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Conrado

versión impresa ISSN 2519-7320versión On-line ISSN 1990-8644

Conrado vol.15 no.66 Cienfuegos ene.-mar. 2019  Epub 02-Mar-2019

 

Artículo Original

Del espacio artístico-literario al espacio urbano. Una lectura crítica desde la perspectiva literaria para su estudio

From the artistic-literary space to the urban space. A critical reading from the literary perspective for its study

Liosdany Figuera Marante1  * 
http://orcid.org/0000-0002-3200-0000

1Universidad de Cienfuegos. Cuba

RESUMEN

En los estudios literarios actuales la cuestión del espacio crece en importancia para la ciencia literaria. Es visible ya la atención respecto a la utilidad de la categoría espacial en el género narrativo. Evidente si se tiene en cuenta que ha aumentado, la diversidad de textos que aluden al funcionamiento de la espacialidad, con mayor énfasis en el contexto europeo y latinoamericano en las últimas décadas. No obstante, la insuficiencia de perspectivas metodológicas se manifiesta en la configuración del espacio en una obra literaria; en desventaja respecto a categorías como el tiempo, los personajes o el narrador en tal sentido. Uno de los retos actuales en el estudio de la dimensión espacial es la de establecerse en los campos de análisis de investigadores, críticos y estudiosos de textos literarios, a partir del papel que ocupa en la construcción de la estructura de la obra y en la relación con los demás elementos narrativos. Desde este posicionamiento, el presente artículo pretende mostrar la evolución de la categoría del espacio y su importancia en la literatura.

Palabras clave: Espacio artístico-literario; espacio urbano; ciudad; literatura

ABSTRACT

In the literary studies of XXI century, the space is very important for the literary science. The attention of the space category is visible in the narrative gender. The diversity of texts that mention the operation of the space are more frequent in the last decades in the European and Latin American context. The inadequacy of methodological perspectives is manifested in the configuration of the space on literary work; it is fewer studied regarding categories like the time, the characters or the narrator. One of the current challenges in the study of the space dimension is the stand out on the fields of investigators' analysis, critical and studious of literary texts. The present work seeks to show the evolution of the space and its importance in the literature.

Keywords: Artistic-literary space; urban space; city; literature

Introducción

La desventaja que ha tenido el espacio en el campo literario comparado con otras categorías, se ha reducido por el constante acercamiento de numerosos investigadores desde la segunda mitad del siglo XX y ha revalidado el valor del espacio y su importancia en los estudios teóricos y críticos como su funcionalidad en el texto.

Este tipo de estudios son más prolíferos en Europa; especialmente en España, posee un papel destacado en la profusión de perspectivas metodológicas, la Universidad Complutense de Madrid. En Latinoamérica a partir del comienzo del nuevo milenio fundamentalmente se ha acrecentado el interés del espacio literario. Investigadores como Fernando Aínsa y sus textos Espacios del imaginario latinoamericano. Propuestas de geopoética e Identidad cultural de Iberoamérica en su narrativa y Alicia Llarena (2007) y su estudio Espacio, identidad y literatura en Hispanoamérica, son referentes de obligada consulta para comprender el rol del espacio en la formación de la identidad cultural latinoamericana. En el ámbito académico, a pesar de los esfuerzos de universidades latinoamericanas, la Universidad de Chile y la Universidad Autónoma de México, con un rol decisivo por incentivar este tipo de investigaciones, se puede sostener que en la actualidad existe insuficiencia en los estudios literarios del continente.

En el contexto cubano las carencias de análisis en torno a la espacialidad literaria es evidente y según García Yero (2010), en nuestro país se ha tardado en demasía una consideración del espacio en el plano de la literatura y el desinterés de la crítica no solo en el siglo pasado sino también en el presente. Su concepción se refleja en dos investigaciones que constituyen valiosos textos por sus análisis, conceptualización y propuesta metodológica para los estudios sobre el espacio en la literatura. En Novelar también es derretirse, a partir del análisis de la poética espacial en la narrativa de José Soler Puig, se formula una terminología para el tratamiento del espacio literario. En su Espacio literario y escritura femenina se hace hincapié en la perspectiva femenina del espacio en la obra de escritoras cubanas.

