Introducción
La formación de profesionales competentes en las universidades médicas es una meta compleja, donde llevar las teorías educativas a la práctica es un proceso fundamental.1 Tamaña empresa implica, inexorablemente, fraguar en el estudiante suficientes aptitudes investigativas para que, al terminar el pregrado, este constituya un investigador con las armas suficientes para contribuir a la producción de nuevos conocimientos científicos.
Según Pernas Gómez, citado por González Argote,1 la inclusión de la investigación científica estudiantil con carácter curricular ha sido históricamente un reclamo por parte de los estudiantes y profesores, pues además de flexibilizar el currículo, daría solución a la probada dificultad de nuestros egresados para diseñar y ejecutar un proyecto de investigación con calidad.
Los estudiantes que investigan en el pregrado continúan después de graduados, con más posibilidades de tener éxito en su desempeño profesional.2) En la investigación científica el estudiante tiene que aprender que esta se inicia con una idea nueva, se estructura como hipótesis, la cual se acepta o rechaza en función de los resultados, y culmina con la publicación de estos últimos.1
Según estudios realizados en países latinoamericanos, citados por González Argote y otros2, son pocos los estudiantes de medicina que llegan a publicar sus trabajos en revistas indizadas.
Taype Roldán, citado por Lazo Herrera3 plantea que tal situación refiere la probabilidad de que algunas revistas menosprecien los trabajos estudiantiles, a tal punto de rechazarlos sin revisarlos. Los motivos pueden ser diversos; entre ellos, el desconocimiento de la importancia de que un estudiante publique, o la consideración anticipada de que la calidad de la investigación será pobre. Este autor también referencia a Hernández García, quien plantea que la mayoría de las revistas médicas cubanas no aceptan artículos en los que aparezcan estudiantes como primeros autores, por considerarlo un indicio de falta de rigor metodológico; mientras que otras ni siquiera aceptan un trabajo en el que aparezca tan solo un estudiante, a pesar de no ser este el autor principal del mismo.
Ello ha motivado un llamado a los equipos editoriales de revistas médicas nacionales, por parte de una creciente masa de jóvenes cubanos investigadores de la salud, a que se tenga en cuenta la calidad y no las categorías científicas, investigativas y/o docentes de los autores durante el proceso editorial. Publicar artículos científicos le permite al estudiante, en definitiva, finalizar el proceso de investigación, desarrollar su criterio científico y ampliar su hábito investigativo, a la vez que genera satisfacción al incrementar su prestigio y reputación en la ciencia.2
La negativa de muchos equipos editoriales de aceptar la producción científica estudiantil da testimonio de cuánto se subvalora aún la calidad y rigor metodológico del trabajo desplegado por el estudiante investigador, incluso cuando este se desarrolló bajo la tutela de experimentados profesionales. Es expresión de la baja percepción que existe aún sobre la importancia de motivar la actividad científico-investigativa desde las más tempranas etapas del pregrado. ¿Será qué, del talento estudiantil, no pueden emanar relevantes aportes al conocimiento científico?
Una mirada a la historia de las ciencias médicas revela que, en efecto, excepcionales contribuciones han provenido de talentosos y trabajadores estudiantes. Resulta inevitable citar la insulina, el esfínter hepatopancreático, las células dendríticas, los islotes pancreáticos, entre otros.4,5
Se concluye que con esta investigación se procuró describir la contribución científica estudiantil al conocimiento básico, clínico y quirúrgico del sistema cardiovascular.
Métodos
Se realizó un estudio de revisión bibliográfica en los idiomas español e inglés, en el período comprendido de 1990 a 2021, con el empleo del motor de búsqueda Google Académico.
Con base en el conocimiento precedente de los autores sobre el tema, se emplearon de forma intencionada los siguientes términos (y sus equivalentes en idioma inglés): producción científica estudiantil, publicación estudiantil, descubrimiento, historia, descubrimientos por estudiantes de medicina, Raynaud, fenómeno de Raynaud, nodo sinusal, nodo sinoauricular», nodo sinoatrial, flack», heparina, McLean, bomba de rodillos de DeBakey, DeBakey, catéter de Fogarty, catéter-balón de Fogarty, «Fogarty». Con combinaciones entre los mismos y con operadores booleanos, se diseñaron y aplicaron varias estrategias de búsqueda.
