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Arquitectura y Urbanismo

versión On-line ISSN 1815-5898

au vol.36 no.1 La Habana ene.-abr. 2015

 

DEL REINO DE ESTE MUNDO

 

Entre palacios y licuadoras. La función simbólica de la arquitectura

 

Between Palaces and Blenders. Symbolic function of Architecture

 

 

M.Sc. Arq. Marta Donoso Llanos

Universidad de Guayaquil. Facultad de Arquitectura y Urbanismo. Guayaquil, Ecuador.

 

 


RESUMEN

Es cada vez más frecuente enmarcar la arquitectura como el conjunto de los edificios construidos para cumplir con una función, actividad específica. Este punto de vista justifica lo arquitectónico desde los aspectos funcional y constructivo. Lo que se intenta destacar aquí es que por el modo en que participa activamente en la construcción de la cultura, la arquitectura rebasa ampliamente estas consideraciones. Se llama a esto la función simbólica de la arquitectura y se la vincula con los códigos estéticos en vigencia relacionando estos con patrimonio, memoria, historia y estructura social. Para iluminar estos argumentos se contrastan casos de lugares y épocas variadas, y se resalta de manera especial la demolición del edificio conocido como “la licuadora” de la ciudad de Guayaquil. Para remitir el caso a una dimensión conceptual se recuerda que la arquitectura es considerada como “telaraña de significados” cuya lectura depende del nivel de comprensión de la cultura en que se inserta.

Palabras clave: cultura, función simbólica, códigos estéticos, patrimonio, memoria, historia, estructura social.


ABSTRACT

It is usual nowadays to call Architecture as the set of buildings built to fulfill a specific function or activity. This point of view justifies the functional and constructive aspects of Architecture. What it is important to highlight in this paper is its active role in the creation of culture, where Architecture widely goes beyond this consideration. This is called the symbolic role of Architecture and it is related to the aesthetic current codes that are linked to patrimony, memory, history and social structure. To enlighten these arguments, cases from different periods and places are contrasted; highlighting, in a very special way, the demolition of the building known as “La Licuadora” –The Blender- in the city of Guayaquil. Architecture, from the theoretical point of view is considered the “web of meanings” whose reading depends on the cultural comprehension level.

Key words: culture, symbolic function, aesthetic codes, patrimony, memory, history, social structure.


 

 

Preámbulo

Resulta cada vez más necesario en nuestro medio introducir argumentos que muestren que la arquitectura en tanto hecho cultural trasciende el marco que la sitúa preferentemente como un efecto de mercado con las características propias de los objetos producidos para ser consumidos sin reflexión y abandonados sin trascendencia. La arquitectura crea para la sociedad el contexto dentro del cual la misma va a desarrollar vida y memoria y permite en este juego construir identidad. Lo que acontece a la arquitectura pone en evidencia el estado de los movimientos y la conciencia social. Desde este punto de vista la arquitectura comprende una parte tangible y otra, igualmente real, intangible, compuesta por recuerdos, juicios estéticos, definiciones políticas entretejidas en vivencias alrededor de lo construido.

Licuadoras y palacios

El martes 1 de octubre de 2013 a las 6:30 de la mañana se inició el proceso de demolición del edificio del Ministerio de Agricultura en Guayaquil, conocido citadinamente de modo jocoso como “la licuadora”. Menos espectacular que la del Pruitt-Igoe y más dilatada, esta demolición posiblemente no marque la muerte ni de una época o de una forma de vida. Las razones oficiales esgrimidas para avalar el proceso se enmarcan en consideraciones funcionales y estructurales: mal estado de la estructura [1] inadecuación de las instalaciones. Es preciso notar, sin embargo, que luego de estos argumentos racionalmente válidos aparecen con igual frecuencia otros que pueden buenamente catalogarse como subjetivos. Jorge Martillo Monserrate, conocido cronista guayaquileño opinó al respecto: “…en el plano estético, hay quienes consideran a la Licuadora como el edificio más feo de Guayaquil.”[2] (figura 1)

La invocación al plano estético debe llamar nuestra atención. Para respaldar un argumento de este tipo no basta citar elementos cuantificables, hay, en este caso una apelación directa a la forma del edificio y a la apreciación de la misma dentro del contexto. Suponiendo que se realice una consulta exhaustiva —cuantificable por tanto— entre los guayaquileños y el resultado sea, en un 100 % un acuerdo sobre la fealdad o belleza del edificio. ¿Se convierte esto en un juicio estético inapelable y suficiente?

