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Revista Universidad y Sociedad

versión On-line ISSN 2218-3620

Universidad y Sociedad vol.14 no.2 Cienfuegos mar.-abr. 2022  Epub 02-Abr-2022

 

Articulo original

Seguridad alimentaria familiar: apuntes sociológicos para lograr sistemas alimentarios locales inclusivos, municipio Santiago de Cuba

Family food security: sociological notes to achieve inclusive local food systems, Santiago de Cuba municipality

Yinet Domínguez Ruiz1  * 
http://orcid.org/0000-0001-6403-6465

Osmanys Soler Nariño1 
http://orcid.org/0000-0001-8239-5306

1Universidad de Oriente. Cuba.

RESUMEN

La seguridad alimentaria familiar (SAF) ocupa un lugar importante en el desarrollo local, pues es resultado de la gestión de políticas públicas dirigidas a lograr sistemas alimentarios locales (SAL) más inclusivos. Sin embargo, alcanzar la SAF representa, en la actualidad, un reto innegable para nuestro país en los marcos del Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social hacia el 2030. En tal sentido, el objetivo de la presente contribución se dirige a valorar la importancia del análisis sociológico a la SAF en función de alcanzar SAL inclusivos. La investigación se apoyó en la metodología cualitativa y cuantitativa, utilizando las técnicas de la observación científica y el cuestionario.En el contexto cubano actual, el impacto de la pandemia en el acceso, estabilidad, disponibilidad y producción alimentaria a nivel local, evidencia la necesidad de implementar estrategias que permitan no solo fortalecer el vínculo familia-estructura de oportunidades, sino también prácticas sociales adecuadas en torno al uso, distribución y consumo de alimentos al interior de las familias. Lo anterior se evidencia, por ejemplo: en el impacto que sufren las dietas en los hogares con la caída de los ingresos, mayores gastos en la compra de alimentos, así como la adquisición de alimentos menos nutritivos.

Palabras clave: Seguridad alimentaria familiar; sistemas alimentarios locales inclusivos y estructura de oportunidades

ABSTRACT

Family food security (SAF) occupies an important place in local development, as it is the result of the management of public policies aimed at achieving more inclusive local food systems (SAL). However, achieving SAF currently represents an undeniable challenge for our country within the framework of the National Plan for Economic and Social Development towards 2030. In this sense, the objective of this contribution is aimed at assessing the importance of sociological analysis to SAF in terms of achieving inclusive SAL. The research was supported by qualitative and quantitative methodology, using the techniques of scientific observation and the questionnaire. In the current Cuban context, the impact of the pandemic on access, stability, availability and food production at the local level shows the need to implement strategies that allow not only to strengthen the family-opportunity structure link, but also appropriate social practices in around the use, distribution and consumption of food within families. The foregoing is evidenced, for example: in the impact suffered by diets in households with the fall in income, higher expenses in the purchase of food, as well as the acquisition of less nutritious food.

Keywords: Family food security; inclusive local food systems and structure of opportunities

Introducción

La alimentación es uno de los problemas fundamentales que presenta el mundo contemporáneo. Como fenómeno sociológico, ésta es condicionada por múltiples factores de índole social, cultural, económico y político que signan el acceso seguro a los alimentos. Respecto a lo anterior, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) advierte sobre la importancia de analizar las dimensiones de la seguridad alimentaria (el acceso, estabilidad, disponibilidad y utilización) sobre la base de su interrelación a escala macro y micro social.

Sin embargo, las disrupciones existentes entre ellas generan situaciones de vulnerabilidad alimentaria en individuos, grupos y familias, matizada por limitaciones en el consumo, acceso físico y económico a una alimentación suficiente, nutritiva y culturalmente aceptable. En este marco de análisis, no solo es necesario abordar la seguridad alimentaria desde sus dimensiones a escala más general, sino también a partir de las interacciones e interconexiones que se producen a nivel de las familias en sus relaciones con el entorno local.

En este entramado dinámico y cambiante de interrelaciones, se configura la seguridad alimentaria familiar como sistema complejo, pues en ella convergen actores sociales, normas, valores, significados, recursos materiales, entre otros elementos cuyo acoplamiento en la realidad social y familiar conducen a la estabilidad o desintegración alimentaria.

Esto último se acentúa en la región de América Latina y el Caribe a partir de problemáticas como la malnutrición, subalimentación, sobrepeso u obesidad, inequidades de género en torno al acceso a los alimentos, insuficiente ingreso económico, entre otras. Todo ello es resultado no solo de la aplicación de políticas públicas deficientes, sino también de prácticas sociales inadecuadas y un acceso limitado a estructuras de oportunidades en materia de alimentación.

Todo lo anterior muestra que, será difícil erradicar el hambre para el 2030 y cumplir con el principio fundamental de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS): "No dejar a nadie atrás". De manera específica el Objetivo 2, cuya prioridad está entre otros aspectos, en lograr la seguridad alimentaria con la finalidad de alcanzar el bienestar social de todas las personas. Alcanzar esta máxima de inclusión social, constituye un desafío a partir de la emergencia de conflictos sociales, económicos y culturales que tienen incidencia en los desajustes estructurales no solo en materia de alimentación, sino también en las relaciones sociales entre grupos e individuos.

Algunos datos ofrecidos por la FAO evidencian que, en el 2019, una de cada 10 personas a nivel mundial estuvo expuesta a inseguridad alimentaria. Asimismo, unos 2000 millones de personas no disponían de acceso regular a alimentos inocuos, nutritivos y suficientes. Específicamente en América Latina y el Caribe, dicha inseguridad se incrementó del 2014 (22,9%) al 2019 (31,7%), esto demuestra que aún falta mucho para reducir el hambre y asegurar el acceso de todas las familias, a una alimentación sana y nutritiva (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, 2020).

A este complejo panorama se incorpora la actual situación de salud derivada de la pandemia coronavirus como hecho social total. Su impacto en el sector productivo y de servicios tendrá efectos negativos no solo en el ámbito económico, sino también en las relaciones sociales, el modo de vida y la realidad simbólica de diversas familias en torno a los alimentos. En este contexto, los SAL tienen especial significación, pues constituyen una herramienta de los gobiernos locales para enfrentar los múltiples cambios económicos, sociales y productivos en materia de alimentos a nivel territorial.

