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versión On-line ISSN 1817-4078

Rev Nov Pob vol.18 no.35 La Habana ene.-jun. 2022  Epub 16-Jun-2022

 

ARTÍCULO ORIGINAL

Género y comunicación en familias semirrurales cubanas

Gender and communication in Cuban semirural families

Jennifer Iexela Villafaña Cruz1  * 
http://orcid.org/0000-0002-8485-0250

Niurka González Escalona1  ** 
http://orcid.org/0000-0001-6927-4606

1Facultad de Comunicación (FCOM). Universidad de La Habana. Cuba.

Resumen

La familia se considera el primer grupo de socialización de los individuos. En ella se configuran los cimientos de las construcciones de género. Esta socialización de género involucra a las prácticas comunicativas como vehículo del sistema de significados, normas y valores compartidos a nivel de grupo familiar, para luego insertarse socialmente a nivel institucional e interinstitucional. El abordaje de las construcciones de género asociadas a prácticas comunicativas en entornos familiares debe ser parte de agendas actuales de investigación social que incorporen un enfoque específico en comunidades con rasgos rurales para generar políticas, programas y estrategias que traten estas categorías con énfasis en el contexto. Ahí radica la base de esta pesquisa cuyo objetivo fue caracterizar las prácticas comunicativas mediante las que se socializa el género en las familias de estudiantes de la escuela primaria Francisco Vales enclavada en la comunidad semirrural de Mayajigua, provincia de Santi Spíritus. Una investigación orientada a este objetivo requirió un diseño metodológico estricto con una perspectiva predominantemente cualitativa que focalizó su interés en el sujeto ―la familia― y sus correspondientes mediaciones, imaginarios y subjetividad, para ello se integraron técnicas cuantitativas y cualitativas como entrevistas, cuestionarios, observaciones y grupos de discusión. La perspectiva de género constituyó una dimensión transversal a la aplicación de los instrumentos. La investigación levantó prácticas comunicativas familiares que resultaron legitimadoras y reproductoras de construcciones de género sexistas y patriarcales.

Palabras clave: Familia; Género; Patriarcado; Prácticas Comunicativas; Socialización

Abstract

The family is considered the first group of socialization of individuals. It is in the family that the foundations of gender constructions are laid. This gender socialization involves communicative practices as a vehicle for the system of meanings, norms and values shared at the level of the family group, to later be socially inserted at the institutional and inter-institutional level. Addressing gender constructions associated with communicative practices in family environments should be part of current social research agendas that incorporate a specific focus on communities with rural characteristics in order to generate policies, programs and strategies that address these categories with emphasis on the context. Therein lies the basis of this research whose objective was to characterize the communicative practices through which gender is socialized in the families of students of the Francisco Vales elementary school located in the semi-rural community of Mayajigua, province of Santi Spíritus. A research oriented to this objective required a strict methodological design with a predominantly qualitative perspective that focused its interest on the subject -the family- and its corresponding mediations, imaginaries and subjectivity, for which quantitative and qualitative techniques such as interviews, questionnaires, observations and discussion groups were integrated. The gender perspective constituted a transversal dimension in the application of the instruments. The research revealed family communication practices that legitimized and reproduced sexist and patriarchal gender constructions.

Keywords:  Family; Gender; Patriarchy; Communicative Practices; Socialization

Introducción

La familia es la primera institución de socialización de los infantes y es uno de los actores fundamentales en la formación de las construcciones sociales de género en niños y niñas. Las prácticas comunicativas que forman parte de sus dinámicas cotidianas son portadoras y reproducen esas construcciones, que pueden tener matices diferenciadores según los contextos, el carácter rural o urbano de estos.

Esta es una de las motivaciones y por tanto el principal aporte de la presente investigación, una mirada que analiza holísticamente las construcciones sociales de género asociadas a las prácticas comunicativas de un grupo de familias, tomando en cuenta su contexto de desarrollo.

Como objetivo general se definió: analizar las prácticas comunicativas mediante las cuales se concreta la construcción social del género en familias de estudiantes de la escuela Francisco Vales de la comunidad de Mayajigua perteneciente al municipio de Yaguajay. Para su consecución se desplegó un diseño metodológico que integró técnicas cuantitativas y cualitativas aplicadas en el contexto a analizar.

Desarrollo

Cartografías teóricas: Género, familia y prácticas comunicativas

La teoría del género posee como principal aporte la validación del sistema teórico diferencial sexo-género, que le atribuye al sexo la condición biológica de diferenciar a la humanidad en hembras y machos; y concibe la reproducción humana, a través de esta diferenciación sexual. El género se concibe como el significado que le atribuye la sociedad a dicha diferenciación, es decir que “designa la identidad del hombre y de la mujer como determinada por condiciones sociales que explican las relaciones establecidas entre ambos” (Sojo en Prada, 1994, p. 19).

De este modo, se alude a la relevancia de la socialización de la cultura y del género. Este es definido no como una característica o condición biológica, pues si bien hombres y mujeres constituyen seres sexuados, no es su constitución cromosómica y anatómica los que los posiciona en un sistema jerarquizado de opresión-dominación; sino como los condicionamientos culturales y sociales que se articulan en normas, valores, leyes, dogmas, símbolos, rituales, lenguaje, educación, y prácticas que marcan la conformación de identidades consideradas idóneas para este o aquel sexo.

Esto coincide con la tesis de Beauvoir de que “no se nace mujer, se llega a serlo” (1949). Tampoco se nace hombre, sino que la feminidad, así como la masculinidad, son identidades construidas y perpetuadas por la cultura dominante y el patriarcado, que se establece como el conjunto de relaciones sociales de la reproducción humana que se estructuran de modo tal que las relaciones entre los sexos son relaciones de dominación y subordinación.

La teoría del género establece el condicionamiento histórico-contextual de hombres y mujeres, que responde a los mecanismos de distribución del poder signados por el género en cada sociedad. Las relaciones sociales que evocan procesos de producción y reproducción mediados institucionalmente constituyen espacios de construcción de género.

