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Revista Universidad y Sociedad

versión On-line ISSN 2218-3620

Universidad y Sociedad vol.13 no.1 Cienfuegos ene.-feb. 2021  Epub 02-Feb-2021

 

Artículo original

Construir caminos de búsqueda y reparación frente a las desapariciones en México: el poder relacional de la resiliencia

Building paths of search and reparation in the face of disappearances in Mexico: the relational power of resilience

Karla Salazar Serna1  * 
http://orcid.org/0000-0003-4101-126X

Lydia Raesfeld2 

Maritza Librada Cáceres Mesa2 
http://orcid.org/0000-0001-6220-0743

1 Universidad Autónoma de Nuevo León. México

2 Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. México

RESUMEN

El presente artículo expone los principales resultados de una investigación de corte cualitativo que tuvo como objetivo comprender los procesos que viven las personas con familiares desaparecidos en México. Entre los hallazgos más relevantes se encontró que dentro de los factores que propician sus procesos de resiliencia se encuentra la capacidad vinculante, lo que permite analizar cómo la construcción o reconstrucción de vínculos facilitan a las personas reconstruirse y caminar a través de la vulnerabilidad y la pérdida ambigua.

Palabras clave: Desapariciones; resiliencia; relacional; violencia; vulnerabilidad

ABSTRACT

This article presents the main results of a qualitative research that aimed to understand the processes experienced by people with missing relatives in Mexico. Among the most relevant findings, it was found that among the factors that promote their resilience processes is the binding capacity, which allows us to analyze how the construction or reconstruction of bonds makes it easier for people to rebuild and walk through vulnerability and loss ambiguous.

Keywords: Disappearances; resilience; relational; violence, vulnerability

Introducción

El presente análisis se desprende de una investigación desarrollada bajo la metodología cualitativa realizada con personas que tienen uno o más familiares desaparecidos en México, donde la principal pretensión del estudio correspondió a indagar sobre las diversas complejidades a las que se enfrentan, comprender sus procesos y los diferentes factores que les permiten experimentar resiliencia. En esta dirección, se indagó y profundizó sobre entornos, acciones y actores involucrados en sus procesos; de esta forma, fue posible observar la experiencia de tres colectivos situados en Nuevo León, conformados por personas que tienen familiares desaparecidos, en donde se han incrementado las posibilidades resilientes de sus integrantes.

El contexto de la desaparición en México tiene un antecedente histórico: la llamada “guerra sucia”, la cual hace referencia a la opresión política ejercida por el Estado sobre movimientos de oposición gubernamental en la década de los setenta. Sin embargo, el entorno violento que durante los últimos años ha caracterizado a diferentes regiones del país ha generado una distinción importante sobre las desapariciones lo que ha dado pauta a modificar su tipificación, actualmente el fenómeno se reconoce como: desaparición forzada (aquella cometida o bajo la anuencia del Estado) y desaparición cometida por particulares (aquella cometida por grupos del crimen organizado).

Alrededor de la última década el número de desapariciones se ha incrementado de forma grave, esto ha generado diversas movilizaciones sociales, reacciones gubernamentales y gran preocupación tanto en el ámbito nacional como internacional (Gravante, 2018). Las cifras reportadas sobre desapariciones son inciertas, no obstante, en octubre del año 2020 el subsecretario de Gobernación Alejandro Encinas reconoció un registro de 77,171personas desaparecidas y 4,092 fosas clandestinas; además, de acuerdo al informe Desapariciones forzadas e involuntarias. Crisis institucional forense y respuestas colectivas frente a la búsqueda de personas desaparecidas, existen más de 35 mil cuerpos sin identificar en servicios forenses (Observatorio Nacional Ciudadano). Dentro de los registros oficiales durante la década 2007-2017, el estado con más desapariciones reportadas es el de Tamaulipas, con 6,129 casos, seguido por el estado de México con 3,862 casos y en tercer lugar se encuentra Jalisco con 3,086 casos (Registro Nacional de Personas Extraviadas o Desaparecidas, 2018).

El acelerado incremento de violaciones a los derechos humanos en México, bajo una evidente impunidad, ha generado un sentimiento de vulnerabilidad entre la población. En los casos concretos de victimización donde ha ocurrido la desaparición de un familiar las dificultades adquieren mayor complejidad, debido a que la desaparición conlleva a una lacerante incertidumbre sobre el desconocimiento de saber si el ser querido está vivo o muerto; es decir, el trauma generado puede agravarse, debido a que existe un antes y un después en la vida de los familiares donde, a pesar del tiempo transcurrido, el sufrimiento se hace presente (Giraldo, et al., 2008; Salazar, 2018).

Diversos estudios realizados con víctimas de violencia extrema han develado la posibilidad de experimentar procesos de recuperación, éstos identifican procesos resilientes. La investigación que sustenta el presente artículo retoma el argumento sobre la resiliencia vista como un proceso que requiere de diversos factores internos y externos que faciliten un desarrollo para sobreponerse frente a la adversidad. Las diferentes sociedades que han sido afectadas por el fenómeno de desaparición han propiciado estudios y análisis sobre sus diversos efectos, los cuales permiten generar un registro sobre la memoria y promover la no repetición, pero regularmente éstos aparecen años después del cese del fenómeno. En México las desapariciones no han cesado, las múltiples violaciones a los derechos humanos generan diversos problemas a atender sin posibilidad a prorroga. Por ello, la relevancia de generar conocimientos sobre los procesos resilientes que las personas víctimas de la desaparición de sus seres queridos experimentan o pueden experimentar se convierte en una imperante necesidad actual.

La palabra resiliencia encuentra sus orígenes en la ciencia física, hace alusión a la elasticidad de un cuerpo, a su capacidad para resistir un choque y volver a su estado inicial, la etimología de la palabra proviene del término resilium que en latín significa volver atrás; volver de un salto; rebotar. La génesis de su uso en el estudio humano ocurre en el campo de la salud, a través del estudio dirigido por Emily Warner en Hawái sobre niños sometidos a condiciones extremas de pobreza y vulnerabilidad.