De los artículos recuperados, se incluyeron las revisiones bibliográficas en español o inglés que abordaran la historia del descubrimiento científico estudiantil en cuestión, o que trataran sobre la producción científica estudiantil cubana o internacional.
Fueron excluidos todos los artículos que no pertenecieran a revistas con revisión por pares e indexadas en, al menos, una base de datos reconocida.
Luego de aplicar criterios de inclusión/exclusión, se seleccionaron 16 artículos de revisión bibliográfica, cuyo contenido fue analizado de forma crítica, y sintetizado.
Contribución científica estudiantil
Algunos de estos estudiantes brillantes, avanzaron hacia el éxito en su ulterior desarrollo profesional; otros se vieron envueltos en perniciosas disputas sobre prioridad, autoría y reconocimiento, o fueron simplemente superados por sus adversas circunstancias personales y familiares. Lo que sí resulta incuestionable es que su ejemplo constituye testimonio imperecedero de lo que puede ser logrado por un estudiante motivado por la investigación.4
Raynaud y el fenómeno que lleva su nombre
El francés Auguste Maurice Raynaud (1834-1881) es considerado una figura relevante en la historia de la medicina por su tesis “Asfixia local y gangrena de las extremidades ˮ (1862), en opción a su título de grado como médico. En esta describió lo que, en la actualidad, se identifica con el epónimo: fenómeno de Raynaud.6
Aunque en 1874 elaboró una segunda edición ampliada, con historias clínicas complementarias y estudios experimentales, fue su artículo original el que le ganó un lugar distinguido dentro de las ciencias médicas. En este estudio inicial incorporó 25 reportes de casos, fundamentalmente de pacientes femeninas, en los que describió el distintivo cambio trifásico de color en las extremidades (palidez, cianosis y rubor) y su conexión con la parestesia, la gangrena local y/o el dolor reumático. Señaló la importancia de la exposición al frío e, incluso, a una simple emoción, como factores causales. También planteó que los síntomas se caracterizaban por una tendencia a la simetría.4,6
En el prefacio de su tesis de 1862, Raynaud se expresó con gran humildad acerca de la contribución a la medicina que realizaba. Reconoció que el conjunto de síntomas que él abordaba ya había sido anteriormente observado por otros autores, enfatizó en las limitaciones de su estudio y renunció a la intención de reclamar el derecho de autoría sobre cualquier otra adición al conocimiento de la entidad que él había identificado. Lo contentaba el simple hecho de describir una nueva enfermedad y darle un nuevo nombre a este conjunto sintomatológico.6
La tesis de Raynaud provocó gran revuelo en La Sorbona de París, aún era un interno y defendió sus planteamientos ante las fuertes objeciones de Gandar, miembro de la famosa academia Saint-Marc Girardin. Aquellos debates tomaron horas y permanecieron en la memoria de quienes los presenciaron.7
No fue hasta la década de 1890, que la enfermedad de Raynaud entró en la terminología médica por primera vez, con las contribuciones de Jonathan Hutchinson. Los cuestionamientos de Hutchinson acerca de la definición de la entidad, las múltiples y variadas formas aplicables a los nexos sintomatológicos establecidos, así como su preferencia por el término fenómeno en lugar de enfermedad, esbozaron los debates que, en sucesivas generaciones, continuarían emergiendo a la luz de lo planteado por Raynaud.6,8
Raynaud no solo se destacó en la medicina; también logró un doctorado en literatura. En su etapa de interno, ganó múltiples medallas. En 1866 alcanzó la categoría de Profesor Asociado. Pese a que todo esto le auguraba un futuro brillante y prometedor, ello no llegó nunca a materializarse, lo cual pudo haber estado asociado a su ferviente catolicismo o a su crítica pública a la Facultad de Medicina. Cuando, posteriormente, sus méritos fueron reconocidos y resultó electo a la Academia de Medicina en 1879, ya había publicado más de 50 artículos sobre investigación clínica.4
El nodo de Keith y Flack
En 1903, el anatomista Arthur Keith (1866-1955) rentó una vivienda en Bredgar (Kent, Inglaterra). Allí conoció a un bodeguero de apellido Flack, cuyo hijo de 20 años, Martin, estaba interesado en estudiar medicina. Keith le aconsejó al joven Martin Flack (1882-1931) que fuera al hospital de Londres. Allí iniciaron estudios que eventualmente confirmaron los trabajos de Tawara, quien describió en 1906 el nodo atrioventricular.4,9
