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Humanidades Médicas

On-line version ISSN 1727-8120

Rev Hum Med vol.21 no.1 Ciudad de Camaguey Jan.-Apr. 2021  Epub Mar 25, 2021

 

Contribución especial

Oración Finlay

Finlay Oration

Arturo Menéndez Cabezas1  * 
http://orcid.org/0000-0003-3880-7996

1Universidad de Ciencias Médicas de Camagüey

Agradezco este honor y privilegio, que a su vez es una gran responsabilidad que me ha motivado a profundizar una vez más en la vida y obra de una personalidad histórica de extraordinaria valía.

La Oración Finlay, para bien, se está convirtiendo en una tradición en nuestro alto centro de estudios. Una tradición trasciende por la transmisión de creencias, costumbres, ideas de unas generaciones a otras, y es ahí donde radica nuestra gran responsabilidad. Esta Universidad creada por la Revolución fue bautizada Carlos J. Finlay, lo cual representa no solo el privilegio, el honor de llevar el nombre de un hombre grande, sino también la enorme responsabilidad de sembrar en las nuevas generaciones de profesionales y técnicos de la salud las ideas y valores de esa personalidad histórica que sigue siendo fuente de inspiración, y más en el contexto que estamos viviendo, cuando en un mundo destacado, entre otras cosas, por el cada vez más impetuoso desarrollo de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación, un pequeñísimo complejo núcleo proteico, desde hace casi ya un año, mantiene en vilo a toda la Humanidad.

Según el Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española 1 la oración es, en una de sus acepciones, “Obra de elocuencia, razonamiento pronunciado en público a fin de persuadir a los oyentes o mover su ánimo”. No se trata de una plegaria. Se trata de una tarea verdaderamente ardua, persuadir a los que escuchan y mover su ánimo, a partir de la vida y obra de un hombre excepcional.

Hay antecedentes memorables en la historia de la Academia de Ciencias de Cuba y en nuestra modesta historia, no solo de oraciones elocuentes, sino sobre todo profundas, por parte de ilustres científicos. Asumo la tarea con humildad y responsabilidad, con el propósito de siembra que deben tener las tradiciones nobles.

Creo necesario recordar que esta noble práctica tiene sus antecedentes en las sesiones en febrero de1926 y 1927 de la entonces Academia de Ciencias Médicas, Naturales y Físicas de La Habana para homenajear a destacados científicos cubanos, en las que las principales conferencias fueron dedicadas a Finlay; y en la sesión dedicada a asuntos sanitarios del Primer Congreso de la Asociación Médica Panamericana con sede en La Habana. Luego, en enero de 1933, en sesión especial de la Academia, con motivo de celebrarse ese año el centenario del natalicio de Finlay, se crea la Comisión Organizadora del Centenario de Finlay y se propone y acuerda celebrar cada 3 de diciembre el “Día de la Medicina Americana” y realizar sesión solemne de la Academia con la Oración Finlay.2

Esa primera sesión solemne dedicada a Finlay se realizó en la noche del 3 de diciembre de ese año, presidida por el entonces Presidente del país, Dr. Ramón Grau San Martín, Académico de número, por cierto; además por Carlos Eduardo Finlay, hijo del sabio y Secretario de Sanidad y Beneficiencia; el Dr. José A. Presno, Rector de la Universidad de La Habana y Presidente de la Comisión Organizadora de las celebraciones del centenario de Finlay; así como otros miembros de dicha comisión. Estuvieron también presentes funcionarios y diplomáticos de varios países, y representantes de asociaciones científicas y profesionales y de la vida cultural de la nación. Correspondió al Dr. Presno pronunciar la que se considera la primera Oración Finlay. Téngase en cuenta que este histórico evento ocurrió en los momentos en que el pueblo restañaba las heridas luego de la sangrienta dictadura de Machado.2

Así se inició esta bella tradición, como un culto científico que cada año la Academia de Ciencias de Cuba dedica a este insigne científico, ocasión, además, para reconocer a científicos destacados, que no han sido pocos, por cierto.

En nuestra provincia, a instancias del Consejo Científico Provincial de la Salud y el Consejo Provincial de Sociedades Científicas de la Salud, se realizó por primera vez la Oración Finlay en el año del aniversario 170 del natalicio de Finlay, pronunciada magistralmente por el querido Profesor Jorge Álvarez Vázquez, lamentablemente ya fallecido, quien fuera jefe del departamento de Filosofía y fundador del Centro de Humanidades y Ética en Ciencias de la Salud (CHECSA) que devino Centro de Desarrollo de las Ciencias Sociales y Humanísticas en Salud (CENDECSA), una de nuestras dos prestigiosas unidades de desarrollo científico-tecnológico.