Desde la academia en la Universidad de La Habana se han presentado investigaciones doctorales relacionadas con la temática del espacio en textos narrativos: Consideraciones sobre el espacio en los cuentos de Julio Cortázar de Maryam Haghroosta (2004), y El espacio íntimo desde el enfoque de género en las novelas de “Ifigenia” y “Las memorias de Mamá Blanca” de Teresa de la Parra de Carlos Narváez (2008). En la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas y en la Universidad de Oriente, se han desarrollado una serie de estudios sobre tiempo y espacio en la narrativa latinoamericana y cubana. Es apreciable en estos trabajos investigativos, el predominio del estudio espacial en novelas latinoamericanas en relación con novelas cubanas. Además de una prevalencia notoria de los espacios urbanos y el papel destacado de la ciudad en el desarrollo de la literatura de América Latina. Sin embargo, se puede sostener que fuera del ámbito académico, la crítica especializada, ha mirado con más recelo aún, el funcionamiento del espacio en la literatura.

Al analizar el espacio literario, uno de los sistemas que presenta una estructura más compleja e interesante es el espacio urbano o espacio de la ciudad. En la literatura universal en sentido general se ha utilizado de forma consciente o no, el recurso de la ciudad como elemento narrativo, con un papel autónomo dentro del texto, como si fuese un personaje más, o como trasfondo de la acción que desarrollan otros personajes. Es por ello que en este trabajo se defiende la relevancia del espacio como una categoría de gran valor en los estudios literarios y la comprensión del mismo por parte de investigadores, críticos y estudiosos de la literatura. A continuación se abordará sucintamente algunos enfoque teóricos y el papel de la ciudad como uno de los espacio privilegiados por los creadores. De ahí su importancia de atenderlo desde sus diversas concepciones teórico-metodológicas.

Desarrollo

Desde la segunda mitad del siglo XX, destacados teóricos en el campo literario, han definidos posturas en relación a la jerarquía del espacio y su funcionalidad en una obra narratológica. Slawinski (1989), un autor clásico para el tema, visionaba desde fecha tan temprana que la problemática del espacio literario ocuparía en un futuro no lejano un lugar de privilegio en los marcos de la poética: “El espacio está tomando venganza por las múltiples ocasiones en que fue subordinado. He aquí que está pasando a un primer plano en los intereses investigativos de la poética: resulta que no es ya simplemente uno de los componentes de la realidad presentada, sino que constituye el centro de la semántica de la obra y la base de otros ordenamientos que aparecen en ella”.

En tal sentido formula una serie de perspectivas investigativas en las cuales el espacio artístico puede ser tratado desde miradas diversas, e incluso enumera y dispone para un mismo estudio la imbricación de las mismas, aclarando siempre la supremacía de una en relación a las restantes, que complementan el resultado final del análisis.

Estos enfoques, explicados con amplitud son, la poética sistemática, la poética histórica, las representaciones espaciales fijadas en el sistema semántico del lenguaje, los patrones culturales de la experiencia del espacio y su papel en el modelado del mundo presentado, los universales espaciales arquetípicos, el espacio literario como análogo del espacio físico, y la obra artística toda como un espacio.

Actualmente son palpables en las investigaciones teórico-literarias, la dinámica que ofrece la exploración del espacio artístico, como un elemento dentro de la obra con vida propia y eficaz en la estructura narratológica. Llerena (2007), destacando el poder semántico del espacio literario, sentencia que “este ha ido cobrando un renovado interés, que puede palparse en distintos ámbitos del escenario teórico más reciente: desde la descentralización de las literaturas nacionales y la irrupción de las periferias, hasta los movimientos migratorios, o los contrastes entre la globalización y el multiculturalismo, pasando por las reflexiones sobre la diversidad y la diferencia, lo cierto es que en nuestros días el espacio literario es un signo privilegiado en la interpretación y la valoración de las culturas, e incluso un campo de estudios que ya manifiesta su autonomía entre las modas académicas, como indica el surgimiento de la ecocrítica, quizás la última venganza del espacio frente al largo descuido teórico y social al que lo hemos ido relegando, y que algunos denunciaron hace tiempo con visionaria claridad”.

