanocubana de Cultura, entre septiembre y octubre de 1930. En una de ellas, cuando estaba preso Juan Marinello , hizo alusión a este hecho y por ello se le abrió un expediente, aunque, en el mes de noviembre, se encontraba ya en sus deberes de siempre, gracias a su buen nombre y la colaboración de muchos amigos.

Su segunda y más prolongada cesantía ocurrió en 1932, cuando fue informado de que debía presentarse en La Habana. Según le cuenta el propio Ramos a su amigo José de la Luz León, en el mes de abril, recibió una carta que más tarde sabría que en realidad era dirigida al cónsul americano en República Dominicana, donde se hacían “insinuaciones desfavorables” hacia “los nativos” de las “West Indies.” Encolerizado por la ofensa contra los amigos dominicanos y seguro de que pensaban también así de los cubanos, Ramos dirigió una carta al remitente que en su opinión fue un “escupitajo”, lo que condicionó su cese como cónsul en los Estados Unidos al ser considerado persona non grata en ese país.7 Cuando José Antonio Ramos supo que se abriría otro expediente para investigar su conducta, optó por no regresar a su país e hizo declaraciones contra el gobierno de Gerardo Machado. En la mencionada carta, Ramos decía que no quiso regresar a Cuba para actuar con hipocresía y así conseguir otro trabajo, sino que viajó a Houston para de ahí trasladarse a México y mantener a su esposa que estaba en la Isla. Pidió licencia con el objetivo de que ella cobrara el sueldo, si finalmente se lo pagaban. Para su viaje a Houston, a bordo del vapor – tanque Baldbutte , solo contaba con 300 pesos en el bolsillo.

En México, vivió desde julio de 1932 hasta febrero de 1934 como simple ciudadano. Según Henríquez Ureña, en ese país latinoamericano, trabajó como administrador de un hospital. 3 Después de la caída de Machado, Ramos volvió al trabajo diplomático como Cónsul General en Génova. Después viajó a Veracruz y también tuvo que venir a Cuba para terminar de una vez sus estudios universitarios, lo que finalmente logró en 1934, según su expediente docente.8 Un año más tarde, en 1935, comenzó a tramitar su jubilación, aunque todas las fuentes aseguran que nunca la llegó a disfrutar.

Ramos fue un excelente diplomático. Adscrito a la Secretaría de Estado por mucho tiempo, prestó servicios en ella no solo como canciller sino también en diversas comisiones a donde fue asignado. Participó en numerosos eventos como:

  • La Sexta Conferencia Internacional Americana (1928)
  • La Conferencia Regional de Radio (12-15 de marzo,1937, La Habana)
  • La VI Conferencia Internacional Americana (La Habana)
  • La Segunda Reunión de Consulta entre los Ministros de Relaciones Exteriores de las Repúblicas Americanas (julio de 1940, trabajó como director del Diario de Sesiones )

Como dijo Gay Calbó, Ramos “supo ver a Cuba en el mapa y estaba penetrado de la verdad de que Cuba era una isla y de que solo le es posible una política internacional de isla. […]…no se limitaba a los quehaceres de su oficina y a servir sin descanso a los compatriotas, sino que también estaba alerta para dar a conocer en su patria las innovaciones útiles ”.6 Más allá de su labor como canciller, Ramos logró ser un eslabón entre su pueblo y las culturas del mundo. Por sus méritos, José Antonio R amos fue condecorado con el Título de Oficial de la Orden Nacional de Carlos Manuel de Céspedes.

Mientras tanto, Ramos nunca abandonó su labor dramatúrgica. Según Ureña, la llegada de este a Madrid, en 1911, abrió la etapa más productiva en cuanto a su actividad literaria. La primera obra que escribió allá fue Liberta (1919) y la primera que pudo ver representada en las tablas fue Satanás, en 1923, en Barcelona. A partir de entonces, impulsado por el éxito, José Antonio desplegó todo un quehacer literario. Escribió Calibán Rex (1914), El hombre fuerte (1915), Tembladera (1917)- algunas fuentes apuntan que fue en 1916-, probablemente su obra más importante que le mereció el Premio del Concurso de Literatura de 1916 – 1917 de la Academia Nacional de Artes y Letras; escribió también La recurva (1941), El traidor (1941), según Ureña , a partir de una estrofa martiana. Fue autor de otras obras teatrales como Cuando muere el amor (1925), En las manos de Dios (1932), La leyenda de las estrellas (1941) y FU – 3001 (1944), “ingeniosa comedia de ambiente cubano”.3,9

A pesar de que Ramos amaba en primer lugar el teatro, el género novelístico fue más generoso con él. Sus tres novelas principales fueron Coaybay (1926, laureado del “Premio Minerva”), Las impurezas de la realidad (1931) y Caniquí (1936). En su trabajo literario Ramos utilizó dos pseudónimos: El Capitán Araña y Pancho Moreira jr. Incursionó también en el ensayo como una vía más para expresar su sentir político y como otro medio para trasmitir conocimientos culturales. Entre sus obras - dentro de este género - sobresalen: Panorama de la Literatura Norteamerticana (1935), Entreactos, una colección de artículos y Manual del perfecto fulanista (1916), un comentario de orden político – social.

Se destacó también como crítico literario. Escribió desde Madrid para el periódico La Prensa, crónicas teatrales en La Noche, en Social y en la Revista de La Habana . El Diccionario de la Literatura Cubana hace referencias a sus numerosos artículos en Cuba Contemporánea, El Fígaro, Cervantes, Revista de Avance, El Siglo, Noticias de Hoy, Revista Bimestre Cubana, Información, El Comercio, Letras, Gaceta del Caribe, El Sol y El Mundo. Las principales publicaciones periódicas de la época, aquellas cuyas corrientes ideológicas se mostraban acordes con las ideas de Ramos , pudieron contar en variadas ocasiones con la publicación de sus obras. 4

En 1937, Ramos leyó desde la tribuna del Lyceum de La Habana su estudio bio-crítico sobre Rainer María Rilke, poeta alemán, que vivió entre 1875 y 1926. Esta obra tuvo un gran impacto en el ámbito literario cubano, tanto por la profundidad del análisis, como por el hecho que se trataba de un poeta europeo que según Ramos no recibió el reconocimiento que se merecía. El trabajo comenzaba con la idea de que la humanidad nunca será completamente feliz y que de los felices se había escrito muy poco. Después Ramos citaba ejemplos de trascendentales autores y obras que se recuerdan por sus tristezas y melancolías, desde La Divina Comedia hasta las obras de Edgar Allan Poe y Fiodor Dostojewski . En cuanto a los cubanos, se nombraba a José Martí . Por último hablaba de Rilke, de quien decía que era “la última adición de ese Limbo de grandes solitarios…” Aseguraba que la incultura de la “América <snob>” no permitió que Rilke fuese considerado en este continente. Su reconocimiento en Francia, donde se consagró en los últimos años, le llegó bien tarde cuando sus obras se leían en todos los idiomas, incluido el español. Ramos denunciaba la injusticia de que en Alemania, las obras de Rilke estaban prohibidas por el régimen fascista. En su estudio enaltecía la figura de un hombre tan valiente como poco entendido y al finalizar afirmaba que lo escogió porque consideraba que era injustamente desconocido.10

Renée Méndez Capote, amiga de Ramos, recordaba que cuando este producía alguna de sus obras, se sumergía en su propio mundo y le decía: “ Ni me hable, ni me hable. Estoy en mis momentos de ‘¡pobre Guillermito '”, en referencia a William Shakespeare . Cuando terminaba la obra, con su increíble espíritu autocrítico, le decía: “ Léala, hija; no me salió como yo la concebí. Ahora estoy en la triste fase de ‘¡pobre José Antonio! '”.11

Naturalmente, la obra de Ramos ha tenido tanto seguidores como contrarios, pero, en general, el autor fue merecedor de prestigiosas opiniones por parte de críticos y amigos. El Diccionario de la literatura española e hispanoamericana señala que “ Su obra en general es de contenido social, con predominio de la técnica naturalista y realista, aunque muestra una gran influencia técnica en su teatro”.12 Destaca además, su importante aporte al teatro al hacerlo receptivo de las corrientes universales de la dramaturgia.

