SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.16 número6Octubre 24 de 1925: Constitución de la Federación Médica de CubaPropuesta de política para la creación de publicaciones seriadas en el MINSAP índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

  • No hay articulos citadosCitado por SciELO

Links relacionados

  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO

Compartir


ACIMED

versión impresa ISSN 1024-9435

ACIMED v.16 n.6 Ciudad de La Habana dic.-dic. 2007

 

Diciembre 3 de 1833. Nacimiento del Dr. Carlos J. Finlay Barrés

Dr. José López Sánchezy Lic. José Antonio López Espinosa1

El 3 de diciembre de cada año, con la conmemoración del natalicio del sabio cubano, doctor Carlos J. Finlay y Barrés, se celebra el Día de la Medicina Latinoamericana y del Trabajador de la Salud. Eso constituye un motivo más que justificado para dedicar unos párrafos a la efemérides.

Hurgar en la obra de Finlay representa para todo historiador médico una sorpresa, motivada por la riqueza y potencialidad de su pensamiento teórico, en el que se advierte una ruptura permanente con la sustentación empírica de la medicina de su tiempo e, incluso, de la modernidad.

En un intento por suplantar la clásica tradición académica de empezar por el aspecto biográfico, se abre este breve ensayo con una primera visión de la obra de este gigante, nacido el 3 de diciembre de 1833 en la ciudad de Puerto Príncipe, hoy día Camagüey, en lo que fue su presupuesto: “la subversión del concepto del contagio de las enfermedades denominadas epidémicas y, posteriormente, infectocontagiosas”.

Lo que Finlay se propuso fue el modo de extinguir la enfermedad de la fiebre amarilla como un primer paso para ulteriores investigaciones, es decir, no sólo sobre su modo de propagación, sino también sobre sus dos vertientes: la inmunización y los métodos o las reglas para las campañas sanitarias de erradicación.

El contenido del trabajo que expuso en 1881 en la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana fue el resultado de una investigación científica bien concebida, que constituyó su primera y más conocida praxis: la transmisión del mal por intermedio de un vehículo biológico, en este caso, el mosquito Aedes aegypti, con lo que sustituía, por un lado, a la vieja y desacreditada conceptualización del contagio de los humanos a través del contacto entre sujetos enfermos y sanos y, por otro lado, a la que estaba en boga en su tiempo que era la miasmático-anticontagionista.

Por razón de su descubrimiento, ciudades tropicales como La Habana, antes cuna de mayor insalubridad, se convirtieron en las más saludables del planeta y a ellas siguieron luego todas las del trópico, donde se produjo un notable aumento de su coeficiente de habitabilidad. Los resultados de su trabajo científico, a la vez que libraron al mundo del terrible azote, sentaron las bases para el estudio de epidemias como las del paludismo, el dengue, la enfermedad de Chagas y otras.

Si Finlay hubiera escogido el camino de la búsqueda del agente patógeno, no habría alcanzado el éxito con el que coronó su labor; tampoco habría podido identificar el virus causante de la enfermedad ni recomendar medidas para su erradicación, pues los medios de investigación existentes en su tiempo en todo el mundo eran impotentes ante la tarea de reconocer adecuadamente un virus o de elaborar una vacuna contra estas afecciones. El tiempo se ha encargado de demostrar que el conocimiento del vector biológico y la lucha contra el mismo, son cuestiones imprescindibles para el control efectivo de males como la fiebre amarilla.

El anuncio de la hipótesis del sabio y la posterior confirmación experimental de su doctrina, que se adelantó a la época y a los conocimientos generalmente aceptados por entonces, constituyen el hecho científico más importante ocurrido hasta ahora en Cuba, dada su trascendencia para la humanidad. Por otra parte, esta nueva concepción finlaísta del contagio a través de un vector biológico, significó un aporte de valor imperecedero al estudio de las enfermedades, pues de hecho colocó a la epidemiología sobre una base experimental.

Al rendir cada 3 de diciembre el merecido reconocimiento a Finlay, no se debe obviar su magnífica actividad de investigación en otros terrenos de las ciencias médicas. A su papel de protagonista principal en la conquista de la fiebre amarilla, hay que agregar su valiosa contribución a la cirugía oftalmológica y la admirable diversidad y profundidad de su ejecutoria clínica, que abarcó apreciables y fructíferos estudios sobre la parálisis infantil, el tétanos del recién nacido, la tuberculosis, la fiebre tifoidea, la lepra, el bocio exoftálmico, la malaria y otros muchos males que azotaban a la población cubana en el siglo XIX. Al nombre de Finlay y a los de sus más cercanos colaboradores está también asociado el primer intento de crear en Cuba un sistema de salud pública basado en la higiene y en la prevención de enfermedades.

Ese amplio universo donde el ilustre médico desenvolvió con tanto éxito su quehacer científico, ese vasto campo de actividades donde desarrollara su infatigable lucha por la vida, da fe de su excepcional talento, de sus acertados métodos de investigación y de su elevado sentido del deber profesional, el cual interpretó siempre como su compromiso más sagrado con la humanidad.

Finlay, al igual que Tomás Romay, Álvaro Reynoso y Felipe Poey, entre otros, dio un significativo aporte al desarrollo de las ciencias en Cuba y sentó pautas luego asimiladas por otras eminentes personalidades como Carlos de la Torre y Huerta, Antonio Bachiller y Morales, Joaquín Albarrán y Angel Arturo Aballí, por mencionar algunos, a los cuales los especialistas de hoy deben el basamento de sus conquistas. Las concepciones de este sabio han quedado pues plasmadas en el actual sistema de salud pública cubano y han sido inspiración a las actividades de prevención de las enfermedades. Por eso, apoyados en los notables logros de la medicina cubana, los trabajadores de la salud son fieles al legado de virtud profesional, de rigurosidad científica, de desinterés y de modestia del doctor Carlos J. Finlay.

Referencias bibliográficas

1. Domingo P. Cuba, Estados Unidos y España en el descubrimiento de la fiebre amarilla. An Med Cir. 1966;46(198):369-84.

2. Domínguez F. Carlos J. Finlay. Su centenario (1933), su descubrimiento (1881), estado actual de su doctrina (1942). La Habana: Cultural. 1942.

3.  Finlay CE. Carlos Finlay and yelow fever. New York: Oxford University Press. 1940.

4.  López Sánchez J. Finlay. El hombre y la verdad científica. La Habana: Editorial Científico-Técnica. 1987.

5.  ___. Carlos J. Finlay. His life and his work. La Habana: Editorial José Martí. 1999.

6.  Rodríguez Expósito C. Finlay. La Habana: Editorial Librería Selecta. 1951.

1Licenciado en Información Científico-Técnica y Bibliotecología. Investigador Agregado. Universidad Virtual de Salud.  Centro Nacional de Información de Ciencias Médicas-Infomed. Ciudad de La Habana. Cuba.