Esto los motivó a examinar, durante las vacaciones de verano de 1906, otras regiones del corazón de varios animales en busca de otras regiones similares con musculatura peculiar. En tal empeño, el joven estudiante Flack descubrió algo que él y su tutor reportaron como un notable remanente de fibras primitivas que persistieron en la unión atrioventricular del corazón de todos los animales que estudiaron. Las describieron como fibras estriadas, fusiformes, con núcleos elongados y bien definidos, con disposición plexiforme, e incluidas en tejido conectivo denso, con inervación autonómica e irrigación arterial propia. Todo ello guardaba especial similitud con lo descrito por Tawara.8)
También infirieron que el ritmo dominante del corazón iniciaba en esta agrupación de fibras. Aquel descubrimiento permitió completar el sistema excitoconductor del corazón y le dio una respuesta anatómica a la interrogante: ¿por qué late el corazón?8 En la actualidad, el nodo sinoauricular (SA), o de Keith y Flack, es considerado el marcapasos fisiológico del corazón.10
En lo sucesivo, Arthur Keith gozó de una carrera como reputado anatomista y experto en antropología. El estudiante Martin Flack se graduó como médico en 1908 y posteriormente ejerció como fisiólogo conferencista en el hospital de Londres. Allí estudió los efectos vigorizantes del oxígeno en atletas y continuó sus investigaciones sobre el nodo SA. Posteriormente, participó en la Primera Guerra Mundial como médico, fue nombrado First Director of Medical Research for the Royal Air Force y jamás abandonó la fisiología cardiorrespiratoria como su línea de investigación principal.4
Un anticoagulante natural y la disputa acerca de su descubrimiento
La historia de la heparina está llena de nombres, fechas, lugares, investigaciones y anécdotas. Como bien resume Rocha, citado por Lozano Sánchez y otros.11 En la historia solo un número muy limitado de fármacos marcaron un hito en la mejora de la atención a los pacientes; la heparina sin ninguna duda pertenece a este selecto grupo.
En 1916, en la Facultad de Medicina de la Universidad John Hopkins (Baltimore, Estados Unidos), Jay McLean (1890-1957), estudiante de Medicina de segundo año, se encontraba trabajando bajo la tutela del fisiólogo William Henry Howell, cuyo principal interés investigativo se centraba en las sustancias que regulan la coagulación sanguínea.12
McLean examinaba la pureza química de preparados con cefalina. Irónicamente, mientras realizaba estos estudios sobre procoagulantes, logró extraer, de hígados caninos, fosfátidos con aparentes propiedades anticoagulantes in vitro y que producían sangrados excesivos en animales de laboratorio.12
Howell se mostró inicialmente escéptico con el descubrimiento de su discípulo, pero se convenció cuando observó cómo la sangre fresca de un gato no coagulaba al agregar la sustancia descubierta por el estudiante. Howell estudió dicho factor tisular, y le dio el nombre de tromboplastina.11
En octubre de 1917, luego de un tiempo en la Universidad de Pensilvania, McLean regresó a Baltimore, y en lugar de continuar investigando los fosfátidos anticoagulantes que había aislado el año anterior, decidió dedicar sus esfuerzos al estudio de la cefalina, cuyas propiedades procoagulantes parecían de mayor utilidad en medio de la Gran Guerra.12
Sin embargo, Howell sí continuó el trabajo con anticoagulantes y, en 1918, junto a otro estudiante de Medicina (L. Emmett Holt, Jr.), aisló otro anticoagulante soluble de naturaleza lipídica, aparentemente distinto al descubierto por McLean dos años antes, y lo llamó «heparina», del griego hepar (hígado), por haber sido inicialmente obtenido del tejido hepático.12
Antes de 1940, existía un concepto generalizado en la comunidad médica de que Howell era quien había descubierto la heparina. McLean realizó varias conferencias nacionales y escribió numerosas cartas reclamando su descubrimiento, pero mantuvo esta campaña en forma discreta hasta que Howell murió en 1945, debido a que no quería entrar en controversias con él, dada la larga relación laboral que habían tenido.11,13