En lo que respecta al estudio de los seres humanos, la resiliencia hace referencia a un proceso dinámico que permite el equilibrio de factores personales, familiares y sociales que permite responder a contextos de adversidad (Villalba, 2003). Dentro de los procesos resilientes después de haber sufrido un evento violento, un elemento clave es el dar sentido a una experiencia negativa a través de la comprensión del suceso e integrarlo a la propia vida, es decir, se requiere una interpretación que permita desarrollar pensamientos y acciones que faciliten al individuo emerger del estado de trauma. Entre los componentes esenciales de la resiliencia se encuentra la capacidad de rehacerse y resistir, el sujeto expresa su capacidad de afrontamiento, fortaleza, de lucha frente a la destrucción. Se repone del dolor, la desesperanza, la angustia, la depresión y demás secuelas del evento traumático, para resurgir fortalecido.

Desde una perspectiva psicológica, García & Domínguez (2013), afirman que existen tres cualidades fundamentales en la resiliencia: comprensión y aceptación de la realidad; creencia en que la vida tiene un significado, y habilidad para generar estrategias o alternativas de solución. Las autoras agregan que existen características peculiares en el individuo que facilitan la resiliencia, tales como: inteligencia; sentido del humor y optimismo; capacidad de control; alta autoestima; gestión de capital social; autonomía para la toma de decisiones; capacidad para tener iniciativa, y formar un proyecto de vida.

Lo antes expuesto refiere a factores personales, aunque es importante considerar que existen factores que dependen de las interacciones con los otros; es decir, el apoyo dado al menos por otra persona es esencial para la reconstrucción resiliente (Torralba, 2013). Aunado a lo anterior, Vergely (2003), dice: “Cuando uno está sometido a la conmoción de una desgracia, se comienza a salir de la obsesión de los pensamientos obsesivos gracias a la mediación de los otros. Y es que, gracias a que el otro viene a sostener a aquel o a aquella que ya no puede sostenerse, podrá, estando así sostenido, aquel o aquella que no se sostiene, reafirmar el pie. Es un gesto profundo que viene a borrar el gesto de la violación y de la transgresión. Un ser humano que nos agrede puede hacernos dudar de la humanidad. Pero un ser humano que viene a sostenernos puede restaurar nuestra relación con la humanidad”. (p. 56)

El estudio de la resiliencia ha dado paso a un paradigma, en el cual los lazos relacionales que unen a personas y sistemas les permiten caminar hacia una trayectoria compartida (Gómez & Kotliarenco, 2010). La promoción de un desarrollo sano debe involucrar varios factores que actúen de manera combinada, de forma tal que diversos recursos sociales de los grupos o individuos sean integrados; asimismo, importa considerar que dichos factores responden a diferentes contextos y circunstancias, por lo que es necesario discernir y comprender las estrategias de acuerdo con la lógica y situación de las personas cuando tienen que enfrentar situaciones difíciles.

Es prudente puntualizar el papel de la familia en la resiliencia, lo que algunos estudiosos han llamado resiliencia familiar, para Cyrulnik (2014), cuando después de un evento traumático, la familia recupera un funcionamiento tranquilizador, se distancia del sufrimiento y genera la capacidad de transformar el trauma se habla de resiliencia familiar. En tanto, Builes y Bedoya (2008) refieren a la resiliencia familiar como una capacidad para salir bien librada y fortalecida frente a la adversidad, la cual no es un estado dado, sino que se teje en forma relacional.

Acorde con Cyrulnick (2014), existen algunos factores que impiden la resiliencia: el aislamiento (se necesita de interacción social para la construcción e intercambio de relatos que permitan tener la representación de uno mismo) y la cultura (la estigmatización y revictimización que se desarrolla contra las víctimas en algunas regiones o círculos sociales). En esta dirección, es de tener en cuenta las palabras de Pourtois (2014), “cuando más se profundiza en la resiliencia, ésta demuestra ser más compleja…la trayectoria de resiliencia raramente se constituye siguiendo una vía directa… Se trata, ciertamente, de un proceso y no de un estado, ya que la resiliencia se inscribe en una temporalidad que determina su sentido y modifica constantemente su forma”.

Los contextos donde puede reproducirse la resiliencia se encuentran bajo constante transformación, y que los individuos involucrados en eventos violentos tienen diversas formas de reaccionar ante éstos, lo cual no siempre puede dar paso a procesos resilientes. Importa agregar que la existencia de recursos comunitarios, y el hecho de que las personas se dispongan a utilizarlos, puede incidir de forma favorable en los procesos de resiliencia, a través de ellos se puede reforzar el capital social y los sentimientos de empatía que aportan a dar significado y sentido a la vida (Villalba, 2003).

El papel social y de acompañamiento a las víctimas de entornos violentos, aun cuando se percibe complejo, es de alta relevancia para dar paso a procesos resilientes. En palabras de Cyrulnik (2008), “cada cultura ofrece posibilidades de expresión de la herida que permiten una revisión resiliente o que la impiden” (p. 22). No olvidemos que las experiencias traumáticas que se desarrollan a causa de la exposición a contextos violentos o violencia directa causan situaciones dramáticas y devastadoras para los seres humanos, que afectan la integridad, tanto física como psicológica, de una persona (Pieschacón, 2006). En particular, los casos de desaparición son la expresión violenta que más poder desarticulador tiene sobre quienes padecen la desaparición de uno o más seres queridos.

La resiliencia es un proceso donde importa tener en cuenta elementos relacionados con la persona, sus relaciones, el contexto y las circunstancias, para Evans &Reid (2016), la resiliencia es más que un llamado a incrementar una vigilancia ante ataques inminentes y la preparación contra ellos; alienta a los actores a aprender de las experiencias, promueve la adaptabilidad, crea un conocimiento de tal modo que la vida pueda continuar.

