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Universidad de La Habana

versión On-line ISSN 0253-9276

UH  no.278 La Habana jul.-dic. 2014

 

ARTÍCULO ORIGINAL

La formación de valores en jóvenes universitarios

 

The Formation of Values in University Young Students

 

 

Laura Domínguez García

Facultad de Psicología, Universidad de La Habana, Cuba.


RESUMEN

El presente artículo pretende, en primer lugar, ofrecer una serie de consideraciones teóricas en torno a la formación de valores en jóvenes universitarios y, en segundo lugar, abordar la labor del profesorado cubano en nuestras universidades. En tal sentido, se argumentará que el trabajo educativo, político e ideológico no puede ser estandarizado ni realizarse de manera uniforme, sino adecuarse de manera flexible y creativa al contexto en que se realiza y a las necesidades de las personas hacia las que va dirigido.

 

PALABRAS CLAVE: desarrollo moral, personalidad, trabajo educativo.


ABSTRACT

The present article is aimed at, firstly, providing a series of theoretical considerations about formation of values in university students, and, secondly, to analyze the Cuban professors' job in our universities. Thus, it will state the fact that the educational, political, and ideological work cannot be either standardize, or performed in a uniformed way, but rather it should flexibly and creatively adequate itself to the context within it takes place, and according to the needs of persons aimed at.

KEYWORDS: moral development, personality, educational work.


 

 

Introducción

El principal propósito de la educación superior cubana consiste en la formación de la personalidad de los jóvenes que se desempeñarán como futuros profesionales, los cuales constituyen una parte importante del relevo que dará continuidad a las conquistas y principios defendidos y enarbolados por la Revolución. Sin embargo, este propósito es una tarea bien difícil de llevar a la práctica, pues implica desarrollar en ellos una preparación académica e investigativa, en términos de conocimientos y habilidades, acorde con el progreso científico-técnico de la época en que vivimos y, también, un compromiso personal real, encauzado en un trabajo responsable y eficiente, en pos de contribuir a la solución de las necesidades y problemas que debemos afrontar en nuestra realidad económica y social.

Para logar lo antes dicho, el trabajo educativo y político-ideológico orientado a la formación de valores constituye una forma esencial de educación de la personalidad de nuestros jóvenes. Sin embargo, este presenta una gran complejidad al ser responsabilidad de múltiples agentes de socialización y desenvolverse en niveles como el general (la sociedad cubana en su conjunto y nuestro país en el contexto del mundo actual), el particular (la institución y todos sus factores; sus profesores, alumnos y trabajadores, en constante interacción) y el singular (cada estudiante con su historia de vida, la cual ha transcurrido en un determinado medio familiar, escolar, grupal y comunitario; con sus necesidades, motivaciones, intereses y proyectos, los cuales poseen un carácter individualizado, personal e irrepetible).

Este trabajo tiene como objetivo principal brindar algunas consideraciones teóricas en torno a este asunto. Es también su interés que el mismo ocupe un espacio en el debate en nuestras universidades y, por tanto, sea enriquecido con la experiencia de sus claustros, los cuales siempre han dedicado especial atención a su labor en este sentido.

El desarrollo de la personalidad en los jóvenes en el contexto actual

El signo distintivo del siglo XX fue el cambio, y el nuevo milenio que recién comienza exhibe como fatal herencia la existencia de un mundo unipolar, globalizado, cada vez más incapaz de detener la proliferación de enfermedades altamente letales, el deterioro vertiginoso del medio ambiente, el terrorismo y las guerras. En él la especie humana corre peligro de extinción y se acude al florecimiento de una ética posmoderna, portadora de concepciones que legitiman el hedonismo, el individualismo y la desmovilización como únicas actitudes posibles frente a semejante caos.

El progreso tecnológico no ha significado necesariamente progreso social, sino más bien ha conducido al deterioro de los valores de igualdad, libertad y fraternidad, pacientemente creados por la humanidad.

La crisis económica, social y política que vive el mundo hoy afecta de distintas formas al pensamiento, así como a la concepción teórica y práctica de la cultura en general y como parte incuestionable de ella, a todas las ciencias.

