SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.9 número2La burocracia, el burocratismo y la política de cuadros en la transición socialista cubana índice de autoresíndice de assuntospesquisa de artigos
Home Pagelista alfabética de periódicos  

Serviços Personalizados

Artigo

Indicadores

  • Não possue artigos citadosCitado por SciELO

Links relacionados

  • Não possue artigos similaresSimilares em SciELO

Compartilhar


Revista Estudios del Desarrollo Social: Cuba y América Latina

versão On-line ISSN 2308-0132

Estudios del Desarrollo Social vol.9 no.2 La Habana maio.-ago. 2021  Epub 01-Jul-2021

 

Ensayo

A propósito de fascismo, neoliberalismo y ultraderecha. Problemas analíticos en la “sociedad abierta”

About Fascism, Neoliberalism and Ultra-Right. Analytical Problems in the Open Society

0000-0001-9204-4745Mario Lagomarsino-Montoya1  *  , 0000-0001-8175-7475Juan Mansilla-Sepúlveda2  , 0000-0001-7348-5529Juan Guillermo Estay-Sepúlveda2 

1Universidad Adventista de Chile, Chile

2Universidad Católica de Temuco, Chile

RESUMEN:

Luego de la aparición en el siglo xxi de formaciones políticas que se reclaman como “nacionalistas”, “neofascistas”, “de ultraderecha”, con un fuerte componente antiinmigración, y que vienen a complejizar aún más los problemas de la democracia y de la “sociedad abierta”, vale la pena llevar adelante una revisión de algunos conceptos, cuyo “uso” y “abuso” se ha distorsionado casi completamente. Este estudio se realizó de forma analítica, con la perspectiva de determinar, lo más claramente posible, a qué se refieren conceptos como: “fascismo”, “ultraderecha” y “neoliberalismo”, nociones utilizadas tan vagamente que, a veces, se convierten en sinónimos o adjetivos para descalificar al adversario. Sin embargo, mantienen un acervo cultural e histórico fundamental para tratar de comprender hacia qué horizontes se dirigen nuestras sociedades.

Palabras-clave: fascismo; ultraderecha; neoliberalismo; democracia; sociedad abierta

ABSTRACT:

After the appearance in the xxi century of political formations that claim as “Nationalists”, “Neofascists”, “Ultra-Right”, with a strong anti-immigration component and that come to further complicate the problems of democracy and the open society, it is worthwhile carrying out a revision of some concepts that the “use” and “abuse” of them has distorted almost completely. In the present investigation, we will try to carry out this task analytically, from the perspective, to determine, as clearly as possible, what we are talking about when we refer to concepts such as: “fascism”, “ultra right” and “neoliberalism”; notions that are used so vaguely that sometimes they become synonymous or adjective for the disqualification of the adversary. But nevertheless, they maintain a fundamental cultural and historical heritage, to try to understand what horizons our societies are heading towards.

Key words: fascism; ultra-right; neoliberalism; democracy; open society

INTRODUCCIÓN

El desarrollo de este artículo tiene su génesis en la observación, desde la ciencia política, de la aparición de diversos movimientos en distintos lugares de Occidente, que se declaran «nacionalistas», «neofascistas» y «neoconservadores», por citar algunos de los rótulos autodeclarados y de las etiquetas puestas por la academia, la prensa y las cada vez más importantes «redes sociales». El periodismo y el sistema político -en genérico- los ha denominado «ultraderecha

De acuerdo con lo anterior, la aparición de los movimientos y partidos políticos antes mencionados, además de sus particulares posturas, ocurre en un momento de franco agotamiento del régimen democrático, que de alguna forma no es capaz de dar cuenta de las situaciones emergentes que demanda este tiempo (Lagomarsino, 2017). Muy atrás y anquilosada ha quedado esa postura de Bobbio (1986), que planteaba que las democracias son solamente un conjunto de reglas para dirimir elecciones. A pesar de la distancia temporal de su obra, tal vez esta represente una de las posturas más perniciosas que se han mantenido sobre la democracia y que la han vaciado de todo su contenido sustantivo, por lo que no se hace interesante para los pueblos. Si la democracia no garantiza derechos, las reglas por sí solas no harán que la población la defienda en las calles. En ese sentido, Todorov (2004) plantea que la actual cultura mundial, dominada por Occidente, ha sido configurada por restos de las culturas autóctonas anteriores, las aculturaciones fallidas, las interconexiones globales equívocas, un leve barniz tecnológico occidental y, en general, un cosmopolitismo de desechos.

Popper, en su famosa obra La Sociedad Abierta y sus Enemigos (1985), reduce la democracia a un mecanismo que ayuda a quitar a un mal gobernante sin derramamiento de sangre. Tanto la postura de Bobbio como la de Popper aparecen como extremadamente insuficientes para comprender, siquiera, las tareas que tiene que llevar adelante el régimen democrático, si es que este desea perdurar en el tiempo, ya que hoy aparece como extremadamente pobre, absolutamente incapaz de entregar alguna solución al calado de las demandas de nuestras sociedades. Hace ya un tiempo que a las democracias se les venía pidiendo bastante más que representar solamente las reglas bobbianas. Por el contrario, se les ha demandado que garanticen derechos (sociales) y que entreguen seguridad vivencial. No solamente seguridad pública -muy importante-, sino vinculada al ciclo vital de los seres humanos: seguridad para vivir, centrada en la idea del bienestar humano como un fenómeno complejo y multidimensional (Véliz, 2020; Véliz & Dörner, 2020; Aragón, Véliz-Burgos, D’armas-Regnault & Gallegos, 2018).

Ahora bien, para hacer justicia a la democracia, también habrá que decir que ha recibido uno de los ataques más frontales a su centro de navegación: se le ha quitado gravitancia pública. Lo anterior se ha llevado adelante al destruir los Estados. En este plano, la ideología neoliberal, impuesta por la fuerza y por razones geopolíticas, ha tenido un desempeño preponderante. Tanto ha destruido los Estados, que de paso se debe responsabilizar a nuestras anémicas democracias. El neoliberalismo ha generado las condiciones para que aparezcan ofertas más radicales de sustitución de la democracia y se ofrezca lo que esta ya no pueda brindar.

En el presente artículo se identificará al neoliberalismo como la ideología responsable del declive de la democracia, la no participación ciudadana y la abstención electoral; también, tal vez, de las más nefastas culpas que se le puedan achacar a una ideología política: haber generado las condiciones para la despolitización de la sociedad. En consecuencia, una vez pasadas por el neoliberalismo las sociedades de esta época, cualquier situación podría sobrevenir, pues se ha socavado el Estado; más grave aún, se ha destruido algo muy básico y fundamental para la mantención del orden societal: la postura racional de que los seres humanos dirimen sus diferencias y formas de crecimiento de las sociedades en el campo de la discusión política y no de la discusión económica.

La economía no puede estar sobre la política. Por el contrario, la economía y el mercado sirven a la política para la armonización de la sociedad. Lo complejo de nuestra era resulta que, al parecer, esa ultraderecha defiende una postura neoliberal más agresiva que la derecha tradicional. En la Italia fascista y la Alemania nazi la economía estaba al servicio de las políticas que el Estado llevó adelante -se ha dicho sintéticamente-. Este último punto es el atractivo del fascismo; no así de la ultraderecha, que, en muchas ocasiones, representa solamente un fuerte componente conservador y reaccionario en lo valórico y una posición neoliberal extrema en el ámbito económico. El fascismo ni el nazismo, como tampoco el neoliberalismo, deben corromper la democracia, utilicen o no la economía como señuelo para sus nefastas ideologías.

