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versión On-line ISSN 2411-9970

ARCIC vol.7 no.16 La Habana mayo.-ago. 2018

 

Itinerarios de Investigación

Mausoleos y panteones como memoria y escenarios de interacciones simbólicas

Mausoleums and pantheons as memory and scenarios of symbolic interactions

Dra Iraida Calzadilla Rodríguez1 

Lic Boris González Abreut2 

1Universidad de La Habana, Facultad de Comunicación. Cuba. Correo electrónico: profesorairaidacalzadilla@gmail.com

2Revista Bohemia, Cuba. Correo electrónico: borisgonzalez@gmail.com

Resumen

El artículo aborda la responsabilidad de los medios de comunicación en la difusión del hacer de hombres y mujeres que constituyen parte ineludible del devenir nacional y son integrantes por méritos propios de su gran patrimonio identitario-histórico-cultural. En ese sentido, la construcción de recintos funerarios dedicados a héroes y mártires con características monumentarias refuerzan la labor de preservar tradiciones, pero muchos de esos héroes que en ellos reposan esperan por su redescubrimiento, por el valor de la estima personal y no colectivizada, por el detalle que les conmovió y los llevó, parafraseando el Himno Nacional, a morir por la patria para vivir. Hoy es necesaria una narrativa que relacione el hecho, el conflicto, los antecedentes, el contexto, las previsiones de cómo influirá, la multiplicidad y diversidad de fuentes con sus heterogéneos juicios analíticos y de valor, y dar existencia tanto al propósito central como otros colaterales que le tributaron, para que estos asientos pasen de puntos de concurrencia oficial, a plaza educativa, orientadora, promotora de valores y de continuados estudios: a escenario de memoria e interacciones simbólicas.

Palabras Clave: Mausoleos; panteones; historia; memoria; interacción simbólica

Abstract

The article addresses the responsibility of the mass media in the diffusion of the work of men and women who are an inescapable part of the national future and are members by virtue of their great identity-historical-cultural heritage. In this sense, the construction of funeral parlors dedicated to heroes and martyrs with monumental characteristics reinforce the work of preserving traditions, because they are not only memories of the heroic past, but a great spiritual wealth and an inspiring force, which can be transformed into will and in heroism in the present generations. Assuming that journalism has a "desperate historical need", those seats that are referred to have to go from official points of concurrence, to an educational, guiding, promoter of values and continuous studies on the heroes in which in them rest: scenarios of memory and symbolic interactions.

Keywords: Mausolees; pantheons; history; memory; symbolic interactions

1. Introducción

“No creo que la guerra sea el personaje fundamental de la historia, el personaje es el hombre. La guerra es un tragiquísimo accidente de la incomprensión de los hombres”, declaraba Giovanni Levi, padre de la microhistoria italiana, en entrevista concedida en 2005 a Uso de la Palabra, y la referencia hace repensar en cuánto de responsabilidad tienen los medios de comunicación masiva en la difusión de sucesos que glorifican la acción misma y obvian, las más de las veces, las particularidades de quienes fueron sus protagonistas, fundamentalmente aquellos que posibilitaron a sus jefes el liderazgo perpetuo y el agradecimiento del prójimo.

El tema hoy preocupa. Quienes siguen las investigaciones históricas y los trabajos periodísticos sobre el particular, están advirtiendo una nueva e incipiente -todavía tímida pudiera decirse- mirada al acontecer pasado. Hoy la historia se cuenta desde su generalidad como hecho y trascendencia, como devenir de la sociedad inserta siempre en un contexto específico y amparada por las singularidades de cada época, pero también empiezan a aflorar los héroes bajados del mármol inaccesible para convertirse en aquellos hombres de carne y hueso a quienes siguieron sus coetáneos, y resurgen casi del total anonimato los héroes-otros para quienes el poeta y dramaturgo alemán Bertold Brecht escribió en 1934 el poema Preguntas de un obrero que lee, intentando salvar de la desmemoria a los constructores de Tebas, a los reconstructores de Babilonia, a los obreros de la dorada Lima, los albañiles de la Muralla China, a quienes erigieron los arcos de triunfo de Roma, a los cocineros del César, entre otros muchos actores perdidos en el desinterés de los vivos.

Y el problema también recae en los supuestos bien inmortalizados. En este trabajo, específicamente nos inquieta la sobrevivencia espiritual de mausoleos y panteones a lo largo del país, espacios propicios para la labor con fines patrióticos e históricos, los cuales no siempre alcanzan su objetivo/meta y quedan reservados solo para cumplimientos de actos y recorridos en fechas pactadas casi siempre por la tradición.