Entre algunas de las manifestaciones de esta crisis están la presunta "desideologización" de la ciencia y la "despolitización" del científico. Estos supuestos, agudizados ante la debacle del socialismo europeo y la polarización del mundo en una sola ideología, promueven la noción del "fin de las utopías", la proclamación del "fin de la historia", así como el desprecio y la tergiversación del marxismo y de diferentes teorías científicas sustentadas sobre este marco filosófico. En medio de esta situación florece, más que nunca, la tecnocracia, el pragmatismo y los eclecticismos, junto al desconcierto y a la crisis de identidad, en todos los niveles y planos.

Para contrarrestar lo anterior, muchos científicos y profesionales en el mundo reclaman cada vez más la construcción de una "ciencia con conciencia", a sabiendas de que una ciencia operacional, de eficacia inmediata, puede comprometer el futuro. Asimismo, en muchos países y universidades del mundo se plantea hoy, con denodado ímpetu, la necesidad de promover en los jóvenes la formación de valores sociales y morales que sustenten su desempeño social y profesional, comprometido con los destinos del mejoramiento humano. Esto resulta una exigencia para la supervivencia del género humano y para la preservación de su cultura material y espiritual, creada en todo el devenir de su historia.

El proceso de formación de valores, indisolublemente unido al proceso de desarrollo moral de la personalidad, no ocurre al margen de las condiciones socioeconómicas y materiales de vida, que en última instancia, lo determinan.

A pesar de los esfuerzos sostenidos del imperio yanqui por mantener a Cuba al margen del mundo, como precio impuesto a nuestra batalla en pos de preservar nuestro legítimo derecho a la independencia y la soberanía, Cuba no ha escapado de las negativas consecuencias de la globalización. Los cambios necesarios para nuestra supervivencia, que en el terreno económico se han producido a raíz del Período Especial, han repercutido, no siempre de una manera deseable en el plano ideológico, desde la perspectiva del "deber ser".

En esas condiciones comenzaron a hacer su aparición fenómenos negativos desde el punto de vista social como la prostitución, el uso indebido de drogas y actos de corrupción y delictivos, males que eran desconocidos por el pueblo cubano desde el triunfo de la Revolución. No obstante, y atendiendo a sus nocivas consecuencias sociales, los mismos han recibido una atención priorizada por parte del Estado cubano. A todo lo antes dicho, se puede agregar la pasividad y el conformismo, o su reverso, en términos de hipercriticismo, así como la falta de compromiso, el individualismo y la tendencia a la emigración como vía de realizar los proyectos de vida.

En el contexto de las dificultades económicas, que se ven reforzadas por el brutal bloqueo impuesto por el gobierno de Estados Unidos, no es tarea fácil la formación de valores, proceso que constituye un preciado antídoto, en el plano de la subjetividad, a todos estos males sociales.

La influencia de las condiciones sociales, objetivas, sobre la subjetividad del hombre, no se produce de manera mecánica o lineal, ni en todos los individuos por igual. La intencionalidad del sujeto, como ser consciente y activo, hasta cierto punto puede trascender esas condiciones. La vanguardia comprometida con los principios de nuestro proyecto social socialista, de la cual forman parte los educadores y, como parte de ellos, los profesores universitarios, no puede detenerse en su empeño por conservar y trasmitir a la joven generación la esencia moral y humanista de nuestro proceso revolucionario y, para ello, debe trabajar para ir sumándola a este camino, a pesar de los obstáculos.

El problema de la formación de valores posee gran complejidad y, por esta razón, es objeto de estudio de diferentes ciencias. En la actualidad, constituye un tema sobre el cual, aunque mucho se ha trabajado, no se ha dicho la última palabra, ni existe una teoría acabada que fundamente y oriente, con toda la solidez y precisión deseadas, este proceso.
Los valores forman parte de la subjetividad humana como formaciones psicológicas de la personalidad. Esto significa que poseen un componente cognitivo que es el conocimiento de su contenido, o dicho de otra forma, la conciencia de qué significa ser honesto, responsable, digno, justo, etc. Además, en los valores está presente un componente afectivo, el cual determina el compromiso emocional del sujeto con los mismos. Esta unidad de lo cognitivo y lo afectivo es la que posibilita que el valor se convierta en un regulador efectivo del comportamiento.

