INTRODUCCIÓN
Sostenibilidad y prosperidad constituyen dos tópicos recurrentes en los discursos oficiales, los medios de comunicación y los documentos de la plataforma programática de cambio del proyecto cubano. El emprendimiento y la innovación en este escenario resultan claves para alcanzarlas.
El emprendimiento se ha analizado desde diversas disciplinas y enfoques, sin llegar a consensos. Sin embargo, como miembros de la Red de Emprendimiento e Innovación de la Universidad de La Habana, lo analizamos como un proceso que permite enfocarse en el individuo con sus motivaciones y competencias, en el contexto político, social e histórico, en su interacción para la búsqueda o creación de oportunidades y en las vías para explotarlas. Consideramos que, como actividad social, no es privativo de una forma de propiedad ni de individuos aislados, y puede incluso no tener carácter lucrativo y fomentar la responsabilidad social.
El término «emprendedor» se instala paulatinamente como identidad social de un grupo de cuentapropistas. Según los resultados de investigaciones desarrolladas hasta el momento, es una «etiqueta» atractiva, sobre todo para personas que desempeñan el papel de empleadores del sector privado, profesionales, dueños de negocios exitosos. También para aquellos con los que se indagó en la significación del término tiene una connotación positiva. Consideran que son cuentapropistas (pues se guían por la asignación social del término y su diario desempeño) y asocian la cualidad de emprender al hecho de «echar para adelante», «partir de la nada», «no tenerle miedo al futuro», «arrancar y ver qué pasa», «tirarse aunque pareciera arar en el mar», «[ir] palante aunque halen con carretas y carretones» (Pañellas, 2020).
Una amplia discusión tiene lugar con respecto a la coincidencia o no entre los términos emprendimiento y negocio, pero, en tanto no dilucidemos categorialmente el asunto, pretendemos en este artículo analizar un conjunto de condiciones sociales que configuran el desarrollo del emprendimiento en Cuba, aunque las evidencias investigativas parten del sector cuentapropista.
1. CONDICIONES SOCIALES PARA EL EMPRENDIMIENTO: EVIDENCIAS SEGÚN EL MODELO CONCEPTUAL ICDED Y RESULTADOS DE INVESTIGACIONES CUBANAS
Las condiciones sociales constituyen una de las diez dimensiones que se incluyen en el modelo conceptual del Índice de Condiciones Sociales para el Emprendimiento (ICDEd Prodem)1 (Prodem ¿Qué es?, 2018). Es considerada como un factor estructural que favorece o limita el emprendimiento (Kantis, Federico e Ibarra, 2014) e incluye, entre otros aspectos, los niveles de ingreso de la población y la forma en que se estructura la sociedad, así como las desigualdades sociales más acuciantes. Según investigaciones citadas por Kantis, Federico e Ibarra (2014), las estructuras sociales muy polarizadas, con amplias brechas de equidad y con bajo peso de los segmentos medios suelen contar con bases estrechas para el surgimiento de emprendimientos. Los indicadores a los que se les da seguimiento en esta dimensión por lo general comprenden el ingreso nacional per cápita, el desempleo juvenil y las desigualdades existentes.
Para el caso de Cuba, aunque resulta complejo analizar estos indicadores por su escasa difusión en fuentes públicas, se hará un análisis de la información disponible en los anuarios estadísticos, los informes de desarrollo humano y las investigaciones sistematizadas por la red. Además, se ofrecerán evidencias de investigaciones realizadas desde 2011 con o sobre cuentapropistas, las cuales caracterizan la dimensión subjetiva del emprendimiento como elemento que también puede facilitarlo u obstaculizarlo. Se exploran así estereotipos grupales, motivaciones y percepciones sociales. Aunque utilizaron técnicas directas de recogida de información, privilegiaron el uso de técnicas indirectas como el juego de roles y el dibujo, pues se ha comprobado que resultan más útiles, ricas y fiables para la exploración de temas sensibles en los que además hay una predeterminación de respuestas socialmente aceptadas. En ese sentido, se presentan entrecomillados los argumentos emitidos por los sujetos.
