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Cuadernos de Historia de la Salud Pública

Print version ISSN 0045-9178

Cuad Hist Salud Pública  no.92 Ciudad de la Habana July-Dec. 2002

 

Discurso de contestación al de ingreso del Dr. Arístides Agramonte
en la academia de ciencias médicas,
físicas y naturales leído*
Por el Dr. Federico Grande y Rossi
——————o——————

(Sesión extraordinaria del 12 de Enero de 1912:)

Señor Presidente de la Academia,
Señores académicos
Señoras y Señores:

La Academia, como veís, celebra esta noche una ceremonia que pudiera parecer bien rara al espíritu profano que no se detuviese á penetrarla, la ceremonia que se cumple cuando uno de sus miembros muere y otro llega á sustituirle, en la cual la docta Corporación impone que á la voz elegíaca del académico reciente, que debe honrar á su antecesor relatando sus méritos y expresando en nuestro ritual un adiós en el recuento de los valores ganados por su trabajo inteligente, ha de seguir la voz halagadora, y también justiciera, del que en fraternal bienvenida señale las virtudes del recién admitido candidato que viene á la brecha de labor dejada por el desaparecido compañero.

Y, sin embargo nada es más hermoso, ni más biológico ni de elocuencia mayor, porque casi objetivamente se exterioriza en ese acto simpático- sin mencionar lo que fortifica el compañerismo ni el ejemplo que transmite á los que nos sucedan, de amor al amigo ó al maestro- lo que los hombres de ciencia estudian cada día en el intrincado fondo de la maravillosa retorta de la vida, en los lazos que estrechamente unen la existencia que acaba y la que empieza; y rara ceremonia que en nuestro rudo estilo de fisiólogos traduce el sencillo sentimiento que esparce sobre la tierra de la tumba, que la cubre con peso que parece definitivo, las flores que en hermosos y poéticos símbolos de inmortalidad representan aquellos lazos antes sentidos por el corazón que razonados por la inteligencia.

Pero antes de cerrar con el empeño, dignos de más fuertes hombros confieso con sinceridad y sin modestias, que deploro la designación, porque esta honra merecidísima al doctor Agramonte mejor la hubiese lucido habilidad más experta que la mía. Es de tan buen mármol el bloque confiado á mí por la Academia, que no acertaría á empezar la talla, temeroso por la inseguridad de mi flaqueza, de que hayan de valer más que la estatua las escamas, que si no me animase un pensamiento de cuya verdad estoy seguro: todos los que honran mis palabras con su atención benevolente saben, porque estudian y han seguido paso á paso los conocimientos adquiridos aquí, en Cuba, en la etiología de la fiebre amarilla, cuánto vale el doctor Agramonte, y podrán colaborar con sus juicios conceptuosos en lo que pudiera silenciar mi invalidez.

Aunque esta clase de trabajo no debe ser biográfica, se hace, sin embargo, muy difícil, cuando existen las circunstancias del caso presente, dejar de consignar ciertos particulares que, al mismo tiempo que engrandecen al hombre, vienen á ser los primeros hitos que señalan el principio de la futura ruta de una vida, y un buen ejemplo vivo y palpitante para los que nos hereden. Que esté presente el biografiado podrá ser causa de una ofensa á su modestia; el doctor Agramonte la perdonará si así lo entiende, en gracia de que no deseo ni callar mis ideas, ni torcer por miras mezquinas los impulsos que con toda libertad imprimen la admiración justa y la amistad sincera.

Agramonte nació en 1868, en el comienzo de la que suele llamarse “guerra grande”. Su padre, Eduardo Agramonte y Piña, era médico, y en las filas de la revolución llegó á General de Brigada. Como aquel heroico guerrero polaco que, agonizante lego su piel para tambores, compuso, mientras lo fijaba al suelo, la curación de una herida por casco de metralla, los toques de clarín que resonaron en aquella guerra y en la de Independencia y que aun hoy nos electrizan el alma haciéndonos recordar los torrentes de sangre, los martirios indescriptibles y las explosiones de valor épico que se iniciaron en nuestros cruelísimos campos de combate. Murió en la campaña, en Marzo de 1872, en la acción de San José del Chorrillo, á filo de machete, y por tratar de salvar, personalmente, la vida á un soldado herido.

