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Conrado

 ISSN 1990-8644

        02--2019

 

Articulo Original

José Martí y su labor como pedagogo

Jose Marti and his labor as a pedagogue

0000-0001-5968-9859Juan Antonio Trujillo Delgado1  *  , 0000-0001-7443-8556Kenia Teresa González López Trigo1  , 0000-0001-5875-4057Dayron Miguel Díaz Torres1 

1Universidad de Cienfuegos. Cuba. E-mail: ktgonzalez@ucf.edu.cu ; dmdiaz@ucf.edu.cu

RESUMEN

Este artículo realiza un recorrido a través de la labor como pedagogo plasmada por el escritor, filósofo, periodista, político y revolucionario cubano del siglo XIX, José Martí, y sus principales conceptos de la educación, además de señalar los aportes más significantes que hizo a la pedagogía cubana. El ideario pedagógico de José Martí fue síntesis y a su vez superación de los objetivos planteados por los padres fundadores de la ideología y de la pedagogía cubana. El enfrentamiento a los vicios y las diferencias de una sociedad que no reconocía la importancia de colocar a los niños, jóvenes y hombres en general en contacto directo con los elementos del mundo en que vivían.

Palabras-clave: José Martí; pedagogo; educación; ideario; pedagogía

ABSTRACT

This article reads about José Marti’s labor as a pedagogue, writer, philosophic, journalist, politician and Cuban revolutionary of the XIX century. Besides, it deals with the main concepts of Education as well as pointing out the most significant contributions to Cuban Pedagogy.

José Marti’s pedagogical ideology was a synthesis and at the same time an upper approach of the Cuban Pedagogy and Ideology founders. The confrontations to vices and society differences, which did not recognize the importance of facing children, young, and men in general to the elements in life are also present in this work.

Key words: José Martí; pedagogue; education; ideology; pedagogy

Introducción

La vida, obra y el pensamiento de José Martí pueden ser vistos desde muy diversos ángulos, en la medida en que abarcan una inagotable variedad de aspectos. El propósito es presentar su perfil como educador y resumir sus principales ideas pedagógicas. Tarea para la cual no se tienen las ventajas de aquellos que investigan o analizan a Martí desde el ángulo privilegiado del excepcional escritor que fue. La grandeza de su estilo está en todo lo que produjo, desde los Versos Sencillos hasta el más entusiasta de sus discursos revolucionarios. Lo pedagógico, en cambio, se dispersa aquí y allá, para surgir en el lugar más inesperado. Pero su importancia es tal que su examen se justifica, no obstante ocultarse la mayoría de las veces, detrás de su labor literaria y de su ideario político. El proyecto educativo de Martí propone una perspectiva transformadora, en la que se incorpora la necesidad de un saber técnico, científico, estético, humanista, cívico. La formación integral del estudiante que participa de los procesos de enseñanza y aprendizaje en diferentes modalidades, formal o no formal, así como niveles educativos desde preescolar hasta el universitario.

Su filosofía de la educación muestra el alcance de un proyecto político que refleja los intereses teóricos y metodológicos del pensamiento liberal, ilustrado, así como emancipador. Estas características permiten valorar la vigencia en los actuales enfoques de la educación de niños, jóvenes y adultos, así como la educación popular. (Martí, 1976)

Martí fue maestro y profesor, en el sentido “escolar” de los términos, sólo por accidente, aunque sea preciso aclarar que la misma estructura de su personalidad hacía que, en él, lo contingente expresara lo permanente. Tuvo grandes mentores, como José de la Luz y Caballero (1800-1862), al que no conoció, y Rafael María de Mendive (1821-1886), que sembró en él las semillas de una vocación que nunca cesaría de crecer. José de la Luz había sido el maestro de la generación anterior a la de Martí, y según su propia confesión aquel le legó una lección fundamental: “Sentarse a hacer libros, que son cosa fácil, es imposible porque la inquietud intranquiliza y devora, y falta el tiempo para lo más difícil, que es hacer hombres”.