Por su parte, Fermín Peraza opinaba: “La eterna labor realizada por Ramos como dramaturgo, novelista, crítico y valiente creador del civismo cubano, es justamente apreciada dentro y fuera de Cuba, como la de uno de los valores más destacados de las letras cubanas en el presente siglo ”.13

Bernardo G. Barros , importante periodista de la época, crítico literario y amigo de Ramos , publicó, en 1920, un artículo que detallaba críticamente la obra teatral de José Antonio Ramos . Respecto al escritor señalaba en sus primeras palabras: “Ha librado en Cuba –su patria– campañas memorables a favor de la elevación artística de nuestro teatro estancado en absurdas pantomimas de sainetes groseros”. 5 Destacaba, además, que Ramos concebía su profesión de escritor como una vía para orientar a los cubanos hacia un horizonte de libertad y mejoramiento social, hacía literatura con un fin educativo e instructivo. Ramos sentía que su deber de patriota lo comprometía con la historia y así comenzó a escribir artículos que reflejaban diferentes problemas de la sociedad que pueden considerarse los antecedentes de su Manual del perfecto fulanista.

A pesar de que sus escritos e ideas provocaban continuamente polémicas e, incluso, ofensas por parte de algunos críticos y lectores, Ramos “sonrió siempre cordial y comprensivo ante los denuestos y las ínfimas tempestades”. Ningún comentario impidió que denunciara cuanta injusticia pudiera descubrir y, según Enrique Gay Calbó, en una ocasión expresó, que “las empresas de periódicos no llevaban a Cuba en el corazón, sino en el libro de caja ”.6

Para concluir con la caracterización de Ramos como literato y dramaturgo, es conveniente citar las palabras de José Manuel Carbonell plasmadas en su obra La prosa en Cuba : “Es uno de los escritores de vanguardia de la actual generación cubana. Mentalidad vigorosa, abierta a todos los horizontes, su modernismo no estriba en descoyuntar la forma literaria, que en su pluma es sencilla, vibrante, llena de color y vida. Las rebeldías de este novelista, cuentista, dramaturgo y ensayista son contra las injusticias sociales; contra todas las tiranías, divinas y humanas; contra el error, contra la mentira. Es un caballero andante de las nuevas ideas, por las que rompe lanzas con entereza y civismo. Sus libros son como sus instrumentos de acción. Ha publicado catorce volúmenes (novelas, dramas, comedias, ensayos, crítica), que son como otras tantas arremetidas contra los molinos de viento… […] Abomina del imperialismo norteamericano, pero su espíritu de rectitud hace que su admiración por todo lo que tiene de grande ese pueblo llegue hasta la cólera si le tocan a Washington, a Lincoln, a Jefferson, a Withman, a Longfellow, a James, a Emerson… ”.14

José Antonio Ramos murió en La Habana, el 27 de agosto de 1946, pocos días después de estar terminados en Estados Unidos los originales de la segunda edición de su ensayo Panorama de la literatura norteamericana . Era uno de los más ilustres e interesantes cubanos de su época y, en opinión de Henríquez Ureña: “ Al irse de este mundo, José Antonio Ramos nos deja, a más de su producción literaria, de suyo intensa y valiosa, un alto ejemplo: ejemplo de voluntad, de carácter, de consagración, de eficiencia, pues a su dignidad como escritor supo unir en todo momento su dignidad como hombre y como ciudadano. ”3

En el mundo bibliotelógico

En noviembre de 1938, por decreto presidencial, José Antonio Ramos fue nombrado Asesor Técnico de la Biblioteca Nacional de Cuba. Aunque carecía de formación especializada, poseía algunos conocimientos teóricos y cierta experiencia en el trabajo bibliotecario, adquiridos en la década de los años '30, cuando después de quedar cesante de sus cargos diplomáticos decidió permanecer en la Universidad de Pennsylvania, Estados Unidos, donde, al mismo tiempo de trabajar como profesor, profundizó sus estudios de literatura norteamericana y también tomó clases de técnica biblioteconómica.

En cuanto a la práctica, en 1936, al ser designado a trabajar permanentemente en la Secretaría de Estado, José Antonio Ramos , entre otras tareas, reorganizó y clasificó el fondo de la biblioteca de este organismo. El resultado de ese trabajo fue tan satisfactorio que en el diario El Mundo apareció el siguiente comentario: “El Dr. José Antonio Ramos es uno de los funcionarios más eficaces de nuestro servicio exterior, y a él se le debe la eficaz organización de la Biblioteca de nuestra Cancillería ”.15

Así pues, la candidatura de Ramos no fue escogida al azar, sino por razones que señala Echevarría:2

  • Se consideraba técnicamente capacitado para reorganizar la biblioteca.
  • Era reconocido por la labor realizada en la Biblioteca de la Secretaría de Estado.
  • Se procedería a construir un edificio adecuado para la Biblioteca Nacional y era imprescindible su reorganización.

Los especialistas coinciden en que la labor de Ramos en la Biblioteca Nacional trascendió funciones puramente administrativas porque él también asumió tareas ejecutivas. Eso, obviamente, disminuía la autoridad profesional de Coronado, el Director de la biblioteca, aunque este no podía ser sustituido por Ramos porque el gobierno, a pesar de reconocer sus dotes y méritos en la biblioteca, no hubiese tolerado sus ideas de avanzada sobre el desarrollo social del país.

Aunque las ideas de Ramos eran poco convencionales, sus colaboradores lo seguían y apoyaban. Renée Méndez Capote, que trabajó con él en ese período, recordaba: “colaboré con el tipo más notable, más inteligente, más original, más limpio de mente y entusiasta del trabajo que he conocido en mi ya tan larga vida. […] era también un bibliotecario chiflado”.11 La escritora también contaba una anécdota en que se puede apreciar el increíble sentido del humor que mostraba Ramos . En una ocasión, cuando los trabajadores de la biblioteca se quejaron de la impertinencia de un usuario, Ramos salió personalmente, lleno de furia, y al regresar a su despacho parecía estar satisfecho. Méndez Capote no pudo evitar preguntarle qué había sucedido, a lo que él respondió: “ Ya lo puse en su lugar. Le dije: ‘óígame, amigo, ¿por qué no vuelve usted para su lugar de origen?''” Renée no entendió y volvió a preguntar: “¿Y cuál es ese lugar, Ramos?”, a lo que él contestó: “El c… de su madre, hija ”.11 Incapaz de dirigir una grosería a nadie, muy sutilmente Ramos puso al usuario en su lugar de una manera que para muchos puede resultar polémica, pero que fue muy propio de él.

Como Asesor de la Biblioteca y prácticamente su Director, Ramos no estaba conforme con el regreso de la biblioteca al Castillo de la Real Fuerza, donde la estrechez del local impedía desplegar un trabajo eficiente. En 1943, él escribió un artículo en el periódico Hoy, donde tras la denuncia pública del deplorable estado en que se encontraba la institución, dejaba ver su dolor, su decepción y su desesperanza por el abandono de la cultura: “ Castillo de la Fuerza. ¡La biblioteca Nacional de Cuba! […] …ni de cerca ni de lejos ‘realizo' –entiendo- esta miseria de estantería de pino, de libros macilentos, comidos de polillas, de comején, de cucarachas; estos enormes salones oscuros, atestados de libros preciosos, utilísimos, sin una ficha viva que lo saque de su criminal esterilidad forzada… ¡Esto es un cementerio, es un horrible Castillo de Otranto…! ”.16 El Castillo de Otranto es una novela gótica de Horace Walpole donde se introduce el elemento del terror mediante apariciones, sucesos sobrenaturales, cadenas, mazmorras…

En otro pasaje, al referirse al local, expresaba: “ Abajo, en las celdas húmedas y oscuras de la Fortaleza, se pudren a millares los libros que no caben o que no han podido extraerse para salvamento y clasificación, en la estantería del piso alto… ¿A quién importa todo esto? Los libros se pudren, se pierden, se ignoran por falta de catalogación… ¿Y qué? No son más que libros”. Y proseguía en un diálogo retórico: “La Biblioteca Nacional en que piensan tus compatriotas no es esa que tienes tú metida en la cabeza…Tu Biblioteca Nacional se le hace sospechosa a las clases ‘dirigentes'. Y el pueblo está demasiado encenagado en su rumba y su ‘enrollao' para que te acudan aquí, a esta vieja fortaleza española, a quemarse las pestañas leyendo…”.16

Qué nivel de dolor y desesperación debía tener el Asesor Técnico de la biblioteca, para describir su ambiente como lóbrego, oscuro, lleno de sombras y en total desuso: “Volví la mirada al viejo Castillo de la Fuerza, pudridero de arte, de ciencias, de ilusiones y esperanzas humanas. La Biblioteca Nacional cerrada, inútil, muerta”.16

Como encargado de la biblioteca, pero también como un cubano ilustre, en varias ocasiones, Ramo s protestó enérgicamente por la demora en la construcción del edificio nuevo para la Nacional. En 1945, publicó en El Siglo, un artículo donde denunciaba la indecisión para actuar de la Junta de Patronos que ya tenía fondos suficientes. Decía, al referirse a la Biblioteca Nacional: “El Patronato de la misma tiene ya medio millón de pesos. Y todavía no hay sitio donde edificarla… ”.17

Dicho artículo provocó disgustos en la Junta de Patronos y en la Sociedad de Amigos de la Biblioteca Nacional, y en diciembre de ese año, Ramos solicitó su renuncia de esta asociación.