No obstante, aún existen insuficiencias al abordar el tema del espacio artístico o literario y en Cuba, a juicio de García Yero (2010), se “ha tardado mucho… una consideración del espacio en la escritura literaria”. Se considera de especial interés el abordaje teórico y su conceptualización en el campo literario. Partiendo de los criterios antes mencionados y de numerosos autores autorizados en el estudio del espacio en la literatura, abordados a continuación en este artículo, se presentan distintas posiciones al respecto.

Resulta substancial destacar, reconocido el papel que ocupa la espacialidad en la literatura, que penetrar en la exégesis de una obra narrativa, depende no solo del tratamiento recíproco con los demás componentes narrativos, sino además, como plantea Marchese (1989), la significación que adquiere el espacio como “una estructura que sustenta y signa el discurso narrativo, ya sea bajo el perfil general de la perspectiva, ya sea por lo que se refiere a su simbolismo, expresado mediante un lenguaje específico”. Contribuyéndose a la apreciación funcional del espacio y su aporte a la comprensión de los sistemas subyacentes en la obra; donde la descripción es fundamental para presentar el desarrollo narrativo de los hechos dentro de una obra, aportando consistencia y expansión de las estructuras del espacio.

Genet (1969), por ejemplo, le proporcionó gran importancia al papel de la descripción en el relato y en su obra Figures II, citado en Marchese (1989), sostiene que la narración se interesa en acciones y acontecimientos considerados como procesos, manifestándose el aspecto temporal y dramático del relato; la descripción en cambio se detiene sobre algunos objetos y seres vistos simultáneamente, considerando los procesos como espectáculos, deteniendo el curso del tiempo y dilatando el relato en el espacio. De Certeau (2000), por su parte, plantea a partir de la visión de Lotman, que la descripción es un acto culturalmente creador, y cuenta con un poder distributivo y con una fuerza performativa, cuando se reúne un conjunto de circunstancias, resultando en esta relación, fundadora de espacios.

Entre los variados senderos por los que ha transitado el espacio literario, Zubiaurre (2000), sustenta primeramente el espacio antropológico, desde las posiciones de disímiles estudiosos del tema. En una dimensión paralela se encuentra el espacio material, inducido en la geografía o topografía propia de cada novela y que es bien ejemplificado por Carrillo Torea (2003), al acoger el espacio material de la novela realista o naturalista, cuyos referentes históricos son fundamentales. Otras de las tendencias de interés es la forma espacial, acuñada por Frank (1945), en su obra Forma espacial en la novela moderna, donde se defiende la tesis que el espacio carece de movimiento y en desventaja respecto al tiempo, como una entidad atemporal.

Y por último la concordancia entre espacio y tiempo como categorías defendidas en la propuesta de cronotopo de Bajtín (1986), quien demarca muy bien que el espacio no es igual a ausencia de tiempo, al contrario es el precursor capaz de convertir al tiempo en una realidad visible. Desde esta visión se van a fusionar los elementos temporales y espaciales en un todo consciente y concreto. Por tanto, los indicios del tiempo se muestran en el espacio y el espacio es asimilado y mediado por el tiempo. Esta última categoría, es importante tenerla en cuenta, dada las posibilidades que brinda para el análisis literario. Fraticelli (2001), en tal sentido sustenta que “en la teoría literaria, la base de cualquier tipo de análisis es el estudio del cronotopo de un texto, según la definición de Bajtín, es decir, de las relaciones entre el elemento temporal y el espacial de una obra”. Por tanto, la sucesión de acontecimientos, en una narración, está determinada por el aspecto temporal, mientras que las descripciones intercaladas desempeñan la función de suspender el curso del tiempo y contribuyen a ensanchar la narración en el espacio.

