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Revista Estudios del Desarrollo Social: Cuba y América Latina

versão On-line ISSN 2308-0132

Estudios del Desarrollo Social vol.5 no.1 La Habana jan.-abr. 2017

 

ARTÍCULO DE OPINIÓN

 

 

Edición Revolucionaria (R): memoria y nostalgia del saber en Cuba. Entrevista a Rolando Rodríguez, fundador y director de Edición Revolucionaria. 4 de febrero de 2016

 

 

Revolutionary Edition (R): Memory and Nostalgia of to Know in Cuba. Interview to Rolando Rodríguez, Founder and Director of Revolutionary Edition. February 4 of 2016


 

Dra. Natasha Gómez Velázquez

Facultad de Filosofía e Historia, Universidad de La Habana, Cuba

 

 

Nota preliminar de la entrevistadora:

Cuando era estudiante, entre los años 1983 y 1988, reunía algún dinero -con seguridad menos de 10 pesos- y cada dos o tres meses salía de la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana al finalizar las clases, y me dirigía a las Librerías de libros viejos. Mis preferidas eran la "Científica" de la calle I que se encontraba a unos metros de la Facultad de Biología y también la que estaba frente a la "Moderna Poesía" a la entrada de Obispo. Siempre volvía entusiasmada de ese paseo, y hacía el viaje de regreso a mi pueblo con tres o cuatro volúmenes, que no se bien por qué consideraba entonces muy importantes. Ahí tenía para leer, estudiar, y anotar algunos meses.
No tengo claro cuáles eran mis criterios de compra en esa fecha. ¿Dónde pude haber
escuchado nombres como los de Sartre, Gramsci, Lukacs, Althusser, Debray, Levy Strauss, Luxemburgo, Weber, y otros? Quizás fue intuición, quizás la voluntad que tenía en esa época para leer vertical -de arriba abajo, las palabras claves por página- en los pasillos de las Librerías, las orientadoras -pero a veces muy teóricas y complejas- Introducciones o las Notas de contraportada de cada ejemplar. No descarto tampoco la posibilidad de haber escuchado cierta información motivadora por parte de algún profesor de la Facultad, estoy casi segura que María del Pilar (Díaz Castañón) de vez en vez mencionaba a Althusser. Además, ella impartía maravillosas clases sobre El Capital, se metía en las honduras de los "fisiócratas", y también en la compleja arquitectura teórica de Hegel, ¡quién sabe a partir de qué lecturas heterodoxas! Supongo también que mi estimado Joaquín Santana, nombraba a veces de pasada
a un húngaro llamado Lukacs. Claro, Santana venía de realizar estudios de Postgrado en Alemania Democrática (RDA), donde la enorme carga de historia y cultura marxista nacida y construida en su suelo, no podía ser encauzada con total éxito hacia el marxismo soviético excluyente.
Yo estudiaba Filosofía Marxista-leninista, carrera que se había establecido desde 1976 -cinco años después del "cierre" del primer Departamento de Filosofía-, y como lo indica su nombre, solo incluía en el currículum la interpretación soviética del marxismo. Esencialmente, dos Asignaturas trataban, desde presupuestos prejuiciosos, lo que se había producido fuera de ese espacio conceptual: Crítica a la Filosofía Burguesa Contemporánea y Crítica a la Sociología Burguesa Contemporánea. Y apenas avanzaban hacia el marxismo después de Lenin -ni paralelo a él-, o al pensamiento del siglo XX.
No obstante, sería muy injusta si no reconociera que varios excelentes profesores de amplios conocimientos y todos de mucha dignidad, nos hicieron aprender, interrogar, y filosofar a partir de la bibliografía disponible. Tuvimos gran exigencia en el conjunto de materias que era de naturaleza muy diversa: Psicología; Pedagogía; Derecho; una batería de Historias; ¡dos semestres de Matemática, qué horror!; Problemas Filosóficos de las Ciencias (Biología; Química; y Matemática, ¡otra vez!); Pensamiento Cubano (que debe haber entrado al currículum como en el 87) con Torres Cuevas. A nivel investigativo de pregrado se introdujo Filosofía de la Ciencia -premisa de los Estudios Sociales de Ciencia, Tecnología e Innovación en la Universidad- con la obra clásica y universal de Lakatos, Kuhn, Feyerabend, también conocimos a Bernal y el pensamiento latinoamericano. Todo esto último, a instancias de Jorge Núñez Jover, profesor de excelencia con extraordinarias dotes de pedagogo, que por entonces impartía también marxismo con métodos de impecable razonamiento. Retaba nuestra inteligencia y nos dejaba ansiando la próxima clase.