Se obvian así varios aspectos importantes. El primero, que la memoria en su sentido tanto primigenio como más abarcador, es inherente al aprendizaje, y los seres humanos somos individuos que nos valemos del mismo desde que nacemos para sobrevivir al mundo que nos acoge, como apuntan Ana Hidrobo, Ezeqiel Paniagua y Mariángeles Ruiz Díaz (2007, p.47). Ello lleva a ubicar a la localidad como memoria, pues en ella nacen, se desarrollan, mueren y se perpetúan en la historia acontecimientos que la hacen diferente una de la otra y les dejan las marcas identitarias.

Para el intelectual cubano Enrique Ubieta Gómez (2016, p.7):

La incesante búsqueda de identidad es reconstructora, rehacedora de lo inmediato; no se trata de una búsqueda que pretenda encontrar algo ya dispuesto, sino que contribuya a la realización histórica del ser. De ahí su permanente trascendencia política. La identidad resultante no es la suma de datos empíricos -costumbres, tradiciones, etcétera- sino un proyecto movedizo de nacionalidad que gira indefinidamente en torno a un ideal colectivo cambiante y diverso. […]

Segundo y sintetizando el pensamiento de George Herbert Mead (En Esparza, 2011), mediante las interacciones simbólicas obtenemos conocimientos e ideas, socializamos experiencias personales y las de otros, comunicamos y aprehendemos sentimientos, porque sin símbolos nada podríamos instituir como referente propio y social.

De acuerdo con Herbert Blumer (1982), quien acuñara el término interaccionismo simbólico en 1938, las personas actúan sobre los objetos de su mundo e interactúan con otras personas a partir de los significados que los objetos y las personas tienen para ellas. Es decir, el símbolo permite, además, trascender el ámbito del estímulo sensorial y de lo inmediato, ampliar la percepción del entorno, incrementar la capacidad de resolución de problemas y facilitar la imaginación y la fantasía.

2. El gran capital simbólico

Este artículo trata de mostrar cómo en el contexto de la localidad cual sustento de la memoria y escenario natural para las interacciones simbólicas, pueden ubicase también los mausoleos y panteones a los héroes y mártires de la Isla, pues definitivamente ellos son parte de esa historia tejida entre lo micro y lo macro, entre lo oficial y particular, lo singular, lo mítico, la oralidad y la leyenda.

La construcción de recintos funerarios dedicados a héroes y mártires con características monumentarias inició en Cuba a finales de la segunda mitad del siglo XIX con el mausoleo erigido a los Ocho Estudiantes de Medicina en la necrópolis Cristóbal Colón, el 27 de noviembre de 1889, donde descansa sus restos gracias a la ardua labor del patriota Fermín Valdés Domínguez. Pero dedicado realmente a héroes de las contiendas libertadoras [1], el primero es el edificado en honor al mayor general Antonio Maceo Grajales y su ayudante Panchito Gómez Toro en 1899, en el Cacahual, otrora provincia de La Habana, momento que marca el inicio del ferviente proceso de honrar a patriotas destacados durante las guerras independentistas.

Como resultado de una investigación durante seis años (González, 2018), puede sistematizarse que se construyeron por tal motivo el Mausoleo a los Mártires de la Patria (1900) en Cárdenas, Matanza; el Mausoleo a los Mártires de la Guerra de Independencia (1902) en Sagua la Grande, Villa Clara; el Panteón de Máximo Gómez Báez (1905), en la necrópolis Cristóbal Colón; el Panteón de Perucho Figueredo y de los Mártires del Virginius (1908) en el cementerio Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba; el Panteón del Mayor General Vicente García (1909) en Las Tunas; el Mausoleo de Carlos Manuel de Céspedes (1910), en el camposanto de Santa Ifigenia; el Panteón del Mayor General Serafín Sánchez (1930) en Sancti Spíritus; el Panteón de los Veteranos de las Guerras de Independencia (1945) en el cementerio Santa Ifigenia; el Panteón de los Emigrados Revolucionarios (1946) y el Panteón de los Veteranos de la Guerra de Independencia (1947) en la necrópolis Cristóbal Colón; el del Héroe Nacional José Martí (1951) en el cementerio Santa Ifigenia; y el Retablo de los Héroes Bayameses (1958) en Bayamo.

La intención de crear recintos funerarios para el reposo definitivo de héroes y mártires de la Patria, cuando Cuba aún permanecía bajo el dominio español y posteriormente gobernada por presidentes corruptos, que respondían a los intereses de Estados Unidos, conllevó a que los compatriotas partidarios de tal idea recorrieran un largo camino lleno de impedimentos políticos y económicos. Para la materialización de dicho propósito fue necesario acudir al pueblo, quien aportó considerables sumas de dinero.

