Introducción
La pandemia por el nuevo coronavirus SARS-CoV-2, causante de la COVID-19, se ha convertido en una amenaza para la población mundial.1) En términos de incidencia, mortalidad y velocidad de expansión, su evolución es heterogénea, con variaciones entre países y regiones del mismo país. Al respecto, varios estudios muestran diferencias en la presentación clínica y en el estado de quienes la padecen.2)
Algunos autores han identificado varios factores que podrían agravar el cuadro clínico de los pacientes con SARS-CoV-2 y concluyen que los adultos mayores con enfermedades crónicas de base como la hipertensión arterial y la diabetes mellitus, entre otras, son los que tienen más riesgo o probabilidad de muerte.3)
La presencia de comorbilidades y marcadores de riesgo son características importantes a tomar en cuenta en el momento de estratificar el riesgo de los pacientes con COVID-19.4)
De acuerdo con lo anterior, en investigaciones recientes5) se encontró que los factores más importantes asociados con la mortalidad por COVID-19 fueron la edad avanzada, la hipertensión arterial y la diabetes mellitus.
Según refieren Sabatino et al,6 en un estudio publicado en la revista de acceso abierto PLOS ONE, tanto la edad como las comorbilidades o factores de riesgo cardiovasculares preexistentes fueron predictores significativos de muerte.
En relación con esto último, la existencia de dichos factores generalmente predispone a que la infección viral dañe el miocito por diferentes mecanismos patogénicos, entre los que se incluyen la acción directa del germen, la respuesta inflamatoria sistémica, la inestabilidad de la placa de ateroma y el agravamiento de la hipoxia atribuible al daño pulmonar.7
Por otra parte, es fundamental dirigir los esfuerzos al diagnóstico y tratamiento temprano para mejorar el pronóstico, así como reducir la mortalidad y las secuelas por COVID- 19, debido a las evidencias que existen de su asociación con enfermedades crónicas como la hipertensión arterial.
En ese mismo sentido, en la etapa pos-COVID-19, las políticas de salud en el mundo deben situar los factores de mal pronóstico de la enfermedad en el centro de la discusión, a fin de concentrar en ellos los procesos de intervención y definir políticas de prevención que minimicen el riesgo en este grupo poblacional.
Las consideraciones anteriores sirvieron de motivación a los autores para realizar la presente investigación con el objetivo de analizar los factores de riesgo cardiovascular asociados a la mortalidad de adultos mayores con COVID-19 del Policlínico Ramón López Peña de Santiago de Cuba.
Métodos
Se realizó un estudio analítico, observacional y retrospectivo, de tipo caso- control, con el objetivo de analizar los factores de riesgo cardiovascular asociados a la mortalidad por COVID-19 entre enero de 2020 e igual mes de 2022.
La muestra estuvo constituida por los 25 adultos mayores del Policlínico Ramón López Peña de Santiago de Cuba que fallecieron por COVID 19 (casos) y por 50 que no fallecieron por esa causa (controles), es decir 2 controles por cada uno de los casos, seleccionados mediante muestreo aleatorio simple.
Se estudiaron como variables los factores de riesgo cardiovascular como edad, sexo y color de la piel, además de las comorbilidades previamente diagnosticadas, entre las que figuraron: hipertensión arterial (HTA), diabetes mellitus, hipercolesterolemia, tabaquismo, alcoholismo, fragilidad, deterioro cognitivo, obesidad, enfermedad renal crónica (ERC) y ancianos solos.
Para la recolección del dato primario, por los propios investigadores, se revisaron las historias clínicas individuales, las historias de salud familiar y se interrogó a los médicos y enfermeras de la familia correspondientes, lo que permitió uniformidad y disminución del sesgo del observador. La información se procesó de forma computarizada y los cálculos de los distintos parámetros y pruebas estadísticas se realizaron a través del programa SPSS, versión 24.
Los resultados se expusieron en tablas de contingencia de 2x2 y se utilizó el porcentaje como medida de resumen para variables cualitativas.
Mediante el análisis de las tablas se obtuvo la razón de productos cruzados (RPC) o riesgo estimado, que es la probabilidad de presentar un suceso o enfermedad siempre que se tenga un factor de riesgo. De igual forma, se calculó el riesgo atribuible en expuesto porcentual (RAe%) o lo que es lo mismo, la fracción etiológica del riesgo (FER), que es la proporción de casos que se presentan en la población atribuido a los efectos del factor. Refleja la reducción que experimentaría la aparición de dicha enfermedad si el factor fuese eliminado. La significación de estos resultados se validó también a través del intervalo de confianza, con 95 % de confiabilidad.
El estudio fue aprobado por el comité de ética del área de salud y se mantuvo la confidencialidad de los datos mediante la codificación de las variables. La información no se empleó para otros fines fuera del marco de la investigación.
Resultados
Como se evidencia en la tabla 1, la edad resultó ser el factor de riesgo no modificable de mayor asociación estadística con la aparición de enfermedad cerebrovascular, con una RPC de 6,0 y RAe % de 83,3 %; mientras que no ocurrió así con el color de la piel y el sexo (IC pasa por la unidad).
Entre los factores de riesgo modificables preponderaron la HTA, el tabaquismo y la obesidad, cuyos valores de RPC y RAe % se describen en la tabla 2, entre otros aspectos.
Los factores de riesgo de la ECV de mayor prevalencia según RPC y RAe% fueron los llamados factores de riesgo modificables, entre los cuales sobresalieron la HTA, el tabaquismo y la obesidad. En la tabla 3 se muestran los valores correspondientes a cada uno de ellos.