Los estudiantes pasábamos 10 horas en la Facultad más de una vez a la semana por cinco años, generalmente en la Biblioteca (aunque también en actividades estudiantiles y haciendo vida universitaria). Éramos muy competitivos entre nosotros, en cuanto a conocimiento y notas. Leíamos a los filósofos -marxistas o no- en sus propias obras. Con cierta frecuencia solo existía un solo ejemplar, que a veces estaba en la Biblioteca Nacional, y nos organizábamos para que los aproximadamente 50 estudiantes del año pudiéramos consultarlo. Y, ¡hay que decirlo!, difícilmente generaciones posteriores hayan conseguido un dominio temático -por obra y página- de lo escrito por Marx, Engels, y Lenin, como el que nosotros tuvimos. Eso fue resultado de lecturas pacientes exigidas desde todas las asignaturas durante los cinco años de estudio, y obedeció no solo a cuestiones académicas sino también a circunstancias políticas.
En fin, ese amor a la sabiduría que descubrí en la Facultad, era el que me conducía en los 80 a aquellas Librerías que vendían volúmenes viejos y extraños (¿!). Pero los estudiaba de manera más bien literaria, pues no disponía de referencia contextual alguna -sencillamente, no había cómo obtenerla, ni sabía si existía- que me permitiera comprender críticamente su significado. No obstante -¡y para mi sorpresa!-, en años sucesivos pude comprobar, que aquello que más había llamado mi atención en esos libros -subrayado y anotado- coincidía página por página, con las tesis más distinguidas de esos filósofos. Y eso es mérito, de los que me enseñaron a pensar jugando con el canon o a pesar de él…
Después de las primeras incursiones en esas Librerías, me percaté de que casi todos los textos interesantes llevaban el sello Edición Revolucionaria (R), y que en su mayoría estaban fechados entre 1966 y 1971. A partir de ese descubrimiento, empecé a perseguir este rótulo.
Ya tenía cómo orientarme en los estrechos pasillos que dejaban las acumulaciones de libros polvorientos. En lo adelante, solo atendería los textos que llevaran una gruesa letra R.
Hoy se encuentran esos, mis queridos libros, en la primera fila de mi librero. Están garabateados con estilo personal, y su status es de permanente consulta y estudio. Por cierto, en sus primeras hojas tienen aún estampado el precio de reventa de los años 80, que oscilaba entre 20 centavos y dos pesos (¿será redundante precisar que era en moneda nacional…?) Desde época relativamente reciente, es posible verlos en internet o de una manera más fácil: se incluyen en las Bibliotecas virtuales que circulan entre los interesados. El aprecio tan particular que les tengo, obedece a que me abrieron horizontes de conocimiento y sugerencias teóricas -especialmente sobre marxismo- cuando no había otras alternativas. Quizás también por eso, me creo versada en la obra de algunos de los nombres citados, pues estuve años releyéndolos. De todas formas, sus proposiciones teóricas solo adquirieron real significado mucho más tarde, cuando logré acceder a otras lecturas que me permitieron situar a aquellos sobrevivientes textos (autores e interpretaciones), en el mapa general del desarrollo de la tradición marxista o del pensamiento social.
No recuerdo haber identificado en los años 80 el interés por esos libros en alguno de mis compañeros de estudio de entonces, aunque es posible que existiera. Nunca salieron esas lecturas en clase ni en las conversaciones de los históricos bancos y muros de la Facultad. Aunque más tarde supe que antes y durante los 80, profesores y otros graduados se habían aficionado también a buscar y estudiar libros R -entre otras lecturas de todo tipo que circulaban y debatían de manera informal-, y que ya los empleaban conscientemente como resistencia contra el dogmatismo. Incluso, recibí información a posteriori, que confirmaba que no pocos ejemplares habían permanecido en estantes de la propia Biblioteca de la Facultad, sin que se emplearan directamente en la docencia. Y la afición (¿!) continúa: algunos de los actuales profesores adiestrados, en medio de la era digital, siguen buscando en las ventas de calle lo que va quedando de los aún valiosos libros R.
Sin embargo, no puedo decir que siendo estudiante en los 80, mi interés se dirigiera a forzar los límites que por entonces conformaban la norma de las lecturas marxistas legítimas. Se trataba simplemente de saber más. No había intención desafiante, pues creía vivir en un universo unitario, homogéneo, y coherente de marxismo. Y es que mi generación tuvo una formación marxista unilateral, que solo ha salvado la motivación individual de saber de cada quien. Y no me refiero precisamente a la lógica "autosuperación", sino a la capacidad personal para generar un cambio de paradigma; comprehender lo hasta entonces ajeno; recomponer la totalidad discursiva -no solo marxista-; siempre partiendo de los recursos de razonamiento bien proporcionados durante la carrera por guías honrados (como dijo Martí de los Maestros).
Solo a mitad de los 90 descubrí que en la primera década de Revolución, al menos en la Universidad de La Habana, jóvenes profesores habían estudiado una buena parte de todo el marxismo posible, entre otras cosas. Las Ediciones R de aquellos libros clásicos conque yo trabajaba, eran testigos.
