Introducción
El modelo industrial de producción intensiva, que ha imperado en la agricultura cubana durante 400 años, ha provocado la degradación y compactación del suelo, la deforestación, la sobreexplotación de los recursos naturales y la ruptura del equilibrio ecosistémico (Casimiro y Casimiro, 2018), factores que afectan el desarrollo de una agricultura sostenible.
Según Nicholls et al. (2015) y Fernández y Marasas (2015), en el mundo este modelo ha contribuido a homogenizar el paisaje, simplificar la biodiversidad y transformar las fincas en ecosistemas artificiales, altamente dependientes de plaguicidas químicos, maquinarias, así como de la intervención humana. Esta inestabilidad en los agroecosistemas ha recrudecido los problemas ocasionados por las plagas, debido a que las comunidades de plantas, modificadas para satisfacer las necesidades de los seres humanos, se han hecho más vulnerables a los daños intensos que provocan los organismos nocivos, pues han perdido las características de autoregulación que le fueron inherentes en su comunidad natural (Altieri y Nicholls, 2010). Mientras se modifican estas comunidades, son más graves y frecuentes los desequilibrios ecológicos que se observan en los sistemas agrícolas simplificados (Nicholls et al., 2015).
Con el fin de contrarrestar estos efectos, el sector agrícola en Cuba realiza un proceso de reconversión o transición hacia una producción agropecuaria sostenible, soberana y resiliente, en la que la rectificación de los fracasos tecnológicos convencionales y la promoción de prácticas agroecológicas conduzcan a la implementación y al conocimiento de sistemas complejos, que conserven los recursos naturales en el rediseño predial. Sin embargo, para lograr este propósito es importante diagnosticar en cada finca la diversidad biológica existente, por su importancia en la reconversión y el diseño de sistemas estables, así como en la funcionalidad de los agroecosistemas y, de manera particular, en la reducción de las plagas y la conservación de sus enemigos naturales (Vergara-Ruiz, 2017; Sarandón, 2018).
Diversas investigaciones han demostrado que es posible estabilizar las poblaciones de organismos plagas, cuando se diseñan y construyen arquitecturas vegetales que logren mantener las poblaciones de sus enemigos naturales o que posean efectos disuasivos directos en los herbívoros plaga. En Cuba, estos estudios se han llevado a cabo fundamentalmente en sistemas agrícolas de producción urbana, periurbana y suburbana (Vázquez, 2015; Matienzo-Brito et al., 2015a). No obstante, no ha sido así en las fincas campesinas con integración ganadería-agricultura, como las que existen en la provincia de Matanzas, donde estos elementos se desconocen aún o es insuficiente la información disponible acerca del tema. Teniendo en cuenta lo antes expuesto, el objetivo de este trabajo fue caracterizar la biodiversidad y determinar su grado de complejidad, como base para el manejo agroecológico de las plagas en una entidad campesina.
Materiales y Métodos
Entidad productiva campesina donde se realizó la investigación. Finca de un productor que pertenece a la CCS Sabino Pupo, en el municipio Colón, provincia Matanzas, en Cuba. Esta finca cuenta con 42,3 ha en total. Solo dos de ellas se utilizan para el autoconsumo familiar, y el resto para la ganadería.
Criterios de selección de la finca objeto de estudio. Pertenece al Proyecto Programa de Innovación Agropecuario Local (PIAL) en la provincia Matanzas. Se consideró su historia, el tiempo de explotación y el carácter innovador del productor y su liderazgo.
Período de evaluación. Diciembre del 2014 a diciembre del 2015.
Inventario de la biodiversidad presente en la finca y determinación de los índices ecológicos utilizados. Se cuantificó el número de especies e individuos durante un año (mensualmente) y se caracterizaron de acuerdo con su propósito. Los índices utilizados para evaluar la biodiversidad fueron la riqueza de especie de Margalef (IM) y la diversidad de especies de Shannon (H), según las recomendaciones de Moreno (2001). El cálculo se realizó mediante el programa Diversity Species & Richnness 3.02 (Henderson y Seaby, 2002).
Identificación de la biodiversidad. Se utilizó el Diccionario Botánico de Nombres Vulgares Cubanos (Roig, 1975).