Materiales y métodos

La investigación fue desarrollada desde un paradigma cualitativo y se utilizó un enfoque fenomenológico. La selección de participantes respondió al rapport logrado (lo cual fue fundamental para la investigación) con 15 mujeres, que han padecido la desaparición de uno o más familiares en los estados de Nuevo León y Tamaulipas y que pertenecen a colectivos de familiares que buscan a personas desaparecidas ubicados en el estado de Nuevo León. El rango de edad de las participantes es de 30-72 años. La recolección de información se hizo a través de entrevistas en profundidad. El contacto con las participantes se realizó a través de la técnica de bola de nieve.

Con el objeto de triangular la información se desarrollaron tres entrevistas más con representantes de una asociación civil y una entrevista con Javier Sicilia quien es una figura pública conocida tanto por su vida profesional como por el asesinato de su hijo producto de la inseguridad vinculada a la guerra contra el narcotráfico que determinó el nacimiento de uno de los movimientos nacionales con más auge que demandaba el cese de violencia.

La duración de las entrevistas osciló entre 60 y 90 minutos, fueron audiograbadas (bajo la anuencia de las participantes), transcritas y posteriormente analizadas con el auxilio del software MAXQDA versión 12. Para para cuidar el anonimato se ha identificado a las participantes bajo un seudónimo. Los aspectos éticos que se consideraron en este estudio responden a principales acciones: 1) lectura y firma de un consentimiento informado; 2) la confidencialidad como eje rector de la investigación; 3) tratamiento prudente del tema respetando y cuidando el desborde de emociones de las participantes.

Resultados y discusión

El fin analítico de este apartado tiene dos principales objetos, en los cuales se pretende primero: analizar cómo los vínculos que surgen a través del acompañamiento y la visibilización del fenómeno de desaparición han incidido como un factor resiliente sobre los procesos particulares de las participantes; y segundo: analizar cómo los vínculos generados tanto por el acompañamiento constante como intermitente favorecen la permanencia de factores de resiliencia en las participantes.

Del sufrimiento en soledad a la génesis de los vínculos

Después de vivir un acontecimiento traumático las personas tienen la opción de reconstruirse, las preguntas detonantes para tal proceso giran en torno de comprender qué fue lo que les pasó y comprender su nueva situación, de esta forma, dar paso incluso a una nueva identidad. Aunado a lo anterior, el papel de la sociedad es un factor relevante para que ocurran procesos resilientes, las formas en que se visualiza y trata a quienes han sido víctimas de la desgracia incide sobre la reconstrucción de su nueva identidad, el saberse herido y capaz de seguir con un proyecto de vida, dentro del propio mundo social, permite visualizar los caminos de adversidad, las alternativas para caminarlos y los recursos sociales con los que puede contar; no obstante, el entorno social de las víctimas no siempre está preparado para responder de manera solidaria si se encuentra bajo el velo del estigma y del miedo, en palabras de Cyrulnik, et al. (2003), “hay culturas en que la resiliencia no es concebible porque la organización social no la hace posible”. (p. 235)

Acorde con los relatos colectados, las participantes expresan que durante los primeros años de la “guerra contra el narcotráfico” la percepción sobre inseguridad y vulnerabilidad se reflejaban en las dinámicas sociales, y que esto redujo las expresiones de apoyo social hacia quienes eran vulnerados por esta violencia. Incluso señalan que las víctimas que eran reportadas en medios de comunicación eran estigmatizadas y señaladas como criminales. Las percepciones de vivir en soledad las desapariciones de sus familiares era una constante en esos años. El caso de Teresa ejemplifica cómo, hasta hace unos años, los casos de desaparición eran estigmatizados: “Era el 2010, imagínate, no pues todos teníamos miedo, yo veía en la tele a los ejecutados, los colgados, que desaparecían gente y pensaba que, que pos en algo andaban metidos, primero decíamos “no pues es allá en Tamaulipas, ya no hay que ir” pero después se fue bajando, se fue bajando la violencia y nos pegó de lleno. De pronto ya había balaceras en la calle, los “malitos” comenzaron a pedir cuotas, ya los muertos no eran desconocidos y la gente comenzó a desaparecer… entonces, mi Héctor desaparece, desaparece mijo ¿cómo pedía ayuda? A quien le pedía ayuda, si las autoridades luego luego te preguntan ¿en qué andaba metido su hijo? No había nada, no había con quién arrimarse, la gente se alejó, incluso la familia, nomás éramos nosotros, la familia buscando a mi Héctor”.

Esta experiencia es recurrente en las participantes, hasta hace pocos años el problema de violencia y desaparición no contaba con una adecuada visibilización, lo cual incidió para que la gente que vivía el problema tuviese un escaso apoyo social y fueran revictimizadas bajo la estigmatización. Vivir procesos resilientes en esos años era complejo, diversos factores sociales influían para que las personas que buscaban a sus desaparecidos experimentaran procesos en soledad.

Cyrulnik (2008), señala que “cada cultura ofrece posibilidades de expresión de la herida que permiten una revisión resiliente o que la impiden… La invitación a la palabra o la obligación de silencio, el apoyo afectivo o el desprecio, la ayuda social o el abandono cargan la misma herida de una significación diferente según el modo en que las culturas estructuren sus relatos, haciendo que un mismo acontecimiento pase de la vergüenza al orgullo, de la sombra a la luz”. (p. 22)

Los escenarios de violencia que se han desarrollado en los últimos años en México colocaron a los ciudadanos en una posición vulnerable, en particular, el fenómeno de desaparición ha trastocado a la población en general sin responder a ninguna condición social, económica o familiar. Para las participantes la desaparición de un ser querido, bajo un contexto grave de violencia, redujo la ayuda que pudiesen recibir durante esos años e incidió sobre acciones de expresión del dolor y de injusticia. Esto las sumergía en profundas depresiones y en el aumento de malestares físicos. Los casos abordados en este estudio muestran que el fenómeno de desaparición provoca implicaciones similares en los familiares de las víctimas, las principales son resumidas en la tabla 1:

Tabla 1 - Principales implicaciones de la desaparición. 