Nuestro compañero empezó la existencia, desde los primeros meses, en el destierro que impuso el apellido, anatema para el que tuviese la honra de llevarlo. En las penalidades del ostracismo, en la orfandad por la sangre, comenzó la instrucción primaria en México, nación que abandonó luego para hacer el bachillerato y la carrera de medicina en los Estados Unidos, donde permaneció dieciocho años, desde los doce á los treinta. Solo vio á Cuba en 1893, en una comisión de Martí.

Tal es la explicación de uno de sus aspectos: cubano, hombre del trópico, por la cuna, por la sangre, por el proceso naturalísimo que hace sentir intensamente el amor por la tierra que nos vio nacer; y hombre sajón, hombre de la Europa americana, como diría el argentino Bungue, por el razonamiento del convencido, que le obliga á mirar con respeto profundo la bandera y el suelo hospitalario que acogiera á su familia cuando la abatían múltiples y tremendos infortunios y que le dieron la segunda vida , la verdadera y útil, preparándolo para la lucha y el estudio. Y digamos sin reservas que fuera muy difícil medir los componentes de esta duplicidad frecuentísima entre nosotros, saber cuál sea de impulsos más fuertes, si el pie ó el injerto. Pero de todos modos conocemos— y es por eso que enviamos al Norte nuestros hijos— cuál es el resultado de esta combinación, de esta simbiosis pedagógica; cómo dulcifica y serena el carácter capaz de adaptarse á esta mudanza; cómo da robustez al cuerpo y sanidad al alma, al alma cubana, de acuerdo con la sentencia latina; qué seriedad transfunden aquel país y sus hábitos y cómo sin castigo y sin dolor muestran nuestras impulsiones y nos enseñan á recortar nuestros vuelos fantásticos inútiles y á lastrar al mismo tiempo el espíritu refundiéndonos en hombres prácticos, que significan hombres útiles para sí mismos y para la sociedad que los alberga.

Pundonoroso y plenamente convencido del peso que presentaban las erogaciones exigidas por sus estudios, para aliviarlo los realizó con devoción y la mayor suma de trabajos que pudo. Fue premiado varias veces y ganó tres oposiciones en los cinco primeros años, la última de las cuales inicia el lado recto de su carrera profesional: la que le hizo inspector médico del Departamento de Sanidad de New York, con la calificación de 99,20 por 100, ante la Comisión del Servicio Civil del Estado. Otra oposición posterior le llevó á la Sección Bacteriológica del mismo Departamento, completando al médico de laboratorio que mas tarde había de pagar tan espléndidamente á sus maestros.

Intercalado en sus estudios de la carrera, hubo un período en que, cediendo á sugestiones del afecto materno nacidas quizá en la viva experiencia del jefe de la familia, médico también, como hemos dicho, en el trabajo duro y sin medida, con escasa retribución material y con múltiples é ininterrumpidos sufrimientos, tal cual ha sido y es la labor del menos afortunado de los profesionales, se dedicó al estudio practico del comercio, que bien pronto renuncio por falta de afinidades, porque no puede tenerlas quién sienta por la profesión médica la vocación que trae consigo para el sacerdote de los tiempos modernos, como dijo Daudet, caridades que no caben en la estrecha sombra de las simbólicas culebras de Mercurio

Paso por alto los dos internatos ganados por oposición en el Hospital Roosevelt; silencio sus servicios como médico de niños en el Dispensario Alemán; ni siquiera enumeraré sus trabajos médicos literarios producidos en el curso de su vida profesional, bastante por sí solos para hacer muy útil y provechosa una vida médica; ni tampoco la parte activa tomada en las numerosas comisiones en Cuba y el extranjero, productoras siempre de un bien para su país; porque el atrayente interés del hombre, por encima de todo eso, por encima del profesor novísimo que nos trajo la enseñanza escolar útil, práctica, objetiva, de la bacteria y de la experimentación, está la participación tomada por él en la memorable jornada que realizó el estudio de la etiología de la fiebre amarilla.

Iniciada la guerra hispano-cubana-americana, el doctor Agramonte ingresó como médico agregado al ejercito de los Estados Unidos. Terminada la campaña vino á esta capital, y por aquella preparación que había adquirido en la escuela experimental, en el laboratorio, formó parte de la Comisión compuesta por Walter Reed, James Carroll y Jesse Lazear, comisión compuesta “con el propósito de hacer investigaciones científicas en las enfermedades infecciosas agudas frecuentes en la Isla de Cuba”, y, por instrucciones directas del Cirujano General del Ejercito, “prestar especial atención á lo relativo á la etiología y profilaxis de la fiebre amarilla”, como reza el texto de la Nota Preliminar enviada al vigésimo octavo meeting anual de la American Public Health Association, celebrado en Indianapolis, en los días 22 al 26 de Octubre de 1900, fecha que fijo porque ha de tener importancia para aquilatar el trabajo de doctor Agramonte y la actividad por él desplegada, casi solo, en los primeros pasos de la Comisión, ya que en los Estados Unidos parece olvidarse la obra y la merecida fama de nuestro compatriota.