A pesar de los obstáculos, la perseverancia y el compromiso hicieron posible las aspiraciones de construir una tumba digna a algunos mártires y héroes. Ejemplo de esos esfuerzos es el Mausoleo de los Ocho Estudiantes de Medicina, edificado por suscripción pública, con la recaudación de más de 25 000 pesos. Mas, la inversión final ascendió a unos 30 000, la cual completaron el doctor Franca Mazorra y su esposa, Celia Álvarez de la Campa, hermana de uno de los fusilados. Una comisión recaudó fondos para la compra del terreno y convocó un concurso público.

Sufragados por los pobladores de la zona, a un costo de 5 500 pesos, aproximadamente, se logró levantar el mausoleo de los mártires cardenenses, que nació a partir de la propuesta del concejal José María Verdeja y Martínez en sesión celebrada en el Ayuntamiento, el 12 de diciembre de 1898. Luego, para su remodelación gracias a la gestión del licenciado Alfredo González Bernard, en 1911 el presidente de la Isla, general José Miguel Gómez, mediante una ley aprobó 2 000 pesos en oro americano.

Veteranos de las gestas independentistas como Máximo Gómez se implicaron en gran medida hasta hacer realidad tales anhelos. En agosto de 1899, el Generalísimo acudió a Bejucal y a Santiago de las Vegas para solicitar ayuda con el fin de realizar un digno sepelio al mayor general Antonio Maceo y a su ayudante capitán Panchito Gómez Toro. En ambos territorios obtuvo la cooperación más decidida y se emprendió una colecta pública destinada a recoger fondos para costear las obras monumentarias construidas en el Cacahual. Quien fuera el supremo jefe del Ejército Libertador realizó un viaje por los municipios del país en busca de apoyo y, a su vez, fue creada una delegación encargada de los trabajos, denominada Comisión Popular Restos de Maceo-Gómez.

También, para dichos propósitos estuvieron involucrados clubes como el Rotario, en Santiago de Cuba, cuyos miembros, seguidores del ideario martiano, desafiaron constantes negativas con el ánimo de levantar un mausoleo al Apóstol de los cubanos. Desde el 3 de diciembre de 1943, un grupo de afiliados comenzó los esfuerzos y más adelante designó un patronato denominado Pro Construcción de una Tumba Digna de Martí. El presupuesto de la obra se obtuvo por colecta pública de una peseta por cada ciudadano y bonos por distintas cantidades.

Estos hermosos gestos recuerdan a Simónides de Ceos, el sobreviviente de un sismo en la antigua Grecia. Después de la catástrofe, asume la labor del reconocimiento y anda el terreno, busca con desespero los cuerpos desfigurados, ya irreconocibles, inhumanizados. Entonces, va a la memoria, y con ella evoca cada sitio en que los vio por última vez, cómo estaban, qué hacían, con quiénes conversaban. Simónides de Ceos reconstruye el lugar y, al hacerlo, otorga al lugar la condición de la memoria, el espacio donde el suceso fue posible, pues es el lugar donde tiene expresión la memoria. Así, y transponiendo la anécdota, los cubanos de siempre han querido guardar para la memoria a sus héroes y mártires y dejarlos en el descanso físico para convertirlos en la perpetuidad del símbolo.

Trayendo a colación a Pierre Bourdieu, “los símbolos son los instrumentos por excelencia de la integración social: en cuanto que instrumentos de conocimiento y de comunicación… hacen posible el consenso sobre el sentido del mundo social, que contribuye fundamentalmente a la reproducción del orden social…” (En Rabel Ortiz, 2010, p.29).

A su vez, René González Barrios, presidente del Instituto Nacional de Historia (Comunicación Personal, 2017), afirma que la revolución cubana es heredera de una política de símbolos gracias a las personalidades de su historia y, sobre todo, de nuestra independencia:

Creo que en el panteón de héroes de la independencia está el embrión más fuerte de lo que es el culto a los héroes de la Patria. Cuando se establece la república neocolonial, los veteranos, las asociaciones de patriotas cubanos, que los hubo en todas las etapas porque hubo una pedagogía revolucionaria, una pedagogía en aras de salvaguardar los principales valores con los se fueron a la manigua a conquistar la independencia, esos maestros inculcaron lo mejor de la revolución cubana en los hombres que lucharon contra Machado, el nepotismo en la Isla; la Generación del Centenario se educó con las doctrinas que le transmitieron sus maestros. En la República, también se levantaron monumentos a los principales héroes de la independencia, algunas fueron colectas populares para financiar grandes monumentos que hoy impresionan a las nuevas generaciones.

Para el Máster en Ciencias Históricas, no hubo un desentendimiento con la historia, y precisa que los pueblos están en la obligación de crear su panteón de héroes, quienes son los que inspiran la consolidación de una nación por sus valores, identidad, y también en los esfuerzos por revolucionar las distintas situaciones que se puedan crear en el país (González, Comunicación Personal, 2017).