El indispensable estudio de la Historia no solo comprende el análisis de los grandes acontecimientos y procesos que marcan hitos, sino también el examen serio y responsable de las personalidades de diferentes ámbitos que con sus contribuciones teóricas y prácticas también han marcado hitos y han dejado un ejemplo de integridad, compromiso con la verdad y con la humanidad.

Para cumplir modesta pero dignamente esta magna tarea, me atrevo a proponer un ejercicio reflexivo, desentrañarlos mensajes, los consejos, que la vida y obra de Finlay nos pueden brindar en estos momentos aciagos, y al hacerlo quizás aprenderemos a encontrar respuestas y soluciones a los múltiples y complejos problemas científicos de la salud, y de esa manera lo honramos; espero que estén de acuerdo conmigo en que profundizar en las ideas de un hombre que hizo historia es una excelente manera de honrarlo.

El 3 de diciembre de 1833 nació en la villa de Santa María del Puerto del Príncipe el primer hijo del matrimonio de Edward Finlay y Elizabeth de Barres, médico de origen escocés él, y ella de origen francés, pero nacida en la isla caribeña de Trinidad. Fue bautizado en la catedral de Nuestra Señora de la Candelaria, la que aún se yergue junto al céntrico Parque Agramonte, con el nombre Juan Carlos.3,4Desde su temprana juventud acostumbraba a firmar Carlos Finlay, más tarde le añadió a su firma la letra J, de ahí que el nombre correcto de instituciones, calles, órdenes, etc. que seadoptó para honrarlo sea Carlos J. Finlay.4

Hizo sus estudios secundarios en Francia y de Medicina en el Jefferson Medical College de Filadelfia, Estados Unidos de Norteamérica, donde se graduó en 1855 con solo 22 años de edad, y acreditó su título en la Universidad de La Habana en 1857.3

Aunque estuvo un corto tiempo en Perú, la mayor parte de su vida profesional y científica la desarrolló en La Habana.3

Una de las primeras cosas que resaltan en su vida fue la amplitud, diversidad e intensidad de sus estudios y ocupaciones. Se caracterizó por el “

polifacetismo de su actuación científica”

, según expresara en su memorable Oración Finlay el Dr. Ángel Arturo Aballí Arellano, uno de los más ilustres pediatras cubanos de todos los tiempos.3

Ese polifacetismo se expresó en su amplia cultura general, la práctica del ajedrez, su constante superación en diversas especialidades y disciplinas de la biología y la medicina, pero también de la física, la química, la meteorología, en tiempos en que no se contaba con las extraordinarias condiciones actuales de diseminación de la información científica, a lo cual contribuyó su dominio de varios idiomas.3

Finlay fue un vivo ejemplo de aquello que nuestros profesores no se cansaban de repetirnos cuando empezábamos el largo camino del estudio de la Medicina:

“El médico que sólo sabe medicina; ni medicina sabe”

, frase que se le ha atribuido equivocadamente a Louis Pasteur, pero que en realidad es del polifacético médico catalán José de Letamendi y Manjarrés (1828-1897), quien fuera catedrático de anatomía en la Universidad de Barcelona, colaborador en varias publicaciones médicas y defensor del humanismo en la medicina, que cultivó también la poesía, la música y la pintura, además de escribir más de mil artículos y varios libros.5Quizás Finlay conoció de esa expresión, pero eso sería especular, lo que sí se puede afirmar, al estudiar su vida, es que él sabía de biología, de química, de física, de varias especialidades de la medicina, de otras ciencias y disciplinas, incluyendo la meteorología, la música, e incluso se considera el iniciador de varias especialidades.3 Por eso es prácticamente imposible en una ponencia abarcar toda su obra. De hecho, los colegas que me han antecedido en esta tarea han tocado varias facetas de su vida, y estoy seguro que aún puede indagarse más y resaltar hechos muy interesantes de su vida y lo que han representado para Cuba y la humanidad.

Precisamente, de su intensa y multifacética vida nos llega su primer mensaje: La importancia de cultivar el buen gusto, enriquecer el espíritu y no dejar de estudiar y actualizar los conocimientos de la especialidad y sus interrelaciones con otras. La búsqueda de soluciones a los grandes problemas de salud de la actualidad reclama lo que llamamos multidisciplinariedad, interdisciplinariedad y transdisciplinariedad, con la participación cada vez más importante de las ciencias sociales, y con científicos cultos, humanos, sensibles. La experiencia de estos largos meses de enfrentamiento a una pandemia y lo que aún queda por recorrer y enfrentar reafirman estos principios.

