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Varona. Revista Científico Metodológica

versão impressa ISSN 0864-196Xversão On-line ISSN 1992-8238

Varona  no.71 La Habana jul.-dez. 2020  Epub 01-Fev-2021

 

En casa

Claves martianas para el estudio de grandes personalidades históricas

Marti keys for the study of great historical personalities

Edmundo de Jesús de la Torre Blanco1  * 
http://orcid.org/0000-0002-8702-8086

1 Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona, La Habana, Cuba

RESUMEN

Desde el contenido de varios trabajos periodísticos, cartas, discursos y otros textos de José Martí, se evidencia la significación de sus reflexiones y criterios sobre grandes personalidades históricas y su relación con el pueblo, como ideas claves para el estudio objetivo y la correcta valoración de tales personalidades, tanto por la ciencia histórica como mediante su transposición didáctica.

Palabras claves: grandes personalidades históricas; pueblo

ABSTRACT

From the content of various journalistic works, letters, speeches and other texts by José Martí, the significance of his reflections and criteria on great historical personalities and their relationship with the people is evident, as key ideas for the objective study and the correct assessment of such personalities, both through historical science and through their didactic transposition.

Keywords: great historical personalities; people

INTRODUCCIÓN

En el curso de la historia de la humanidad sobresalen individualidades cuya relevancia depende de determinadas circunstancias históricas y de las cualidades que poseen, así como de la correspondencia de sus ideas y acciones con las demandas del desarrollo social.

El estudio de esas individualidades se apoya en determinados fundamentos teórico-metodológicos que posibilitan la valoración acertada de su significación y trascendencia como personalidades históricas.

Destacan entre estos los fundamentos martianos, contenidos en la multifacética obra de nuestro Héroe Nacional y expresados en criterios de incuestionable valor sobre importantes figuras, cuyas características y actuación analizó y valoró con sereno juicio en trabajos periodísticos, cartas, discursos y otros textos. Esos criterios, sustentados en profundas reflexiones e ilustrativos de la belleza de su prosa, constituyen, por su objetividad, ideas claves para revelar desde la ciencia histórica y su transposición didáctica, el papel de tales personalidades en la historia. Evidenciar, sobre la base del lenguaje martiano, la significación de esas ideas, es el propósito esencial de este artículo.

DESARROLLO

Refiriéndose a las personalidades sobresalientes por su significación positiva, expresó Martí en el artículo “Extranjero”, publicado el 16 de diciembre de 1876 en El Federalista, periódico mexicano:

“(…( ¡Qué misterio tan imponente, tan consolador, tan majestuoso, tan bello, el de la personalidad! ¡Qué inmenso es un hombre cuando sabe serlo! Se tiene en la naturaleza humana mucho de ígneo y montañoso. Hay hombres solares y volcánicos; miran como el águila, deslumbran como el astro, sienten como sentirían las entrañas de la Tierra, los senos de los mares y la inmensidad continental” (Martí, 1975a: 361-362).

Sin dudas, uno de esos hombres fue Simón Bolívar, El Libertador, a quien el Apóstol valoró altamente en no pocas ocasiones. Recuérdense al respecto las hermosas palabras con las que inició el texto “Tres Héroes” en La Edad de Oro, revista dedicada a los niños de América, en el que también escribió:

“Ganó batallas sublimes con soldados descalzos y medio desnudos. Todo se estremecía y se llenaba de luz a su alrededor. Los generales peleaban a su lado con valor sobrenatural […] Jamás se peleó tanto, ni se peleó mejor, en el mundo por la libertad. Bolívar no defendió con tanto fuego el derecho de los hombres a gobernarse por sí mismos como el derecho de América a ser libre. Los envidiosos exageraron sus defectos […] murió de pesar en el corazón, más que de mal del cuerpo” (Martí, 1975b: 306).

La profunda admiración hacia Bolívar se expresó también en otros escritos del Maestro. Tal es, por ejemplo, el hermoso elogio que escribiera en junio de 1883 en la revista La América de Nueva York, dedicado a la estatua del Libertador que, por encargo del gobierno venezolano, había sido construida por el joven caraqueño Rafael de la Cova. Llaman la atención las palabras iniciales del elogio, cuando Martí se refiere a:

“[…] aquel hombre solar, a quien no concibe la imaginación sino cabalgando en carrera frenética, con la cabeza rayana en las nubes, sobre caballo de fuego, asido del rayo, sembrando naciones. Burló montes, enemigos, disciplina, derrotas; burló el tiempo; y cuanto quiso pudo, menos mellar el diente de los ingratos. No hay cosa que le moleste tanto a los que han aspirado en vano a la grandeza, como el espectáculo de un hombre grande; crecen los dientes sin medida al envidioso” (Martí, 1975c: 175).