Pero si José de la Luz fue la leyenda, Mendive constituyó el ejemplo cotidiano de un poeta y un maestro. Martí llegó a las primeras letras en una pequeña escuela de barrio de La Habana. Pero tales fueron sus progresos que, cuando cumplía los diez años, sus padres decidieron enviarlo a otra más importante para que estudiara inglés y contabilidad. La pobreza familiar hizo que, muy pronto, su padre decidiera que “ya sabía bastante” y lo llevó consigo a trabajar en el campo. Un padrino protector insiste en presentarlo a Mendive que, en ese año de 1865, comenzaba a dirigir la Escuela Superior Municipal de Varones.

En esta escuela, Mendive había creado una atmosfera tal de poesía y de sabiduría que Martí sintió satisfechas todas las urgencias que tenía en ese sentido, revelándosele allí “su misma actividad creadora, que va tomando conciencia de sí gracias a tan fecundísimo trato”. En ese clima no solo despertó con brío a la vida del sentimiento y de la inteligencia, sino que también fue un poco maestro, ocupándose de la escuela durante las ausencias del director. Gracias al apoyo de Mendive, pudo hacer los dos primeros años del bachillerato, que completaría más tarde en España, como asimismo sus estudios universitarios. Así, en Madrid, comenzó sus estudios de derecho, filosofía y letras y, como andaba escaso de recursos, hizo sus primeras armas como maestro particular de dos niños, cuando apenas tenía dieciocho años.

De Madrid pasó a Zaragoza, donde obtuvo las licenciaturas de derecho civil y canónico y de filosofía y letras. De Zaragoza fue a París y después a Inglaterra, desde donde partió para México. Conoció así el enfrentamiento entre el romanticismo y el positivismo, asistiendo a los debates que en 1875 se realizaron en el liceo Hidalgo, caja de resonancia intelectual de las reformas de Benito Juárez y de Lerdo. Martí intervino en esos debates perfilando algunas ideas que profundizaría más tarde. Martí estuvo en México hasta fines de 1876, para trasladarse a Guatemala donde fue profesor de literatura y composición en la Escuela Normal Central que dirigía su compatriota Izaguirre, y de literatura alemana, francesa, inglesa e italiana en la universidad.

No obstante, su éxito en esta experiencia docente, la más sistemática que pudo cumplir, en septiembre de 1878 regresó a La Habana, donde obtuvo una autorización provisional para ejercer el profesorado en el colegio de primera y segunda enseñanza de Hernández y Plasencia, tarea que cumplió simultáneamente con un puesto en un bufete jurídico. Un año después le es anulado el permiso docente, obligándolo a volver a un lugar secundario en la actividad jurídica. Pero, conspirador incurable de la independencia de Cuba, fue encarcelado por segunda vez (la primera apenas tenía dieciséis años). Otra vez España; luego París y, en 1881, Nueva York. Venezuela lo recibe en 1881 y allí, a poco de llegar, el Colegio de Santa María le encarga las clases de lengua y literatura francesas, mientras Guillermo Tell Villegas le cede aulas para que lo rodeasen los discípulos, que - según el decir de Lisazo (1953)-se sienten atrapados por una especie de magia. Mas también esto habría de concluir pronto, ya que al presiente Guzmán Blanco le desagradaba este cubano apasionado que predicaba con tanta fuerza la libertad. Nuevamente regresó a Nueva York, donde comenzó a trabajar por la independencia de su patria con una increíble potencia combativa, que corría pareja con una infinita ternura, que dio su fruto con La Edad de Oro, publicación mensual de recreo e instrucción dedicada a los niños de América, según se lee en la portada del primer número aparecido en julio de 1889. El lenguaje de Martí no perdió belleza, ni necesitó de la puerilidad o de la sensiblería para dirigirse a los niños.