DESARROLLO

Breve historia del fascismo. Orígenes, configuración y desarrollo

Intentar generar una pequeña historia del fascismo desde su aparición material en la Italia de la década de los años veinte del pasado siglo, no resulta una tarea fácil. Como cualquier elaboración humana, el fascismo es hijo de un tiempo histórico con características bastante delimitadas, que pueden, en cierta proporción, ayudar a comprender esta doctrina política moderna.

El fascismo constituye un fenómeno político nacido después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Esa situación generó resentimiento en la moral, por lo que se manifestaron un desprecio por lo internacional, un vuelco hacia dentro -hacia una forma de nacionalismo- y una búsqueda de una cierta autarquía nacional. Así las cosas, el fascismo resulta una doctrina compleja de definir, puesto que, al presentar un corpus ideológico, también debe dar cuenta de la situación de su tiempo y del conjunto de negaciones que afirma.

El fascismo, a diferencia del liberalismo, el neoliberalismo y lo que actualmente se denomina «ultraderecha», le asigna un papel muy destacado al Estado para la vida de los individuos. El mismo Mussolini (1935) afirmó: «El liberalismo niega la participación del Estado en los intereses de un individuo en particular; el fascismo, reafirma al Estado como la verdadera realidad del individuo» (p. 3). Este constituye un punto esencial para separar la enorme distancia existente entre lo que se denomina “ultraderecha” y lo que representó el fascismo histórico como ideología.

En las diversas crisis que ha enfrentado, el propio capitalismo ha entendido este punto y ha asumido posiciones con un mayor desempeño del Estado, como se ha podido apreciar durante esta segunda decena del siglo xxi ante la pandemia de COVID-19. Ya el capitalismo no solo pide más Estado, sino, paradójicamente, el neoliberalismo lo hace al ver cómo sus divisas se están perdiendo.

El fascismo se caracterizó por los siguientes rasgos: anti conservador, antiliberal, antidemocrático-liberal, anti-internacionalista, anti oligárquico y, claramente, un reactivo al avance del socialismo real, que tenía su propia estrella en Moscú. Por este motivo, resulta un craso error definir al fascismo como un movimiento de derecha o de ultraderecha. Esto último, al menos, refleja ignorancia en quien lo hace. El fascismo es mucho más complejo que ese absurdo reduccionismo. Según Eco (1995), el fascismo italiano constituyó, sin dudas, una dictadura, más no cabalmente totalitaria, no tanto por su tibieza como por su debilidad filosófica. De hecho, Mussolini no tenía una filosofía; solo una retórica. Empezó como ateo militante para luego firmar el concordato con la Iglesia Católica Romana, y simpatizar con los obispos para que bendijeran sus banderines fascistas y aquellas liturgias militares. En consecuencia, la palabra “fascismo” se convirtió en una sinécdoque, en una denominación pars pro toto para movimientos totalitarios diferentes. El partido fascista nació proclamando un nuevo orden revolucionario, pero lo financiaban los latifundistas más conservadores, que esperaban una contrarrevolución (Eco, 1995).

Por lo pronto, representa una doctrina hecha Gobierno, que a los ojos del observador aplica de forma mezclada políticas de derecha e izquierda a la vez, en una perspectiva doble: por un lado, tomar lo mejor de las doctrinas a las que intenta superar; y, por otro, tener que afrontar la realidad política, social y económica, al aplicar aquello que en un momento determinado aparece como lo más oportuno para implementar. En este sentido, se puede argumentar, desde la ciencia política, que la aplicación de las doctrinas políticas y económicas -y, desde luego, las culturales- mantiene los dos aspectos siguientes: su cuerpo doctrinario y las circunstancias históricas fácticas en las cuales se gobierna la realidad política, que muchas veces implica efectuar acciones distintas al mencionado cuerpo doctrinario.

Esta situación no es privativa del fascismo; no obstante, tiene mucha fuerza en su contexto gubernamental. De este modo, cualquier posición política-económica está sujeta a los vaivenes de la realidad; de lo contrario se vuelve ahistórica. Como se apreciará, esta temática tendrá una relación de doble implicación con el fascismo, por lo que este aparece en un permanente zigzagueo entre posiciones de izquierda y derecha. Lo anterior tiene una materialidad potente en Italia, donde el régimen habla de una «Revolución Popular Fascista», con una fraseología muy propia de una postura revolucionaria, que integra al Tercer Estado con toda fuerza en la lucha política. En este sentido, Bolinaga (2007) señaló:

El fascismo es una corriente revolucionaria […] que tiende a subvertir el orden establecido en aras de una organización jerárquica de la sociedad […]. Por tanto, una dictadura militar conservadora, con todo su maremágnum de tradicionalismo y clericalismo, no podrá ser nunca un fascismo. Uno es un modelo antiguo y el otro una revolución antihumanista […]. El fascismo se caracteriza así por haber sido el movimiento resultante del experimento político que llevó a la fusión entre revolución y nacionalismo, cuyo resultado fue la sustitución de la lucha de clases por la nación […] como elemento de movilización revolucionaria de las masas. (pp. 39-40)

Ahora bien, como las ideas del fascismo se desparraman por Europa, en cada uno de los países esta doctrina tendrá características muy peculiares, concordantes con el ethos de cada Estado. A saber: Ioannis Metaxas, en Grecia, entre 1936 y 1941; Ion Antonescu, en Rumania, quien gobernó este país entre 1940 y 1944 -con el apoyo del partido político denominado «Guardia de Hierro»-; Oswald Mosley, creador de la Unión Británica Fascista -que no llegó a gobernar, pero geopolíticamente era muy importante para los fascismos mayores la existencia de un movimiento así en el mismo Reino Unido-; Engelbert Dollfuss, quien en 1932 instauró un Gobierno de tendencia fascista en Austria -su asesinato, en 1934, provocó una gran tensión entre Mussolini y Hitler-; Ferene Szálasi, en Hungría, alcanzó el poder en 1944 -luego de obtener muy buenos resultados electorales en los años anteriores-; Alexander Tsankov, en Bulgaria, formó Gobierno entre 1923 y 1926 -lo que generó posteriormente un Gobierno en el exilio-; Vithtori Kosola, en Finlandia, organizó el movimiento fascista Lapuan Liike y ejerció su Gobierno entre 1930 y 1931; Léon Degrelle, en Bélgica, generó una versión ultracatólica del fascismo conocida como «rexismo» -otorgó ayuda a las fuerzas alemanas en su país-; Ante Pavelic, en Croacia, fundó la nacionalista Ustasha y lideró el Estado croata, aliado de Italia y Alemania durante la guerra; y, por último, Francisco Franco, en España, quien llegó al poder con la ayuda directa de la Italia fascista. No obstante, en una variante del fascismo, el régimen de Franco se asemejó más a un nacional catolicismo.