Mentales: - Depresión - Ansiedad - Trastornos del sueño - Estrés
Físicas: - Diabetes - Hipertensión - Fibromialgia - Colitis nerviosa.
Familiares: - Reconfiguración - Cambio de roles - Fragmentación - Reducción de comunicación.
Sociales: -Estigmatización -Aislamiento -Pérdida de confianza. -Reducción del capital social
Económicas: - Reducción de ingresos por desaparición de proveedor principal o abandono laboral. - Incremento de gastos relacionados a procesos legales y de búsqueda. - Extorsión.

De acuerdo con los relatos obtenidos, estas implicaciones se vivían de forma más severa hasta hace unos años, cuando no existían los grupos de familiares o asociaciones civiles que auxiliaran a los familiares de desaparecidos y que había mayor desconocimiento del fenómeno en la sociedad. Así lo expresa Ariatna quien busca a su hijo desaparecido en el año 2011: “Los primeros seis meses estuve inmóvil, no tenía fuerzas, no sabía nada, era, este, el miedo, el terror, me paralizó, totalmente, y bueno, acudí después de casi un mes a denunciar, entonces lo que me encuentro ahí en la indiferencia de las autoridades, además de la indiferencia la apatía, entonces, empecé a aceptar el apoyo de la familia, yo no quería hacer nada, pues estábamos amenazados de muerte, tanto mi otro hijo como yo, fue mucha soledad, mucho sufrimiento”.

Para algunas participantes fue importante el trabajo que comenzó a realizar una asociación civil dedicada al tema de Derechos Humanos, donde fueron atendidas y representadas. No obstante, para dicha organización el problema de desaparición fue un gran reto a enfrentar, tanto por el número de personas que solicitaban ayuda, como por la complejidad de los casos.

Al respecto Lourdes y Arely (coordinadora de la asociación civil) comentan: “que nos dice [nombra a la coordinadora de la asociación] en una junta “ya no podemos recibir más casos, nos estamos volviendo locas” y que nosotras le contestamos, “usted díganos que falta y nosotras nos movemos y lo conseguimos” entonces ahí se fortaleció el grupo, nos dimos cuenta que éramos nosotras las que debíamos de estar al frente, nos organizamos y de ahí ya no nos pararon, y eso que hubo y hay muchas amenazas, una vez así, llegaron unos hombres armados y a punta de pistola amenazaron a [nombra a la coordinadora de la asociación], yo lo supe por accidente, ella no quería contarlo. Pero ella los enfrentó, con todo y amenazas ni ella ni [nombra a la asociación] nos dejaron solas, nos siguieron acompañando (Lourdes)”.

“Los primeros casos que llegaron fueron de policías, fue en el 2009, policías desaparecidos, cuando vienen aquí ya habían tocado otras puertas sin buenos resultados, entonces recibimos los casos, se hizo un grupito, empezamos a reunirnos cada semana para ver cómo nos iba, se abrió un espacio y discutíamos los avances de los casos, los resultados que daba el ministerio público, entonces este espacio las familias lo valoraron mucho, yo estaba ya muy cansada, pensaba no podemos, pero cada vez llegaba más y más gente, yo sentía que iba a explotar, yo sentía que no tenía la capacidad, en una reunión les dije “miren tenemos que ser muy sinceros, no puedo recibir un caso más, sería darles atole con el dedo porque no tenemos la capacidad ni de seguirlo, ni de atenderlo” hubo un silencio profundo en la sala, pero profundo, y se levanta un señor, y dice “mire, si no hubiera sido porque usted nos recibe a dónde hubiéramos ido, no hay nadie, no hay nadie que nos reciba, no hay nadie, ni un lugar donde podamos sentirnos libres para llorar, para enojarnos, para reír, para organizar, no hay, no hay ningún lugar, si usted le dice que no a ellos, quién los va a recibir, no, no podemos aceptar eso” “es que ya no puedo” le dije “espaciemos el tiempo, quizás cada quince días” pero él insistió “no ¿a dónde vamos? Necesitamos venir acá” así que en la asociación tuvimos que adherir más gente que nos acompañara, se dio la mejoría, las familias organizaron su grupo, vino Sicilia y empezamos a abrir nuevos caminos, la autoridad en Nuevo León se dejó tocar por el dolor y se pusieron a trabajar, pero no fue nada fácil, fue muy complejo (Arely)”.

A través de las experiencias narradas por las participantes se observa la complejidad vivida durante los primeros años de la violencia vinculada a las políticas de combate al narcotráfico, no sólo existía una constante vulnerabilidad de la ciudadanía frente a los diversos grupos implicados, sino también existía un desconocimiento de las autoridades para proteger y representar a los vulnerados. Las personas u organizaciones que se atrevían a denunciar las diversas situaciones de violencia eran constantemente amenazadas. El clima de impunidad reducía los apoyos y las expresiones de solidaridad o empatía hacia las personas que denunciaban la desaparición de sus familiares. Para las personas que ya se habían organizado para buscar a sus familiares, visibilizar y denunciar el problema socialmente se convirtió en una necesidad; en esta dirección, realizaban (sin mucho eco) actos públicos para denunciar su situación y la violencia que se vivía en diferentes regiones, acompañadas por algunas personas y asociaciones civiles que incidieron como un factor resiliente.

Como referente, se expone el caso de Ariatna: “Me encuentro con personas en las misma situación en las instituciones, nos estuvimos acompañando, en ese tiempo nos juntamos y salimos, empezamos a dar a conocer la situación que vivíamos, casi no nos escuchaban pero nos encontramos gente que nos empezó a acompañar, y eso fue más fortaleza para nosotros, gente con alma, que no eran víctimas, ellos nos hicieron fuertes, nos apoyaron, nos regalaron su talento y nos empezaron a fortalecer, de ahí nosotras mismas encontramos fuerza, y eso ha sido hasta ahorita, después de ocho años lo que nos fortalece, así que ahora nosotras después de estos años podemos apoyar y fortalecer a las que han ido llegando”.