Si el contenido del valor no es construido de manera activa por la persona, si no adquiere para esta, además de un significado, un sentido personal, no puede convertirse en un elemento que movilice y oriente su conducta.

La formación de valores en el desarrollo de la personalidad

Los valores se encuentran estrechamente relacionados con el proceso de desarrollo moral del sujeto, por lo que cabría entonces preguntarse: ¿en qué momento surgen y qué formaciones psicológicas se vinculan a ellos?

A los tres años de edad, con la aparición de la autoconciencia o conciencia de sí, se crean las bases para que comience a producirse la regulación moral del comportamiento, en su forma más elemental. El niño de edad prescolar comienza a actuar en ocasiones de "determinada forma", no solo por buscar la aprobación del adulto o evitar el castigo, sino porque entiende que "es necesario" comportarse así.

En la edad escolar surgen las primeras cualidades morales como motivos estables de la conducta, y también los ideales morales, aunque todavía estas formaciones presentan un carácter concreto por las propias limitaciones del desarrollo intelectual del niño, quien no está en condiciones de hacer elaboraciones de un elevado nivel de abstracción en torno a estas cuestiones.
Con el logro de un nuevo nivel de desarrollo de la autoconciencia y la necesidad de elaborar su propia identidad, la adolescencia se convierte en una etapa donde se desarrollan juicios y normas morales que comienzan a regular, con relativa efectividad, la conducta del adolescente. Pero no es hasta la edad juvenil, por la complejidad psicológica de los valores, que estos aparecen como formaciones psicológicas de la personalidad.

La "situación social del desarrollo", propia de la juventud, condiciona el surgimiento de una concepción científica y moral del mundo de la que forman parte los valores. Esta concepción del mundo contribuye al proceso de autodeterminación del joven en todas las esferas significativas de su vida, entre las que se destacan la elección y el desempeño de una profesión o actividad laboral específica.
El proceso de formación de valores cobra especial relevancia en la juventud, al constituir esta una etapa particularmente sensible al respecto, dadas las necesidades de independencia y autodeterminación propias del joven. Por lo tanto, es necesario continuar enfatizando y diversificando el estudio y la producción teórica afiliada a la filosofía marxista, en lo cual las investigaciones y el debate desde las diversas disciplinas universitarias ocupan un papel fundamental. La propuesta aquí va dirigida hacia la profundización en la concepción filosófica del mundo que sustenta nuestro proyecto social y nuestra forma de pensar, hacer y aplicar las ciencias.

La concepción del mundo es un sistema de opiniones, juicios y valores que posee el joven acerca del origen de la realidad, las leyes que rigen su devenir, el papel del hombre en la sociedad y su propio lugar en ella como sujeto sociohistórico. No solo es la forma más o menos exacta en que el joven se representa el mundo, en términos de sistema categorial, sino que es, además, la manera en que se orienta hacia la realidad, su actitud u orientación valorativa hacia lo que le rodea.

Otro componente de la personalidad de incuestionable importancia en su proceso de desarrollo moral es la identidad personal. En cuanto a su génesis, como todo contenido psicológico, sigue el camino de lo externo-social a lo interno-psicológico. Con el surgimiento de la autoconciencia, a inicios de la edad prescolar, comienza el proceso de construcción de la representación de sí mismo, la conformación activa de la identidad personal. Esta formación psicológica expresa la capacidad de autoconocimiento y de autovaloración del sujeto y, en la juventud en especial, refleja la posibilidad de este de proponerse tareas para su autoeducación.

En la juventud, la identidad personal debe alcanzar un importante grado de estructuración y estabilidad, ya que el principal propósito que debe acometer el joven es el de determinar su futuro lugar en la sociedad. Así, la elección de la futura profesión o actividad laboral y su desempeño se apoyan en la valoración que hace el sujeto de sus capacidades, cualidades e intereses, y forman parte esencial de la elaboración de un proyecto de vida que le permita encaminar su conducta presente en pos de objetivos situados, temporalmente, a largo plazo.

En este proceso de construcción del proyecto de vida intervienen, desde el punto de vista de su contenido, los valores del joven, su concepción del mundo y su identidad personal.
La identidad personal , también denominada autovaloración, es reflejo de los valores del sujeto, porque el sentido de autoestima o grado de satisfacción que siente el individuo respecto a la persona que es, depende del contenido de dichos valores y de su potencial regulador en la conducta.

