Según la OMS1, el brote de COVID-19 ha estado acompañado de una infodemia masiva, o sea, de un gran aumento del volumen de información, que puede volverse exponencial en un periodo corto de tiempo. En el actual contexto, ha estado circulando información inexacta y falsa. Su efecto en comportamientos y actitudes contribuye al aumento de casos y muertes.2
El incremento del acceso mundial a teléfonos móviles con conexión a internet y a redes sociales ha dado lugar a la producción exponencial de información, que se produce e intercambia en todos los rincones del mundo y llega a miles de millones de personas. Pero, ¿cuánta de esa información es correcta? Solo parte de ella.
La infodemia puede empeorar la pandemia: a) dificulta que se encuentren fuentes confiables y orientación fidedigna; b) puede generar ansiedad, depresión, agobio, agotamiento emocional; c) afecta los procesos decisorios cuando se esperan respuestas inmediatas y no se asigna el tiempo suficiente para analizar los datos científicos; y d) no hay control de calidad en lo que se publica y a veces tampoco en la información que se utiliza para adoptar medidas y tomar decisiones.1
Con más de 3000 millones de personas en el mundo en aislamiento social o cuarentena, cierres de fronteras, limitaciones de transporte y otras medidas, las tecnologías de la información con su alta penetración se han transformado en el principal medio por el cual personas, gobiernos e instituciones de salud trabajan, interactúan, comparten información, generan conocimiento y se comunican. Las redes sociales han propiciado un ecosistema de información poblado de una avalancha de datos, mezclada de opiniones e información, muchas veces no verificadas.3
La desinformación se define como la provisión de información errónea a través de titulares alarmistas o morbosos, información científica confusa, creación de estereotipos, uso inapropiado, abuso o frivolización de términos, imágenes erróneas o escabrosas y omisión de información válida y relevante.3
La propagación de información errónea se ve agravada por los estancos y segregación de información de muchas instituciones.4 La crisis actual pone de manifiesto dos ineficiencias en el sistema de investigación: el valor predeterminado de la ciencia cerrada y el énfasis excesivo en las publicaciones de élite. Es esencial reconocer lo que queda claro: un sistema científico robusto y una ciudadanía informada requieren acceso inmediato y público a la investigación.5
Esta pandemia requiere revistas científicas que garanticen la publicación rápida, pero que al mismo tiempo avalen su calidad e identifiquen posibles sesgos y limitaciones. Como grupo de trabajo de gran relevancia, los editores científicos deben filtrar el material, apoyándose en la revisión por pares.6 En este sentido, los beneficios de las publicaciones de acceso abierto son obvios, como la Revista Cubana de Estomatología, especialmente para la investigación en la que la urgencia y la velocidad son tan importantes.
Esta es, precisamente, la línea de pensamiento y trabajo de la Revista Cubana de Estomatología. Su comité editorial se ha propuesto agilizar el proceso de gestión editorial de los manuscritos versados en la COVID-19. El propósito de la revista es brindar información fidedigna sobre la temática, científicamente avalada por la revisión por pares; y transformar la realidad, en el contexto de la actual epidemia por la COVID-19, del escaso número de artículos científicos producidos por las disciplinas estomatológicas y, por tanto, de la desinformación.