Los movimientos desarrollados por grupos integrados por personas víctimas de la violencia vinculada con la “guerra contra el narcotráfico” y por familiares de personas desaparecidas permitieron que el fenómeno de desaparición en México se visibilizara y posicionara en la agenda pública, lo cual generó la mirada nacional e internacional al fenómeno (Gravante, 2018). En este sentido, los grupos tienen conciencia del efecto y relevancia que la visibilización de la desaparición implica; sin embargo, el proceso requirió tiempo y desde la perspectiva de las personas participantes ocurrió gracias a dos principales detonantes sociales: El asesinato de Juan Francisco Sicilia hijo del poeta Javier Sicilia, ocurrido en Cuernavaca, Morelos, en el mes de marzo del año 2011, que motivó la organización para realizar una Caravana por la Paz y el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad; y la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, ocurrida en Iguala, Guerrero, en el mes de septiembre del año 2014. En palabras de las participantes: “hasta que viene la Caravana por la Paz, por Justicia y Dignidad, encabezada por el poeta Javier Sicilia, en el que yo me atrevo a hablar de mi hijo en público, porque me sentí precisamente arropada, de alguna manera con fuerza, porque vi que había mucha más gente en la misma situación trágica que yo… Entonces es así como empieza ya mi proceso de fortaleza, alguien me dice cuando bajo del templete que tengo que estar en grupo para que yo pueda subsistir o resistir la tragedia (Ariatna)”.

“Nosotros no existíamos, nadie nos quería escuchar, la gente se alejaba cuando sabía por lo que habíamos pasado, todos los esfuerzos que nosotras hacíamos se desvanecían porque la gente tenía miedo, no, no había empatía, menos de los gobernantes, fue cuando pasó lo de los 43, pobres estudiantes, pero no fue hasta que ellos desaparecieron cuando aparecimos los que buscábamos a los otros desaparecidos, fue cuando se nos puso atención a nuestros gritos. A partir de lo de Ayotzinapa la gente se empezó a arrimar, a interesar en lo que pasaba con las desapariciones, fuimos más vistos, más atendidos (Josefina)”.

El primer evento adquirió una fuerza que no fue prevista, el alcance que obtuvo a nivel nacional fue un hecho sin precedentes, la caravana fue motivada por el dolor y la impotencia de saberse afectados y victimizados por un conflicto muy ajeno a la ciudadanía, la caravana recorrió gran parte del territorio nacional, a lo largo de su trayecto se incorporaron cientos de personas que afectadas por la violencia decidieron visibilizar el problema de sus regiones.

En palabras de Javier Sicilia (líder de la Caravana): “la fuerza que yo saque no tiene definición, tiene muchos trazos, no hay nada que lo pueda definir… yo no sabía que iba a hacer, yo traía mucho dolor… que da fuerzas es el consuelo, el consuelo es estar con la soledad del otro, es lo que hicimos, generar el encuentro de muchas soledades, por eso la gente se sintió acompañada… cuando alguien entra en desgracia, lo que sostiene es, que hay otros que van a acompañar esa soledad, el caso es que, el que acompañaba esta soledad, muchos de los que acompañábamos esta soledad, éramos desolados también, esto hace una diferencia profunda, descubrimos que las soledades no son tan solas, entonces yo creo lo que hizo el movimiento fue descubrir que mi drama, algo que haya un sentido común, pero es el menos común de los sentidos, mi drama es el drama de todos, eso es lo que hizo el movimiento, todo mi drama se volvió el drama de todos y lo hice drama de todos… lo que hizo el movimiento, fue, hacer de los dolores un dolor común y eso generó un momento político que visibilizara a las víctimas y que sentara junto a ellos a los poderes, a los gobiernos… el haber entendido que mi drama es el drama de otros, me dejo, por intuición, ir construyendo el movimiento, el país entero está dañado, entonces al ir avanzando se fueron uniendo más y más personas… la soledad y la dispersión favorece el terror, el estado de terror que se provoca con tanta violencia sólo funciona cuando estamos solos”.

De acuerdo con los relatos de las participantes el saber que había cientos de personas que padecían el mismo dolor, situaciones similares, que los entornos complejos se vivían en diferentes regiones, les hizo sentir que tenían que organizarse, agruparse y hacer algo, desde entonces buscaron acompañarse. Dentro de las familias, las que salían a buscar y realizar actividades eran más mujeres que hombres, las razones las atribuían a que ellos fungían como proveedores o bien eran más hombres que mujeres quienes desaparecían. El caso de los 43 normalistas desaparecidos ocurrió dos años más tarde del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, y desde la perspectiva de las participantes si bien el suceso ayudó a visibilizar internacionalmente el tema de la desaparición.

También generó división en la atención dirigida a las víctimas, desde sus argumentos señalan que en diversas ocasiones pidieron unir los movimientos, pero que los objetivos tenían diversificaciones que no podían conciliar y que incidieron en que no ocurriera un acompañamiento en conjunto: “Mira, tú sabes que son más de 43, eso es algo que a los padres de los muchachos de Ayotzinapa les costó entender, pero, hay que reconocer que gracias a ellos nos hicimos visibles. Nosotros también buscamos justicia, pero lo que más, más queremos, es saber ¿Dónde están?, por eso, pues ellos se van por su lado, porque ellos primero demandan justicia, su lucha es política, pero aquí lo que hay que entender es que somos miles buscando a nuestros desaparecidos, y que nos faltan, nos faltan miles. Pero sí, gracias a los 43 también nos miraron, se enteraron que existimos, ojalá más adelante nos juntemos (Trinidad)”.

