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versión On-line ISSN 2411-9970

ARCIC vol.9 no.24 La Habana sept.-dic. 2020  Epub 18-Ene-2021

 

Carta al editor

Noche II (Bitácora del Alma)

Night II (Soul log)

0000-0001-7946-3929Mario Ernesto Almeida Bacallao1  * 

1Universidad de La Habana, Facultad de Comunicación. La Habana, Cuba.

El pantalón verde, el pulóver con el cuello en uve, la sobrebata que parece saya y abrigo al mismo tiempo, que tiene casi tantos amarres como una camisa de fuerza, que también es verde y me hace sentir un tejo más seguro mientras incrementa la torpeza. El gorro, el nasobuco, los guantes, las medias largas, las botas… la foto que insistieron en tomar, la comparación inmediata con un carnicero, el cambio de pose para transformarme en súper héroe.

Josué, por cierto, niega cualquier comparación con un Ranger, que mejor con uno de los X-Men, de Las Tortugas Ninja o de Los cuatro fantásticos. “Los Cuatro”: así se llama nuestro grupo de WhatsApp, donde hemos compartido artículos de diversa gama y que días atrás resultó eficaz plataforma de comunicación para no olvidar nada en casa.

En “la frontera”, recibí informaciones precisas -o quizás no tanto-, doblé el torso para atravesar la línea amarilla y me dirigí al consultorio. La enfermera señaló la suciedad del baño, el vómito de una paciente, una presunta tupición y me dejó solo. “La primera vez nunca es la mejor”, dije en silencio lanzando paralelismos universales y sin saber por dónde empezar, qué hacer.

Llevar dos pares de guantes podría definirse como un amordazamiento a las terminaciones nerviosas de los dedos, la palma, todo; perder -de alguna manera- uno de los pocos sentidos con que contamos para sobrevivir. Pensé en Mallorys. Asegura que los químicos quedan sin sensibilidad en las manos de tanto manipular “cosas raras”.

Ella está solo en segundo año y ya no siente. No lo ve cual desventaja; se trata de un orgullo, un aval del gremio, como la marca en el labio superior de los trombonistas consagrados, como el caminar estrambótico de los bailarines, como la gastritis de los periodistas que pasan madrugadas a base de café.

El vómito fue sencillo de limpiar. Una estomatóloga me ayudó a mover trastos de las mesetas. Pasé cloro, paño, cloro. Una paciente apareció junto a la puerta y permaneció segundos mirándome fijo. Cuando alguien te mira busca los ojos. Tu cuerpo es un manojo de tela y es precisamente el nerviosismo ocular la garantía única de que no está en presencia de una máquina autómata mal diseñada para labores sanitarias, que tropieza y suda.

La estomatóloga preguntó de dónde venía, por qué estaba ahí. Le conté y respondió que ella también tenía su sentido de pertenencia. Luego la enfermera inquirió qué estudiaba, el año. Reviró la mirada y al volverme a enfocar: “Papi, ¿tú estás consciente de dónde estás metido, del riesgo?”

Respondí que “algo”. Mi padre -clínico, intensivista, emergencista- en cualquier momento estará en un lugar parecido. Mi madre -neuróloga- cada día lee del bicho que nos ocupa y suele hablarme de cómo se instala en determinada parte del cerebro, de cómo no solo se trata de una partícula micrométrica que tragan tus pulmones y quizás te mate.

Mientras escribo, Daniela -filóloga- entra y pregunta si comimos. Josué -físico- la embiste con la mirada y le dice que los virus no son partículas. Ella abre las manos y ríe. “Todos están locos”, piensa.

Pasé otra vez por la sala del consultorio y la misma que tiempo atrás vertiera el vómito cerca de sus pies, me llamó. “Muchacho, el que limpia, pásale de nuevo al suelo que lo dejaste empañado”. Me disculpé. Volví a secar.

A su lado descansaba, desvencijada en la butaca, una señora muy gorda: “Niño, ayúdame a levantarme para ir al baño”. Dice Josué que todo hay que pensarlo, hasta de lo que estás convencido por completo. Tuve poco menos de un segundo de cavilación. “Esto es la zona roja y ella una vieja descompensada y enferma de cualquier cosa”. “Estoy forrado”. Tomé sus brazos. Se paró.

Luego de abandonar los harapos en un saco negro y pasar cloro y jabón por cuanta parte del cuerpo recordé en el instante, regresé al apartamento. Abrí la puerta. Mallorys, Daniela y Josué aplaudieron, sonrieron, preguntaron. Respondí a duras penas. Fui directo a la ducha. Ellos “dieron play”. La serie Friends siguió andando.

Es la segunda noche.

Agradecimientos

Agradecimientos para el equipo de la Revista Alma Mater, grupo de voluntarios de la Universidad de La Habana y otros sectores, así como para Laura Serguera y Daniela Pujol, por sus oportunas ediciones.

Recibido: 20 de Septiembre de 2020; Aprobado: 30 de Octubre de 2020

*Autor para la correspondencia: marioernesto.almeida@gmail.com

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