Precisamente fue en los años 90, después de la caída del socialismo en la URSS y la desacreditación de su marxismo, que se ganó un espacio en distintas Universidades para comenzar a investigar de manera documental el pasado del proceso de masificación e institucionalización de esa teoría en Cuba (y también de la historia real de la teoría y experiencias socialistas). Esos acontecimientos generaron cierta conciencia crítica -en calidad de motivación exclusivamente personal, y nunca a nivel institucional- sobre lo que era y había sido el marxismo corriente en nuestro país. Todas estas investigaciones empezaron a adquirir legitimidad como tema científico en los primerísimos años de este siglo, pero tuvieron entonces fuerte resistencia real y simbólica. Esta provenía -y proviene- de una mezcla entre historia de vida, dogmatismo, e ignorancia. Actualmente se han publicado numerosos ensayos, artículos, libros, y entrevistas al respecto. Y de distintas formas, el asunto ha entrado a la docencia de pre y postgrado. Aunque en ningún caso, aún se ha tocado fondo. Los principales protagonistas de los ya históricos proyectos surgidos en aquel Departamento de Filosofía, han sido reconocidos con Premios Nacionales de Historia y Ciencias Sociales.
Sobre el año 95 empecé a estudiar el origen de esa historia relativa al marxismo, su enseñanza, difusión, y polémicas de la década del 60. Fueron años de lecturas en Bibliotecas (tengo un gran número de antiguos blocks llenos de resúmenes manuscritos, como los monjes del medioevo) y entrevistas, cuando no había transporte en La Habana y tenía cinco grupos de clase en la CUJAE. Trataba de publicar algo de lo que iba escribiendo, pero apenas se imprimía pues no había papel. De manera que, como todo graduado del siglo anterior, mi currículum tiene ese acápite bastante flojo hasta que comenzó la era 2000. En fin, defendí (en sentido más que literal) mi Tesis doctoral a mitad del 2001 -que malgasta páginas solo en intentar hacer aceptable lo que era necesario decir-, legitimando el tema en el medio científico de la academia. Eso sí, con todos los votos en contra que se puedan tener y una advertencia de que los resultados no podían ser publicados… Durante aquella investigación, se me develaron muchos misterios relativos a Ediciones R, al primer Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, y a un susurro denominado Pensamiento Crítico (del cual también tenía algunos ejemplares en casa).
Un poco antes, aún en los 90, podía considerarme privilegiada por disponer de libros R, pues era una etapa en la que todavía no se podían encontrar escritos de marxismo no soviético. Sin embargo, la Facultad comenzaba a cambiar. Proyectos intelectuales interesantes abrieron el intercambio con universidades y académicos extranjeros, que proporcionaron saber, orientación bibliográfica y ¡cajas de valiosos libros!
Por entonces algunos profesores ampliaron -con emoción y angustia- la interpretación del marxismo, el socialismo, y el pensamiento filosófico que se llevaba a las aulas y a las defensas de doctorado (no siempre con éxito, ante la poderosa indisposición al cambio), pero eran tiempos duros. La matrícula de estudiantes de Filosofía Marxista-leninista disminuyó hasta llegar a la cifra de uno.
Considero que lo determinante en ese reinicio de los 90, fue un factor externo: la posibilidad de reconsiderar el marxismo soviético corriente a partir de la implosión de la URSS. Si esta condición no se hubiera dado, el reencuentro desprejuiciado y crítico con la tradición marxista toda y su historia real, así como con el pensamiento filosófico y social en general, habría demorado más en Cuba. Puede afirmarse que aguardaban por una oportunidad importantes intelectuales, investigadores, y profesores dentro y fuera de la academia, que habían ido formando una cultura teórica al margen de los escenarios y que ya antes daban señales. Para la fecha existía y estaba listo, un segmento intelectual con capacidad discursiva, crítica, y soberanía de pensamiento que se había ido constituyendo desde siempre. Se iniciaron entonces los increíbles debates -convertidos en acontecimientos culturales habaneros- sobre sociedad civil; la obra de Gramsci; la crisis del marxismo; Michel Foucault; los teóricos postmodernos. De esos debates queda la memoria, y también testimonios en algunas publicaciones de la época y de años posteriores, que en buena medida salieron a instancias del Centro "Juan Marinello", Temas, La Gaceta de Cuba, Contracorriente. Los espacios de la Facultad como el de L y 27 (Casa Don Fernando Ortiz); el "Salón Frío"; y el "local de Ramoncito", dieron cabida a también a grandes y pequeñas discusiones temáticas, que convocaban espontáneamente la participación transdisciplinar (filósofos, sociólogos, historiadores), e incluso la curiosidad de profesores de áreas del conocimiento más alejadas. Por cierto, hubo noticia comenzando los 90: ¡reabría Sociología…! (cerrada en 1976, por considerarse entonces que el "Materialismo Histórico" -paradójicamente, en su definición más estéril- era omnicomprensivo respecto a los procesos sociales).