Determinación del grado de complejidad de los componentes de la biodiversidad en la finca. Se aplicó la metodología de Vázquez y Matienzo (2010) para la caracterización rápida de la diversidad biológica en las fincas, como base para el manejo agroecológico de plagas. Esta metodología considera cinco componentes de biodversidad: productiva (Bp), nociva (Bn), introducida funcional (Bif), funcional (Bf) y auxiliar (Ba).
Para cada componente se evaluaron diferentes indicadores, a los que de acuerdo con el valor de campo que adquirieron (absoluto o porcentual), se les atribuyeron grados de complejidad, según la escala que muestra la tabla 1. Posteriormente, se procedió a multiplicar cada grado de la escala por el total de indicadores o componentes que lo poseían, y al final se sumaron todos los valores que resultaron de dicha multiplicación. El grado de complejidad de cada componente se obtuvo a partir de la división del valor resultante de la sumatoria de la multiplicación de cada indicador entre el valor de la multiplicación del total de componentes por el número de grados de la escala (N=4). El grado de complejidad de la finca se obtuvo a partir de la división del valor resultante de la sumatoria de la multiplicación de cada grado-indicador entre el valor de la multiplicación del total de componentes (N=48) por el número de grados de la escala (N=4) y por último, con la multiplicación por cien para obtener el valor porcentual.
Diagnóstico de las plagas insectiles y los agentes causantes de enfermedades. Durante el período evaluado y de manera participativa, se interactuó con el productor para conocer los principales organismos nocivos que afectan los cultivos en su finca y determinar su conocimiento acerca de las plagas y los métodos para su control.
Paralelamente, se realizaron muestreos fitosanitarios mensuales y se procedió a la colecta de las plagas y las muestras afectadas. Se colectaron aquellas plantas o sus partes dañadas por los microorganismos patógenos.
Las muestras recogidas se trasladaron para su estudio al laboratorio de protección de plantas de la Estación Experimental de Pastos y Forraje Indio Hatuey. La identificación de los organismos nocivos se realizó con la ayuda de claves taxonómicas y criterios de diversos especialistas (Alayo, 1970; Barnett y Hunter, 1998; Mound y Kibby, 1998; Peck, 2005; Triplehorn y Johnson, 2005; Cristobal-Alejo et al., 2006; Barro y Núñez, 2011; Pérez et al., 2015; Vázquez et al., 2015; Estrada y Ramírez, 2019).
Se consideró un organismo nocivo aquella especie de insecto, ácaro, molusco u otro fitófago, nematodos fitoparásitos y hongos, bacterias, virus y otros fitopatógenos, definidos por el agricultor como de importancia para las plantas de interés productivo; según su percepción individual, que puede diferir de los criterios convencionales. Este aspecto fue recomendado por Vázquez et al. (2015).
Resultados y Discusión
Biodiversidad. El inventario notificó en la finca objeto de estudio 167 894 individuos, pertenecientes a 65 especies de 25 familias. Este valor, conjuntamente con el que alcanzó el índice de Margalef (DMg) en esta entidad productiva, que fue de 5,1, confirmó la riqueza de especies, diversa y cuantiosa. Estos resultados, cuantificados con un valor superior a cinco, son similares a los que obtuvieron Salmón et al. (2012) y Milián et al. (2018) en Cuba.
Salmón et al. (2012), al evaluar los componentes de la biodiversidad en una finca agroecológica en Las Tunas, informaron un valor de 5,7. Milián et al. (2018) obtuvieron 5,3 en un estudio de la funcionalidad de esos componentes en una finca en transición agroecológica en el municipio Perico, provincia Matanzas.
En esta investigación, Poaceae y Fabaceae constituyeron las dos familias más representadas, con 13 y 11 especies, respectivamente, lo que reafirma la importancia que tienen como alimento animal. En Cuba, estas familias agrupan el mayor número de plantas comestibles, siendo Fabaceae la que lidera la lista. Le siguen, en ocasiones, Poaceae o Rutaceae, como informaron González et al. (2018) al caracterizar el funcionamiento integral de un agroecosistema premontañoso en la comunidad de Limonar de Monte Rous, en Guantánamo.