Y añade:

“Nada fatigó tanto a Bolívar, ni lo entusiasmó tanto, como su empeño férvido, en sus tiempos burlado, de despertar a todo su decoro los pueblos de la América naciente […]” (Martí, 1975c: 176)

No menos ilustrativos de esa admiración son los discursos que el Apóstol cubano pronunció en honor a Venezuela y al Libertador. Tal es el caso del pronunciado en 1892, en una velada de la Sociedad Literaria Hispanoamericana de Nueva York, en el que declara no saber que haya derecho más grato que el “[…] de venerar como hijo a la tierra que nos ha dado en nuestro primer guerrero a nuestro primer político […]” (Martí, 1975d: 291). Se refiere en este discurso a Bolívar como:

“[…] aquel cuyo nombre no se ha de decir, porque con evocarlo solo ya las almas se subliman y elevan; del que por las astas tomó la naturaleza, cuando la naturaleza se le oponía, y la volcó en tierra; del que cuando pensó en “poner una piedra fundamental para la libertad” en América, no la pidió para la libertad de Venezuela, sino para la libertad sud- americana; del que murió del afán devorador de alzar a tiempo, con un siglo de tiempo, las energías que al cabo de él habría de necesitar para su salvación, en la batalla esencial y evitable, el continente que se sacó de las entrañas” (Martí, 1975d: 293-294).

Rivalizan por su belleza las ideas que expresara en el discurso pronunciado el 28 de octubre de 1893, precisamente en honor a Bolívar, en la misma Sociedad. Afirma Martí:

“Pensar en él, asomarse a su vida, leerle una arenga, verlo desecho y jadeante en una carta de amores, es como sentirse orlado de oro el pensamiento. Su ardor fue el de nuestra redención, su lenguaje fue el de nuestra naturaleza, su cúspide fue la de nuestro continente: su caída, para el corazón”. (Martí, 1975e: 241)

“¡Oh, no! En calma no se puede hablar de aquel que no vivió jamás en ella: ¡de Bolívar se puede hablar con una montaña por tribuna o entre relámpagos y rayos, o con un manojo de pueblos libres en el puño, y la tiranía descabezada a los pies […]” (Martí, 1975e: 241).

“Hombre fue aquel en realidad extraordinario. Vivió como entre llamas, y lo era” (Martí, 1975e: 242).

Hombres solares y volcánicos fueron también el sacerdote mexicano Miguel Hidalgo y el prócer argentino José de San Martín, cuyas acciones y méritos destaca Martí, con lenguaje apropiado para los niños, en el texto “Tres Héroes”. Se refirió a Hidalgo como el cura que desde niño fue de la raza buena, de los que quieren saber, como un hombre grande que se atrevió a ser magnánimo, y a San Martín lo llamó libertador del sur, padre de la República Argentina, padre de Chile, identificándolo como uno de esos hombres que no pueden ver la esclavitud.

Igualmente significativas son las valoraciones que hace el Apóstol de Benito Juárez, de quien expresa en 1884:

“Ese nombre resplandece, como si fuera de acero bruñido; y así fue en verdad, porque el gran indio que lo llevó era de acero, y el tiempo se lo bruñe. Las grandes personalidades, luego que desaparecen de la vida, se van acentuando y condensando […] Otros hombres famosos, todos palabra y hoja, se evaporan. Quedan los hombres de acto; y sobre todo los de acto de amor. El acto es la dignidad de la grandeza. Juárez rompió con el pecho las olas pujantes que echaba encima de la América todo un continente; y se rompieron las olas y no se movió Juárez […]” (Martí, 1975f: 327).