Los estudios de la especialidad de Filosofía se transformaban a inicios de los 90 con el aporte de sabiduría e inteligencia del profesor Jorge Luis Acanda -entre otros contribuyentes-, que para la fecha dirigía la Comisión Nacional de Carrera. Se eliminaron algunos nombres de disciplinas, especialidades, así como sus contenidos y puntos de vista que obedecían a la versión vulgar del marxismo que había sido hegemónica por largos años. Desaparecieron los Materialismos Dialéctico e Histórico en favor de Teoría e Historia de la Filosofía Marxista-leninista (de idéntica intención unitaria y crítica al Programa docente Historia del Pensamiento Marxista, elaborado por el primer Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana en 1968, y que nunca se pusiera en marcha); las Críticas a la Filosofía Burguesa pasaron a ser Pensamiento Filosófico Contemporáneo; el Ateísmo Científico se convirtió en Filosofía de la Religión. No obstante, hasta hoy permanece Filosofía marxista-leninista como denominación general de la carrera, con la respectiva connotación teórica y política de naturaleza negativa que este término tiene en la tradición marxista y socialista. Además, la política editorial en materia filosófica y muy probablemente en todo el campo de las denominadas Ciencias Sociales, no acompaña en absoluto las intenciones necesarias de actualización.
Los estudiantes de la especialidad en la Universidad de La Habana hoy -y quizás en las Universidades de Las Villas y Santiago de Cuba-, tienen como un hecho natural el estudio de la obra de importantes teóricos y militantes de la tradición marxista y de la filosofía contemporánea, así como la formación desde el marxismo crítico y para su ejercicio. Algo que le fuera negado a mi generación y a las que estudiaron entre los años 70 y mitad de los 90. Toda esa escalada de graduados tiene una deuda de lecturas inmensa que solo ha sido saldada por una minoría a través del esfuerzo individual de una vida, por medio de soliloquios -ante la ausencia de vida científica apropiada para amplias zonas de saber-, a través del encuentro fortuito con algunos ejemplares R (no solo), y de manera acelerada cuando fue posible empezando el siglo. En cambio, los estudiantes de ahora, tienen un mundo de textos digitales a su disposición, que ojalá sea aprovechado y convertido en saber, tal y como hubiéramos ansiado nosotros entonces. Esto se acompaña de una presentación docente que está hoy en condiciones de abrir posibilidades hermenéuticas múltiples para su asimilación.
Escucho a mis estudiantes discutir sobre Luxemburgo y Trotsky en clase; permitirse enfoques críticos -inherentes a la filosofía y el marxismo- acerca de lo hasta hace poco intocable; leer polémicas históricas enteras, es decir, no reducidas a la exposición, recapitulación, y valoración crítica de una sola parte. Después hablarán de Marcuse, Habermas, Benjamin…, Anderson y sus clasificaciones. En otras materias leen a Deleuze, Foucault, Vattimo…, aunque sospecho que entre sus favoritos están Kant y Nietzsche. Algunos graduados permanecen en la Universidad o van a Centros de investigación que propician y estimulan la continuidad del estudio crítico. Pasan a formar parte entonces de un segmento intelectual muy activo que investiga, escribe y polemiza a viva voz, en distintos foros hoy. Pero ellos no saben que eso se ha logrado con mucho esfuerzo, pasión y riesgo de profesores de algunas generaciones, y no como un simple resultado de la actualización de los Planes de Estudio o desarrollo lógico del conocimiento y la investigación llevado a la pedagogía. Es más, la traslación a la docencia de ciertas cuestiones y la motivación sembrada en los estudiantes hacia ellas, no depende del Plan de Estudio, sino de la voluntad que profesores a título individual, han puesto en socializar ciertos saberes y promover el pensamiento.
Me gustaría decir que hemos logrado conectarnos con la heterogénea voluntad de conocer que se generó en aquel primer Departamento de Filosofía de los 60; que la internet -aunque limitada- y los libros digitales han logrado consumar la ambición de Ediciones R que no era propiamente docente, sino más bien cultural y política. Y lo más importante, ese proyecto ha inspirado siempre la pasión imprudente del saber. Debemos recordar eso cuando leamos - ¡ahora se puede!- una buena parte del todo.