Los pastos naturales y mejorados [Digitaria eriantha Stent, Paspalum notatum Flüggé, P. virgatum L., Sporobolus indicus (L) R. Br., Hyparrhenia rufa (Nees) Stapf, Urochloa distachya L. T.Q., Cynodon dactylon (L), Dichanthium caricosum Pers. y Megathyrsus maximus (Jacq.) B. K. Simon & Jacobs), así como las plantas forrajeras (Saccharum officinarum L.) y el hibrido de hierba elefante Cenchrus purpureus (Schumach.) Morrone x Cenchrus americanus L. Morrone.] agruparon las especies más numerosas. No se comportaron así las gramíneas destinadas al consumo humano, de las que solo se cuantificaron dos (Zea mays L. y Oryza sativa L.).
Los resultados de este trabajo concuerdan con los de Sánchez-Santana et al. (2019), quienes al evaluar la composición florística en 10 fincas campesinas refirieron que los pastos representaron 80 % de las especies encontradas.
En la familia Fabaceae, se registró superioridad de las especies destinadas a alimentar el ganado vacuno y mejorar la calidad del suelo [Desmodium triflorum (L) DC, Alysicarpus vaginalis (L.) DC., Tamarindus indica L., Albizia lebbeck Benth, Leucaena leucocephala Lam. de Wit, Gliricidia sepium (Jacq.) Walp., Racosperma abbatianum (Pedley) Pedle, Dichrostachys cinerea y Cannavalia ensiformes L.] en comparación con las que el productor empleó para alimentar a su familia [Phaseolus vulgaris L. y Vigna unguiculata (L.) Walp].
Estos resultados tienen su fundamento en que en las fincas, cuya actividad fundamental es la producción de leche vacuna, utilizan casi la totalidad de las tierras en función de cultivar los pastos y los forrajes y, en menor medida, en sembrar otros cultivos agrícolas destinados al consumo animal como humano (Salmón et al, 2012).
Esta diversidad cultivada (pasturas, gramíneas y cultivos anuales) y asociada posee un valor incalculable por sus múltiples funciones ecológicas, entre las que se encuentran el control de la erosión, la formación, el mantenimiento de los suelos fértiles y la regulación de plagas mediante la preservación de los insectos benéficos y la vida silvestre (Iermanó y Sarandón, 2016).
Además, en la finca objeto de estudio, la biodiversidad la conforman 41 cultivos, pertenecientes a otras 23 familias, entre las que se destacan Mangifera indica L., Spondias purpurea L., Anacardium occidentale L.; Pistacia atlantica Desf. (Anacardiaceae), Swietenia macrophylla King., Melia azedarach L, Persea americana Mill y Sassafras albidum (Nutt.) Nees (Lauraceae), Cucurbita pepo L., Cucumis sativus L. (Cucurbitaceae), Ceiba pentandra (L.) Gaertn. y Guazuma ulmifolia Lam. (Malvaceae), Cordia alliodora (Ruiz & Pav.) Oken y Mysotis scorpioies L. (Boraginaceae), Prunus persica L., Pyrus communis L. (Rosaceae), Gmelina arborea Roxb (Lamiaceae), Morus alba L. (Moraceae), Moringa oleífera Lam. (Moringaceae), Citrus x limon (L.) Burm. f. (pro.sp.), Citrus reticulata Blanco, Citrus x sinensis (L.) Osbeck (pro. sp.) y Citrus aurantium L. (Rutaceae). De estas familias, la última constituyó la más representada, con cuatro especies, resultado que coincide con el informado por Milián et al. (2018).
De la biodiversidad informada se destaca, además, su múltiple funcionalidad. En la finca se constató la presencia de 12 usos (figura 1). De estos, el frutal fue el que agrupó la mayor cantidad de especies (22 de 65 en total). Le siguieron los pastos (11), los maderables-forestales-cercas vivas (9), el forraje (8) y las viandas, los granos, las hortalizas, las ornamentales y los bioplaguicidas (tres cada uno) y, finalmente, el abono verde (una especie). Esta distribución del uso de las plantas fue superior a la que refirieron Salmon et al. (2012) y Milián et al. (2018), ya que ellos solo informaron la presencia de los árboles.
La existencia de una riqueza específica de frutales y otros árboles multipropósitos en este predio ratifica el criterio de Russo (2015), quien planteó que los productores prefieren mantener en sus ecosistemas especies que puedan ofrecer múltiples funciones económicas, lo que confirma la importancia de estas plantas en la entidad productiva.