Habría que incorporar además el espacio psicológico, espacio que se crea en el pensamiento mismo de algún personaje; junto a los espacios simbólicos o los espacios metafísicos que encontramos en la obra literaria de Jorge Luis Borges, como señala Carrillo Torea (2003). Teniendo en cuenta las diversas dinámicas espaciales, sustentadas con anterioridad, y a pesar de no coincidir con Carrillo Torea de que la concepción del espacio determina el género narrativo novelesco al que pertenece un texto, sí es acertado sostener que le otorga cierta identidad literaria.

De los teóricos señalados precedentemente, Lotman (1988), expone criterios que vinculan el espacio literario con el espacio del universo, donde el texto se relaciona directamente con el panorama cultural en el cual es construido: “los modelos históricos y lingüísticos nacionales del espacio se convierten en base organizadora para la construcción de una «imagen del mundo», un modelo ideológico global propio de un tipo de cultura dado. Sobre el fondo de estas construcciones adquieren significado de modelos espaciales particulares creados por un texto o grupo de textos dados”.

Otra de las aristas vitales a tener presente, es el simbolismo del espacio representado, unido a la semiótica que proporciona herramientas de interpretación fundamentada en arquetipos cosmológicos comunes a todos los seres humanos. Sin obviarse que el autor puede elaborar su propio código de signos en una narración. Esto posibilita una mejor interpretación del texto narrativo y los posibles significados ocultos en los espacios simbolizados. Partiendo del análisis de las estructuras espaciales, a juicio de Marchese (1989), “los acontecimientos y las acciones tienen lugar en itinerarios privilegiados de los personajes, en desplazamientos de un lugar a otro, en alejamientos y reencuentros, en partidas y regresos, en cambios de escena; situaciones en los que el elemento espacial no deja de desempeñar una función decisiva en la semiosis del relato”.

Se evidencia así, la existencia de un modelo o esquema del mundo, que puede ser estudiado desde los presupuestos en relación a la cultura y basados en la división del espacio en dos o más partes, orientadas desde el interior hacia el exterior, así como en un proceso inverso.

El espacio en la literatura, especialmente en la narrativa, no puede concebirse como una categoría aislada, al contrario, es un elemento esencial en la estructura del texto y en relación con el resto de los componentes implícitos dentro del mismo, como se plantea anteriormente. García Yero (2010), subraya al respecto que es “una estructura estructurante -una organización interna capaz de generar modos de configuración-, de la cual dependen y, en ocasiones, incluso provienen significados de gran importancia… funciona como un factor que contribuye fuertemente a organizar el texto.”. Criterio similar es defendido por Alonso Lera (2005), pues los estudios actuales se apropian del espacio literario como “una unidad estructural de primer orden, de hondas implicaciones con los otros elementos (personajes, acción y tiempo) y con los demás ingredientes narratológicos (diálogo, descripción, narración, focalizadores, narradores, lectores”. En tal sentido el espacio se nutre de una relación constante entre los elementos narrados dentro del texto.

Gullón (1980), sentencia que debe ser asumido en sus variadas aristas, como parte de un conjunto que le proporciona jerarquía, pues “su relación con el tiempo, con los personajes, con el narrador, con el lector, y la de ellos con él, importa más que la consideración aislada de cada uno de estos elementos.”. Plantea además que el espacio narrativo es un espacio verbal, que existe una ruptura de los lazos con el espacio real, y como tal tiene unas características propias. Para Gullón (1980), “el espacio literario es el del texto; allí existe y allí tiene vigencia… Una de las funciones del yo narrador consiste en producir ese espacio verbal, un contexto para los movimientos en que la novela se resuelve”, convirtiéndose el lenguaje en un aspecto significativo, pues le confiere sus peculiaridades distintivas.