Lo demuestran cautivantes semblanzas como Tres Héroes (San Martí, Bolívar e Hidalgo); perlas poéticas como Dos Milagros; historias como la del hombre contadas por sus casas; traducciones de cuentos como Meñique o El camarón encantado; las adaptaciones de La Ilíada, y muchas más. ¿Qué se proponía Martí con La Edad de Oro?, según él mismo dijo, al dirigirse a los destinatarios de la publicación, escrita “para que los niños americanos sepan cómo se vivía y cómo se vive hoy en América y en las demás tierras; y cómo se hacen tantas cosas de cristal y de hierro, y las máquinas de vapor y los puentes colgantes y la luz eléctrica; para que cuando un niño vea una piedra de color sepa por qué tiene colores la piedra. Les hablaremos de todo lo que se hace en los talleres donde suceden cosas más raras e interesantes que en los cuentos de magia y son magia de verdad, más linda que la otra, “para los niños trabajamos porque son los que saben querer, porque los niños son la esperanza del mundo”. (Martí, 1995). La Edad de Oro dejó de publicarse en 1889. No obstante, la ternura militante de José Martí no se detuvo, y si los niños habían sido su objeto, ahora lo son los humildes. Se convirtió en el motor de la Liga de la instrucción, de Nueva York, para los obreros de color, y pudo retornar a la docencia como profesor de español en la Central High School. De esta manera, sin renunciar a su combate por la libertad de Cuba, se deslizó su vida entre los años agitados de 1890 y 1895. Por fin, el 31 de enero de 1895, emprendió desde Nueva York el viaje sin regreso.

Luchando por su patria, en la batalla de la Boca de Dos Ríos, murió el 19 de mayo de 1895. Una muerte casi voluntaria y creadora, tal cual siempre lo había deseado: como un bueno; de cara al sol. No hemos pretendido hacer la biografía del apóstol cubano, sino apenas destacar los momentos en los que fue, o pudo ser, un maestro y un profesor “escolar”. Hecho el balance, se comprende que no tuvo tiempo para el magisterio encerrado en las cuatro paredes de un aula. América fue la verdadera aula en la cual ejerció el supremo magisterio de los libertadores de pueblos, aunque siempre estuvo en él, agazapado, el otro maestro que solo afloró intermitentemente.

Desarrollo

En la historia de la pedagogía cubana jugaron un papel fundamental las ideas pedagógicas de José Martí, puesto que, como aporte trascendental, concibió la escuela y el maestro en el contexto más amplio de la sociedad, para poder contribuir de modo eficaz al objetivo de preparar al hombre para la vida y ponerlo en consonancia con su pueblo y su tiempo. Sus análisis y valoraciones sobre el papel de la educación, las características de los diferentes niveles de enseñanza, el papel de las escuelas que existían en su época, el tipo de clase, las materias necesarias a estudiar por los alumnos, el papel del maestro en los diferentes espacios en que desarrollaba su actividad docente, así como la necesaria unidad entre la teoría-práctica en el proceso de enseñanza-aprendizaje, el vínculo entre el estudio y el trabajo, la importancia de la relación entre lo instructivo y lo educativo, el estímulo a la independencia cognoscitiva de los estudiantes, el cultivo de los nuevos conocimientos a través de la relación con la práctica educativa, el tipo de comunicación y la formación de valores en los alumnos; constituyen orientaciones precisas e indicadores para la formación de un modelo de educador que debe conocer, identificar y aplicar un modo de actuación profesional, en correspondencia con los postulados educativos de José Martí.

Su concepto de educación constituye un sistema de ideas y acciones encaminadas a preparar al hombre para la vida, viéndolo mediante una formación integral con un elevado sentido práctico, la cual es la síntesis de una formación científica, cultural, familiar, religiosa, política, económica, que permita preparar a cada hombre para percibir la naturaleza, la realidad social, apreciar las obras de arte y transformar el medio natural y social que lo rodea. De esta manera se convierte el hombre en un elemento activo y seguro en la creación de un desarrollo propio e interno que le permita una vida con mayor equilibrio y bienestar social en consonancia con el tiempo que vive. Su pensamiento pedagógico, lo constituye el principio básico del trabajo docente y educativo que debe desarrollar cada profesor en la actualidad, es la relación que debe existir entre la teoría y la práctica.