De acuerdo a la historiadora Joan Scott, el género es “una forma de denotar las ‘construcciones culturales’, la creación totalmente social de ideas sobre los roles apropiados para mujeres y hombres. Es una forma de referirse a los orígenes exclusivamente sociales de las identidades subjetivas de hombres y mujeres” (1986, p. 7) por otro lado, Marta Lamas lo define como:

(…) el conjunto de creencias, prescripciones y atribuciones que se construyen socialmente tomando a la diferencia sexual como base. Esta construcción social funciona como una especie de ‘filtro’ cultural con el cual se interpreta al mundo, y también como una especie de armadura con la que se constriñen las decisiones y oportunidades de las personas dependiendo de si tienen cuerpo de mujer o cuerpo de hombre. Todas las sociedades clasifican qué es ‘lo propio’ de las mujeres y ‘lo propio’ de los hombres, y desde esas ideas culturales se establecen las obligaciones sociales de cada sexo, con una serie de prohibiciones simbólicas. (2007, p. 1)

En diálogo con esta autora, Isabel Moya apunta al género como la:

(…) construcción social impuesta sobre un cuerpo sexuado que signa todos los aspectos de la vida social e individual de las mujeres y los hombres al crear normas, roles (culturales, familiares, de parentesco, institucionales, educativos) valores, estereotipos, prejuicios, comportamientos, percepciones, discursos, símbolos culturales, representaciones del cuerpo y la sexualidad; que parten de un orden jerárquico, dicotómico y patriarcal, donde las mujeres ocupan un sitio subalterno. (2011, p. 17)

Scott hace un análisis holístico de los factores que median el proceso de construcción del género. La tercera dimensión de su estudio incluye las nociones políticas y referencias a instituciones y organizaciones sociales que, efectivamente, dictan las normas para la interpretación, construcción y reproducción del sistema de género que, a su vez, resignificará el llamado contrato social de género.

Mediante estas instituciones, una superestructura cultural dada y procesos de socialización específicos; se producen estructuras políticas, socioeconómicas y culturales que dan al traste con la equidad y mantienen los roles tradicionales de género pautando explícita o implícitamente las relaciones entre hombres y mujeres.

Entre las instituciones que median y norman los procesos de construcción del género se encuentran: los sistemas de parentesco que incluyen a la familia y el hogar como epicentro de la producción y socialización de identidades subjetivas de género; los mercados de trabajo, como mecanismos de reproducción de roles y segregación, en este caso laboral, por sexos; la educación, que constituye la continuidad legitimadora y cíclica de un primer proceso de construcción efectuado en la familia; y, la política como instrumento de poder que incluye o excluye, y pauta jurídica, legal y sistemáticamente la permanencia de ciertos comportamientos de género en detrimento de otros. Finalmente, y muy relacionado con la primera dimensión delimitada por Scott ―aunque no constan dentro de su análisis―, están los medios de comunicación como instituciones que representan y reproducen la realidad social bajo la ideología dominante y el poder de la propiedad, son manufactureros de estereotipos de género y moldeadores de relaciones asimétricas entre hombres y mujeres, niños y niñas.

Esta investigación se concentra particularmente en el primer indicador de esta dimensión: la familia, definida como

(…) un sistema de parentesco, conyugal, residencial y doméstico cuya estructura sigue estando desigualmente distribuida en sus roles sexuales, en el ejercicio del poder y de todas aquellas acciones sociales que determinan su dinámica. La dinámica de sus cambios se produce en estrecha relación con la sociedad. (Fleitas, 2005, p. 39)

En la actualidad, este sistema abierto y activo ―que se desarrolla entre personas de diferente sexo y en diferentes estadios de maduración física y mental― funciona con nuevas lógicas internas y concepciones, considerándosele como “un núcleo natural, económico y/o jurídico de la sociedad” (Oliva y Villa, 2014, p. 37) y “el medio específico en donde se genera, cuida y desarrolla la vida” (Oliva y Villa, 2014, p. 41).

La familia, se entiende, como la unidad con base en el parentesco o la consanguinidad, en la afinidad que conduce a la conyugalidad y en la reproducción sexual o descendencia. Generalmente se asume como grupo doméstico o familia residencial por estar marcada en la convivencia bajo una misma unidad de vivienda, según Oliva y Villa, delimitada cultural y geográficamente (2014).

Se caracteriza por reproducir estructuras de diferenciación sexual en la distribución de roles y en la función de socialización de la cultura, muy asociada al poder y la ideología dominantes. Finalmente, no está aislada del todo social, sino que interactúa constantemente con otras instituciones, dígase sistema escolar, asistencial, ocupacional o político. No obstante, constituye una unidad autónoma de interacciones interpersonales y hacia lo interno, donde las individualidades construyen identidades a nivel de grupo.

El medio empleado por la institución social de la familia para consumar su función de socialización de la cultura, en este caso asociada a la construcción social del género, son las prácticas comunicativas. Estas son definidas por Rayza Portal como:

(…) prácticas sociales en las que intervienen al menos dos actores sociales con funciones comunicativas diferenciadas de acuerdo a las circunstancias en que se desarrollen y que generalmente reproducen las regularidades de sus condiciones de existencia. Están sujetas a una serie de mediaciones (culturales, territoriales, históricas) que dejan en mayor o menor medida su impronta en la forma en que se desarrollan, el alcance que puedan tener, pero también en sus posibilidades de modificación ante cambios en el contexto que signifiquen la apertura de posibilidades diferentes. (2003, p. 70)

Partiendo de esta conceptualización, se asume que las prácticas comunicativas significan, en definitiva, vehículos cotidianos de ideología. Están condicionadas por la realidad en la que existen, de manera que el imaginario del momento histórico, la simbología y el discurso cultural, y las peculiaridades del territorio tallan sus características a partir de los habitus de los actores que intervienen en ellas. Definen, por tanto, al contexto y son definidas por él en tanto “favorecen el intercambio de información, signos, significados” (Aguilar y Roman, 2016, p. 51) a la vez que configuran un esquema de relaciones en torno al poder y sus dinámicos procesos reproductivos o transformativos.

Estas prácticas se manifiestan en cuatro componentes esenciales propuestos por Martín Serrano para comprender el sistema comunicativo. Se trata de cuatro dimensiones que pueden ser aplicadas al análisis de las prácticas comunicativas: actores, expresiones, instrumentos y representaciones (Serrano, 1982).