1.1. Principales indicadores y desigualdades sociales identificadas
El proyecto político cubano ha promovido la igualdad y la justicia a través de disímiles políticas sociales y económicas. Sin embargo, desde la década de los años noventa, con la profunda crisis económica, se observó un ensanchamiento de las distancias sociales que los años siguientes aún no han logrado revertir. En este momento, con el proceso de actualización del modelo económico y social, se encuentran indicios de que este proceso de heterogenización social continúa.
El ingreso nacional per cápita es uno de los indicadores valorados por su utilidad como aproximado de bienestar, pues refleja la capacidad de lograr un nivel de vida digno.2 Este no se recoge en las estadísticas públicas cubanas; solo puede encontrarse en el Informe de Desarrollo Humano (PNUD, 2018). En 2018 representaba un promedio de 7 524 dólares internacionales, con una diferencia marcada entre mujeres y hombres: 5 001 y 10 045, respectivamente (PNUD, 2018).
El indicador de ingreso nacional bruto per cápita debe ser tomado con cautela en el caso cubano. A través de diferentes transferencias directas e indirectas, hasta la década de los años 2000 las personas recibían ingresos no monetarios (Ferriol, Ramos y Añé, 2004). Al mismo tiempo, la universalidad y gratuidad de la salud y la educación, así como la baja presencia de impuestos, las bajas tasas de pago de agua, alcantarillado, electricidad y teléfono aumentaban el valor de los ingresos que fundamentalmente provenían de los salarios (Álvarez y Mattar, 2004; García y Anaya, 2007). Estas transferencias han disminuido en los últimos años, de la mano de la política que intenta focalizar el gasto social. Además, ha ocurrido un incremento en los costos de los servicios básicos y ha aumentado la carga impositiva en la vida cotidiana cubana.
En ese sentido, la población (tanto trabajadores del sector privado como trabajadores estatales) percibe que, aun con políticas universales, se establecen diferencias entre el sector estatal y no estatal; dentro del sector estatal, entre empleados y empleadores, y se visualiza una polarización entre grupos sociales por niveles de ingreso: «ricos, altos ingresos económicos, los que tienen vs. pobres, bajos ingresos económicos, los que no tienen». En los dos años en que se reporta el dato se observa una ligera mejoría, pero también un aumento de la diferencia entre mujeres y hombres, los que en 2016 recibían 5 013 y 9 874 dólares, respectivamente.
La tasa de desempleo juvenil3 resulta un indicador proxy de la vulnerabilidad económica que podría estar enfrentado la juventud. Este comportamiento podría afectar la generación de ingresos y las iniciativas de reducción de la pobreza en general, además de la seguridad ciudadana, pues sería probable el aumento de la delincuencia y la violencia. Por lo general, un indicador alto muestra que los empleos disponibles tienen barreras para su acceso por parte de la población joven o no resultan atractivos para este grupo por diversas razones, entre las cuales se encuentran que sean empleos en ámbitos de baja calificación y con movilidad limitada.
Este dato para Cuba solo se encuentra en los Informes de Desarrollo Humano del PNUD. En el 2016 era de 6,5 %, con diferencial de 1,03 % entre mujeres y hombres.4 En ese año Cuba se encontraba dentro de los países de desarrollo humano alto, solo superada por Tailandia y Kazajstán (4,7 y 5,6, respectivamente). En 2018 la tasa presentada fue la mejor obtenida por países ubicados en el grupo de alto desarrollo humano: 5,5 %, sin diferencias observables entre mujeres y hombres (PNUD, 2018). Esta tendencia no había tenido precedentes en los últimos 30 años. Tal comportamiento podría favorecer condiciones sociales para que, por una parte, los jóvenes que estudian y trabajan tengan en estos empleos, además de una fuente de ingresos complementaria, una experiencia laboral que les enseñe e inspire para potenciales emprendimientos en el futuro cercano.
Las principales desigualdades sociales identificadas a través del análisis de brechas en dos sistematizaciones realizadas en 2015 (Echevarría, Pañellas y Lara, 2015) y en 2019 (Echevarría, 2019), en diálogo con investigaciones sobre el grupo de cuentapropistas, coinciden en señalar algunos elementos, uno de los cuales es la brecha de ingresos. Varios trabajos evidencian diferencias significativas en los ingresos que se mantienen en el tiempo y que se encuentran principalmente relacionadas con el género. Las mujeres, por lo general, tienen menos ingresos (Díaz y Echevarría, 2015; Galtés, 2017) y utilizan las remesas para el consumo, mientras que los hombres las utilizan como capital de trabajo (Delgado, 2015, 2017) y se encuentran en condición de jefatura de hogar, especialmente en hogares pobres (Barbería, 2008; Voghon, 2015). Además, sufren la brecha digital (Domínguez, Rego, García y Moretón, 2012) y se mantienen dedicando mayor cantidad de tiempo al trabajo doméstico no remunerado y de cuidado (Castañeda, 2018).
