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Revista Novedades en Población

versión On-line ISSN 1817-4078

Rev Nov Pob vol.15 no.29 La Habana ene.-jun. 2019  Epub 15-Oct-2019

 

ARTÍCULO ORIGINAL

La vulnerabilidad social. Una mirada desde Cuba

Social vulnerability. A look from Cuba

José Luis Martín Romero1  * 

1 Doctor en Ciencias Sociológicas. Centro de Estudios Demográficos (CEDEM), Universidad de La Habana, Cuba.

RESUMEN

El artículo examina y somete a crítica el concepto de vulnerabilidad, sobre todo de vulnerabilidad social, y trata de colocar en el debate su utilidad para el examen de la realidad cubana, sus vínculos y posibles diálogos con otras disciplinas, así como su necesaria recuperación en el momento presente de la evolución de la realidad latinoamericana y cubana y en sus escenarios o futuros posibles.

Palabras clave: riesgo; vulnerabilidad; vulnerabilidad social; utilidad del concepto de vulnerabilidad social

ABSTRACT

The paper explores, from a critic point of view, the concept of vulnerability, emphasizing the social vulnerability and trying to debates its utility for the comprehension of Cuban reality, but also its links and possible exchanges with others disciplines. The idea is to recover it, facing the challenges of present days and the evolution of Latin American and Cuban realities and possible futures.

Key words: risk; social vulnerability; vulnerability; practice use of the concept of social vulnerability

I. Un debate pertinente y una mirada inevitable

Lo que nos ocupa es el concepto de vulnerabilidad, vale decir su utilidad y pertinencia desde ese examen sereno y crítico que nos permita distinguir lo que nos aporta, su alcance y profundidad desde el punto de vista lógico, así como lo que ha venido aportando al debate científico o/y a la práctica de la gestión pública desde el punto de vista histórico.

Quizá lo primero que aconseje el sentido común sea que atendamos a su contenido y condiciones de emergencia, o sea, qué es vulnerabilidad y por qué se introdujo en el debate teórico de la relación entre población y desarrollo ―o del tema del desarrollo mismo, considerando la población o no―, algo que sabemos constituye una verdadera obsesión para el pensamiento latinoamericano desde la segunda mitad del siglo pasado.

Cuando revisamos podemos comprobar que el concepto de vulnerabilidad surge entre la producción académica de la CEPAL a fines de los noventa y aunque no pueda negarse la influencia de la sociología del riesgo en la reflexión que le dio origen ―ni habría razón para hacerlo―, es claramente una lectura latinoamericana, porque riesgo entre nosotros no es angustia existencial o inseguridad o incertidumbre; es exclusión, asimetría social, injusticia y mucho mundo mal hecho, que es lo que nos ha tocado casi toda la vida.

Aparentemente llega como una reacción desde la academia, como se acaba de apuntar, a los programas de ajuste estructural y a los registros alarmantes de polarización social que llegaron de dondequiera, como resultado directo de la flexibilización laboral y de su impacto en el empleo y los ingresos, en la reconfiguración de los hogares y en la fragmentación de los espacios habitados.

A primera vista, su ventaja está en vincular los activos en manos del sujeto popular, por un lado, con las estrategias de empleo que se eligen y con las oportunidades que dan el mercado, el Estado y la sociedad civil por el otro. Ese es el concepto original: la situación que vincula estos factores e implica emergencia de debilidades para enfrentar nuevos riesgos.

Pero también hemos visto que el concepto de vulnerabilidad, así visto, se aplica ―o se ha venido aplicando― a individuos, hogares o comunidades, nunca a grandes conglomerados como naciones, pueblos, etcétera. Y realmente, hay que decir que esta práctica parece cuestionar la universalidad que se pretendía originalmente a partir de su sustrato lógico. Esto no descalifica el concepto ni es la primera vez que pasa en la vida, pero no puede pasar inadvertido, si vamos a ver las cosas como pensamos que son.

