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Revista Novedades en Población

versão On-line ISSN 1817-4078

Rev Nov Pob vol.10 no.19 La Habana jan.-jun. 2014

 

ENSAYO

 

Cuba. La fecundidad, el PIB y el salario medio real

 

Cuba. Fertility, GDP and average real wage

 

 

Juan Carlos Albizu-Campos Espiñeira

Centro de Estudios Demográficos, Universidad de La Habana, Cuba.

 

 


RESUMEN

La reducción de la fecundidad en Cuba, de naturaleza secular y acelerada, y la consecuente contracción de la capacidad multiplicativa de la población, se han convertido hoy en un objeto de atención de los diferentes actores sociales y de política, incluyendo sin duda a los propios demógrafos cubanos, que habían estado advirtiendo sobre ello desde hace ya más de tres décadas. Lo que más resalta del proceso de transición de la fecundidad en el país es, sin duda, lo abrupto de su inicio, la velocidad con que transcurrió, así como la ausencia de desarrollo económico que la acompañó. De ahí que el debate hoy se centre en la instrumentalidad de los diferentes determinantes que condujeron esa transición, y sobre todo, en el papel que jugaron los factores económicos en las diversas etapas, sobre todo en aquellas coyunturas en las que la población debió realizar las actividades de su vida en condiciones de acentuada vulnerabilidad debido a las crisis. Así, de lo que se trata es de aportar elementos que contribuyan a completar el conocimiento sobre el estado de la relación fecundidad-desarrollo en el contexto actual.

Palabras clave: Fecundidad, transición demográfica, fecundidad-desarrollo.


ABSTRACT 

The fertility decline in Cuba, of an accelerated and secular nature, and the subsequent contraction of the multiplicative capacity of the population, have now become objects of attention of various social and political actors, including certainly the Cuban demographers, who had been warning about it since more than three decades. What is most outstanding in the process of fertility transition in the country is undoubtedly the abruptness of its onset, the speed with which elapsed, and the lack of economic development that accompanied it. Hence, the debate today focuses on the instrumentality of the different determinants that lead that transition, and especially the role played by economic factors in the different stages, particularly in those situations in which people had to perform life activities in conditions of sharp vulnerability due to crises. Therefore, the intention is to provide elements that contribute to the complete knowledge about the state of the fertility-development relationship today.

Keywords: fertility, demographic transition, fertility–development.


 

 

INTRODUCCIÓN

La reducción de los niveles de la fecundidad, al menos desde 1990 hasta hoy, se ha convertido en un objeto de atención emergente no sólo de los demógrafos y otros investigadores que se han ocupado de su estudio a lo largo de los años, sino también por parte de las autoridades nacionales y de diversos sectores de la sociedad.

De esa atención han surgido diversas argumentaciones, sobre todo en el campo de la instrumentalidad de los determinantes próximos que explican tal comportamiento, pero aún quedan interrogantes no resueltas y que tratan de mirar más allá de tales determinantes. La que a nuestro modo de ver reclama urgente atención es aquella que se cuestiona cómo ha sido posible que la fecundidad continúe desarrollando nuevas tendencias al descenso sin que medie un progreso socioeconómico que lo explique, tal como es comúnmente refrendado teóricamente.

De todos es conocido que la reducción de la capacidad reproductiva de la población cubana es un fenómeno secular y acelerado, que llevó a que la tasa global de fecundidad anual cayera, incluso por debajo del nivel de reemplazo, en menos de medio siglo. Este proceso de transición de niveles elevados a bajos del número medio de hijos por mujer ha sido uno de los más documentados, no sólo por la demografía de cada escenario donde ha ocurrido, sino igualmente por diversos demógrafos a nivel internacional que han visto en tales casos ejemplos aleccionadores en cuanto a los diversos ingredientes socioeconómicos que actuaron en cada escenario histórico concreto.

Así, muchas poblaciones superan hoy los 30 años de fecundidad por debajo del nivel de reemplazo y el estado actual de su dinámica comienza a ser ubicado en el marco de la llamada segunda transición demográfica (Rodríguez, 2006). Habiéndose culminado la primera transición hacia finales del siglo pasado, la capitalización de los recursos familiares disponibles durante el decenio de los años noventa, marcado por una aguda crisis económica, pasó por una reducción del número de hijos y el retardo del calendario reproductivo de las parejas como respuesta al signo económico de los tiempos, así como la posposición de nuevas inversiones en capital humano. Ello, además, parece ser ya una regularidad, pues ningún país latinoamericano que ha transitado todo el proceso ha retornado a la modalidad de inversión en la cantidad de hijos en condiciones de coyuntura económica adversa (Albizu-Campos, 2004).

Incluso algunas poblaciones, aún en condiciones de ausencia relativa de desarrollo económico, han registrado ya decrementos sostenidos del número de habitantes (Trinquete, 2007), pasando su fecundidad por cotas mínimas históricas (Centro de Estudios de Población y Desarrollo [CEPDE]-Oficina Nacional de Estadísticas [ONE], 2007), muy por debajo de lo estimado como posibles escenarios futuros de evolución del indicador al menos hasta el año 2030 (Rodríguez y Albizu-Campos, 2007).

 

DESARROLLO

Constataciones y teoría

Luego, la pregunta parece evidente: ¿Cómo ha sido ello posible? Si ya se registran, incluso, procesos de recuperación económica cierta, lo lógico habría sido esperar, tal y como lo establecen algunos autores (Lesthaeghe & Jolly, 1994), el retorno a los niveles de fecundidad previos a la crisis. Sin embargo, la decisión de tener o no un nuevo hijo pareciera que sigue permaneciendo anclada fundamentalmente en motivaciones de carácter económico, social, psicológico y de superación personal (Rodríguez, 2006), que ya reconfiguraron las normas reproductivas de las poblaciones, distinguiendo a la familia pequeña como más eficiente en su inserción económica, exista o no crisis.

Otros autores habían comenzado a señalar el posible rol de las condiciones económicas adversas en la evolución de la fecundidad en los últimos años (Albizu-Campos, 2004). Recientemente, Gran (2005) expresaba:

La disminución de la fecundidad en los años noventa acompaña al proceso de deterioro económico y descenso del nivel de vida de la población y se expresa en una reducción importante del número de nacimientos vivos. Ello, según los especialistas, expresa la adopción de medidas restrictivas de la fecundidad por parte de las familias […] a fin de resolver la difícil situación de la crisis socioeconómica de esos años, situación que con discretas modificaciones pudiera aún perdurar en nuestros días. (p. 22)

Por otra parte, para Alfonso (2006) y Peláez (2006) ello significaba que «sobre el marcado descenso de la fecundidad (tenemos la tasa más baja de América Latina) influyen también problemas materiales que el Estado tendrá que analizar cómo resolverlos para intentar detener esta negativa situación. Ellos son, por ejemplo, la insuficiencia de viviendas, el costo de la vida, la carencia de círculos infantiles y servicios de apoyo al hogar, además de las dificultades con la canastilla» (p. 4). Rodríguez (2006) encuentra que el paralelismo entre la reducción del producto interno bruto (PIB) per cápita y de la fecundidad fue claro durante la década de 1990, siendo más marcado entre 1990 y 1996.

Pero un detalle parece haber sido pasado por alto de manera inadvertida. ¿No es éste acaso un comportamiento de la relación entre fecundidad y producto interno bruto per-cápita completamente contrario a lo que ha sido descrito por toda la teoría demográfica hasta la actualidad? ¿No es acaso inversa la relación entre la dinámica de la fecundidad y la del desarrollo, y por consecuencia, entre la dinámica de la fecundidad y la del producto interno bruto per-cápita? Y aún cuando se ha constatado que las transiciones contemporáneas de la fecundidad han comenzado en umbrales cada vez más bajos de desarrollo, ¿no se sigue verificando que esa relación inversa sigue persistiendo? (Bongaarts & Watkins, 1996).  ¿No es acaso ello lo que nos han enseñado autores como Thompson (1947), Notestein (1953), Henry (1961), Coale (1973), Preston (1975), Lesthaegue (1977), Easterlin (1978), Knodel y Van de Wall (1979), Becker (1981), Caldwell (1982), Coale y Watkins (1986), Cleland y Wilson (1987), Hirschman (1994) y otros tantos?

Tomando información sobre 69 países, a intervalos quinquenales de 1960 a 1985, sobre indicadores socioeconómicos tales como producto interno bruto per cápita real (log de las paridades del poder adquisitivo), esperanza de vida al nacer, alfabetización y la tasa global de fecundidad, Bongaarts y Watkins (1996) mostraron algunos hallazgos fundamentales relativos a la naturaleza de la relación entre tales indicadores (Bongaarts & Watkins, 1996, p. 642-645). La primera de ellas es la confirmación de la significativa correlación negativa (R² = 0,6) entre el nivel de la fecundidad y el desarrollo, medido este por el índice de desarrollo humano (IDH).