Presentación del entrevistado

Rolando Rodríguez se graduó de Derecho y estudió en la Escuela Nacional Raúl Cepero Bonilla -integrada a las Escuelas de Instrucción Revolucionaria (EIR)-, que formó a los primeros profesores de Filosofía y Economía de la Universidad de La Habana. En 1966 es nombrado Director del Departamento de Filosofía de esa institución. Desde el año anterior fundó y organizó por orden del Comandante Fidel Castro el Plan Especial del Primer Ministro, Ediciones Revolucionarias. En 1967 fue designado Director General del Instituto del Libro. Actualmente se desempeña como jefe de una oficina de Historia de la Ayudantía de Fidel en el Consejo de Estado. Es Profesor Titular de Historia de Cuba en la Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz de la Universidad de La Habana; Miembro de Número de la Academia de la Historia de Cuba; Premio Nacional de Ciencias Sociales 2007 y de Historia 2008; y le fue dedicada la Feria del Libro de 2014. Ha publicado dieciocho libros, adicionalmente tiene dos en edición, dos en imprenta, y uno en redacción. Entre sus libros publicados se encuentran los siguientes: Bajo la piel de la manigua (dos ediciones); Cuba, la forja de una nación (tres tomos); República de Corcho (dos tomos) en dos ediciones; República rigurosamente vigilada (dos tomos); Rebelión en la República (tres tomos); y La revolución que no se fue a bolina.

