INTRODUCCIÓN
La independencia nacional es desde hace más de doscientos años, un discurso permanente en la historia de las naciones, sobre todo en los países aquende los mares, pues son los que han debido proyectar y realizar extensas gestas independentistas. Varela se mantuvo muy atento, durante su formación como Catedrático de Constitución en el Real y Conciliar Seminario San Carlos y San Ambrosio, de la Villa de San Cristóbal de La Habana, y como diputado al segundo proceso constitucional de Cádiz, al desarrollo de las guerras llevadas a cabo contra el yugo español por los ejércitos libertadores en Sudamérica. Reclamaba esa actitud su condición de español de América que ya había comenzado a pensar únicamente desde la identidad de americano.
Félix Francisco José María de la Concepción Varela y Morales (1788-1853). Padre Félix Varela.
Entonces ya Varela cavilaba decididamente en torno a una Cuba independizada de España, que se constituyera en nación cuyo talante fuese el discernimiento ciudadano, porque era -y sigue siendo- el único modo de encarar la tarea del progreso, del avance en la esfera de lo social. Desde esta instancia, si bien no dejó de ser un hombre de su tiempo, también actuó como un adelantado, pues dispuso del periodismo: un oficio que la modernidad tardía elevó a práctica profesionalizada.
El instrumento educativo empleado por Varela fue el periódico independentista El Habanero: creado y editado por él, y que debía entrar en la Isla clandestinamente para, al menos, ser leído por las élites intelectuales, en particular los jóvenes educados y socialmente inquietos y, por tanto, proclives a profesar el sentimiento patriótico: el más sincero de los componentes de la espiritualidad para labrar, primero desde la subversión del orden metropolitano y después desde la revolución social, un futuro mejor para la Cuba independiente y republicana. No es casual entonces que Varela se haya constituido, para la historiografía y el pensamiento social cubano de todos los tiempos, en un paradigma, que es preciso redescubrir una y otra vez. Y esto es una constante desde José Martí hasta la Generación del Centenario.
En este artículo se formularán y analizarán las estrategias educativas llevadas a cabo por Félix Varela en el periódico independentista El Habanero, en el artículo “Espíritu público”, publicado en la revista Bimestre Cubana y en el ensayo filosófico y teológico Cartas a Elpidio sobre la impiedad, la superstición y el fanatismo y sus relaciones con la sociedad, todos publicados en el exilio con el propósito fundamental de pensar una nación cubana robustecida sobre la base de un proyecto educativo.
DESARROLLO
El discurso público independentista de Varela, en su más alta expresión: la eticidad, fue dialogante con otras tendencias políticas del segundo cuarto del siglo xix en la isla de Cuba. Esa eticidad puede ser descubierta también en el discurso político de la Conspiración de Soles y Rayos de Bolívar, por ejemplo, o absolutamente declarada en el periodismo, el epistolario y la comunicación política de José María Heredia. Todo ello aun cuando las respectivas metodologías fueron muy diferentes. Cuando se escoge el camino de la liberación nacional y por ende el de la independencia en la totalidad de los órdenes de la sociedad, no queda otro remedio que asumir la metodología de la revolución en una u otra modalidad o dimensión: bien la revolución por vía pacífica -visible en Varela en momentos muy específicos, o en Mahatma Ghandi en cada circunstancia-, bien la revolución por el camino de la lucha armada -apreciable en la fundamentación que hace José Martí de la guerra justa o necesaria-, precisamente apoyado en una significación muy especial que le confiere Varela a la guerra, la que el Presbítero nunca llegó a hacer manifiesta, pero es atinado recordar que mientras está arguyendo una revolución pacífica en Cuba, también mira con agrado los resultados de las contiendas liberadoras en Iberoamérica.
El periodismo independentista de El Habanero había comenzado a surtir un gran efecto en la juventud criolla ilustrada, compuesta en su inmensa mayoría por exalumnos de Varela en las Cátedras de Filosofía y Constitución, respectivamente, del Seminario San Carlos y San Ambrosio. Y si acaso en el más absoluto de los respetos no alimentaba las inclinaciones por la lucha armada, tampoco las desestimaba. Entonces apareció el axioma que pudiera constituir la teleología de su praxis política: “Pensar como se quiera, operar como se necesita” (Varela, 1977). Y desde esa norma de prédica y actuación se emancipan valores morales tales como la prudencia, la dignidad, la libertad responsable y el colectivismo.