De esta forma, el fascismo como fenómeno universal y radicado en Europa tuvo sus orígenes y causas en la incapacidad de la democracia, del liberalismo y del capitalismo para proteger a las poblaciones, luego de la «Gran Guerra», de las condiciones de pobreza y marginación en que se encontraban. Por esto el fascismo se presenta como una reacción, tal como lo argumenta Rossi (2006):

El fascismo pudo triunfar a causa de la ineptitud de los Gobiernos democráticos, estancados en un punto muerto. Fue una respuesta a la crisis, una reacción a la democracia incapaz de responder a las instancias de transformación que la sociedad necesitaba para superar la situación crítica. (p. 29)

Desde otra perspectiva, el fascismo también puede definirse como una situación de excepción dentro del sistema capitalista y liberal. En este sentido, Borón (2019) sostiene lo siguiente:

Desde la perspectiva del materialismo histórico al fascismo no lo definen personalidades ni grupos. Es una forma excepcional del Estado capitalista, con características absolutamente únicas e irrepetibles. Irrumpió cuando su modo ideal de dominación, la democracia burguesa, se enfrentó a una gravísima crisis en el período transcurrido entre la primera y la segunda guerras mundiales. (s. p)

En consecuencia, se puede afirmar que el fascismo constituye un fenómeno europeo, bastante preciso y acotado a un momento histórico -el período de entre guerras-, y que respondió a situaciones muy puntuales por las cuales atravesó el viejo continente. Ahora bien, el fascismo resultó mucho más que un régimen autoritario. No todo autoritarismo es fascismo. En este sentido, el historiador Federico Finchelstein (2017) expresa:

El fascismo, como el populismo, suele servir para designar el mal absoluto, el desgobierno, los liderazgos autoritarios y el racismo. Pero esa función despoja a los términos de sus sentidos históricos. La creencia problemática de que la historia no hace sino repetirse a sí misma ha viajado del norte global al sur global, de Moscú a Washington y de Ankara a Caracas. (p. 25)

Situación actual. Una mirada a los focos mundiales del problema en estudio

El surgimiento de movimientos y partidos políticos autodefinidos como nacionalistas, antiinmigración, tradicionalistas, profundamente religiosos y custodios de una cultura propia, en la cual lo distinto les genera el discurso, se ha vuelto una tónica de estos primeros años del siglo xxi; tiempo en el que se alberga un enorme conocimiento histórico de hechos acontecidos en el siglo xx, con la particular y horrible violencia que caracterizó a ese período de la humanidad. El siglo xx lleva sobre sus espaldas el triste resultado de dos guerras mundiales en Europa que asolaron al viejo continente, el lanzamiento de bombas atómicas sobre Japón provenientes de Estados Unidos, una extensa Guerra Fría que mantuvo al mundo en un enfrentamiento bipolar al borde de desaparecer y una serie de guerras regionales, en pos de la prevalencia geopolítica. Además, toda la violencia desatada en África como consecuencia de la descolonización y las imposiciones de las potencias coloniales a las naciones que alcanzaban su libertad. De igual manera, los conflictos localizados, como la enorme derrota de Estados Unidos en Vietnam, el macabro experimento de los jemeres rojos en Camboya y las siniestras dictaduras instauradas por Estados Unidos en el Cono Sur de América, entre otros casos, marcan el lamentable derrotero del siglo pasado. Por lo mismo, hoy se siente la preocupación de un cierto déjà vu que se pudiera acometer.

La doctrina neoliberal representa una de las mutaciones ideológicas más violentas y nefastas de las etapas que ha vivido el capitalismo; y esta ha hecho su trabajo, tan bien, que ha ido destruyendo los Estados y entregando las prestaciones más importantes para la población, no solamente en manos de los privados, sino a la santa regulación del mercado: una de las actuales formas de totalitarismo que golpea con toda la crudeza a la humanidad.

En este sentido, Hinkelammert (2018) afirma:

Los conflictos presentes son conflictos entre la democracia, los indignados que se enfrentan al totalitarismo del mercado, y el poder totalitario del mercado con su meta de someter a la población entera sin ninguna posibilidad de defensa e imponerse definitivamente y para siempre. (p. 17)

Seguidamente, han resultado miles los excluidos de los beneficios de la riqueza y bondades de lo público. Para complejizar más las cosas, la gran prensa mundial monopólica y oligopólica ha desatado una enorme campaña de desprestigio de todo lo que tenga que ver con lo público y quienes se dedican a esa importante labor. Con lo anterior, no se quiere decir -y menos negar- que en lo público se han cometido grandes errores y que ha existido corrupción. Pero aquí se resuelven las situaciones de las comunidades y sociedades, y eso el neoliberalismo lo ha matado.

El neoliberalismo, como señala Garzón (2010) resulta una ideología,

con un proyecto más o menos definido de cómo tiene que ser la sociedad, y sus bases pueden encontrarse en F. Hayek o M. Friedman. Pero el neoliberalismo es también la configuración resultante de aplicar un determinado tipo de políticas, las que fueron inspiradas por aquella ideología […]. El neoliberalismo se impuso primero en Estados Unidos y en Reino Unido (aunque se experimentó previamente en el Chile de Pinochet), y su aplicación es muy distinta entre los países del mundo.

Continúa Garzón, al citar a Kotz, con lo siguiente:

el neoliberalismo estadounidense tiene una serie de nueve características principales: 1. La desregulación del comercio y las finanzas, tanto en su nivel nacional como internacional; 2. La privatización de muchos servicios otrora brindados por el Estado; 3. La cesión por parte del Estado de su compromiso de regular activamente las condiciones macroeconómicas, especialmente en lo referente al empleo; 4. La brusca reducción en el gasto social; 5. La reducción de los impuestos aplicados a las empresas y familias; 6. Los ataques desde el Gobierno y las empresas a los sindicatos, al desplazar el poder a favor del capital y debilitar la capacidad de negociación de los trabajadores; 7. La proliferación de los trabajos temporales sobre los trabajos fijos; 8. La competición desenfrenada entre las grandes empresas, en relación con un entorno menos agresivo propio de la configuración de posguerra; 9. La introducción de principios de mercado dentro de las grandes empresas, particularmente en lo referente a las remuneraciones de los trabajadores de más poder). (s. p)

En consecuencia, el neoliberalismo quiere hacer de lo público algo exclusivamente de lógica privada. El neoliberalismo le ha robado al ser humano la capacidad de soñar otros mundos, de imaginar ideales civilizatorios, y lo ha llevado a una vida precaria y macabra (Estay et al, 2019). Se la ha cambiado por la tiranía de la materialidad, en tanto poder de adquisición. En este punto, destacar que el neoliberalismo ha triunfado, resulta muy importante. Ha sido capaz de devolver e involucionar a los seres humanos a su etapa más primitiva, donde se entiende solamente de cosas instintivas. Por consiguiente, el neoliberalismo ha sembrado las semillas de cualquier tipo de calamidad que se pueda producir hoy, mañana o luego.

Este escenario fundado por la doctrina neoliberal ha llevado a grandes porciones de la población mundial, simplemente, a la desesperación. No solo las ha enterrado en la pobreza, sino en «la pobreza más vergonzosa», como sostiene Bauman (2011). También las ha mantenido en una pobreza propia del neoliberalismo, la denominada «pobreza multidimensional». Mientras esta se produzca, mientras la capacidad de trabajo exista, andará bien, si ocurre lo contrario, se volverá a la pobreza primaria. Este representa uno de los grandes miedos de los seres humanos, de las sociedades neoliberales, como tan bien lo ha argumentado Han (2012).