Otro caso, el del Palacio Monroe en Río de Janeiro. Este edificio fue construido para participar como Pabellón de Brasil en la Exposición mundial en St. Louis, Missouri, Estados Unidos en 1904 y demolido entre argumentos y protestas en Río de Janeiro en 1975; desde entonces su ausencia física solo ha acrecentado su presencia en la memoria de los cariocas y la polémica sobre la validez de los motivos con que se justificó su demolición sigue activa. (Figura 2)

Como cláusula específica de su diseño estaba que sería factible que su estructura metálica pudiera ser desmontada para transportar el edificio hasta Rio de Janeiro una vez concluida la exposición [3]. Así se hizo y el edificio quedó de nuevo en pie en la zona central de Río de Janeiro, entonces capital de Brasil, en 1906. Desde entonces hasta su demolición en 1975 fue sucesivamente sede de la Conferencia Panamericana, sede de la cámara de Diputados, sede provisional del Tribunal Superior Electoral, casa del Congreso del Estado de Río de Janeiro cuando la capital se traslada a Brasilia, y finalmente sede del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas. Según indican las fuentes [4] en 1974 durante la construcción del Metro de la ciudad, se desvió el trazo del mismo para no afectar los cimientos del edificio. A pesar de esta larga y honorable trayectoria fue demolido en 1975.

En el caso del Palacio Monroe los argumentos a favor de la demolición involucran a una figura representativa de la arquitectura moderna brasileña: Lucio Costa. En su artículo “Sede do Ministerio da Educação, icone urbano da modernidade carioca (1935-1945)” Roberto Segre señala:

“Entre los años setenta y ochenta, durante los gobiernos militares, con el llamado “milagro económico” brasileño y el descontrol estatal y municipal sobre la tierra urbana, surgieron en Río de Janeiro números“elefantes blancos”, alterando drásticamente el skyline del área central, forjado en las primeras décadas del siglo XX. La posición adversa de la dirección del IPHAN —en particular Lucio Costa— respecto a la arquitectura ecléctica, promoviendo su desaparición —el ejemplo más connotado fue la demolición del Palacio Monroe (1976), sede del Senado Federal, en la plaza Floriano 25— facilitó la presencia de desproporcionadas torres a lo largo de la Avenida Central y en proximidad de los edificios históricos.”[5]

Este caso pasa por el aval de una autoridad, Lucio Costa; pero ¿qué se sabe respecto a lo que Segre reseña como “posición adversa —de Costa— respecto a la arquitectura ecléctica”? ¿Habría que pensar que esta postura trasciende las preferencias tal vez arbitrarias de un personaje en particular? ¿Acaso está aquí involucrada una lectura de la época sobre sí misma y de la arquitectura en relación con lo que se considerará permitido y/o prohibido —ecléctico/moderno—? ¿Es desde una lectura de este orden que se dictan sentencias que determinan la vida o la muerte de la parte tangible de la arquitectura, los edificios? Y, caso como corolario, ¿es que la arquitectura como tal tiene una parte tangible y otra intangible ambas reales por igual? ¿Depende la parte intangible del estatus del objeto en si dentro de un contexto cultural?

En otro artículo se aborda la relación entre Arquitectura, lenguaje y función simbólica de manera general. En ese entonces se estableció que:

…la función simbólica permite al humano adjudicar a un significante más de un significado. En el caso de la arquitectura el significante por excelencia es el edificio, el objeto arquitectónico como tal; en relación con este se produce el significado primario que remite a la función propia del objeto y están, además, los varios posibles significados secundarios que establecen el estatus del objeto dentro del contexto imaginario en que el sujeto vive. La trama simbólica se arma en el juego entre el significante y los significados posibles los cuales dependerán de la realidad del contexto y de la posición del sujeto interpretante dentro del mismo [6].