Fig. 15. Dr. Federico Grande y Rossi (1866-1942).

En aquellos tiempos anduvieron juntas con igual jerarquía y juntas se expusieron á escepticismos y desconfianzas iguales, las teorías que daban por causa á la fiebre amarilla, el bacillus de Sternberg, el bacillus icteroides de Sanarelli y la transmisión por el mosquito sostenida y defendida por Finlay durante muchos años con la energía y la tenacidad de un iluminado. Muchas veces y con ese objeto vibró este recinto con la voz del venerable anciano.

Las dos primeras corrieron la suerte destinada á las doctrinas etiológicas bacterianas que no resisten la dura prueba del póstulado de Koch, tan pronto como la Comisión hubo terminado las experimentaciones de eliminación por todos conocidas. Y en los primeros momentos pareció que sucedería lo mismo á la teoría de Finlay, ya que algunas inoculaciones,— que pudieran llamarse preliminares en unos casos y en otros estimuladoras, porque se efectuaron para incitar á tomar parte en aquella campaña científica heroica—, no habían dado resultados positivos directos en lo que respecta á la obtención de la enfermedad experimental, pero sí sirvieron para eliminar las condiciones en las cuales el mosquito alimentado con sangre de amarillo no era capaz de transmitir la infección. Agramonte, Carroll, Lazear y otros habían sido picados varias veces por mosquitos del mismo Finlay en aquella decidida intención de rasgar el velo del misterio á riesgo de la muerte. La sonrisa desdeñosa ó compasiva se dibujaba en la caras de aquellos soldados serios y estoicos cuando contemplaban á los médicos entretenidos en las maniobras, que ellos juzgaban infantiles, del manejo y la infección de los mosquitos, que no podían ser, de ninguna manera, los agentes responsables de la enfermedad.

El 27 de Agosto de 1900, á las dos de la tarde, Carroll fue picado por un mosquito que había sido experimentalmente aplicado á cuatro casos de fiebre amarilla en la siguiente forma: uno, en el segundo día de la enfermedad, doce días antes; otro, en el primer día, seis días antes; otro, en el segundo, cuatro días antes; y el cuarto, en el segundo día, dos días antes. Como sabemos hoy, este mosquito era transmisor en ese momento por la picadura del primer caso: segundo día y doce días de incubación insentil. A esta experimentación memorable se debe el primer caso de fiebre amarilla provocada en el hombre con el objeto de comprobar la teoría de Finlay, que ya por esos días empezaba á caer en el descrédito á que conduce la falta de rápido éxito feliz. Carroll fue atacado de fiebre amarilla y este diagnostico fue hecho por el doctor Agramonte.

Lazear, que había permanecido algún tiempo en Italia estudiando con Grassi los mosquitos, se ocupaba principalmente en las investigaciones de entomología y de anatomía patológica. Reed no estuvo más de dos semanas en Cuba después de la constitución de la Comisión y luego marchó á Washington con el objeto de completar un estudio sobre “Fiebre tifoidea en el ejercito”, en colaboración con los doctores Shakespeare y Vaughan, y no volvió á Cuba hasta los finales de Septiembre, en los días en que sucumbió Lazear. Recordemos que del 22 al 26 de Octubre Reed leyó la Nota Preliminar en el meeting de Indianapolis, pensemos que Carroll convalecía de ataque de fiebre amarilla y no nos será difícil apreciar la parte tan activa desempeñada por el doctor Agramonte en los primeros pasos, los decisivos, de la experimentación.