Para continuar con su comportamiento histórico, el concepto de vulnerabilidad, en sus tratamientos más frecuentes, se ha aplicado en temas económicos, ambientales, de desastres naturales o de salud, pero el desarrollo de las investigaciones ha venido incorporando nuevos términos y quizá debiéramos decir nuevos ámbitos como vulnerabilidad social, política, demográfica, psicosocial, cultural, jurídica, ideológica y un largo etcétera.

Desde que comenzó a usarse tiene una comprensión multidimensional. No hay que decir que este trabajo enfatiza en uno de esos ámbitos, a juicio autoral el de mayor trascendencia y recurrencia: la vulnerabilidad social.

Entonces, y ya centrándonos en el ámbito elegido, la utilidad del concepto que nos ocupa está en identificar los cómo y los porqué de procesos que cuestionan la subsistencia de grupos y sectores de la sociedad o de la población de un espacio definido; involucra el entramado institucional que resulta aludido por las debilidades que puedan emerger y tienen expresión espacial, secuencia temporal y rasgos de reproducción en el marco de las relaciones sociales que se desenvuelven en el espacio social que se ha sometido a escrutinio.

Desde esa comprensión el concepto que aquí se explicita pudiera o debiera tener una trayectoria quizá más constante, nutrida y, por qué no, trascendente; pero los tozudos hechos nos dan cuenta de una virtual desaparición del concepto en el entorno de los años 2003-2004.

Una explicación tentativa que nos dimos un grupo de estudiosos cubanos y mexicanos, cuando discutimos estos temas en su momento,1 está en una ruptura funcional que sufre el concepto en su trayectoria epistemológica, porque originalmente parece haber surgido en la lógica de unas ciencias sociales del orden. Sin embargo, el curso de los debates fue llevando las aportaciones concretas, cada vez más, hacia una ciencia social del cambio y esto apenas coincidía, y en tal caso solo en parte, con la idea original de identificar recursos y estrategias para enfrentar el riesgo, sí, pero aceptando los hechos consumados.

A favor de este supuesto está el hecho del carácter con que resurge el concepto, con una crítica más o menos clara al sistema, así como a sus expresiones y consecuencias, en la inteligencia de que es el cambio de sistema y no la búsqueda de estrategias particulares dentro del status quo lo que puede evitar la exclusión social.

La bibliografía nos da cuenta de este hecho, pero también de un manejo mucho más abierto y flexible del concepto original. Estos son los casos de autores como De Armas, Carreiro y Escuela (2010), Ana Sojo (2004), Wilches-Chau (2013) así como el Grupo de Misiones y A. M. Foschiatti (2006).

Sea esta o no la explicación, lo cierto es que cuando hablamos de vulnerabilidad social estamos en una postura de beligerancia científica con los fundamentos que producen y reproducen tal vulnerabilidad, con la intención y con el compromiso gramsciano de buscar las formas de subvertir esa realidad y devolverle al sujeto, como dijera Bourdieu, su propia racionalidad.2

La presente contribución se orienta a dar una perspectiva de análisis de la vulnerabilidad social desde una mirada cubana,3 para lo cual volveremos sobre el concepto, incluiremos una perspectiva sociológica que no debemos pasar por alto, independientemente que la aprovechemos del modo que mejor utilidad nos aporte y enfatizaremos en los diálogos interdisciplinarios que se distinguen pertinentes, así como en la forma en que lo pudiéramos hacer en Cuba.

El artículo, en suma, pretende colocar o ratificar en el debate de las ciencias sociales cubanas la categoría de vulnerabilidad y mover las ideas sobre cómo pudiera ser. No se pretende nada más, pero tampoco nada menos. También, tomando en cuenta el aparente resurgimiento de las plataformas de acción neoliberales en América Latina con la contraofensiva reaccionaria que vemos en el continente, reorganizar el debate y convertirlo en insumo para la batalla teórica desde la izquierda no deja de ser una motivación tentadora para volver sobre el concepto. A fin de cuentas, todo indica que el programa de la derecha cuenta, como herramienta, con el recurso de la vulnerabilidad generalizada. Veremos por qué.