Resulta interesante revisar en un espectro más amplio las vicisitudes sufridas por edificios —esto es, arquitectura— construidos. En Lost Buildings: Demolished, Destroyed, Imagined, Reborn, Jonathan Glancey juega con la idea de “edificios icónicos” y configura su trabajo en varias categorías: edificios perdidos en tiempo de paz, en tiempo de guerra, por transformaciones políticas o, por ejemplo inconsecuentemente, situando entre estos a la inolvidable Penn Station de Nueva York, demolida en 1963 (Figura 3). Lamentando esto, la crítica de arte y arquitectura Ada Louise Huxtable del New York Times dijo:

Hasta que cayó el primer golpe, nadie estaba convencido de que la estación de Pensilvania realmente iba a ser demolida; o que Nueva York permitiría este monumental acto de vandalismo en contra de uno de los mejores y más grandes hitos de su edad de la elegancia romana…probablemente seremos juzgados no por los monumentos que construimos sino por los que hemos destruido. [7]

Para una sociedad, un grupo humano en una época específica, tomar conciencia de su realidad arquitectónica-urbana y valorarla implica haberse posicionado como un grupo que puede reconocer su propia historia y los valores que desde ella se establecen. Esto que ya puede considerarse como una ganancia tiene, sin embargo, un sesgo potencialmente peligroso toda vez que las vicisitudes del devenir político pueden eventualmente situar como indeseable una memoria histórica por estar ligada a un momento cuyo recuerdo deviene en indeseable. Sin entrar en historias políticas recientes y por lo tanto con un nivel de sensibilidad aún alto, citamos el caso de las 28 estatuas que en la fachada principal de Notre Dame, París representan a los reyes de Israel en el Antiguo Testamento . Durante la Revolución Francesa, las cabezas coronadas resultaban políticamente insoportables y las estatuas fueron decapitadas. Casi un siglo más tarde y en una realidad política distinta, Viollet le Duc procedió a restaurar todo el edificio y recolocó las cabezas coronadas en las estatuas. (Figura 4)

El vínculo político entre época y arquitectura no es el único preocupante. Curiosamente, la forma misma de los edificios puede atraer peligro sobre ellos, de hecho, mientras más seguramente sea posible relacionar un edificio a una época determinada en el sentido estilístico, más fácil es atraer sobre sí crítica desvalorizante. Lo expresa claramente el artículo del blog Vulpes Libris al reseñar el libro de Glancey antes citado:

La lección en algunos casos es que edificios excelentes que hablan de su época están en el más grande peligro una vez esa época ha pasado y se convierten en la mente colectiva en feos y pasados de moda. Dado este estado mental, se puede decir que el milagro es que algunos hayan sobrevivido… [8]

Si hasta ahora parecía que se situaba el problema como lo que deviene de la relación entre los edificios y los devenires políticos del contexto, en este momento se gira a un entorno circunscrito a lo específicamente arquitectónico. Desde este punto la idea sería que un edificio cualquiera deja de ser aceptable por cuanto su forma misma pasa a ser considerada por los códigos estéticos vigentes como inaceptable, habría que decirlo de una vez, fea. En este punto Martillo Monserrate afirmaba: “…en el plano estético hay quienes consideran a La Licuadora como el edificio más feo de Guayaquil…”[9] declaración que impone de modo tajante una valoración. Entonces, quienes hacen arquitectura deben precaver conceptos, acciones y diseños y puestos a salvaguardar el pellejo, coloquialmente hablando, deben acudir a ideas de belleza cuya permanencia proteja de devaneos exquisitos.