Las personas que buscan a sus desaparecidos se han diversificado en diferentes grupos, donde han organizado sus acciones de acuerdo a las prioridades que como grupo establecen. Lo cual responde al contexto político, a la región, y a su capacidad organizativa. Los grupos de familiares de personas desaparecidas enmarcaron nuevos caminos bajo la premisa de una primera necesidad: encontrar a sus desaparecidos.

Los objetivos que se perseguían entre quienes comenzaron la Caravana por la Paz y quienes buscaban a sus desaparecidos fueron distanciándose, no obstante, las participantes recuerdan con cariño y seden relevante importancia al acompañamiento que surgió con los primeros pasos de la Caravana y el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, les atribuyen la organización de los grupos y el acompañamiento social: “Ese Javier, se le tiene mucho cariño, pero a veces dice cosas con las que no estamos de acuerdo, se ha ganado pleitos, él está enojado, pero nosotras no podemos estar enojadas, nosotras necesitamos aliados no enemigos. Además, como mujeres nos cuidamos más, sabemos que esto no de un momento, la foto y ya, hay que estar y saber estar, saberse levantar y ayudar a levantar. Pero hay que decirlo, gracias a Javier y a la Caravana y al Movimiento por la Paz, nos movilizamos, nos organizamos y aquí andamos, luchando (Conchita)”.

Para las participantes de este estudio es importante continuar con acciones que incidan en la visibilización social de la desaparición, y en particular la visibilización y memoria colectiva de sus familiares. Lo cual incide sobre los procesos de resiliencia, en palabras de Cyrulnik (2001), “la memoria de sí, dos veces socializada, alimenta nuestro relato, que es él mismo un encuentro, una negociación entre el que habla y el que escucha. La historización es un proceso que cura y que es necesario para la construcción de toda identidad individual o colectiva”. (p. 126)

Estas acciones facilitan el desarrollo de procesos resilientes en las participantes, donde las acciones orientadas a la memoria permiten tanto hacer presente a la persona desaparecida como desarrollar un afrontamiento activo frente a la desaparición. Al respecto se comparte el siguiente argumento: “primero nos apropiamos públicamente de la plaza, para hacer memoria de nuestros desaparecidos, después pintamos sus caras, bueno, requerimos ayuda de artistas, pero, ahí íbamos participando… el gusto que nos dio, así nadie olvidaría que nos faltan nuestros seres queridos, que el gobierno no resuelve y que nosotras estamos luchando (Ariatna)”.

Para las participantes los actos de memoria además de incidir sobre sentimientos de bienestar les permitía construir un sentimiento de comunidad, donde la empatía y la colaboración en las diferentes acciones generaban percepciones sobre sentirse acompañadas y alejaban los sentimientos de soledad. En esta búsqueda de preservación de la memoria, las acciones en conjunto se desarrollaban con júbilo y los sentimientos de dolor daban paso a que sus búsquedas y exigencias se convirtieran en asuntos públicos. En este sentido y en concordancia con Granada (2018), se producía una resiliencia en conjunto a través de la preservación de la memoria, lo que podríamos llamar una resiliencia comunitaria que da paso a nuevas narrativas a través de vivencias compartidas.

En palabras de Granada (2008), “donde los asuntos individuales se convierten en asuntos de interés común y de allí al politizarse cuando se movilizan sentimientos de indignación, se convierten en asuntos de interés público que adquieren valor cuando inducen su inclusión en marcos normativos y regulatorios, donde “el para que no se repita”, sintetiza la movilización, la indignación, la denuncia y la reclamación”. (p. 199)

Si bien se observa que el mayor acompañamiento ocurre entre pares, el acompañamiento de asociaciones y personas ajenas al fenómeno de la desaparición ha sido de gran relevancia para la generación de procesos resilientes en las participantes, pues al poder expresar sus diferentes sentires, necesidades, sentirse apoyadas y acompañadas les produce fortaleza; además, atribuyen a estos apoyos su formación.

En palabras de Federica: “En la asociación no sólo nos dicen lo que se necesita hacer, sino nos dan las herramientas, y esto te construye, ese acompañamiento te fortalece, el grupo está mejor estructurado ahora, somos más capaces, pero somos más capaces porque la asociación nos apoyó, nos ayudaron a tener conocimientos, a buscar cursos, prepararnos, defendernos y míranos, aquí estamos, fuertes y decididas”.

De acuerdo a los argumentos de integrantes de la asociación civil, mantener un acompañamiento al grupo ha sido un proceso de aprendizaje donde han tenido que comprender los diferentes procesos, caracteres y momentos de quienes buscan a sus familiares, establecer márgenes de acompañamiento y ayuda, lo cual también ha sido parte del crecimiento como asociación. Los procesos resilientes también son interiorizados por el personal de la asociación que ven en el grupo un ejemplo de vida y fortaleza, que desde su sentir a veces es incomprensible.

En palabras de Lina y Elena: “El acompañamiento que hemos dado, también lo es para nosotras, una ubica ese espacio que te fortalece, ha sido un caminito, es un aprendizaje, no era una problemática que supiéramos tratar, fuimos aprendiendo, pero entonces la forma de acompañar desde diferentes áreas es una construcción que hemos hecho, pero el grupo que ellas han formado es un espacio donde resalta el amor, la solidaridad, donde antes de definir las acciones políticas, se canta, se ora, se abraza. Pero a lo largo del tiempo ha habido conflictos como todo grupo, entonces ahí también es un aprendizaje, saber cómo acompañar y lidiar con diferentes personalidades, observar como entre ellas arreglan esas diferencias a través del respeto o incluso la separación”.

¿Cómo no acompañarlas? es complejo, pero hay que acompañarles en su justa dimensión, eso, eso no está fácil, no hay que victimizarlas más, hay que reconocerlas en su capacidad y nada más, acompañarlas, lo cual es un compromiso, les admiramos profundamente, pero aun estando cerca, tan cerca desconocemos la profundidad de su dolor, a ciencia cierta no lo sabemos (Elena).