Importantes valoraciones hizo también Martí de relevantes personalidades cubanas, a las que caracterizó con gran tino. Véase, por ejemplo, el texto “Ante la tumba del Padre Varela”, publicado en Patria el 6 de agosto de 1892, en el que alude a un “amigo de Patria” que había escrito desde San Agustín, ciudad estadounidense donde había levantado hogar próspero y en la que descansaban, en capilla a medio caerse, los restos de Félix Varela, a quien identifica como:

“[…] aquel patriota entero, que cuando vio incompatible el gobierno de España con el carácter y las necesidades criollas, dijo sin miedo lo que vio, y vino a morir cerca de Cuba, tan cerca de Cuba como pudo, sin alocarse o apresurarse, ni confundir el justo respeto a un pueblo de instituciones libres con la necesidad injustificable de agregarse al pueblo extraño y distinto que no posee sino lo mismo que con nuestro esfuerzo y nuestra calidad probada podemos llegar a poseer […]” (Martí, 1975g: 326).

Con su peculiar lenguaje Martí destaca en las ideas precedentes la proyección patriótica independentista de Varela, la comprensión por este de la no existencia en su tiempo de condiciones para alcanzarla y de la necesidad de lograrla con los esfuerzos de los propios cubanos, sin la incorporación de Cuba a los Estados Unidos (proyección antianexionista).

Son muy hermosas las ideas contenidas en el texto “Céspedes y Agramonte”, escrito el 10 de octubre de 1888 en El Avisador Cubano de Nueva York, donde rinde merecido homenaje a la grandeza de esos hombres, destacando -por encima de errores y diferencias- sus extraordinarias cualidades y virtudes como patriotas. Los caracteriza con sereno juicio y objetividad, resaltando sus rasgos distintivos cuando expresa:

“El extraño puede escribir estos nombres sin temblar, o el pedante, o el ambicioso: el buen cubano no. De Céspedes el ímpetu, y de Agramonte la virtud. El uno es como el volcán, que viene, tremendo e imperfecto, de las entrañas de la tierra; y el otro es como el espacio azul que lo corona. De Céspedes el arrebato, y de Agramonte la purificación. El uno desafía con autoridad como de rey; y con fuerza como de la luz, el otro vence. Vendrá la historia, con sus pasiones y justicias, y cuando los haya mordido y recortado a su sabor, aún quedará en el arranque del uno y en la dignidad del otro, asunto para la epopeya. Las palabras pomposas son innecesarias para hablar de los hombres sublimes […]” (Martí, 1975h: 358).

Al valorar a Céspedes refiere que:

“[…] no fue más grande cuando proclamó a su patria libre, sino cuando reunió a sus siervos, y los llamó a sus brazos como hermanos” (Martí, 1975h: 359).

Y más adelante, tras caracterizar la actuación del iniciador de la Guerra Grande, añade:

“[…] pero jamás, en su choza de guano, deja de ser el hombre majestuoso que siente e impone la dignidad de la patria. Baja de la presidencia cuando se lo manda el país y muere disparando sus últimas balas contra el enemigo, con la mano que acaba de escribir sobre una mesa rústica versos de tema sublime” (Martí, 1975h: 360).

A Ignacio Agramonte el Apóstol lo identifica como “[…] un diamante con alma de beso”, (Martí, 1975h: 361) bellísima imagen, en la que compara al Mayor con el más duro y límpido de los minerales, piedra preciosa caracterizada por su brillo y transparencia, para significar, con elementos ilustrativos que aparecen en el texto, las cualidades que distinguieron al joven abogado, cuya fortaleza y dones como jefe militar asocia a su honestidad y firmeza de principios, a su capacidad de amar, de brindar cariño y ternura a la mujer y al hijo amados, de sentir por los demás, de rendir culto a la amistad, de entregarse con devoción a la patria y a quienes luchaban por su libertad. Y destaca finalmente la eticidad de Agramonte cuando expresa:

“[…] Pero jamás fue tan grande […] como cuando al oír la censura que hacían del gobierno lento sus oficiales, deseosos de verlo rey por el poder como lo era por la virtud, se puso de pie, alarmado y soberbio, con estatura que no se le había visto hasta entonces, y dijo estas palabras: “¡Nunca permitiré que se murmure en mi presencia del Presidente de la República!” (Martí, 1975h: 362).