Su reconocimiento como descubridor de la heparina fue solo después de su muerte, cuando en 1963 fue colocada una placa de bronce en el Departamento de Farmacología de la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins, que dice Jay McLean, MD, 1890-1957. En reconocimiento a su importante contribución al descubrimiento de la heparina en 1916, como estudiante de segundo año de medicina, en colaboración con el profesor William H. Howell.11,13
McLean se graduó como médico en 1919. Ejerció como cirujano en la famosa escuela de cirugía Halsted, pero posteriormente pasó a dedicarse a la radioterapia. Parece ser que vivió una vida profesional y académica frustrada y oscura. Sus esfuerzos de investigación con heparina fueron esporádicos y no obtuvieron ningún resultado relevante. En 1943, la utilizó para preservar un miembro gangrenado y evitar la amputación. En 1957, el Dr. Irving Wright, organizó un simposio histórico sobre la heparina, le pidió que escribiera su recuerdo de los acontecimientos de 1916; pero no pudo completar su historia, pues falleció a causa de un infarto de miocardio ese mismo año.11
DeBakey y su bomba de rodillos
La bomba de rodillos de DeBakey fue el dispositivo que posibilitó la primera operación exitosa a corazón abierto en 1953. Fue diseñado para su uso en transfusiones directas donante-receptor por Michael DeBakey (1908-2008) cuando este era aún un estudiante de Medicina, en la década de 1930. Aunque con la subsecuente aparición de la sangre citratada este dispositivo se volvió obsoleto para transfusiones, fue de inestimable importancia para la posterior constitución del baipás cardiopulmonar (máquina corazón-pulmón).14
Las bombas de rodillos se habían utilizado para transfusiones desde la década de 1870, pero sufrían el problema del arrastre de los tubos a lo largo del circuito de rodillos. DeBakey, en el dispositivo que diseñó, unió una brida plana a un tramo de tubo de goma y lo ancló entre los rodillos. El tubo fue posteriormente lavado con vaselina líquida estéril y permitió el paso de hasta un litro de sangre desde el donante hasta el receptor en una sola sesión. Para evitar el reflujo se empleó un trinquete en el aparato; y para medir la cantidad transfundida, un dispositivo de conteo que aparece en la figura 1.14
Al terminar su residencia, DeBakey fue a estudiar a Europa, donde conoció a eminentes cirujanos; entre ellos, el Dr. Alton Ochsner, con quien publicó uno de los primeros artículos sobre la asociación entre el cigarro y el carcinoma de pulmón. Destacó durante la Segunda Guerra Mundial por la organización del Grupo Quirúrgico Auxiliar, que permitió el tratamiento de los heridos en la primera línea de combate. En la Escuela de Medicina de Baylor (Houston, Texas, Estados Unidos) logró constituir un equipo formado por el Dr. Oscar Creech, el Dr. Denton Cooley y el Dr. Stanley Crawford, que se convirtió en el más innovador y productivo grupo de cirugía cardiovascular en el mundo, al punto de llegar a convertir a Baylor en el epicentro internacional de esta especialidad.15
En la década de 1950 realizó varias hazañas médicas, como la primera endarterectomía carotidea (1953) y el empleo de un material denominado Dracon como reemplazo aórtico, lo cual constituye uno de los mayores avances de la cirugía vascular. En cuanto al tratamiento de disecciones aórticas, se convirtió en la autoridad mundial en el tema, de lo cual da testimonio la globalmente aceptada clasificación DeBakey sobre disecciones aórticas. En la década de 1960 comenzó a trabajar con los dispositivos de asistencia ventricular izquierda y con corazones completamente artificiales. En 1968, participó en el primer trasplante múltiple de órganos. En este mismo período, fue un férreo defensor de los seguros médicos; según sus ideales, el gobierno estaba en la obligación de brindar asistencia de salud a todos los ciudadanos que lo necesitasen.15
A los 90 años abandonó la cirugía. A los 97 años fue operado, irónicamente, a causa de una disección aórtica, tema en el cual él era una autoridad mundial, con más publicaciones al respecto que cualquier otro investigador. La muerte lo alcanzó dos años después, casi al llegar al centenario de existencia, en plenitud de sus facultades mentales.15 (Fig. 1).