De la misma manera, ha agravado algo a un peor que la pobreza; la desigualdad. Una desigualdad tan grande como nunca se había visto en la historia de la humanidad. Los «señores» del neoliberalismo han convertido al mar Mediterráneo en la gran tumba a cielo abierto de Occidente. Han mandado a miles a la desesperación y el anonimato. Han depredado el planeta. Han alterado el medio ambiente con el consecuente cambio climático. Han hecho de la guerra el mejor negocio. Han convertido el cinismo en una práctica habitual y naturalizada. Han provocado el desplazamiento de millones de seres humanos en el mundo. Han llevado a guerras absurdas convertidas en desastres humanitarios, como las de Irak, Afganistán, Siria y Yemen, entre otras. Han hecho del hombre un tornillo, que simplemente se mueve por dinero para pagar todos los beneficios que puede recibir en su vida. Han creado la inseguridad. El propio neoliberalismo, cual alacrán que se ha auto-aguijoneado, ha ido cavando su propia tumba. Por lo anterior, se puede decir que las nuevas formaciones políticas, como las descritas, son claramente una reacción, un reactivo de esta nefasta ideología que se ha impuesto en Occidente a sangre y fuego, y el padecimiento de millones de seres humanos.

Hoy las nuevas formaciones políticas que se muestran reactivas al neoliberalismo -aunque algunas curiosamente en sus programas están por profundizar sus medidas- se han dado en lugares con algunas características comunes: presencia de inmigración, crisis económica, crisis de seguridad en un futuro que aparece como incierto, crisis laboral, reacción a una globalización hipercultural, xenofobia, aparición de un escoramiento hacia una postura conservadora en corrientes tan distintas como nacionalismo y liberalismo, influencia de la prensa monopólica unidimensional, etcétera.

En este cuadro de variables, se puede inscribir de inmediato a una gran parte de Europa, Latinoamérica y Norteamérica. Para lo anterior, se realizará un listado de países gobernados por tendencias consideradas por los analistas y por la prensa como «de ultraderecha» y/o «neofascistas»

Muy poco o nada se parece el fascismo al neoliberalismo. La ultraderecha constituye el intento más pérfido en este tiempo de refuerzo del neoliberalismo, ya no global, sino nacional, con un componente conservador, configurado por toda la axiología y las instituciones del viejo orden que van por la restauración. Además, se trata de una restauración sin la gente. Por lo tanto, neoliberalismo y ultraderecha no son fascismo. Al contrario, neoliberalismo y ultraderecha representan ese matrimonio ya conocido, ese engendro repudiable entre «mercado y cultura conservadora», que tiene la contradicción interna en su nacimiento. Está embarazado de contradicción. No tiene nada que ver con el fascismo.

Lo siguiente resulta una enumeración, es decir, un listado de Gobiernos y grupos importantes denominados en las categorías mencionadas. Entre los principales se cuentan: La Liga Norte; Hermanos de Italia, en Italia; el Partido de la Libertad, en Austria; Amanecer Dorado, en Grecia; la irrupción de Vox en España -con 24 diputados en las últimas elecciones generales del 28 de abril de 2019-; el Partido Popular Suiza; Patriotas Unidos de Bulgaria; el Frente Nacional, en Francia -con un gran resultado en las europeas del 26 de mayo de 2019-; el partido por la libertad, en Holanda; el Fidesz (Unión Cívica Húngara), que tiene al Primer Ministro Viktor Orbán; la Alternativa para Alemania; el Partido Nacional demócrata de Alemania; la Liga de las Familias Polacas, Polonia; etcétera.

Este contagio se ha extendido por Europa y se palpa en el norte y el sur de América. En general, y como se ha venido sosteniendo, a estas formaciones las une un discurso que finalmente se apoya en los siguientes elementos: crisis económica, interpretada como causa a la inmigración -cuya situación espejo es el desempleo-; la defensa de la cultura tradicional nacional; el repudio al choque cultural -especialmente con la cultura musulmana-; y la contemplación y potenciación de todas las entidades conservadoras que se alojan en la nación, entre ellas, desde luego, las iglesias, los héroes, las tradiciones, entre otras. Por este motivo, acá no hay nada de revolucionario. Solamente resulta la vuelta a un pasado que se supone fue mejor.

Fascismo, neoliberalismo y ultraderecha. ¿de qué se está hablando?

Al igual que los conceptos de «fundamentalismo», «integrismo», «neoconservadurismo» requieren de un tratamiento analítico para su diferenciación, es oportuno tener claro de qué se habla cuando se emplean los términos «fascismo», «neoliberalismo» y «ultraderecha». Todo ismo representa una radicalización extrema de una convicción irracional. Sin dudas, la clarificación conceptual implicará muchos esfuerzos investigativos y académicos en este sentido. En correspondencia con lo analizado en el apartado anterior y con la gran variedad existente entre las formaciones que se declaran hoy de extrema derecha, y antes de estudiar los fenómenos históricos asociados, se quiere señalar lo siguiente. Haciendo un filtro empírico de todas las ultraderechas, se podría concluir que a grandes rasgos estas formaciones de nuestro tiempo coinciden en, al menos, seis variables de análisis: nacionalismo, proteccionismo -curiosamente, algunas profundamente neoliberales, pero nacionalistas-, tradicionalismo, conservadurismo valórico-moral, anticomunismo y con un gran componente de xenofobia, como lo sostiene Jalife-Rahma (2018) en su obra El (Des) Orden Global en la Era Post-Estados Unidos. Esos elementos, discursivamente, describen estas ultraderechas del primer cuarto de siglo. Se quiere remarcar que dichas variables de coincidencias se dan en un marco más amplio, donde, evidentemente, se plantean por parte de estos movimientos otros énfasis, muy vinculados con las particularidades nacionales, que el neoliberalismo había despreciado y pasado a llevar. Esta resulta una de las razones por las cuales esta ultraderecha aparece como un reactivo nacional a lo que ha sido la práctica neoliberal.

No obstante, se propone como interesante un ejercicio que aporte claridad a la discusión -discusión teñida de odio y de ignorancia sobre lo que se discute-. A simple vista se puede colegir que existe una maraña a la hora de utilizar los conceptos de «fascismo», «neoliberalismo» y «ultraderecha». En la mayoría de las ocasiones, se arroja todo en un mismo saco y los tres conceptos aparecen como perfectos sinónimos, aunque se habla de materialidades extremadamente distintas.

Esta situación ha adelantado la discusión de nuestro tiempo entre «globalistas» y «nacionalistas». Pero, volviendo a lo que nos ocupa. Más quisiera la ultraderecha ser un fascismo, pero no lo es; ni de cerca. El fascismo constituye una doctrina equivocada y que cometió crímenes de lesa humanidad, pero la concatenación de sus postulados no resulta ninguna tontería. En consecuencia, el fascismo debe dejar de representar un anatema y discutirse en su tiempo y espacio histórico-filosófico, y no como equivalente de cualquier cosa que no nos gusta o como sinónimo solamente de grandes tropelías ocurridas en el siglo xx. Aunque en este punto no hay ideología, ni régimen político que pueda «tirar la primera piedra». Ninguno. Hay que recordar que el fascismo no fue quien lanzó la bomba atómica; tampoco, la ideología predominante en la fase colonial e imperial en el siglo xx: lo que corresponda a cada cual. Si bien no acometió estas aberraciones, tuvo otras contra la humanidad, por las cuales no merece justificación alguna, en ningún sentido ni bajo ningún pretexto