En la prosa narrativa muchas veces la estructuración del espacio, refleja una visión realista, resultado de los conceptos y creencias a los que está asociado universalmente. En correspondencia De Certeau (2000), defiende que las estructuras narrativas tienen valor de sintaxis espaciales, con una serie de códigos, conductas ordenadas y de controles, que regulan los cambios de espacio, llevados a cabo mediante los relatos bajo la forma de lugares en series lineales o entrelazadas. Nociones similares son defendidas por Bajtín (1986), en su defensa del cronotopo novelístico del camino, a su juicio, concreto y orgánico, además de estar impregnado de motivos folclóricos. “El espacio se hace concreto y se satura de un tiempo más sustancial. Se llena de un sentido vital real y recibe una relación importante con el héroe y su destino”. En tal sentido, el desplazamiento de los personajes en el espacio pierden el carácter funcional de la combinación de los componentes espaciales y temporales.

Para Garrido Domínguez (1996), el espacio narrativo, más allá de un concepto “es ante todo una realidad textual, cuyas virtualidades dependen en primer término del poder del lenguaje y demás convenciones artísticas. Se trata, pues, de un espacio ficticio, cuyos índices tienden a crear la ilusión de realidad”. Por tanto, esta realidad textual como espacio favorece una multiplicidad de significados en el discurso narrativo, a partir de la pluralidad de opciones significantes que lleva intrínseco desde un discurso también fictivo.

Dentro del plano literario la posibilidad semiótica del espacio, es otra característica distintiva, donde su valor significante cobra importancia en la actualidad. Es válido plantear a partir de los criterios de Pimentel (2001), que “desde la perspectiva semiótica, un espacio construido - sea en el mundo real o en el ficcional - nunca es un espacio neutro, inocente; es un espacio significante y, por lo tanto, el nombre que lo designa no sólo tiene un referente sino un sentido, ya que, precisamente por ser un espacio construido, está cargado de significaciones que la colectividad/autor (a) le ha ido atribuyendo gradualmente”. Unido a la diversidad de significaciones que posee el espacio, es necesario tener presente su carácter referencial, dado en el contacto con la realidad, no sólo por la explotación de las descripciones de lugares, sino por la posible presencia de nombres en el texto literario.

La ciudad como espacio literario

La ciudad como espacio literario ha sido un recurso de mucha utilidad para los escritores a lo largo de la historia literaria. Desde las descripciones y juicios de notables cronistas de viaje hasta el espacio fictivo construido a partir de las vivencias o no, de grandes narradores o novelistas. En variadas ocasiones, la ciudad adquiere incluso un rol protagónico dentro del texto, a veces como espacio donde las relaciones de los personajes y la acción se desarrollan y a veces como un personaje más, incluso con protagonismo. Fraticelli (2001), subraya en tal sentido que “dentro del concepto de espacio literario, la ciudad adquiere una relevancia especial, sobre todo en los siglos XIX y XX, por el papel que representa en el desarrollo de los seres humanos. En esta época, el hombre nace, vive, realiza sus experiencias existenciales y muere en la ciudad; el trasfondo espacial de buena parte de la literatura moderna y contemporánea, o incluso postmoderna, es la ciudad, que puede ser vista y analizada como ciudad tentacular, ciudad - refugio, ciudad - madrastra, o simplemente como un lugar donde sus habitantes viven y aman, pero que casi nunca deja indiferente a sus lectores.”

Lo que varía, de un siglo a otro, es el grado de transformación de una misma ciudad en un espacio literario, variando como es lógico la representación del espacio real o descrito dentro del panorama literario, prestándole los escritores, especialmente los latinoamericanos un interés mayor al paisaje citadino o urbano a partir de la década del 50 del siglo XX, aunque desde el siglo XIX existen referencias al respecto. El lazo entre el espacio urbano y la sociedad que la rodea es sin duda fuerte y en constante cambio. Por tanto, la imagen que el hombre tiene de las ciudades en buena parte se le debe a la imagen propuesta por incontables escritores. Combinado como plantea Gorelik (2002), citado en Marcús (2010), con la aparición en los años sesenta de la centuria anterior de enfoques antropológicos, históricos y semiológicos que emprenden el estudio de la ciudad en términos de lenguaje, de discurso; surge entonces la idea de la ciudad como texto, teniendo en cuenta la lectura de las prácticas y los modos en que ella se experimenta y representa socialmente.