3. “Ninguna idea se pierde en el ondular y revolverse de los vientos”

A partir de 1959, el gobierno revolucionario es el encargado de proponer y costear la edificación de mausoleos y panteones para los valerosos hombres y mujeres de nuestra historia de luchas, que aún no tuvieran nichos decorosos para su reposo definitivo.

El Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz (1953), desde los días de encarcelamiento en la prisión de la entonces Isla de Pinos, hoy de la Juventud, deseó ver descansar juntos a sus hermanos de combate caídos, al expresarlo en el Manifiesto a la Nación:

Espero que un día en la patria libre se recorran los campos del indómito Oriente, recogiendo los huesos de nuestros heroicos compañeros, para juntarlos todos en una gran tumba junto al Apóstol, como mártires que son del Centenario y cuyo epitafio sea un pensamiento de Martí: ‘Ningún mártir muere en vano, ni ninguna idea se pierde en el ondular y en revolverse de los vientos. La alejan o la acercan, pero siempre queda la memoria de haberla visto pasar [2]

En 1960, miembros del Departamento de Educación y Cultura del Gobierno Provincial Revolucionario santiaguero, dirigido por el comisionado Taras Domitro, retoman la idea de erigirles un monumento a los revolucionarios caídos en el asalto al cuartel Moncada. También fue partícipe de esta idea el pintor-escultor Ismael Espinosa Ferrer, en aquel entonces presidente de la Comisión de Cultura del gobierno provincial, a quien le encomendaron realizar la obra.

A las ocho de la mañana del 30 de julio de 1960, una multitudinaria peregrinación desfiló desde la placita de Santo Tomás hasta el cementerio Santa Ifigenia. La intención era inaugurar, el propio Día de los Mártires de la Revolución Cubana, el Retablo de los Mártires del 26 de Julio. En abril de 2010, el monumento, después de una exhaustiva restauración y transformación, lo denominan Panteón de los Mártires de la Insurgencia y la Clandestinidad.

La ciudad de Cienfuegos, en ese mismo año, tuvo en el cementerio Tomás Acea un monumento en honor a los mártires del alzamiento del 5 de septiembre de 1957 y, en 1977, se inauguró una segunda obra, que junto a la primera conformó el panteón de los caídos en aquella sublevación.

En 1967, con la inauguración en La Habana del Parque-Monumento de los Mártires Universitarios, en una de las esquinas de la intersección de las calles Infanta y San Lázaro, se abrió una nueva etapa del arte monumentario en Cuba. Esta significó la primera obra de relevancia después del triunfo de la Revolución, por integrar elementos expresivos contemporáneos en un entorno histórico y representar a las masas en la plástica cubana de esa especialidad. Rompió, además, con el convencionalismo de situar la escultura en el centro de la plaza, convirtiéndola en el propio monumento.

La Doctora María de los Ángeles Pereira, historiadora del Arte y profesora de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana (2010, pp. 27-28), respecto al tema manifestó:

Cuando nuestros principales monumentos rompieron -recién iniciados los años sesenta- con los anquilosados esquemas de la estatuaria tradicional; cuando dejaron atrás al manido obelisco o la milenaria figura ecuestre del héroe encaramada sobre la pirámide abarrotada de alegorías y descripciones; cuando dejaron de copiar modelos foráneos alejados en el tiempo y el espacio, asumiéndose con mente abierta una acepción mucho más amplia y revitalizada de lo que puede ser una creación conmemorativo, entonces las obras comenzaron a parecerse mucho más a los héroes homenajeados. Aunque ya no siempre apareciera su retrato y el público tuviera que aprender a mirar el monumento de una forma distinta, y a pensar en este -o a propósito de este-, de una manera también diferente.

La investigación personal ya declarada (González, 2018), permite aseverar que con mayor fuerza, a partir de 1975 comienza a materializarse el interés de la dirección del país de extender los mausoleos memoriales a lo largo de la Isla. El 27 de septiembre de ese propio año se realiza la primera ceremonia en el Mausoleo de los Mártires de Pino Tres. Después surgirían con diversas denominaciones el Mausoleo de Julio Antonio Mella (1976) en La Habana; el de los Mártires de Artemisa (1977), en la propia provincia; al Soldado Internacionalista Soviético (1978), al lado de la hoy Universidad de las Ciencias Informáticas, La Habana; el del Segundo Frente Oriental Frank País (1978), en Santiago de Cuba; al Mayor General Calixto García Íñiguez (1980), en Holguín; el de los Héroes del 13 de Marzo (1982), en La Habana; a Ana Betancourt (1982), en Guáimaro, Camagüey; y el dedicado a Lucía Íñiguez (1983), en Holguín.