La fecundidad disminuye en la medida en que avanza el desarrollo. Pareciera que, además, para niveles del índice de desarrollo humano de 0,4 o menos, el nivel de la fecundidad no cambia y permanece elevado, mientras que al superar el umbral de 0,6, la tasa global de fecundidad de casi todos los países comienzan su transición de manera sostenida hacia niveles bajos, descenso que se acelera a partir de un IDH de 0,7 en adelante, dando cuenta de una relación no lineal entre ambos indicadores. Pero lo más notable es que, habiéndose observado la amplia variedad de niveles de fecundidad para valores fijos del índice de desarrollo humano, los cambios en este indicador son sólo atribuibles en parte al nivel de desarrollo alcanzado, existiendo un conjunto importante de otros factores, a través de cuyo accionar es que sólo pueda darse completa explicación al cambio de la tasa global de fecundidad, complementándose así lo explicado por el progreso económico.

Ello, incluso, da cuenta de otro de los hallazgos fundamentales esos autores: la naturaleza de la relación entre los indicadores de la fecundidad y el desarrollo ha cambiado en el tiempo. Las transiciones contemporáneas se han iniciado en umbrales de desarrollo cada vez más bajos, evidenciando la importancia ganada por esos otros factores. Aquellos países con niveles de IDH por encima de 0,3 en 1985-90, tenían una considerablemente más baja fecundidad que aquellos con el mismo nivel de IDH en 1960-1965.

En presencia de sólo un cambio en el nivel de los indicadores que componen el IDH (producto interno bruto per cápita, esperanza de vida al nacer y tasa de alfabetización) y partiendo desde un punto dado (nivel medio de IDH=0,5 y TGF=6,7 hijos), el nivel de la fecundidad sólo descendería a 5,6 hijos en 25 años, después de haberse alcanzado un nivel de desarrollo equivalente a 0,7 en el IDH. Mientras, si partiendo desde el mismo punto, se hace progresar el IDH hasta alcanzar un nivel de 0,7 así como todo un conjunto de otros factores entre los que se encuentran la mortalidad infantil, el porcentaje de población urbana y el porcentaje de fuerza de trabajo en la agricultura, entre otros, el descenso de la fecundidad sería mucho mayor, reduciéndose a 4,1 hijos; en este caso, el peso de la influencia de ese conjunto de otros factores estaría explicando mucho más de la mitad del cambio total de la fecundidad (57,7%).

Es posible, entonces, afirmar dos cosas. Primero, la influencia del desarrollo en el descenso de la fecundidad es limitada. Segundo, que aún siendo limitado ese peso, más de dos quintas partes del cambio de la fecundidad es atribuible al desarrollo. Así, éste sigue siendo un componente fundamental e indispensable para explicar el cambio en el número medio de hijos por mujer en cualquier contexto socioeconómico.

Sin embargo, el ejercicio parece sustentarse sobre el supuesto de un progreso ininterrumpido del desarrollo. ¿Qué sucede cuando tienen lugar crisis económicas con fases agudas? Como lo expresan diversos autores, la crisis produce una toma de conciencia de las poblaciones sobre el hecho de que sus comportamientos demográficos, notablemente los reproductivos, dejan de corresponderse con los nuevos escenarios económicos y sociales que se ponen en vigor en la sociedad durante las crisis. Esta toma de conciencia es incluso más fuerte y rápida en aquellos individuos insertados en contextos sanitarios, sociales y culturales marcados por una difusión de ideales y prácticas demográficas favorables a la reducción de la fecundidad; los consecuentes descensos de la fecundidad que se constatan, se consolidan e, incluso, se aceleran más allá de su formalización durante la crisis, en las fases de recuperación económica (Vimard, Fassassi y Talnan, 2001).

 

Cambios recientes

Las mujeres que desde el decenio de 1990 se encuentran en edades reproductivas, son nacidas en plena expansión de las profundas transformaciones sociales que afectaron a toda la población en los primeros años de la década de los sesenta de ese siglo, en los que la promoción femenina y la reducción de las desigualdades de género fueron el pivote de los cambios socioeconómicos. Un gran número de ellas, en su mayoría en plena enseñanza de nivel medio, participaron en múltiples campañas, programas, acciones de salud y el mercado de trabajo, así como se beneficiaron de una significativa ampliación de oportunidades en la educación y la actividad económica, mientras que otras vincularon su permanencia en el sistema educativo y la adquisición de calificación profesional con disímiles actividades fuera del hogar (Centro de Estudios Demográficos [CEDEM], ONE y Ministerio de Salud Pública [MINSAP], 1995).

Todos esos cambios, que se produjeron de una manera significativamente homogénea en zonas urbanas y rurales, tuvo una influencia decisiva en la conducta reproductiva, al potenciar nuevos roles femeninos más allá de otras funciones tradicionales como la procreación, la crianza de los hijos y la atención al cónyuge. Así, la prolongación del ciclo educativo en mujeres y la potenciación de su acceso a los niveles educacionales superiores retardaron, en un número importante de ellas, el inicio de su vida matrimonial y de su maternidad, reduciendo el tiempo de exposición al riesgo de embarazo y, consecuentemente, su fecundidad.

A su vez son hijas y, en última instancia, descendientes en gran medida, de aquella parte de las poblaciones que recibió la influencia restrictiva de la migración sobre el diseño del ideal reproductivo. Muchas de ellas, provenientes de regiones en las que la fecundidad marital -que aún siendo elevada era inferior a la de los lugares de destino en la época-, terminó por dejar construida una cultura de descendencia reducida. Diversos indicios apuntan, además, a que las estrategias de inserción de esos inmigrantes estuvieron guiadas por criterios de «austeridad» y contenían un componente reproductivo de tipo «maltusiano» que se manifestó primero en el retraso del matrimonio y del nacimiento de los hijos, y luego en una preferencia por una familia pequeña (CEDEM, ONE y MINSAP, 1995).

Dada la movilidad social alcanzada y su elevado peso demográfico relativo en su interacción social con las poblaciones nativas de entonces, convirtieron su conducta reproductiva en un referente normativo para sucesivas cohortes de población. Por difusión y transferencia cultural generacional, las subsiguientes generaciones a las que dieron lugar reprodujeron estos patrones, sobre todo si querían aspirar a que sus hijos, en su adultez, se beneficiaran de un nivel de vida al menos semejante al de sus padres.

Así entonces, a finales de la década de 1990 y concomitando con la aguda crisis económica, el escenario era propicio para que se registraran las reducciones de fecundidad que tuvieron lugar.  Sobre todo en contextos de menor desarrollo económico se registró la notable variedad de tendencias de signo diverso que caracterizó la dinámica de la fecundidad en los últimos quince años. Es además importante señalar el hecho de que muchas de esas tendencias de la fecundidad ocurrieron siempre en niveles significativamente inferiores al reemplazo (±2,1 hijos por mujer).

Durante la primera mitad de la década de 1990, el número medio de hijos por mujer experimentó descensos hacia lo que fue cota mínima histórica en muchos países, perdiéndose poco más de un quinto del nivel registrado en el inicio del período. Es necesario apuntar que frecuentemente, esta caída fue paralela a la reducción del Producto Interno Bruto per cápita, que disminuyó notablemente en los mismos años. Ese paralelismo, documentado recientemente en casos particulares (Rodríguez, 2006), dio cuenta de una correlación cercana entre ambos indicadores, mostrando que algo más de la mitad de los cambios observados en la fecundidad estuvieron explicados por el deterioro de las condiciones económicas y de vida que afectaron a la población.

 

Producto interno bruto, salario y fecundidad

Luego, a pesar de la abundante bibliografía sobre la acción aislada o combinada de los llamados determinantes próximos de la fecundidad —anticoncepción, aborto, retraso de la edad de inicio de las uniones maritales y la duración e intensidad de la lactancia materna—, así como el rol que han jugado en el desarrollo y culminación acelerada del proceso de la transición de esta variable hacia niveles reducidos, la relación de ella con otros indicadores, notablemente de tipo económico, no parece haber atraído la atención de la demografía de la manera en que lo han hecho otros temas.

Pareciera que se dio por establecido que la relación de la fecundidad con esos otros indicadores seguía la misma dinámica descrita por otros autores, tal y como ya se vio en páginas anteriores. Se llegó incluso a pensar que, en algunos casos, se había producido un proceso de disociación entre las variables demográficas y las económicas (Hernández, 1986; García, 1996). Sin embargo, otros trabajos (Albizu-Campos, 2005) hicieron notar que tal disociación, en efecto, no se apreciaba a inicios de los años 1990 y que el estallido de una crisis económica aguda había puesto de manifiesto el grado de paralelismo entre la dinámica de los indicadores económicos y las variables del crecimiento natural de la población, mortalidad y fecundidad.