Este comportamiento se refleja en la representación de prototipos grupales con ventajas y desventajas sociales. En el caso particular del sector cuentapropista, las mujeres son iconizadas esencialmente en actividades de supervivencia, en el rol de empleadas, en actividades tradicionales asociadas al género femenino, en medio de dos hombres (el empleador y el cliente, o entre dos clientes) o simplemente como «decoración» en el negocio. «Contrato a una mujer para que se entretengan mirándola, den mejores propinas, vuelvan», dice un adulto medio, empleador de un restaurante. «Las mujeres son más dulces, por eso las prefiero», informa un joven empleador de cafetería. «Somos dinámicas, podemos hacer varias cosas a la vez, estamos acostumbradas a llevar la casa», indica una rentista de la tercera edad. «Esto lo aprendí a hacer desde que estaba en secundaria. Las mujeres siempre nos estamos arreglando, a quien se le ocurre un hombre haciendo esto», asegura una joven manicura. «Bueno, así casi siempre ha sido, hay profesiones que hacen más los hombres y otras que hacen más las mujeres. Si están ganando dinero, ¿qué más da?», opinaron estudiantes universitarios de ambos géneros. «Sí, las mujeres casi siempre están en negocios relacionados con el cuerpo, la salud», según un intelectual adulto medio. «Se ve un poco de todo, yo al final no sé quiénes son los dueños de los negocios. El dibujo fue casualidad», dice un dirigente adulto medio. «No es justo, es cierto, pero es lo que se puede verificar en la realidad. Las mujeres nos dedicamos más a ser y hacer princesas», percibe una intelectual adulta medio. «Casi todas las muchachas que conozco en negocios quieren ser las dueñas, ¿pero de dónde se saca el dinero?», indica una joven obrera, mientras que otra confiesa: «Mi jefa es una estrella pero no se me ocurren mujeres cuando pienso en quienes tienen más dinero en Cuba».
La diferencia etaria es otro de los elementos que influyen en las brechas salariales. Las personas mayores y los más jóvenes tienen menores ingresos, ya sean pensiones o salarios que limitan su autonomía económica (Rabassa, 2008; Estévez y Abadie, 2014; García y Anaya, 2015; Ivonet, 2017; Odriozola y Colina, 2017). En ese sentido, el prototipo grupal de emprendedor exitoso está asociado a adultos medios: el joven se coloca en posición de subordinación, aunque no experimenta necesariamente sentimientos negativos, a pesar de sentirse «explotado», pues «gana más que si trabajara para el Estado». Se constata que trabajan más de 12 horas, no siempre en condiciones adecuadas y, con frecuencia, sin contrato formal. Los adultos mayores generalmente acceden a este empleo por la insuficiencia de sus pensiones, como un modo de sentirse útiles una vez retirados o por haber quedado disponibles en su centro de trabajo.
«Es un queme pero tengo dinero para comprar lo que me gusta y rentar un apartamento con mi jevita», dice un joven empleado de un bar. «Ya no sé lo que son las vacaciones pero vivo mejor y me compro lo que me gusta», indicó una joven empleada de peluquería. «La comida que me dan a veces no es buena, o el dueño es un vago y nosotros somos los que trabajamos, pero igual la cuenta me da», expresó un joven empleado de un restaurante, similar a lo que asegura una adulta media dedicada a la venta de artesanías: «A veces el dueño viene con tremenda mala forma si no hemos vendido mucho y tengo ganas de mandarlo lejos pero… estoy mejor aquí que en mi trabajo anterior, que era para el Estado». «La gente está muy indisciplinada, a veces no descargan el baño habiendo agua o hacen sus necesidades fuera de lugar. No es fácil pero hago mi dinerito», indicó un adulto mayor que limpia los baños en un bar restaurante. «A mí me gusta tejer y me despeja mucho. Estoy tranquila en la casa. Mi familia me dice que por qué no exijo más dinero pero a mí me da pena», dijo una adulta media que trabaja para una tienda de confecciones.