En la bella semblanza del general Antonio Maceo, escrita tres meses después de entrevistarse con él en Costa Rica, donde lo visitó del 5 al 7 de julio de 1893 y publicada en Patria el 6 de octubre de ese año, Martí encumbra al Titán y realza la gloria que significa para un pueblo contar con un hombre de tal dimensión, cuando expresa:

“[…] Y hay que poner asunto en lo que dice, porque Maceo tiene en la mente tanta fuerza como en el brazo. No hallaría el entusiasmo pueril asidero en su sagaz experiencia. Firme es su pensamiento y armonioso, como las líneas de su cráneo. Su palabra es sedosa, como la de la energía constante, y de una elegancia artística que le viene de su esmerado ajuste con la idea cauta y sobria. No se vende por cierto su palabra, que es notable de veras, y rodea cuidadosa el asunto, mientras no esté en razón, o insinúa, como quien vuelve de largo viaje, todos los escollos o entradas de él. No deja frase rota, ni usa voz impura, ni vacila cuando lo parece, sino que tantea su tema o su hombre. Ni hincha la palabra nunca ni la deja de la rienda. Pero se pone un día el sol, y amanece el otro, y el primer fulgor da, por la ventana que mira al campo de Marte, sobre el guerrero que no durmió en toda la noche buscándoles caminos a la patria. Su columna será él, jamás puñal suyo. Con el pensamiento la servirá, más aún que con el valor. Le son naturales el vigor y la grandeza. El sol, después de aquella noche, entraba a raudales por la ventana” (Martí, 1975i: 454).

En consecuencia, el Apóstol supo ver en el general Antonio, no solo al extraordinario guerrero y jefe militar, sino al hombre de profundo pensamiento político, que expresado con claridad y sólidos argumentos revela la inteligencia, la firmeza de principios, la conducta ética y el patriotismo de otro hombre solar, a quien el propio Martí había dicho, en carta del 20 de julio de 1882: “[…]-No conozco yo, general Maceo, soldado más bravo ni cubano más tenaz que U.-[…]” (Martí, 1975j: 234).

No menos hermosa es la crónica dedicada a Máximo Gómez, publicada también en el periódico Patria, el 26 de agosto de 1893, casi tres meses después de conferenciar con el Generalísimo en Montecristi, Santo Domingo, sobre la marcha de los preparativos de la nueva contienda emancipadora. Refiriéndose al contenido de las conversaciones sostenidas en aquel encuentro, destacó el Maestro:

“[…] no hubo palabra alguna por la que un hijo tuviera que avergonzarse de su padre, ni frase hueca ni mirada de soslayo, ni rasgo que desluciese, con la odiosa ambición, el amor hondo, y como sangre de las venas y médula de los huesos, con que el General Gómez se ha jurado a Cuba […]” (Martí, 1975: 448)

Ahora bien, aunque Martí resaltó las incuestionables virtudes y los méritos de hombres excepcionales, dignos de respeto y admiración por su obra y por el legado que en su tiempo histórico dejaron para sus contemporáneos y las generaciones posteriores, no tuvo nunca una visión idealizada de tales personalidades, ni las identificó como seres infalibles incapaces de equivocarse. En consonancia con la eticidad de su visión del estudio de la historia, la que según opinión expresada en uno de sus cuadernos de apuntes, debía ser estudiada “[…] con sereno juicio, con desconfiado ánimo, con lógica rectitud, con habilidad y comparación, y fino escrúpulo […]” (Martí, 1975l: 76), no desconoció que, como seres humanos, esas personalidades tienen virtudes y defectos, tienen aciertos y cometen errores.

Valga recordar al respecto lo expresado en el texto dedicado a Simón Bolívar, Miguel Hidalgo y José de San Martín en La Edad de Oro:

“Se les debe perdonar sus errores, porque el bien que hicieron fue más que sus faltas. Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz” (Martí, 1975b: 305).

Llama la atención por su objetividad y franqueza lo expresado sobre el Padre de la Patria en el texto “Céspedes y Agramonte”:

“Cree que su pueblo va en él, y como ha sido el primero en obrar, se ve como con derechos propios y personales, como con derechos de padre, sobre su obra. Asistió en lo interior de su mente al misterio divino del nacimiento de un pueblo en la voluntad de un hombre, y no se ve como mortal, capaz de yerros y obediencia, sino como monarca de la libertad, que ha entrado vivo en el cielo de los redentores. No le parece que tengan derecho a aconsejarle los que no tuvieron decisión para precederle. Se mira como sagrado, y no duda de que deba imperar su juicio. Tal vez no atiende a que él es como el árbol más alto del monte, pero que sin el monte no puede erguirse el árbol […]” (Martí, 1975h: 360).