Semejante posicionamiento sociopolítico le confirió el impulso para dedicarse a ayudar a quienes veían en la guerra contra España la única salida viable, aunque fuese a las órdenes de los generales y mariscales de los ejércitos de Colombia y México, ante los cuales Varela siempre albergó cierta desconfianza. Al parecer, tenía alguna dosis de certeza, pues según Eusebio Leal Spengler en el concurso del ejército mexicano en la isla de Cuba tal vez estuviese mediando alguna razón de cálculo.
Desde antes, Varela había identificado las dos verdaderas causas que impedirían un levantamiento en Cuba. Primera: el demasiado acomodamiento de la burguesía, cuyo único desvelo político era susceptible de producirse cuando en los muelles el comercio se tornaba lánguido y eso traía como consecuencia procesos de desaceleración en el crecimiento de las arcas de los esclavistas y de los propietarios y comerciantes no precisamente ricos, pero sí prósperos. Segunda: el exceso de lazos de consanguinidad entre militares de la Península y jóvenes criollos acaso yernos de esos militares o cuñados. Precisamente en El Habanero llama la atención acerca de la imposibilidad moral de levantar el fusil, apuntar y mucho menos disparar contra un familiar o contra el familiar de una novia o esposa. No era ese el panorama sociodemográfico y antropológico de los países sudamericanos, en los que la depredación española en los pueblos originarios es todavía actualmente una herida sangrante y hasta purulenta que, en instantes determinados, es capaz de exacerbar las pasiones por el desentendimiento histórico como consecuencia de la expoliación tutelar que practicó España en sus colonias de ultramar.
El común denominador entre los valores morales divulgados por Félix Varela y otras tendencias políticas presentes en la isla de Cuba en la primera mitad del xix estriba acaso en que ese fue el siglo de nuestro Iluminismo. Así llamó más de una vez monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal al Novecientos. Mucha razón le asiste al humanista imperecedero si se examinan los aparatos categoriales explícitos en el periodismo de José María Heredia o en la sociología de José Antonio Saco, en la obra literaria de ficción de Cirilo Villaverde, en la poesía de José Jacinto Milanés, en el pensamiento filosófico y pedagógico de José de la Luz y Caballero.
Probablemente sea redundante hablar de diálogo entre los valores morales presentes en el discurso público independentista de Varela y el pensamiento político de Heredia, de Luz y Caballero, y de Milanés, respectivamente, porque sería un intercambio de consenso expedito debido a que los cuatro se orientaban definitivamente hacia el independentismo. No sucede igual con Saco, cuya definición política fue aclarándose luego de traspasar una neblina que pudiera identificarse con el positivismo economicista, en el que no consiguió hallar, en el ámbito de lo social, un lugar digno para las personas de la raza negra, ya libres de la esclavitud. Pero también es cierto que en Memorias sobre la vagancia en la isla de Cuba se pueden identificar y sistematizar un número visible de los valores morales enaltecidos por Varela en relación con los puntos del comportamiento individual y social para una Cuba a todas luces moderna.
El diálogo entre la moralidad vareliana y el pensamiento político-social de Saco y Villaverde, respectivamente, presenta, al igual que en Varela, como zona común, la cultura, el arte, el pensamiento aristotélico que la filosofía clásica alemana elevó de manera magistral para fundamentar la pasión de La Bastilla en 1789. La Modernidad se fragua entre la inspiración francesa y el sosiego productivo de las neuronas alemanas en el ocaso del xviii y el primer cuarto del xix. El pensamiento alemán -desde Schelling y Schopenhauer, pasando por Kant y Hegel hasta los discípulos de este: Krause, por ejemplo-, logró discernir con meticulosidad cercana al paroxismo las tres categorías clásicas de la estética como disciplina académica. El resultado de tal disección metateórica consiguió embadurnar la producción artística en los albores de la Modernidad y de ahí pasó al sistema de ideas, específicamente a la corriente del liberalismo avanzado posrevolucionario en Europa occidental.