Pero, sin duda, el principal aporte científico que más se le reconoce fue el descubrimiento del mosquito Culex (Culexaegypti) (Carl Linnaeus y su discípulo FredrikHasselquist en 1762) y luego nombrado por otros autores como Culexcalopus (Meigen, 1818); y Stegomyiafasciata (Taylor, 1903);hoy Aedes aegypti, nombre propuesto por Mattingly, Stone, y Knight en 1962 a la Comisión Internacional de Nomenclatura Zoológica, como el agente transmisor de la Fiebre Amarilla.6

Pero, la trascendencia de este descubrimiento va más allá, ya que en esencia el principal aporte de Finlay reside en que fue el primero que planteó de forma coherente y clara lo que posteriormente se conoció como la “teoría metaxénica”, la que recoge el papel de los llamados “vectores” en la cadena de transmisión de determinadas enfermedades infecciosas.7,8 Los principios de la misma son las tres condiciones, magistralmente descritas por Finlay, necesarias para que la fiebre amarilla, y en definitiva cualquier otra enfermedad transmisible vectorial, se propague, y cito textualmente:

“1º) Existencia de un enfermo de fiebre amarilla en los capilares del cual el mosquito pueda hundir su aguijón para impregnarse en las partículas vivas en un período adecuado de la enfermedad; 2º) Prolongación de la vida del mosquito entre la picadura hecha al enfermo y la que debe reproducir la enfermedad; 3º) Coincidencia que sea un sujeto apto a contraer la enfermedad uno de los que pique después el mosquito”.8

Pero, ¿cómo pudo el sabio cubano llegar a esas conclusiones? Se trata de un verdadero ejemplo del pensamiento científico, de la aplicación del método científico. Como magistralmente describiera el Historiador Médico del Ministerio de Salud Pública, Gregorio García Delgado:9

Influido por las ideas médicas de su tiempo, inicia sus estudios al respecto en 1858 en relación con la alcalinidad de la atmósfera, tras haber descubierto accidentalmente una alta alcalinidad en la atmósfera de La Habana, tal como lo describe en sus

Memorias sobre la etiología de la fiebre amarilla”

(1865); los que se prolongan por 20 años, durante los cuales adquiere sólidos conocimientos de química y de meteorología.9

En 1879 el gobierno colonial lo designa como uno de los asesores de la I Co misión Americana para el Estudio de la Fiebre Amarilla, lo cual le permitió ampliar y profundizar sus conocimientos sobre la en fermedad desde los puntos de vista bacteriológico, anatomopatológico, clínico y epidemiológico.9

Aunque la Comi sión no llegó a resultados definitivos, la parte de su conclusión final en que se expone que “en el aire debía encontrarse un agente capaz de transmitir la enfermedad” lo motiva a seguir estudiando el problema con un nuevo enfoque. Motivado por la lectura en el “Tratado de Botánica” del sabio naturalista francés Philippe E. L. Van Tieghem, sobre el ciclo evolutivo del hongo Pucciniagraminis, productor del moho en el trigo y para cuya transmisión necesita una planta intermedia, el agracejo (Berberisvulguris), se plantea una nueva hipótesis por asociación con ese fenómeno biológico, la del agente intermediario en la transmisión de algunas enfermedades infecciosas. En el caso de la fiebre amarilla, sobre la base de lo observado de una alta concentración de mosquitos durante los brotes epidémicos y en las zonas endémicas, se decide a investigar cuáles concretamente son los agentes transmisores.9 Un ejemplo inigualable del proceso de construcción de un proyecto de investigación.

Para poder responder a esa nueva hipótesis, de manera autodidacta y con la asesoría en ocasiones del sabio Felipe Poey Aloy, prácticamente se hace entomólogo. Estudia unas 600 especies hasta llegar a la conclusión de que sólo la hembra del hoy llamado Aedes aegypti reúne los requisitos. Es así como construye la fundamentación teórica de su hipótesis que presenta sintéticamente en la V Conferencia Sanitaria In ternacional, que se celebrara por primera vez en América (Washington D.C.), como delegado especial por Cuba y Puerto Rico de la Delegación de España, en el año 1881.9

De regreso a Cuba comenzó los experimentos. Luego de las primeras 5 inoculaciones presentó ante la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, el 14 de agosto de 1881, el trabajo que habría de inmortalizarlo y al que modestamente tituló “El mosquito hipotéticamente considerado como agente de transmisión de la fiebre amarilla”. El trabajo lo publica ese mismo año en los Anales de la Real Academia, el cual constituye una acabada obra científica que marca un hito en la epidemiología de las enfermedades transmisibles y el inicio de la entomología médica en el mundo.9 Subrayo el título de su ponencia. Sin arrogancia ni otra pretensión que no fuera la de exponer su hipótesis.