Estos sistemas se sintetizan en: la articulación vertical-sectorial y horizontal-territorial de manera que se logren integrar los procesos de producción, transformación, comercialización y consumo de alimentos; la interacción entre todos los actores locales y el gobierno; potenciar la participación social; fomentar mayores capacidades de innovación en los diferentes municipios; impulsar la formación del capital humano; la transferencia de tecnologías e innovación, entre otros elementos (Díaz-Canel, et al., 2020).

Para la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (2017), el sistema alimentario es la suma de los diversos elementos, actividades y actores que, mediante sus interrelaciones, hacen posible la producción, transformación, distribución y consumo de alimentos. El adecuado o inadecuado manejo de los recursos naturales, por ejemplo, se ve reflejado en el precio de los alimentos, en la cantidad de pérdidas y desperdicios, y en el acceso a los mismos. De igual forma, las decisiones de los consumidores tienen implicaciones en el comportamiento de los mercados y los modos de producción, impactando en el uso de los recursos naturales.

De manera general lo expuesto en párrafos anteriores, refleja la actualidad e importancia de la temática abordada que, si bien muestra la importancia de los SAL en la generación de un mayor desarrollo endógeno, aún es insuficiente el tratamiento a la SAF como sistema de integración social. En este último, se evidencian las relaciones o interconexiones entre sus dimensiones y otras mediaciones simbólicas producidas en los hogares a partir de las interacciones con el entorno social. Dichas mediaciones confluyen en el acceso físico y económico a los alimentos como un complejo entramado de vehículos de interacción que se manifiestan en forma de activos, recursos, prácticas sociales y simbólicas cuya relación puede estructurar o desestructurar la alimentación.

Al respecto, desde la Sociología de la alimentación, diferentes perspectivas (Mennell, et al., 1992; Díaz & García, 2018) aportan pautas teóricas para la comprensión de la alimentación a partir de los diversos procesos que intervienen en su construcción social. Aquí resaltan la estabilidad o desestructuración alimentaria, diferenciación social, así como la relación entre producción y consumo. En todos ellos se manifiestan variables como: prácticas, posiciones sociales, formas de capital (social y cultural), relaciones de género, modelos culturales de consumo, entre otros elementos que signan la dimensión social de la alimentación.

Los autores citados introducen un marco analítico para el estudio sociológico de la alimentación a través de las diferentes estructuras, actores y significados que la configuran. Sin embargo, aún es limitado el tratamiento a éstos de manera integrada desde las relaciones e interrelaciones que mantienen entre sí en el ámbito alimentario, así como las consecuencias imprevistas (desintegración o integración social) que dichos nexos provocan a nivel micro social.

Para la sociología, el campo de la seguridad alimentaria a nivel de las familias ha tenido débiles acercamientos teóricos. Si bien se abordan conceptos próximos a esta ciencia, aún es limitada la introducción de un enfoque sociológico que logre integrar los diferentes factores que intervienen en la configuración de dicha seguridad.

Aquí resalta el análisis a la dinámica familiar en torno a la alimentación, los modos de vida, las prácticas y hábitos alimentarios, patrones de sociabilidad en el consumo de los alimentos y la vulnerabilidad alimentaria. Aunque todos ellos expresan las dimensiones de la seguridad alimentaria (acceso, uso, estabilidad y disponibilidad), todavía es insuficiente el estudio a las relaciones que se establecen entre estos componentes, y la emergencia de factores de índole social, cultural y económico cuya interrelación macro-micro puede integrar o desintegrar la alimentación a escala familiar.

Dichos vacíos epistémicos también se reflejan en los estudios realizados por organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (2017); y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (2020). El análisis que introducen se circunscribe, por un lado, al acceso, utilización, estabilidad y disponibilidad de los alimentos; por el otro lado, a los factores que condicionan la seguridad alimentaria y las situaciones de desintegración social (ejemplo: pobreza, desnutrición, vulnerabilidad alimentaria) generadas a partir de las interrelaciones entre estos factores.

Lograr esta SAF requiere de la participación e inclusión de todos los sujetos sociales para alcanzar no solo el bienestar alimentario de las personas y evitar de esta manera, las situaciones de vulnerabilidad social alimentaria que desintegran o desestructuran el acceso a los alimentos, sino también sistemas alimentarios locales más inclusivos y sostenibles. En el contexto cubano, la política de seguridad alimentaria, si bien ha encaminado sus esfuerzos en dinamizar los vínculos entre el acceso, disponibilidad, estabilidad y utilización, todavía es limitada la relación de estas dimensiones a escala micro ante influencias macro sociales en el ámbito nacional.

Esta interrelación no solo experimenta los efectos tangibles del bloqueo, sino también los desaciertos en la producción de alimentos, el verticalismo institucional y las estructuras mentales o simbólicas que subyacen en dicha política en torno a la seguridad alimentaria. Cabe agregar que, a esta situación, se le suma las carencias que aún existen en el tratamiento a una concepción integral de la SAF a escala local.

A nivel de país, los acercamientos a esta seguridad alimentaria se han materializado en la práctica a través de Programas sociales (alimentación escolar, atención de la salud materno-infantil y a personas ancianas, el Sistema de atención a la familia (SAF), entre otros); el diseño de acciones para potenciar la agricultura familiar; la canasta familiar normada; el Sistema de Vigilancia Alimentario Nutricional (SISVAN) y el Análisis de la Vulnerabilidad a la Inseguridad Alimentaria. Válido apuntar que en las actuales condiciones de pandemia el Estado ha reforzado la atención a los grupos vulnerables a nivel de los territorios. Algunas de las medidas tomadas son: la entrega de módulos de comida en sus casas a los grupos más vulnerables, así como la protección a las personas más susceptibles al contagio.