En la tarde del 31 de Agosto, cuando ya Carroll estaba atacado, el soldado americano llamado en las primeras notas X. Y., y cuyo verdadero nombre es William H. Dean, pasó por donde se encontraba el doctor Agramonte manejando mosquitos, con la sonrisa desdeñosa que ya era reflejo constante que despertaban estos estudios; le pregunto con ironía si aun trabajaba con los mosquitos y los tubos. Agramonte contestó afirmativamente y le invitó á dejarse picar. Dean acepto inmediatamente, y fue picado por el mismo mosquito que infectó á Carroll, y por tres más, de los cuales dos estaban en condiciones de transmitir la enfermedad. A los cinco días comenzó el ataque de Dean. En estos dos casos reside indiscutiblemente el comienzo de la comprobación de la teoría de Finlay, la base del trabajo de la Comisión, los alientos para continuar las investigaciones que luego dieron cima á la hermosa obra sanitaria de que gozamos hoy.

Pero no termina en este punto la serie de sucesos que ponen en claro la obra de Agramonte. Lazear se había hecho picar el dieciseis de Agosto por un mosquito aplicado á un caso de fiebre amarilla en el quinto día de la enfermedad y diez días antes. Esta experimentación, como sabemos hoy, no pudo ser positiva. Pero en la tarde del 13 de Septiembre, mientras recogía para el estudio sangre de un caso de fiebre amarilla, vio que un mosquito se detuvo en el dorso de su mano y lo dejó picar, permaneciendo tranquilo hasta que el insecto estuvo satisfecho. A los cinco días comenzó la fiebre amarilla que en una semana después terminaba por la muerte del ilustre investigador. Con esta desgracia la Comisión quedó reducida á tres miembros, los cuales, en unión de Gorgas y Guiteras realizaron las investigaciones ya bien conocidas de todo el mundo. Actualmente Agramonte es el único sobreviviente de esta Comisión, y, como expresa el Cirujano General del Ejercito de los Estados Unidos, Torney, “jamás ha recibido, directa ni indirectamente, premio alguno material por su cooperación”.
———————o———————

Meditad serenamente en los alcances que tiene la adquisición de esta sólida verdad ya asegurada por todas las comprobaciones hasta el último de los extremos, hasta el extremo más exigente de la practica utilitaria. Así como hubiera sido casi imposible pensar ó presentir la desaparición completa de la fiebre amarilla en Cuba, porque siempre esta el porvenir envuelto en las espesas brumas de lo desconocido y de lo imposible, también es muy difícil—por el fenómeno de óptica mental que nos oscurece los sucesos pasados y más si fueron de dolor y por el remedio heroico suprimidos—la reproducción exacta por el recuerdo de aquellos cuadros que la fiebre presentaba á diario á los médicos de mi generación, que han tenido la dicha de estudiar en la época fecunda de las investigaciones provechosas. En la supresión de aquel dolor, de aquella memoria imperiosa de la muerte, va el olvido de los sufrimientos que produjo. Las generaciones de médicos actuales no conocerán prácticamente, y quiera la historia que no la conozca nunca, este proceso morboso; se hablará de el como la podredumbre de hospitales, y el mérito del descubrimiento descenderá todo lo que pierda en sus fuerzas la amenaza. Y si no, ¿qué imaginación, por viva que ella fuese, podría hoy reconstruir en las profundidades del pensamiento, con todos sus colores, las escenas de una epidemia de viruelas antes del advenimiento de Jenner?¿Quién capaz, borrada la importancia pronostica de la difteria por la obra maestra de Behring y Roux, de reproducir con aceptable verismo la terrorífica impresión determinada por el simple exudado faríngeo, presagio fatal de la muerte lenta y sucesiva de los niños de una familia?

No miréis á través de la lente médica, dejad á un lado vuestra ciencia y decidme los que saben de aquella época, ¿que impresión os causa el amarillo importado por una tripulación, el tremendamente contagioso amarillo, paseando con lentitud desde los muelles hasta el hospital “Las Ánimas”, por el corazón de una ciudad poblada de individuos no inmunes, separado tan solo de la vista y del contacto por la sencilla tela del mosquitero transparente? ¿Cuál la asistencia de ese caso por individuos aptos para sufrir la enfermedad, seguros de que la única transmisión está en el intermedio del mosquito y que la tela metálica es absoluta garantía? Pensad en la desaparición de las cuarentenas, en la supresión de la desinfección de los buques y en lo que esto representa no ya en gloria sino en valores materiales para la industria, el comercio y el país.