El atractivo de la entrada al sector no viene dado por la cualidad de la actividad sino por el ingreso económico a obtener. Bajo esta motivación, aumentan los jóvenes estudiantes preuniversitarios con deseo de ingresar al sector privado, los jóvenes universitarios que simultanean estudio y trabajo, los jóvenes que entran en la educación superior con la expectativa de graduarse y abrir sus negocios o de incorporarse al sector cuentapropista, pero desempeñando roles más lucrativos o de mayor prestigio. «No sé [qué voy a ser], pero cuentapropista, pa’ hacer billete», dijo un estudiante preuniversitario de Plaza, mientras otro de San Miguel del Padrón indicaba: «Cuando yo termine el pre me voy pa’ La cuevita, y allí me pongo a vender. Eso es mejor que cualquier otra cosa. Money». «Yo no sé qué estudiar, eso sí, nada de ciencias. Pero con el francés que sé puedo ser guía turística y con eso me puede ir muy bien», declaró una estudiante preuniversitaria del municipio Diez de Octubre, mientras que otra de Plaza expresó: «Yo voy a estudiar algún curso de cosmetología. Me encantan el maquillaje y los tatuajes. Y ahora con eso se hace buen dinero». «Yo quiero estudiar economía y luego trabajar en el negocio con mis padres», dijo un estudiante preuniversitario de Diez de Octubre; similar a un estudiante de psicología que expresó: «Esta carrera me puede servir para lo que yo quiera, conozco cantidad de psicólogos trabajando en agencias de viaje, guías turísticos, masajes y hacen dinerito, aunque no sea haciendo psicología»; o lo que dijo un estudiante de diseño: «En mi carrera se gasta mucho dinero y se duerme poco, pero es rentable».
En términos de expectativas, son más vulnerables a la frustración, pues la imagen compartida del sector privado es la de éxito y altos ingresos, con lo cual los jóvenes, que en su mayoría no cuentan con capital inicial para comenzar un negocio lucrativo, esperan obtener grandes ganancias en poco tiempo, lo cual pocas veces ocurre. El argumento de «no funcionó» no se corresponde necesariamente con el éxito del negocio, sino con que las ganancias obtenidas no alcanzaron las expectativas de inicio.
Otro de los elementos que influyen en las brechas salariales es el color de la piel. Por lo general las personas blancas tienen mejores ingresos y las personas negras son mayoría entre las que se encuentran en condición de pobreza (Voghon, 2009; Zabala, 2009; Domínguez, 2010; Peña, 2013; Ramírez, 2013; Soler, 2015). En el sector privado el prototipo representado a partir de dibujos suele ser siempre de color de piel blanco. Cuando aparece con color de piel negro está asociado a negocios de supervivencia, especialmente carretilleros. Por otra parte, a partir de observaciones en diferentes negocios y de testimonios o representaciones en juegos de roles, también se señala la discriminación hacia personas negras en ciertos negocios «exitosos» o de moda, y la asignación y asunción de roles de menor prestigio, ingreso y reconocimiento, como limpieza o seguridad.
La ocupación también representa un elemento destacado en las brechas salariales. Las personas ocupadas en el sector no estatal tienen mayores ingresos que las que trabajan en el sector estatal (Llopiz, 2008; (Echevarría, Díaz y Romero, 2015). Esto se refleja en dibujos de personas del sector estatal en condiciones básicas asociadas a displacer, sacrificio, dificultades (al punto de ser asociadas con pobres). Incluimos también aquí la diferenciación de roles en el sector privado (autoempleado, empleador y empleado), pues sus ingresos constituyen una desigualdad percibida como injusta en lo que respecta a empleadores y empleados.
Por último, el territorio también influye en las brechas salariales. Las personas que viven en zonas rurales tienen menos oportunidades de obtener ingresos y ampliar las vías de obtenerlos, así como los grupos vulnerables tienen peores condiciones de hábitat (Hernández, Núñez, Rodríguez y Rojas, 2008; Núñez y Oliveras, 2008; Anoceto, 2014; Íñiguez, 2015; Rojas, 2015; Barea, 2016). De la misma manera, los negocios tienen mayores oportunidades de ingresos en las capitales de provincia y, dentro de ellas, en territorios luminosos y/o turísticos.