A la luz de lo expresado por Martí pueden entenderse las posiciones asumidas por Céspedes como iniciador de la contienda emancipadora de 1868, los criterios que entonces defendió sobre los modos de conducirla. Sobre esa base es posible apreciar su grandeza de espíritu, sus valores como líder revolucionario y patriota verdadero, cuando ante las posiciones prevalecientes en la Asamblea de Guáimaro cedió en sus puntos de vista, dada la necesidad imperiosa de lograr la unidad del movimiento independentista.

Un ejemplo significativo de la visión no idealizada de Martí sobre las grandes personalidades es el caso de Abraham Lincoln, a quien identificó como “[…] el más reposado y sereno enemigo de la esclavitud, un hombre de los que se llaman providenciales” (Martí, 1975m: 97).

La significación otorgada a esta personalidad, uno de los hombres por los que los cubanos habían llevado luto al conocer su muerte, se aprecia en la siguiente reflexión martiana:

“[…] Independencia es una cosa, y revolución es otra. La independencia de los Estados Unidos vino cuando Washington; y la revolución cuando Lincoln […]” (Martí, 1975n: 196).

Elogió su oratoria, destacando:

“[…] aquel Lincoln, que no dijo palabra que no fuera máxima, que a todos venció en el arte de conmover a sus oyentes por medios inesperados y sencillos, que decía las cosas de manera que cada cual que las oía las tenía por suyas propias, que trajo a la oratoria aquel aroma fuerte de la selva bíblica, que en el trato de la naturaleza se consigue, aquel temido Lincoln que unió con arte de ferrador, la claridad a la grandeza” (Martí, 1975ñ: 150-151).

Afirmó que el nombre de Lincoln “[…]es de los que cuando aparecen, alivian e iluminan […]”. (Martí, 1975o: 188) Sin embargo, Martí afirmó también que “[…] en todo fue de bondad inefable, menos en el consentimiento de hacer de Cuba el vertedero de todos los estorbos de su nación […]” (Martí, 1975p: 48).

El criterio anterior es reiterado en otros textos. Por ejemplo, en carta a Ángel Peláez, de enero de 1892, expresa Martí:

“[…] Por dos hombres lloré y temblé al saber de su muerte, sin conocerlos, sin conocer un ápice de su vida: por Don José de la Luz y por Lincoln. Por Lincoln, que merece el llanto, aún cuando supe que le quiso oír al intrigante Butter el consejo de echar “sobre el basurero de Cuba” toda la hez y el odio que quedó viviente de la guerra contra el Sur” (Martí, 1975q: 297).

Antes, en julio de 1889, había dicho que Lincoln:

“[…] dio oídos a la idea cruel de convertir un pueblo infeliz de raza española, una isla amasada con cenizas de héroes, en vertedero de los soldados negros que le pesaban al Norte” (Martí, 1975r: 259).

Llaman la atención igualmente las conocidas ideas de Martí sobre Carlos Marx, expresadas poco después de su fallecimiento en marzo de 1883:

“[…] Karl Marx ha muerto. Como se puso al lado de los débiles merece honor. Pero no hace bien el que señala el daño, y arde en ansias generosas de ponerle remedio, sino el que enseña remedio blando al daño. Espanta la tarea de echar a andar a los hombres sobre los hombres. Indigna el forzoso abestiamiento de unos hombres en provecho de otros. Más se ha de hallar salida a la indignación, de modo que la bestia cese, sin que se desborde, y espante […]” (Martí, 1975s: 388).