Pero no ya el problema individual, que es médico, sino el problema nacional, político de nuestra nación fertilísima y poco poblada y trabajada. Se extinguió la sed del oro nativo que atrajo al Nuevo Mundo las insaciables ambiciones del viejo continente para la expresión secular de sus entrañas; ya no vienen los aventureros con el pecho apretado contra la banda del bajel que los traía y la mirada inquisitiva y codiciosa puesta en las costas auríferas de la nueva tierra de promisión, caldeada en el ardor de la leyenda, capaz de satisfacer todos los apetitos y todas las concupiscencias; ya no pasea la ancha faja de tierra conquistada con la tizona al cinto y el crimen en el alma del aventurero analfabeto exaltado desde la almadreña hasta la púrpura sin el paso imprescindible por la escuela. Los cañones, el valor y la razón de Nuestro Mundo ahondaron la amarga inmensidad del Océano. Pero al mismo tiempo que la espada de la libertad señaló el fin de la dominación española en América, el vencedor, como si un decreto providencial se lo ordenase, escucha la palabra del gran Finlay, - Dios ó Noé, no importa, de la concepción genial - y la fiebre amarilla sale del misterio desnuda y sin defensas y la experimentación la suprime y el terror se calma y el trópico nunca tan hermoso como esta vez se adorna con los laureles de la verdadera conquista científica que abre de par en par las puertas al mundo, á los inmigrantes que con el cerebro lleno de ideas de libertad, de trabajo y de progreso, ó con el acero fundido en aperos de labranza, vengan á fecundar la amplia y nueva cadera de la generosa tierra del sol, sin el temor al fantasma legendario que en otros tiempos les esperaba en las riberas del golfo para dorarlos al fuego febril de la mortífera peste americana.

Conquista completa, pero conquista con una redención, la única manera de que parezca legitima y hermosa una conquista. La anterior, la del siglo XV, la conquista de la masa de tierra, groseramente grande, solo necesitó la mano, ó la máquina que no es más que su ampliación y su prolongación, pero que no alcanzó á la proboscia del mosquito americano más fuerte que los brazos y los útiles de guerra, porque el átomo, lo único grande del mundo, no se rinde sino al talento, lo único grande del hombre.

América devuelve al resto de la tierra lucidas y aumentadas las lecciones que de todo género aprendió. Los hombres aterrorizados por el caballo de la conquista de Cortés, tienen hoy en los mejicanos nativos los mejores jinetes del mundo. El desconocido acero de ayer tiene hoy un trono industrial americano. La pólvora que rindió al indio inerme ha hecho en América los más certeros tiradores conocidos. El más grande de los conquistadores españoles, Pizarro, ha sido, sin audacias, sin iras, sin fanatismo, sin manchas, sin sangre, sin torcidas energías brindadas á la causa que con el escipiente de una lengua y una religión mejores trajeron el veneno de la tiranía, emulado y excedido por el varón justo, por el sabio Finlay. La historia en sus cambios sorprendentes ha puesto el sencillo tubo de ensayos de Finlay junto á la recia armadura repujada con el oro limeño del conquistador.

La muerte rindió gloriosamente á Lazear. Reed y Carroll también duermen el sueño de la inmortalidad. De aquel pequeño ejercito tan grande solo quedan Finlay y Agramonte, los dos cubanos de la jornada triunfal.

Finlay, el hombre de la teoría con los defectos de todo nacimiento, rendido al peso del trabajo y de los años, en la calma serena y majestuosa de la puesta de un sol que ya deja á la tierra fecundada y caliente, junto al dintel de la Fama espera que la muerte, como sucede en la ceremonia imponente de descubrir á la publicidad un monumento ya terminado, descubra en su trabajo macerador el mármol futuro de su inmarcesible gloria.

Agramonte, el hombre de la practica útil, restaurador, comprobador y critico, único superviviente de aquella Comisión, no ha sido premiado ni siquiera recordado por su patria; no ha recibido, á pesar de haber hecho la marcha que dijo Alfonso Karr, alrededor del mundo para entrar triunfante en la propia tierra, una demostración de su país, á cuyo progreso á contribuido grandemente iluminando su nombre y aumentando su extensión. Pero en el fondo más intimo de su ser lleva su premio: la generosa venganza de su orfandad, devolviendo á España, sobre la firma de su glorioso apellido navarro, la seguridad de que sus hijos no volverán á encontrar el fantasma que les hacía presa en las fuentes primeras de la vida al pisar esta tierra de América.

Una mano á la Academia y otra al doctor Agramonte, puesta en cada una la mitad del corazón.

* Se respeta la ortografía del original (Dr. G.D.G.).

 

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