El acompañamiento terapéutico no siempre ha sido efectivo, pues al ser un fenómeno reciente los profesionistas se han encontrado con diversos obstáculos para emplear sus conocimientos, además, su acompañamiento es temporal, debido a que pocas instituciones o asociaciones son capaces de mantener la temporalidad de un tratamiento adecuado.

Desde la experiencia de las participantes se comparten los siguientes argumentos: “Yo recuerdo, que yo les insistía mucho del apoyo psicológico, yo me decía “es que si no, no van a poder salir” ahora con el paso de los años, yo veo que quien busca un ser desaparecido necesita sentirse acompañado y que está ocupado buscando, necesita ir, venir, necesitan estarse moviendo para sentir que están haciendo algo, psicológicamente es lo que ayuda, es lo que se necesita hacer, porque la verdad es que los profesionales en psicología pocos están preparados para atender, no tenían la capacidad, y es que humanamente no hay la capacidad para poder atender, además por ¿cuánto tiempo se puede dar un tratamiento? por eso la primera demanda es el acompañamiento, que como sociedad no las dejemos solas (Arely)”.

“Qué me dice la psicóloga “tú tienes que cerrar el duelo, tienes que dejar ir, es como un globito que tú vas a soltar” ganas me dieron de soltar, pero una grosería, para mí fue una mentada de madre, pues si no está muerto pensé, pero ¿cómo podía ella entender si no pasaba por lo mismo? (Yadmira)”.

Al no reconocer una ayuda eficaz terapéutica, las participantes tuvieron que recurrir a sus propias posibilidades de reconstrucción. En este sentido, nuestro análisis fue orientado en función de la capacidad de reconocimiento que la persona logra de sí misma, de acuerdo con Quiñonez (2007), esto sucede desde tres dimensiones:

  • En la dimensión cognitiva donde el sujeto podrá crear, proyectar y construir planes de solución a la problemática que vive y en ella un aspecto fundamental es el reconocimiento del problema propiamente dicho y en oportunidades la necesidad de una re-significación de la situación que debe afrontar.

  • La dimensión emocional permite al sujeto experimentar una amplia gama de estados emocionales que acompañan la vivencia, donde surgen estados emocionales que permiten manifestaciones como respaldo, solidaridad, comprensión, apoyo, lealtad y estrechamiento de vínculos hacia otras personas que padecen situaciones similares.

  • Desde la dimensión actitudinal se da origen a: construir de manera inmediata alternativas de supervivencia de sí mismos, de las personas que conforman sus núcleos familiares o de las personas del entorno que estén presentes; a buscar información o ayuda de carácter instrumental que les permita construir formas alternas de solución.

De acuerdo con la información colectada se aprecia que las participantes ejercieron un reconocimiento de sí mismas a través de las dimensiones descritas, lo que les permitió una reconstrucción que facilitó otorgar un nuevo sentido a la vida ligado tanto a los procesos de búsqueda de sus familiares como búsqueda de justicia. No obstante, es importante considerar que el proceso de resiliencia suele suceder de manera diferenciada, cada individuo puede tener reacciones muy variadas al mismo evento o puede necesitar mayor o menor tiempo para procesar la experiencia; lo anterior, depende de variables tales como la edad, historia personal o el significado que se le otorgue a dicha experiencia.

Aun cuando los procesos desarrollados de manera individual son relevantes, en concordancia con los testimonios, el acompañamiento entre pares es el factor resiliente más poderoso, al forjar la resiliencia a través de la adversidad es necesario reconocerla, y esto implica integrar la experiencia en la identidad individual, familiar, grupal y comunitaria; es decir, se teje en forma relacional y narrativa, a través de un razonamiento narrativo se descubren las posibilidades de autorrestauración y crecimiento en la adversidad.

Cuando las participantes se identifican como “hermanas del mismo dolor” consideran que sólo entre ellos es posible la comprensión absoluta y el acompañamiento continúo. Además, que surge y se fortalece una nueva identidad, la cual es formada por reconocerse dentro de una nueva faceta donde el reconocimiento entre los pares da paso a una reconstrucción conformada por narrativas que les permite fortalecerse. En este sentido, Galbin (2014), señala que los procesos de identidad se editan en el devenir de las conversaciones y relaciones dentro de determinados contextos.

Los argumentos siguientes argumentos respaldan dicho: “no puedes tu sola lidiar con esto, el grupo y la asociación son la clave para salir de esto, porque cada miércoles que nos juntamos agarramos fuerza, agarramos aire, me acuerdo que al principio lloraba y lloraba, yo decía “ya son dos años y sigo así, no voy a poder” pero en el grupo me decían “si vas a poder, cuando menos te lo imagines va a seguir doliendo pero tú vas a seguir caminando” y veme aquí, se llegó el momento, después de 6 años yo estoy caminando y en este camino voy ayudando a levantarse a las demás, entre nosotras, sino ¿cómo? quien más podría saber la forma correcta de levantar (Talina)”.

“Las que tenemos más tiempo, debemos de estar más fuertes para las nuevas que van llegando, para nuestras hermanas del mismo dolor, nadie nos ha dicho que tienes que mostrarte más fuerte, si no que siento como que eso se respira en el aire, tiene que ser fuerte, tienes que poner el ejemplo a las más nuevas, a las que van llegando o igual a las que estamos ya de tiempo, que si una cae, porque todas estamos, cómo le diré, de repente estamos muy arriba y nos fortalece y de repente volvemos a caer y tenemos que tomarnos del brazo, unas con otras, de la mano mejor dicho, levantarnos unas con otras, es una necesidad la fortaleza, es una necesidad para seguir caminando, para seguir en la lucha, seguir en la búsqueda (Sarita)”.