Rolando Rodríguez tiene la palabra…
Recuerdos del Departamento de Filosofía

El primer Director del Departamento de Filosofía fue Luis Arana Larrea, profesor hispano-soviético que sería sustituido por Gaspar Jorge García Galló. Hacia 1964 se decía que nosotros dábamos las clases por el Manual soviético de Filosofía de Konstantinov, y era verdad. Pero esa interpretación se alejaba bastante de los conceptos que se manejaban en Cuba sobre el marxismo y de la situación de América Latina y de nuestro país. En eso, Osvaldo Dorticós, entonces Presidente de la República, conoció del hecho y se reunió con nosotros. En enjundiosas palabras nos expresó la necesidad de pensar con nuestras propias cabezas. En esa coyuntura me designaron para acompañar a García Galló en calidad de subdirector. Posteriormente, quedé como Director en 1966 y Fernando Martínez Heredia pasó a ser subdirector.

El alumbramiento de Edición Revolucionaria

Hacia mayo de 1965, me encontré en la entonces Plaza Cadenas de la Universidad (hoy Plaza Agramonte) con el compañero Fidel. Los alumnos lo acosaban solicitándole libros, porque no los tenían. A mí me preguntó si enseñábamos por el Manual de Konstantinov. Le respondí que trabajábamos en clase con los clásicos del marxismo, Marx, Engels y Lenin. Pareció sorprenderse y me preguntó cuándo podía reunirse con nosotros.
No pocas veces nos reunimos todavía con Fidel en la Plaza Cadenas. Hablábamos de la situación en América Latina. Una de esas noches le mencioné un trabajo de Regis Debray, La larga marcha de América Latina, y me orientó que lo invitara a Cuba. En esa ocasión también Fidel me dijo que ampliara el Departamento.
El 7 de diciembre de 1965 me llamaron a casa sobre las 8 de la noche para que fuera al Departamento de Filosofía. De inmediato supe de qué se trataba: Fidel estaba sentado detrás de mi buró en la oficina de la dirección. Pensé que hablaríamos de la próxima Tricontinental, pero la conversación se inició cuando me extendió un libro para que lo viera: Primavera silenciosa de Rachel Carson. Me preguntó entonces dónde estaba editado. Lo abrí y respondí: "en Barcelona". Pidió otro ejemplar para mostrarme y formular la misma pregunta. Ya sospechaba que había gato encerrado, pero la respuesta fue la misma: "Barcelona", dije. Fidel negó, pues el segundo estaba hecho en Cuba. Me orientó que fuera a ver al Rector Vilaseca para que nos proporcionara una lista de libros necesarios, y por otra parte, fuera a ver también a Joel Domenech que era el Ministro de Industrias en esos momentos (organismo que tenía adscripta la Empresa de Artes Gráficas), para que se encargara de comenzar a reproducir los libros de la lista. Cada edición sería una "edición revolucionaria", dijo Fidel esa noche. Añadió que era un crimen que los imperialistas yanquis nos quisieran estar matando de hambre, y además, que ahora nos quisieran matar de ignorancia.
El Rector respondió que aún la lista no estaba concluida, pero el Ministro de Educación José Llanusa sí tenía una copia completa de unos 240 títulos, que recogí. Fidel también señaló que pasáramos por las distintas Facultades de la Universidad y por los Tecnológicos, con el propósito de conocer la cantidad de libros que eran necesarios en la docencia para un plazo de tres años. Incluso, enviamos a España a dos compañeros a buscar originales, pero la verdad era que la mayoría salió de las Bibliotecas de la Universidad.
El objetivo siempre fue reproducir o "fusilar" esos títulos, y la distribución se haría de forma gratuita. Fidel orientó indagar en el número necesario de ejemplares a imprimir de cada libro, y después concluyó que para redondear, imprimiera 1000 como mínimo en todos los casos. El primer Libro de Edición Revolucionaria fue Introduction to set theory and topology de K. Kuratowski en 1966.
"Fusilar", es un localismo surgido después de la Revolución. ¿Quién lo inventó?, sin dudas Liborio, que tiene esas ocurrencias.