Algunos rasgos de la dinámica de los indicadores económicos y demográficos, en la actualidad, son notables por su contraposición a lo comúnmente refrendado. En primer lugar, en tiempos recientes y en ciertos escenarios, comienza a percibirse una asociación positiva entre ellos, al menos durante el último decenio del siglo anterior. Se observa un paralelismo en el comportamiento de esa dinámica, que demuestra la presencia de una correlación positiva entre ellos, lo que efectivamente constituye una desviación de lo que normalmente se esperaría a partir de lo revalidado teórica y empíricamente a nivel internacional.

En un contexto particular, el brusco descenso del producto interno bruto per cápita durante la primara mitad de la década anterior (35 %) (Pérez, 2006), arrastró consigo a la tasa global de fecundidad, que acusó una reducción en más de un quinto, lo que significó una pérdida de 0,39 hijos por mujer entre 1989 y 1996 y representó la acumulación de un déficit de 44 615 nacimientos en igual período, revelando que las familias adoptaron medidas restrictivas de la fecundidad para solventar la crisis.

A partir de esa fecha, entonces, comienza un período de recuperación en las tendencias de ambos indicadores, sobre todo del producto interno bruto per cápita, mientras que, desde finales del siglo XX, la fecundidad siguió una tendencia de signo diverso, rompiéndose el paralelismo entre ambos indicadores. Así, la capacidad de explicación que tuvo la dinámica del indicador económico sobre la del demográfico, mostró ser parcial, aunque no despreciable.

Dos elementos claves resaltan en el caso comentado. Primero, el crecimiento económico, aún cuando el alcance de su influencia pueda ser limitado, constituye una fuerza subyacente que explica no sólo el inicio de la transición de la fecundidad, sino también los cambios ulteriores que se perciben en el número medio de hijos por mujer, así como los ritmos con que esos cambios tienen lugar, explicando poco menos de dos tercios de los cambios de la tasa global de fecundidad, con un nivel de significación de 0,00034 (menor que 0,05) del estadístico F en el ajuste realizado.

Segundo, el sentido de relación había cambiado y ya no se trataba de una correlación inversa entre los indicadores. El signo de la pendiente de la función lineal obtenida fue positivo, dando cuenta de que la fecundidad seguía el sentido de los cambios experimentados por el PIB per cápita, en contraposición a lo descrito en diversos marcos teóricos.

Sin embargo, parte de la explicación de la limitación del producto interno bruto per cápita como predictor de los cambios de la fecundidad radica en su propia naturaleza como indicador macroeconómico. No es otra cosa que el cociente resultante de la división del PIB y la población total.

Así, el numerador del PIB no es otro que el valor agregado de la producción de bienes y servicios de un país, en un determinado periodo (por lo general un año, aunque a veces se considera el trimestre), con independencia de la propiedad de los activos productivos y compuesto por el consumo privado, la inversión, el gasto público, la variación en existencias, y las exportaciones netas (las exportaciones menos las importaciones).

Al dividirse entre la población, se considera que ofrece una medida del nivel de vida pues si el cociente resultante aumenta, se dice que dicho nivel se incrementa. Pero al asignar un valor constante para cada habitante, no sólo se está dando una medida arbitraria del valor per cápita de la riqueza, sino que no ofrece ningún indicio sobre los modos de distribución de esa riqueza, a pesar de los ejercicios instrumentales que se realizan para darle cierto grado de comparabilidad en el tiempo y entre diferentes escenarios.

Su atractivo, y de ahí su uso frecuente, radica en que la información necesaria para su construcción siempre está disponible, ya sea por propia publicación de los países, ya sea porque existen numerosas publicaciones que la ofrecen, incluso a través de estimaciones para aquellos contextos en los que no se encuentra y es, además, de fácil cálculo.

Pero si la intención es encontrar un indicador que sea un mejor reflejo del nivel de vida de una población, sin dudas habrá que acercarse al individuo y hallar ahí la información necesaria que dé cuenta de su capacidad efectiva cotidiana de satisfacer las necesidades, tanto básicas como de otra índole, que tiene en cada contexto. Habría que ir a la búsqueda de indicadores que normalmente no aparecen en publicaciones corrientes pero que de ellos se tiene noticia a través de estudios específicos que con ese fin se realizan.

Tal es el caso del salario medio mensual real que se percibe en un momento dado. Este es el salario expresado en medios de vida y servicios de que dispone el trabajador e indica la cantidad de artículos de consumo y de servicios que puede comprar un trabajador con su salario nominal (en dinero). Su magnitud está determinada por la dimensión del salario nominal (suma de dinero que percibe el trabajador por la labor realizada) y también por el nivel de los precios de los bienes de consumo y los servicios que se demandan, a través de la incorporación del llamado índice de precios al consumidor, que no es otra cosa que el índice mediante el cual se cotejan los precios de un conjunto de productos (conocido como «canasta» o «cesta»), que una cantidad de consumidores adquiere de manera regular, y la variación con respecto del precio de cada uno, en el tiempo.

Así, más cerca del nivel individual en el que se construyen los patrones reproductivos que después caracterizan a una población a nivel macro, el salario medio mensual real se erige en un predictor mucho más seguro que el PIB per cápita y su relación con la fecundidad muestra, al menos en casos particulares y en ciertos períodos, una mayor capacidad explicativa de los cambios que están ocurriendo en el número medio de hijos por mujer.

En Cuba, ambos indicadores caen de manera simultánea entre 1989 y 1993, siendo el declive del salario medio mensual real algo más pronunciado. A partir de entonces, se observa un proceso de recuperación del indicador que muestra claramente dinámicas de signo diverso. Primero, una sucesión entre aceleración inicial y ralentización ulterior de su recuperación, moviéndose luego en una tendencia asintótica que alcanza hasta nuestros días.

Por su parte, en el nivel de la tasa global de fecundidad se observó que la caída brusca alcanza 1996, con una oscilación en 1995, comenzando su recuperación hacia 1997, con dos años de retardo con relación al salario medio mensual real. A partir de entonces, la tendencia seguida se compone de oscilaciones que se mueven entre una gradual declinación y un lento incremento que se alternan en el tiempo.

Si los postulados teóricos clásicos sobre población se aplicaran de manera estricta al caso comentado habría, con justicia, que haber esperado un incremento de la fecundidad a medida que el nivel de vida de la población se erosionaba en el contexto de la crisis de los años noventa. Sin embargo, la fecundidad siguió la tendencia marcada por la caída de la capacidad de la población de satisfacer sus necesidades de cualquier tipo. Y todo ello ocurrió a pesar de los importantes esfuerzos realizados para sostener la calidad de vida de la población que se verificaron durante el período.

La reanimación del salario medio mensual nominal ha sido clara hasta hoy, sin embargo, en el caso del salario medio mensual real, el comportamiento fue similar al del producto interno bruto per cápita, alcanzando su simaen 1993 (Rodríguez, 2006, p. 8). Y es que las medidas de incremento del salario nominal se vieron neutralizadas por el explosivo aumento de los precios de todos los productos. Al decir de Vidal (2006), mientras que el salario medio nominal casi se duplicó durante el período, los precios se incrementaron en más de ocho veces. Ello significó una caída del poder adquisitivo de la población en algo más de cuatro veces, cuyos signos distintivos fueron: a) que la población debe solventar el 60 % de sus necesidades adquiriendo productos en un mercado de precios no regulados por el Estado y b) que el 75 % de los gastos familiares se destinan a la compra exclusiva de alimentos, lo que impide que, en promedio, quede muy poco margen para que el núcleo familiar pueda asumir otros gastos (Nova, 2006). Así entonces, la caída y posterior estancamiento del progreso de la capacidad adquisitiva de la población convirtieron al salario medio mensual real en un predictor robusto del nivel de la fecundidad del país.

Luego, efectivamente la relación de la fecundidad con el nivel de vida de la población se invirtió respecto a lo esperado según los postulados clásicos de la teoría de población hasta ahora verificada  en diferentes contextos y momentos en el tiempo. La correlación dejó de ser inversa y se hizo directa, disminuyendo la fecundidad en la medida en que lo hizo el salario medio mensual real. En segundo lugar, la capacidad explicativa de los cambios en el salario real sobre los cambios en la tasa global de la fecundidad es significativamente mayor a lo observado para el producto interno bruto y mayor que lo observado para otros contextos. Y en tercer lugar, que el salario real muestra ser un predictor robusto del comportamiento del número medio de hijos por mujer y todas las pruebas realizadas así lo indican.

Entonces, es posible afirmar con seguridad que aproximadamente cuatro quintas partes (R²=0.7868) de los cambios recientes experimentados por el nivel de la fecundidad estuvieron explicados por los cambios en el salario medio mensual real y la reducción de éste último condujo a la de la tasa global de la fecundidad, erigiéndose en una potente fuerza subyacente en la conformación del patrón reproductivo de la población durante el período analizado.