Viendo el fracaso de sus intentos de llamar la atención sobre el estado de la biblioteca, el 27 de febrero de 1946, en el mismo periódico, él expresaba: “Sí, sufro porque siento que no puedo realizar mi empeño de facilitar a la juventud pobre y rebelde de mi tierra las oportunidades de leer y estudiar por su cuenta, a mi manera, en la biblioteca pública”.17 Estas palabras evidencian sus nobles expectativas, sus esperanzas de poder ofrecer al público joven un lugar de encuentro y sano estudio donde pudiera brindar todas las posibilidades para cultivar el conocimiento.

En su obra Epítome de Biblioteconomía, publicada en 1940, Ramos, al plantear su opinión de que biblioteca y educación iban tomadas de la mano, citaba las palabras de dos eminentes educadores: el argentino Pablo A. Pizzurno y el inglés W. R. Forwood . El primero de ellos indicaba: “Creo que una de las razones por las cuales aquí casi no hay bibliotecas y las pocas existentes prestan tan escasos servicios, consiste en que las escuelas, tanto primarias como secundarias, poco hacen por favorecer el amor a la lectura y menos por crear el hábito de la biblioteca. Podría objetarse que mal puede la escuela crear ese hábito si las bibliotecas no existen y caeríamos en un círculo vicioso ”. El otro consideraba que “ la biblioteca libre es el complemento natural y necesario de nuestro sistema de educación ”.18

Ramos mostraba su acuerdo con ambas afirmaciones, lo que evidencia su concepto de biblioteca pública no sólo como una fuente indispensable de conocimientos, sino también como el eslabón más importante de la labor educativa. Por ello, él definía a la biblioteca “como parte integrante, indispensable, de la escuela pública y única en todos sus grados ”.18

En 1943, Ramos publicó su Manual de Biblioeconomía, donde, entre otros aspectos, trató nuevamente el tema de las bibliotecas públicas, institución a la que estaba destinado funcionalmente su libro. En su tercera parte, Ramos planteaba que la biblioteca pública, aunque sea inaugurada con muchas fiestas y la presencia de altos representantes, se sostendrá gracias a los grupos de intelectuales verdaderamente interesados en su progreso y efectivo funcionamiento.19

En cuanto al local, Ramos expresaba que lo más importante es conseguirlo –el que sea–, pero de forma permanente y subrayaba la importancia de la sala de lectura como el sitio más frecuentado por los usuarios: lugar cómodo para el lector, con la disposición lógica de los estantes. Dedica también espacio a la descripción del almacén, a donde el lector nunca debe pasar para no molestar al especialista, denominado “estacionario”, en su trabajo.

En este manual, Ramos también se detuvo a detallar las condiciones necesarias para el trabajo en la biblioteca: mobiliario, instrumental mecánico -ficheros, máquinas de escribir, relojes…-, instrumental simple -sellos y guías de metal, cajas – libros, etc.-, instrumentos de limpieza, material consumible -modelos impresos, marbetes, papel oficial y sobres, etcétera.

Le dedicó un apartado al “Sentido social de una buena administración bibliotecaria”, donde indicaba que la biblioteca como institución debe tener actualizados los inventarios, registros, sellos, todo lo que certifica el movimiento de la documentación y de los muebles. La razón por la cual le dedicaba un punto aparte era porque Ramos consideraba que el incumplimiento de este aspecto representaba una negligencia cívica de graves consecuencias, a partir de la función puramente social de la biblioteca pública. El autor también entraba en detalles como la contabilidad del personal y del material, la correspondencia y archivo, la necesidad de un reglamento, el inventario y otros registros y un apartado para el servicio al público.

En el manual, Ramos también destacaba la función del bibliotecario en este tipo de institución: “El funcionario a cargo de una biblioteca pública, su obligación fundamental es la de cuidar y tratar siempre de mejorar el servicio de la Institución a su cargo: la de administrar fielmente la propiedad pública que se le confía; la de saber siempre y poderlo demostrar, numéricamente, lo que tiene y lo que le falta, además de sus otras obligaciones de orden técnico”.19

La labor del bibliotecario de entonces contaba con muy poco apoyo por parte de las instancias superiores. El autor del Epítome narraba su trabajo en la Nacional con escasos recursos y la sufrible dependencia a la Secretaría de Ecuación -la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes se dividió en varias dependencias, entre ellas la Secretaría de Educación, a la que continuó subordinada la Biblioteca Nacional- que, en definitiva, no servía de nada, porque no contribuía ni prestaba la debida atención a la biblioteca. Tal parece que su esfuerzo personal fue el motor impulsor de la institución. Señalaba al respecto: “He admitido la estantería de pino, el cambio continuo de personal en que gasto una y otra vez el esfuerzo de improvisar bibliotecarios, la necesidad de añadir de mi peculio pequeñas cantidades […] para urgencias que resultaba imposible hacer llegar hasta el señor Secretario de Educación. He acudido a otras oficinas y hasta particulares, en demanda de alguna cooperación. He debido pasármelas sin otro ejemplar de la obra de Dewey, base de la Clasificación Decimal, que uno de atrasadísima edición ”.19

En su afán por la creación de nuevas instituciones bibliotecarias, Ramos aprovechó un espacio en el Epítome de Biblioteconomía para agradecer la contribución de las entidades como la Asociación Bibliográfica Cultural, la Logia “Mártires de la Libertad”, la biblioteca “Más Luz” de Santiago de las Vegas, entre otras, en pro de la fundación de nuevas bibliotecas en el país. Y siguiendo los agradecimientos no olvidó mencionar a Jorge Aguayo y a Rogelio Fuentes, Subdirector y Director de la Biblioteca General -hoy la conocemos por Biblioteca Central, pero en aquel entonces, se llamaba General porque no se trabajaba con un sistema de bibliotecas universitarias donde la correspondiente a cada facultad respondiera a la Central, sino que la General trataba de contener todo lo que podía interesarles a los estudiantes universitarios- de la Universidad de La Habana, respectivamente, quienes sí tenían todos los recursos para ejercer su profesión y, en muchas ocasiones, le habían brindado su valiosa ayuda.

José A. Ramos concibió su manual sobre la base de sus años de experiencia en la Biblioteca Nacional y logró crear una obra de referencia de gran valor para la administración de las bibliotecas. Sin embargo, al no poder lograr lo deseado, José Antonio Ramos, en marzo de 1946, renunció a su cargo en la Biblioteca Nacional y es así como culminó su productivo paso por ella a lo largo de ocho años. Para ilustrar el sentimiento del destacado cubano hacia la Nacional, Fernández Robaina cita un fragmento del diario de Ramos, del día 22 de febrero de 1939: “La Biblioteca, como está, es Cuba, la Isla de Cuba en el año de gracia de 1939 ”.20 Estas líneas muestran la decepción, tanto con la institución como con la sociedad en que esta estaba insertada.