La irrupción de esta situación sanitaria y las insuficiencias acumuladas en el país en torno a la relación producción, distribución, comercialización y consumo ha conllevado a incorporar nuevas concepciones para impulsar el desarrollo productivo nacional, garantizar la soberanía alimentaria y a su vez sistemas alimentarios locales más inclusivos. En este sentido, fueron aprobados recientemente la Política para impulsar el desarrollo territorial en el país y el Plan de Soberanía Alimentaria y Educación Nutricional (SAN). Estos documentos son parte consustancial del Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social hasta el 2030 y sus Ejes y Sectores Estratégicos, así como de los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución para el período 2016-2021. Ambos tienen una acentuada interconexión, pues sus objetivos se encaminan a potenciar el desarrollo a escala local como necesidad para transformar el territorio desde sus potencialidades (individuales, grupales o colectivas) y recursos endógenos.

De manera específica, en dicho plan se contemplan las dimensiones de la seguridad alimentaria que contienen aspectos como la cultura alimentaria y educación nutricional, prácticas, equidad de género, atención a grupos vulnerables y mayor focalización a las características generacionales, ambientales y territoriales. No obstante, es importante asentar las carencias en cuanto a, primero: la comprensión de las dimensiones de la seguridad alimentaria como un todo integrado donde cada una de sus partes se hallan en constante interacción e interconexión. Segundo, la ausencia de variables que expresen el comportamiento de la seguridad alimentaria a nivel de los hogares.

Cabe señalar que, estas insuficiencias limitan la potenciación de los SAL a partir de concebir, por un lado, la seguridad alimentaria familiar como sistema de interacciones y prácticas de integración social; y por el otro lado, la familia como entramado simbólico relacional. En este orden de ideas, investigaciones realizadas en el ámbito nacional, muestran limitaciones en el estudio teórico y metodológico de la seguridad alimentaria en las familias. La mayoría de éstas enfocan el análisis hacia la soberanía alimentaria, las políticas públicas de seguridad alimentaria, los sistemas alimentarios y la vulnerabilidad nutricional a nivel nacional y territorial. En esta línea de análisis se encuentran: Gamboa, et al. (2018); Machado, et al. (2018); y Díaz-Canel, et al. (2020).

Referido a la problemática del acceso a los alimentos en los hogares, autores como Domínguez (2019); y Domínguez & Soler (2020), sitúan sus posturas teóricas en los hábitos de alimentación, el consumo alimentario, así como los factores (económicos, políticos, sociales y culturales) que condicionan las dimensiones y a su vez configuran la SAF.

Sin embargo, aún persisten debilidades en cuanto a la construcción sociológica de esa seguridad como un sistema donde se acoplan valores, normas, capital social y cultural, actores, estructura de oportunidades, prácticas y recursos. Cada uno de estos factores se entreteje o complementa en torno a la alimentación a escala micro para que los individuos puedan integrarse a los diferentes ámbitos de la sociedad de forma activa y sana.

En Santiago de Cuba, la configuración de la SAF ha estado signada por la confluencia de diversos factores que tienen su expresión en un conjunto de prácticas sociales y culturales. La producción y reproducción de estas prácticas a nivel de las familias está interrelacionada con las posibilidades de acceder a una estructura de oportunidades en materia de alimentos conformada por bienes y servicios generados a partir de la compleja relación que mantienen el Estado, las organizaciones comunitarias y el mercado (estatal o privado).

En este marco de relaciones es notable la fragmentación de los vínculos que experimentan estos actores colectivos para satisfacer las necesidades y preferencias alimentarias de los diferentes grupos sociales en función de llevar una vida activa y sana. Datos obtenidos en el 2019, en el municipio Santiago de Cuba, muestran insuficiencias en la relación recíproca de actores colectivos como: Estado-mercado-organizaciones comunitarias. En este sentido, el 44% y 40% de las personas encuestados valoran entre regular y mala respectivamente, la participación de las organizaciones sociales en la solución de las problemáticas de acceso alimentario. Asimismo, derivado de estas interacciones asimétricas en torno al acceso, disponibilidad y estabilidad, productos y servicios son clasificados de regular en el marco de la estructura de oportunidades que conforman estos actores sociales colectivos.

Este débil acoplamiento estructural ha condicionado las relaciones familiares, marcadas por prácticas que generan consecuencias imprevistas en dos sentidos: la integración y desintegración social alimentaria. Un estudio diagnóstico realizado en el año 2019, evidenció la emergencia de factores que, de manera interrelacionada, condicionan el acceso seguro a los alimentos y desestructuran la dinámica familiar. Dichos factores están mediados por las brechas comunicativas en la interacción familia-estructura de oportunidades, las que producen un conjunto de situaciones sociales que inciden en la desintegración de la seguridad alimentaria a escala local.

Algunas de estas situaciones se expresan, por ejemplo: en dificultades de acceso a la estructura de oportunidades en materia de alimentos por bajos ingresos económicos (84%); débil retroalimentación de estos espacios de oportunidades instituciones (67%), organizaciones comunitarias (44%), redes de apoyo social (85%) y mercados (68%); desigual distribución de las tareas domésticas en cuanto a la elaboración y distribución de los alimentos (77%); conflictos de preferencias alimentarias ante carencias en el capital económico familiar (54%); entre otras. Estas problemáticas que se manifiestan en los nexos macro y micro, conducen no solo a desajustes en el sistema de relaciones de la SAF, sino también a la vulnerabilidad social alimentaria.

Por todo lo anterior, el presente artículo tiene como objetivo valorar la importancia del análisis sociológico a la SAF en función de alcanzar SAL inclusivos.

Materiales y métodos

La metodología empleada se rigió por la identificación de variables analíticas que permiten reconocer a la SAF como sistema de integración social en el marco de los SAL en el municipio Santiago de Cuba. La triangulación de los resultados obtenidos a partir de la aplicación de los métodos teóricos como el histórico-lógico y el análisis-síntesis, en correspondencia con las técnicas del cuestionario y la observación científica, posibilitaron valorar la importancia del estudio sociológico a la SAF. Las investigaciones realizadas desde la Sociología de la alimentación, así como de organismos internacionales (FAO, CEPAL, entre otros) han servido de base para la comprensión sociológica de la SAF en función de alcanzar SAL más inclusivos.