Así, la pregunta a resolver ahora es más que obvia: ¿cómo comprender lo sucedido durante el período? Pareciera que durante la fases agudas de las crisis, el incremento de los costos directos de la maternidad (aunque no de los servicios médicos), las declinantes oportunidades económicas que experimenta la población adulta, la pérdida de puestos de trabajo y el descenso de la capacidad de la población para satisfacer sus necesidades, entre otros factores, caen como una fuerza más sobre una secular cultura de familia pequeña prevaleciente en el país y se combinan con el uso extendido de la anticoncepción, así como con el generalizado recurso al aborto, dando lugar a la conformación de un nuevo patrón de fecundidad, con dos nuevos rasgos distintivos: a) el envejecimiento de la edad media de la maternidad y b) un cambio de cota en el número medio de hijos que representó una significativa reducción con relación a la década anterior.

En el caso comentado de una población que había culminado su transición hacia finales de la década de 1980, la capitalización de los recursos familiares disponibles durante el decenio posterior, pasó por una reducción del número de hijos y el retardo del calendario reproductivo de las parejas como respuesta al signo económico de los tiempos, así como la posposición de nuevas inversiones en capital humano. Entre 1989 y 1996, el déficit de nacimientos se encontraba muy próximo a los 45 000 y diez años después, 2006, ya era de 73 568 con relación al final del decenio de los ochenta. Enfrentadas en una severa competencia, en un mercado de empleo muy segmentado y saturado debido al stress de la crisis de los noventa, las cohortes entrantes en la vida reproductiva y en la actividad económica retardaron su fecundidad y delinearon una mayor reducción en el tamaño de sus familias, dando muestras de que el deseo de alcance de los no cambiantes ideales reproductivos (2 hijos), se correlacionó positivamente con la capacidad de supervivencia familiar, disminuyendo paralelamente con el descenso de su ingreso medio como cohorte.

Podría incluso, con justicia, haberse esperado que una vez traspasados los años del stress económico más agudo, el nivel de la fecundidad se recuperara y retornara a los niveles observados previos al estallido de la crisis, dado que esta no juega más que un rol de activación y aceleración temporal (Vimard, Fassassi y Talnan, 2001) de tales contracciones del número de hijos por mujer, y ese efecto se supera una vez sobrepasados los impactos más negativos de la recesión económica. Sin embargo, ocurrió lo contrario y ello dio cuenta de la presencia de otros procesos de transformación social, cuyos resultados finales condujeron a un rediseño del sistema reproductivo de esa población: a) postergación de la primera unión, b) posposición de los hijos y c) reducción del número de hijos.

 

 Vulnerabilidad y maltusianismo

En un contexto de severo deterioro de las condiciones de vida, durante los primeros años del decenio de 1990, las familias en general, y las más desfavorecidas en particular, colocadas en condiciones o en elevado riesgo de pobreza1, percibieron el nacimiento de un nuevo hijo como un riesgo para la supervivencia inmediata del resto del grupo familiar. Así, el número de hijos por mujer disminuyó debido a dos razones fundamentales: la posposición de las uniones, fundamentalmente la primera, y una práctica generalizada de combinación de la contracepción de posposición (parada) y de terminación (cesación) de la fecundidad.

La proporción de población urbana en condiciones de pobreza experimentó un incremento de más de dos veces, mientras que la brecha de los ingresos de los pobres con relación a la línea de pobreza aumentó en algo más de tres veces y la intensidad de ésta se cuadruplicó. No sólo había más pobres en el país hacia 1996, sino que eran aún más pobres que sus similares en 1988, justo antes del estallido de la fase aguda de la crisis. Hacia 1999, los estudios realizados situaron el porcentaje de población expuesta a la pobreza en la zona urbana del país, en un 20 % y en 2001 se confirmó la resistencia al descenso de ese porcentaje (Álvarez y Mattar, 2004). Dígase que el impacto directo de la crisis sobre la población situó a uno de cada cinco residentes en zonas urbanas en condiciones de pobreza, o de elevado riesgo de exposición a ella, lo que se traduce en algo más de 490 000 hogares en la zona del país donde se asienta más del 70 % de toda la población.

El sentido de la relación entre la fecundidad y el nivel de desarrollo económico se invirtió, adoptando una correlación positiva, y la dinámica de la fecundidad siguió la tendencia marcada por los indicadores económicos, fundamentalmente por aquellos que se encuentran próximos al nivel de vida familiar, notablemente, el salario real. La proporción de población afectada por la contracción de su nivel de vida individual y familiar fue lo suficientemente importante como para que ello se viera reflejado en el nivel macro de la fecundidad (tasa global anual), mostrando así el cambio de la composición del sistema reproductivo.

Por su parte, la prolongación en el tiempo de este esquema condicionó que dicho cambio, que habría podido ser coyuntural, diera paso a una nueva norma reproductiva referativa, que se trasmitió intergeneracionalmente e impactó sobre todo a las adolescentes que iniciaban o estaban por iniciar su vida reproductiva. Por ello, el regreso a condiciones económicas más favorables y seguras no significó que la fecundidad regresara al nivel previo anterior a la crisis, que era más elevado, aunque también por debajo del nivel de reemplazo.

Para 2001, los estudios de pobreza realizados en la capital (Álvarez y Mattar, 2004) dieron cuenta de un conjunto de características socioeconómicas y demográficas de las familias en condiciones de pobreza, sugiriendo la presencia de un conjunto de factores asociados a esta situación de desventaja, lo que impuso, a través de procesos de interacción social, un claro efecto demostrativo de la asociación de dichos factores con situaciones de desventaja económica familiar: 

  • Se trataba de familias con carga demográfica elevada. En el decil 1 de ingreso, 39 % de las familias tenían niños y 45 % tenían adultos mayores. En el decil 2, estas proporciones eran de 29 % y 52%, respectivamente. Por contraste, en el decil 9, los ingresos más elevados, sólo el 14 % de las familias tenían niños.
  • Igualmente, en el decil 1, el 40 % de las familias no tenían ningún miembro activo económicamente, mientras en él se concentraba la mayor proporción de personas dedicadas a las tareas del hogar. Por contraste, en el decil 9, sólo el 13 % de las familias no tenía personas económicamente activas.
  • El grueso de la población desocupada se concentraba en los deciles 1 y 2 y los asalariados que en ellos se ubicaban, devengaban los ingresos laborales más bajos, asociado ello a los niveles escolares más reducidos.

La composición demográfica, la situación laboral, y la actividad económica desempeñada por los miembros de la familia, determinaron su posición de desventaja, vulnerabilidad y exposición al riesgo de pobreza. Y ello igualmente caracterizó el posicionamiento respecto a la pobreza y vulnerabilidad de las familias ubicadas en los deciles del 3 al 5Los problemas más acuciantes percibidos por estas familias eran: a) la insuficiencia y desigualdad de los ingresos, b) insuficiente alimentación y c) el deterioro de la vivienda y la escasez de transporte público.

Así, ante el incremento y difusión experimentados por la pobreza, las familias perciben la elevación del número de hijos como un posible detonante de su vulnerabilidad e identifican el nacimiento de hijos adicionales como un riesgo para la supervivencia inmediata del resto de los miembros del grupo, habida cuenta del efecto demostrativo difusor que demuestra tener una carga demográfica elevada como codeterminante de un ineficiente desempeño económico familiar en condiciones de crisis.

Entonces, las estrategias reproductivas familiares se reordenan a partir tres nuevos lineamientos a seguir por todos los miembros: 

  • Posposición de las uniones maritales, esencialmente de la primera, y con ello, posponer en el tiempo el inicio de uniones sexuales estables que puedan dar lugar a embarazos.
  • Contracepción de posposición (parada) de la fecundidad a través de los medios anticonceptivos más eficaces que se tengan al alcance, con el fin de evitar un nuevo embarazo, manteniendo intacta la capacidad reproductiva de la mujer y combinada con una práctica recurrente al aborto cuando falla. Su función objetivo fue posponer el nacimiento de nuevos hijos mientras las condiciones económicas desfavorables no cambiaran.
  • Contracepción de terminación (cesación) de la fecundidad a través de la esterilización, notablemente la femenina, eliminando su capacidad de procrear, independientemente del alcance o no de su número ideal de hijos, con el objetivo de evitar de manera definitiva la posibilidad de nacimiento de hijos adicionales que pongan en riesgo la supervivencia inmediata del resto de los integrantes del grupo familiar.