En relación con la isla de Cuba, debe recordarse también que desde antes del xix se produjo la visita -el paso, pudiera decirse- de intelectuales franceses y alemanes por La Habana (Alejandro de Humboldt fue uno de ellos), quienes después manifestaron en la comunicación pública el asombro por la existencia de una ilustración raramente alta en la población burguesa y aristocratizada de la villa de San Cristóbal de La Habana. Era la ilustración dieciochesca perfectamente acendrada en la nobleza habanera.
Al mismo tiempo, la operacionalización sistémica de las tres categorías de la estética (lo bello, lo verdadero y lo bueno) se fue haciendo recurrente durante la primera mitad del xix por el ensanchamiento del espacio de lo público en La Habana: villa en la que ya existían y funcionaban a plenitud los espacios comunicativos de la alta cultura sostenidos para la multiplicación y la posteridad que garantizaba la eficacia de la imprenta. Era la relación entre la prensa periódica, las imprentas para la edición de libros, la educación universitaria y la del Seminario San Carlos y San Ambrosio, más la acción de la Sociedad Patriótica de Amigos del País. Después se puede advertir la estratificación social tras la aparición de nuevas figuras laborales en el comercio citadino, en la artesanía, la sastrería y la barbería. Muchos de estos nuevos practicantes de oficios eran mulatos libres. Ante el panorama novedoso, la vertebración de lo bello, lo bueno y lo verdadero se hacía más recurrente. A través de estos presupuestos filosóficos y sociológicos dialogaron la eticidad vareliana y la acción política en Cuba durante la primera mitad del siglo xix.
Como resultado de lo anterior, Félix Varela fue el autor perfectamente posicionado en el panorama ideológico de la isla de Cuba y, por lo tanto, en los debates políticos de entonces. En torno a lo segundo, puede decirse que existen dos instantes para definir el rumbo del discurso de Varela dentro de la comunicación pública de la época. El primero es el del Varela autonomista -ya declaradamente liberal- dentro de España; el segundo el del independentista radical que se dedica a pensar la Cuba republicana: libre de toda hegemonía española. Ese es el instante en el cual proclama: “Me gustaría ver a Cuba tan isla en la política como en la naturaleza”.
El primer Varela es el profesor de Filosofía y de Constitución en el Seminario San Carlos y San Ambrosio. A partir de mediados de la década de 1810 comienza a publicar conferencias, tratados filosóficos y teológicos, así como las Lecciones de Filosofía, libro al que Ambrosio Fornet no vaciló en distinguir como el best seller más importante en el universo editorial cubano de la época. Tanto fue así que en el lapso de veinte años resultó reeditado cincuenta veces en imprentas perfectamente reconocidas dentro del espacio público cubano, pues gozaban de la legalidad colonial. Casi tres generaciones de criollos se formaron leyendo ese libro. La inmensa mayoría de esas reediciones se realizó ya con Varela exiliado en Estados Unidos de América y colocado en el centro del acoso tanto de la corona española como del Vaticano, más exactamente del Santo Oficio. Por los años en que comenzaron a sucederse las reediciones de Lecciones de Filosofía, Varela estaba redactando, editando y circulando en la isla de Cuba El Habanero. A partir de ahí, el propio Fernando VII decidió emprenderla contra él y contra el obispo Espada. La censura era absolutamente férrea y se conocía acerca de las persecuciones demoníacas a sacerdotes sudamericanos simpatizantes de la independencia en sus respectivos países.
Un tanto diferente sucedió con la publicación del ensayo Cartas a Elpidio sobre la impiedad, la superstición y el fanatismo y sus relaciones con la sociedad, pero también está marcado por la contrariedad. El primer tomo se publicó primero en la Península y después en la isla de Cuba. Ese pequeño volumen tuvo una acogida notablemente buena; el segundo, sin embargo, apenas ganó lectores. Era ya el año 1838. En la literatura, para esa fecha, aunque todavía existía apego por el género epistolar tanto en la novela como en la crónica, lo cierto es que el discurso filosófico de Varela, en unas misivas signadas por un tono pletórico de lirismo, desde el punto de vista editorial ni tan siquiera dio dividendos para la recuperación de los gastos de impresión y mucho menos para igualar la efectividad propagandística del periódico El Habanero, eso, según criterios de Raimundo Lazo. El segundo tomo resultó un rotundo fracaso editorial. Tanto fue así que Varela, al parecer, decidió no escribir el tercer tomo, dedicado al análisis del fanatismo.