Le seguirán después el Mausoleo al Mayor General Pedro Agustín Pérez (1984), en Guantánamo, que al trasladarse las cenizas de 31 mambises hacia ese lugar, el 24 de febrero de 1995, recibe el nombre del Mausoleo del Mambisado Guantanamero; el de Ursinio Rojas Santiesteban (1997), en el poblado de Tacajó, perteneciente al municipio de Báguanos, Holguín; del Tercer Frente Doctor Mario Muñoz Monroy (1998), en Santiago de Cuba; el de los Malagones (1999), en Viñales, Pinar del Río; a Ernesto Che Guevara (1997) y Mausoleo Frente Las Villas (2009), ambos en Villa Clara; el de los Combatientes del Frente Norte de Las Villas (2009), en Yaguajay, Sancti Spíritus; Panteón de los Mártires de la Insurgencia y la Clandestinidad (2010), en Santiago de Cuba; y en el mismo territorio se halla el nicho del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz (2016), última construcción de esta tipología hasta el momento (González, 2018).

Retomando las palabras de la Doctora María de los Ángeles Pereira (2010, p. 23):

El devenir del arte monumentario en Cuba durante los años transcurridos después del triunfo de la Revolución (1959) no ha sido, en lo absoluto, un proceso unitario y unidireccional. Una expresión artística que por lo general exige de un respaldo técnico material consistente, tamañamente comprometida con intereses de carácter político e ideológico, y cuyo principal -prácticamente único- patrocinador es el Estado, no hubiera podido transitar al margen de las múltiples mediaciones y exigencias que condicionan la concreción final de su encargo.

A su vez y en esa línea, Nilson Acosta Reyes, vicepresidente del Consejo Nacional de Patrimonio Cultural y secretario ejecutivo de la Comisión Nacional de Monumentos (Comunicación personal, 2017), precisa que las construcciones conmemorativas son un testimonio de la historia y se vuelve necesario conservarlas y darlas a conocer, porque esas obras no cumplen su objetivo si la comunidad ignora lo que sucede a su alrededor. En cuanto a la conservación de los monumentos, señala como uno de los grandes problemas no saber dar mantenimiento, y en muchos casos se aplican materiales y procedimiento que después conllevan a una restauración, lo cual es más complejo, traumático, en términos técnicos del patrimonio. Ese es el mal acumulado por años.

4. Hoy no es siempre todavía

El país tiene suficientes días históricos que recordar. Los recintos funerarios, en este sentido, refuerzan la labor de preservar tradiciones. Eugenio Suárez Pérez, director de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado (Comunicación personal, 2018), manifiesta: “No son solo recuerdos del pasado heroico, sino una gran riqueza espiritual y una fuerza inspiradora, que puede transformarse en voluntad, en heroísmo, en fuerza material, y rigen las relaciones sociales y políticas en la sociedad”.

Sin embargo, ¿existe una política efectiva para que sean algo más que transmisores de valores patrióticos, militares y culturales? O más sencillo: ¿Los valores que emanan de los héroes acogidos en ellos llegan de esa manera a las nuevas y viejas generaciones, insertas en un contexto político-social drásticamente diferente al transcurrido hasta la llegada del período especial al país y las transformaciones operadas en el orden ideológico?

El periodista y profesor cubano, Doctor Roger Ricardo Luis (2007, p.1), advierte:

Este es un siglo que ratifica cada vez más los caminos que llevan a librar las batallas culturales como las decisivas, en su sustento de portadoras de las luchas ideológicas y, por tanto, políticas. Uno de los escenarios donde se verifica día a día ese proceder está en el mensaje que brindan los medios de comunicación a partir del conocimiento de la historia como entidad legitimadora del presente, y contarla deviene hoy un compromiso de ejercicio de responsabilidad social, veracidad y complejidad crítica.

Quizás un camino, no el único y perfecto, solo un camino entre los múltiples a seriamente pensar, sería pasar de lecturas genéricas a un equilibrio entre ellas y las microhistorias ricas en detalles que particularizan una nación, una región, una localidad, en suma, un contexto visto desde los estudios de caso y los estudios de comunidad propuestos por los italianos Edoardo Grendi, Carlo Ginzburg y Giovanni Levi; sumando a ello técnicas que arrimen a vincular la importancia de la acción colectiva y la individual, los tejidos establecidos en las relaciones sociales, la importancia de la cultura popular y de élite para la construcción verdadera del cosmos simbólico, pues ninguna de las dos vive de manera excluyente. Como dijera Levi (2005), el dato más intrascendente del pasado pudo dejar su huella en la historia.

En esa línea, González Barrios (Comunicación personal, 2017) subraya que el martirologio cubano, inspirador de las nuevas generaciones, fue tomado por la Revolución para darle vida, denominando con los nombres de los próceres fábricas, escuelas, diferentes instituciones, parques. No obstante, plantea de manera crítica:

No hemos tenido el suficiente olfato y vigilancia para darle una solemnidad como la que lleva, al punto de que hay escuelas con el nombre de un mártir y los muchachos no saben quién es el héroe, lo mismo ocurre en los demás centros y pienso que eso daña, porque si no se conoce la vida de alguien que se entregó por este país, lo menos que podemos saber es de quien se trata. Esto es muy común.