 

La posposición de la primera unión

Los efectos negativos de la limitación de las uniones maritales sobre el número de nacimientos y, por ende, sobre la capacidad de crecimiento de la población, han sido ampliamente documentados en la teoría. Al reducir el tiempo de exposición de las mujeres al riesgo de embarazo, produce un incremento del intervalo protogenésico y ello se traduce en una reducción de la paridez final. Los cambios culturales del último siglo, fundamentalmente en su segunda mitad, y notablemente las modificaciones de la condición femenina y de las relaciones entre las generaciones, hicieron imposible un modelo de matrimonio tardío en un contexto cultural que nunca lo prohijó, contrario a lo ocurrido en los países europeos, dónde el matrimonio tardío existía secularmente (Cosío-Zavala, 1999).

Así, las uniones consensuales se hicieron más numerosas. En la República Dominicana, más de la mitad de las uniones maritales son consensuales. En Cuba, la nupcialidad más temprana de la región latinoamericana y la fecundidad más reducida a su vez, indicaron la presencia de cambios importantes en las relaciones de parejas (Cosío-Zavala, 1999), marcadas por la presencia de una significativa incidencia de la divorcialidad y la ruptura voluntaria de las uniones, dando así cuenta de una clara excepción con relación a lo esperado.

Teniendo la eliminación de las disparidades como eje del profundo cambio experimentado por la sociedad a partir de la década de 1960, la política social concedió la máxima prioridad a la salud y la educación; el pivote fundamental sobre el que se apoyó ese accionar fue la promoción de la condición de la mujer como instrumento clave para la reducción de las desigualdades heredadas de regímenes anteriores.

Los cambios progresivos en el papel de la mujer en la familia y la sociedad, hasta entonces basado en su vínculo tradicional con las labores del hogar y la atención al cónyuge y a los hijos, fueron guiados por la movilización masiva de mujeres hacia actividades sociales y económicas fuera del recinto familiar, propiciando su incorporación como actores claves de los diversos programas de desarrollo implementados.

Según muestra la abundante evidencia que ha sido documentada por los demógrafos y otros especialistas que han estudiado el caso (CEDEM, ONE y MINSAP, 1995, p. 36), la elevación de la educación y de la participación económica femenina, signos fundamentales de los nuevos tiempos, estuvo asociada a cambios radicales del sistema reproductivo, en los que se hicieron notar, de manera indeleble, el rejuvenecimiento de la edad media de inicio de la primera unión y una rápida y territorialmente homogénea declinación de la fecundidad, cuyos avances más evidentes se manifestaron en las zonas rurales, hasta entonces marginadas de los procesos de modernización.

Los patrones de formación, disolución y reconstitución de las estructuras familiares pasaron por un proceso de progresivo rejuvenecimiento de la edad de inicio de las uniones maritales entre las décadas del setenta y el ochenta, combinándose con un número medio de hijos por mujer por debajo del nivel de reemplazo, desmarcándose de los patrones y teoría generales de transición demográfica, en los que una nupcialidad tan precoz se asocia a contextos demográficos enmarcados en las primeras etapas, de elevada fecundidad.

Este comportamiento está también ligado al incremento de la consensualidad, lo que ya constituía una forma de unión marital de raíces históricas, ampliamente aceptado como modo reproductivo por una proporción importante de la población (CEDEM, ONE y MINSAP, 1995), recurso habitual de diversos grupos sociales, fundamentalmente los menos protegidos. Para ese entonces, el rejuvenecimiento de la nupcialidad constituía un factor de expansión de la fecundidad al aumentar el tiempo de exposición al riesgo de embarazo de un gran número de mujeres, en tanto por cada cinco mujeres casadas el país, existen otras cuatro que practican la consensualidad como unión sexual estable.

Sin embargo, luego de ese inusitado descenso, la edad media de la primera unión experimenta un rápido aumento, de manera paralela a los momentos más agudos de la crisis económica, y supera los 20 años, a un ritmo de posposición de la primera unión que se ha cifrado en un promedio de incremento de más de tres meses, por año calendario, de esa edad media, y reemplazándose el matrimonio largamente pospuesto por la cohabitación premarital y un amplio recurso a la disolución voluntaria de la unión, siendo además preferida a los status de divorcio o viudez (Rodríguez, 2006).

En la actualidad, el retardo de la edad de la primera unión lleva la cifra a superar con mucho los 21 años, situándola muy próxima a los 22, edad a partir de la cual la nupcialidad comienza a considerarse como tardía (Cosío-Zavala, 1999), siendo este escenario más consistente con el comportamiento de la variable como determinante próximo de la reducción de la fecundidad, que ha llevado al completamiento, de forma rápida y homogénea, del proceso de transición demográfica, tal y como ha sido descrito por diferentes autores (CEDEM, ONE y MINSAP, 1995).

 

Contracepción de posposición (parada) de la fecundidad

Diferentes estudios han documentado la elevada prevalencia anticonceptiva de la población para diferentes momentos (Hollerbach & Díaz-Briquets, 1983; Álvarez, 1987; Catasús y Alfonso, 1990; Albizu-Campos, 1991; González, 1992; Gran, 2005; Rodríguez, 2006), sobre todo situando tal prevalencia en el marco del modelo de determinantes próximos de la fecundidad, de amplio uso en la demografía internacional.

Todos los autores coinciden en señalar que la anticoncepción, en el caso que nos ocupa, tiene dos rasgos fundamentales: a) la elevada y creciente cobertura y b) el uso masivo de métodos anticonceptivos modernos: Dispositivos intrauterinos, esterilización femenina y píldora. Ello no es casual, dado que servicios integrados de planificación familiar se ofrecen desde el decenio de 1970, con programas especiales dedicados a este propósito, que se redimensionaron a partir de los noventa y que en la actualidad se encuentran en fase de pleno desarrollo, habiéndose fortalecido y especializado en el tiempo sobre la base de la creación de infraestructura nacional, de acceso in sito y dotada de los recursos humanos calificados para ello (Gran, 2005).

Sin embargo, y a pesar del incremento de la prevalencia anticonceptiva observado desde la década de 1990 hasta la actualidad, investigaciones cualitativas recientes (Rodríguez, 2006) resaltan que desde la perspectiva individual, el conocimiento de los métodos, su funcionamiento y actuación en el organismo, resulta formal y no real. La utilización, en muchos caso, es discontinua y de frecuente interrupción, resultando en embarazos no deseados que en muchos casos son atribuidos a fallas del método que se estaba utilizando, y no a una mala práctica contraceptiva, a pesar de una amplia información disponible al respecto que no parece encontrar aún los adecuados canales de interacción social para erigirse en fundamento gnoseológico y de esta forma module el comportamiento reproductivo de la población.

Ello permite explicar, entonces, su combinación con un amplio recurso al aborto inducido, que ha ido aumento de nivel durante al menos los últimos quince años, tal y como ha sido descrito también para países como Dinamarca, Estados Unidos, Países Bajos, Corea del Sur y Singapur (Marston & Cleland, 2003).

Combinando las tasas de aborto con el 68.8 % (Gran, 2005) de las tasas de regulaciones menstruales, ambas por cada mil mujeres de 12 a 59 años, se obtuvieron tasas de interrupciones de signo diverso. La dinámica de estas tasas combinadas coincide con la de las exclusivas de aborto, calculadas y publicadas por Gran (2005). Construidas de forma anual, pareciera que el nivel de las interrupciones de embarazos en Cuba estaría declinando. Sin embargo, la aplicación de un método sencillo de tipificación en el que se ha aislado el efecto distorsionador del envejecimiento de la estructura de edades en el grupo de mujeres de 12 a 49 años de edad, concomitante con el proceso general de envejecimiento de toda la población, permite hacer notar que, al menos en años recientes, es clara la tendencia al aumento del recurso a la interrupción voluntaria del embarazo en el país.

A pesar de no contarse con información sobre prevalencia anticonceptiva en algunos períodos, y dada la abrupta declinación de la fecundidad de la época, es plausible concluir que el incremento en esos años del nivel de interrupciones, como compensación, se haya producido de forma sincrónica con un descenso de la cobertura contraceptiva en el país, en los mismos años de agudización de la crisis económica registrada.

Impactada por la tensa situación económica,

La vida cotidiana se tornó muy difícil; a las carencias alimentarias, fundamentalmente en lo referido a proteínas y grasas, se unieron los cortes prolongados y sistemáticos del servicio eléctrico, la escasez de transporte, las deficiencias en cantidad y calidad de ropa y calzado, el déficit de medicamentos, el cierre de empresas y fábricas, la reubicación de personal, la falta de recreación, etc. (Chávez, 2000, s/p)

Si los patrones de comportamiento reproductivos tienen arraigos culturales seculares, las personas, nivel donde se construyen esos patrones, no pueden escapar ni aislarse de su cotidianidad y resolvieron el problema de los embarazos no deseados haciendo un aún mayor recurso a la interrupción, ya fuera por aborto o por regulación menstrual.