Intersecciones conceptuales

No resulta difícil establecer una relación entre tres conceptos que han venido interactuando a lo largo de la historia de la humanidad y por consiguiente de la teoría y la ciencia. El diálogo entre género y familia, así como su proyección en lo comunicativo deviene en categoría a abordar para el análisis holístico de cualquier realidad contentiva de procesos de construcción de género.

Si se formulan preguntas como: ¿dónde se construye el género (identidades, roles, estereotipos y relaciones)? y ¿cómo?; inmediatamente se piensa en la familia, y en los procesos de comunicación asociados; pero, por qué sucede así.

Se parte de que la familia ostenta entre sus funciones esenciales, la socialización de la cultura. Como institución social constituye un entorno de aprendizaje cultural y el agente socializador más importante en la vida de las personas “porque se constituye en el nexo entre el individuo y la sociedad” (Rodríguez, 2007, p. 92 en Galet y Alzás, 2014, p. 101). Según Galet y Alzás (2014), la familia es vital en la socialización, porque es su primer agente y suele permanecer como tal por un tiempo más o menos prolongado. Apuntan además que la socialización de género, en particular, es la interiorización de lo social de manera diferenciada para niñas y niños; mediada por la familia, la escuela, los medios de comunicación y los grupos de iguales.

Por lo tanto, este proceso de socialización es multimediado e involucra a las prácticas comunicativas como vehículo del sistema de significados, normas y valores compartidos a nivel de grupo familiar, para luego insertarse socialmente a nivel institucional e interinstitucional. Es decir, que la socialización tiene lugar a través de la comunicación sistemática, cotidiana entre los miembros de la familia. Tal como afirma la investigadora Tania del Pino: “la interacción humana, la interacción social en la que también transcurre la socialización y la construcción sociocultural de género, es comunicativa” (del Pino, 2017, p. 48).

En este punto, las prácticas comunicativas devienen en la forma o instrumento a partir del cual la familia, como unidad social de parentesco y afinidad, construye y socializa el género en los nuevos sujetos. De este modo, se crea un vínculo entre el mundo privado y el público, lo doméstico y lo social. Se trata de la familia como el espacio, la comunicación como la vía y el género como contenido de la socialización cultural, mediante la cual se configuran identidades, se asignan roles, se legitiman estereotipos y se pautan los modos de relacionarse. En estos procesos son relevantes las mediaciones culturales, históricas y territoriales determinadas por el contexto, que a su vez influyen en la familia.

En resumen, la familia constituye un espacio complejo donde ocurre la socialización de género a partir de prácticas comunicativas como mecanismos de reproducción, conformidad o transformación de una ideología dominante en torno a la diferenciación sexual, las desigualdades de género y la subalternidad de las mujeres. Mientras las dinámicas familiares no se transformen estructural e info culturalmente en función de establecer la equidad; los patrones de género seguirán marcados por dinámicas de distribución asimétrica del poder, los contextos heredarán las huellas de la socialización cultural familiar y la comunicación contendrá un sesgo sexista estático y reproductivo.

La brújula metodológica

Previo al trabajo de campo, se realizó la revisión documental de fuentes teórico-metodológicas sobre las categorías analíticas y la unidad de análisis; investigaciones sobre género y familia en Cuba y políticas internacionales y nacionales que regulan la institución familiar o establecen criterios respecto al género. También se realizaron entrevistas semiestructurada a expertos para sistematizar las tendencias investigativas en torno a las intersecciones de género, comunicación y familia, y a las experiencias de investigación anteriores.

Para el trabajo de campo se aplicaron las técnicas de investigación de manera escalonada. Primero se realizaron entrevistas semiestructuradas a informantes clave (actores institucionales de la escuela y la comunidad). Luego se aplicó un cuestionario diseñado para docentes, infantes y familiares, como antesala al desarrollo de un grupo de discusión de diagnóstico con niñas y niños. A continuación, se procedió a realizar entrevistas en profundidad a familiares y finalmente, se efectuó un grupo de discusión con estos. La observación se aplicó de modo transversal al resto de las técnicas y se llevó a cabo en espacios de interacción escuela-familia, como la entrega y recogida de los infantes en su centro escolar y las escuelas de educación familiar.

De una población de familias de 229 estudiantes de 4to a 6to grados de la escuela primaria Francisco Vales, 15 fueron seleccionadas para la muestra. De estas, 13 intervinieron en las entrevistas en profundidad, y otras dos en el grupo de discusión con familiares.

Se garantizó que participaran en la investigación uno o dos miembros que cumpliesen con la condición de ser convivientes o tutores principales de los infantes. Además, se tuvieron en cuenta como criterios de selección: el alto grado de implicación de los familiares en la crianza y socialización de niñas y niños, el equilibrio de género y la representación equitativa por grado escolar de los infantes.

Para la aplicación de los cuestionarios se seleccionó una muestra que garantizase un margen de error bajo (14,1%) y un alto nivel de confianza (95%) (questionpro.com) en el caso de los infantes. Así, estos fueron respondidos por 40 niñas y niños 4to a 6to grados. También se aplicaron un total de 40 cuestionarios a familiares, de los cuales se recepcionaron de vuelta 33, con un margen de error del 15,8% (questionpro.com). Por otro lado, respondieron además los cuestionarios destinados a ellos un grupo de 9 docentes del segundo ciclo de enseñanza de la escuela.

Resultados

Estructuras familiares

La estructura o composición familiar más frecuente es la nuclear extensa, que, incluye a los padres, la descendencia y los primeros ascendientes o abuelos. También se identificaron otras tipologías familiares. En las entrevistas se pudo constatar la existencia de un 38,5% de familias nucleares extensas, otro 38,5% de familias nucleares o unidades conyugales ,1 un 15,4% de hogares monoparentales o familias nucleares incompletas2 en torno a la figura de la madre (una extensa y la otra no), y una (7,6%) familia reconstituida. En los casos de familias extensas es común que los primeros ascendientes posean la propiedad de la vivienda. Del total de encuestados, el 30,3% de los propietarios fueron abuelos o abuelas (12,1% de abuelas y 18,2% de abuelos); por lo que, tanto ellas y ellos, como sus descendientes directos o beneficiarios son quienes ejercen la jefatura del hogar según las encuestas.