En el pensamiento educacional de José Martí acción y teoría, decir y hacer, pensar y servir, se desarrollan al unísono, él concibe el proceso de educación como una unidad dialéctica entre teoría y práctica, donde la práctica representa el rasgo que puede llevar a los conocimientos y la definición de lo realmente útil, ya que la práctica constituye fuente de imaginación, de creación y de formación de valores, lo cual se logra mediante una actividad educativa donde el maestro debe vincular los conocimientos teóricos a la vida práctica de sus alumnos, que puedan ver, tocar, utilizar y experimentar con los materiales que observan en su cotidianidad y que las clases respondan a las posibilidades y necesidades de sus alumnos en correspondencia con lo autóctono de su país, de su región y de su historia. Aquí el Apóstol enfatiza que se ha de enseñar a los estudiantes los aspectos que aún no saben, para que les sean útiles y los hagan felices, por lo que sugiere que el maestro ha de establecer un discurso verídico como única vía para acercarse a la ciencia, en su proceso de educación. Por ello expresó: “Siéntese el maestro mano a mano con el discípulo, y el hombre mano a mano con su semejante, y aprenda en los paseos por la campiña el alma de la botánica, que no difiere de lo universal, y en sus plantas y animales caseros y en los fenómenos celestes confirme la identidad de lo creado”. (Martí, 1990)

En el pensamiento educacional de José Martí en la unidad dialéctica entre la teoría y la práctica, el factor mediador que relaciona al sujeto con el objeto lo constituye el trabajo, como actividad creadora y esencialmente social que humaniza al objeto en la medida en que se materializan los proyectos sociales e individuales. Por lo tanto, otro aspecto de su ideario pedagógico que forma parte de los principios de la pedagogía cubana, presentes en la actuación profesional de los docentes es el vínculo del estudio y el trabajo. El Apóstol expresó las ventajas morales, físicas e higiénicas que venían del vínculo entre el estudio y el trabajo en el proceso de educación del hombre al expresar lo siguiente: El hombre crece con el trabajo que sale de sus manos… el que debe su bienestar a su trabajo o ha ocupado su vida en crear y transformar fuerzas, y en emplear las propias, tiene el ojo alegre, la palabra pintoresca y profunda, las espaldas anchas, y la mano segura… esos que hacen al mundo… tienen cierto aire de gigantes dichosos, e inspiran ternura y respeto”. (Martí, 1975)

En este sentido sugiere la incorporación del trabajo productivo a las actividades escolares por el papel formativo que puede desempeñar en las nuevas generaciones de estudiantes, al ser el trabajo la actividad humana que libera al hombre de la dependencia directa del medio natural y social. Lo cual se debe lograr a través de una actividad pedagógica que vincule al individuo desde los primeros años de vida a la práctica laboral, donde se cultive en los estudiantes sentimientos de amor al trabajo útil y digno, donde el maestro debe transmitir aquellos conocimientos y habilidades que permitan a sus estudiantes, de acuerdo a las necesidades de sus contextos, enfrentar con objetividad los problemas de la vida. En la concepción educacional martiana un lugar importante lo tiene la necesaria relación que todo maestro debe demostrar a través de la interacción con sus alumnos, entre la instrucción y la educación. Para él la educación es un fenómeno humano, cultural y social, y critica aquellas escuelas que educaban la inteligencia ausente de amor y que no educaban la espiritualidad humana, pues solo formaban hombres prácticos, dedicados a la ciencia y el trabajo productivo.

Para Martí la figura del maestro debía ser vista por todos como la persona que emite un mensaje educativo y de contenido crítico. De igual forma precisa que el maestro debe saber para quién habla y lograr emocionar, pero sin perder la razón, trasmitiendo lo que es útil elegir en un sentido creador. Se preocupaba además porque el maestro mostrase sentimiento en el lenguaje, para que pudiera mover la conciencia de los estudiantes y que esos se incorporasen de forma activa a las acciones de su ambiente escolar y del entorno social en general, de ahí se sugiere utilizar la conversación como método fundamental en el proceso de la enseñanza de los alumnos, donde la actitud del maestro no fuese solo de ser un depositario absoluto de la verdad, sino que tendría que asumir una posición abierta a los conocimientos que poseen los alumnos, posibilitando con ellos un intercambio de saberes que favorecen en ellos la voluntad por adquirir nuevos aprendizajes, a la vez que eleva el valor moral de su actuación. Por ello abogaba por la existencia de maestros con un sentido humanista, hombres y mujeres prácticos que expresaran a sus discípulos los verdaderos conocimientos que existían en la sociedad y que estuvieran decididos a llevar sus conocimientos a cada rincón en los necesitaban.