Véase lo dicho por uno de los más renombrados historiadores del fascismo, Roger Griffin (2010):

la Italia fascista y la Alemania nazi no solo fueron manifestaciones concretas de una ideología política genérica y de una praxis que se ha dado en llamar fascismo, sino que además se puede considerar que el propio fascismo es una variante del modernismo […] esta forma peculiar de proyecto revolucionario cuya finalidad era transformar la sociedad. […] el fascismo no solo se impuso la tarea de cambiar el sistema estatal, sino también la de depurar de decadencia la civilización y promover la aparición de una nueva estirpe de seres humanos, que no se definía mediante categorías universales sino a través de mitos nacionales y raciales […] acometieron la tarea imbuidos del espíritu iconoclasta de la “destrucción creadora”, que no estaba legitimado por la voluntad divina, ni por la razón, las leyes naturales o la teoría socioeconómica, sino por la convicción de que la historia se encontraba en un punto de inflexión y de que los humanos podían determinar su curso, redimir a su nación y rescatar a Occidente de un ocaso que parecía inminente. (p. 21)

Por lo anterior, resulta prácticamente imposible comparar al fascismo con estas formaciones de ultraderecha, que no tienen proyecto alguno que contrastar con la realidad. Son más bien grupos que quieren acceder al poder, para restaurar, en lo valórico, el viejo orden; y en lo económico, profundizar nacionalmente el neoliberalismo. Así en el caso de las ultraderechas, quien más quien menos, sus posturas -si se le puede llamar «posturas» a ese conjunto de elementos pueriles, menores y sin estructuración- se construyen a partir de la explotación de la población. El fascismo y las ultraderechas constituyen dos materialidades conceptuales, absolutamente diferentes. Sin embargo, el desparpajo con que se usan estos términos es francamente descomunal y no se ha efectuado un análisis sintético de ellos ni de sus implicancias. Solamente un mínimo ejemplo en este sentido. El fascismo representa una derecha revolucionaria, que mantiene un régimen de movilización permanente, sobre la base de símbolos concretos que desafían la imaginación del pueblo-nación -es decir, las masas en las calles-. En cambio, la ultraderecha precaria le teme al pueblo -más allá de lograr la astucia de engañarlo-, además de despreciarlo, y lo prefiere en las casas antes que en las calles. Primer gran desencuentro con el fascismo. Desencuentro que no tiene puente. El miedo de nuestras actuales ultraderechas a las masas y a que estas puedan despertar, jamás le llevará a su movilización; a no ser desde alguna manipulación que se pudiera efectuar a través de la televisión y del muy mal uso de las redes sociales. Por favor, no vayan a decir que tanto la ultraderecha como el fascismo resultan autoritarios. Claro que lo son.

Pero no hay que confundir «autoritarismo» con «fascismo». Como se ha sostenido antes, no todo autoritarismo resulta fascismo. No obstante, en una de sus características el fascismo si es autoritario; pero la ultraderecha también. Las dictaduras militares que ha avalado en Latinoamérica así lo demuestran. Pero esas dictaduras no han sido fascista -algunas se han acercado y otras han querido serlo-; de ninguna manera. Se está ante uno de los elementos más ripiosos y, por lo mismo, más complejos de explicar.

A continuación, se realizará un tratamiento conceptual de los términos en discusión; además, se señalará que existen otros conceptos diferentes emparentados: el fundamentalismo, el integrismo y el neoconservadurismo, que no solamente se han dado en Oriente, sino que, de forma lamentable, han sido más bien occidentales; y las mutaciones de las posturas conservadoras, en particular en Estados Unidos y Europa.

Dentro de los «ismos» mencionados, tal vez el más peligroso y agresivo sea el fundamentalismo, nacido en Estados Unidos, bajo el Gobierno de George W. Bush, del cual Tzvetan Todorov (2004) indica:

Se ha dicho muchas veces que el programa de G. W. Bush, o en todo caso parte del programa, fue obra de un grupo de neoconservadores. Pero el término “conservador” no es del todo adecuado en este caso, como apuntaba por otra parte uno de ellos: “Los neoconservadores no pretenden defender el orden de cosas vigente, fundado en la jerarquía y la tradición y en una visión pesimista de la naturaleza humana” (declaraciones de Francis Fukuyama al Wall Street Journal del 24 de diciembre de 2002). Estos ideólogos creen en la posibilidad de mejorar radicalmente tanto el hombre como la sociedad y se implican activamente en el proyecto. Pero en este caso no se les puede atribuir el término de conservadores, ni con los prefijos neo- ni paleo-. Sería más adecuado designarlos con el término de neofundamentalistas: son fundamentalistas porque reivindican un bien absoluto que quieren imponernos a todos. Y son neo- porque este bien ya no se define en relación con Dios, sino con los valores de la democracia liberal. (pp. 36-37)

Las derechas que han aparecido en Europa y América se parecen más a esta construcción que al fascismo, como se verá a continuación. El fascismo constituye un movimiento social con enorme arraigo popular a diferencia de la derecha conservadora y la ultraderecha reaccionaria. El destacado historiador Eric Hobsbawm (2006) sostiene lo siguiente:

la principal diferencia entre la derecha fascista y la no fascista era que la primera movilizaba a las masas desde abajo. Pertenecía a la era de la política democrática y popular que los reaccionarios tradicionales rechazaban y que los paladines del “estado orgánico” intentaban sobrepasar. El fascismo se complacía en las movilizaciones de masas, y las conservó simbólicamente, como una forma de escenografía política -[…] las masas de la Piazza Venecia contemplando las gesticulaciones de Mussolini desde su balcón-. […] los fascistas eran los revolucionarios de la contrarrevolución: en su retórica, en su atractivo para cuantos se consideraban víctimas de la sociedad, en su llamamiento a transformarla de forma radical, e incluso en su deliberada adaptación de los símbolos y nombres de los revolucionarios sociales […]. El fascismo también se especializó en la retórica del retorno al pasado tradicional y obtuvo un gran apoyo […] [sin embargo] no era realmente un movimiento tradicionalista del estilo de los carlistas de Navarra que apoyaron a Franco en la guerra civil. […] los principales movimientos fascistas no recurrieron a los guardianes históricos del orden conservador, la iglesia y la monarquía. Antes, al contrario, intentaron suplantarlos por un principio de liderazgo totalmente nuevo encarnado en el hombre hecho a sí mismo y legitimado por el apoyo de las masas […] de carácter laico. (pp. 124-125)

Por otra parte, los historiadores Díaz Nieva y Orellana Martínez (2017) expresan:

el fascismo habrá de entenderse […] como la primera experiencia revolucionaria de organización de masas, junto al comunismo, que actuó frente a la crisis política y económica del liberalismo. Es sabido que postulaba, bajo un liderazgo autoritario y carismático, la implantación de un Estado […] controlado por un partido, un nacionalismo modernizador y afirmativo, una economía dirigida de naturaleza socializante, y una sociedad jerarquizada y organizada. Todo ello alimentado por la exaltación de los aspectos místicos y emocionales de la pertenencia a una comunidad nacional, particularmente a través de la adhesión y participación multitudinaria en una liturgia política conectada a una estética. (p. 15)

A lo anterior, se puede agregar que, en lo económico, el fascismo, no resultó sino una suerte de keynesianismo autoritario, absolutamente distanciado del neoliberalismo y de la ultraderecha conservadora, que realizó una acción muy importante y distintiva. El fascismo sometió la economía a la política, y no al revés, como lo ha planteado y ejecutado el neoliberalismo. Ahora bien, existen algunos elementos concretos que, en las actuales sociedades, cada vez más débiles desde el punto de vista democrático, se han ido incubando y que ha dado paso a discursos facilistas -básicamente lo que entiende un grupo de la población-, que diseñan su estructura retórica solamente a partir de los efectos -visibles por demás- de los graves problemas estructurales que afectan a esta fase del capitalismo, denominada «financiera». Así la inseguridad, el fenómeno de la hiperculturalidad y las sobrevinientes -como trenes de ondas permanentes- crisis económicas.