Resultados y discusión

La Sociología de la Alimentación constituye un campo teórico y metodológico novedoso, aunque en transformación constante debido a la dinámica de las sociedades y los fenómenos sociales que se generan en ésta. Sin embargo, a pesar de los avances epistémicos que han signado esta disciplina, todavía son limitadas las aproximaciones teóricas a la seguridad alimentaria familiar como línea investigativa de esta área sociológica.

En la actualidad, la diversidad de procesos políticos, económicos y sociales que derivan en cambios estructurales, simbólicos y de prácticas cotidianas, requieren asumir nuevas posturas de análisis respecto al acceso, estabilidad, disponibilidad y uso de los alimentos en la interrelación familia-entorno. En este particular, la alimentación desde una arista sociológica se ha estructurado a partir de enfoques que abordan la desestructuración o estabilidad alimentaria, estratificación, prácticas sociales o simbólicas, el capital cultural construido en el acceso a los alimentos, producción y consumo alimentario, entre otros.

Son indudables los aportes teóricos a la Sociología de la alimentación, sin embargo, una de sus contribuciones más interesantes se dirige al análisis de la desestructuración alimentaria (Díaz & García, 2018). Desde una perspectiva dialéctica, se plantea la desestructuración de la alimentación como prácticas, hábitos, normas y significados alimentarios a nivel individual, grupal y familiar que generan cambios disfuncionales en el uso y consumo de los alimentos. Esto constituye un reflejo de la diversidad de pautas, normas y valores culturales que subyacen en las prácticas alimentarias en interacción con las transformaciones socio-estructurales.

Válido señalar, que esta investigadora al situar la desestructuración a escala familiar, introduce el concepto des-familiarización alimentaria para referirse a la pérdida de la comida familiar, el abandono o deterioro de los hábitos o comportamientos alimentarios tradicionales y la producción o reproducción de patrones culturales que originan prácticas sociales inadecuadas en relación con el consumo de los alimentos. Esta situación generada por la des- familiarización, conlleva a la desaparición o disminución del carácter social de la comida familiar, a fragmentar su función socializadora, así como de integración social.

Aún este concepto tiene mucho que aportar a los debates sociológicos contemporáneos en el ámbito de la alimentación. En primer lugar, por su capacidad para explicar los conflictos o disfunciones alimentarias producidas a nivel micro familiar, a partir de la construcción de nuevos significados o estructuras simbólicas con las que los actores sociales interpretan o dan sentido a la seguridad alimentaria. En segundo lugar, la des-familiarización posibilita mostrar los comportamientos y acciones asumidas por individuos o grupos sociales ante los cambios en el acceso a los alimentos, lo que genera desestructuración alimentaria o pérdida del contenido socializador, colectivo, cultural e inclusivo de la alimentación.

En tercer lugar, las prácticas sociales derivadas de la des-familiarización alimentaria son resultado del acoplamiento estructural de los hogares para enfrentar las contingencias alimentarias del entorno social. Por último, dichas prácticas emergen como realidad "sui géneris" en la interacción macro-micro hacia dos conceptos de análisis que se mueven en el tiempo: por un lado, la desestructuración o desintegración y por el otro lado, la integración social de la alimentación. Ésta última, se encamina a la cohesión y cooperación de los actores (individuales o colectivos) a través de relaciones sociales y familiares más sólidas, en función de alcanzar mayor sostenibilidad de la SAF.

En el contexto latinoamericano (México, Argentina, Venezuela, Ecuador y Brasil) las investigaciones realizadas se han movido por tres líneas de análisis sociológico: 1) relacionada con el componente simbólico y cultural de la alimentación; 2) vinculada a la globalización y políticas alimentarias y 3) introducción de una perspectiva compleja para la comprensión del fenómeno alimentario como sistema donde se interrelacionan sus diferentes partes como un todo integrado.

La primera de estas líneas se centra en las prácticas culturales cuya estructura simbólica permite explicar los hábitos, significados y costumbres en torno a la alimentación (Oceguera, 2003; Sandoval & Meléndez, 2008; Almeida, 2014). Las aproximaciones a esta perspectiva resaltan la diversidad cultural de América Latina reflejada en su heterogeneidad de tradiciones, etnias, identidades, símbolos, entre otros elementos que tienen su influencia en las formas de preparación, uso y consumo de los alimentos.

Dentro de esta perspectiva, son importantes los aportes de Almeida (2014) quien relaciona las prácticas alimentarias con la hibridación cultural en la realidad ecuatoriana. La autora incorpora la concepción sociológica de la hibridación cultural para estudiar las prácticas culturales en el ámbito individual, familiar, grupal y social. Estos comportamientos en cuanto a nuevas formas de consumo ante la influencia de las industrias culturales, generan desórdenes alimentarios como la obesidad.

En este mismo sentido, otro tratamiento interesante a la temática es el desarrollado por Oceguera (2003). Dicho autor, al igual que Almeida (2014) señala el componente simbólico como mediación de las prácticas de alimentación. Asimismo, también añade el espacio familiar en la comprensión de los cambios o transformaciones que se producen a nivel de estos comportamientos en materia de acceso a los alimentos (Oceguera, 2003).

Desde un acercamiento diferente, Sandoval & Meléndez (2008), subrayan el corpus simbólico, social y estructural de la seguridad alimentaria, al interrelacionar sus procesos objetivos y subjetivos. Se considera que la novedad de estos autores radica en su concepción de la seguridad alimentaria, un tópico débilmente abordado en la Sociología de la Alimentación. Para ellos, esa seguridad es parte distintiva del sistema sociocultural donde la dimensión simbólica y estructural se acoplan en las realidades alimentarias de los actores sociales. En ese marco analítico, también es importante señalar el valor teórico de la interdisciplinariedad para interpretar la complejidad inherente a esta seguridad.

Con puntos teóricos próximos, la segunda de las líneas expuestas suscribe la globalización y las políticas alimentarias en el estudio sociológico (Rosero, et al., 2011). Se incluyen el lugar de la agricultura familiar y la soberanía alimentaria en las transformaciones de la matriz productiva nacional o local en la región latinoamericana. A pesar de estas nuevas temáticas, existen nexos con la primera línea investigativa, pues las políticas alimentarias comprenden subjetividades, tradiciones o costumbres de los individuos, grupos y familias. De igual manera, ese componente simbólico de la alimentación expresado en hábitos, prácticas, normas y valores, en ocasiones, es condicionado por los cambios estructurales del sistema social.