El catéter-balón de Fogarty
El propio Dr. Thomas J. Tom Fogarty, en un interesante artículo, relata la historia de su catéter, que comenzó cuando era estudiante de Medicina en la Universidad de Cincinnati (Estados Unidos), al observar los pobres resultados del tratamiento de las isquemias agudas (amputaciones en el 50 % de ellas). Un día, el Dr. Cranley, su primer mentor, le pidió que pensara en una manera de hacerlo mejor.16
En 1959, un año antes de graduarse como médico, Fogarty le sugiere a Cranley insertar un globo en el extremo de un catéter ureteral. La fase experimental de este dispositivo dio paso al primer caso real: una mujer de mediana edad, con cardiopatía reumática y embolismo en la arteria ilíaca común izquierda. El Dr. Cranley indicó la cirugía bajo anestesia local y asumió la responsabilidad de ayudar al Dr. Krause para que este practicara la embolectomía. El procedimiento duró unos 30 min. Al finalizar, coincidieron en que la extracción de coágulos había sido mejor que en otras ocasiones.16
La aceptación de esta nueva tecnología no fue fácil. Fogarty intentó publicar sus experiencias, pero fue rechazado por prestigiosas revistas estadounidenses. Los editores contestaban que su procedimiento era peligroso (por la posibilidad de que el balón lesionara el endotelio e indujera trombosis) y que su dispositivo era inferior a los ya conocidos. Afortunadamente, a instancias del Dr. Cranley, el consejo editorial de Surgery, Gynecology & Obstetrics publicó un breve artículo, de dos páginas y dos ilustraciones que aparecen en la figura 2. Dos años después, una segunda publicación (Annals of Surgery) explicaba con todo tipo de detalles la técnica de embolectomía con el catéter-balón y los resultados en 50 pacientes. A las referidas dificultades para su publicación, se unieron las relativas a la comercialización del dispositivo. En 1969, Fogarty logró patentarlo y a Edwards Life Sciences (Irvine, California, Estados Unidos) se le concedió la patente para fabricarlo. A partir de 1970 la adopción del dispositivo fue rápida y generalizada.16
Como cirujano cardiovascular, Fogarty continuó inventando dispositivos médicos, varios de los cuales le hicieron recibir importantes premios. Ha publicado 180 artículos científicos y capítulos de libros. Fue presidente de la Sociedad de Cirugía Vascular (1995-1996). En 1980 fundó Fogarty Engineering, Inc., posteriormente fundó/cofundó/presidió muchas empresas y compañías de investigación sobre nuevas tecnologías y dispositivos médicos. Es propietario de más de 160 patentes. Durante 14 años fue profesor y cirujano cardiovascular en la Universidad de Stanford.4,16
La contribución de Fogarty, con su catéter-balón, condujo a una reducción de la morbilidad y de la mortalidad en los embolismos arteriales de las extremidades (antes de Fogarty, la tasa de éxito era del 40-50 %). Actualmente, su catéter es el estándar para embolectomías y trombectomías. Se le estima un uso de 300,000 casos al año, y ha salvado la vida/extremidades de unos 20 millones de pacientes en todo el mundo. Además, potenció el concepto de la cirugía poco invasiva, por lo que Fogarty debe ser considerado uno de los pioneros de la cirugía de mínima invasión16 (Fig. 2).
Se concluye que los ejemplos abordados en esta investigación hacen constar cómo el aporte científico estudiantil, desde hace más de dos siglos, con frecuencia ha tenido que enfrentarse a formidables obstáculos de reconocimiento y crédito, cuyos orígenes no estriban en la relevancia per se del descubrimiento o la invención, sino en la arraigada creencia de que la falta de calidad científica es inherente a la producción investigativa estudiantil.
Cuando el talento del educando universitario es encauzado e incentivado por los tutores adecuados, de él pueden emanar extraordinarias contribuciones al conocimiento científico.