Esta ruptura debió ser muy dolorosa para José A. Ramos que vivía para la biblioteca. Su entrañable amigo Max Enríquez Ureña señaló, en una ocasión, que este se dedicaba por completo a su trabajo: “¡Qué difícil era arrancar a Ramos de la biblioteca! […] Tenía, más que la devoción, la fiebre del trabajo” […] Ramos daba nueva fisonomía al montaje y distribución material de los libros. La biblioteca, que había pasado por tantas vicisitudes en los últimos veinte años, no era ya un conglomerado de volúmenes almacenados sin orden preciso. […] Ramos se había consagrado a la biblioteca por entero. Era el único modo que tenía de hacer las cosas: con pasión y entusiasmo ”.3

Aunque el manual de Ramos abarca todas las aristas que conformaban la Bibliotecología de entonces, en su función de Asesor Técnico, él se encargó, principalmente, del procesamiento del fondo, campo en el que hizo los mayores aportes a la teoría y práctica del trabajo bibliotecológico.

En su obra Epítome de Biblioteconomía , publicada en 1940, Ramos expresó que ante el panorama de que los medios de comunicación (cine, radio y prensa) no divulgaban la verdadera identidad nacional, el libro era la única posibilidad que quedaba para trasmitir las tradiciones más autóctonas. “Nuestra última esperanza […] es la eficacia cultural de los libros en la entraña del pueblo […]. Los libros científica y ordenadamente dispuestos al alcance de todos ”.18

En su opinión, la adecuada organización y disposición de los libros y, por tanto, de la cultura, era la única solución al caos del atraso cultural de la nación. Ramos presentó su Epítome como “el prólogo de un libro próximo a publicarse, el primero por cierto que aporta entre nosotros un método completo y sistemático para la ordenación, clasificación y catalogación de bibliotecas ”.18 Se refería a su obra cumbre en la Bibliotecología, que, al igual que aquellas que lo destacaron como literato, causó impacto en el entorno, en este caso bibliotecario, de su época: el Manual de Biblioeconomía.

Antes de adentrarse en el contenido de esa obra, hay que detenerse en el término utilizado por Ramos para darle nombre al manual: biblioeconomía. Es sabido que Ramos acostumbraba a cambiar los vocablos a su deseo. No se encontraron otros autores del campo que utilicen este término, sino el más común, biblioteconomía. Al respecto, Domingo Buonocore toca el asunto en su libro Elementos de Bibliotecología, donde, entre muchos conceptos de uso en la especialidad, trata el introducido por Ramos. Dice Buonocore, que el vocablo biblioeconomía lo introdujo Ramos en sustitución de biblioteconomía. Y para explicar su etimología, afirma que está compuesto de raíces griegas: “biblion, libro; oikos, casa y nomos, regla, ciencia de la organización de bibliotecas o casas de los libros, que viene a ser así, para dicho autor, la política: el gobierno de los libros ”.21

Para incursionar en el tema del manual, es necesario comenzar por decir que Ramos lo confeccionó a partir de su experiencia en el trabajo en la Biblioteca Nacional, en la que clasificó cerca de cien mil libros de todas las materias en esa institución. Para realizar esta labor, tradujo y adaptó las tablas de clasificación del Dewey en su última edición y también incluyó elementos de las Tablas del Instituto Internacional de Bruselas (1933), lo que después se conocería como la Clasificación Decimal Universal (CDU). Para la catalogación, se basó en las reglas de la edición de 1908 del Catalogue rules, autor and title entries de la ALA.

Uno de los principales aportes del manual de Ramos es la traducción de numerosos vocablos del inglés al español, lo que facilitó, en gran medida, el trabajo de la clasificación. Resultaba imprescindible traducir para los hispanoparlantes, el sistema de Melvil Dewey porque su utilización, en opinión de Ramos , era prácticamente obligatoria. Al respecto, él planteaba, que mientras los estudiantes americanos de biblioteconomía consultaban el Dewey sin problemas, los “nuestros […] tienen que hacer el esfuerzo de un estudiante de griego, obligado a estudiar la gramática de una lengua que nunca ha oído […] Por ello estamos aceptando, en este Manual el sistema inventado por Dewey…”.19 Pero aclaraba que eso no significaba que para mejorar la situación de las bibliotecas en Cuba hubiese que copiar fiel y ciegamente el modelo norteamericano, porque: “esas asimilaciones no han dado jamás resultado, ni por la fuerza de las armas. Y en lo cultural mucho menos, donde alma y tierra son inseparables ”.19 Ramos abogaba por la independencia de acción apoyada en un modelo sólido.

La región latinoamericana se encontraba completamente influenciada por los patrones norteamericanos. Ramos quiso con su manual, brindarle a la región un documento propio para guiarse en el procesamiento de las obras, a partir de un acomodamiento a la situación de cada país. En este sentido, H. M. Lydenberg , Jefe de la Oficina de Relaciones Internacionales de la ALA, le escribió a Ramos para aclararle que los Estados Unidos siempre habían estado dispuestos a ayudar a las naciones que pidiesen ayuda y colaboración, y que sean esos países los que escogen como serán ayudados, sea con el envío de profesores a su país, el ofrecimiento de becas a los especialistas latinos, etc.; pero que nunca quisieron imponer un modelo o paradigma porque cada nación debe hacer funcionar sus bibliotecas según su condiciones. El mismo José A. Ramos dejó expresado en la introducción del manual, su objetivo al confeccionar el mismo: “nuestra finalidad, con este Manual, es la de imponerles a nuestros libros un orden racional, justo y conforme a la naturaleza propia de cada uno de ellos. Y sacarlos de su fatal apolillamiento, de sus posiciones fijas, caprichosamente adquiridas, para que sirvan a la sociedad humana en relación directa a su valor y a sus méritos reales ”.19

El hecho de que el manual de Ramos fuera la primera publicación de este tipo no sólo en Cuba, sino en el continente latinoamericano, así como el indiscutible valor de su contenido, propiciaron que fuese aprobado por el I Congreso Internacional de Archiveros, Bibliotecarios y Conservadores de Museos del Caribe, celebrado en La Habana del 14 al 18 de octubre de 1942. Esta misma corporación se encargó de su edición en 1943, la cual fue dirigida por el autor y por Fermín Peraza, quien además había actuado como Secretario General del Congreso. A partir de su aprobación en la reunión de archiveros, bibliotecarios y conservadores de museos del Caribe, quedó dispuesta su utilización en las bibliotecas de la región.

Si bien, según Fernández Robaina, el manual fue el resultado del trabajo de Ramos en la Biblioteca Nacional, este no olvidó mencionar en determinada ocasión que había contado con el apoyo de Jorge Aguayo, María Teresa Freyre de Andrade, Fermín Peraza y otros. 22 Por otro lado, el autor indicaba que de ninguna manera, el manual debía considerarse como una obra terminada, sino como una contribución a la práctica en las instituciones y a la enseñanza de la profesión, hasta que futuras generaciones aportaran sus ideas.

A propuesta de Fermín Peraza, Secretario General de la Corporación de Bibliotecarios, Archiveros y Conservadores de Museos del Caribe, el manual de Ramos se convirtió en tema permanente en las reuniones de esta asociación, para así analizar anualmente sus modificaciones y mantenerlo actualizado. Cuando finalmente, la corporación aprobó las tablas de Ramos como las oficiales de la organización, América Latina se apropió del manual como exclusivo a seguir en las labores de procesamiento. Por ejemplo, en México, Fernando Jordán, bibliotecario del Instituto Indigenista Interamericano expresó: “La Biblioteca del Instituto ha sido reorganizada… En esta reorganización se ha usado el método de clasificación decimal americano de Melvil Dewey […] con algunas variantes hechas principalmente por José Antonio Ramos, de Cuba…”.23 En 1944, la Corporación de Bibliotecarios, Archiveros y Conservadores de Museos del Caribe tenía en las oficinas de correo más de 500 ejemplares del manual para responder a solicitudes de varios países de la región.

La estructura de esta obra de Ramos descansa en cinco partes. La primera, dedicada a la clasificación, analiza su origen y desarrollo hasta Dewey, sistema que Ramos utilizó como base. La segunda parte, que trata sobre la catalogación, reseña los principales sistemas catalográficos, explica la confección de fichas y hace hincapié en el catálogo metódico–analítico. El tercer segmento toca el aspecto de la organización y administración de bibliotecas y se detiene en las circulantes o de préstamo. En la cuarta parte, el autor muestra las tablas de Dewey y Bruselas, traducidas y adaptadas a la realidad de la Biblioteca Nacional. La quinta y última sección ofrece un índice alfabético de materias en correspondencia con las tablas del manual.