Lo anterior se hilvana con una posición mediática -de una pobreza infinita-, unidimensional, y con la aparición de un par de fenómenos que siempre han existido, pero que se presentan como casi exclusivos de este momento histórico: la inmigración y la inseguridad de grandes porciones de la población sobre su futuro. Por estos, se dan las condiciones para la aparición de discursos grandilocuentes que vendrán a resolver los entuertos generados por el neoliberalismo.

Ahora lo preocupante radica en que este discurso ha ganado terreno por el lado de la ultraderecha, que no tiene la intención, y menos el compromiso y la capacidad, de intentar siquiera tratar este problema que aflige a nuestras sociedades. No obstante lo anterior, y con los fines analíticos que tiene como objeto este texto, se hará la taxonomía de separar territorialmente las apariciones de esta formación en los continentes de Europa y América -incluyendo la situación de Estados Unidos.

Desde luego, existen coincidencias en las apariciones de estas derechas. Con este punto se irá en contra de los medios de desinformación que no quieren esclarecer lo relativo a la materia en estudio. Sepárese «la paja del trigo»: esta ultraderecha europea, en general -pues también hay una diferencia entre la Europa del sur, la oriental y la septentrional- y la situación de América -América continente; no solamente Estados Unidos, autodenominado unilateralmente «América»-. Así las cosas, la ultraderecha europea mantiene características como: euroescepticismo, antiglobalista, antiinmigración, nacionalista, proteccionismo cultural, y rasgos de xenofobia y racistas, con fuerte componente ideológico conservador. Mientras que en el caso de América existen elementos comunes, pero básicamente se trata de un discurso menor, con muy baja calidad en sus planteamientos y mayor empleo del termómetro relativo a determinar qué quieren escuchar las cansadas y alienadas masas, fastidiadas y aburridas de tanta mediocridad. El discurso de la ultraderecha en este hemisferio casi no tiene nada de ideológico. Es una postura oportunista que solo persigue el poder para profundizar políticas de corte neoliberal, y poner a los sujetos más desnudos y desarmados de lo que están hoy. Eso sí, se plantean brutalidades sobre todo en el Cono Sur, como el elogio de las más crueles y brutales dictaduras militares que asolaron a sangre y fuego este lado del mundo.

La ultraderecha en América Latina no es nada -y menos que eso-. Al mirar la ciudadanía que se ha construido, esa postura puede llegar a ser Gobierno, como el caso de Jair Bolsonaro en Brasil; no fascismo. De ninguna manera. Sería un insulto para el fascismo confundirlo con una postura que no es nada; solamente oportunismo y la utilización, absolutamente impúdica, de las Fake News en las redes sociales y también de la «Judicialización de la Política», entre otras tretas de la más baja calaña

No se debe confundir «autoritarismo» con «fascismo». Por otra parte, el caso de Estados Unidos tiene mucho más fondo ideológico que lo que ocurre en Latinoamérica. Está dejando de ser potencia hegemónica. Se encuentra en caída libre. Se ha gastado lo que no tiene haciendo guerras por el mundo y eso lo ha quebrado financieramente. Además, no puede, en el mediano plazo, competir con China en economía, por los factores propios que tiene el gigante asiático, que lo hacen enormemente más competitivo que la potencia del norte. En consecuencia, la postura del candidato y luego presidente Donald Trump tiene un sentido: intentar -ya resulta tarde- recuperar al país, al potenciar su industria interna y mejorar la situación de la población norteamericana empobrecida. Por ello, Trump, desde el país que inventó la globalización, se plantea una postura de un nacionalismo económico extremo. Esto tiene mucho más sentido que las lastimosas ultraderechas sudamericanas que no dicen nada; solo obviedades. Pero no por ello dejan de ser peligrosas. Esto último debe recalcarse de forma permanente

En consecuencia, en medio de esta enorme maraña conceptual, y el uso y abuso de los términos referidos, se confeccionaron las tablas 1, 2y 3para comparar aquellos que se usan indistintamente: fascismo, neoliberalismo y ultraderecha. En este sentido, se aislarán las variables de la siguiente forma: «política», «social» y «económica»

Tabla 1 Análisis Comparado: Variable política 

Tabla 2 Análisis Comparado: Variable social 

Tabla 3 Análisis Comparado: Variable económica 

La democracia actual enfrenta grandes problemas. Uno de ellos es el fracaso estrepitoso del neoliberalismo como proyecto global. El mundo que se dibujó a partir de la primera oleada neoliberal dirigida por Reagan y Thatcher va a morir. El neoliberalismo, a costa de millones de seres humanos, generó los desastres humanitarios más grandes que el planeta haya conocido y su fin global ya se ha anunciado por sus propios partidarios. Por ejemplo, el ex Presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, sostuvo: «El laissez faire ha terminado»; también el ex Primer Ministro de Australia, Kevin Rudd planteó:

La crisis financiera global es una crisis que resulta simultáneamente individual, nacional y global. Es una crisis del mundo desarrollado y del mundo en desarrollo. Es una crisis a la vez institucional, intelectual e ideológica. Una crisis que cuestiona la ortodoxia del neoliberalismo económico que ha dominado durante los últimos treinta años, la misma ortodoxia que ha apuntalado el marco de regulación nacional y global que tan estrepitosamente ha demostrado no poder evitar el caos económico al que ahora estamos condenados

En la misma línea destacó el ex Primer Ministro Británico, Gordon Brown: «El antiguo mundo del Consenso de Washington ha muerto» (Steger & Roy, 2016, p. 206).

No obstante, el fantasma de la ideología neoliberal sigue navegando al interior de los países para liquidar lo que vaya quedando de democracia y de decisión popular. Por este motivo, representa uno de los adversarios para enfrentar de forma contundente. En relación con lo anterior, existe otra dificultad que viene de la economía neoliberal e implica poner la economía por sobre la política y la democracia. Ahora bien, desde una perspectiva intrasocietal, la democracia se enfrenta a problemas que se diferenciarán entre efectos y causas. Uno de los problemas (efectos) es el ascenso de las formaciones de ultraderecha; y el problema (causa), la morfología de la versión neoliberal del capitalismo como lo planteó Streeck (2016).

No obstante, al no existir una contradicción política que obligue a esta situación, la posibilidad de un capitalismo con rostro más humano es muy difícil. Por otra parte, si aquello no ocurre, resultará el caldo de cultivo para el surgimiento de posturas de ultraderecha planteadas como alternativa a la democracia. Debe recordarse que los fascismos principales habían supeditado la economía a la política. Esta constituye una de las claves del actual acontecer. Sin embargo, lo curiosos resulta que esas extremas derechas promueven un neoliberalismo nacional, tan perjudicial como lo fue en su etapa de globalización neoliberal.