La identidad de una persona tiene diversos elementos de los socialmente compartido, en donde la pertenencia a grupos y colectivos incide de manera crucial. En este sentido, es posible observar que los grupos y colectivos de familias de personas desaparecidas son espacios donde se conforman nuevas identidades a partir de compartir historias, el dolor, luchas y los caminos para sobrellevar la adversidad. Asimismo, es importante visibilizar que la identidad se construye a lo largo de la existencia de las personas y sus relaciones con otros individuos, lo cual está íntimamente vinculado tanto a su capacidad de autodefinirse, como a la identificación que hace el otro, y que estos procesos son distinguibles dentro de su interacción en un grupo.

Las narrativas compartidas por las participantes muestran cómo los vínculos construidos con sus compañeras y compañeros les permiten reconstruirse en un reconocimiento de sus necesidades, pero también en sus fortalezas, lo que forja una nueva identidad resiliente. En esta dirección es importante señalar que vinculación entre pares les permite reconstruir desde una identidad vulnerada y violentada, nuevas formas de re significación, donde se motiva un ejercicio político en favor de la búsqueda de sus desaparecidos, el reconocimiento de los daños y las exigencias sobre alternativas para evitar la repetición. En este punto es importante resaltar la importancia de la identidad en las personas que buscan a sus familiares desaparecidos desde la narrativa y la subjetividad, pues las personas elaboran la identidad individual a través de la mirada que construyen sobre sí mismo y sobre su propio mundo; de la misma manera logran la identidad social a partir de la mirada conjunta que se construye.

A partir de los argumentos de nuestras participantes, ha sido posible observar que sus procesos de resiliencia van más allá de un proceso de resistencia, sino que se orienta a generar acciones que les permitan sobreponerse e incidir sobre la transformación de los escenarios de adversidad que la desaparición ha generado. Al respecto Kotliarenco (2018) señala que en un proceso de resiliente se habla de mínimos y máximos, el mínimo hace referencia a una adaptación positiva frente a la adversidad y el máximo es cuando se logra una transformación dentro de la adversidad.

Sin embargo, estos procesos no serían posibles sin la dimensión relacional que surgen en los grupos, donde la convivencia y el reconocimiento de sus diferencias han permitido espacios de concertación y fortalecimiento. Acorde con los estudios de Cyrulnik (2001, 2008), los factores relacionales que se identifican para promover la resiliencia son: flexibilidad (donde se pueda procesar un cambio para encarar nuevos retos); claridad (poder compartir información clara acerca de las crisis situacionales y las expectaciones futuras); expresión emocional (que se refiere a la importancia de no guardar emociones y compartir sentimientos sin emitir juicios); y la colaboración en la resolución de problemas. Dichos factores, son visibles dentro de los procesos grupales de las participantes.

Pese a la diversidad de esfuerzos en torno a la desaparición, en la actualidad la justa visibilización del fenómeno, la atención efectiva del problema y el reconocimiento y atención de necesidades de las personas con familiares desaparecidos es un asunto pendiente y urgente de atender. De acuerdo con la información colectada el transcurrir del tiempo deteriora la salud de las familias e incide sobre sentimientos de desesperanza; en este sentido, el acompañamiento social cobra una vital relevancia para fortalecer los procesos resilientes de las personas que buscan a sus desaparecidos.

Conclusiones

El grave número de desapariciones y su rápida proliferación que actualmente se vive en México dejan en evidencia que el Estado ha sido sobrepasado y que no ha sido posible garantizar el respeto de los derechos humanos. Además, la escasa atención dirigida a las personas víctimas de la desaparición de sus familiares ha encrudecido la complejidad del problema. Realizar un análisis del tema de desapariciones en México abre un mosaico de posibilidades analíticas que pueden realizarse desde muchos matices; no obstante, los avances sobre el estudio de las violencias serían estériles sino ofrecieran alternativas para contrarrestarla y combatir sus efectos.

Por ello, los esfuerzos al realizar este estudio han sido dirigidos a la exploración sobre acciones que faciliten la generación de procesos resilientes. De esta forma, ha sido posible identificar que sí existen posibilidades para incidir sobre espacios que faciliten la generación de resiliencia. Si bien se reconoce que las personas con familiares desaparecidos experimentan situaciones extremadamente complicadas, también es preciso reconocer que el apoyo social, la visibilización del fenómeno de desaparición y el acompañamiento que estas personas reciben facilita sus procesos resilientes.

Las personas que han padecido la desaparición de uno o más familiares se enfrentan no sólo al quebrantamiento y desarticulación psíquica que provoca la pérdida ambigua, sino también son afectados en su salud física, son vulnerables a la revictimización por las instituciones gubernamentales y al estigma social. Los retos que enfrentan son variados y el encontrarse con otras personas en situaciones similares y proveerse de un mutuo acompañamiento les ha provisto de herramientas que sustentan procesos resilientes.

Además, los logros políticos de visibilización de los colectivos de familiares han empujado de manera importante las reformas legales y procesales de atención al fenómeno de desaparición. Lo cual puede señalarse como un proceso de resiliencia política digno de seguir efectuándose y que puede ser base de una reconstrucción restaurativa y pilar de los procesos de pacificación en México.

En este sentido, se entiende que visibilizar las situaciones que las personas viven permitirá comprender los diferentes procesos que enfrentan, y de esta manera se pueden activar mecanismos sociales solidarios. En concordancia, es importante que la sociedad reconozca sus historias, otorgue la escucha y active la solidaridad sobre sus demandas, que se evite la estigmatización y se les abrace con el acompañamiento. El reto consiste en saber caminar al lado de quienes buscan a sus familiares, pero, sobre todo, se requiere de un acompañamiento consiente de sus trayectos, en los que reconozca la prioridad de sus demandas: la búsqueda y encuentro de sus familiares.

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Recibido: 05 de Septiembre de 2020; Aprobado: 12 de Noviembre de 2020

*Autor para correspondencia. E-mail: karlis7272@hotmail.com

Los autores declaran no tener conflicto de intereses.

Los autores han participado en la redacción del trabajo y análisis de los documentos.

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