Existe además una amplia red de familias extendidas3 en la comunidad. Casi la totalidad de los entrevistados afirmó tener parientes cercanos en Mayajigua. La permanencia en la comunidad por muchos años permite la existencia de una extensa trama de relaciones de parentesco y consanguinidad, así como el desarrollo de redes comunitarias de cooperación familiar, principalmente para el apoyo a la crianza y educación de la descendencia entre las mujeres. Tanto los espacios observados (escuelas de padres y entrega y recogida de los infantes en la escuela), como los testimonios en la entrevista revelan que muchas abuelas, tías u otras familiares, que no comparten domicilio con los niños y las niñas, apoyan a las madres cuidándolos, asistiendo a la escuela, entre otras funciones.

Prácticas comunicativas como espacios para la socialización del género

Las prácticas comunicativas identificadas en las familias por la muestra están jerarquizadas. Son encabezadas por las conversaciones familiares (60,6%), seguidas de ver televisión (33,3%) y en tercer lugar hablar por teléfono (33,3%); además de escuchar música, propuesta en cuarto lugar (42,10%). También mencionan otras prácticas como paseos (40% del total de propuestas), cenas (20% del total de propuestas), uso de internet (20% del total de propuestas) y juegos familiares (10% del total de propuestas) (ver figuras 1, 2 y 3).

Desde la percepción de los niños, las prácticas comunicativas prioritarias son el estudio (50%) y la lectura de cuentos (25%), pues le dan el número 1 en el orden de prioridad definido en el cuestionario. Jugar (25%) ocupa el segundo lugar, al igual que escuchar música (20%) y ayudar en casa (20%). Ver televisión es referido como el 3er, 4to y 5to puesto (20% por cada nivel). Las conversaciones (25%) quedaron relegadas a un 5to (20%), 6to (25%) y 7mo (22,5%) lugar, y hablar por teléfono (40%), a un 8vo y último puesto (ver figura 4).

Fuente: Elaboración propia a partir de la información del cuestionario aplicado a familias

Figura 1 Niveles de preferencia de familiares por las prácticas comunicativas listadas 

Fuente: Elaboración propia a partir de la información del cuestionario aplicado a familias

Figura 2 Prácticas comunicativas propuestas por un total de 10 familiares 

Fuente: Elaboración propia a partir de la información del cuestionario aplicado a familias

Figura 3 Niveles de preferencia de las prácticas comunicativas propuestas por familiares 

Fuente: Elaboración propia a partir de la información del cuestionario aplicado a infantes.

Figura 4 Niveles de preferencia de infantes por las prácticas comunicativas listadas 

Los intercambios o interacciones entre familiares tienen lugar, según las encuestas de familia, en cualquier momento si se trata de conversaciones presenciales o telefónicas. El consumo de televisión se sitúa en el horario nocturno, mientras que la exposición a la música se produce en el día. Una de las madres refirió al respecto, que escuchaba música mientras hacía las labores del hogar. En las entrevistas se ratificó esta tendencia y se identificó como el horario más compartido para la comunicación en la familia, el de 6:00 p.m. a 9:00 p.m.; momento en que los adultos regresan del trabajo, los infantes de la escuela y toda la familia coincide en la casa. Los mayores picos de comunicación ocurren durante la comida o después, mientras se ven el noticiero o las novelas. No obstante, el 14,3% de las madres indicaron como el momento de mayor interacción, el encuentro paulatino de todos los miembros en la medida que van llegando a casa. Los infantes declaran horarios similares, las conversaciones familiares las colocan en la tarde (cuando regresan de la escuela), mientras que la televisión se consume más en lo noche, por los varones y en la tarde, por las hembras. La música es más escuchada en la noche, y las niñas suelen telefonear en las mañanas, en tanto los niños lo hacen en el horario vespertino. Las prácticas infantiles más asiduas se realizan en la tarde, tanto los juegos, como el estudio.

Los espacios de interacción familiar más referidos por las encuestas familiares son la casa en general, y la sala en particular, aunque la actividad de hablar la realizan en cualquier sitio. Las entrevistas legitiman esta información, pues manifiestan que las habitaciones de mayor concurrencia familiar son la sala (que en un par de familias coincidía con el comedor), la terraza, el comedor y el portal.

Los actores de la comunicación en las familias tienen marcas de género particulares. Por ejemplo, son las madres quienes conversan más con los hijos e hijas, quienes los acompañan en su consumo de televisión y de música. Las interacciones de los padres suelen ser menos concentradas; es decir, no hablan mucho con algún miembro; sino un poco con casi todos. Las mujeres tienden a comunicarse mucho más con toda la familia. Las llamadas telefónicas se realizan en su mayoría hacia lo externo del hogar; es decir, que estos canales se emplean para comunicarse con la familia extendida en la comunidad o fuera de esta. Las niñas, por ejemplo, declararon conversar mucho telefónicamente con sus tías y los niños, con sus padres (divorciados que viven fuera del hogar o del país). Los infantes encuestados, además de ratificar la información sobre el acompañamiento conversacional o de consumo de la madre, añadieron que esta es quien los ayuda más en el estudio, la lectura; y en el caso de las niñas, en el juego. Las hermanas también desempeñan estas funciones. Los niños manifestaron jugar más con los hermanos, y con ellos también escuchan música. Tanto niños como niñas coincidieron en que son las madres quienes asignan tareas domésticas a realizar. Los niños y niñas perciben la responsabilidad de la madre sobre roles reproductivos como su cuidado y alimentación, o realización del trabajo doméstico.

En estos espacios de intercambio, no se estableció consenso en torno a la definición de las voces de autoridad en la familia. La mayoría (35,7%) de los entrevistados considera que es la madre la vocera principal, sobre la base de diferentes argumentos: es quien tiene más acceso a la información, control sobre la casa, conocimiento sobre la descendencia, historias laborales más interesantes, y mejor preparación y discurso. Algunos entrevistados (18,2%) identifican a figuras masculinas como el abuelo o el padrastro, como voces legitimadas por el respeto que infunden. Otros (28,6%) enuncian que en el seno familiar todos son escuchados y atendidos, principalmente la madre y el padre, en función de quien posea la información. Uno de los padres argumenta que la principal mediación radica en el acceso a la información, por lo que, en su casa, él y su sobrina son las voces autorizadas, dado que trabajan en la calle y tienen internet en el móvil. Esta información devela que generalmente la voz de autoridad está marcada por la posesión de información valiosa, ya sea del plano público o doméstico, y el respeto que se genere. Es por ello que la mayoría se decanta por que sea la madre la más cualificada para compartir información con base a su desenvolvimiento en la casa, la posesión de empleos que trabajan con público y la relación con la descendencia.