Si la democracia va a continuar siendo defendida como un conjunto de reglas, está condenada a su extinción. Las disparatadas ideas de Bobbio no tienen lugar en el escenario generado en el siglo xxi. Para tener más miedo, no se olvide que el keynesianismo representa la economía fascista sin el componente autoritario, y viceversa. Históricamente, en los pueblos y en los momentos de la brutalización de la política lo que ha pesado al final es el estómago. Por ello, hay pocos héroes en comparación con la masa disponible. En consecuencia, en este momento la democracia debe buscar todos los medios para generar su descolonización por parte del neoliberalismo, que genera las condiciones para el surgimiento de su prima hermana: la ultraderecha restauradora de un orden extemporáneo, no moderno y de profundización de las medidas neoliberales en el ámbito nacional.

Si la democracia no logra quebrar la tendencia cultural generada en su seno, su fin está a la vuelta de la esquina. Y no habrá pueblo que se movilice por ella. De cualquier forma, el neoliberalismo ha hecho su trabajo cultural y probablemente millones se movilicen por un partido de futbol, pero nadie lo hará por la democracia -si no retoma el mando y el control de las naciones-. Seguramente esto se puede parecer al populismo. ¿Y en qué radica el problema? Después de todo, las democracias necesitan el componente popular para no convertirse en instrumento al servicio de pequeñas elites oligárquicas que dibujan el destino de millones de seres humanos. Debe recordarse que el mayor miedo del neoliberalismo es una masa marchando, y si la población lo hace y rompe con esa inercia y alienación creada por el liberalismo, se estará ad portas de una nueva fase de democracia y, a la vez, del comienzo del fin del neoliberalismo. Millones en las calles constituyen un verdadero terror para el neoliberalismo.

En general, lo que se denomina tan ligeramente «neofascismo» no es tal, ni de cerca. Sin dudas, habrá casos que se acerquen, pero en la mayoría de estos se trata de aventureros que recogen algunas demandas sentidas de la comunidad y las repiten todo el tiempo; dicen lo que esas comunidades quieren escuchar, pero son discursos inconexos e inconsistentes, demagógicos y no populistas. Hay que tener cuidado con ellos. No deben menospreciarse. Y, al mismo tiempo, observar, porque el electorado engancha con semejantes necedades. Sin embargo, a pesar de no ser fascistas, pueden resultar más peligrosos al igual que ocurre con el fascimismo. La ultraderecha y sus planteamientos son muy nefastos para la comunidad. Pero la ultraderecha tiene un punto muy importante. Ha logrado interpretar lo que las poblaciones anhelan o desean escuchar. Lo anterior también está basado en la cultura que ha generado la ideología neoliberal; en realidad se trata de la negación de la cultura, con excesos tan grandes como la eliminación de las mallas curriculares de los estudios societales.

Uno de los componentes antropológicos que ha estado detrás y como fundamentadores del ascenso de las ultraderechas en Europa, y también en América, guarda relación con elementos muy profundos y arraigados en el pensamiento occidental. La democracia, aquí enfrenta otra situación de compleja resolución. Este punto se acerca a las temáticas culturales, muy importantes en medio de esta verdadera pandemia que vive Occidente. Este planteamiento lo han apoyado, entre otros, Slavoj Zizek (2017):

La ideología de la clase media posee dos rasgos opuestos: muestra una arrogante creencia en la superioridad de sus valores (los derechos humanos y las libertades universales), y al mismo tiempo está obsesionada con el miedo a que sus limitados dominios se vean invadidos por los miles de millones de personas que están fuera y que no cuentan en el capitalismo global, puesto que ni producen mercancías ni las consumen. El miedo de los miembros de esta clase media es el de acabar formando parte de las filas de los excluidos. (p. 98)

Ese miedo final debe constituir uno de los elementos más importantes para la aparición de la ultraderecha. Este ha sido creado por las políticas neoliberales. Representa una situación paradójica, pero real. El miedo a perder lo alcanzado puede desatar la peor de las tragedias. Esta última ha resultado una de las contradicciones de la ideología neoliberal. Como se verá en el último tramo, los problemas suelen tener una raíz económica, que luego trepan hasta correlacionarse con las variables culturales y antropológicas. Y en ese marco se produce esta demanda por una suerte de discurso que se acuerde de los nacionales y que se presente como una posibilidad de salir de una crisis, que se refleja en aquellas personas que vienen de otros lugares y que además modificarán nuestra forma de vida. Antes de la década de los años 2000, el destacado historiador Jacques Julliard advertía sobre este tipo de acontecimientos, que se daban de forma más invisibilizada en la sociedad occidental hace poco más de veinte años. Así Julliard (1994) expresaba: «La presencia de inmigrantes en proporción importante en los países industrializados suscita, cuando el paro se hace endémico, reacciones de intolerancia y odio próximos a la fobia» (pp. 163-164).

Lo que viene. Breve prognosis analítico-empírico-inductiva

Lo que viene no es fácil para la democracia. Ella misma no se preocupó de lo importante. Le ha ocurrido lo que sucede con todo proceso o sujeto que cumple su cometido. Se agota en sí misma. Además, la democracia occidental, en la interpretación liberal, ha tendido a asumir un conjunto de reglas para dirimir elecciones. Por lo tanto, no ha entregado a sus gobernados las soluciones materiales que reclaman; aunque sí, mucho confort, como nunca en la historia de la humanidad. No obstante, continúa siendo el mejor entre todos los regímenes políticos conocidos a lo largo del tiempo. Lo anterior no garantiza su supervivencia. La democracia debe tener la capacidad de reaparecer como importante para las comunidades; no como algo más, o entonces su fin estará por llegar. El crecimiento de la ultraderecha ha sido tan exponencial como grande la caída del prestigio de la democracia: ha resultado la de los últimos 20 años una relación asimétrica. En defensa de la democracia, se puede decir que fue obligada a pagar los costos de la implementación de las políticas neoliberales, que no solo tienen que ver con la democracia.

La democracia y la cultura democrática deben prepararse para enfrentar la amenaza de la economía neoliberal. Polanyi (2014) plantea que

La economía, en su conjunto, no ha dejado de poner su parte de apoyo a algunos de sus agentes. Todo esto ha resultado un rasgo particularmente trágico para la democracia y a menudo olvidado: ha sido declarada culpable del agravamiento de la crisis por los mismos medios económicos que se han beneficiado de este acoso. (p. 55)

Se culmina con una breve canción tradicional serbia sobre Kraljevic Marko -el príncipe Marko, gran héroe de las canciones medievales serbias-, quien se encuentra con su compañero de armas y competidor Ljutica Bogdan (Bogdan, el enfadado). Esta ofrece un inesperado y maravilloso ejemplo de un posible papel positivo de la acedia:

El príncipe Marko y Ljutica Bogdan, según cuentan, se encontraron aquel día. Los dos adustos héroes se observan durante largo tiempo -¿cuál de los dos comenzará la lucha?-. Se esperan. -“¿Sabes qué, mi querido Marko? ¿No sería mejor para ambos si partimos cada uno por nuestro lado al viñedo, al campo? Si luchamos el mundo temblará, y quién sabe quién mantendrá la cabeza”-. Habiendo esperado con ansias esas palabras. Marko se alejó por los campos sobre su caballo. El príncipe Marko y Ljutica Bogdan, según cuentan, se encontraron aquel día, enemigos de suyo, amigos ocasionales. (Zizek, 2016, p. 89)

CONCLUSIONES

El fascismo fue un movimiento y una doctrina política revolucionaria que intentó acabar con el orden burgués establecido y, al mismo tiempo, se transformó en una tercera vía entre el liberalismo y el socialismo en el siglo xx. Se asistió a una derecha revolucionaria, que intentó mantener de forma permanente la movilización de las masas. Lo que se denomina «ultraderecha» es un movimiento, que ha logrado expandir su contaminación, particularmente en Europa y algo en América, caracterizado por sostener una posición nacionalista, antiinmigración y tradicionalista, pero que de forma nacional sigue bregando por la aplicación de las recetas neoliberales, que le son contradictorias.