Al analizar estos hechos históricos resaltan dos factores esenciales de la conducta de este ilustre hombre, que a su vez se convierten en mensajes para nosotros:

  1. La perseverancia, paciencia, constancia en el aprendizaje, y rigor científico en la búsqueda de la verdad.

  2. La modestia y la humildad del científico, como valores que reflejan una ética admirable. Nada de sensacionalismo ni triunfalismo.

Por supuesto, el trabajo experimental lo continuó durante más de 20 años. Y de nuevo dio muestras de esa humildad cuando ofreció toda la información y materiales recopilados y producidos en sus estudios a la Cuarta Comisión del Ejército de los Estados Uni dos para el Estudio de la Fiebre Amarilla.9

En definitiva, su hipótesis fue validada por sus propios experimentos, los realizados por otros, y por la práctica, por la vida, porque fue lo que permitió la erradicación de la fiebre amarilla en Cuba y en Las Américas. Por ese logro sanitario y otros en los que tuvo el papel principal se le conoce como el Benefactor de la Humanidad.3

Según la destacada intelectual cubana Graziela Pogolotti,10“El ejercicio del pensar no responde a una actitud contemplativa: es el punto de partida necesario para implementar el hacer”. Como la investigación es un complejo ejercicio del pensamiento, su impacto, además de la generación de nuevo conocimiento, está en los cambios, transformaciones de la realidad, que deben ser para bien de la propia ciencia, de los seres humanos, de la naturaleza y la sociedad. Vale la pena reiterar: Carlos J Finlay no solo hizo ciencia, fue un hombre de la práctica sanitaria, educativa y social.

La historia recoge su incansable trabajo en la concepción, preparación y ejecución de estrategias y programas de control de epidemias, en la formación de personal calificado para el control sanitario, sus extraordinarias dotes organizativas que lo llevaron a dirigir lo que se puede considerar como el antecedente del primer ministerio de salud pública en la historia de la humanidad.3,9 En fin, un hombre de pensamiento y de acción, comprometido con su pueblo y con el bien de la humanidad.

Y ahí está un claro mensaje, el compromiso del hombre de pensamiento con la transformación de la realidad para bien del pueblo, expresión sublime del humanismo que han puesto muy en alto varios científicos cubanos de diversas disciplinas y áreas del saber en la actual contingencia, en un país bloqueado, vilipendiado, que aún tiene pendiente el desarrollo de una economía autosuficiente, auto superable y sostenible.

La lectura crítica delo que acontece debe promover la reflexión y sugerirlas vías que traza la ciencia, las investigaciones necesarias, a un pensamiento para actuar en consecuencia, con perseverancia, paciencia y constancia en el aprendizaje, con humildad y valor para enfrentar los inevitables valladares, con la mira centrada en el objetivo magno que nos debe mover, el bienestar de nuestro pueblo.

La vida y obra de Carlos J. Finlay nos debe impulsar a que en la educación de las nuevas generaciones de profesionales y técnicos de la salud, el énfasis debe estar en enseñarlos y motivarlos a pensar y actuar, al decir del notable intelectual cubano Ernesto Estévez Rams,11 como “superadores constantes y dialécticos de todos los pasados, incluyendo el nuestro” y “continuadores de esencias”, “nuestra función es ayudarlos a hacerse revolucionarios de esa cualidad que significa hacer que la Revolución renazca distinta e igual con cada generación”.

Y termino con esta cita de Martí:

"Va allá lo humano, siempre decidido y siempre; pone los ojos ante sí, pero caminaría aunque fuese ciego. La humanidad asciende cuando adelanta; el hombre es en la tierra descubridor de las fuerzas humanas. (…) el hombre es la lógica y la Providencia de la humanidad".12

Así lo hizo Carlos J Finlay, un genuino paradigma.

¡Feliz día del médico! ¡Feliz día de la medicina latinoamericana! ¡Feliz día del trabajador de la salud!

Muchas gracias

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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Recibido: 03 de Diciembre de 2020; Aprobado: 20 de Enero de 2021

*Autor para la correspondencia: artemen.cmw@infomed.sld.cu

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