Los contenidos o expresiones de la comunicación, en los espacios de interacción familiar conjunta, se caracterizan por abarcar temas de la cotidianidad. En el abordaje de estos temas destacan más las mujeres (15,2%), que los hombres (3%). Aunque una gran parte (39,4%) alega hablar de cualquier cuestión, sin especificar cuáles, se observó una tendencia al equilibrio en las repuestas con un discreto predominio de las mujeres en el abordaje de temas diversos (33,3% del total de hombres y 41,7% del total de mujeres). En el caso de los progenitores masculinos, mencionaron también temas como el trabajo (33,3% del total de hombres) y la agricultura (33,3% del total de hombres). En las entrevistas se retrata una realidad similar en la cual la cotidianidad es el tema principal (57,1%), aunque se identificaron otras temáticas como las noticias (21,4%) y problemas familiares (14,3%).

Con los niños se habla en mayor medida sobre las cosas de la escuela (62,5% del total de encuestas infantiles), en particular, de los aspectos referentes al estudio. En el caso de las hembras, los intercambios sobre la escuela ocupan un 40% (de acuerdo a las encuestas infantiles) y los temas abordados son más amplios. Hacen referencia a la cotidianidad escolar y las relaciones que se establecen en esta, por ejemplo, las entrevistas cuentan que sus hijas les dicen: “entró un niño nuevo” (madre entrevistada) o “tengo un enamoradito” (padre entrevistado). También hablan sobre trabajos y tareas, o sobre amistades. Además, incluyen en las conversaciones con las niñas, orientaciones para que obedezcan a la maestra, consejos y respuestas a sus inquietudes.

En cuanto a los varones, los contenidos referentes a la escuela representan un 22,5%. Estos están cargados de mensajes asociados a la importancia del estudio y las asignaciones escolares. Mientras que las conversaciones sobre la escuela con los niños son más normativas o instrumentales, en el caso de las niñas se presenta una amplitud de temas más allá del currículo escolar y son más descriptivas al contar su cotidianidad.

La educación es parte de la agenda comunicativa de la familia (12,2%), tanto para las mujeres (6,1%) como para los hombres (6,1%). Los docentes encuestados coinciden en que esta tiene un papel primordial en la comunicación que establece la familia con los infantes (77,8%). Teniendo en cuenta esto, puede decirse que la información que más intercambian las familias con sus descendientes, es la referida al entorno escolar, con algunos matices diferenciados por género: a los niños se les regula más el desempeño académico y las niñas hablan de temas más diversos sobre su jornada estudiantil.

Los docentes encuestados declaran que, además de la escuela y el estudio, los familiares conversan con las niñas sobre presencia física (66,6%), actividades domésticas (22,2% solo las mujeres) y libros, televisión u otro consumo (33,3% las mujeres y 22,2% los hombres). En tanto con los varones se habla de presencia física (22,2%), de tareas domésticas (11,1% solo las mujeres), de juegos (22,2% solo los hombres) y de consumos culturales y mediáticos, (33,3% las mujeres y un 22,2% los hombres). Estas cifras demuestran la jerarquía de temas que para los docentes se abordan entre familiares y niñas/niños.

Los temas señalados por la familia coinciden con los mencionados por el personal educativo. La escuela ocupa el primer lugar en las conversaciones con los infantes. Sin embargo, la jerarquía otorgada por los familiares al tratamiento del resto de los temas difiere un tanto de las indicada por los docentes. En orden de prioridad alegan conversar con las hembras sobre la presencia física, las labores del hogar y los consumos mediáticos; y con los varones, de los consumos, los juegos, en primera instancia y de la presencia física y las labores domésticas, en última. Sobre las tareas domésticas conversan solo las mujeres y sobre los juegos, solo los hombres. Esto se revierte en la educación familiar de niñas para el trabajo hogareño y de niños, para la diversión, todo ello a partir de la comunicación.

Los contenidos de la comunicación que prefieren los infantes también reflejan diferencias por género. Por un lado, las niñas prefieren conversar con su familia sobre cosas personales (5%), cotidianidad (2,5%) y salud (2,5%); y, por el otro, los niños incorporan a sus conversaciones familiares temas en cuanto a la cotidianidad (12,5%), caballos (2,5%), cocina (2,5%), historias (2,5%) y todo en general (2,5%). Ambos conversan sobre lo que quieren ser de grandes (2,5%). Si bien las niñas dedican más sus intercambios a la escuela, prefieren contactos un poco más íntimos y personales, mientras que los niños tienen propuestas más variadas de conversaciones.

Por otro lado, se identificaron matices diferenciadores en el tono que usa la familia para dirigirse a los infantes. Según las encuestas aplicadas a miembros del núcleo familiar, a los niños (24,2%), más que a las niñas (18,2%), se les habla en un tono correctivo y de autoridad. En el tratamiento de las niñas predomina un tono protector y pendiente en un 60,6%, frente al 57,6% de los varones. También se utiliza con ellas un tono permisivo y cariñoso (18,2%), menos frecuente en el caso de los niños (15,2%). Con respecto al volumen de voz usado por la familia, las encuestas infantiles develaron que a los niños les suelen hablar, principalmente las familiares mujeres, con cariño y en voz baja (40%); un poco menos que, en el caso de las niñas (57,5%).

Los niños y niñas confirmaron esta tendencia en el grupo de discusión. Afirmaron que las mamás les hablaban en voz baja o normal, sin gritar, cariñosamente y que eran más amables; mientras que los papás hablaban normal, con paciencia, amabilidad y eran más serios. También comentaron que hombres y mujeres no se comunican igual porque “la mujer habla bajito y el hombre alto” (niño del grupo de discusión). En conclusión, las familiares mujeres son más cariñosas que los hombres al comunicarse con los infantes, en tanto estos asumen una posición de neutralidad y pasividad.