La vulnerabilidad como concepto científico

II.1 ¿Qué entendemos por vulnerabilidad social?

Seguramente todos recordamos desde nuestra formación básica en metodología de la investigación que una definición conceptual debe abarcar adecuadamente el objeto o fenómeno a definir, evitar tautologías, ser precisa y exacta, así como redactarse en sentido positivo.

Esto se concreta, según Dewey (1998), en tres condiciones a cumplir:

  1. a) La identificación,

  2. b) complementación, y

  3. c) ubicación de un objeto en un sistema.

Para ser claro o perceptible, un significado debe ser nítido, único, autónomo, homogéneo, riguroso. El término técnico para todo significado así individualizado es intensión, con la idea de resaltar su intensidad y, como se ha dicho, su rigor.

Dado el objeto que se define en su intensión, se produce la complementación, pues lo que hemos visto para ese objeto puede y debe ser extensible a todos los que cumplan con sus características.

Este uso de un significado para separar y agrupar una variedad de existencias distintas constituye su extensión. La verificación del carácter distintivo de un significado reside en su capaci dad para separar un grupo de cosas que ejemplifican el significado respecto de otros grupos, especialmente de los objetos que son portadores de significados afines.

Lo esencial está en las relaciones entre conceptos, es decir, en la inclusión en sistema. Veamos cómo se cumplen estos criterios de apreciación científica en el caso del concepto de vulnerabilidad ―todavía en general, ya volveremos sobre la vulnerabilidad social en particular.

Si se examina el término vulnerabilidad como concepto, podemos ver que incorpora no pocas ambigüedades:

  • Falta precisión en cuanto al sujeto de la vulnerabilidad: ¿el individuo, la comunidad o sus condiciones?

  • Se le supone un continuum que va desde la máxima seguridad a la máxima inseguridad, pero se detiene en un punto anterior a ese máximo, reforzando un criterio de probabilidad, de riesgo. Ese punto no es claro y niveles muy diferentes de enfrentamiento al riesgo parecerían compartir igual inclusión en la categoría.

  • La excesiva extensión del concepto puede llevar a operacionalizaciones de muy diferente naturaleza, así una vulnerabilidad de carácter cultural o con determinada raigambre subjetiva puede ser totalmente diferente en su medición a eso mismo respecto a la calidad de la vivienda o de las redes técnicas de un asentamiento4 (Cecchini y otros, 2012).

Esto nos coloca ante la situación de reconocer al concepto de vulnerabilidad, y ya entonces estaríamos hablando de vulnerabilidad social como un concepto de trabajo, que nos identifica un ámbito de intelección científica orientado a la detección de riesgos a los cuales están sometidos grupos humanos y/o sus instituciones en sus diversos modos de agrupamiento u organización y para cuyo enfrentamiento carecen en algún grado de recursos necesarios, suficientes u oportunos.

En tanto ámbito conceptual, muchos otros conceptos de carácter más restringido pueden y deben precisar la vulnerabilidad en sus diferentes grados, modos y niveles de expresión concretos. Como se ve no estamos pretendiendo presuntuosamente terminar el asunto con una definición trascendental, estamos tratando de orientarnos y de reducir la propia “vulnerabilidad” del concepto que nos ocupa para llevarlo al punto en que podamos trabajar con él, pues tiene el mérito indiscutible de atender a las gradaciones y a las trayectorias de los eventos, procesos y realidades sociales, algo que no siempre se logra con otros conceptos mucho más ortodoxos metodológicamente hablando.

II.2. Riesgo y vulnerabilidad social

Pero justamente se puede hablar de conceptos de trabajo porque se cuenta con la necesidad y posibilidad de dialogar con otras ciencias, con otras aproximaciones teóricas y sencillamente trabajar hasta encontrarle a la vulnerabilidad social el valor heurístico que parecería atesorar.

Ante todo este autor considera que se debe partir de un recorrido por la categoría riesgo, pues ya hemos visto antes su centralidad a los efectos del tema que nos ocupa.