Al inicio de la obra el autor, muestra sus inclinaciones filosóficas al anotar reflexiones en torno al ser humano, cuya mente compara con una biblioteca y expresa que es indispensable para el hombre tener una mente disciplinada y no una memoria confusa: “ la memoria humana –como el acervo de una biblioteca– de nada sirve a la comunidad social que la posee, sin una clasificación, u ordenación lógica del tesoro de sus experiencias ”.19

En la obra, Ramos, expresa sus criterios sobre la clasificación y la catalogación en las bibliotecas. En aquel momento, para él, el problema más urgente era clasificar, catalogar y organizar las bibliotecas cuanto antes. Conocía perfectamente la situación de Cuba al respecto, máxime cuando era representante de la más importante institución de este tipo en el país y esta misma afrontaba serios problemas. Dice Ramos que en los veinte años que había vivido en Estados Unidos, pudo ver la clasificación de bibliotecas de Nueva York y Filadelfia y que, lamentablemente, fue en una de esas bibliotecas norteamericanas que encontró por primera vez “una biblioteca cubana, organizada y útil: donde sentimos por primera vez la dolorosa sensación de nuestro retraso en esta rama importantísima de nuestra educación nacional ”.19

En la parte dedicada a la clasificación, Ramos aporta su concepto de esta cuando dice que: “clasificar […] es un proceso mental innato en el hombre. […] Consiste en agrupar, bajo un solo nombre o vocablo, varias cosas al parecer diferentes, por lo que entre sí tienen de análogo o común ”.19 El autor hace, además, un panorama de la evolución de los sistemas de clasificación desde Nínive, las tejoletas de barro con caracteres cuneiformes, Alejandría, la Edad Media, la Edad Moderna, hasta el siglo XX, destacando los aportes de Ricardo de Fournival , a mediados del siglo XIII y de Aldo Manucio, en el siglo XVI. En este recorrido histórico, Ramos indica como el primer sistema bibliográfico propiamente dicho, a las Bibliotecas Universales, de Conrado Gesner, en 1545.

En los inicios de la Modernidad, señala como la más célebre de las clasificaciones metódicas, desde su punto de vista, la del Padre Juan Garnier, publicada en 1678, y menciona otros nombres relevantes y afirma que “durante todo el siglo XVIII siguieron ingeniándose todos los catálogos sistemáticos según la base filosófica tradicional, con crecientes concesiones a la influencia de la clasificación de las ciencias propuesta por Bacon, Locke y otros ”.19

En cuanto a los sistemas norteamericanos, Ramos hace énfasis en que los propuestos por Charles A. Cutter y James D. Brown, “disputan al Decimal su creciente popularidad en los Estados Unidos, Europa y nuestros países de Colonterra -así llamaba Ramos a la América Latina -”.19 Entre los sistemas europeos, el autor se detiene a explicar la Rueda de Van Meel, Secretario de la Comisión provincial bibliotecaria de Amberes, Bélgica (1924).

El lugar cimero en la obra, lo ocupa el Sistema Decimal de Melvil Dewey, que rigió la confección del manual y sobre el cual Ramos expresa: “no tiene pretensiones de científico, en cuanto a su lógica, ni reclama apoyo histórico en ninguna clasificación filosófica. No descansa en el presente régimen económico – social del mundo civilizado, ni se inspira en ideología más avanzada, aunque la servirá indudablemente bien, por su tendencia a la universalidad ”.19

Señala que el Dewey no puede tratarse despectivamente por el hecho de ser americano porque no surgió como sistema nacional de Estados Unidos: “El Sistema Decimal se ha extendido por todo el mundo civilizado sin propaganda de ningún género. Y ver en él derivación alguna del imperialismo financiero de Wall Street es diplomarse de mentecato honoris causa. […] El Sistema Decimal no es americano ni europeo, sino sencillamente universal”.19 Para cerrar el tema de Dewey, Ramos hace referencias al humilde origen del sistema y de su autor.

De mucho interés resulta la confrontación del sistema de Dewey con las tablas del Instituto Internacional de Bruselas, utilizadas también en el manual. Ramos realiza su análisis a raíz de la polémica, principalmente en Estados Unidos, de si adoptar o no las Tablas de Bruselas , después de tantos años de aplicación del Dewey. Al respecto, el autor opinaba: “La reclasificación completa de una biblioteca […] no es empresa que pueda acometerse fácilmente. No les falta razón a los americanos para resistirse a admitir los cambios de Bruselas: a echar abajo sus millones de libros, siempre bien colocados y ordenados en sus bibliotecas, al mero fin de añadirles un paréntesis en sus determinantes, una coma aquí o una nota allá… ”.19

Ramos enfocaba críticamente estas tablas y señalaba como deficiencia que “se preocupan poco de su función biblioteconómica, y mucho, total y exclusivamente casi, de su función bibliográfica…”.19 Esto se debe a que el CDU, como se llamaría más tarde, fue creado principalmente para obtener un control bibliográfico de los documentos más que para clasificar los fondos bibliotecarios.

La admiración que Ramos sentía por el sistema creado por Dewey se evidencia en su manual. Él consideraba este sistema como ideal para ser aplicado en las bibliotecas públicas, a las cuales estaba dirigido el documento .

Llaman la atención las reflexiones de Ramos acerca de los objetivos de un sistema de clasificación. Al respecto, señalaba una doble finalidad de estos: “La primera se concreta a la colocación del libro en los almacenes, clasificado y marcado al exterior de tal modo que nunca vaya a dar a otro sitio que el suyo” para cumplir así lo que él denomina una “ función biblioteconómica, es decir, la relativa al orden interior y constante de la biblioteca”. Dice que esa función dejaría de tener sentido si no se cumple el objetivo de “ ofrecer el libro, sin pérdida de tiempo, al lector que lo pida ”.19

La segunda finalidad, según el autor, se dirige hacia la conformación del catálogo para que el usuario pueda localizar y solicitar la información. Cuando este catálogo se monta, el sistema de clasificación realiza su “función bibliográfica. Es decir: informativa del caudal de libros, y de conocimientos en general, que la biblioteca atesora en sus almacenes”.19 Tal vez, la mencionada admiración de Ramos por el trabajo de Dewey radicaba en que este sistema logró agrupar ambas funciones que anteriormente se trabajaban por separado.

Para José A. Ramos , la clasificación era el primer paso para organizar la biblioteca: “ Sin colocar bien los libros no puede emprenderse la catalogación” Esto, para no correr el riesgo de amontonar las fichas que al final no recuperaran ninguna información. Le atribuía a este trabajo una elevada importancia, insistiendo en lo siguiente: “ La organización de una biblioteca no puede confiarse al catecúmeno que apenas ha iniciado el estudio de su técnica. Nuestro estudiante ha de entenderlo así, y no intentar la clasificación en serio, para organizar una biblioteca, hasta […] aprender, teóricamente siquiera, la anatomía y fisiología de la biblioteca, sus trámites y funciones elementales […] La verdad indisimulable es que la mayor ventaja del aprendiz de clasificador no reside tanto en las tablas que consulte, como en la mayor extensión que vaya logrando, poco a poco, de su propia cultura, de su conocimiento de libros y autores”.19

También hacía hincapié en que cada biblioecónomo debía ocuparse de su superación personal, fundamentalmente en el plano cultural, porque era requisito indispensable para el especialista clasificador y catalogador contar con una vasta cultura.

En el apartado dedicado en el manual a la catalogación, el primer comentario de Ramos revela su concepto de esta actividad: “Catalogar, en Biblioeconomía, es la técnica de representar por medio del lenguaje escrito, con cabal exactitud, con la máxima economía de palabras y siguiendo un orden riguroso en la expresión de sus características esenciales, todo impreso portante de cierta unidad propia […], al fin de hacerlo perfecta y fácilmente identificable en un catalogo, o serie ordenada de fichas”.19 Dice Ramos que los métodos de catalogación, a diferencia de los de clasificación, no han tenido grandes cambios en sus reglas fundamentales desde la Edad Media, a no ser por adiciones superficiales, abreviaturas, etcétera.