Los temas históricos son abordados con frecuencia en los medios de prensa de Cuba. Constituyen elementos indispensables en la agenda informativa de los mismos, en la intencionalidad de contribuir a conservar valores como el amor hacia la patria, a los caídos por la soberanía, a preservar tradiciones de lucha, la intolerancia ante las injerencias de otros gobiernos en los asuntos propios, la identidad que los distingue del resto del mundo.

Es destacar que, en mayor o menos espacio, las ediciones impresas, hipermediales, de radio y audiovisuales de casi todos los medios de comunicación de carácter generalista y dirigidos a públicos heterogéneos poseen una sección dedicada a las efemérides. Los que tienen un alcance nacional suelen dar cuenta de las figuras y hechos más trascendentales de la nación y del mundo, mientras los provinciales y locales priorizan lo vinculado con el territorio. Se suman a estos las noticias sobre determinados actos conmemorativos en sitios históricos, las entrevistas a combatientes, crónicas sobre internacionalistas y sus familiares, reportajes que desde una mirada retrospectiva abordan el desarrollo de un combate, en una vasta propuesta de productos comunicativos realizados en diversos géneros y estilos.

No obstante y a fuerza de ser sinceros, las agendas informativas resultan reiterativas en el recordatorio de acontecimientos y en la manera de abordarlos, obviándose otros sucesos de importancia significativa; también, la creatividad necesaria para atraer el interés de públicos hacia el tema no suele prevalecer, entregándose productos monótonos y aburridos para un receptor demandante de nuevos enfoques, de contextualizaciones y, sobre todo, de humanización en la presentación de la historia.

Durante años asistimos a la revisitación de los acontecimientos contados de igual forma una y otra vez, y la invisibilización de no pocos de interés sustancial en la conformación cultural de la nación, en un sentido amplio. Es decir, se reiteran personajes y sucesos sin sacar a la luz los elementos desconocidos y curiosos que pudieran enriquecer la historia.

Ello lleva a compartir con el teórico español Fernad Braudel (2002) que la historia no es el relato de acontecimientos sin más, no es solamente la medida del hombre, del individuo, sino de los hombres, de todos los hombres y de las realidades de su vida colectiva.

Por tanto, hoy la historia pide ser contada desde su conflicto no resuelto o desde una novedad de su conflicto resuelto, exige desentrañar los contextos, buscar los detalles interesantes, en un periodismo que mire, busque y vea en el pasado un nexo con la actualidad real, no con la idealizada, ni con lo que supuestamente el personaje histórico hubiera hecho en un entorno ajeno a sus circunstancias.

Si la función base del periodismo es dar a conocer, también desde la historia puede hacerse entregando mensajes que contengan densidad informativa de interés, y no repetitiva. Así, los periodistas contribuyen a un mayor conocimiento de la sociedad en que viven, sus presupuestos, valores y lógicas del decursar histórico. Se trata de repensar en qué medida la prensa interviene en la reivindicación o la inadvertencia de la historia, de no encerrar lo histórico solo en el relato exacto de lo acontecido, en una relatoría puntual (Calzadilla, 2010, p. 4).

Como expresa Gilberto Giménez (1997), las personas, además de percibirse como distintas bajo algún aspecto, también tienen que ser vistas y reconocidas como tales. Toda identidad (individual o colectiva) requiere la sanción del reconocimiento social para que exista social y públicamente.

La historia desborda la precisión del acontecer. Es justo, entonces, recuperarla, reanalizarla, buscar en los detalles y en las subtramas, investigar en los mecanismos de las sociedades y no quedarse solo en las inflexiones de los intereses políticos, sino penetrar en los cruces de hechos heterogéneos, incluso algunas veces sin lazos perceptibles. Se impone un periodismo que rebase la puntualidad estrictamente histórica, entregue una retrospección desde las bases de la interpretación periodística y subraye el contrapunteo de enfoques.

Ningún contenido que no provoque emociones, que no estimule nuestra identidad, que no mueva fibras afectivas puede considerarse un valor, porque este se instaura a nivel psicológico de dos formas: los valores formales que regulan el comportamiento del hombre ante situaciones de presión o control externo, y creo que no son los que debemos formar, y los valores personalizados, expresión legítima y auténtica del sujeto que los asume (González Rey, 1996, p.49).

Pero caminar hacia esa meta requiere de fórmulas que sirvan de agarre al lector. Y cierto es el abandono de recursos tan legítimos como el empleo del suspenso, la sugerencia, el misterio, la creatividad, elementos que sin apartarse de la subjetividad-objetivada imprescindible en todo producto periodístico, sirven para enriquecer la motivación por la historia. No se trata de mutilar estatuas ni de menguar en el respeto merecido. Es más simple: precisamos contarla desde la trimensionalidad de las personas y los acontecimientos.