Es importante conocer y extender entre nosotros el estudio de los diagnósticos de la llamada modernidad tardía o reflexiva que se encuentran en los trabajos de Robert Castel (Arteaga, 2008), de Niklas Luhmann (2006), Ulrich Beck (2006) y Anthony Giddens (1999).

Tal vez pueda decirse que todos parten de un diagnóstico (que de algún modo comparten) de la actual etapa del desarrollo del capitalismo que finalmente se identifica como modernidad reflexiva o tardía y se caracteriza por:

  • La finitud de recursos naturales ya degradados.

  • El cuestionamiento profundo sobre la seguridad (habida cuenta los papeles y alcances de la ciencia, la difuminación o estandarización de identidades, la incertidumbre de las acciones políticas).

  • El desencanto frente a referentes tradicionales que unían a la comunidad (idea de progreso, seguridades, etcétera).

Ante estas percepciones aparecen dos posiciones contrapuestas, al menos aparentemente: la de A. Giddens y la de U. Beck.

Antes de seguir, este autor quiere aclarar que nunca se debe perder de vista que, si bien compartimos con el primer mundo riesgos globales y otros muchos, el primer y mayor riesgo de todos, para nosotros en la periferia o en el tercer mundo, como se decía hasta no hace mucho, es que exista precisamente ese primer mundo y que nosotros formemos parte del otro, con el nombre que tenga. Pero veamos lo que expresan:

Según Giddens (1999) hay una disolución del espacio tiempo y un vaciamiento de las sociedades tradicionales. La solución es un nuevo orden que descentralice las autoridades y recentralice las oportunidades y dilemas. Sería un mundo basado en la confianza y en el papel de los expertos. Para él ―un socialdemócrata convencido que fue asesor de Tony Blair― la socialdemocracia tiene aquí una nueva oportunidad para transitar por una nueva vía en que la democracia se construya cotidianamente desde la cama hasta el parlamento.

Para Beck (2006), en cambio, hay tres categorías eje: la ambigüedad (o ambivalencia), los procesos de individualización y la subpolítica.

Él entiende que hay daños globales por efecto de los cambios climáticos, de los avances técnicos como los trasplantes, la clonación, las manipulaciones genéticas y por la muy probable lucha por los recursos escasos como el petróleo o el agua. No cree, a diferencia de Giddens, que los expertos ayuden, pues son parte interesada en el sistema. Desconfía de los sistemas de certezas y se abre paso a la incertidumbre, a la ambivalencia. También se sustituyen los referentes culturales de las clases sociales, en tanto se imponen las diferencias individuales. No se trata de que desaparezcan las clases, es que se diferencian a nivel individual, no de grupo como antes.

Considera que la desigualdad se vive en tres ámbitos esenciales: la familia ―por los roles de la mujer―, el trabajo ―por la flexibilidad― y el caos ambiental, ecológico, fruto del modelo de desarrollo adoptado.

También introduce el término de subpolítica referido, de modo positivo, a la generación de un ser humano más consciente y movilizable, más vinculado a lo global desde lo local, con formas de compromiso y de acción diferentes que reconfiguran desde abajo a la sociedad. En fin: nada prescrito, nada teleológico, nada predeterminado.

Como se ve, hay un planteo esencialmente pesimista de la realidad contemporánea; pero el reconocimiento de que las causas radican en el sistema no lleva a concluir en la necesidad de sustituir el sistema capitalista, solo a la creación de un nuevo mundo desde el propio capitalismo, como una suerte de reformismo tardío. Por eso califiqué de aparentes sus contradicciones con Giddens, porque a última instancia se quieren atacar las consecuencias, no las causas de los problemas, que, por otra parte ―y es el mérito que tampoco se debe obviar― han sido correctamente diagnosticados.

Pero, ya mirándolo desde nuestra óptica, en los trabajos de estos autores se ve el mundo como una unidad, pero la referencia es al primer mundo, la existencia del mundo subdesarrollado aparece esencialmente omitida; somos, una vez más, los convidados de piedra en el convite de los poderosos.