El autor nuevamente sugería al lector del manual que un aprendiz de catalogación debe estudiar los diferentes repertorios e instrumentos, sobre todo los repertorios y catálogos de habla no hispana, los más actualizados en aquellos tiempos. Eso le permitiría identificarse con ellos en cuanto a idioma, las características de cada país… y así fijar en la mente las “ particularidades constantes de esas fichas ”.19 Además, indicaba que el practicante de la catalogación debe considerar que cada documento, analizado desde su propio entorno, conlleva un trabajo específico y distinto y que para ello se debe estudiar.

Ramos, aunque en un principio planteó la aparente “invariabilidad” de los sistemas de catalogación en el tiempo, dedicó su atención a algunas variaciones existentes. Según él, ellas se dan “ según la técnica moderna, según el tipo de catálogo y hasta según las posibilidades materiales del ambiente en que la catalogación de bibliotecas se intenta ”.19

El catálogo, como producto final de la catalogación, y su tipología, ocupan en el manual un espacio importante. Ramos pretendía enseñar a construir un catálogo activo, que no debía confundirse con los catálogos o repertorios impresos que solamente reflejan el fondo que posee una biblioteca. Ramos subrayaba que, en toda biblioteca, existen los catálogos comunes, por autor, título, materia…, pero que “el estudiante ha de entender con toda claridad que se trata de secciones o meras variaciones del mismo caudal de fichas, una por cada obra existente en la biblioteca. Y que esos, llamados también catálogos, constituyen todos juntos el que denominamos, para diferenciarlo de las bibliografías, repertorios, etc., existentes en la biblioteca, el Catálogo Activo de la misma ”.19

El autor presenta, y explica uno por uno, los tipos más habituales de catálogos:

  • El catálogo inventario, topográfico o de fondo.
  • El catálogo metódico o por materia.
  • El catálogo alfabético o de autores.
  • El catálogo de títulos.
  • Los catálogos especiales de incunables, manuscritos, atlas, etc.
  • El catálogo clasificado y alfabético.
  • El catálogo diccionario.

En su manual, Ramos propone el catálogo activo de la manera siguiente: con uno de “autores reales” donde no entran los autores colectivos, todos aparecen individualmente; el índice alfabético de materia; y el catálogo clasificado. Así el topográfico pasaba a ser de uso exclusivamente administrativo. Las entradas por título sólo serían para aquellos libros de literatura donde el título adquiere gran importancia.

Finalmente, el autor aconsejaba: “instala tu biblioteca, readáptala bajo tu dirección como mejor puedas; eso es cuestión de dinero; pero que tu catálogo activo sea algo más que una lista o anuncio de librería, que tu catálogo, a fuerza de referencias informativas de todos los puntos de vista posibles DIGA MÁS AL LECTOR QUE LOS LIBROS MISMOS ”.19

La visión de Ramos en torno a lo explicado, se concentra en la siguiente idea, expresada en el manual: “Sin clasificación ni catálogos analíticos […], ningún montón de libros, por pequeño que sea y fácil que parezca su manejo […] realizará plenamente la función pedagógico – social de una biblioteca pública ”.19

La IV parte del manual contiene las tablas, que establecen, en un primer nivel, un grupo de diez:

  • Generalidades. Poliantea.
  • Filosofía.
  • Religión.
  • Ciencias sociales.
  • Filología.
  • Ciencias puras.
  • Ciencias aplicadas.
  • Bellas artes y deportes.
  • Literatura.
  • Geografía y viajes. Biografía. Historia.

Las tablas auxiliares presentaban los determinantes:

  • de forma
  • de lugar o geográficos
  • de tiempo o cronológicos
  • los signos

El manual de José Antonio Ramos provocó una gran polémica en el ámbito bibliotecario y las opiniones no siempre fueron favorables. En el Boletín del Anuario Bibliográfico Cubano , en la sección “Polémica Bibliotecaria”, apareció un artículo con la firma “F. J.”, donde el autor señalaba como un aspecto negativo del manual que este se basaba en Dewey, pero que no corregía los errores de este sistema. A la vez, el autor del artículo admitía la gran importancia de este texto, el primero de su tipo en idioma español, e indicaba: “ puede ser de gran utilidad para el que se inicie en los estudios de esta rama, a quien servirá indudablemente de magnífica introducción para posteriores estudios más especializados”.24

En su respuesta, publicada en el mismo número del boletín, Ramos explicaba que lejos de imponer ese manual en Colonterra, quiso crear una base de trabajo; que él consideraba que al empezar la tarea fue muy audaz y reconocía que en determinados momentos se sintió cobarde al acometer esa empresa. Agregaba Ramos que por ello, incluso, perdió amistades: “por mi osadía, por mi atrevimiento, por mis ‘pretensiones' de ‘improvisado' en la materia! ”.22

Por su parte, el diario Novedades de México , del 29 de octubre de 1943, en su análisis del Manual, señalaba: “la parte introductoria, aproximadamente las doscientas primeras páginas son sumamente interesantes: presentan a los estudiantes de la materia, las dificultades que hay que vencer y la idiosincrasia de las personas que hasta la fecha han tratado con bibliotecas en los países de Colonterra. Su parte sobre catalogación es también importante, para entender perfectamente qué cosa es y debe ser el catálogo de una biblioteca…”.23

El método propuesto por Ramos se puso en práctica, ante todo, en la Biblioteca Nacional. Renée Méndez Capote, quien trabajó a su lado, en esa institución, durante siete años, opinaba: "escribió y publicó un Manual de Biblioeconomía con un sistema caprichoso, […] El sistema de Ramos era una combinación de Dewey y Ramos, y tenía reminiscencias del de Bruselas y hasta de la Biblioteca Médica de Yanquilandia […] y ensayábamos la ejecución de un catálogo por materias y otro por orden alfabético de títulos y autores ”.11 Sin embargo, el esfuerzo de Ramos por organizar la biblioteca fue debidamente considerado y hoy, se reconoce su labor. Zoila Lapique expresó que José Antonio Ramos “reorganiza, clasifica y cataloga por métodos científicos los fondos de la biblioteca, hasta entonces puestos al servicio del público en forma un tanto rudimentaria.”26

A pesar de los escasos recursos y la falta de personal, Ramos empeñó todos sus esfuerzos para sacar adelante la organización de la biblioteca. “No concibo que un solo hombre, –decía su amigo Max Henríquez Ureña– con un corto número de auxiliares, haya podido llevar tan lejos la catalogación metódica de una biblioteca como esa. A cualquier otro le había representado ese trabajo, con iguales elementos, el doble de tiempo”.3

Mucha importancia concedía José Antonio Ramos a las cuestiones de conservación. Recordaba Renée Méndez Capote: “Limpiábamos, sacudíamos, barríamos, colocábamos en estantes de pinotea los libros que sacábamos a sudor y lomo de los cajones, empeñados en que no se perdiera el acervo de la biblioteca, y que la humedad del Castillo no lo destruyera… .11 Ramos sentía enormemente el deplorable estado en que se encontraban apilados los libros en los salones de la Nacional, y en numerosas ocasiones, denunció el descuido de la biblioteca por parte del gobierno que no se percataba de las necesidades inimaginables que tenía esta institución. También protestó algunas veces por la demora de acción de la Junta de Patronos, porque creía que tenía fondos suficientes para acometer la construcción del edificio de la biblioteca y aún no se hacían los trámites.

En su abarcadora obra Manual de Biblioeconomía, Ramos incluyó un apartado sobre las condiciones de conservación y almacenamiento en el fondo, para enfatizar en la importancia de asegurar la colección mediante la utilización de llaves y cristales para protegerla.

En su Manual de Biblioeconomía, José A. Ramos dedicó un amplio espacio al tema de los servicios en la biblioteca pública y al usuario. “El trato directo con el público –dijo– es prueba a que todo cabal bibliotecario debe someterse, aunque el buen éxito favorezca solo a una exigua minoría, por las espacialísimas condiciones que requiere”.19 Subrayaba Ramos, la existencia de un trabajador clave en la biblioteca: el jefe de sala o bibliotecario de guardia, especialista que trabaja en la sala en continuo contacto con el público. Según el autor, una vez terminado el catálogo activo, este especialista sólo tenía que trabajar con el registro del movimiento diario para controlar los títulos prestados y devueltos, así como orientar al nuevo usuario sobre el uso del catálogo. Ramos relacionaba reiterativamente la educación de usuarios con el catálogo, e insistía en que todo lector debía conocer su manejo como primer paso de acercamiento y trabajo en la biblioteca.