En cuanto a la brecha en el acceso y el uso de bienes duraderos y no monetarios, las personas y familias de bajos e inestables ingresos tienen menos bienes duraderos y viven en condiciones donde los bienes no monetarios (agua, alcantarillado, vivienda, etcétera) tienen un peor comportamiento (Echevarría, Gabriel, Romanó & Schettino, 2018). El acceso a estos recursos constituye uno de los rasgos que da cuentas de movilidad social horizontal y vertical según la percepción de la población estudiada. Ello se aprecia en dibujos que detallan el tamaño de la vivienda y sus condiciones, así como en la construcción de los escenarios para realizar los juegos de roles. Las ventajas están asociadas a casas grandes, con equipos electrodomésticos, televisión por cable, piscinas (especialmente en el caso de las familias que rentan en espacios rurales). Quienes las habitan se asocian a dirigentes y cuentapropistas de altos ingresos.
Por otra parte, la brecha en el consumo se relaciona tanto con el acceso a productos alimenticios y de canasta básica como a productos culturales (Morales, 2017) y digitales (Domínguez et al., 2012). Esta brecha se observa en el acceso y en la accesibilidad. La relación de gordura y color rosado de piel, la tenencia de transporte propio, la posibilidad de viajar a Varadero, los Cayos y el extranjero, de asistir a restaurantes, comprar productos de marca, tener móvil de calidad (asociado a Iphone) constituyen la identificación gráfica de este rubro.
En la brecha en salud se observa una mayor predisposición en familias con pocos recursos económicos a padecer de enfermedades como la lepra (Díaz Perera, Bacallao y Alemañy, 2014), la tuberculosis y la hipertensión (Bacallao, Díaz Perera y Alemañy, 2012). Al mismo tiempo se evidencia una sobremortalidad para las personas negras, mujeres, menores de un año y que viven en zonas rurales (Albizu Campos, 2008).
Desde las técnicas directas e indirectas aplicadas a los sujetos, este tema no emerge como rasgo distintivo entre grupos sociales. No obstante, sí emerge, como parte de la caracterización que se ofrece de este sector, el deterioro del sistema de salud y las posibilidades de acceso y calidad (disponibilidad de médicos, de pruebas para ser aplicadas, de medicamentos) en función de los recursos personales. Resulta interesante como constituye también un espacio donde tienen lugar relaciones transactivas entre grupos. Se explicita «si alguien trabaja en una paladar, invita al médico o al maestro a almorzar y se lo gana» (joven profesional); «cada vez que necesito algo voy al médico con un detalle de mi tienda. Pero claro que tengo que llevar algo, ¡los pobres! Y claro, nunca me deja embarcada» (empleada de una tienda privada); «uno nunca puede dejar de llevar una meriendita o un regalito al médico» (adulta mayor retirada); «yo llevo plátanos, queso, lo que pueda, pero ese ha sido mi doctor, y siempre que lo necesito puedo contar con él. Eso es muy difícil. Aquí tenemos el hospital muy lejos» (cuentapropista de Soroa); «lo peor es que no hay medicinas» (adulta mayor); «todos los meses tengo que comprar medicinas para mi suegra y hago entre cinco y seis horas de cola para conseguir la mitad de lo que necesito. Pero si busco en el mercado negro, aparecen. Es triste» (joven profesional).
En cuanto a la brecha en educación, se constata que las personas que acceden y se gradúan de la educación superior por lo general son hijos de dirigentes y profesionales (Tejuca, Gutiérrez y García, 2015; Batista, 2017). Las familias con ingresos bajos enfrentan mayores dificultades para invertir en la educación de los hijos. Son ellas las que presentan mayores indicadores de abandono escolar en educación básica.