De todas maneras, Varela prosiguió ejerciendo el periodismo en varias publicaciones católicas de Estados Unidos de América, en las que combatió frontalmente el empuje del protestantismo: realidad eclesial que sí le preocupaba sobremanera y que, dicho sea de paso, constituía una mediación muy fuerte en la transformación de la esfera pública de Estados Unidos. Como le alarmaba también el auge de la francmasonería: hermandad a la que dos décadas después miraron animosamente todos los patricios cubanos imbuidos de las ansias libertadoras de la Revolución Francesa y completamente decepcionados por la santificación que la Iglesia Católica en la isla de Cuba reservó para la gestión de la Metrópoli.
Tanto el Vaticano como la corona española seguían de cerca la comunicación pública de Félix Varela ejercida dentro del periodismo católico estadounidense, publicada casi toda en inglés. También en Estados Unidos editó junto a José Antonio Saco El Mensajero Semanal: publicación que tenía el objetivo de continuar la educación cívica del cubano. Luego, como premonición de lo que sería Cartas a Elpidio…, publicó en la Revista Bimestre Cubana, dirigida por José de la Luz y José Antonio Saco, el artículo ensayístico “Espíritu público”: texto en el que formula las estrategias educativas primarias para que todo intelectual cívico, responsable y patriota, tomara conciencia de las posibilidades que ofrece la esfera pública como zona de activación de la conciencia ciudadana.
La impronta de la obra independentista de Félix Varela: la sociedad como proyecto pedagógico
En sus artículos de El Habanero, el Presbítero no convocaba a las personas desposeídas de bienes materiales a colaborar en lo que Ibarra Cuesta llama “el movimiento independentista”. El proselitismo separatista en todos los estratos de la sociedad cubana de la época sí era visible en el discurso público de José Francisco Lemus, quien enfatizaba en la distribución de la renta sin los impuestos que soportan opresivamente el bracero y el navegante.
Por esa fecha, Varela ya no escribía para su generación sino para la siguiente. Las diferencias temporal y contextual no constituían impedimento ni freno para el Clérigo independentista, pues todo el tiempo tuvo conciencia de trabajar para el futuro de Cuba. Si los artículos de El Habanero exhibían el tono directo en una prosa periodística enmarcada dentro de la comunicación política, en Cartas a Elpidio… apeló a la lírica como recurso para acercarse a la nueva generación de intelectuales criollos residentes en la Isla, cuyas vocaciones patrióticas eran tangibles.
Únicamente se puede desear la independencia si en lo cotidiano se ejerce la libertad. Varela practicaba la libertad. Siempre la procuró para pensar y educar, aún respecto a la Iglesia, en su condición de protectora del escolasticismo, que no estimulaba la investigación y la síntesis de las ideas. También sostuvo que la individualidad debe encaminarse hacia la existencia virtuosa. El ejercicio de la virtud, en consecuencia, es camino conducente a la objetivación del sujeto. Al respecto, es preciso apelar a la libertad como recurso para obtener una buena educación. Es decir, para lograr una persona virtuosa es sensato educarla con absoluta libertad en las humanidades, pero dentro del cristianismo católico aunque, eso sí, la Iglesia debería mantenerse al margen de las instituciones con arbitrio para tomar decisiones de índole académica. Para el Presbítero, el individuo es por naturaleza libre. La perspectiva cristiana, aun cuando la Iglesia es una institución de poder, cuya autoridad está dispuesta piramidalmente, no debe disminuir la facultad del sujeto social para expresarse con libertad en el espacio de lo público. Pero los tiempos de Varela eran también los del Santo Oficio: una institución completamente empoderada para manejar las conciencias a favor del sostenimiento del ancien regime. Por tanto, le viene conferida una potencialidad para la creación con el objetivo de contribuir al desarrollo humano, aunque en esto no desestime la mediación de la Iglesia como irradiadora del cristianismo. Por tanto, se trata de educar al individuo a través de una actividad creadora tendente a las generosidades que demanda el cristianismo. Varela reconoce la autoridad de la Iglesia y, como ya se puede ir atisbando, apuesta por una Cuba despegada del laicismo resultante de la Revolución Francesa.