Los docentes, a través de las encuestas, declararon que la comunicación de familiares mujeres con niñas y niños se caracterizaba por ser afectiva (22,2%), normativa (66,6%) y menos dialógica con las niñas (22,2%) que con los niños (33,3%). En tanto, apuntan que la comunicación de familiares hombres con niñas y niños es igual de normativa (66,6%), mientras que las niñas (33,3%) presencian menos diálogo que los niños (44,4%). Se puede concluir que los hombres/padres no suelen hablar afectivamente con su descendencia, y que la función normativa es la más frecuente, tanto para dirigirse a hembras como a varones, aunque en este último caso los hombres prefieren compartir más dialógicamente con ellos.

La frecuencia del uso de mensajes normativos también fue observada en la entrega y recogida de infantes en la escuela, donde las mujeres les hablaban predominantemente fuerte y alto a ambos, y de forma autoritaria, con 2 excepciones que usaron un tono suave para dirigirse a niñas y niños. En el caso de algunos hombres, sí se observaron distinciones al hablarles a niños y niñas: hablaban fuerte y alto con los niños y suave, con las niñas. Otros, se mantuvieron solamente receptivos, es decir, escuchaban las anécdotas y noticias de los niños y niñas, sin emitir respuestas o mantener un intercambio. Las intervenciones eran ―en caso de que existieran― predominantemente normativas.

Esta diferenciación se demuestra también en las interacciones afectivas de los familiares con infantes, puesto que los saludos y despedidas con las mujeres son más alegres, afectuosas o emotivas (principalmente si se trata de mujeres con niñas). En el caso de los hombres, son más relajados e incluso apáticos. Sus interacciones afectivas con niñas son principalmente besos, abrazos y caricias fundamentalmente en los brazos; con niños, son esencialmente estas caricias o contactos en la cabeza o los brazos, estrechones de mano y risas.

En torno a la frecuencia de la comunicación con niños y niñas se evidencian determinadas brechas. Por ejemplo, mientras que la mayoría de los familiares encuestados (90,9%) afirma que su comunicación con los niños es constante, en menor medida (84,8%) dice lo mismo respecto a las niñas; información respaldada por los docentes encuestados que califican la comunicación familiar-niño más abundante respecto a las niñas, debido a la escasez de interacciones de familiares hombre con niñas. En ese sentido los docentes encuestados declararon que la comunicación de los familiares hombres con su descendencia es predominantemente poca (55,6%).

Los matices antes descritos, varían desde la percepción de los infantes. Según las encuestas infantiles, las niñas (77,5%) perciben una sistematicidad en la comunicación superior a la de los niños (55%). En tanto estos (45%) declaran una comunicación más asistemática frente a las niñas (22,5%). Las propias encuestas develaron que los porcentajes de mayores frecuencias están dados por familiares mujeres y los de menor sistematicidad por familiares hombres, la menor frecuencia se registra de familiar hombre hacia niñas (cuestionario infantil, casi nunca: 5%; cuestionario docente, ninguna frecuencia: 11,1%). Es decir, que las mujeres son más comunicativas con la descendencia, en tanto los hombres presencian menos intercambio con los infantes, principalmente con el género opuesto.

Otras prácticas que denotan diferencias intergenéricas giran en torno al consumo mediático. Se identificó, que un 24,2% de los familiares encuestados y un 28,6% de los entrevistados ve el noticiero, lo que los convierte el consumo más estandarizado de la muestra. Además, un 21,2% de las encuestas afirman consumir novelas, cifra de la cual el 85,7% son mujeres. Las mujeres asumen que este es un consumo naturalmente femenino. Una de las entrevistadas refirió que “hasta los hombres la ven” (madre entrevistada), con lo que reafirma que no es un consumo usual para ellos. De hecho, solo un 11,1% de los encuestados hombres, afirmó que veía telenovelas. Los otros programas o contenidos televisivos más consumidos por la familia son: animados (12,1% las mujeres y 3% los hombres), películas (9,1% las mujeres y 3% los hombres, principalmente de acción, en el caso de un niño, y comedias, en el caso de una niña según las especificaciones de los entrevistados), Vivir del Cuento (12,1%), Mesa Redonda (6,1% las mujeres), De tarde en casa (6.1% las mujeres), programas educativos y documentales (6,1% las mujeres y 9,1% los hombres), humorísticos (6,1%), campesinos (3% las mujeres), aventuras (3% las mujeres) o cualquiera (3% las mujeres).

La música es otro de los consumos recuperados por la investigación, que arroja que mientras los adultos se decantan por escuchar cualquier tipo de música, en general; además de prestar oídos a la radio y las noticias; tanto las niñas como los niños prefieren escuchar reguetón: las niñas en mayor medida (35%) que los varones (27,5%). En tanto, estos últimos presentan un catálogo musical más diversificado, que incorpora la música “repartera” (2,5%),4 la mexicana (2,5%), la electrónica (2,5%), la extranjera (2,5%), la variada (5%), y la “que escuchan los emos” (2,5%).5 Las niñas, por su parte, solo declararon oír música campesina (2,5%), moderna (2,5%), la “que escuchan los emos” (2,5%) e infantil (7,5%).

En un análisis más general de las prácticas comunicativas investigadas, orientado desde sus componentes, se concluye que el actor más importante de la comunicación familiar es la madre, quien es el referente de interacción con la descendencia al tiempo que controla el universo del hogar y la socialización con la familia. Por otro lado, mientras que las expresiones de la comunicación contienen en el ámbito familiar temáticas comunes como la cotidianidad, lo diario o las cosas que pasan, en el intercambio con los infantes se manifiesta la escuela como eje central de las informaciones y mensajes. El canal o instrumento empleado para la comunicación en la familia residencial es la voz, pues las interacciones son interpersonales o grupales, inmediatas; sin embargo, en la familia extendida se emplean otros canales, como el teléfono.

Las representaciones establecidas y manifiestas en las prácticas comunicativas están marcadas por una notable diferenciación genérica que va desde la percepción e internalización de los géneros hasta la expresión/exteriorización y socialización de esas percepciones, que en la medida en que se instalan en la cultura como la imagen correcta y el deber ser de cada género, se configuran como estereotipos.