Todo ello inclina a pensar en la conveniencia de un periodismo que humanice a los personajes, contador de detalles sobre sus vidas, que lo haga llegar al receptor como un ser alcanzable en su ejemplaridad, o al menos intentarlo. Y en los sucesos, aportarles el retrato complejo de su entorno.

En el caso que ocupa, ¿cuántos héroes del muy ayer y del ayer reciente esperan en mausoleos y panteones por su redescubrimiento, por el valor de la estima personal y no colectivizada, por el detalle que les conmovió y los llevó, parafraseando el Himno Nacional, a morir por la patria para vivir. Es hora de una narrativa que relacione el hecho, el conflicto o novedad, los antecedentes, el contexto, las previsiones de cómo influirá, la multiplicidad y diversidad de fuentes con sus heterogéneos juicios analíticos y de valor, y dar existencia tanto al propósito central como otros colaterales que le tributaron, porque un suceso no se da de la nada ni de la espontaneidad.

Abel Prieto Jiménez, entonces ministro de Cultura (2016, p.23), sobre el tratamiento de la historia opina que siempre ha sido un problema para estudiosos y pedagogos que ésta pueda resultar fastidiosa, “ahora es un problema muchísimo más grave, en medio de un mundo donde la diversión, el placer, la fragmentación, la amnesia, el culto al instante, se han convertido en pilares de la industria cultural hegemónica”.

Sobre esa misma arista del problema, Eduardo Torres Cueva, Premio Nacional de Historia y director de la Biblioteca Nacional José Martí (2017), considera:

Hay una lucha en el plano generacional. Se está jugando con la no memoria de una generación […]. Hay una generación que no vivió una determinada etapa de la Revolución, que entra en activo a partir precisamente del derrumbe del Muro de Berlín, del desmerengamiento de la Unión Soviética. Para esos jóvenes, cuando se les habla de la Revolución, es como si se tratara de una historia antigua que no la ha vivido. Hay un vacío que no se llena con facilidad; hay que trabajar en profundidad para llenar ese vacío en cierta medida existencial.

La prensa es receptiva ante la problemática. Adianez Fernández Izquierdo (2016, p.3), en el reportaje La historia que no puede estar distante, alerta sobre el abandono de algunos sitios patrimoniales en la provincia de Artemisa (Cuba) y las lagunas en el proceso educativo por desconocimiento de maestros o escasez de bibliografía, los cuales dejan vacíos en la enseñanza de la historia local. Para la reportera, cada museo cerrado, cada pieza perdida o guardada en un almacén, cada tarja rota o monumento abandonado, deja una huella imborrable en la memoria de los pueblos y muere también entonces un pedazo de la historia, esa que hizo de nosotros lo que somos hoy y de la que debemos beber a diario para ser mejores seres humanos. El ejemplo puede universalizarse.

En tanto, Miguel Guerrero (2012) aconseja:

El relato del ayer no debe limitarse a los textos, y muchos estudiosos se aferran al método simple de la cronología, convirtiéndolo en una de las formas más aburridas de la literatura. Para estos la única vía de la narración correcta descansa en la reproducción textual de los archivos. Sin embargo, es injusto rechazar, bajo ciertas circunstancias, el testimonio personal con tanto o más valor que el documento escrito.

La imagen de los héroes cumplen un rol esencial en la entidad de los pueblos, ya que ellos constituyen paradigmas para sus sucesores en cuanto a principios y actitudes a seguir; por eso, los países que invaden otras naciones tratan de borrar sus huellas para imponerles la de los suyos y así cambiar el modo de pensar a los más jóvenes.

De acuerdo con René González Barrios (Comunicación personal, 2017), la prensa tiene que dar al martirologio cubano su lugar acorde al lenguaje y las necesidades de la comunicación de la época actual, pues hay que buscar la forma de que no todas las biografías se parezcan “porque no son iguales y se vuelvan un tedio, lo cual conlleva a perderles el respeto. Ellas se deben trabajar desde los valores, desde la complejidad de la figura”.

Este es un viejo asunto. El gran escritor español Miguel de Unamuno habló de intrahistoria, en un acercamiento temprano a la necesidad de una historia más próxima a la cotidianidad; no obstante, sería irresponsable relegar el fondo trascendental de los procesos que afianzaron, variaron o transformaron las sociedades en cada contexto y tiempo, por lo cual estimamos que sin la investigación precisa de los acontecimientos típicos, trascendentales, decisorios, insertados de manera coherente en un momento dado, no puede articularse lo más objetivamente posible la totalidad de los fenómenos históricos.