Por otra parte, el proyecto de vida, como sistema de objetivos mediatos vinculados a las principales esferas de realización del joven -entre las que pueden encontrarse la familia, la profesión, su autorrealización, etc.-, tiene como importante sostén el conjunto de valores que se estructuran como contenidos de su concepción del mundo y que también forman parte de su identidad personal.
Resulta imposible que el sujeto elabore un proyecto de vida sólido y realizable, que comprometa todas las potencialidades reguladoras de su personalidad, si no se apoya en lo que es y en lo que quiere ser, en la contradicción entre su yo real y su yo ideal, todo lo cual se encuentra matizado por su concepción del mundo y sus valores.

La identidad personal, los valores como componentes de la concepción del mundo y el proyecto de vida son formaciones psicológicas de la personalidad, cuyo desarrollo comienza desde edades tempranas y se extiende a lo largo de la vida. Estas formaciones adquieren en la juventud un alto grado de estructuración y un elevado poder regulador, cuestión que se ve favorecida por las exigencias que impone al comportamiento del joven su entorno social y educación. Todo ello, unido a su necesidad de autodeterminación en las diferentes esferas de la vida, que adquieren para él sentido personal.
En el proceso de desarrollo de la personalidad se ejercen sobre el individuo múltiples influencias educativas, que van desde aquellas que recibe en su medio familiar y en su grupo de coetáneos, hasta las que corresponden a la escuela y posteriormente al medio laboral, además de aquellas provenientes de los medios masivos de comunicación y otros factores macrosociales. Estas influencias formales e informales son, en buena medida, responsables del nivel de regulación y autorregulación que alcanza la personalidad, aun cuando este proceso acontece de manera individualizada y particular en cada sujeto. Además, actúan de manera específica en cada edad psicológica.

En este sentido, la adolescencia y la juventud, dadas las particularidades psicológicas que las distinguen como períodos del ciclo de desarrollo vital, se consideran como etapas de riesgo en lo relacionado a la posibilidad de aparición de adicciones. La educación debe responsabilizarse en buena medida de evitar este penoso desenlace.

El uso indebido de drogas y el consumo de tabaco y alcohol se asocian en estas edades, y muy especialmente en la adolescencia ?por su carácter de etapa crítica?, a la necesidad de independencia y autoafirmación, a la curiosidad, a la búsqueda de emociones y de aceptación en el grupo de iguales, ya que la aprobación de los coetáneos se convierte en principal motivo de conducta y fuente de bienestar emocional, por excelencia, del adolescente. Estos comportamientos pueden también llegar a convertirse en una forma de mostrar rechazo a las prescripciones adultas, ser expresión de frustración, de protesta ante la moral, la política o las reglas económicas imperantes en la sociedad.

A estas particularidades de dichas edades se suma otra situación como agravante: en el mundo actual proliferan filosofías que justifican el uso de determinadas drogas "blandas" como la marihuana, o que consideran su consumo un problema de opción individual, en el que la sociedad no debe inmiscuirse. Este criterio resulta totalmente inadecuado, ya que la drogodependencia es un inmenso flagelo social, que conduce o se asocia a otros, como el contagio de enfermedades de transmisión sexual ?incluido el SIDA?, el delito y la violencia. Estas situaciones que afectan la salud del sujeto y, en última instancia, a todo su entorno, son el resultado de limitaciones en la formación de sus valores morales y de su personalidad. El consumo de tabaco, y muy en especial de alcohol y drogas ilegales, constituye un indicador de desajustes en el desarrollo personal. Además, provocan serias afectaciones a la salud física y mental del sujeto, con infinidad de trastornos en su vida de relación.

Una vía esencial para prevenir estos problemas es la educación de valores, la potenciación, a través de múltiples influencias educativas, de individuos capaces de autodeterminarse y de tener recursos personológicos que erijan un muro infranqueable ante tan desastrosas tentaciones. En este proceso desempeñan un lugar importante las influencias educativas formales e informales, así como la promoción de salud y de vías para el empleo saludable del tiempo libre; cuestiones a las que pueden contribuir de manera significativa los proyectos de trabajo educativo que se desarrollan en nuestras universidades.