El mundo natural, es decir, la naturaleza, es el primer indicador para estimular el análisis. Exactamente, la naturaleza dirige al individuo. La postura es absolutamente filosófica y encuentra asideros en Aristóteles, pues se afana en emancipar el contenido de las tres categorías de la estética como disciplina académica: lo bello, lo verdadero y lo bueno en el mundo natural primero. Aquí la cuestión es sublimar la sensorialidad como trasmisora de un universo de realidades que luego será menester fundamentar a través del conocimiento científico. En consecuencia, la atención a la sensorialidad ante los estímulos de la naturaleza es otra expresión de la moral vareliana como metodología para distinguir el bien del mal.
Actualmente puede afirmarse que el cubano cívico que preconizaba Varela es una conjunción perfilada del sujeto racional de Alain Touraine en Crítica de la Modernidad y el sujeto objetivado de Michel Foucault en Hermeneutica del sujeto. Los dos franceses enaltecieron en el ámbito de lo social la decisión del individuo de obrar con apego al ejercicio de la crítica permanente. Varela, un siglo y medio antes, fundamentó un sistema moral de matriz moderna en el periódico El Habanero, cuyo primer destinatario no es solo el colectivo social sino la conciencia individual, a la cual convoca a la estructuración de un pensamiento social para conducir hacia el republicanismo a una Cuba soberana. Se trata de forjar un individuo capaz de ejercer una acción que beneficie a la patria.
La metodología de Varela entendía el desarrollo de la sociedad por medio de un proyecto pedagógico a través del que llegase a la razón el júbilo por la búsqueda del bien. Para esto tenía muy clara la existencia del instrumental idóneo destinado a la consecución del bien social, en primera instancia, así como la metodología para estimular el deseo de realización del bien social, en segunda instancia. Al primero lo ubicó dentro de las ciencias políticas, puesto que estas proveen las herramientas necesarias para articular la acción social; a la segunda le llamó espíritu público, que consideró una consustancialidad de la naturaleza humana, solo que es necesario enaltecerlo, convertirlo en talante del sujeto sobre la base del fomento y la irradiación de un ethos que sería el resultado de la divulgación jubilosa de valores morales tales como la virtud. Para Varela quedaba claro que el espacio público debía estar mediado por prácticas culturales concebidas a manera de estrategias educativas destinadas a la reproducción cultural.
El esfuerzo por irradiar el espíritu público denota en Varela a un intelectual con una vocación política iniciada en el ejercicio de la docencia en el Seminario San Carlos y San Ambrosio cuando era catedrático de Filosofía y Constitución, respectivamente. El discurso público del docente halló espacio en la tribuna de la Sociedad Económica de Amigos del País y, finalmente, ya radicalizado como independentista en busca de una Cuba libre del dominio español, en el periodismo y el ensayo. Varela consideraba que la ilustración y la moralidad son las dos fuentes valiosas del bien público. La explicación llega a través de un diagnóstico realizado por el Presbítero en Cartas a Elpidio…, el que parece radicar en el desconocimiento de la fuerza de la recta razón, o sea, en el distanciamiento entre el sentimiento y la razón. Como antídoto, Varela recomendaba la purificación de las costumbres y la divulgación de las luces. La suma de ambas acciones conllevaría la disminución de los errores.
CONCLUSIONES
Las estrategias educativas para la Cuba posterior a su existencia, Varela las pensó en la elevación de ese espíritu público, al cual definió apoyándose en el amor a la patria y por ende en el deseo de cooperación para la búsqueda del bien que constituye una divisa de los pueblos morales y cultos. El espíritu público es el resultado de una labor mancomunada en la construcción de las leyes por medio de la pasión y la sabiduría política de las almas nobles. La articulación de esa voluntad nada más es posible en la sociedad moderna con el establecimiento de la esfera pública. En ella se enaltece la virtud y se repudia el crimen. La primera es celebrada y el segundo no ha de encontrar modo de pasar impune.