La afirmación anterior denota la naturaleza relacional o compleja del fenómeno alimentario, perspectiva que ha tenido escasas investigaciones en la Sociología de la alimentación. En este caso, se ubica la tercera línea que contempla nuestro marco de análisis, donde autores como Pérez & Razz (2009); y González (2016), enfatizan en las interrelaciones e interconexiones que se producen entre las diferentes partes del sistema alimentario. Según los primeros, en dicho sistema está contenida la seguridad agroalimentaria, concepto que posee estrechos vínculos con la seguridad alimentaria.

Ambos tienen elementos en común como la capacidad de cada país, territorio o región para garantizar el acceso de todas las personas a los alimentos, suficiencia en cantidad e inocuidad de éstos y la inclusión de las políticas alimentarias (Pérez & Razz, 2009). No obstante, existen diferencias entre ellos, pues la seguridad alimentaria contiene otras dimensiones (estabilidad, uso y disponibilidad) que no se reducen al abastecimiento y accesibilidad a los alimentos (estos últimos componentes de la seguridad agroalimentaria).

En este propósito, se considera insuficiente el tratamiento de los autores en cuanto a la comprensión de estos dos componentes como parte sustancial de dichas dimensiones. Además, el análisis al abastecimiento y accesibilidad desde una perspectiva sociológica requiere su interrelación con la estabilidad, disponibilidad y uso de los alimentos no solo a nivel macro, sino también a nivel micro social.

Por su parte, González (2016) incorpora el concepto de complejo simbólico alimentario para determinar las interrelaciones que se producen entre diferentes subsistemas de la alimentación como: el productivo, cultural/educativo, de salud, político y ambiental. Todos ellos, mantienen relaciones de interdependencia en la realidad social, lo que evidencia la necesidad de estudiar el fenómeno alimentario a partir de las interconexiones entre actores, estructuras, prácticas y significados. Esta realidad compleja ha tenido escasas incursiones en el área sociológica de la alimentación y de manera concreta en la seguridad alimentaria familiar.

A diferencia de las dos primeras líneas teóricas, los estudios de la tercera realizan una contribución importante a la Sociología de la alimentación, pues destacan la perspectiva compleja como marco epistémico del fenómeno alimentario. Sin embargo, restringen sus valoraciones a la esfera macro del hecho alimentario, siendo limitado el reconocimiento del ámbito familiar como entramado simbólico relacional donde confluye la seguridad alimentaria (acceso, uso, estabilidad y disponibilidad) en interacción con la estructura de oportunidades sociales del entorno.

En resumen, si bien las investigaciones sociológicas de América Latina se han acercado a la alimentación desde su componente simbólico y complejo, todavía se notan ausencias al estudio de problemáticas como: des-familiarización, desestructuración e integración social en el ámbito de la seguridad alimentaria familiar. Este ámbito, desde la perspectiva sociológica, permite comprender la des-familiarización o desestructuración alimentaria a partir de esas prácticas sociales y simbólicas asociadas a hábitos o modos de vida disfuncionales en cuanto al acceso, estabilidad, disponibilidad y uso de los alimentos.

A su vez, dichas prácticas e interrelaciones establecidas a nivel del entramado simbólico familiar, en conexión con el espacio de oportunidades sociales, también produce integración social alimentaria. De manera general, esta integración se traduce en normas, símbolos, relaciones y recursos que permiten el acceso seguro a los alimentos para llevar una vida sana y activa hacia la incorporación social de los individuos. Consideramos que esta concepción de integración a escala familiar, constituye una novedad para la Sociología de la alimentación, pues implica un análisis más integral de la seguridad alimentaria a nivel de los hogares donde se interconectan no solo sus dimensiones, sino además actores, significados, valores y redes de apoyo social.

Desde la realidad cubana, las investigaciones en el marco de la Sociología de la alimentación todavía son insuficientes, lo que denota un área en formación teórica y metodológica. A pesar de estas ausencias, autores como Domínguez (2019); y Domínguez & Soler (2020), han incursionado en esta disciplina científica con temáticas vinculadas a: factores que condicionan la seguridad alimentaria en los hogares, la construcción teórica de la seguridad alimentaria familiar y los hábitos de consumo alimentario.

Algunos de los aportes producidos por estos estudios en cuanto a la interpretación sociológica de la alimentación se ubican en:

  • Concebir la alimentación como hecho social y fenómeno sociocultural que requiere un análisis integrado o complejo.

  • Introducción de perspectivas teóricas para el análisis sociológico de la alimentación, así como la seguridad alimentaria familiar.

  • Abordar la seguridad alimentaria familiar como sistema social a partir de sus diferentes dimensiones de análisis (acceso, uso, estabilidad y disponibilidad), así como los factores y actores sociales que la configuran.

  • La inclusión de la disponibilidad y elección de los alimentos como dimensiones que determinan hábitos alimentarios en los actores sociales.

  • Las elecciones que realizan los individuos y grupos sociales (en materia de gustos y preferencias alimentarias), están condicionadas por factores sociales, económicos y culturales, donde la familia ocupa un rol significativo como agente de socialización.

Aunque estas contribuciones teóricas permiten corregir las lagunas existentes en la Sociología de la alimentación desde el contexto cubano, aún persisten insuficiencias en cuanto a la concepción de la seguridad alimentaria familiar. Cabe destacar: mayor profundidad en el análisis a las prácticas que inciden en la desestructuración o integración social alimentaria, el impacto de la estructura de oportunidades sociales (bienes y servicios) en dichas prácticas de alimentación, así como la incorporación de otras dimensiones que resalten el entramado simbólico relacional construido a nivel de las familias en torno al acceso físico, económico, social y cultural a los alimentos.