Los árboles mejoran el entorno, así como la calidad física, química y biológica de los suelos. Además, incrementan el contenido de la materia orgánica. Se usan como cercas vivas, brindan sombra, aportan fruto, reciclan nutrientes, abaratan el costo de los productos en los mercados, protegen el potencial hídrico del lugar, sirven de hábitat a la fauna silvestre y proveen bienes y servicios beneficiosos para la población humana (Braun et al., 2016). En el ámbito ganadero, los arbustos forrajeros mejoran la calidad y disponibilidad del pasto base (Loyola-Hernández et al., 2019), producen gran cantidad de follaje y muestran contenidos de proteína bruta y de digestibilidad in vitro de la materia seca dos o tres veces superiores con respecto a los pastos tropicales, lo que avala la funcionalidad de estas especies y su función en el agroecosistema. Por esta razón, al sembrar el productor concibió diversidad de plantas arbóreas con potencial agrosilvopastoril, pertenecientes a los géneros Leucaena, Albizia, Morus, entre otras halladas e identificadas en esta finca.
Los árboles maderables presentes en los potreros ofrecen bienestar al animal, mejoran las condiciones del medio ambiente y constituyen estrategias que pueden mitigar el efecto del cambio climático, como se evidenció en la finca evaluada, donde los árboles que existen cumplen esas funciones.
Con relación a los aspectos importantes para el manejo agroecológico de las plagas, se pudo constatar el escaso número de plantas con uso bioplaguicida, entre las cuales se identificaron M. azedarach, A. indica y S. albidum. Se observó, además, la inexistencia de otras que se utilizan como reservorios de entomófagos (biodiversidad funcional): albahaca blanca (Ocimum basilicum L), caléndula (Calendula officinalis L.), coriandro (Coriandrum sativum L.), hinojo (Foeniculum vulgare Mill), girasol (Helianthus annus L.) y romerillo blanco (Bidens pilosa L.). Todas resultan esenciales para el control natural de las plagas (Vázquez, 2011).
De igual manera se registró escasa diversidad interespecífica de cultivos, los que se usan como alimento animal y los que cumplen otras funciones en el agroecosistema. Se trata de ornamentales, hortalizas y granos, además de los que se emplean como barreras y cercas vivas. La importancia de estas últimas es incalculable, debido a los significativos servicios ambientales que prestan: delimitan la propiedad, limitan el acceso de personas y animales, contribuyen al embellecimiento del paisaje y sirven como fuentes de forraje para los animales. Además, desde el punto de vista fitosanitario, también poseen propiedades bioplaguicidas, pues actúan como barrera física y plantas trampa (Vázquez, 2011; 2015).
La deficiente diversidad interespecífica observada en esta investigación se corroboró al evaluar el índice de Shannon (H´), cuyo resultado final fue de 1,7. Esto indica que no existe una distribución uniforme de todas las especies. Además, como es un valor inferior a dos, se considera que existe baja diversidad de especies, según el criterio de Moreno (2001). Esto se ratificó al comprobar que el cultivo más abundante fue Z. mays (con 63 904 plantas) seguido por S. officinarum (con 31 250 individuos). En menor cuantía, le siguieron la moringa (M. oleifera), el nomeolvides (Myosotis sylvatica L.) como planta ornamental y la ceiba (C. pentandra), con solo un individuo. Mientras, los árboles multipropósito tuvieron mayor diversidad interespecífica, y se cuantificaron, aproximadamente, más de 1 000 individuos. Este resultado fue inferior al informado por Salmón et al. (2012) para el caso de los frutales (244 vs. 400), pero superior para los maderables (935 vs. 400).
La finca evaluada es el resultado de la intensificación del modelo convencional, y aun cuando el productor intenta diversificarla se evidencia la homogenización y simplificación del paisaje, caracterizada por la extensión del monocultivo de pastos naturales, forrajes y otros cultivos de importancia para la alimentación animal.
Complejidad de la finca. La finca se clasificó como medianamente compleja (tabla 2), categoría en la que se agruparon dos de las componentes en estudio (Bn y Ba) y tres en la poca compleja (Bn, Bf y Bif).
En cuanto a influencia negativa de la Bn y Bf en la obtención del grado de complejidad simplificado, los resultados de esta investigación coinciden con los que informan Galindo-Maturell et al. (2019), quienes en un contexto similar al anteriormente descrito estudiaron entidades productivas de un agroecosistema suburbano perteneciente a la provincia Santiago de Cuba.