Sobre el proceso de formación de valores en el contexto universitario

Para hacer referencia, específicamente, al proceso de formación de valores en los jóvenes universitarios, es necesario determinar qué valores queremos formar.
El listado podría ser interminable, pero siempre serán valores asociados, por una parte, al compromiso social, ideológico y político con nuestro proyecto como nación y, por otra, al profesionalismo. Por solo mencionar algunos valores importantes, haremos referencia al humanismo, al colectivismo, al patriotismo, a la solidaridad, al sentimiento de pertenencia a la familia, a la comunidad, al grupo, a la universidad y al país, a la responsabilidad, a la honestidad y al deseo constante de superación.

Finalmente, sería importante reflexionar acerca de cómo se puede conocer o diagnosticar el nivel de desarrollo de los valores que poseen los jóvenes que hoy se forman en nuestras aulas.
Como expresamos anteriormente, la personalidad y, por tanto, los valores como contenidos de ella, tienen dos importantes vías de formación, las que permiten diagnosticar el desarrollo que han alcanzado los mismos. Estas vías son la actividad y la comunicación.

Al hacer referencia a la actividad, se habla de un sistema que abarca la participación e implicación del joven, tanto en las tareas docentes e investigativas, como en las actividades de extensión universitaria (culturales, deportivas, recreativas, proyectos comunitarios y otras), así como también en las político-ideológicas propiamente dichas (círculos de estudios, marchas, conmemoraciones, BET, guardia estudiantil y otras). En este sentido, se considera de especial relevancia, por su carácter formativo, la inserción de los estudiantes en tareas de impacto social que respondan a las necesidades del país.

Ahora bien, es importante señalar que esta participación no puede medirse de manera esquemática, ya que se relaciona en buena medida con las necesidades individuales del joven, aun cuando estas puedan o deban estar en consonancia con las de carácter social.

Otro aspecto a tener en cuenta es el siguiente: para que las actividades docentes y extradocentes que realiza el estudiante universitario sean realmente "desarrolladoras" de su personalidad, necesitan reunir determinados requisitos. Por solo citar algunos, deben estimular la armonía entre las necesidades sociales y personales, ser motivantes y permitir la participación activa del estudiante y el trabajo en grupo.

Es necesario profundizar y continuar ampliando el protagonismo de los estudiantes universitarios en la organización de su propia vida estudiantil, en su aporte y compromiso con las tareas que demanda la sociedad, así como en la exigencia, a sus profesores, de la excelencia académica y la condición de modelos de profesionales y de revolucionarios. Para esto, resulta esencial el trabajo sistemático y cohesionado de cada brigada y de cada comité de base y, asimismo, de la institución y las organizaciones políticas y de masas del centro.

Por su parte, y en unidad dialéctica con la actividad, la comunicación sistemática también resulta esencial, al ser la vía principal a través de la cual podemos trasmitir contenidos y conocer cómo avanza el proceso de aprendizaje. Esta relación comunicativa debe basarse en el diálogo abierto y flexible, como proceso interactivo sujeto-sujeto, apoyarse en el respeto mutuo, la comprensión y la empatía, así como en el establecimiento de límites consecuentes y consistentes. Así mismo, deben evitarse actitudes intransigentes o paternalistas por parte de los dirigentes institucionales, de las organizaciones políticas y de masas y de los profesores, para favorecer que el joven se sienta responsable de su proceso de formación.

Sobre la labor del profesor en las universidades

El profesor es uno de los agentes clave del trabajo educativo y político ideológico, pues lidera o conduce el proceso docente-educativo, mientras desempeña en el mismo un doble rol: el de dirigente y el de facilitador de dicho proceso. Estos roles los asume de manera simultánea, aun cuando en determinadas situaciones pueda prevalecer uno sobre el otro.
Si se acepta que el profesor tiene la responsabilidad de dirigir y, a la vez, facilitar el aprendizaje en el contexto del proceso docente educativo, surge una pregunta: ¿cómo los profesores universitarios podemos enfrentar este desafío?