El autor confía en que, al dar una mirada cubana, como se dice en el título, se comprenda la reflexión inevitablemente crítica que no puede eludir este artículo; pero al mismo tiempo sería lamentable que se entienda esta visión como un ataque a los estudiosos mencionados ni a otros, cuya obra y reflexiones deben tomarse en cuenta con todo respeto. Se trata, en cambio, de evitar lecturas que reiteren descuidadamente esas omisiones y que aparezcamos como desentendidos de nosotros mismos.

Más claro y para finalizar: la lectura crítica de estas aportaciones no nos puede llevar a desestimar ni la categoría ni los análisis que la acompañan. Necesitamos retomar el riesgo teórica y metodológicamente, pero dejando claro que esto nunca se puede hacer de modo acrítico ni sin considerar las expresiones del riesgo en nuestra realidad.

En el modesto parecer de este autor, es justamente el subdesarrollo y la subordinación tecnológica, financiera, económica, política, ideática y finalmente cultural al mundo desarrollado lo que constituye la base de todos los riesgos para esta parte del mundo, y lo que ha levantado una vulnerabilidad sistémica de naturaleza social y de carácter histórico que debe ser diagnosticada en todos sus matices para que pueda ser desmontada en todas sus expresiones y sustituida por un mundo de certezas y seguridades, aunque nunca ausente de retos ni demandante de osadías para el sujeto popular.

La complementariedad científica en el estudio de la vulnerabilidad social

Por último, pero no en último lugar de importancia, este artículo desea hacer una brevísima incursión en el tema de la complementariedad científica; sencillamente porque es la manera en que las ciencias ―probablemente todas, pero de seguro las sociales― deben abordar las categorías que se proponen integrar el esfuerzo del saber.

Ningún estudioso de alguna experiencia duda que el conocimiento no está en la acumulación de nociones cognoscitivas, sino, y sobre todo, en su integración. Es integrando saberes, miradas desde distintos ángulos, que construimos el conocimiento real, y siempre ha sido así, por más que las apariencias no sean siempre generosas en mostrarlo.

El mérito o/y la utilidad de la categoría vulnerabilidad social no están en su ínsito rigor todavía por alcanzar, sino en sus potencialidades para integrar aproximaciones de muy diverso jaez.

Desde la demografía la colocación e identificación de los segmentos poblacionales más vulnerables a determinados problemas sociales aclararía un hecho fundamental que fue magistralmente señalado por la gran demógrafa caribeña Carmen Miró: no hay problemas de población sino poblaciones con problemas, en oposición a tendencias neomalthusianas como las del Club de Roma que reiteraron a fines del siglo pasado la visión proclive al control poblacional que viene de la economía clásica inglesa.

Cierto es que la categoría vulnerabilidad ―que hemos enfatizado aquí con su apellido de social― ha sido relativamente poco tratada entre nosotros, pero la sociología tendría mucho que aportar desde la sociología del riesgo, la del trabajo, la de la familia o la de la población. De hecho contamos ya con trabajos de Mayra Espina y otros (1995, 2003, 2008) o de Patricia Arés y M. E Benítez (2009), para el caso desde la psicología social y de la familia, que se pueden leer desde esta perspectiva o la reconocen; así como otros que, de diversa manera, han tratado el tema de la disfunción social y su prevención.

La antropología puede y sabría tratar la cultura del riesgo, sus correlatos territoriales, epocales, sociales y la evolución de las mentalidades.

Igualmente la geografía tiene la capacidad, la experiencia y los antecedentes para hablarnos del uso del espacio cubano y de sus vínculos y consecuencias para el movimiento social, para la estructura y dinámica de la población y para la cultura cubana.