En los momentos actuales, los estudios relacionados con la complejidad de la biodiversidad en las fincas ganaderas son de vital importancia. En este sentido, Cuba ha implementado diversas estrategias, entre las que se encuentran la entrega de tierra a usufructuarios y la integración ganadería-agricultura, que requieren de estos conocimientos para el manejo eficiente y sostenible de las entidades productivas basadas en este tipo de integración.
La figura 2 mostró el comportamiento de las componentes de la biodiversidad durante la investigación. La Bn dejó ver un valor porcentual de complejidad superior al que exhibió la Bif y Bf, así como un comportamiento inversamente proporcional con respecto a dichas componentes.
Según Rodríguez-Saldañas et al. (2014), esta interpretación es positiva, pues el aumento de los organismos nocivos se relaciona con la disminución de la actividad de los controles biológicos o los biorreguladores en la finca, por solo mencionar algunos ejemplos.
Entre las plagas insectiles identificadas (16, en 15 cultivos) se hallan Prosapia bicincta fraterna (Say) y Remigia latipes (Guenée). Fundamentalmente, se encontraron asociadas a los pastos C. dactylon, D. caricosum, P. notatum, P. virgatum y M. maximus; Spodoptera frugiperda (J. E. Smith) y Helicoverpa zea (Boddie) se registraron en el maíz; Erinnyis ello (L.) en la yuca, Pseudacysta perseae (Heidemann) en el aguacate y Hypothenemus hampei (Ferrari) en el café. Se identificó en el boniato a Cylas formicarius (Fabricius) y Typophorus negritus (Frabicius) y en el frijol, a Omiodes indicata (Fabricius). Thrips palmi Karny y Bemisia tabaci (Gennadius) se hallaron en el pepino y el tomate, y Diabrotica balteata J. L. LeConte en este último cultivo. Atta insularis Guérin-Méneville se registró en la leucaena. Diaphania hyalinata L. y Aphis gossypii Glover se hallaron en la calabaza. Vázquez et al. (2015) informaron resultados similares en diferentes sistemas de producción en la provincia La Habana, en Cuba. Datos semejantes notificaron Vargas et al. (2019), quienes también identificaron a C. formicarius, H. zea, T. negritus, D. hyalinata y D. balteata entre las especies insectiles que afectaron la vegetación existente en dos fincas suburbanas en Santiago de Cuba.
La incidencia de hongos fitopatógenos, parásitos y enfermedades en los animales constituyó otro indicador de significación en la componente Bn. Aunque se clasificó como poco complejo, se incluyen aquí agentes dañinos de relevancia para el sistema productivo evaluado. Este es el caso del mildiu velloso (Pseudoperonospora cubensis Berk & Curt) en el cultivo del pepino, Erysiphe cichoracearum DC en la calabaza y Mycospaherella fijiensis Morelet en el plátano, microorganismos que también se consideran nocivos en la literatura consultada (Hernández-Mansilla et al., 2016; Alvarado-Aguayo et al., 2019). Asociado al segundo grupo (parásitos), se detectó Rhipicephalus microplus, lo que coincide con lo informado por Fuentes-Castillo et al. (2019). En la tercera agrupación (enfermedades de los animales) se destacó la mastitis bovina, alteración de importancia para la ganadería lechera en Cuba (Ruiz-Gil et al., 2016; García-Sánchez et al., 2019).
De lo antes descrito se deduce la necesidad de mantener una adecuada biodiversidad funcional en la finca para evitar que el agroecosistema pierda su capacidad natural para la autoregulación de organismos nocivos y el control ecológico de plagas como servicios ecosistémicos.
En los sistemas donde la regulación de plagas se realiza de manera natural imperan condiciones e interconexiones que favorecen la estabilidad de las poblaciones de insectos, así como los hábitats alternativos para los controles biológicos (Altieri y Nicholls, 2010, Iermanó y Sarandón, 2016; Vázquez y Pérez, 2017). Existen, en variedad y abundancia, enemigos naturales que las controlan (depredadores, parasitoides, fitófagos, fitoparásitos y fitopatógenos), por lo que en estos ambientes se desarrollan complejos procesos biológicos dotados de una elevada funcionalidad.
En el agroecosistema evaluado se detectaron irregularidades en la componente Bf y Bif, que denotan la deficiente funcionalidad de este predio.