A los efectos sociológicos, la familia constituye un espacio de conflictos, contradicciones, normas, valores, modelos culturales, símbolos y significados que legitiman una historia colectiva. Ésta, a su vez, identifica no solo a las funciones (biológica, socializadora y económica) que desarrolla cada familia, sino también a sus modos de vida, hábitos, prácticas y saberes construidos en interacción con esferas como: la salud, educación, cultura, alimentación, entre otras. En torno al fenómeno alimentario, las relaciones familiares están mediadas por un capital cultural alimentario que distingue a los hogares en función de sus prácticas sociales y simbólicas vinculadas al uso, preparación, y consumo de los alimentos.

En dicho sistema familiar, se reproducen todo un conjunto de prácticas sociales que expresan el modo de vida de la familia a nivel individual y colectivo. Estas prácticas reproducidas son resultado de las complejas relaciones que se establecen no solo al interior del hogar, sino también con el entorno. Al respecto, los vínculos que se construyen en esas relaciones se orientan sobre la base de las normas, reglas de comportamientos, hábitos, símbolos y significados que permiten la comunicación entre cada uno de sus miembros en función de alcanzar la SAF como un sistema de integración social.

De manera especial en Cuba, la seguridad alimentaria tiene sus orígenes en el nuevo proyecto social surgido con el triunfo de la Revolución en el año 1959. A partir de esta etapa, emergieron importantes retos para garantizar sistemas alimentarios más inclusivos y sostenibles dirigidos a reducir la vulnerabilidad económica en la alimentación. Para ello, estos sistemas se basaron en lograr incrementos significativos en la producción nacional de alimentos competitivamente, diversificando los mercados de importación y ampliando los mercados de exportación de éstos.

Ante las agresiones del gobierno de los EE.UU., los obstáculos al comercio exterior derivados del bloqueo económico y la herencia de deformación estructural, el estado cubano estableció un sistema de racionamiento y distribución regulada de alimentos para lograr su distribución justa y equitativa en la sociedad. Dichas medidas derivaron en estudios acerca de la alimentación en la población cubana y sus hábitos alimentarios (décadas del 60, 70 y 80). Sus resultados más significativos indicaron una mejoría en los índices de alimentación del cubano promedio; sin embargo, persistieron los hábitos alimentarios no adecuados al interior de las familias (Domínguez, 2019).

El modelo de sistema alimentario que prevaleció en Cuba hasta el año 1989, estuvo orientado a garantizar la disponibilidad agregada en términos de suficiencia y estabilidad del suministro básico. En la práctica, se lograron estos objetivos con una relativa independencia respecto a los resultados productivos del sector agropecuario. Las posibilidades de acceso a los alimentos se aseguraron mediante el consumo racionado y social de los productos a precios subsidiados por el Estado lo cual confirió un acento igualitarista a la distribución del producto social.

Con la caída del campo socialista en la década del 90, el país perdió el nivel de aseguramiento alcanzado, las condiciones de mercado seguro, precios preferenciales y de relaciones de intercambio justas que durante tres décadas significaron un punto de apoyo decisivo para la economía cubana. Esta crisis impactó negativamente al sistema alimentario, los niveles de importación sufrieron una estrepitosa caída, por lo que escasearon significativamente los suministros vitales para la producción agropecuaria, caracterizada hasta entonces por un alto grado de mecanización y, en general, elevado consumo de fertilizantes, pesticidas y piensos, entre otros insumos.

En los últimos 20 años, ha cambiado la manera en que se producen, distribuyen, comercializan y consumen los alimentos. La afirmación anterior, es resultado del desarrollo tecnológico, la globalización, los procesos de urbanización, la apertura de mercados internacionales de conjunto con la liberación del comercio. Asimismo, las sociedades contemporáneas han transformado su relación con el medioambiente, cambiando la forma de gestionar los recursos naturales para satisfacer sus necesidades. Como consecuencia, se han generado cambios notables en las conductas, hábitos y normas alimentarias, y con ello, en los sistemas alimentarios (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, 2017).

En el caso particular de Cuba, cabe destacar los progresos significativos que ha desarrollado el país para promover la Seguridad Alimentaria y Nutricional (SAN) y asegurar el acceso a los alimentos, especialmente a los grupos vulnerables. No obstante, persisten dificultades relacionadas con la producción agropecuaria y los altos niveles de alimentos importados. Los esfuerzos del gobierno cubano se han dirigido a fortalecer la seguridad alimentaria, a garantizar el acceso de todos, y en todo momento, a los alimentos necesarios para una vida activa y sana (Domínguez, 2019).

En particular, el gobierno cubano ha priorizado dos ejes de trabajo:

  • El apoyo a la producción local, con mira a reducir las importaciones de alimentos.

  • El fortalecimiento de la seguridad alimentaria y nutricional de los grupos vulnerables.

En relación con estos últimos elementos, actualmente, aunque los SAL comprenden un enfoque holístico, interinstitucional, multiactoral y transdisciplinar dentro del Plan SAN en Cuba, aún es limitado el tratamiento a las complejas interrelaciones que se producen entre el acceso, uso, estabilidad, disponibilidad, relaciones de género, capital social familiar, capital cultural alimentario y vulnerabilidad social alimentaria a escala macro-micro de manera integrada (figura1). Sin embargo, no siempre estas interconexiones se producen en torno a relaciones simétricas, sino que emergen conflictos que afectan la estabilidad, disponibilidad y acceso seguro a los alimentos.

Los sistemas alimentarios, además de englobar una serie de actividades, involucran de manera activa a diferentes actores sociales (por ejemplo, el Estado, sus instituciones de Gobierno y las Universidades). Estos tienen un rol fundamental en el desarrollo de dichos sistemas a través de la ciencia e innovación con la finalidad de normar, regular, direccionar e impulsar la implementación de acciones en función de lograr sistemas alimentarios sostenibles e inclusivos en cada territorio. A su vez, El Estado debe velar por el correcto funcionamiento de los mercados, la inocuidad y calidad de los alimentos, así como la elaboración de estándares de agricultura y alimentación (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, 2017).

La presencia de una red inestable de distribución de bienes y servicios, así como las irregularidades en la estabilidad de los alimentos que deben garantizar las instituciones sociales, muestran algunos de estos conflictos de interacción. Aquí es significativo ubicar las diferentes problemáticas que se generan en las familias como resultado de inconsistencias en las dimensiones de la seguridad alimentaria.