De hecho, se puede decir que ya existen aportaciones al estudio de la vulnerabilidad desde las ciencias sociales cubanas. Ejemplo de esto son diversos estudios sobre población y desarrollo, así como otras aportaciones desde las categorías centrales de la demografía que sería engorroso y siempre incompleto citar, baste dar nuestra página web (www.cedem.uh.cu) y ponchar su entrada en nuestros fondos bibliotecarios. Así podemos reiterar el ya citado estudio sobre familia de Arés y Benítez (2009) o el referido a la categoría trabajo (Martín, 2013), así como las sustantivas aportaciones del Grupo de Estructura Social y desigualdades del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS) (Espina y otros, 1995; Espina, 2003, 2008).

En cualquier caso es indispensable registrar, analizar y, en suma, monitorear de manera activa, o sea, desde una óptica propositiva, la cambiante realidad de nuestros días.

A modo de conclusiones

Podemos identificar por lo menos tres temas de debate y profundización en torno a la vulnerabilidad social que potencialmente pudieran ofrecer opimo fruto científico para el conocimiento de lo cubano: El tema puramente teórico, o sea, su concepto y tratamiento, su completitud; el debate en el terreno de las ideas, sobre todo en torno a la categoría riesgo y a su colocación en el Sur y particularmente en Cuba; y en tercer lugar su aplicación a la realidad cubana, donde no faltan ni siquiera “puntos calientes” amenazados por el calentamiento global.

Está claro que, al someter el concepto de vulnerabilidad a los criterios de inclusión, de complementariedad y de extensión, resulta ser irónicamente muy vulnerable al rigor en la comprensión tradicional en que se ha formado nuestra capacidad científica. Sin embargo, cada vez las ciencias sociales son más reacias a esta visión algo canónica de ciencia. La creciente complejidad de los hechos, fenómenos y procesos sociales hace que veamos con mayor flexibilidad al proceso mismo de conceptualización, lo cual no quiere decir que se sacrifique el rigor científico. Pero está claro que es un tema a discutir.

Precisamente, y en términos del debate de ideas, sería pertinente incluir el criterio de que el riesgo tiene una geografía política, pues está el riesgo de los que arriesgan algo y el de los que lo arriesgamos todo. El concepto de riesgo no se puede separar del devenir humano contemporáneo, por lo tanto deben incorporarse perspectivas hoy menos recurrentes en el estudio del riesgo y de la vulnerabilidad,5 tales como la relación entre riesgo y exclusión, o sea, riesgo y precariedad, o incluso la eternización de la desventaja.

En Cuba también tenemos una geografía interna del riesgo y de la vulnerabilidad y esto tiene expresiones espaciales, socioeconómicas, ambientales y de población, por mencionar solo algunas, lo cual hace urgente e imperioso el diálogo interdisciplinario en la búsqueda del mejor saber para acercarnos, todo lo que nuestra generación sea capaz, al mejor vivir.

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Principios de 2015, en un encuentro entre académicos de la Universidad de Zacatecas y el Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de La Habana, algo habitual desde hace más de diez años.

2 Como sabemos, esa era para Bourdieu la misión de la Sociología como ciencia.

3 Sabido es que la historia nos ha obligado a examinarlo todo en tanto, cuánto y cómo nos atañe. Las razones de esta “manía cubana” requiere más elementos e historia que los que pudiéramos intentar en este artículo. Pido excusas por diferir para otro momento ese análisis.

4 Esta es la base de la identificación de diferentes ámbitos de expresión de la vulnerabilidad y este es el caso de elementos demográficos como el coeficiente de dependencia, pues en hogares vulnerables a la pobreza o indigencia los coeficientes son superiores a 1, lo cual indica que por cada persona entre 15 y 64 años existe más de 1 de 0-14 o de 65 y más. Esto se entiende como un elemento de vulnerabilidad demográfica, algo que merece discusión, porque parece apuntar a la lógica de “problemas de población” y no de poblaciones con problemas, como dijo en su momento Carmen Miró.

5 En otras geografías; no es el caso de América Latina, donde sí se examina el término con esta perspectiva, aunque no sean los trabajos ni los más citados ni los más difundidos.

Recibido: 01 de Diciembre de 2018; Aprobado: 25 de Marzo de 2019

* Autor para la correspondencia: aytana05@cedem.uh.cu

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