Es importante, en primer lugar, saber si los estudiantes que llegan a nuestras aulas, dada su condición de jóvenes que han alcanzado una relativa solidez y estabilidad en el desarrollo de su personalidad, pueden ser educables; dicho de otra forma: si aún en la educación superior es posible formar la personalidad de nuestros estudiantes. De ser así, se puede seguir el camino de nuestros cuestionamientos para llegar al centro de la complejidad del asunto y desentrañar la respuesta de las siguientes interrogantes:

  • ¿Cómo hacerlo?, ¿cómo potenciar el desarrollo de la personalidad de los estudiantes universitarios?
  • ¿Cómo debe dirigir el profesor el proceso docente educativo, de forma tal que influya en el desarrollo de la personalidad del estudiante como un todo y no solamente sobre aspectos aislados de esta?
  • ¿Cómo dirigir el proceso para que marchen a la par la formación de conocimientos, hábitos y habilidades y la formación de valores, normas, convicciones e ideales; es decir, tanto la formación de una concepción científica como moral del mundo en el joven?
  • ¿Cómo orientar la formación de esta concepción para que entre sus contenidos aflore un elevado compromiso social con nuestro proyecto social socialista, con nuestro proyecto como nación?

Ante la complejidad de esta problemática es difícil brindar respuestas o proponer acciones definitivas. No obstante, se pueden presentar algunas opiniones al respecto que, unidas a las preguntas antes formuladas, contribuyan al debate y estimulen la reflexión de los profesores universitarios, en torno al papel que les corresponde en la formación de los estudiantes.

Es importante conocer que la subjetividad humana, y la personalidad como nivel superior de organización de los contenidos de la subjetividad, son procesos que se desarrollan a lo largo de toda la vida. Si bien es cierto que los jóvenes que llegan a las aulas de la universidad, en comparación con los alumnos que ingresan en los niveles educacionales precedentes, ya poseen una personalidad relativamente "formada", mucho se puede hacer en este proceso, atendiendo a determinadas regularidades de la "situación social del desarrollo" propia de la juventud como edad psicológica.

En la edad juvenil se produce un proceso de consolidación de formaciones psicológicas que venían desarrollándose con anterioridad y nuestro proceso docente educativo, en su más amplio sentido, mucho puede contribuir a esto.En esta etapa, si el sistema de influencias educativas lo potencian, se consolidan el pensamiento teórico surgido en la adolescencia, los intereses profesionales, la autovaloración (como concepto que posee el joven acerca de su persona, elaborado en base a sus principales motivos y necesidades y que comienza no solo a regular su comportamiento, sino que le permite trazarse tareas de autoperfeccionamiento), los ideales (el joven se convierte en el centro de su ideal, se proyecta al futuro a través de objetivos, metas, planes y elabora las estrategias correspondientes para su consecución) y surge una formación psicológica, típica de la edad juvenil, que es la concepción científica y moral del mundo, estrechamente vinculada por su contenido al proceso de formación de valores.

Ahora bien, teniendo en cuenta las potencialidades que brinda a la educación esta "situación social del desarrollo" propia de la juventud, ¿qué les corresponde a los profesores para realmente convertirse en dirigentes del proceso?

Todas las actividades organizadas por el profesor, tanto las de carácter docente como las de otro tipo, deben ser realmente "desarrolladoras" de la personalidad del joven. Para esto, necesitan relacionarse con las necesidades del joven y, a la par, ser expresión de las necesidades de la práctica social. Además, deben ser motivantes, permitir la participación activa del estudiante, estimular el trabajo en grupo y brindarle, más que conocimientos acabados, un esquema de asimilación e interpretación de los contenidos. Todo esto vinculado a la ética de la profesión y a la ética del profesional en nuestra sociedad, que posee matices muy particulares, como la necesidad de un elevado compromiso revolucionario. En este sentido, enfatizamos la necesidad de combinar adecuadamente el trabajo grupal con el tratamiento a la individualidad de cada estudiante.

La comunicación sistemática y abierta con el estudiante también resulta esencial porque es la vía principal para conocer no solo cómo avanza su preparación técnica, sino también, qué piensan sobre nuestra realidad, cuáles son sus posibles cuestionamientos o dudas, en qué medida se sienten comprometidos con ser útiles a nuestra sociedad, e incluso, qué problemas de carácter objetivo o subjetivo pueden estar afectando su desempeño.