¿Existen valores estéticos cuya consistencia sea tal que autogaranticen una permanencia atemporal? Los casos antes reseñados, el Palacio Monroe y la Penn Station nos invitan a poner en duda ideas como “belleza atemporal”. Los códigos estéticos justamente cambian y se transforman para dar paso a nuevas interpretaciones de la idea de lo bello en cualquier ámbito de la producción humana. Pero precisamente esa contingencia temporal debería llevar a andar con cautela al establecer definiciones porque los criterios con toda seguridad perderán actualidad al transformarse el contexto. Lo que si es cierto es que los arquitectos deben tener en cuenta esta situación y obrar en consecuencia al respaldar políticas en relación con el patrimonio construido.

En este punto ha aparecido un término nuevo “patrimonio”. Considerar un bien como patrimonial ha significado imponer un proceso objetivo de valoración que permita proteger a la arquitectura de modas y subjetividades, y aún esto no es suficiente. Costa, al respaldar la demolición del Palacio Monroe era funcionario de la IPHAN —Instituto do Patrimônio Histórico e Artístico Nacional— de Brasil y sus actuación pecó al estar teñida de sus preferencias individuales por lo que hasta ahora se lo critica.

Algo que resulta absolutamente necesario es llamar la atención a estos problemas y crear conciencia en relación con lo que llamamos la función simbólica de la arquitectura, esto es, la cualidad por la que lo construido se convierte en parte no solo funcional sino además emocional, vivencial, psíquica de la sociedad humana. La arquitectura no es únicamente el contenedor de las actividades humanas, es la que las sugiere, las propicia, las determina y le permite a la cultura regenerarse en un proceso envolvente.

La Telaraña de significados

En la playa de Chipipe, provincia de Santa Elena, Ecuador, es posible observar —repitiéndose una y otra vez, año tras año entre grupos humanos a la vez distintos e iguales— una escena singular. En ese sector hay un grupo de edificios que tienen su frente directamente hacia la playa, sin calle o malecón mediándolo. Desde esos edificios, por las mañanas muy temprano salen empleados y barren la arena, la rastrillan para limpiarla en una extensión igual al frente del edificio y con un ancho de unos 20 m frente al mar. Como resultado la arena en ese lugar acaba teniendo un aspecto diferente del resto de la playa. Cuando, usualmente una o dos horas más tarde, los bañistas empiezan a llegar con su equipo familiar suelen mirar este pedazo de playa y evitar usarlo, colocándose un poco más lejos aún si esto dificulta su propia estadía, incluso si eso significa que el espacio que ocupan con su familia y amigos acaba siendo más estrecho, menos cómodo.

Lo que sucede implica un proceso de lectura de códigos espaciales y sistemas sociales de aprehensión del espacio, avalados por la práctica pero generalmente no reflexionados conscientemente. Los edificios en cuestión se asocian —y efectivamente son— propiedad de estratos económicos elevados. Los bañistas que buscan la playa no pertenecen usualmente a este estrato, como resultado, llegan y leen una posibilidad de apropiación y uso del espacio —en un código escrito solo a través de la práctica— dentro del cual se sitúan reconociendo de modo inconsciente su propia autoubicación en el contexto.

Este ejemplo sirve para poner en relieve que el espacio, la arquitectura, la urbe se reconocen a través de lo que Geertz llama una “telaraña de significados”: “…el hombre es un animal suspendido en telarañas de significación que él mismo teje…”[10]. La posibilidad de establecer un entendimiento teórico de este proceso ha sido estudiado desde varias aproximaciones: Antropología, Sociología, Estructuralismo, Semiótica y desde ahí se han construido cuerpos teóricos válidos.

Una idea prevalece, los sistemas de signos —y la arquitectura puede considerarse como tal— se leen a través de sus interrelaciones. Las relaciones entre los signos demarcan las posibles lecturas de los mismos, esto es, la lectura se dará a través del modo como los signos se engranan unos con otros, prevaleciendo esto sobre la consistencia misma del signo. Lo que es lo mismo, de un signo cualquiera se derivará posiblemente más de una lectura, esto de acuerdo con la relación del signo con el contexto y con el lector.

Cada lector tendrá una capacidad particular de lectura —en este caso el término inglés “literacy” resulta más expresivo que su traducción al español, alfabetismo— y la legibilidad con que se le presente su entorno facilitará el uso y la apropiación que haga del mismo. Ser un ser social lo obliga a este proceso dentro del cual se mueve tal vez sin advertirlo. Sin embargo, en el caso de los arquitectos y de la arquitectura se hace necesario pasar a instancias más precisas, emplear sistemas conceptuales más rigurosos.