En su obra, Ramos profundizaba en las cualidades que debe poseer el bibliotecario que trabaja con el público, y resaltaba que este no puede poseer rasgos de egocentrismo, sino que debe sentirse útil en su desempeño y saber que en sus manos está la “oportunidad de excelencia” de la institución.19 Agregaba que la práctica anterior de este bibliotecario, la de estacionario, lo debía haber preparado para el conocimiento del acervo de su biblioteca, requisito indispensable para brindar un servicio realmente valioso al usuario, principalmente en las consultas de referencia. Por ende, este especialista debe manejar las principales bibliografías y catálogos bibliográficos de la institución, fuentes donde el usuario encontrará información que no brinda el catálogo activo y ser hábil en el manejo de todo tipo de obras de referencia para así facilitar la búsqueda del solicitante.

En su manual, Ramos proponía para las bibliotecas públicas de ciudades pequeñas el horario de la noche, de 6 al 11 p.m., en total acuerdo con la concepción de Peraza , para brindar servicios a los adultos trabajadores. Recalcaba la importancia de un reglamento que la biblioteca debía comunicar al público mediante carteles y todo tipo de anuncios, para hacerles llegar la idea de que la relación entre el lector y la institución era una especie de contrato, donde el lector tiene obligaciones y puede ser sancionado por no cumplirlas.

Otro elemento imprescindible para Ramos era la estadística de la biblioteca. Él indicaba que como primer paso el usuario tenía que llenar, además de la boleta de solicitud, una boleta de entrada donde estampase su nombre, nacionalidad, edad, profesión y domicilio. En general, la biblioteca debía llevar constancia estadística (registro) de todas sus acciones y redactar los informes o memorias anuales que recogieran el comportamiento de sus actividades y funciones. Hoy, en la Biblioteca Nacional “José Martí”, se materializa la idea de la boleta de entrada, propuesta por Ramos, en la Sala General, porque todo usuario antes de entrar a la misma debe llenar un modelo con similares datos.

Señalaba Ramos un tipo de servicio que, aun cuando es muy delicado, debe estar a su juicio, presente en toda biblioteca pública: el préstamo externo o biblioteca circulante. “Salvo las oficiales, de tipo nacional y responsables documentales de su época, todas las bibliotecas públicas debieran organizar una sección especial de sus fondos, a fin de ofrecer libros a préstamo, para llevar y leer a domicilio ”.19

Al hacer esta distinción de tipos de bibliotecas, Ramos afirmaba que la documentación destinada al préstamo externo debe ser de carácter público y, preferiblemente, duplicada. Indicaba, además, que para instaurar este servicio en la biblioteca era necesario considerar los siguientes aspectos:

  • Una buena encuadernación de los libros.
  • Una tarjeta de circulación anexa a cada documento y donde se reflejen todos sus movimientos.
  • Un registro de lectores donde se muestre la totalidad de personas que manejan los libros externamente.

Sin dudas, este tipo de servicio posibilitaba una mayor interacción biblioteca – usuario y abría una brecha con posibilidades de consulta superior a los métodos tradicionales, para permitir así que el usuario vea en la biblioteca pública una especie de biblioteca personal.

Muy interesantes y vigentes son las ideas planteadas por José Antonio Ramos en cuanto a la función social del libro. Decía: “el libro es la célula más importante del cerebro de la Humanidad, donde ésta va acumulando, de generación en generación, lo más valioso de su experiencia ”.18 Tal parece que Ramos se sentía preocupado de que los medios de comunicación masiva imperantes entonces –el cine, la radio y la prensa– no divulgaban la verdadera identidad nacional, y por lo tanto consideraba al libro como la vía para la solución de este problema: “el libro constituye hoy para nosotros, en Cuba y en los días actuales, la única y última esperanza de la honrosísima tradición cultural autóctona ”.18

Respecto al fenómeno de que Cuba era el país donde más libros se vendían en toda América Latina, Ramos aclaraba: “ el libro que importa y compra a cualquier precio el estudioso aislado, favorecido del azar y de esta ciega lotería de efímeras preeminencias, prebendas y turbios beneficios políticos […], llega tarde o nunca a las manos del joven de más fecundas ansiedades intelectuales, que muy rara vez resulta ser un heredero o un hijo de influyente papá, porque los libros, para éstos, tienen un valor neutro de adorno o de emulación académica y clasista…”.18

Ramos aseguraba que sólo los ricos tenían acceso a altos estudios y, en muchos casos, esos jóvenes ricos no amaban la verdadera búsqueda del saber.

Para Ramos, el valor del libro trascendía las clases en un aula, era el medio más importante de estudio y consulta en Colonterra, si no, “¿qué otros recursos ofrece nuestro medio tropical al joven de ambiciones, honrado e incapaz de caer en la constante tentación ambiente de bluff y charlatanería donde el pícaro medra y triunfa por derecho propio? ”.19 Evidentemente, Ramos tenía una fe infinita en el valor cultural del libro, como medio comunicativo, que facilita conocimiento y cultura, un recurso salvador del analfabetismo educacional en Cuba.

De gran importancia para el desarrollo de la esfera bibliotecológica nacional es la contribución de José Antonio Ramos a la formación de los bibliotecarios cubanos. Este esfuerzo, aunque fue corto, debido a su fallecimiento en 1946, fue muy fructífero. En diversas ocasiones, él se pronunció a favor de los estudios superiores de biblioteconomía e insistió en que las fallas en el sistema se debían a que el personal que trabajaba en las bibliotecas tenía escaso nivel cultural, por lo que aseguraba “que no es labor de cursitos improvisados, sino de escuelas especializadas y algunos años de bachillerato y colegios universitarios.” Como a uno de los culpables del bajo nivel cultural de los especialistas, Ramos indicaba, en parte, al Patronato de la Biblioteca Nacional que no se decidía a preparar técnicamente a verdaderos bibliotecarios.27

Alertaba Ramos que, antes de asegurar el edificio y presupuesto para las bibliotecas, era necesario crear bibliotecarios que, además de lecciones y manuales, recibieran en sus corazones “ un poco de fe en la importancia, utilidad y necesidad de sus esfuerzos. La biblioteca, como ciencia, descansa en el orden, en el método. Y la biblioteca al servicio del pueblo es una idea moderna y revolucionaria que no puede pensar quien no sienta el ideal democrático de una sociedad sin privilegios ”.18

El proceso de la formación de los bibliotecarios en Cuba se obstaculizaba también, debido a la falta del respaldo bibliográfico en idioma español. Los materiales que se utilizaron en los primeros cursos se tradujeron del inglés y el francés por los propios profesores. De allí, que tanta importancia tuvo la publicación de tres obras de José A. Ramos: Fascículos 1 y 2 de Clasificación y Catalogación de las Cartillas del aprendiz de bibliotecario, en 1941; Fascículo 3 de Organización e Índices de Materias de las Cartillas del aprendiz de bibliotecario, en 1942; y el Manual de Biblioeconomía, en 1943. Con este último, Ramos puso en manos de los estudiantes de la especialidad un importante texto donde, además de las cuestiones específicas de la catalogación y la clasificación de libros, se abordaron diversos temas, mencionados en otros acápites del presente trabajo. Al dirigirse a los estudiantes, Ramos les exhortaba a que antes de adentrarse en el contenido del texto, era imprescindible estudiar la historia del libro y su ciencia, la bibliología. Como autodidacta que era, Ramos les recomendaba formar su propio vocabulario antes de tomar el del manual, sin llegar a comprenderlo verdaderamente. “Este Manual se propone sencillamente ser como un Prontuario, como una guía, para ser usado no tanto en el aula, en función de texto, cuanto en el taller, en la biblioteca misma, a cada instancia dudosa del trabajo ”.19

José A. Ramos contribuyó a la enseñanza de bibliotecarios no sólo con la importante bibliografía, sino también como profesor en los primeros cursos. Formó, junto a José María Chacón y Calvo, Antonio Alemán Ruiz, María Villar Buceta, Jenaro Artiles, Isaac T. Cabrera, María Teresa Freyre, Fermín Peraza, Jorge Aguayo, Lorenzo Rodríguez Fuentes y José María Zayas , el claustro de los profesores del primer curso de la Escuela de Servicio de Biblioteca, en 1940, impartido en el Lyceum, aunque quedó como suplente.