Un proyecto que crece

A mitad o fines del año 1966, Fidel me dijo que se debía crear un Instituto del Libro. Por ser este un plan especial orientado por el Primer Ministro, tuve la potestad para reagrupar las editoriales, tomar las imprentas que editaban libros y revistas, y organizar las funciones relativas al comercio interior y exterior del libro.
La esquina de 5ª y D en el Vedado sirvió para la constitución formal del Instituto del Libro, en una casa que era de la Academia de Ciencias de Cuba y que cedió el compañero Antonio Núñez Jiménez. Más tarde el Instituto se mudó a 19 y 10, y después a Belascoaín y Desagüe en Centro Habana.
En abril de 1967 quedó constituido el Instituto del Libro. También en la misma fecha fui designado su director general. El primer Consejo Editorial del Instituto del Libro que presidía, quedó conformado por: Raúl Roa; Carlos Rafael Rodríguez; Fernando Martínez y Hermes Herrera.
El trabajo se organizó por Series Editoriales, que fueron los embriones de las futuras Editoriales. Inicialmente no había suficientes editores, era necesario formarlos, pero para comenzar se tomaron los que trabajaban con Carpentier en la Imprenta Nacional de Cuba.
El primer año del Instituto del Libro se imprimieron 10 millones de ejemplares y hacia 1979 editamos más de 50 millones.

Los criterios editoriales sobre marxismo

Entre los libros publicados, a veces había alguna sugerencia de algún compañero que podía ser del Departamento (de Filosofía).
El Instituto, mediante su editorial de Ciencias Sociales, concluyó que no era necesario publicar todas las obras del marxismo soviético, si bastaba con pedírselas a los soviéticos y ellos las editaban y enviaban a Cuba. Por ejemplo, a petición mía fueron editados e importados los 55 tomos de las Obras Completas de Lenin. No publicar marxismo soviético en el Instituto, obedecía a un criterio práctico y no a un criterio dogmático que condujera a excluirlo de nuestros planes editoriales. Además, nosotros inicialmente no disponíamos de las capacidades editoriales (traducción y especialistas) que se necesitaban. El propósito que nos guió era publicar el marxismo de otros países que no había en Cuba.
Regis Debray, que fue inicialmente profesor del Departamento, influyó bastante en el conocimiento y edición de la obra de Althusser en Cuba.
Fuera de Edición Revolucionaria, como parte del proyecto mayor del Instituto del Libro, hubo una Colección denominada Polémica cuyo logotipo eran dos flechas encontradas. En esta Colección se editaron por ejemplo, el Stalin de Deutscher y también La nueva económica de Preobrazhenski. Pero faltarían otros muchos en una posible lista.

El fin de Edición Revolucionaria

Edición Revolucionaria quedó finalmente como una Colección de Pueblo y Educación. Al finalizar se habían publicado cientos de títulos de distintos temas y áreas de conocimiento, incluso en distintos idiomas (recuérdese que se "fusilaban").
Por cierto, Roberto Fernández Retamar me relató una anécdota muy simpática. En un aeropuerto suizo se encontró con un conocido profesor de Literatura, al cual le dijo que su libro lo habían "fusilado" en Cuba. El profesor palideció y, entonces, Roberto se dio cuenta de que había empleado fallidamente el término "fusilar", y tuvo a toda carrera que enmendar la plana y explicar que así se le decía en Cuba a reproducir una obra. Con la fama que por entonces nos habían dado en el exterior, ¡cualquiera sabe qué habría pensado el profesor…!


 

RECIBIDO: 10/11/2016
ACEPTADO: 19/12/2016

 

 

Dra. Natasha Gómez Velázquez. Facultad de Filosofía e Historia, Universidad de La Habana, Cuba. Correo electrónico: nagove@ffh.uh.cu

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