En este texto, publicado en Nueva York quince días después de la muerte de Marx, describe la sala donde se le rindieron honores y se refiere a él como “[…] reformador ardiente, reunidor de hombres de diversos pueblos, y organizador incansable y pujante […]” (Martí, 1975s: 388) Destaca que la Internacional fue su obra y más adelante expresa: “[…] Karl Marx estudió los modos de estudiar el mundo sobre nuevas bases, y despertó a los dormidos, y les enseñó el modo de echar a tierra los puntales rotos. Pero anduvo de prisa, y un tanto en la sombra, sin ver que no nacen viables, ni de seno de pueblo en la historia, ni de seno de mujer en el hogar, los hijos que no han tenido gestación natural y laboriosa […]” (Martí, 1975s: 388)

Son evidentes en las ideas anteriores los reparos de Martí a la concepción de Marx sobre la lucha de clases, y a las formas violentas que esta puede adoptar, aunque debe considerarse, por una parte, que no tuvo posibilidad de conocer profundamente la doctrina de los fundadores del marxismo y, por otra, que su prioridad en aquellos años era la preparación de una nueva gesta de liberación nacional, que requería la unidad de todos los hombres de buena voluntad, con independencia de su procedencia clasista y que, no obstante implicar necesariamente la violencia asociada al enfrentamiento armado entre los patriotas cubanos y el ejército español, siempre concibió como una guerra generosa y breve.

Nuestro Héroe Nacional tampoco desconoció que los grandes hombres, por mucho talento que posean, por extraordinarias que sean sus cualidades, no pueden cambiar a su antojo o capricho las condiciones de la época en que viven y actúan.

Así, por ejemplo, refiriéndose a Simón Bolívar en el citado discurso en honor a Venezuela, de 1892, destaca que murió:

“[…] del desacuerdo entre su espíritu previsor […] y la época de distancias enemigas y de civilizaciones hostiles, o incompletas o ajenas, o aborígenes y degradadas, que juntó él mismo a vivir”. Y añadía que “[…] murió de la lucha por entonces inútil entre su idea continental con las ideas locales, y de la fatiga de conciencia de haber traído al mundo histórico una familia de pueblos que se le negaba a acumular, desde la cuna, las fuerzas con que podía, un siglo más tarde, refrenar sin conflicto y contener para bien del mundo las execrencias del vigor foráneo, o las codicias que por artes brutales o sutiles pudiesen caer, arrollando o serpeando sobre los pueblos de América […]” (Martí, 1975d: 294).

Por otra parte, en el discurso pronunciado en honor a Bolívar el 28 de octubre de 1893, apuntaba el Apóstol:

“Acaso, en su sueño de gloria, para la América y para sí, no vio que la unidad de espíritu, indispensable a la salvación y dicha de nuestros pueblos americanos, padecía, más que se ayudaba, con su unión en formas teóricas y artificiales que no se acomodaban sobre el seguro de la realidad […]” (Martí, 1975c: 246).

Martí comprendió también que la actuación de las grandes personalidades históricas no puede ser examinada al margen de su interrelación con el accionar de las masas populares.

En su intervención ante los emigrados cubanos, ofrecida el 24 de enero de 1880 en Nueva York, conocida como Lectura en Steck Hall, expuso importantes ideas sobre el papel del líder y del pueblo en la revolución. De ahí que, refiriéndose al primero, expresara:

“[…] Adivinar es un deber de los que pretenden dirigir. Para ir delante de los demás se necesita ver más que ellos.” (Martí, 1975t: 193).

Se advierte en esta idea la importancia que le concede a la previsión en el liderazgo político, cuestión que reitera en otros textos. Pero en este destaca a continuación:

“Los pueblos no saben vivir en esa acomodaticia incertidumbre de los que al amparo de las ventajas que la prudencia proporciona, no sienten en el abrigado hogar las tempestades de los campos, ni en el adormecido corazón el real clamor de un país lapidado y engañado” (Martí, 1975t: 193).

Y precisa entonces:

“Ignoran los déspotas que el pueblo es el verdadero jefe de las revoluciones […]” (Martí, 1975t: 193).

A la interrelación necesaria e indispensable de los grandes hombres con el pueblo, se refirió en el ya citado texto “Tres Héroes”, incluido en la revista La Edad de Oro, cuando al destacar la grandeza de próceres como Bolívar, Hidalgo y San Martín, expresó:

“[…] Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que le roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana […]” (Martí, 1975b: 305).

A lo que añadía más adelante:

“[…] Un hombre solo no vale nunca más que un pueblo entero...”. (Martí, 1975b: 305).