Se observó en la Bf que el productor no realizó aplicaciones foliares de abonos orgánicos en los campos ni manejó en la finca las crías rústicas de los enemigos naturales ni sus liberaciones masivas. Además, tampoco utilizó los reservorios de los biorreguladores naturales, indicadores que se evaluaron como simplificados, y que influyeron negativamente en la poca complejidad que obtuvo dicha componente, cuyo valor porcentual fue de 16 (figura 2).
A partir de lo anterior se explica la necesidad de usar enmiendas orgánicas, como una práctica que estimula la protección, conservación y mejoramiento de la fertilidad natural de los suelos, el crecimiento de una rica comunidad de microorganismos, los procesos tróficos de transferencia de nutrientes y el desarrollo y la protección de los cultivos (Jaizme-Vega, 2015; Martínez-Rodríguez, 2015). Además, se ha comprobado su contribución a la sostenibilidad de las producciones de la agricultura urbana, suburbana y, fundamentalmente, la familiar.
También se reconoce la urgencia de implementar opciones viables para el manejo agroecológico de las plagas, entre las que se encuentran la conservación, el manejo y la utilización de los enemigos naturales, lo que beneficia la biodiversidad funcional, el desarrollo sostenible de los sistemas de producción agropecuaria y el incremento de la actividad reguladora de las especies más eficientes. Se logran mayores tasas de regulación como resultado de la acción conjunta de los diferentes organismos que cohabitan en el sistema productivo (Vázquez y Pérez, 2017). Es por ello que en Cuba se ha generalizado en los propios agricultores un procedimiento que utiliza pseudotallos de plátanos como reservorios de la hormiga leona Pheidole megacephala, cuyas colonias se trasladan e inoculan en los campos de boniato para el control de C. formicarius (Vázquez, 2011; CNSV, 2016), insecto plaga diagnosticado en la finca.
Con respecto a la componente Bif, se corroboró que el productor no utilizó los agentes biológicos (entomófagos y entomopatógenos) y, además, no aplicó las micorrizas en los cultivos, lo que propició que cinco de los nueve indicadores medidos en esta componente se consideraran como simplificados, y que se clasificara dicha componente como poco compleja. Sin embargo, estas buenas prácticas representan actividades importantes para el fomento de los sistemas sostenibles de producción, así como para el manejo agroecológico de las plagas. Tales como la bacteria la bacteria entomopatógena Bacillus thuringiensis LBT-24 (1-2 L ha-1) y el entomófago Chelonus insularis (parasitoide de huevos-larvas), que participan en el control de la principal plaga del maíz (S. frugiperda) (Vázquez, 2011; Vázquez y Pérez, 2017; Hernández-Trejo et al, 2018), y no se encontraron en la finca objeto de estudio.
Como indicadores de la Ba que contribuyeron a que la finca fuera poco compleja, se registró la ausencia de especies que sirven como plantas repelentes y su utilización en las siembras, así como la inexistencia de siembras con sombras permanentes y deficiente número de arboledas o minibosques. Dichos indicadores variaron en su nivel de complejidad, desde lo simplificado (los dos primeros) hasta lo poco complejo (último indicador). A estos se sumaron en la Bp, la sombra temporal, las asociaciones y el intercalamiento de cultivos, las barreras vivas y el deficiente porcentaje de siembras con este tipo de biodiversidad, donde solo el primer indicador obtuvo la calificación de simplificado, siendo el resto de medianamente complejo.
La biodiversidad agrupada en estas dos componentes es responsable de importantes funciones y servicios ecológicos en los sistemas agrícolas. Por tanto, su ausencia limita el reciclaje de nutrientes y el control del microclima, lo cual impide el desarrollo de un habitat favorable para incrementar la actividad reguladora y la conservación de las especies benéficas. Asimismo, restringe la regulación de los organismos plagas (Matienzo et al., 2015b) y de los procesos y servicios biológicos, que requieren para su persistencia mantener y aumentar la biodiversidad.
Conclusiones
El grado de complejidad de la finca en estudio se calificó de medianamente complejo, lo que se debe al comportamiento determinante de los componentes de la biodiversidad funcional, introducida funcional y nociva. Esto obedece, fundamentalmente, al manejo inadecuado de su biodiversidad, lo que contribuyó a la incidencia de agentes nocivos en los cultivos y en los animales.
En la finca, la biodiversidad estuvo representada, principalmente, por especies de las familias Poaceae y Fabaceae, seguidas de Anacardiaceae, Boraginaceae y Rutaceae, entre otras.