Uno de los aspectos primordiales es tener presente a la ciudad como un espacio sígnico, partiendo del carácter significante que puede tener dentro de un texto literario, no viéndolo solo como espacio concreto, sino incluso como personaje. Si la ciudad es un signo, vista desde la semiótica, la metodología a seguir para una interpretación literaria es necesariamente la lectura de ese signo, con su lenguaje propio y sus disímiles interpretaciones. Carrillo Torea (2003), aborda desde esta mirada el espacio urbano que “la ciudad como discurso en sí misma, como interlocutor permanente de quien la habita, propicia un diálogo en el que da cabida a la interpretación; esto último es lo que el texto literario permite: la posibilidad de recrear la ciudad, pues la escritura no sólo es capaz de representar a la ciudad o a sus espacios, sino auténticamente de "crear" la ciudad u otra ciudad, en tanto que sus interpretaciones pueden ser múltiples y variadas”.

Barthes (1990), sostiene la necesidad de una semántica de la ciudad; sin obviar que la semiología no provee la existencia de un significado definitivo, es necesario establecer una metodología de la interpretación del significante, puesto que la ciudad es escritura, y su significante se encuentra en contraste con la realidad de una geografía objetiva y descriptiva. Según este autor, para estudiar la ciudad escrita, el modelo a seguir debe ser el de considerar cada elemento urbano como si fuese un fragmento de un enunciado, y así el lector es quien debe aislar estos fragmentos y actualizarlos secretamente, según los códigos que posee.

En la relación literatura-ciudad, Augé (1998), estudia los movimientos que se establecen entre la ciudad y el escritor que la ha inmortalizado, afirma que “uno ve al autor a través de las ciudades que éste ha evocado y ve a las ciudades a través de aquellos que las han amado y descrito: fantasmas que gracias a nuestros recuerdos de lecturas continúan recorriendo sus calles y sus plazas”. Desde su experiencia al visitar ciudades como Venecia o París, reviven en su memoria, la obra de grandes autores como Thomas Mann o Marcel Proust, de ahí se desprende su tesis de la ciudad moderna como una ciudad novelesca y a la vez el lugar de la memoria.

Otro aspecto vital en torno al análisis de la ciudad es verla como promotor de la identidad de un pueblo, de los ciudadanos que la habitan desde su diversidad. La ciudad se convierte en una amalgama de identidades que fomentan a sus habitantes con sus particularidades citadinas, unido a las tradiciones que dicha ciudad conserva a lo largo de su historia y los límites que va construyendo en su evolución. Al respecto Campra (1994), plantea que “el espacio urbano, a partir de la existencia del límite que confiere identidad, establece un sistema de oposiciones que sirve como instrumento para descifrar el mundo: un código que conserva su vigencia aún cuando el límite, como realidad concreta y tangible, haya desaparecido”.

Como esboza Juliana Marcús (2010), no puede verse a las ciudades desde patrones arquitectónicos y urbanísticos, sino sobretodo como un caudal de símbolos a partir de las cuales sus habitantes procesan el espacio y le otorgan identidad, memoria y significación. Desde esta posición, “la ciudad adquiere identidad por la depositación de sentidos, de usos y formas culturales que son creación histórica de sus habitantes” a juicio de Margulis (2002), citado en Marcús (2010).

En este papel simbólico e identitario de la ciudad, la literatura dialogará con la misma desde la imaginación y su capacidad de significante. Barthes (1990), sustenta que “la ciudad es un discurso, y este discurso es verdaderamente un lenguaje: la ciudad habla a sus habitantes, nosotros hablamos a nuestra ciudad, la ciudad en la que nos encontramos, sólo con habitarla, recorrerla, mirarla”. Por lo tanto, como discurso, está disponible para ser leída, interrogada e interpretada. La ciudad representada en la literatura, muestra una multiplicidad de realidades, a partir de sus mismas contradicciones. Las singularidades que las ciudades han presentando, han sido asumida o rechazadas por quienes la habitan, pueden sus habitantes tener un fuerte sentido de pertenencia, vivirla a plenitud, pero también pueden tener un amargo sentido de desarraigo, vivirla consumidos por la nostalgia y el aislamiento. Estas posibilidades la encontramos a plenitud en la ciudad contemporánea, desde los presupuestos de autores como Augé y Certeau, unido a los criterios señalados de Barthes. Las obras literarias, describen, interpretan y se reinventan constantemente a las urbes en su discurso.