Sobre su definición de lo que significaba un maestro y que sirve de ejemplo para los profesores jóvenes en formación, escribió en 1878: “¡Qué vuelta la del maestro joven a la aldea lejana, donde para recibirlos ciñó la madre al pelo la trenza más hermosa, y al cuello los mejores corales, vistió el buen viejo, indio o ladino su más blanca camisa de cotón! Se fue con sus harapos y vuelve con sus sueños con sus bancas, con sus instrumentos de alma, con sus riquezas espirituales, con sus libros fue tartamudo y vuelve elocuente. Es el redactor de todas las cartas, el director de todos los amores, el sabio respetado, el juez probable, el alcalde seguro, el constante maestro. A su calor sin alejarse del hogar sabroso, crecerán almas nuevas… Él fue hecho a semejanza de otras y él hará otras a su semejanza. La educación es como un árbol: se siembra una semilla y se abre en muchas ramas”. De entre las múltiples definiciones que dio de la educación, elegimos esta: “La educación… habilitación de los hombres para obtener con desahogo y honradez los medios indispensables de la vida en el tiempo en que existen, sin trabajar, por eso, las aspiraciones delicadas, superiores y espirituales de la mejor parte del ser humano”. “La educación tiene un deber ineludible para con el hombre… conformarle a su tiempo sin desviarle a la grande y final tendencia humana”. “Educar es depositar en el hombre toda la obra humana que él ha antecedido; es hacer a cada hombre resumen del mundo viviente… ponerlo al nivel de su tiempo… prepararlo para la vida”. “Educar es dar al hombre las llaves del mundo, que son la independencia y el amor, y prepararle las fuerzas para que lo recorra por sí, con el paso alegre de los hombres naturales y libres”.

En estas definiciones se encuentran dos ideas centrales de la concepción pedagógica de Martí: la educación es “preparación del hombre para la vida”, sin descuidar su espiritualidad y es la “formación del hombre a su tiempo”, pudiendo interpretar que la educación representa para el individuo la conquista de su autonomía, su naturalidad y espiritualidad. Es claro que Martí distingue entre educación e instrucción. La primera se refiere al sentimiento, mientras que la segunda es relativa al pensamiento. Pero, a la vez, reconoce que no hay buena educación sin instrucción, ya que las cualidades morales suben de precio cuando están realizadas por cualidades inteligentes. Diferencia esta que viene en nuestro auxilio, para captar el significado de educación como el intento de “depositar en el hombre toda la obra humana”, de “hacer de cada hombre un resumen del mundo viviente hasta el día en que vive”. (Almendros, 1990). La educación como recapitulación no es posible sino por la instrucción. Pero, en tanto que conformación a una época y capacidad para la libertad y la espiritualidad, la educación no se logra más por lo que ella es esencialmente: un cultivo integral de las facultades humanas. Ninguna de las ideas arriba sintetizadas tiene, en el pensamiento pedagógico de Martí, tanta fuerza, como la de la educación conformadora del hombre a su tiempo. Al expresarla diciendo que “es criminal el divorcio entre la educación que se recibe en una época y la época misma”, la carga, en verdad, de dos sentidos. Uno directo, literal, en el cual la época es vista como el tiempo que nos toca vivir, común a todos los hombres que en ese tiempo despliegan su existencia, con lo cual el cubano muestra una aguda conciencia histórica que se proyecta sobre toda su concepción pedagógica.