La responsabilidad del arquitecto respecto a su objeto de trabajo lo convocan a manejar argumentos en situaciones en las que un cronista puede campechanamente decir “…el edificio más feo de Guayaquil.” Entonces la situación llama a interrogar: ¿feo por qué? ¿Desde cuándo? ¿Es su estructura compositiva inapelablemente mala? ¿Quién y cómo se decide esto? Aun si al final la respuesta corrobora el supuesto inicial, para los arquitectos la interrogación debe preceder al juicio y este debe tener un mínimo de rigor histórico, esto es, debe reconocer la deriva de los códigos a través de las épocas y buscar prevenir futuras añoranzas.

Historicidad de las formas arquitectónicas y nostalgia cultural

En este punto es posible vislumbrar dos vertientes, la primera implica dejar sentadas ciertas nociones en relación con la historicidad de las formas arquitectónicas y la otra examinar el rumbo por el que se trabaja lo que podríamos denominar “nostalgia cultural”.

En el primer caso habría que partir de la afirmación de Mies, “arquitectura es voluntad de una época traducida al espacio” [11]. No solo en su cualidad espacial, también en la formal la arquitectura responde a los referentes que la época acepta y estos no son otros que aquellos que la estructura social encuentra válidos. Desde aquí se puede decir que las transformaciones formales en arquitectura se deben más a los cambios estructurales en la sociedad y menos al aporte de los genios que la época reporte. Si se toma, por ejemplo, a Niemeyer como el más representativo “genio” de la arquitectura brasileña y latinoamericana no se puede divorciar de ningún modo su aporte del especial clima que Brasil sostiene gracias a las intervenciones de Getulio Vargas primero y Juscelino Kubitschek después. Esto es exactamente lo que expresa Eisenman cuando dice que para que surja una vanguardia es necesario que haya emergido un nuevo paradigma [12] y más allá de eso, con cada nuevo paradigma las formas en arquitectura también se transformarán de modo que, tal y como fue señalado en párrafos anteriores, un edificio que represente cabalmente su época está en mayor peligro de ser tachado negativamente en el momento inmediatamente posterior.

Es por este proceso que en la historia de la arquitectura se pueden reconocer épocas con consistencia formal distinta, lo suficiente como para reclamar cada vez, para sí una denominación propia. Así “gótico” y renacentista” serán reconociblemente distintos y “moderno” se diferenciará de “posmoderno” prácticamente en cada detalle de su estrategia compositiva, esto porque la sociedad humana es, felizmente un hecho cultural en movimiento continuo.

La nostalgia cultural implica la posibilidad de una sociedad de reconocerse como sujeto histórico, de tener memoria. Al respecto, desde el pasado siglo se ha producido cada vez con mayor énfasis un movimiento que busca establecer reglas objetivas que protejan lo que se conoce como patrimonio de la depredación y el abuso. Un análisis cultural de la arquitectura indica que :

…los elementos histórico-culturales posibilitan la creación de la identidad comunitaria en relación con la ciudad y la arquitectura. Esta identidad se representa en edificaciones y lugares que expresan la mentalidad colectiva, los imaginarios sociales, las representaciones simbólicas y los discursos que se producen en un contexto… [13]

La noción de patrimonio conlleva el respeto a lo producido a través de generaciones y a lo que esto representa dentro de la construcción de la imagen colectiva. Para evaluar dentro de estos parámetros se hace necesaria la construcción de elementos que permitan reconocer los valores implícitos. Desafortunadamente —como en el caso de La Licuadora y del Palacio Monroe— la historia inmediatamente anterior es la más difícil de observar objetivamente.

Trescientos sesenta grados en espiral

Obviamente las vueltas de trescientos sesenta grados nos regresan al punto de partida, excepto si se dan inscritos en una espiral y por lo tanto se termina en un nivel diferente del de partida.