Algunos de los estereotipos tradicionales que se trasmiten discursivamente de la familia a la descendencia son los asociados a las relaciones de pareja o a las reacciones frente al dolor. Un 18,2% de familiares normaliza para los hijos varones el hecho de que tengan novia, con frases como “métele”, “si ella lo sabe” o “debes tratar con cariño a las niñas”. En cambio, una notable cifra de familiares (63,6%) prohíbe las relaciones a las hembras y varones con el argumento de la edad. Con las caídas sucede que a los varones (18,2%) se les exige el cese del llanto un poco más que a las hembras (15,2%) con la estereotípica expresión “los machos no lloran” o “el llanto no te va a curar”, “levántate que eres fuerte”. Las niñas son un poco más consentidas (12,1%). No obstante, ambos (72,7%) son regañados por correr. Estas expresiones junto a otras como “ten cuidado, no seas marimacha” dan cuenta de un discurso sexista en algunos de los familiares de la muestra. Si bien los porcientos no son mayoritarios, hablan de micromachismos explícitos en la práctica comunicativa cotidiana dentro del seno familiar que reproducen estereotipos de género y aumentan la brecha diferenciadora entre hombre y mujer. Sin embargo, una mayoría (42,4%) afirma usar un discurso similar para hembras y varones, lo cual puede ser un indicador de la potencial superación de estereotipos o de percepciones distorsionadas sobre el tema.

A través de las encuestas infantiles pudieron constatarse percepciones diferenciadas sobre cómo deben ser niñas y niños. A ellas se asociaron características relacionadas a la pasividad, la entrega, la responsabilidad, la imagen personal, la emoción y el cuidado; mientras que en ellos se resaltaron rasgos productivos, activos y protectores. En común destaca la alusión al hecho de que ambos deben ser estudiosos, buenos y educados. Esta tendencia se repitió en los cuestionarios aplicados a familiares adultos. Es evidente la existencia de estereotipos sobre las identidades masculina y femenina, que remarcan el carácter delicado de la mujer y la función de trabajador-proveedor del hombre.

Estas miradas estereotipadas acaban siendo parte de la socialización de género en el seno familiar y son incorporadas y reproducidas por niñas y niños durante su desarrollo. De hecho, entre las razones que los infantes esbozaron por las que prefieren ser niñas y niños, se observaron coincidencias con estos estereotipos, reflejadas en las asociaciones: mujer-espacio doméstico-maternidad, hombre-espacio público-fuerza-competitividad.

Sus preferencias en torno a los juegos infantiles también se sitúan en esta diferenciación: ellas se decantan por juegos pasivos asociados a roles reproductivos, mientras ellos prefieren juegos más dinámicos y competitivos, como se ilustra en la figura 5. Los regalos ofrecidos a los infantes por sus familiares coinciden con esa división.

Al compartir juegos con su descendencia, los familiares también establecen determinadas diferencias: la mayoría declara jugar al parchís en familia; con los varones se juega a la pelota (principalmente los padres), al papalote, a las cartas, a videojuegos, montar bicicleta o dominó. Si bien la madre detenta la mayoría de responsabilidades sobre la crianza, el padre dispone de más tiempo libre para realizar actividades asociadas al ocio. Así, en lo relativo a la mayor disponibilidad de tiempo para el juego, los padres (12,5 %) superan a la figura materna (10%) según resultados del cuestionario infantil. En este indicador, los hermanos constituyen mayoría (40%).

Fuente: Elaboración propia a partir de la información del cuestionario aplicado a infantes.

Figura 5 Juegos favoritos de la muestra de infantes 

Por otro lado, las aspiraciones futuras de niñas y niños tienden a reflejar estereotipos y roles de género tradicionales. Ellas suelen escoger oficios o profesiones feminizadas y ellos, aquellas con mayor representación masculina (ver figura 6). Esto coincide con características del entorno comunitario y familiar. Se hacen notar en estas elecciones rasgos de identidades femeninas y masculinas tradicionales. Por ejemplo: es clara la predilección de los niños por profesiones u oficios que requieren mayor fuerza, intrepidez y dinamismo.

Fuente: Elaboración propia a partir de la información del cuestionario aplicado a infantes.

Figura 6 Aspiraciones profesionales de la muestra de infantes 

Los familiares entrevistados declaran querer que sus hijos e hijas estudien lo que ellos decidan, que gocen de libertad y se realicen como personas de bien. Solo una minoría (18,2%) de los familiares encuestados afirma que prohibiría o disuadiría a su niño o niña de querer estudiar una profesión asociada al otro género; otro 33,4 % afirmó que solicitarían un mejor pensamiento al respecto; cifra que se ratificó en el taller con familias, donde se persuade y se intenciona un cambio de actitud en cuanto a la profesión escogida con base en las capacidades de cada sexo.

Aunque las familias expresan el deseo de que su descendencia decida sobre su futuro con libertad, discursivamente, algunas establecen límites acerca de lo que es más adecuado para una mujer o para un hombre. En general, los infantes de la muestra, quieren dedicarse a lo que ven en su familia. Por ejemplo: muchos parientes trabajan en el policlínico comunitario, ya sea como médicos, dentistas o incluso imagenólogos; otros muchos son choferes del turismo o de carros interprovinciales. De ahí, las principales aspiraciones profesionales planteadas.

La familia es un agente socializador de género muy importante, y en el hogar, se concreta la reproducción de estereotipos y roles genéricos que son aprendidos por los infantes. Los familiares encuestados hicieron una distribución de tareas domésticas entre los pequeños, de acuerdo a construcciones de género tradicionales, confiriéndoles a las hembras la responsabilidad de limpiar (36,4%), fregar (39,4%), poner la mesa (18,2%), ayudar en la cocina (21,2%), tender la cama (6,1%), sacudir (39,4%), planchar los uniformes (66,7%) y doblar la ropa (33,3%). Por otro lado, a los varones se les asignan tareas como botar la basura (27,3%), regar las plantas (18,2%), hacer mandados (21,2%) y tareas de mantenimiento (57,6%) (ver figura 7). Al igual que en las mujeres familiares, la carga doméstica cae sobre las niñas, mientras que los niños solo reciben labores asociadas con salir de casa como la búsqueda de los mandados, desechar basura; o con trabajos de fuerza, muy semejantes a las actividades que la encuesta de familias asocia con los hombres.