En este sentido se encuentran varios matices. En primer lugar, la educación (traducida en nivel alcanzado e inteligencia) se asocia a prestigio social y no como característica de aquellos en el sector privado, que se representan especialmente como transportistas, arrendadores y dueños de cafeterías. Es un rasgo asignado a los intelectuales y profesionales. En segundo lugar, se asocia a los empleadores y no a los empleados. En tercer lugar, resulta diferenciador de ventajas y desventajas entre grupos sociales (especificado en la posibilidad de estudiar idiomas y practicar deportes). Emerge además la escuela como espacio donde ocurren procesos de exclusión social según los ingresos de los padres, que se traducen en atención diferenciada de los maestros a los niños. Elementos como las condiciones de las aulas, el lugar donde los niños se sientan o el mobiliario al que acceden, la evaluación de la calidad de los accesorios como mochilas, zapatos y merenderos, las meriendas y almuerzos que consumen, los regalos que se entregan a las maestras, entre otros, son especialmente remarcados. Además, constatamos la naturalización de la presencia de repasadoras, que en muchos casos son las propias maestras de la escuela, desde el 1.r grado de primaria hasta el 12.o grado. «Ya no tengo tiempo porque hay que estar de un lado para otro resolviendo cosas. Es mejor que haga las tareas y estudie con la repasadora», dice la joven madre de un niño de 1.r grado (profesional). «Si no le pongo repasador, no se empata con la física más nunca», indica la madre obrera de un adolescente de 10.o grado, mientras la madre profesional de un estudiante de 11.o afirma: «Tengo que asegurarme de que saque las pruebas de ingreso, y hay muchos contenidos de los que no me acuerdo. La escuela no es suficiente». «Llevo pagando repasos desde que empezó secundaria, pero ella sale bien», dijo, por último, el padre de una estudiante de 10.o grado (empleador).
Se identifican también diferencias de calidad y acceso a los círculos infantiles, o la posibilidad de ingresar en círculos privados, identificados con mayores condiciones de higiene y materiales. «¿Círculo estatal? El niño estaría siempre meado», señaló una joven empleada, mientras una joven profesional argumenta: «Llevo dos años sin trabajar porque el círculo no me ha llegado». «Decidí jubilarme para cuidar a mi nieto. Mi hijo y nuera tienen que trabajar y los círculos están en muy malas condiciones. Pero ellos no pueden pagar un cuido», aportó la abuela de un niño de 4 años; sin embargo, la madre de uno de 3 años, empleada en un hostal explicó: «Priorizo el círculo de mi hijo porque quiero que tenga una buena educación. Cuesta 60 CUC mensuales, pero puedo pagarlo en este trabajo».
También existe una brecha en la participación en la toma de decisiones sobre problemas colectivos, que en los extremos de la dimensión económica es menor (Batista, 2014; Gómez Cabrera et al., 2017). Al mismo tiempo, las personas que trabajan en el sector no estatal como asalariadas encuentran menores posibilidades de participar en el proceso de toma de decisiones y reclamar sus derechos laborales tanto por los vacíos legislativos al respecto, como por los compromisos con las redes que les permitieron la inserción (Fajardo, 2017).
La participación se erige como una demanda para todos los grupos sociales. En el caso del sector cuentapropista se relaciona con diferentes tópicos. En primer lugar, a la satisfacción explícita, asociada a la autonomía percibida al entrar en el sector cuentapropista, especialmente por parte de empleadores, aunque se expresa en los empleados respecto a la evaluación de no tener que asistir a reuniones y actividades formales institucionales: «nadie me manda», «soy mi propio jefe»; «puedo hacer y deshacer», dicen los empleadores; y los empleados agregan: «me quité de arriba reuniones», «podemos crear».
En segundo lugar está el displacer de no ser tomados en cuenta en procesos de discusión para la implementación de las múltiples regulaciones dictadas y a ellos asociadas: «¿quién preguntó qué creíamos de esas medidas?», «no saben cómo es nuestro cada día y sentados en un buró toman decisiones», «dicen que vienen a dialogar y nos suenan un discurso y luego no dejan hablar». También causa insatisfacción el no ser tenidos en cuenta formalmente, como actores que pueden contribuir al desarrollo de sus barrios o comunidades, en especial en negocios con éxito: «yo quiero contribuir con la escuela de mi comunidad, pero me ponen trabas y trabas», «he pensado en trabajar en un lugar para que los niños del barrio hagan deporte, tengan juguetes, etcétera, pero parece que soy el enemigo». Finalmente, Se destaca la vivencia de empleadores autocráticos y autoritarios en su mayoría, con desinterés o incapacidad para el diálogo, pero respaldados por su posición de poder: «no trabaja y todo lo que hace es mandar», «se come el mejor trozo de las ganancias, hace lo quiere con el horario y encima se la pasa mandando», «una cosa es ser el jefe y la otra un dictador».