Esta comunicación debe basarse en el diálogo abierto y flexible como proceso interactivo profesor-alumno, que requiere del respeto mutuo, la comprensión y la empatía, así como del establecimiento de límites, para evitar actitudes paternalistas por parte del profesor que conduzcan al joven a adoptar una actitud pasiva o receptiva en su proceso de aprendizaje. Todo ello para estimular, en este intercambio, que los jóvenes se sientan responsables de su propia formación profesional.

Para lograr estas cuestiones el profesor debe ser ejemplo; esto significa constituir para sus estudiantes un modelo de profesional, un modelo moral y un modelo de ciudadano revolucionario, comprometido personalmente con nuestro proyecto social socialista.

¿Cómo avanzar en esta dirección, cómo lograr que los profesores, en el día a día de su quehacer, asuman su condición de líderes en la educación y formación de profesionales revolucionarios?
La respuesta a este inmenso reto está en manos del propio profesorado por su experiencia, su capacidad de superación, de ser creativos y, sobre todo, por su compromiso con la labor que desempeña cotidianamente.


Consideraciones finales

El trabajo educativo, político e ideológico no puede ser estandarizado ni realizarse de manera uniforme, sino adecuarse de manera flexible y creativa al contexto en que se realiza y a las necesidades de las personas hacia las que va dirigido.

El debate sobre el tema de la formación de valores debe abordarse desde una perspectiva amplia, ya que los mismos no se asocian solamente a la ideología y a la política, sino que también se conforman y se expresan en las relaciones del joven con sus compañeros, con sus amigos, con su pareja, en el seno de su familia y en su comunidad. La forma en que se proyecta al futuro, la manera en que elabora y lleva a cabo sus proyectos profesionales, en fin, su "actitud ante la vida", también incide notablemente en ellos.
Para que se produzca un desarrollo de la personalidad que sea sinónimo de crecimiento y despliegue de las potencialidades del sujeto, de autoaceptación, de autenticidad personal, de autonomía, independencia, seguridad, flexibilidad y de la capacidad de relacionarse con los demás desde la posibilidad de analizar y respetar sus opiniones, este debe entenderse y promoverse como un proceso de intenso dinamismo.

Personalidad madura es sinónimo de personalidad sana, de sujeto con variedad de intereses y motivaciones, que distribuye y emplea de forma saludable su tiempo libre. Identifica a un sujeto capaz de mostrar un protagonismo y un compromiso social con su realidad, y adoptar frente a ella una postura intencional, responsable, crítica y transformadora. Es, asimismo, condición del sujeto autorregulado, que posee una identidad personal estructurada y es capaz de proyectarse al futuro mediante la elaboración de un proyecto de vida, apoyado en su concepción del mundo.

Personalidad autorregulada es también síntesis de un conjunto de valores sociales y morales que se manifiestan en la capacidad constructiva y transformadora del hombre hacia su entorno y hacia sí mismo, en su tendencia a progresar, vencer metas y proponerse nuevos retos.

Lo anterior significa que la misión principal de la educación, y a la cual la enseñanza universitaria puede contribuir, en significativa medida, es la de desarrollar en los jóvenes una personalidad madura, importante condición para preservarlos de conductas negativas que afecten su desarrollo personal y el de la sociedad. La dignidad como valor humano es condición esencial en esta batalla.


 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

DOMÍNGUEZ, LAURA: Psicología del desarrollo: adolescencia y juventud, Editorial Félix Varela, La Habana, 2003.
DOMÍNGUEZ, LAURA: Psicología del desarrollo. Problemas, principios y categorías, Editorial Félix Varela, La Habana, 2007.
DOMÍNGUEZ, LAURA y R. GINIEBRA: "Proyectos profesionales y valores asociados al desempeño de la profesión en estudiantes de la Universidad de La Habana", trabajo presentado en la VI Convención Internacional de Psicología Hominis 2013, Palacio de las Convenciones, La Habana, diciembre, 2013.
GONZÁLEZ R., F.: Motivación moral en adolescentes y jóvenes, Editorial Científico-Técnica, La Habana, Cuba, 1983.

 

 

RECIBIDO: 8/03/2014

ACEPTADO: 14/04/2014



Laura Domínguez García. Facultad de Psicología, Universidad de La Habana, Cuba. Correo electrónico:
ldominguez@psico.uh.cu

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