Fuente: Elaboración propia a partir de la información del cuestionario aplicado a familias.

Figura 7 Distribución de tareas domésticas en infantes, propuesta por la muestra de familiares 

Es evidente cómo la familia trasmite determinados estereotipos asociados a roles de género a su descendencia, mediante la asignación de tareas domésticas. Tanto en las entrevistas, como en el grupo de discusión con familiares, se constató que son las hembras quienes más apoyan el trabajo doméstico (roles reproductivos), en tanto los varones suelen ayudar en el patio o en el campo (roles esencialmente productivos). Si se analiza holísticamente este fenómeno, se evidencia que la propia familia, en la distribución de tareas domésticas refuerza las distinciones entre un sexo y otro, lo que también se corroboró en las respuestas dadas por niña y niños en los cuestionarios.

En ese sentido los hombres son mucho más tradicionales. Según informantes clave, existe en la zona un imaginario homofóbico arraigado esencialmente en los hombres, quienes temen que los hijos, en su proceso de crianza y socialización, se identifiquen con el género femenino; es por ello que insisten en juegos para cada sexo. En un caso, un padre entrevistado declaró: “mi hijo vive actualmente con la madre, la abuela, la tía, son mujeres casi todas, yo trato de hacer actividades masculinas, vamos al parque, yo le enseñé a montar bicicleta a él”. Se ratifica aquí la postura masculina que considera como necesaria la crianza diferenciada de hembras y varones. Las prácticas en este sentido tienen entre sus bases la homofobia identificada en el imaginario de familiares hombres.

En este punto, se puede señalar la existencia de un discurso más tradicional, patriarcal y diferenciador en el caso de familiares hombres (padres). Estos establecen distinciones entre hembras y varones, en diferentes espacios como los juegos o las sanciones, y socializan así estereotipos en torno a los espacios de cada sexo y sus límites.

Por otra parte, las declaraciones que intercambiaron familiares mujeres en el grupo de discusión constatan una voluntad hacia el cambio y la equidad de género, pero sus argumentos contienen matices sexistas y estereotipos, que están muy arraigados en sus imaginarios individuales y colectivos. Las mujeres comparten la idea de la virginidad como un valor agregado, porque se asocia a la castidad y la pureza que consideran deben tener las féminas; la frase que mejor ilustra esta afirmación es “estar nueva”. Comparten imaginarios sobre la supervisión maternal de la descendencia, a partir de los cuales la madre es considerada una figura sagrada; que exige a hijos e hijas que no le mientan.

Conclusiones

Los resultados obtenidos en la presente investigación develan que las construcciones de género socializadas a partir de prácticas comunicativas en la muestra de familias de Mayajigua están dadas por visiones tradicionales sexistas y valores culturales de los géneros asociados al arraigo del patriarcado.

Estas prácticas comunicativas se asumen como de legitimación por contribuir a la reproducción de un sistema cultural con base en el patriarcado y el desequilibrio entre los sexos. A partir de un discurso implícito en una serie de expresiones contentivas de estereotipos asociados a la imagen o los espacios limitantes de los géneros se legitima, en la descendencia, la representación de modelos tradicionales de feminidad y masculinidad, que se complementan con los consumos culturales, las aspiraciones profesionales y el intercambio con otras instituciones sociales.

El actor principal de la comunicación familiar es la madre, que constituye el centro de la realidad cotidiana del hogar, intercambia más con la descendencia y presenta más interacciones con el resto de la familia. Precisamente, este miembro, controla el universo del hogar y las necesidades factuales de la familia y es máxima responsable del cuidado y educación de la descendencia. Es notable su protagonismo en relación con las expresiones de interés familiar moduladas por ella y sus consecuentes representaciones (asociadas al género). Se evidencia, además, la inmediatez de la comunicación en la familia dada la ausencia de canales más allá del propio cuerpo. Estas tendencias componen un escenario propicio para la socialización de construcciones de género legitimadas por la práctica comunicativa cotidiana.

Las representaciones, en función de los sistemas de significados contenidos en las expresiones, están asociadas a las construcciones de género que llevan implícitas y que reproducen a partir de la socialización de la descendencia en la interacción comunicativa. Los espacios, frecuencias o contenidos de estas interacciones, así como sus actores conforman un universo comunicativo en el cual más allá del discurso, se configuran construcciones de género que legitiman las construcciones tradicionales. Si se habla más con la madre que con el padre, en el espacio doméstico, durante el tiempo libre o la realización de tareas, sobre cotidianidad o escuela; si se consumen determinados programas televisivos; si se repiten determinadas expresiones estereotípicas; se van creando paulatinamente patrones en los infantes, aun cuando estas enseñanzas implícitas no sean intencionales. Es decir que, a nivel de discurso, no hay un propósito marcado por parte de los tutores de socializar el sexismo, sino que se trata de una reproducción factual inconsciente de valores culturales tradicionales que matizan las prácticas comunicativas cotidianas con diferencias tácitas o manifiestas entre el hombre y la mujer.

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1La familia nuclear hace alusión al asentamiento de estructuras de parentesco en una vivienda, a esta se le llama además grupo doméstico; generalmente esta denominación infiere la existencia de la familia de procreación de Parsons, es decir la unidad conyugal formada por el matrimonio y sus primeros descendientes que conviven en la misma residencia.

2Cuando se habla de familia nuclear incompleta se alude a que uno de los conyugues está ausente, es decir que se trata de un hogar monoparental. Las ausencias de miembros, conyugues o jefes de familia/núcleo están dadas por la última etapa del ciclo propuesto por Fleitas, la separación por: divorcio, migración o muerte.

3La familia extendida o extensa va más allá de la unidad conyugal residencial e incluye generaciones de ascendientes y descendientes asentados en más de un núcleo habitacional básico.

4Radamorfa cubanización del raggamuffing jamaiquino conocido popularmente como reparto o música repartera, o reguetón cubano.

5Música rock

Recibido: 15 de Octubre de 2021; Aprobado: 04 de Mayo de 2022

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