REFLEXIONES FINALES
Tras un paneo de los resultados de investigación en las facultades de ciencias sociales de la Universidad de la Habana (Sociología, Psicología, Turismo, Economía y Comunicación Social), se puede concluir que no hay una intención explícita de análisis de las condiciones sociales que favorecen u obstaculizan el desarrollo del emprendimiento. Estas condiciones, por lo general, se perciben como factores del contexto, pocas veces relacionadas con la problemática estudiada. Sin embargo, sí pueden ser identificadas.
Entre las condiciones favorecedoras más evidentes se encuentra que las familias tienen una mayor conciencia de su protagonismo en la preparación de las jóvenes generaciones, en parte por la insuficiencia de la escuela tradicional para desarrollar habilidades de emprendimiento y, por otro lado, por el aprendizaje de elementos básicos (Echevarría y Tejuca, 2015).
Existe una creciente aceptación del sector privado como un actor de la economía (Peña y Voghon, 2013; Pañellas, 2020). Se verifican procesos de movilidad social como oportunidad para el emprendimiento, pues en el imaginario social se instaura un patrón de estatus deseado a partir del rol de trabajador privado (Infante, 2009; Romanó y Echevarría, 2015; Pañellas, 2020). Al mismo tiempo se reconoce el crecimiento de un segmento medio, promotor y consumidor de productos y servicios diferenciado (Curbelo, 2012; Dujarric y Vázquez, 2015; Calabuche, 2016; de Armas, 2016; Luya, 2016; Pañellas, 2020). Además, el sector privado es atractivo para la población joven (Parra, 2018; Pañellas, 2020). Las remesas y la posibilidad de viajar a otros países constituyen una oportunidad para obtener capital de trabajo e insumos para los negocios, además de permitir tener otros referentes de estética y calidad (Delgado, 2017; Pañellas, 2017). Las desigualdades sociales aún ocurren en contextos más amplios de igualdad, por lo que no se verifica una clara polarización de clase (Espina y Echevarría, 2018).
Las principales barreras que se identifican luego de esta revisión giran en torno a la existencia de estereotipos y prejuicios sobre el trabajo por cuenta propia, como la acumulación de riqueza, las relaciones de explotación, el vínculo con el capitalismo, el carácter consumista, entre otros temas (García, 2014; Pañellas, 2017;). Además, existen brechas de ingreso para mujeres, no blancos, personas jóvenes o adultas mayores, rurales, entre otros elementos, quienes quedan al margen del desarrollo de emprendimientos o solo pueden desarrollar aquellos que se mantienen a nivel de sobrevivencia y que muestran una alta tasa de mortalidad (Díaz y Echevarría, 2015; Pañellas, 2020). Las brechas territoriales, vinculadas a los tipos de licencias aprobadas, limitan el desarrollo de emprendimientos para aquellos espacios con estructura económica que menos responden a la tipología de actividades (Íñiguez, 2015; Pañellas, 2017).
La aceptación como norma de la evasión de impuestos sobre ingresos personales es otra de las barreras que presenta el sector cuentapropista (Sarduy, Pons y Traba, 2015; Calabuche, 2016), al igual que los estilos educativos y diseños de enseñanza autocráticos y reproductivos, que no contribuyen al desarrollo de la habilidad emprendedora.
Se debe prestar especial atención al hecho de que los grupos con menores posibilidades de insertarse en este sector podrían estar accediendo en condiciones más precarias en términos de derechos laborales. Además, ante el bajo desarrollo del sector de trabajo por cuenta propia y la falta de empleos en zonas rurales, el desarrollo en las zonas urbanas puede ser un elemento motivador para la migración rural urbana.
El emprendimiento, visto desde su más amplia acepción hasta su delimitación al desarrollo del sector privado, está llamado a ser un complemento de la producción y los servicios del país, una fuente de empleo e ingresos importante. Además, se deberá reconocer como un actor social a incluir en y para la toma de decisiones. Quedan muchas fortalezas que utilizar y oportunidades que aprovechar dentro del contexto social para que este pueda constituirse como un elemento más de impulso al desarrollo.