Del 26 de abril al 28 de mayo de 1943, la Oficina del Historiador de la Ciudad auspició un curso donde Ramos impartió tres asignaturas: Aplicación de las tablas del Sistema Decimal y Prácticas de Clasificación Superior ; El Catálogo Metodológico – Analítico y Administración de b ibliotecas.

Indiscutiblemente, el aporte de José A. Ramos a la formación de los profesionales de bibliotecas como autor de los textos para la enseñanza es superior a su experiencia como docente.

A modo de conclusión, es necesario señalar que José A. Ramos, dramaturgo e idealista por naturaleza, utilizó la carrera diplomática como trampolín para poder desarrollarse como escritor. Su encuentro con la Bibliotecología fue totalmente espontáneo, a partir de breves cursos que recibió en los Estados Unidos. Su relación con esta disciplina se reafirmó cuando comenzó a trabajar en la Biblioteca de la Secretaría de Estado y, más tarde, se fortaleció con su nombramiento como Asesor Técnico de la Biblioteca Nacional de Cuba.

Aportó grandemente a la Bibliotecología cubana en el terreno del procesamiento de la información. Las principales actividades de procesamiento de aquel período- clasificación y catalogación - fueron los desafíos que Ramos enfrentó en la Nacional y los pudo vencer. Por su empeño profesional, llegó a ser una de las figuras más representativas de estos menesteres en el continente americano después de la publicación de su manual.

La obra de Ramos trascendió su tiempo y actualmente se reconoce como una de las más importantes dentro de su período. Muestra de ello es la instauración del premio “José Antonio Ramos”, que la Asociación Cubana de Bibliotecarios (ASCUBI) entrega a partir del 2005, a los bibliotecarios “miembros de la ASCUBI o de la Sociedad Cubana de Ciencias de la Información (SOCIT) que por su quehacer se destaquen por la adhesión a los principios éticos de ambas asociaciones y por la publicación de libros, folletos y artículos y la presentación de ponencias en eventos del sector tanto regionales, nacionales e internacionales”.28

Referencias bibliográficas

1. Portuondo JA. José Antonio Ramos y la primera generación republicana de escritores cubanos. Revista Bimestre Cubana 1948;LXII(4-6):57.

2. E chevarría I. José Antonio Ramos y la Biblioteca Nacional. Revista de la Biblioteca Nacional “José Martí” 1978; 3ra época, XX(2):117- 147.

3. Henríquez Ureña M. Evocación de José Antonio Ramos. Revista Iberoamericana 1947:253-260.

4. I nstituto de Literatura y Lingüística . Diccionario de la Literatura Cubana. La Habana: Letras Cubanas; 1984. t. 2. p. 978, 975-6.

5. Barros BG. El teatro de Ramos. Cuba Contemporánea 1920; XXII (86):205.

6. Gay Calbó E. José Antonio Ramos, cónsul. Universidad de La Habana; 1947.p.95

7. Expediente perteneciente al fondo Academia de la Historia de Cuba del Archivo Nacional de Cuba. Cartas firmadas por José Antonio Ramos, dirigidas a José de la Luz León, en Ginebra, Barcelona y La Habana. Carta del 24 de junio de 1932.

8. Expediente docente de José Antonio Ysidoro Ramos y Aguirre. No. 9.

9. Arrom JJ. El teatro de José Antonio Ramos. Revista Cubana 1928; XXIII(ene – dic):164–75.

10. Ramos y Aguirre JA. Introducción a Rilke: Trabajo leído por el autor en la tribuna del Lyceum el 26 de octubre de 1937; Revista Lyceum 1938;III(9-10):30-8.

11. Méndez Capote R. Recuerdos de la vieja biblioteca. Revista de la Biblioteca Nacional “José Martí” 1981; 3ra. época, XXIII(2):97-8.

12. Guillén R. Diccionario de la literatura española e hispanoamericana. Madrid: Alianza Editorial; 1993. t. 2.

13. Peraza Sarausa F. Diccionario biográfico cubano. La Habana: Anuario Bibliográfico Cubano, 1951-1959. t 5. p. 15.

14. Carbonell y Rivero JM (comp.). La prosa en Cuba: novelas, cuentos, leyendas. La Habana: s.e; 1928. t.2. p. 211-2. El Mundo. 24 de noviembre de 1938, p. 3.

15. R amos y Aguirre JA. Fantasmas en el Castillo de la Fuerza. Hoy. 6 de julio de 1943, p. 2

16. Ramos y Aguirre JA. La Biblioteca Nacional. El Siglo. 10 de octubre 1945, p. 9.

17. Ramos y Aguirre JA. Epítome de Biblioteconomía. Revista Bimestre Cubana 1940; XLVI (jul-dic):330-341.

18. Ramos y Aguirre JA. Manual de Biblioeconomía: Clasificación decimal, catalogación metódico-analítica y organización funcional de bibliotecas. La Habana: Corporación de Bibliotecarios, Archiveros y Conservadores de Museos del Caribe, 1943.

19. Ramos y Aguirre JA. Fragmentos de las memorias de José Antonio Ramos. Nueva Revista Cubana 1959;I(3):156-7.

20. Buonocore D. Elementos de Bibliotecología. 2da. ed. Santa Fé: Castellvi; 1948. p. 7

21. Fernández Robaina T. Apuntes para la historia de la Biblioteca Nacional “José Martí” de Cuba. La Habana: Biblioteca Nacional José Martí; 2001.

22. Una guía práctica para la organización de bibliotecas: Algunos juicios sobre el Manual aprobado por el Primer Congreso de Bibliotecarios, Archiveros y Conservadores de Museos del Caribe. La Habana: Corporación de Bibliotecarios, Archiveros y Conservadores de Museos del Caribe; 1944. p. 6.

23. Boletín del Anuario Bibliográfico Cubano1943;V(23-24):88.

24. Novedades. México, 29 de octubre de 1943.

25. L apique Z. Homenaje a los colegas memorables. Revista de la Biblioteca Nacional “José Martí” 1981;3ra. época, XXIII(2):12.

26. Menocal del Cueto R. ¿Quieren controlar los comunistas nuestra BN?; Expulsado José Antonio Ramos de la Biblioteca Nacional por su criterio sectario; figura Emilio Roig en la maquinación. El Siglo. 3 de abril de 1946.

27. Ascubi. Premios Nacionales como estímulo a la labor profesional. 2005. Disponible en: http://www.bvs.cfg.sld.cu/ASCUBI/premios.htm [Consultado: 29 de enero del 2006].

Recibido: 30 de noviembre del 2006. Aprobado: 12 de diciembre del 2006.
MsC. Zoia Rivera. Departamento de Bibliotecología y Ciencia de la Información. Facultad de Comunicación. Universidad de La Habana. Calle G No.506 entre 21 y 23. El Vedado. Plaza de la Revolución. Ciudad de La Habana. Cuba. CP 10400. Correo electrónico: zoia@infomed.sld.cu

1Máster en Comunicación. Profesora Auxiliar. Bibliotecología y Ciencia de la Información. Facultad de Comunicación. Universidad de La Habana.
2Licenciada en Bibliotecología y Ciencias de la Información.

Ficha de procesamiento

Clasificación: Artículo histórico.

Términos sugeridos para la indización

Según DeCS1

PERSONAJES; BIBLIOTECAS; CUBA.
FAMOUS PERSONS; LIBRARIES; CUBA.

Según DeCI2

PERSONAJES; BIBLIOTECAS; CUBA.

FAMOUS PERSONS; LIBRARIES; CUBA .

1BIREME. Descriptores en Ciencias de la Salud (DeCS). Sao Paulo: BIREME, 2004.

Disponible en: http://decs.bvs.br/E/homepagee.htm

2Díaz del Campo S. Propuesta de términos para la indización en Ciencias de la Información. Descriptores en Ciencias de la Información (DeCI). Disponible en: http://cis.sld.cu/E/tesauro.pdf