Discusión
La identificación de los marcadores de riesgo es importante, pues si bien no es posible adoptar medidas para su eliminación o modificación, ayudan a identificar a los individuos con mayor riesgo de fallecer por COVID-19, mediante el diagnóstico y tratamiento tempranos, lo que en consecuencia justifica la búsqueda de estrategias preventivas más eficaces para proteger a los grupos vulnerables como las intervenciones no farmacológicas (distanciamiento, restricción de movimiento, uso del nasobuco, lavado frecuente de las manos y desinfección de las superficies, entre otros).
Como se explicó anteriormente, entre los marcadores de riesgo de mayor significación estadística predominó la edad. En Santiago de Cuba, la letalidad en personas con más de 80 años de edad fue 75,8 veces mayor que en los menores de 50; en los fallecidos con edades entre 70- 79 años, 36,8 veces mayor y en aquellos entre 60-69 años, 16,3 veces más. Cabe destacar que no se registraron fallecidos menores de 20 años.
En la investigación de Xu et al8 la edad mayor de 65 años fue un predictor independiente de mortalidad a los 60 días del ingreso. De manera similar, otros autores9,10 mencionan a la edad entre los factores de riesgo de complicaciones de la COVID 19.
Con referencia a lo anterior, debe tenerse en cuenta que conforme aumenta la edad, se eleva la incidencia de enfermedades, lo que se atribuye principalmente al incremento de la carga de factores de riesgo identificados y a la disminución de la capacidad para enfrentarse a ellos, por lo que se espera un mayor impacto de la COVID-19 en los grupos de edades más avanzadas.
Durante el intercambio organizado por el Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de La Habana y la oficina del Fondo de Población de Naciones Unidas en Cuba, los ponentes señalaron que el riesgo mayor de morir lo tienen las personas con más de 60 años de edad.11
En esta serie, la HTA resultó ser el factor de riesgo modificable predominante. Así, desde los primeros informes provenientes de Wuhan, se reconocía que era más frecuente en aquellos que no sobrevivían a la COVID-19.12
Los resultados de este estudio son superiores a los de investigaciones internacionales,10,12,13,14) donde la RPC tuvo valores inferiores. En una investigación similar realizada en Cuba,9 el antecedente patológico personal más frecuente fue la HTA.
A juicio de los autores, estos resultados pueden deberse a que, entre las enfermedades crónicas no transmisibles, la hipertensión arterial tiene la tasa de prevalencia más alta en el país, que según datos del Anuario Estadístico de Salud de 2020,15) era de 230,2 y 202,5 por cada 1 000 habitantes en Cuba y Santiago de Cuba, respectivamente.
Por otra parte, el tabaquismo fue la otra comorbilidad de mayor significación estadística; no obstante, su análisis durante la COVID-19 reveló resultados discordantes en otras investigaciones.9,16
Se ha descrito que el riesgo de agravamiento de pacientes con neumonía viral es mayor en los obesos; sin embargo, su relación no está clara con la gravedad de la infección por SARS-CoV-2/COVID-19.17
En esta casuística, la obesidad constituyó un factor de riesgo de significación estadística, superior a lo descrito por Solano et al.13 Estas diferencias pueden obedecer a que los estudios fueron realizados en países diferentes, donde difieren los hábitos nutricionales y, por ende, la prevalencia de obesidad en la población general.
Un dato relevante en la investigación fue la asociación encontrada entre el deterioro cognitivo y la mortalidad por COVID 19; hallazgo similar a los de Gutiérrez et al,18 quienes refieren que los pacientes con dependencia funcional severa y deterioro cognitivo presentaron más riesgo de fallecer.
Estos resultados confirman una vez más las afirmaciones de la Organización Mundial de la Salud que establecen que en las personas mayores la capacidad funcional es el marcador predictivo ideal a escala individual o que la salud en el anciano como mejor se mide es en términos de función.19
También se plantea que la dependencia funcional aumenta el riesgo de muerte a cualquier edad y que en actividades de la vida diaria es el mejor predictor de mortalidad en personas mayores, principalmente cuando son expuestas a una situación de máximo estrés como la hospitalización por enfermedad aguda.19 Durante la COVID-19, dadas las medidas sanitarias implementadas por el sistema de salud cubano, no se permitían familiares acompañantes, de manera que las demandas de estos pacientes, en ocasiones, superaban las capacidades de cuidados.
Factores de riesgos como la diabetes mellitus, la ERC y la hipercolesterolemia no fueron las de mayor asociación, lo que difiere de otras investigaciones.9,12
De los resultados anteriores se deduce que los pacientes con comorbilidades asociadas a la COVID-19 deben extremar las medidas preventivas para evitar el contagio (distanciamiento social, uso del nasobuco y lavado frecuente de las manos), sobre todo en el escenario actual de la nueva normalidad, donde el descenso de los casos puede traer consigo el incumplimiento de dichas medidas; asimismo, se deben mantener estilos de vida saludables, que incluyan una dieta sana, con abundantes frutas y verduras, realizar ejercicios físicos sistemáticamente, abandonar el hábito de fumar y mantener el control de las enfermedades crónicas.
Hoy día es de máxima prioridad la prevención y el control de la hipertensión arterial y de otras enfermedades crónicas no trasmisibles, por lo que el médico y la enfermera de la familia deben considerar estos factores de riesgo como potenciales para el agravamiento de los pacientes con COVID-19.
Los hallazgos demostraron que deben identificarse los pacientes de edad avanzada, hipertensos, fumadores, obesos y con deterioro cognitivo, así como utilizar un enfoque preventivo que permita el diagnóstico y tratamiento tempranos, para evitar así desenlaces fatales por COVID- 19.