Los significantes urbanos variarán en la medida que se aprecien por los diversos grupos que en ella conviven, los cuales le otorgarán significaciones no coincidentes y a veces muy distintas que varían en función de sus códigos culturales de clase, de etnia o de generación. Sin olvidar la experiencia individual de quienes la habitan. Para Augé (2003), “Nuestra memoria y nuestra identidad están en juego cuando cambia la «forma de la ciudad», y apenas tenemos problema para imaginar lo que pudieron representar las conmociones más brutales de la ciudad para quienes, con ella, fueron también víctimas.”; esta idea retomada de las prácticas vividas en la ciudad de Berlín dividida por el mítico muro , es un fiel reflejo de que las ciudades facilitan la emergencia de nuevas formas de interacción, diálogo o conflicto.

La ciudad es un espacio socialmente construido, según Aínsa (2002), transcurre, evoluciona e influye en la vida del individuo y su colectividad. Como centro significativo de la experiencia y surgimiento de determinados grupos sociales, el significado de los espacios citadinos, se reflejan en la conciencia del que experimenta sus vivencias, y es precisamente es esta circunstancia donde la experiencia del escritor contribuye a la memoria e identidad de las ciudades. En relación a esta idea, es correcto entonces, señalar como plantea Bachelard (1983), que “el espacio captado por la imaginación no puede seguir siendo el espacio indiferente entregado a la medida y a la reflexión del geómetra. Es vivido. Y es vivido, no en su positividad, sino con todas las parcialidades de la imaginación”.

Es válido destacar además, la existencia de innumerables espacios urbanos donde el mito y la historia se entrelazan, motivadas por una secuencia de acontecimientos, otorgándole a estos espacios un valor histórico, donde la carga literaria y de referentes históricos-culturales, es cada vez más creciente. Para Aínsa (2002), el espacio urbano no es neutro, al contrario está matizado por una compleja urdimbre de memoria histórica y vivencia personal. Es el resultado de la reinvención de las ciudades que la realidad le propone en ocasiones al escritor:

Los escritores son, finalmente, los responsables de la «modelización» de las ciudades, y cumplen una función primordial de comprensión y de síntesis. Es por ello que las obras ficcionales de temática urbana no necesitan siempre representar la ciudad, con descripciones detalladas de calles, edificios y plazas correspondientes a urbes reales”.

De este modo, la ciudad, como resultado de la creación literaria, gesta un lenguaje entre ella y sus habitantes, un lenguaje con sus particularidades distintivas, que le permiten una lectura como un texto. La dimensión real del espacio integra la dimensión imaginaria como parte de una comunicación y un movimiento natural del espacio exterior al interior y viceversa.

Conclusiones

El análisis del espacio artístico-literario evidencia que éste no funciona solo como soporte de los acontecimientos narrados y el desarrollo de la trama, su papel es determinante en la construcción del sentido global de los textos. La configuración espacial provee una variedad de significaciones en el que se profundiza en los conflictos narrados y la complejidad de los personajes, más allá de la presentación de un marco de acciones y escenarios.

La variedad tipológica del espacio en la construcción de los escenarios que prefiguran una imagen de la ciudad en los textos literarios, manifiesta una heterogeneidad espacial en la concepción de espacios urbanos, aportando en tal sentido a los distintos planos espaciales una carga semántica enriquecedora. Es acertado sostener entonces, que tanto desde el punto de vista crítico como académico es imprescindible atender las posibilidades que brinda el espacio para el análisis literario.

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Recibido: 09 de Septiembre de 2018; Aprobado: 24 de Noviembre de 2018

*Autor para correspondencia. E-mail: lfiguera@ucf.edu.cu

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