El estudio empírico realizado en el municipio Santiago de Cuba, refleja la emergencia de relaciones desiguales en torno a las relaciones de género en el ámbito doméstico, pues muchas mujeres no cuentan con activos suficientes (capital económico) para integrarse a la red de estructura de oportunidades y acceder de forma segura a los alimentos. Además, esta situación evidencia la existencia de madres solas que asumen el cuidado de los grupos vulnerables (niños, adultos mayores, embarazadas, personas con discapacidad, enfermos, etc.) en contextos complejos de relaciones sociales. La afirmación anterior muestra, las fragmentaciones que experimentan los valores, la confianza y las redes de solidaridad (o apoyo social) en ese contexto familiar. Estos elementos del capital social familiar expresan la sobrecarga doméstica de la mujer, quien asume las diferentes actividades de la producción y reproducción de la vida familiar bajo matrices culturales androcéntricas (Flores, 2020).

La afirmación anterior constituye una expresión de la SAF en contextos de vulnerabilidad social alimentaria a escala micro. En primer lugar, se reproducen prácticas heteronormativas signadas por la legitimación y estigmatización del rol femenino en el cuidado (Vega, 2019; Serrano, et al., 2019). En segundo lugar, existen desigualdades de ingresos para acceder a los alimentos, lo que implica producir nuevas prácticas de consumo a partir de movilizar otros activos (simbólicos, relacionales y culturales) que posibiliten reforzar la atención a los grupos vulnerables, en condiciones de inestabilidad económica y sobrecarga doméstica.

El análisis a los instrumentos aplicados arrojó la existencia de problemáticas a nivel de las comunidades, que afectan directamente las familias estudiadas, y por ende los sistemas alimentarios a nivel local. En ese sentido, la vulnerabilidad social emerge en el espacio familiar desde los estados de indefensión y fragilidad de las relaciones sociales (Ruiz, 2019), lo que desestructura la SAF. De ahí su expresión en diversas características, situaciones, condiciones no solo sociales sino también culturales y económicas que sitúan en riesgos alimentarios a individuos y grupos en el marco familiar. Ésta, se construye en los casos estudiados a través de situaciones como: madres solas al frente de los hogares (46%), conflictos familiares relacionados con el cuidado a los grupos vulnerables (58%), las carencias económicas (54%), sobrecarga doméstica (58%) que afecta a las madres solas por dificultades manifiestas en cuanto al acceso y distribución de los alimentos.

Algunas características particulares como la limitación del consumo alimentario por problemas de salud (39%) en grupos sociales, conllevan a conflictos en las prácticas de cuidado de éstos (Keller & Ezquerra, 2021). Dichos conflictos derivan de la inadecuada utilización, preparación y distribución de los alimentos donde subyace una cultura alimentaria asociada a conocimientos, saberes y significados construidos a escala familiar en sus relaciones con el entorno social, económico y cultural.

En este particular, cabe señalar que las configuraciones intergeneracionales presentes a nivel de las familias reflejan la diversidad de significados atribuidos a los alimentos, lo que está relacionado con las prácticas en torno a la utilización de los mismos. Dichas prácticas, guardan relación con la capacidad de las familias para conservar, preparar y distribuir los alimentos. En este último, es significativo la prioridad que se le da a los grupos vulnerables (niños, adultos mayores, embarazadas, personas con discapacidad, entre otros), atendiendo a los cuidados que éstos requieren, así como, a las relaciones de valores (solidaridad, respeto, equidad social, entre otros) que se establecen en el contexto social como expresión de las redes de apoyo y cooperación al interior de las familias.

Válido apuntar que, a nivel de las comunidades, otra de las problemáticas identificadas es la deficiente infraestructura (32%), lo que afecta el acceso seguro de las familias a los alimentos dentro de los SAL. La débil interacción y retroalimentación de los espacios de estructura de oportunidades (políticas sociales, mercado y organizaciones comunitarias), limita el alcance a la satisfacción de las necesidades alimentarias de los individuos y grupos sociales. En este sentido, se manifiesta en esos SAL, una débil sostenibilidad alimentaria y la ausencia de una red sólida de oportunidades que contribuya a potenciar los activos o capital social familiar para alcanzar el acceso seguro a los alimentos.

Este capital social familiar se materializa dentro de los SAL, en redes sociales de apoyo familiar, confianza, solidaridad, valores y normas que se constituyen en activos o recursos (materiales o inmateriales) necesarios en la familia a partir de su posesión por los actores individuales o colectivos para acceder de manera segura a los alimentos. Como estructura mediadora, este capital permite fortalecer los lazos sociales entre los diferentes miembros de la familia en materia de alimentación.

Aquí las redes de apoyo familiar (y social) intervienen en la estabilidad del sistema de relaciones al interior de los hogares, en tanto contribuyen al acceso, estabilidad, disponibilidad y uso de los alimentos. La solidez de estas redes, se expresa en fuertes vínculos interpersonales caracterizados por el cuidado, afectos, solidaridad, protección, ingreso económico, entre otros que posibilitan el acoplamiento relacional del medio familiar a fin de responder a las problemáticas y exigencias alimentarias de dichos sistemas.

La principal limitación radica en la reducida concepción de ese ámbito de oportunidades como red de interacciones o interrelaciones entre actores sociales que construyen de manera conjunta, significados, representaciones, vínculos, necesidades, satisfacciones e insatisfacciones a nivel macro y micro. Esta red conformada por instituciones, servicios y actividades encaminadas al bienestar alimentario de individuos y familias, necesita potenciar los activos y recursos de estos grupos para alcanzar su integración social alimentaria en el marco de los SAL.

En cuanto a la percepción que tienen las familias de la vulnerabilidad de su comunidad se evidencia un alto por ciento (70%), que afirman que su comunidad es vulnerable. En las encuestas realizadas se pudo constatar que las personas estudiadas valoran que esta vulnerabilidad afecta la SAF (62%). La mayoría refiere que esta vulnerabilidad es producto de los bajos ingresos, problemas de infraestructura (transporte, instalaciones de comercio, entre otros) y envejecimiento poblacional, situación que está presente a nivel del país.