Cada tiempo exige instituciones y formas educativas que le sean adecuadas, y esto ha de escribirlo claro con respecto a la educación superior: “Al mundo nuevo, corresponde la universidad nueva”. (Martí, 1975)

El otro sentido que atribuye la idea es más figurado e indirecto, pero tan real como el literal, para proyectar la categoría de tiempo a la de espacio histórico de manera que ambas categorías se fusionan. La época, además de un tiempo es un ámbito. Es un artículo publicado en patria (2 de julio de 1883), Martí dice: “el peligro de educar a los niños fuera de su patria es casi tan grande como la necesidad en los pueblos incompletos e infelices de educarlos donde adquieran los conocimientos necesarios para ensanchar su país naciente… Es grande el peligro porque no sea de criar naranjos para plantarlos en Noruega, ni manzanos para que den frutos en el Ecuador, sino que al árbol deportado se le ha de conservar el jugo nativo para que a la vuelta de su rincón pueda echar raíces”. (Martí, 1975). Más concretamente todavía, la educación es una constante creación y el agente principal de esa creación es, para Martí, el maestro. Lo dijo poéticamente recordando su estadía en Guatemala: “yo llegué hace meses a un pueblo hermoso: llegué pobre, desconocido y triste. Sin perturbar mi decoro, sin doblegar mi fiereza, el pueblo aquel, sincero, generoso, ha dado abrigo al peregrino humilde: lo hizo maestro, que es hacerlo creador”. (Martí, 1975)

La profunda confianza en la educación científica explica por qué Martí exige constantemente una reforma radical de la educación de su tiempo, tanto como su entusiasmo cuando visita una Escuela de Mecánica en San Luis, en los Estados Unidos, o cuando transcribe el plan de estudio de la Escuela de Electricidad; o cuando se informa que en Nicaragua, por honrar un aniversario abre una escuela de Artes y Oficios, que ya tienen Guatemala, Honduras y Uruguay, y por abrirse están en Chile y en El Salvador. Se comprende también su severidad de reformador cuando se empecina en que se establezcan Escuelas de Agricultura, directamente a los campos; o cuando quiere que cada escuela tenga anexo un taller; o cuando sostiene el valor educativo del trabajo manual; o cuando habla de la importancia de la Educación Física; o cuando aspira a elevar la mujer al rango de fuerza espiritualizadora de la sociedad por medio de la educación; o cuando se apasiona con los métodos de una escuela mexicana para sordomudos; o cuando enfrenta la vieja educación con la que él sueña: “la escuela era de memoria y azotes; pero el ir a ella por la nieve era la escuela mejor”. (Almendros, 1990)

Conclusiones

El ideario pedagógico de José Martí fue síntesis y a su vez superación de los objetivos planteados por los padres fundadores de la ideología y de la pedagogía cubana. Formidable pedagogo, supo enfrentarse a los vicios y las diferencias de una sociedad que no reconocía la importancia de colocar a los niños, jóvenes y hombres en general en contacto directo con los elementos del mundo en que vivían y reiteró que un buen sistema educacional era vital para el progreso de un pueblo, de ahí que recomendó la aplicación de programas de enseñanzas nuevas que comenzaran en la enseñanza elemental y que terminaran en las universidades.

En las ideas pedagógicas de José Martí está presente su defensa, acerca del papel de la educación, la escuela y el maestro en particular como fuente vital para el desarrollo social, científico y cultural de los hombres en los pueblos honrados. Además estuvo en contra de que los maestros ejecutaran un tipo de enseñanza donde prevaleciera un discurso monológico, totalitario, e impositivo, sin posibilidad de alternativas, de discusión y de refutación, y por tanto propuso otro tipo de enseñanza que, guiada por un maestro que respetara en el hombre su libertad, su naturaleza más profunda, el libre uso, la aplicación directa, y el espontáneo empleo de las facultades magníficas del hombre, posibilitaba la educación de y por la libertad, criterios que sirven de referencia para el maestro en la actualidad.

Referencias bibliográficas

Lisazo, F. (1953). José Martí: Precursor de la UNESCO. La Habana: Comisión Nacional Cubana de la UNESCO. [ Links ]

Martí, J (1976). Escritos sobre educación. La Habana: Ciencias Sociales. [ Links ]

Almendros, H. (1990). Ideario pedagógico. La Habana: Pueblo y Educación. [ Links ]

Martí, J. (1995). La Edad de Oro. La Habana: Pueblo y Educación . [ Links ]

Martí, J. (1975). Obras Completas. t. 19. La Habana: Ciencias Sociales . [ Links ]

Received: December 18, 2018; Accepted: February 25, 2019

*Autor para correspondencia. E-mail: jatrujillo@ucf.edu.cu

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