Dos rasgos fundamentales se identifican entonces: a) A partir de los noventa, la tasa global de interrupciones sobrepasa a la tasa global de fecundidad, algo que hasta la década anterior no había sido observado y b) la instalación de una tendencia gradual, pero sostenida, al incremento del recurso a la interrupción voluntaria del embarazo, ya sea por aborto inducido o por regulación menstrual. Así, el número medio de hijos nacidos vivos tenidos es superado por el número medio de interrupciones por mujer.

En promedio, se produjeron 107 interrupciones por cada 100 nacidos vivos. Con alguna que otra excepción, momentos en los que este indicador estuvo por debajo del nivel de paridad de ambos eventos, en todos los demás años éste vuelve a colocarse por encima de 100. Es interesante señalar que se produce una simultaneidad en el tiempo entre ese descenso temporal del indicador y el tenue proceso de recuperación de la tasa global de fecundidad a inicios de la segunda mitad de esa década. La evidencia muestra que tal recuperación se estanca en la medida en que el número medio de interrupciones por mujer vuelve a superar a los hijos nacidos vivos tenidos. De esa forma, entonces, en los quince años considerados en el análisis, 2 019 987 hijos no nacieron debido a las interrupciones de embarazos, un ritmo de más de 134 000 anualmente.

La sincronización de estos procesos de incremento (reducción) del nivel de las interrupciones, con aquellos de reducción (incremento) del nivel de la fecundidad permite hacer notar que la interrupción voluntaria de los embarazos parece ser percibida como una forma más de regular el número de hijos, como pudiera ser el caso de cualquier método anticonceptivo, cuando en realidad se trata, y así debiera ser considerada, de un recurso de emergencia.

La combinación de factores tales como la diseminación de «experiencias positivas» con respecto a las interrupciones, la seguridad y eficacia de la infraestructura hospitalaria que ofrece el servicio, la proximidad del mismo y el fácil acceso, así como el demostrado conocimiento sólo formal de sus riesgos, ha condicionado una confianza «desmedida» y la asiduidad de su utilización y las mujeres hoy no identifican la necesidad de recurrir a la interrupción del embarazo como una consecuencia directa de un uso inadecuado de la anticoncepción y de una baja calidad en el proceso de planificación familiar (Rodríguez, 2006).

Al no verificarse un proceso complejo de planificación familiar, la continuación de los embarazos no aparece correlacionada con una racionalidad en términos del alcance de cierto ideal reproductivo, que sigue apuntando hacia los dos hijos. Pero este ideal no parece jugar un rol notable en la decisión de continuar o no con un embarazo una vez que éste se ha producido, muchas veces a consecuencia de una elevada discontinuidad en el uso de los métodos anticonceptivos, marcada por la interrupción en la utilización del método, casi siempre de forma infundada.

Así entonces, tener o no un hijo constituye una decisión fundamentalmente anclada, en primer lugar, por motivaciones de carácter económico, así como de condicionamiento social y de superación personal (Rodríguez, 2006), atravesada por un proceso de transmisión intergeneracional mediante el cual se conforma no sólo el ideal de hijos, sino esa «cultura» del aborto que acompaña la escasa preparación para la relación de pareja y la constitución de una familia, y ello en un escenario en el que los eventos reproductivos parecen tener lugar por un efecto de «eco» de experiencias del pasado, trasmitidas de madres a hijas (CEDEM, ONE y MINSAP, 1995).

 

Contracepción de terminación (cesación) de la fecundidad

Realizada con el objetivo de coartar toda posibilidad ulterior de embarazo, e independientemente del alcance o no del ideal de hijos, está orientada a evitar de manera definitiva la posibilidad de nacimiento de hijos adicionales que pongan en riesgo la supervivencia inmediata del resto de los integrantes del grupo familiar. Se trata de una práctica que pareciera estar enraizada en la memoria colectiva y lo observado mostró haber estado antecedido por lo fraguado en etapas pasadas.

Según encuestas de fecundidad, el 30 % de las mujeres que se declararon usuarias de métodos anticonceptivos estaban esterilizadas, lo que significa que aproximadamente una de cada tres mujeres que habían recurrido a la contracepción, lo habían hecho siguiendo el criterio de cesación o terminación de su capacidad reproductiva, y representaban el 18% del total de mujeres entre 15 y 49 años en el momento del levantamiento de la información.

Por otra parte, este nivel de esterilización significa que por cada 100 mujeres expuestas a riesgo (no embarazadas en el momento de la encuesta, casadas o unidas y no esterilizadas), 27 habían decidido poner fin a su capacidad de procrear, verificándose un claro incremento de la prevalencia de la esterilización, llegando a superar el 20 % de todas las mujeres entre 12 y 49 años de edad. Y es notorio que los años en que esa proporción fue mayor, coincidieron con aquellos en que el nivel de las interrupciones fue también el más bajo.

Así, es plausible que ese contrapunteo entre interrupción voluntaria del embarazo y esterilización femenina esté dando cuenta de un recurso combinado de ambas formas de contracepción (de posposición y de terminación de la fecundidad), lo que se encuentra claramente detrás de la no recuperación de los niveles de fecundidad previos al estallido de la fase aguda de la crisis económica.

Y es que la prolongación en el tiempo de las condiciones de stress económico abre el camino a la reconfiguración del sistema reproductivo en el país y a la conformación de un nuevo patrón de reproducción, en el que aproximadamente una de cada cinco mujeres en edades fértiles ya son estériles, y cuyo resultado último fue la reinstauración de nuevos procesos de declinación sostenida del nivel de la fecundidad y el alcance del nivel mínimo histórico a mediados de la segunda mitad de la década presente.

De esta forma, como consecuencia del alcance de los 30 años de fecundidad por debajo del nivel de reemplazo, el estado actual de su dinámica comienza a ser ubicado ya en el marco de la llamada segunda transición demográfica (Rodríguez, 2006). Sin embargo, mientras que los cambios en el nivel de la tasa global de la fecundidad anual, el rejuvenecimiento de su estructura y su asociación con diversos factores han sido muy estudiados, el abordaje de las recientes transformaciones experimentadas por el calendario de la maternidad y el rol de las diferentes cohortes de mujeres que participaron en esos cambios ha ido quedando como algo pendiente de completar.

Aún hoy no se han abordado suficientemente las interrogantes acerca de qué debemos esperar en términos de la prolongación en el tiempo de un bajo del nivel de la fecundidad, y si los cambios recientemente observados en el tempo de la maternidad jugarán algún papel en una posible elevación del nivel de la tasa global de fecundidad anual. Digamos que habría que tratar de identificar si, como algunos autores señalan, la posposición de la maternidad puede no ser duradera en el tiempo y si cualquier supresión de esa posposición resultaría en un incremento sustancial de la fecundidad que la llevaría a alcanzar e incluso superar el nivel de reemplazo.

Sin embargo, la experiencia actual a nivel internacional lleva años apuntando a la presencia de significativos cambios en los calendarios de fecundidad, el impacto que eso ha tenido en poblaciones que ya tenían una baja fecundidad y cómo ello las condujo a niveles notablemente inferiores, muy alejados del nivel de reemplazo, poniendo de relieve la posibilidad real de una reducción del tamaño de esas poblaciones y de un envejecimiento extremo de sus estructuras de edades (Bongaarts   Feeney, 1998; Lestheaghe & Willems, 1999). A pesar de que se han señalado ejemplos de cómo la interrupción del efecto depresor de la posposición ha conducido a eventuales incrementos del nivel de la fecundidad, aún no queda claro si tales incrementos de la fecundidad tendrán un efecto duradero en la recuperación de la capacidad multiplicativa de las poblaciones en las que la baja fecundidad y una descendencia muy reducida (1 solo hijo y excepcionalmente 2, como máximo) han constituido, durante más de tres décadas, una norma reproductiva culturalmente refrendada.

La pregunta que se han estado planteando diferentes autores al respecto versa sobre la posibilidad de que la eliminación del efecto reductor que tiene la posposición sobre la fecundidad pueda resultar en un incremento efectivo de la tasa global de fecundidad, al punto de que pueda alcanzarse, y eventualmente superarse, el nivel de reemplazo. Ello efectivamente pudo ser observado en los Estados Unidos en la década de 1980 e introdujo una cierta cuota de optimismo en aquellos casos de prolongados períodos de fecundidad por debajo del reemplazo. Sin embargo, lo que pareciera haberse pasado por alto, al menos en la literatura que le ha sido dada consultar a este autor, es el hecho del significativo peso alcanzado por la población de origen hispánico en Norteamérica, en al menos las últimas tres décadas, como consecuencia de la inmigración y que reprodujo en su nuevo escenario la conducta reproductiva de sus países de origen, de un más elevado nivel de fecundidad, de cúspide temprana. Y ello podría encontrarse en la génesis de la elevación del nivel de la fecundidad en Estados Unidos registrada a partir del decenio de 1980, que en el largo plazo tenderá igualmente a la reducción.