Refiriéndose al rol de la prensa, Ricardo (2017) asegura que con ella se pone de relieve el valor legitimador del mensaje histórico y su importancia a la hora de concebirlo y expresarlo desde los principios de la verdad y la autenticidad, junto a los valores creativos y estéticos que vinculen pasado-presente y los proyecten al futuro.

A pesar de los esfuerzos de la dirección del país por mantener viva la memoria histórica de la nación mediante los espacios denominados mausoleos y panteones, resulta insuficiente el conocimiento de la población cubana sobre estas áreas dedicadas a los héroes y mártires caídos en las distintas etapas de lucha por la liberación.

Durante seis años de investigación se pudo constatar, en sondeos y encuestas a la población, que poco se sabe a nivel de localidad sobre la mayoría de ellos, situación que en el entorno de la comunicación masiva a través de la prensa se agrava, pues los medios apenas los llevan a sus páginas desde plataformas que involucren el fomento de valores y solo suele situárseles como sitios de reunión en señaladas fechas o acontecimientos fúnebres.

Particularizando en el ámbito de la prensa, reciben tratamiento en fechas alegóricas generalmente, o en algún que otro programa comunitario. En periodos sistémicos retoman los lugares más connotados por la prominencia de quienes en ellos descansan, obviándose su génesis, personal vinculado, valor artístico de los monumentos, interacción con la comunidad y cuánto llegan a significar para ella, así como la importancia en la transmisión de valores patrióticos, humanos y la historia de la nación.

Constituyen los mausoleos y panteones áreas solemnes, de merecida reverencia; son instituciones educativas en las que laboran especialistas a disposición del público: museos, que atesoran la historia a través de objetos, y la salvan mediantes los intercambios entre historiadores, talleres, concursos e investigaciones realizadas en un amplio diapasón que involucra a estudiantes desde la enseñanza primaria hasta la universitaria, y a especialistas y expertos de diferentes y diversas temáticas.

Destacan en ellos el simbolismo, no solo de los monumentos, sino de la obra en general. Cada elemento que los componen porta un significado, desde las palmas que llegan a personificar a los combatientes o representar una cifra o fecha determinada, hasta el color de las plantas y de los mármoles utilizados para aludir al uniforme verde olivo o a un contexto dado.

Como ratifica el periodista y profesor estadounidense David Abrahamson (2002), el periodismo tiene una “desesperada necesidad de la historia” y su protagonista debe contestar el porqué del suceso; está obligado a aportar un contexto con las causas, solo así se llegará a explicar e interpretar con rigor. Asumiendo esta máxima, estos asientos históricos a los que nos referimos han de pasar de puntos de concurrencia oficial, a plaza educativa, orientadora, promotora de valores y de continuados estudios sobre los héroes en las que en ellas reposan.

No se pretende sobrevalorar estos sitios ni considerar la posibilidad de visitas a todos, tan distantes y diseminados en el país, pero resultaría efectivo para cambiar la imagen de eternos sepulcros, si junto a la promoción del aprendizaje de la historia patria, se introdujeran elementos motivantes, novedosos, de detalles, en los que pueda participar individual y colectivamente la ciudadanía y hacerla sentir constructora de su propia historia.

Para ello será preciso dotarnos de un pensamiento desacralizador, liberador, inteligente, creativo, que mire a lo local y nacional, lo pequeño y lo grande desde la justa dimensión de lo trascendental si es que concebimos el término desde los valores perdurables hacedores del crecimiento espiritual de los seres humanos para ser capaces de interpretar su pasado y extenderlo desde la postura activa de la transformación.

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Notas

1[1] En este artículo solo se da cuenta de los mausoleos y panteones de los hombres y mujeres que integran el martirologio de la nación cubana. A pesar de la investigación exhaustiva realizada en las distintas provincias, los autores no descartan que quede alguno por mencionar. Por lo antes expuesto, no se tuvieron en cuenta los panteones de destacados patriotas que en el periodo de la neorepública traicionaron los principios revolucionarios subordinándose a los intereses norteamericanos y contribuyendo a la corrupción de los gobiernos durante sus mandatos, como ejemplos, Estrada Palma y José Miguel Gómez.

2[2] El 12 de diciembre de 1953, Fidel Castro escribió y dio a conocer el Manifiesto a la Nación. El documento circuló clandestinamente con el título Mensaje a Cuba que sufre, donde denunció los horrendos crímenes cometidos por la soldadesca batistiana contra los asaltantes a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes en Santiago de Cuba y Bayamo, respectivamente, así como las arbitrariedades de la farsa del juicio orquestado en contra de ellos.

Recibido: 25 de Abril de 2018; Aprobado: 22 de Junio de 2018

Acosta Reyes, N. (septiembre de 2017).

González Barrios, R. (diciembre de 2017).

Suárez Pérez, E. (febrero de 2018).

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