Este último aspecto es de suma relevancia en nuestra investigación, pues si bien, la seguridad alimentaria a nivel de la familia depende del acceso físico, la estabilidad, uso y disponibilidad de los alimentos, así mismo son importantes otros factores (sociales, económicos, políticos y culturales) que inciden, y muchas veces determinan las prácticas familiares en relación con la alimentación. El tratamiento a estas prácticas está signado por el capital cultural alimentario construido en los procesos de socialización de cada medio familiar. Aquí sobresalen la adquisición de estilos de vida, hábitos y significados sobre los alimentos que impactan en la distribución de los alimentos en el hogar (un 60% de las familias afirma que realiza de forma colaborativa y atendiendo a las tradiciones culturales inscritas en ellas).

Asociado a este capital cultural alimentario, está el bajo ingreso económico familiar que limita acceder de forma segura a una cantidad suficiente de alimentos que cubra el consumo doméstico de manera regular. Aunque existe una canasta básica ordenada por la política estatal para satisfacer las necesidades de la población, aún existen dificultades en cuanto a la sostenibilidad y distribución de los alimentos derivados de los efectos negativos de la pandemia, las fluctuaciones en los precios de los alimentos y el adecuado control institucional local. Todos estos elementos son resultado de la incidencia de factores sociales, económicos, políticos y culturales en la compleja relación sistémica entre actores individuales y colectivos.

Estas interacciones sistémicas son el conjunto de procesos sociales, culturales o simbólicos que se producen al interior de la familia en torno a la alimentación y que signan modos de vida diferentes en cada SAL en dependencia de la trayectoria histórica y sociocultural de esas familias. Dichos procesos se evidencian en las diversas prácticas que se producen entre las generaciones, la estructura de la familia, la comunicación, el habitus que se estructura en el medio familiar cuya manifestación está en las creencias, valores y mitos en relación a la alimentación. Todas estas, se encuentran relacionadas con las dimensiones de análisis de la SAF.

En el caso de los SAL, la estabilidad de los alimentos a nivel del hogar se muestra en la medida que la familia sea capaz de planificar, controlar y ahorrar los alimentos que se adquieren por las diferentes vías, teniendo en cuenta los precios de éstos en el mercado y los servicios disponibles para este acceso. Es una cuestión de saber equilibrar los recursos con que cuenta cada uno de los miembros, con las ofertas que se establecen y la demanda de los productos. En torno a este aspecto, las relaciones familiares sistémicas que se muestran en la estabilidad de los alimentos en el hogar, versan sobre los comportamientos asumidos por los diferentes actores individuales familiares en función de mantener un equilibrio en las relaciones financieras y de poder para acceder de manera segura a una cantidad suficiente de alimentos que cubra las necesidades alimentarias de todos.

Otro elemento importante es, la capacidad que tengan las familias para adoptar medidas de abastecimiento y reserva de los alimentos, pues de estas dependerá, que sea efectiva la planificación de los recursos económicos disponibles. Esta es una de las prácticas sociales que expresa los hábitos y normas que se legitiman en el espacio familiar a partir de las relaciones establecidas entre los diferentes miembros de la familia en torno a la disponibilidad de los alimentos.

Conclusiones

La comprensión sociológica de la seguridad alimentaria familiar constituye un campo significativo para construir sistemas alimentarios locales más inclusivos. Las principales contribuciones en este marco epistémico se dirigen a incorporar:

  • El análisis a la desestructuración o des-familiarización alimentaria como parte de ese entramado de relaciones sociales donde se producen o reproducen prácticas sociales y simbólicas en el ámbito de la SAF. Esta desestructuración, es resultado de los complejos intercambios comunicativos que mantiene el espacio familiar con el entorno social, lo que se expresa en la desintegración de hábitos o comportamientos alimentarios.

  • Las prácticas alimentarias en tanto comportamientos, expresiones, acciones y actividades cuyo contenido social o simbólico es autoproducido en el acoplamiento relacional: sistema familiar-estructuras de oportunidades socioeconómicas. En dicho acoplamiento, estas prácticas muestran los modos de vida, sentidos, representaciones culturales y significados sobre la alimentación en esa red de interacciones sociales entretejidas en torno a los actores individuales o colectivos para acceder a los alimentos.

  • Las relaciones interdependientes entre individuos, grupos e instituciones en el marco de la seguridad alimentaria familiar, establecen un marco complejo de interconexiones sociales, económicas y culturales que se extienden a lo largo del tiempo a través del entrecruzamiento macro-micro. Aquí emerge una nueva realidad alimentaria caracterizada por prácticas sociales y simbólicas en tanto factores o mediaciones que contribuyen a la integración de esta seguridad alimentaria a nivel de los hogares como sistema de interrelaciones, derechos, símbolos, normas y valores.

  • El fortalecimiento de los SAL requiere de una mayor incorporación de esas complejas relaciones familiares y las situaciones de vulnerabilidad social alimentaria generadas a nivel de los hogares. En este marco de análisis, la SAF se convierte en ámbito de participación por los sujetos sociales para lograr el acceso seguro a los alimentos con la finalidad de llevar una vida activa y sana. Asimismo, ésta constituye un espacio importante de producción y expresión de la cultura alimentaria local. De ahí que los sistemas alimentarios a escala territorial integren no solo las buenas prácticas agrícolas, sino también el conjunto simbólico alimentario construido en muchas familias en cuanto al uso y consumo de los alimentos.

  • De esta manera, los SAL se transforman en escenarios dinámicos de integración e inclusión social, pues incorporan ese imaginario sociocultural de las familias, sus tradiciones, así como las redes de relaciones sociales configuradas en torno a las necesidades individuales o colectivas. Todo lo anterior, con la intención de reanimar el desarrollo económico, social y productivo del país en las condiciones actuales de pandemia.

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Recibido: 18 de Enero de 2022; Aprobado: 23 de Marzo de 2022

*Autor para correspondencia. E-mail: yinetd@uo.edu.cu

Los autores declaran no tener conflictos de intereses.

Los autores han participado en la redacción del trabajo y análisis de los documentos.

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