En todo caso, lo que sí ha sido documentado es que la eliminación del efecto contractivo de la posposición en la fecundidad no producirá con seguridad ningún cambio, en otros contextos, en relación a un hipotético alcance del nivel de reemplazo. Al menos en el caso europeo (Lesthaegue & Willems, 1999) y también en otros casos, como Argentina, Uruguay y Chile (Albizu-Campos, 2004).

Por otro lado, las generaciones que actualmente concurren al mercado de empleo, con más de 30 años, son nacidas en la década de los 60 y son producto del llamado baby boom. Acostumbradas a moverse en entornos económicos adversos, han asimilado la percepción de que es imposible tener familias numerosas si se desea al menos reproducir el nivel de vida de sus padres, en vista del alto nivel de saturación y segmentación del mercado laboral. De hecho, el baby boom, y la consiguiente caída de la fecundidad, se explican por los cambios en la preferencia de los hijos en vista de los cambios intergeneracionales en el ingreso relativo a través de las cohortes. El estándar de vida de los jóvenes adultos fue configurado por aquel estándar de vida que experimentaron mientras crecían. La teoría plantea que si el ingreso es alto (bajo) con relación al estándar de vida, las personas tenderán a casarse más temprano (tarde) y a tener una alta (baja) fecundidad (Easterlin, 1973).

De acuerdo con ello, las cohortes nacidas durante la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, y que entraron en su fase de crecimiento durante el período de boom económico de la postguerra, asumieron que podían tener familias grandes, mientras sus hijos -nacidos fundamentalmente en el baby boom y criados en tiempos de mayor bonanza- tuvieron que enfrentar una severa competencia en el mercado de empleo causada por la elevada concurrencia debida a la incorporación económica de mayores contingentes de personas y tendieron -por un lado- a retardar su fecundidad y -por otro- a reducir el tamaño de sus familias.

Por extensión, el baby boom no parece haber sido más que un cambio de calendario en la tenencia de los hijos, en lugar de un cambio en el patrón reproductivo de la fecundidad en la generación de personas que le dieron lugar. La subsiguiente y abrupta caída de la  fecundidad en los años noventa del pasado siglo demuestra que el tamaño de las cohortes se correlacionó negativamente con el ingreso medio de las mismas, en tanto el incremento de la oferta de mano de obra en el mercado de empleo reduce, como en todo mercado, el precio de la fuerza de trabajo que es consumida económicamente. De ahí que sea difícil esperar que tenga lugar otro baby boom en el futuro y las coyunturas económicas, por muy adversas que sean, no cambiaran los patrones reproductivos alcanzados al completarse la transición demográfica de una población (Albizu-Campos, 2003).

 

Luego, ¿qué debemos esperar? Lecciones para el futuro

Si tomamos en cuenta que ya se registró un descenso efectivo en poblaciones con períodos prolongados de muy baja fecundidad, como ya se comentó en páginas anteriores, y que, según estimaciones preliminares realizadas por organismos nacionales productores de estadísticas demográficas, nuevas cotas mínimas históricas se han venido alcanzando, entonces resulta pertinente preguntarse, al menos para el corto plazo, qué sucederá con la capacidad reproductiva de la población tratando, eso sí, de evitar la tentación en la que otros ilustres incurrieron, de llevar los horizontes de estimación a 200 años, lapso en el que «muchas cosas pueden suceder» (Bourgeois-Pichat, 1972).

Así que volvamos a la pregunta que nos motiva. ¿Qué debemos esperar en los próximos años? Las tendencias recientes de la edad media de la fecundidad muestran un claro proceso de incremento sostenido del indicador. Es plausible suponer, dado que no existen elementos que lo contradigan, que ese incremento se mantendrá, al menos en el futuro próximo, y alcanzaría un nivel de poco más de 28 años, lo que es posible encontrar en diversos otros contextos con dinámicas reproductivas, aunque no económicas, similares al caso que nos ocupa.

En un escenario de recuperación de un 50 % de la postergación, la edad media continúa incrementándose de forma sostenida y daría cuenta una vez más de al menos un estancamiento del nivel de la fecundidad en el corto plazo, teniéndose en cuenta lo que ello implicaría en número de hijos potencialmente perdidos por posposición de la maternidad, aunque en menor magnitud de lo que se observaría en un escenario de no recuperación.

Así entonces, una recuperación completa de la posposición estaría significando el cierre de las ventanas de postergación de la maternidad para las cohortes más jóvenes de mujeres que se incorporarían a la vida fértil, lo que se traduciría en un rejuvenecimiento de la edad media de la fecundidad. Este, incluso, sería un escenario menos verosímil en el sentido de que no toma en cuenta el propio proceso de envejecimiento de la estructura de edades de las mujeres en el período de vida fértil, para el que se verifica una fuerte asociación con el incremento registrado en la edad media de la maternidad (calculada a partir de los nacimientos por edades de las madres y no con las tasas específicas de fecundidad).

Aún siendo una relación simple entre ambos indicadores, los cambios en la edad media de la población femenina en edades fértiles explican aproximadamente el 99,7% de los cambios en la edad media de la maternidad y ello apunta al hecho de que, de mantenerse el proceso de envejecimiento de la población femenina en el período de vida fértil, es entonces posible esperar que, aún sin existir posposición de la maternidad, la edad media a la que tendrán los hijos necesariamente aumentará.

Y es que las mujeres sólo paren sus hijos en edades próximas a la edad que en promedio tienen y, claro está, en dependencia de los roles que en cada momento de su ciclo de vida asumen, en los que ya hemos visto el claro retardo impuesto a la maternidad. Así que un escenario de recuperación de un 100% de la posposición difícilmente significaría un retorno a una maternidad, en promedio, a edades más tempranas cuando se está en presencia de un proceso acelerado de envejecimiento de la población.

Entonces, cualquiera que sea el escenario en relación a la posposición, y aún si se verificara un retorno de las cohortes más jóvenes de mujeres en edades fértiles a un calendario de fecundidad más temprana, al menos para el futuro a mediano plazo no se registraría un regreso de la tasa global de fecundidad al nivel de reemplazo. Por el contrario, en el escenario de no recuperación de la posposición, el más plausible si se verificara, en el futuro cercano, la tendencia del pasado reciente, la tasa global de fecundidad se colocaría en una sima histórica.

Efectivamente, cualquier escenario de recuperación de la posposición, 50 % o total, significaría al menos un sostenimiento del indicador, pero en cualesquiera de los casos no se alcanzaría nunca el nivel de reemplazo en la tasa global de fecundidad.

No sería de utilidad enzarzarnos en ejercicios teóricos sobre las posibles consecuencias que esta dinámica de la fecundidad tendría en el largo plazo sobre la capacidad multiplicativa, pues entonces tendría que adoptarse la hipótesis, por demás azarosa, de que las tendencias observadas en el pasado reciente se verificarán, tal cuales e inexorablemente, en el futuro. Como ya dijera alguna vez Pérez de la Riva, el cementerio de todo demógrafo son las tumbas de sus malas predicciones y cuando se adoptan horizontes de pronóstico tan lejanos en el tiempo, todo puede ocurrir.

Lo que sí es necesario señalar es que poco se puede esperar en materia de recuperación de la capacidad de reproducción en una población con niveles muy bajos de fecundidad durante períodos de tiempo prolongados. Al menos en el corto plazo, la fecundidad seguirá oscilando con tendencia a la reducción. Y ello no es otra cosa que la consolidación de una norma reproductiva, por el efecto demostrativo de su propia difusión, de un tamaño reducido de la descendencia. Este será un proceso conducido, incluso, por aquellas mujeres que aún hoy teniendo una fecundidad más temprana, han adoptado la posposición de sus hijos como el ingrediente reproductivo fundamental de sus estrategias de vida, en las que aún no está claro el lugar que le conceden al rol de la maternidad.

 

¿Es entonces la baja fecundidad un fenómeno temporal en Cuba?

Intentemos dar una respuesta a una interrogante emergente hoy. En primer lugar, habría que afirmar que no es fenómeno temporal. Es, además, un proceso que ha sido muy estudiado y documentado por la demografía. Diversos trabajos (CEDEM, ONE y MINSAP, 1995), en una medida u otra, han descrito los factores que han determinado semejante reducción, por lo que no nos detendremos a abundar en lo que una lectura rápida de la bibliografía sobre el tema nos ayudaría a comprender mejor.