La visión martiana del pueblo se refleja, con la peculiar belleza de su prosa, en la siguiente idea, contenida en el artículo “Extranjero”:

“[…] Todos los pueblos tienen algo inmenso de majestuoso y común, más vasto que el cielo, más grande que la tierra, más luminoso que las estrellas, más ancho que el mar: el espíritu humano; esta espiritual fuerza simpática, que aprieta y une los pechos honrados de los hombres, buenos en esencia, hermanos intuitivos, generosos innatos, que más se aman cuando más se compadecen, y unos sobre los otros se levantan para que de más alto se vea majestuosa la herida dignidad” (Martí, 1975a: 361-362).

No menos belleza se aprecia en esta otra idea, contenida en el texto “El 10 de Abril”, referido a la Asamblea de Guáimaro, en la que también se refleja la relación pueblo-héroes:

“Tienen los pueblos, como los hombres, horas de heroica virtud, que suelen ser cuando el alma pública, en la niñez de la esperanza, cree hallar en sus héroes, sublimados con el ejemplo unánime, la fuerza y el amor que han de sacarlos de agonía; o cuando la pureza continua de un alma esencial despierta, a la hora misteriosa del deber, las raíces del alma pública. Son entonces los corazones como la flor de la maravilla de nuestras sabanas, todos sensibles y de color rico; y hay guirnaldas de almas, lo mismo que de flores […]” (Martí, 1975u: 385).

Un ejemplo concreto de la actuación del pueblo cubano se expone al final de ese texto, al resaltar lo ocurrido un mes después de aquella histórica asamblea:

“[…] se ordenó, con veinticuatro horas de plazo para la devastación, salvar del enemigo, por el fuego, al pueblo sagrado, y darle ruinas donde esperaba fortalezas. Ni las madres lloraron, ni los hombres vacilaron, ni el flojo corazón se puso a ver cómo caían aquellos cedros y caobas. Con sus manos prendieron la corona de hogueras a la santa ciudad, y cuando cerró la noche, se reflejaba en el cielo el sacrificio. Ardía, rugía, silbaba el fuego grande y puro; en la casa de la Constitución ardía más alto y bello. Sobre la ola de las llamas, en la torre de la iglesia, colgaba la campana encendida. Al bosque se fue el pueblo, al Derrocal. Y en la tierra escondió una mano buena el acta de la Constitución ¡Es necesario ir a buscarla!” (Martí, 1975u: 389).

Sin dudas, una hermosísima descripción del incendio de Guáimaro, cuna de la República en Armas, hecho ilustrativo del heroísmo y del espíritu patriótico de sus moradores.

CONCLUSIONES

La visión martiana de figuras históricas relevantes, expuesta en este artículo, contiene ideas claves para acometer con objetividad y certeza el estudio de tales figuras, a saber:

  • La caracterización de figuras históricas como grandes personalidades, atendiendo a la significación y trascendencia de su pensamiento y actuación práctica, a la presencia sobresaliente de cualidades como el talento, la inteligencia, la capacidad previsora, el patriotismo, el espíritu de sacrificio, el heroísmo y otras virtudes que avalan su identificación como hombres solares y volcánicos.

  • La comprensión, a la luz de sus reflexiones en torno a la actuación de figuras como Simón Bolívar, Carlos Manuel de Céspedes y otros, de la influencia considerable -extraordinaria en determinadas circunstancias- que tales hombres pueden ejercer en el curso de los acontecimientos, en el destino de la sociedad; pero sin desconocer que la posibilidad de esa influencia depende de esas mismas circunstancias, de las condiciones de la época en que esos hombres vivieron y actuaron. En consecuencia, por mucho talento que posea, por extraordinario que sea su papel en la sociedad, ningún individuo puede hacer la historia a su capricho.

  • La necesidad de evitar, a partir de la objetividad y la eticidad del análisis, una visión idealizada de las grandes personalidades históricas, lo que supone reconocer y resaltar sus virtudes, pero sin ignorar que, como seres humanos, tienen defectos, desaciertos y pueden cometen errores.

  • La importancia de atender a la necesaria interrelación grandes personalidades (héroes)-pueblo, y la identificación de este como verdadero jefe de las revoluciones, como principal protagonista de los acontecimientos históricos.

Puede apreciarse, por tanto, que -como ocurre en otros aspectos del pensamiento martiano- su visión de las personalidades históricas relevantes, tiene puntos de contacto con la concepción dialéctico materialista de la vida social.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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Recibido: 21 de Febrero de 2019; Aprobado: 18 de Julio de 2019

* e-mail: edmundojdltb@ucpejv.edu.cu

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