En consecuencia, constituye un error establecer simetría entre lo que fue el «fascismo» y lo que representa hoy día la «ultraderecha». Esta no tiene nada novedoso que aportar, mientras que el fascismo, incluso, plantea situaciones culturales absolutamente revolucionarias para su época, como representar un prototipo de modernismo alternativo, que no puede cegarnos de las atrocidades cometidas por el fascismo, las cuales no deben volver a aparecer en el mundo. La democracia debe cuidar que ello nunca más ocurra.

La democracia tiene hoy un desafío que afecta su propia existencia como régimen político. Esta debe reaparecer ante las poblaciones como un suceso importante; vencer el propio confort que entregó y hacerse cargo, de manera profunda, de las enormes contradicciones que presenta el actual orden social. Ya no basta con garantizar elecciones libres, secretas e informadas; eso resulta insuficiente. Si se mantiene así, muy pronto estará extinta como régimen político. La lucha de la democracia en la actualidad no es contra el fascismo, sino contra la ultraderecha y el agónico, pero todavía peligroso, neoliberalismo. Si, por los azares de la historia, el fascismo volviera aparecer, la democracia, con mayor preparación al batirse con el neofundamentalismo, estará más preclara para combatirlo y alejarlo de la humanidad. Tales regímenes no pueden ni deben reaparecer.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Aragón, M., Véliz-Burgos, A., D’armas-Regnault, M. & Gallegos, A. (2018). La ciudad y los rostros del otro: el bienestar humano en un contexto metropolitano. Utopía y Praxis Latinoamericana, 23 (83), 58-66. [ Links ]

Bauman, Z. (2011). Trabajo, Consumismo y Nuevos Pobres. Barcelona: Editorial Gedisa. [ Links ]

Bobbio, N. (1986). El futuro de la democracia. México: Fondo de Cultura Económica. [ Links ]

Borón, A. (enero de 2019). Bolsonaro y el Fascismo. La Haine. Disponible en: https://www.lahaine.org/mundo.php/bolsonaro-y-el-fascismoLinks ]

Bolinaga, I. (2007). Breve Historia del Fascismo. Madrid: Ediciones Nowtilus. [ Links ]

Díaz Nieva, J. & Orella Martínez, J. (2017). Breve Historia del Neofascismo y de la Derecha Radical. Santiago: Editorial Akhilleus. [ Links ]

Eco, U. (1995). Ur-Fascismo (o Fascismo eterno). Nueva York: Universidad de Columbia. [ Links ]

Estay Sepúlveda, J., Lagomarsino, M., Mansilla, J., Moreno, G., Peña, C. & Cruz, R. (2019). Salud de los trabajadores en el mundo neoliberal: una quimera macabra y cínica para el desarrollo de la democracia y una sociedad abierta. Revista Salud de los Trabajadores, 27 (1), 85-91. [ Links ]

Finchelstein, F. (2017). Del Fascismo al Populismo en la Historia.Buenos Aires: Editorial Taurus. [ Links ]

Garzón, A. (octubre de 2010). Neoliberalismo, características y efectos. Economía Crítica y Crítica de la Economía. Disponible en: http://www.economiacritica.net/?p=15Links ]

Han, B. C. (2012). La Sociedad del Cansancio. Barcelona: Editorial Herder. [ Links ]

Jalife-Rahme, A. (2018). El (Des) Orden Global en la Era Post-Estados Unidos. México: Editorial Orfila. [ Links ]

Griffin, R. (2010). Modernismo y Fascismo. La Sensación de Comienzo bajo Mussolini y Hitler. Madrid: Editorial Akal. [ Links ]

Hinkelammert, F. (2018). Totalitarismo del Mercado. El Mercado Capitalista como ser suprema. México: Editorial Akal. [ Links ]

Hobsbawm, E. (2006). Historia del siglo xx. Buenos Aires: Editorial Crítica. [ Links ]

Julliard, J. (1994): El Fascismo que viene. Madrid: Acento Editorial. [ Links ]

Lagomarsino, M. (2017). Democracia y Sociedad abierta. El ideal nacido en los bordes del mediterraneo. Revista Ammentu, 13, 23-32. [ Links ]

Mandel, E. (2001). El Fascismo. Madrid: Editorial Akal . [ Links ]

Mussolini, B. (1935). La Dottrina del Fascismo. Roma: Istituto della Enciclopedia Italiana. [ Links ]

Polanyi, K. (2014). Los Límites del Mercado. Reflexiones sobre economía, antropología y democracia. Madrid: Editorial Capitán Swing Libros, S. L. [ Links ]

Popper, K. (1985). La Sociedad Abierta y sus Enemigos. Barcelona: Editorial Paidós. [ Links ]

Rossi, A. (2006). Fascismo en Europa. México: Editorial Universidad Autónoma de México. [ Links ]

Steger, M. B. & Roy, R. K. (2016). Neoliberalismo. Una Breve Introducción. Madrid: Alianza Editorial. [ Links ]

Streeck, W. (2016). Comprando Tiempo. La Crisis Pospuesta del Capitalismo Democrático. Buenos Aires: Editorial Katz. [ Links ]

Todorov, T. (2004). El Nuevo Desorden Mundial. México: Editorial Océano. [ Links ]

Véliz-Burgos, A. (2020). Salud y bienestar: un campo multidisciplinario. Revista 100-Cs, 6(2), 15-20. [ Links ]

Véliz-Burgos, A. & Dörner-Paris, A. (2020). Lo individual versus lo comunitario en tiempos de crisis sanitaria. Propósitos y Representaciones, 8 (spe), e502. DOI: https://dx.doi.org/ 10.20511/pyr2020.v8nspe1.502 [ Links ]

Zizek, S. (2016). Contragolpe absoluto. Para una refundación del materialismo dialéctico. Madrid: Akal. [ Links ]

Zizek, S. (2017). La Nueva Lucha de Clases. Los Refugiados y el Terror. Barcelona: Editorial Anagrama. [ Links ]

Notas aclaratorias:

11 El término “sociedad abierta” lo introdujo el pensador francés Henri Bergson, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1927. De acuerdo con Bergson, estas sociedades tienen Gobiernos tolerantes, y responden a las inquietudes de la ciudadanía con sistemas políticos transparentes y flexibles. Posteriormente, Popper retomará el término en su famoso ensayo “La sociedad abierta y sus enemigos”, escrito durante la Segunda Guerra Mundial y publicado en 1945.

Recibido: 13 de Diciembre de 2020; Aprobado: 13 de Marzo de 2021

*Autor para correspondencia mario.azzurro@gmail.com

Los autores declaran que no existe conflicto de intereses.

Mario Lagomarsino Montoya: participó en la investigación y redacción de artículo.

Juan Guillermo Estay Sepúlveda: participó en la investigación y redacción de artículo.

Juan Mansilla Sepúlveda: participó en la investigación y redacción de artículo.

Creative Commons License