Llamar la atención sobre los casos de La Licuadora y el Palacio Monroe —aparte de otros citados— ha servido para llamar la atención sobre: 1. la necesidad de que los arquitectos puedan con rigor emitir opinión sobre el destino del entorno construido, 2. la consistencia cultural de la arquitectura en su función simbólica, 3. la transitoriedad de la memoria y la necesidad de conservarla como heredad.

Comprender estos procesos permitirá entender que la memoria se construye, de cualquier modo, según la propia intención o de acuerdo con los designios de quienes manejan, visible o invisiblemente los hilos del poder y siempre será mejor formar parte consciente del proceso.

 

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

1. EXPLORED. "La licuadora será parte de la historia". Diario HOY. [en línea]. Guayaquil, 14 de febrero de 2011, edición digital. [Consulta: 10 de abril de 2014]. disponible en: http://www.explored.com.ec/noticias-ecuador/la-licuadora-sera-parte-de-la-historia-458491.html

2. MARTILLO MONSERRATE, Jorge. "Los fantasmas de la licuadora". Diario El Universo, Gran Guayaquil, 29 de julio de 2011, (edición digital).

3. UNIVERSIDAD FEDERAL DE RÍO DE JANEIRO. "Palacio Monroe". En: Universidad Federal de Río de Janeiro. [Consulta: 14 de abril de 2014]. Disponible en: http://www.fau.ufrj.br/prourb/cidades/avcentral/edific_6.html

4. TUMMINELLI, Roberto. "Palacio Monroe E Obra Do Metro Cinelandia - 1975". En:| Flickr: Intercambio de fotos. [en línea]. [consultado 14 abril 2014]. Disponible en: https://www.flickr.com/photos/carioca_da_gema/81848419/

5. SEGRE, Roberto. "A Sede do Ministério da Educação: Ícone Urbano da Modernidade Carioca (1935 - 1945)". Arquitexto. Porto Alegre: Universidad Federal de Río Grande del Sur. 2005, No. 6. ISSN: 1518-238X. [Consulta: 12 de abril de 2014]. disponible en: http://www.ufrgs.br/propar/publicacoes/ARQtextos/PDFs_revista_6/03_Roberto%20Segre.pdf

6. DONOSO LLANOS, Marta. Arquitectura, lenguaje y función simbólica. Abril 2014. Inédito.

7. HUXTABLE, Ada Louise. "Farewell to Penn Station". New York Times, octubre 1963.

8. GLANCEY, Jonathan. Lost Buildings: Demolished, Destroyed, Imagined, Reborn. [en linea]. [Consulta: 12 de abril de 2014]. Disponible en: http://vulpeslibris.wordpress.com/2014/01/31/lost-buildings-demolished-destroyed-imagined-reborn-by-jonathan-glancey/

9. MARTILLO MONSERRATE, Jorge. "Los fantasmas de la licuadora". Diario El Universo, Gran Guayaquil, 29 de julio de 2011, (edición digital).

10. GEERTZ, C. "The interpretation of cultures". En: Selected essays. New York: Basic Books, Inc., 1973, p. 13.

11. MARCHÁN FIZ, Simón. La Arquitectura del siglo XX, textos. España: Industrias FELMAR, 1974, p. 171.

12. EISENMAN, Peter. "Siete puntos. Congreso EURAU". Minerva, Revista del círculo de Bellas Artes. 2008, IV época, No. 8. [Consulta: 10 de abril de 2014]. disponible en: http://www.revistaminerva.com/articulo.php?id=244

13. FORERO LA ROTTA, A. "La arquitectura: observaciones desde el análisis cultural", Revista de Arquitectura. Bogotá: Universidad Católica de Colombia, vol. 7, No. enero-diciembre, 2005, pp. 5-9.

 

 

Recibido: 3 de julio de 2014.
Aprobado: 13 de noviembre de 2014.

 

 

Marta Donoso Llanos. Universidad de Guayaquil. Facultad de Arquitectura y Urbanismo. Guayaquil, Ecuador. Correo electrónico: donosomarta@hotmail.com

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