En todo caso, el descenso de la fecundidad en los años recientes, proceso paralelo al deterioro económico y su concomitante descenso del nivel de vida de la población, así como las irregularidades observadas en las tendencias de la esperanza de vida al nacer (Albizu-Campos, 2002), hacen pensar en la presencia de una suerte de fragilidad demográfica de la población que pone en evidencia los cambios experimentados en el crecimiento natural: la acumulación de pérdidas galopantes de nacidos vivos, revelando que las familias adoptaron medidas restrictivas de la fecundidad para solventar la crisis, estrategia reproductiva que algunos autores han dado en llamar maltusianismo de la pobreza. Y cuando se consideraba que podía esperarse una recuperación de la fecundidad, paralela a la recuperación económica, la población ha vuelto a adentrarse en un proceso de reducción de los indicadores reproductivos (CEPDE-ONE, s/f).

Cabría entonces preguntarse, como habíamos hecho hace ya algún tiempo (Albizu-Campos, 2002): ¿es siempre un descenso de la fecundidad síntoma de progreso en materia reproductiva? Podría responderse de forma afirmativa si ello fuese el resultado de la elevación de la calidad en el ejercicio de los derechos reproductivos de la población, la elevación del monto y la calidad de la oferta de medios de regulación del tamaño de la descendencia, y un mejoramiento en el proceso de planificación familiar en el que el uso de los medios anticonceptivos fuese cada vez más eficaz. Sin embargo, puede ser también un claro signo de retroceso luego de largos períodos de fecundidad por debajo del nivel de reemplazo y cuando la falta de progreso o estancamiento de la calidad de la vida sobrepasa un umbral tal que las parejas no pueden decidir con libertad el número de hijos que desean tener, sino que compulsados por un bajo nivel de vida y de los recursos necesarios para su reproducción como seres humanos, se ven obligados a posponer indefinidamente el alcance de sus ideales reproductivos en materia de hijos.

Si algo ya está demostrando es que algunas concepciones de uso corriente en la medicina y por los médicos en la Isla, entre ellas la de «madre añosa» y la de cuál es la edad a partir de la que un embarazo se considerará «de riesgo» para la madre y el niño, han de cambiar. Una vez más, y desde su práctica reproductiva, la propia población ha comenzado a reescribir el acervo gnoseológico con relación al tema y la conclusión final es más que obvia: queda aún mucho por investigar y se debe estar preparado para iniciar un nuevo proceso de aprendizaje sobre el comportamiento reproductivo de los seres humanos.

Así pues, hagamos repaso de cinco rasgos notables que se han podido identificar:

 1.Luego de los acelerados procesos de descenso y homogeneización de la fecundidad que llevaron a la conclusión de la primera transición, dos características nuevas parecen caracterizar hoy a la conducta reproductiva: a) el establecimiento de un patrón claro de posposición de la maternidad y b) el incremento del aporte de la fecundidad en edades reproductivas más elevadas.

2.El incremento notable de la fecundidad de primer orden en edades tardías, de 30 años en adelante, como resultado de un inicio más retardado de la maternidad asociado a la posposición del momento de tener los hijos, conducta que se verifica en todas las cohortes, en las que el nivel de fecundidad se mantiene por debajo del reemplazo.

3.La edad media de inicio de la primera unión marital ha experimentado un significativo aumento y se coloca próxima a los 22 años, nivel que se sitúa en un patrón de nupcialidad considerado comúnmente como tardío. La fecundidad de las mujeres casadas se mantiene por debajo del nivel de reemplazo, mientras que la de aquellas en unión consensual la supera.

4.El proceso de posposición de la maternidad afecta a todas las mujeres, independientemente de su status socio-económico, siendo más acentuado en las mujeres rurales, unidas consensualmente y de menor escolaridad, en condiciones de mayor fragilidad. Estas mujeres son en promedio más jóvenes que sus contrapartes, al igual que su edad media de fecundidad es también menor.

5.El incremento sostenido del recurso a la interrupción voluntaria de los embarazos, combinado con una elevada prevalencia de la esterilización femenina, ha robustecido el efecto contractivo de una igualmente muy elevada cobertura anticonceptiva mayoritariamente por métodos modernos y ello ha redundado en una nueva declinación de las cota de fecundidad

La aparición de estos rasgos, destaca por el corto período de tiempo en que comenzaron a manifestarse de manera combinada y explica el reposicionamiento demográfico de la población. Y todo ello en un contexto de crisis económica aguda. El doble efecto de esta crisis se resume, por un lado, en el shock que provocó en las familias dado su estallido abrupto y la intensidad de su manifestación durante los primeros años, y por otro, por la persistencia ulterior de las desarticulaciones socioeconómicas a que dio lugar, así como por el deterioro de las condiciones de vida en las que los individuos tuvieron de desarrollar e implementar sus estrategias de supervivencia.

Es posible que nunca se llegue a dar cuenta completa de todos los efectos de tal stress económico sobre la dinámica demográfica. Sin embargo, al menos dos se manifestaron con claridad durante la fase más aguda: a) un descenso sostenido de la esperanza de vida al nacer durante la fase más aguda, aún en presencia de una sostenida reducción de la mortalidad infantil, y el incremento de la mortalidad del resto de los grupos de edades, observados entre 1990 y 1995, que fue más agudo en las mujeres (Albizu-Campos, 2002); y b) el cambio radical del sistema reproductivo de la población que se ha descrito en paginas anteriores.

Atribuir todos esos cambios al impacto exclusivo de la crisis sería pecar de simplistas. Sin embargo, habría también que preguntarse si la crisis fue neutra en términos demográficos, o si ella no cambió nada en el hecho de que la declinación de la fecundidad estaba ya inscrita en las mutaciones culturales de la nación (desarrollo de la educación, emancipación femenina, urbanización y modernización) anteriores a su estallido o si, por el contrario, actuó acelerando la gestación y desarrollo ese fenómeno que se ha dado en llamar «maltusianismo de la pobreza» (Cosío-Zavala, 1994), por oposición a ese otro maltusianismo de la riqueza, y que  sería más generalizador si le llamáramos «maltusianismo de la vulnerabilidad», pues el caso cubano demuestra que no se tiene que ser necesariamente pobre para articular una estrategia de supervivencia familiar sobre un eje reproductivo en el que la posposición y la reducción de los hijos sean las dos caras de la moneda.  Estas son preguntas que otros autores, en otros contextos de crisis, también se hacen hoy (Cousy y Vallin, 1996).

Si, en efecto, la crisis económica y la ulterior política de reajuste, pudieron tener alguna influencia sobre la dinámica de las variables demográficas, está influencia pasó claramente a través de la mediación del deterioro del nivel de vida y la insatisfacción de numerosas necesidades básicas. Las estrategias de vida se transformaron en estrategias de supervivencia en la medida en que la capacidad adquisitiva de los salarios cayó a cotas mínimas históricas.

Así, las familias depositarias de una cultura secular de un número reducido de hijos, percibieron el nacimiento de hijos adicionales como un riesgo insuperable para la supervivencia inmediata de sus miembros (Boserup, 1985), y la estrategia reproductiva de las parejas se vertebró en forma de posposición del alcance del número ideal de hijos o, en los casos extremos, en la cesación de la capacidad reproductiva a través, sobre todo, de la esterilización femenina, independientemente del grado de completamiento de ese ideal. La prolongación en el tiempo de ese fenómeno dio entonces lugar a la conformación de nuevas normas reproductivas.

Luego, es plausible también suponer que esta nueva forma de comportamiento reproductivo, más allá de su formalización durante la fase aguda de la crisis económica, se convirtiera también en la puerta de entrada a la segunda transición demográfica, de la misma manera en que actúa como una de las modalidades de inicio y desarrollo de la primera transición demográfica (Cosío-Zavala, 2000), habida cuenta de los efectos de difusión que, por interacción social, demostraron tener los grupos poblacionales más afectados y vulnerables, que acusaron las cargas demográficas más elevadas.

Por ello, cualquier recuperación de los niveles de fecundidad no podrían esperarse sino a partir de un mejoramiento decisivo del nivel de vida de la población y el retorno a condiciones económicas estables y duraderas en las que el retorno de la confianza en la seguridad del futuro se erija en un componente clave de las estrategias de vida de la población. E incluso, podría preguntarse, ¿Cuba necesita, de nueva cuenta, un retorno a niveles de fecundidad mayores que los actuales?

 

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Recibido: 18 de octubre de 2013
Aceptado: 6 de febrero de 2014

 

 

Juan Carlos Albizu-Campos Espiñeira. Dr. en Ciencias Económicas. Demógrafo. Profesor Titular. Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de La Habana.

 

Nota del autor

1  P0 es la proporción de la población cuyos ingresos se encuentran por debajo de la línea de pobreza; P1 es la distancia promedio (%) de los ingresos medios de los que se encuentran por debajo de la línea de pobreza y la línea de pobreza. P2 es una medida de la intensidad de la pobreza, sensible a la distribución de los ingresos entre los pobres.

 

 

albizu@cedem.uh.cu

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